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Maiamar Abrodos, La actriz que fue soñada

Entrevista a Maiamar Abrodos Por Nabila Hosain

Aparece e impone. Ingresa al aula, sube al escenario, entra al taller o abre su cámara del Zoom, y Maiamar se apodera del espacio. Como quien lleva en su valija recuerdos, anécdotas, vivencias: Maiamar habla, enseña, narra, y escucha. Como quien lleva en su persona la elección de ser la actriz de su propia vida: Maiamar actúa, se reinventa día a día. Como quien ha vivido más de una vida en su vida: Maiamar es discurso, es la mujer que ha elegido ser; aquella mujer con la que soñó, algún día, mientras actuaba.

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Nabi: ¿Es correcto que comenzaste a trabajar en el teatro a los 20 años? ¿Cómo fue ese primer acercamiento? Maia: Más o menos, masomenos sí, a los 20 años. Terminé el secundario y me metí a estudiar escenografía. En realidad, fue así: no sabía qué estudiar. En realidad, yo siempre quise ser actriz, pero, bueno, no era mujer, y había muchas barreras en el medio. Estamos hablando de otra época, año ’84. Que no era tan fácil como ahora la percepción. El género era algo inverosímil. Si bien existían muchas chicas trans, muchas chicas travestis, siempre subjetivaba la marginalidad y un montón de cosas que en determinados circuitos o medios era muy difícil pensarlo. Y entonces una se va a acostumbrando a ser un hombre gay, de determinadas características y qué sé yo; y eso te limitaba a determinadas cosas. Entonces yo me anoté en tres carreras: me anoté en Sociología, en Antropología y en Escenografía. Después, siendo un poco más sincera en ese momento conmigo misma, entré a estudiar Escenografía y seguí por ese lado. Mi abuela era pintora y yo pintaba con ella. Me había enseñado a pintar cuando era chica. Por otro lado, me gustaba mucho la arquitectura, pero no me veía como arquitecta. Me acuerdo que tenía una profesora de psicología en la escuela que decía: “Para la carrera que elijan proyéctense, y véanse cómo serían con esa carrera. Y yo la verdad que no me veía detrás de un tablero, era una época de tablero, y no me veía detrás de un tablero todo el día. El teatro era lo que más me gustaba, así que empecé con escenografía (cara de resignación). Ahí empecé. Y más o menos cuando tenía 20 años hice las primeras cositas que se desprendían de la facultad misma. Estoy hablando de la Universidad del Salvador, la Iglesia de por medio, un tema, otra época. Porque la carrera de escenografía del Colón se había terminado, y la única que quedaba era la Universidad del Salvador. O te tenías que ir a Mendoza, a la Universidad de Cuyo. Y bueno, yo me metí en el Salvador, en ese momento mi viejo me la podía pagar, después quebró mi papá y no me la pudo pagar más, pero seguí. Lo primero que yo quería era irme a Mendoza, pero porque me quería escapar de mi casa. Pero me dijeron no, para mantenerte en Mendoza te mantengo acá y listo.

Nabi: Bueno, y hoy... Maia es actriz, escenógrafa, vestuarista, y docente. ¿Cómo conviven estos mundos, cada uno con sus particularidades, dentro tuyo? Maia: Son mundos que se empatan un montón, están muy interrelacionados. Pensá que al ser docente de esas mismas cosas que hacés… Qué sé yo, no sé, yo te puedo decir algo que puede ser duro a veces porque, a las otras áreas les puede parecer duro, tanto a la docencia como a la escenografía. Pero yo dejo cualquier cosa por ir a ensayar, por ir a hacer una función, y mi realidad es esa: y ahí es donde es claro cuál es mi profesión. Y qué es lo que siento profundamente. Con los años fui entendiendo que ser docente, más que ser escenógrafa, fue ganando mucho terreno en mi vida. Pero porque yo pienso que ser docente de arte, es ser como guía de la vida también. Y es lo que yo creo que pasa en esto, más allá de lo especíco de lo que uno enseña. Al estar hablando del arte y al estar trabajando con el mundo sensible de cada une en particular, te conectás con otra relación de la vida con la gente. Y entonces ahí el mundo se abre de otra manera. De hecho, bueno, vos fuiste alumna mía y lo sabés un poco eso: no me interesa tanto que esté bien hecho, ni que esto o lo otro. Me interesa lo que pasa por dentro, lo que pasa en el proceso y lo que pasa en el proyecto. Porque me parece que ahí se cosecha algo que va mucho más allá de la hechura de las cosas. Y como mi primera educación fue como escenógrafa y vestuarista, entonces está muy internalizado en un lugar, pero no me siento ejecutora. No me despierta el deseo de la ejecución. No me despierta el deseo. Cosa que sí puedo elaborar en la docencia y que sí claramente elaboro en la actuación. En este momento de la vida quizás estoy un poco ya cansada, no cansada de la docencia, estoy cansada de los sistemas educativos. De lo que te propone el sistema, de cómo es el sistema, de toda la estructura que tiene el sistema, de lo que te exige este sistema, estoy un poco cansada de eso. De hecho, bueno, son dos cosas paralelas, una es lo que una hace y otra es también lo que te da de comer, y sabes que lo tenés que sostener. También puedo reconocer que puedo hacer mi “tintita” dentro de ese mundo, y bueno por lo menos puedo aportar algo desde algún lugar.

Nabi: ¿Ves este espacio que te da la docencia como un espacio de lucha, un espacio donde visibilizar tu voz? Maia: Sí, es que te da muchas posibilidades. Te da un aprendizaje que se da en la interrelación, porque yo también voy aprendiendo de mis alumnes. Yo aprendo el lenguaje de género, hablando de lo último digo, vas aprendiendo de los mundos de cada une en sí, eso, por un lado. Por el otro lado también estoy yo de maniesto como persona enseñando algo en lo que creo. Sé que por momentos genera crisis, pero sé que con el tiempo se empieza a entender cuál es el camino de esto. Que tiene que ver con los procesos de cada une en sí y en lo particular. Y eso sí me importa, porque lo que más me importa es que en el futuro puedan ver y puedan decir: ah, esto me sirvió, y que lo puedan tomar y cada une reevaluar. No me interesa… ¿Viste que hay gente que le gusta como dejar su sello, su marca de las cosas? A mí no me interesa eso, me interesa que te haya servido para que elabores tu propia historia. Me parece que igual todo eso hay que buscarlo desde lo profundo. No digo que no sirvan las fórmulas, pero sirven para determinadas cosas, es otro mundo y hay otra gente que enseña la técnica de algo, y entonces yo puedo dedicarme a hablar de este tipo de cosas. Aunque sean más abstractas en el pensamiento, pero preero que sea eso, porque es como abrir otro canal también, o por lo menos intentar abrir otros canales. Es uno de los grandes temas. Y lo que me ha pasado particularmente con la escenografía es que, al ser actriz, pongo otro condimento, que tiene que ver con la profesión de actriz, y eso hace que también esté más cercano a la realidad que vivimos. Hay algo que te hace la docencia que es que nunca dejás de aprender: así como vos enseñas, también vas aprendiendo. “Enseñar” entre comillas. Vos sabés lo que yo creo, lo he dicho varias veces: yo creo que el aprendizaje es poner en la luz las cosas, en realidad lo que haces es construir una guía para que el otro encuentre ese lugar, más que “enseñar”. Bueno esa es la teoría que tengo. Maia: Si, claramente, yo separaría a la actriz de los otros rubros. Porque la actriz es necesaria. Digo, en el sistema binario que construimos en esta sociedad. Hoy en día una actriz es necesaria para ocuparse de determinados roles. El problema empieza cuando se buscan los otros roles. Las miradas técnicas: una escenógrafa, una vestuarista, una iluminadora, una directora. Si, hay una diferencia abismal. Porque, aunque creamos que la sociedad está abierta a esos cambios, no está tan abierta, siempre hay una subjetividad con el pene, hablando mal y pronto. Donde parecería que ese pene es el inuyente para una buena calidad de trabajo, o una buena estructura de trabajo. Y hablo del pene porque hablo del género masculino en general, porque ahí no importa si el hombre es heterosexual, gay, o lo que sea. Tiene pene. Me entendés lo que quiero decir, ¿no? No quiero que parezca burdo. Entonces hay una cuestión del poder o del dominio que todavía sigue siendo así. Vos fíjate que en casi todos los órdenes culturales los poderes los tienen hombres no mujeres. Salvo la UNA, el resto de las instituciones son prácticamente manejadas por hombres. Hay una elección en eso, todavía sigue siendo una elección. En los teatros ociales, yo que tenga recuerdo, en ninguno de los dos, tanto el Cervantes como el San Martín lo dirigió una mujer, siempre fueron hombres quienes los dirigieron. En las partes técnicas también. Y hay mujeres hiper capacitadas para esos rubros, pero sin embargo se mantienen por hombres. Y se mantienen entre hombres. Y ahí hay un machismo que está instaurado en esta sociedad que no es un machismo absolutamente masculino, es un machismo femenino también. Me parece que las mujeres en eso tenemos una batalla, que tiene que ver con poder igualarnos. Yo siento que muchas veces se confunde esto, porque se dice “Bueno, ocupar los roles masculinos”; cuando vos hablás de roles masculinos quiere decir que está estipulado que esos roles, son masculinos. Ocupar lugares es diferente. Sino los predestinás a que sean masculinos. Y me parece que ahí hay que marcar la diferencia. Muchas veces para que las revoluciones se den tienen que ser a tope, ¿viste? Yo cuando empecé el cambio de género estaba “a tope”. Te confundías en una palabrita y yo ardía Troya. Pero era la única manera de sostener tu identidad. Era la única manera de hacer visible tu batalla. Me parece que lo que pasa ahora es eso. Después, creo que la medida es encontrar el equilibrio, y encontrar el equilibrio, es decir: bueno, somos todos iguales. Entonces somos todos iguales, con las características que cada une tenga, vamos por los mismos lugares. Y eso es muy diferente a pensar “ocupar los roles masculinos”. Y pasa mucho eso porque lo escuchás mucho. Me parece que ahí el inconsciente funciona, no nos olvidemos que el inconsciente siempre está accionando en algún lugar nuestro. Es como desaprender para aprender. Yo creo que lo que existe ahora es un problema de batalla y que esa batalla hace que se descarte a los hombres por completo. ¡No! Son tan necesarios como las mujeres. Hombres y mujeres son seres necesarios en una sociedad. Todos los géneros posibles. Estamos acá en esta tierra haciendo algo. Entonces no hay que batallar, hay que ir en compañía y hay que ir multiplicándose en compañía. Y que todo sea equitativo. Pero eso es más difícil. Yo muchas veces con la batalla trans, en general, viste que hay muchas políticas y mucho discurso sobre el documento, “...que diga esto, que diga lo otro, que no sé qué…” A mí me parece bien. Todes tenemos derecho a que diga lo que tiene que decir. Yo creo que lo ideal no es pelear por más de eso. Lo ideal es pelear en unidad para que eso se anule y un día se diga esto ya no existe más. Me parece que la sociedad tiene que ampliar estos caminos y estos conceptos. Era gracioso cuando empecé el cambio de género porque en esa época yo tenía que hacer todo un tratamiento psicológico y psiquiátrico. La legalidad te marcaba eso, porque era por disforia de género en ese momento. Entonces yo me acuerdo -ahora me acuerdo y me rio de las boludeces que una dice- que le dije a la psicóloga que iba: “Ni loca me voy a poner una pollera, no voy a ser una payasa, hasta que no esté operada yo no me voy a poner una pollera”. Bueno, no sé cómo se dio, pero la cuestión es que a la semana siguiente aparecí con pollera. Se ve que ella me llevó por un canal o me habrá hecho reexionar a tal punto que es como decir: mirá la pelotudez que estás diciendo. Hasta que me dijo en un momento: “Vos tenés que entender que vos sos la mujer que sos, podes poner la pierna así o asá y eso no te invalida como mujer”. Y yo creo que todas esas aperturas que una empieza a sentir que se deconstruyen de una construcción social que tenemos muy arraigada y marcada empiezan a hacerte entender. Porque en general cuando pasa eso te empieza a repercutir en otros órdenes de la vida.

Nabi: ¿Y vos sentís que hubo algo de tu labor artística como actriz que te ayudó a encontrar tu identidad? ¿Algo de eso te ayudo a empezar a pensar desde qué lugar querer pararte, o quién querías ser? Maia: Si. Yo fui haciendo todo un proceso. En un momento, cuando era actor - te lo digo de esta manera porque es la forma de entender fácilmente- en un momento decidí que no quería trabajar más como actor, que sólo iba a hacer personajes de mujer. Fue todo decantando y en un momento, una vez, una persona que quiero mucho, me dijo: “Qué raro es verte en el escenario, porque cuando estás en el escenario se te ve feliz”. Me quedaron grabadas esas palabras. “Se te ve feliz, ahora, cuando no estás en el escenario no se te ve nada feliz”. Y claro yo en el escenario era la mujer que quería ser. Y después de un tiempo de eso empecé a sentir que ya no aguantaba más, fue un momento muy crítico de mi vida. Y en ese momento crítico decía: “Estoy destruyendo todo”. Porque también estoy destruyendo la profesión, mi desesperación por actuar en ese momento era mi desesperación por ser quien yo quería ser. Y se distorsionaba un poco de lo que era la concepción artística de la cosa. Yo dije bueno, pero si voy a vivir, voy a vivir como quien soy. Y sin saber nada, sin saber cómo, sin saber de qué manera. Una cree que conoce mucho hasta que te das cuenta de que no conoces nada, empecé a tomar hormonas, y ahí entendí cuál había sido mi proceso. Y lo que más me ayudó a entender mi proceso fue actuar. Y ser la mujer que no podía ser en la vida, en el escenario. Y eso después me hizo entender que yo estaba haciendo eso. Que estaba desesperadamente tratando de encontrarme ahí. Y con los años fue siendo todo más claro. Ya no necesitaba explicarle a nadie nada. Ahí empezó todo. Fue en el 2007. En septiembre del 2007. Ya en enero de 2008 empecé el tratamiento en el Hospital Durand, más legal también. Yo para ese momento ya tomaba un montón de hormonas que no sabía qué eran pero que las tomaba.

Nabi: Bueno te voy a hacer una última pregunta, leí en una entrevista una frase que dijiste: “A mi ser mujer –que me fue muy difícil-, le dio luz a mi vida”, ¿qué signica hoy para Maia ser mujer, y ser mujer en la actividad teatral? Maia: Para mí, para Maiamar, ser mujer en la actividad teatral es decir todo el tiempo que no hay diferencias. Que no existen las diferencias. Que todo es una construcción que hacemos nosotres socialmente. Yo lucho por eso. Porque digo, yo soy una mujer trans. No soy una actriz trans, porque eso no existe. Yo como actriz puedo hacer un personaje de mujer, de varón, de lo que sea, y soy una actriz que está trabajando sobre eso, sobre ese mundo. Y hay gente que te dice “sí, pero la experiencia”, y bueno pero la gente que hace de asesina no tiene la experiencia de ser asesina. Qué tiene que ver la experiencia en esto. Ahí nos tendríamos que replantear qué es actuar. Qué es ser actor, qué es ser actriz. Y eso es lo que yo siento. Ser mujer hoy en el teatro argentino... Yo sé que de alguna manera respondo a determinados cánones: les cubro el cupo de género, yo cubro lugares, y me llaman para cubrir esos lugares. No soy tarada, eso lo sé. En un principio yo batallaba contra eso y me enojaba hasta que entendí que no iba a cambiar y dije bueno, vamos por esto. Ahora, mi mayor lucha es que entiendan que puedo hacer cualquier personaje. Y no dentro de una normativa donde lo trans es lo que me atraviesa. O lo que atraviesa a esta actriz. Sí, inevitablemente seré trans toda mi vida. Pero eso es mi vida privada. Lo que yo desarrollo como actriz es lo que yo desarrollo como actriz. Puedo ser gorda, aca, rubia, morocha, alta, baja, todo eso es una construcción que tiene que ver con cómo sos como artista a diferencia de la persona. Y no obstante a eso, les actores somos las personas que estamos trabajando con nuestro propio ser para encarnar esos personajes. También tiene que ver con cómo se percibe, tenemos muy incorporado lo del sic du roll y todo ese mundo de imágenes que hacen que parece que cuando las deconstruis inevitablemente caes en el molde de la deconstrucción: “Estoy haciendo una deconstrucción”. Y me parece que esa es una mala experiencia de las escuelas. Un mal aprendizaje de todas las escuelas teatrales que tienen este problema, donde parecería que hay que justicar todo. Y en realidad esa justicación está dada en la misma energía que emplean los actores, y uno no tiene que decir nada más de lo que ya se está viendo. Hay algo de una inteligencia emocional de empezar a ver a través de eso. Te podés equivocar, pero bueno, si no nos equivocamos no aprendemos nunca en la vida. Hay que arriesgarse. Mucha gente le tiene temor a arriesgarse. Porque parece que últimamente necesitas pertenecer a determinado circuito o situación, entonces el riesgo cada vez es menor porque para pertenecer debes respetar determinados cánones. Me parece que hay que replantearse, yo te pregunto, les pregunto a todes y me lo pregunto a mí misma todo el tiempo: ¿para qué haces esto? ¿Por qué lo haces? ¿Qué hay de vos acá que te dice que hagas esto? Si nos cuestionamos un poco esto profundamente, con nosotres mismes, podemos ser genuines, todavía el lenguaje de género se está formando. Y también eso hace a lo que somos como artistas. Y todes queremos pertenecer, todes, nadie no quiere pertenecer, incluso aquel que te dice no quiero pertenecer está queriendo pertenecer a algo, a eso anárquico. Porque necesitamos identicarnos. Eso yo lo fui entendiendo más con el género. Necesitas verte.

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