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La niña, un cuento de Katerine Ortega.

La niña

Katerine Ortega

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Querida Felicia:

Decir que está dentro de mí es lo más acertado, porque la escucho en cualquier momento, especialmente en las madrugadas.

Su llanto es intenso, pero dura apenas unos minutos y luego sus gemidos se pierden en los ruidos de la noche.

Hoy, por ejemplo, quería leer la Caza de Brujas de jotamario al despertar, pero fue imposible porque empezó su llanto. ¿Sabe? Me da pena la pobre, pero no es eso solamente: quisiera ayudarle, que calle para siempre y me deje en paz. Es más bien una cuestión de beneficio propio.

Supongo que es hora de levantarme ¡Si supiera usted cuánto me cuesta!

Sofía

Estimada Sofía: ¿Ha tomado usted la valeriana que le indiqué? ¿El toronjil? Sus nervios le están jugando una mala pasada. Es eso únicamente, ya lo hemos hablado.

Quisiera visitarla, pero por ahora me es del todo imposible. Ya le avisaré de mi llegada. Cuídese hasta tanto. Es preferible que no pase usted sola todo el día. Salga, camine. Ver los árboles y los pájaros le hará bien.

Felicia

Querida Felicia:

Estamos de acuerdo. Los últimos sucesos seguramente son la razón de este desate, aunque a la niña la escucho desde antes; en la casa anterior también lloraba.

En fin. Venga pronto. O mejor, no venga. Nadie debe encontrarme en este estado lamentable.

Sofía

Apreciadísima Sofía:

Estará usted confundida. Todo es culpa de los últimos acontecimientos. Ha sido particularmente difícil su situación.

Iré. Iré a verla pronto.

Felicia

Felicia:

Hoy la vi. Es azul. Una niña de unos nueve años con la cara redonda, la piel azulada, usa un vestidito azul que le llega hasta la rodilla.

Extendió la mano y me dio una pulsera también azul. Ya no lloraba. Dijo que debía entregarla a la niña de la 204.

Queridísima Sofía:

No olvide las medicinas. Estaremos pronto con usted. Le garantizo que va a estar bien. Tenga calma.

Felicia:

Tengo la pulsera azul. No he sido capaz de arreglarme para entregarla; pero hoy fui a la biblioteca: es enorme como una basílica. Los libros llegan al techo y aunque es un poco oscura, es hermo-

sa. Entrevistaban ahí a un escritor, así que me quedé para escuchar. Entonces empezó la inundación. Hay agua filtrando por las paredes. Me preocupan los libros.

Mi querida Sofía:

Debo decirle que allí no hay biblioteca. Debe estar confundida. Salga a dar un paseo. Le hará bien. Llegaremos en dos días.

Felicia: ¿No me cree? Lo comprendo. Con tanto absurdo mío, le doy la razón.

Estoy atrapada en la biblioteca. Intenté salir, no para dar un paseo, sino para entregar la pulsera. Somos varias personas atrapadas aquí. Como el agua ha empezado a subir, hemos escalado los estantes de los libros ¡Ay los libros!

Felicia:

No esperé su respuesta porque ocurrió algo terrible y quería contárselo: ¡se me cayó la pulsera al agua!

Ha venido la niña y le he dicho que iré pronto a dejar el encargo, pero no sé qué hacer. Me asusta un poco esa niña.

Sofía querida:

Estamos a un día de camino. Llevaremos las pulseras que guste ¿Recuerda el nombre del médico? Necesito escribirle urgentemente. F:

Es el Dr. Shultz. Vengan pronto. Nos ahogamos. Somos siete. La niña está aquí y me ha reprendido. Dice que pidió a otros el favor de la pulsera y nadie es capaz de cumplir. Ha dicho que moriremos. S.

Doctor Shultz:

Le ruego que cuide especialmente a nuestra Sofía. Sé que no habla con nadie, pero mire lo que ha escrito. Le envío sus cartas. Nosotros estamos llegando en unas horas. Esta es la última parada del tren antes de la ciudad, por eso no espero su respuesta.

Atentamente, Felicia Lorenz

Señora Felicia:

Me escribe usted tarde.

Esta mañana murieron siete pacientes. Todos ahogados y con libros en las manos. Es insólito porque no presentan síntomas de asfixia, sino de haberse ahogado en agua.

Lamento informárselo de esta manera, pero me lleva la policía porque no he sido capaz de explicar lo sucedido. Junto a Sofía estaba, también muerta, una niña que nunca habíamos visto por aquí. Recuerdo que usaba un vestido azul.

Dejo esta carta junto a la última de Sofía. Lo lamento mucho.

Dr. Federico Shultz

Querida F:

Logramos salir de la biblioteca. Los siete a dar un paseo, veremos los árboles, y la niña va con nosotros. Nos llevamos algunos libros.

Gracias por su ayuda. Espero verla pronto. S. Doctor Shultz:

Escuché ayer a la niña. Claramente. Lloraba sin consuelo. Mándeme algo para dormir.

Att. Felicia Lorenz

Katerine Ortega

Quito, Ecuador - 1986

Escribe cuentos y poemas. Publicó Somos fuego (libro colectivo de poemas), Naranja entera (micropoemas), La promesa (muestra de videopoemas). Colaboró en el libro Ciencia y simbólica andina ecuatorial y en el libro Loma grande: Memoria histórica y cultural (sección Mitologías). Textos suyos han sido seleccionados para diferentes revistas literarias de Ecuador, Chile y España. Fue parte de los Talleres Literarios de la Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión, de la Sociedad Ecuatoriana de Escritores, Kafka Escuela de Escritores, Casa Carrión, entre otros. Tiene estudios en Artes de la Comunicación y en Estudios del Arte. Actualmente cursa una Maestría en Literatura (Universidad Andina Simón Bolívar). En 2020 obtuvo el primer lugar en el concurso de improvisación escrita Párame la mano (categoría lírica) y publicó su primer libro de cuentos titulado Tarasca.

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