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La cultura de ser madre en el teatro
La panza, los ensayos largos, las luces, las funciones, la teta, dormir poco, tener miedo. No saber qué pasará con el cuerpo. Cuerpo que de golpe se encuentra tomado, extrañado, lento o rápido, a otro ritmo. Hacer la función con un ojo en la butaca donde está tu hije en brazos de alguien, tener el registro perfecto entre la obra y el momento en el que quizás llora y mentalmente lo calmás. Vincular el teatro, la maternidad, la cría, la demanda, la exigencia, lo que se pretende, lo real. Todo al mismo tiempo como una licuadora.
Escuchar, ver y sentir los prejuicios que caen sobre quienes somos madres y también tenemos una vida profesional. Sentirnos ahogadas, presionadas, asustadas. Porque si trabajás de otra cosa está muy bien, pero si hacés teatro, no está tan bueno que “dejes” a tu hije al cuidado de alguien para ir a ensayar, hacer función, dar clases, dirigir. Escuchar comentarios de los machirulos de siempre.
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Sentir que no somos lo que éramos y que no sabemos quiénes seremos. Dormirnos mientras pensamos, mientras leemos, mientras queremos no dormir. Y a la vez, porque de eso sí sabemos: hacer todo a la vez. Sentirnos más vivas que nunca, poderosas, creadoras, libres y fuertes. Sentir que podemos con todo. Entender el tiempo, la utilización de ese tiempo justamente se vuelve perfecto, ni un minuto para pelotudeces: se ensaya, se hace, se prueba, se viste y se maquilla con una certeza increíble. Dejar de lado lo que no vale y volverse una experta en optimizar el tiempo. La imagen de estar haciendo malabares. Pero haciendo. Un caos tremendo. El vestuario ojalá se adapte a poder dar esa teta cinco minutos antes de la función. No saber si ese personaje que hacías será posible luego de parir. Nunca más estabilidad emocional, igual ya no la había...
Es que quizás embarazarse, hacer nacer, criar, maternar, sea la cosa más incoherente e impensada del mundo. El malentendido más grande, pero acá estamos. El teatro y nuestres hijes nos trajeron vivencias que no estaban al alcance de nuestra imaginación: todo lo convencional, pero de la mano de la familia teatrera y en ese espacio sagrado que sabemos habitar. Y les hijes ahí palpitando todo: viajes, festivales, funciones, música, narices, ensayos, puesta de luces, espacios nuevos, rostros familiares, y no tanto, meta gira, meta teta, dirigiendo, actuando, enseñando y gritando: ¡Estoy acá! ¡Soy mamá y estoy haciendo función! ¡Tomá capitalismo, ésta es mi fortaleza!
Hacemos lo que amamos y aunque lloremos en el baño, somos felices. Aunque llamemos a una amiga a último momento para decirle que sí, que por favor venga, que no podemos con todo, pero que estamos de pie, más enteras que nunca y con una fuerza extra para recibir, abrazar y apoyar a otras teatreras que lleguen con sus panzas, con su hije en brazos o de la mano para decirles: no estás sola compañera.