Guarda tu lengua (muestra)

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GUARDA TU LENGUA

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Palabras que hieren, palabras que sanan

Palabras que hieren, palabras que sanan

Palabras que hieren, palabras que sanan

DAVID BARCELÓ

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DAVID BARCELÓ

Guarda tu lengua: Palabras que hieren, palabras que sanan

Copyright © 2022 por David Barceló

Todos los derechos reservados. Derechos internacionales registrados.

B&H Publishing Group

Nashville, TN 37234

Diseño de portada: Matt Lehman

Director editorial: Giancarlo Montemayor

Editor de proyectos: Joel Rosario

Coordinadora de proyectos: Cristina O’Shee

Clasificación Decimal Dewey: 808.56

Clasifíquese: VOCABULARIO / DISCURSO DE ODIO / CONVERSACIÓN

Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida ni distribuida de manera alguna ni por ningún medio electrónico o mecánico, incluidos el fotocopiado, la grabación y cualquier otro sistema de archivo y recuperación de datos, sin el consentimiento escrito del autor.

Las citas bíblicas marcadas RVR1960 se tomaron de la versión

Reina-Valera 1960 ® © 1960 por Sociedades Bíblicas en América Latina; © renovado 1988 Sociedades Bíblicas Unidas. Usadas con permiso.

Reina-Valera 1960 ® es una marca registrada de las Sociedades Bíblicas Unidas y puede ser usada solo bajo licencia.

ISBN: 978‑1 0877‑6793‑2

en EE.UU.
Impreso
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ÍNDICE Prefacio a la serie .............................. 7 Capítulo 1. La guerra de las palabras ...... 9 Capítulo 2. Palabras que hieren ........... 17 Capítulo 3. Palabras que sanan ............ 33 Capítulo 4. De la abundancia del corazón ........................... 51

Prefacio al aserie

Leer no tiene que ser difícil, ni mucho menos aburrido.Ellibro quetienes en tusmanos pertenece auna seriede Lecturafácil,lacualtiene el propósitodepresentar títulos cortos, sencillos, pero conaplicaciónprofundaalcorazón.Laserie Lectura fácil te introducetemas alos quetodoser humano se enfrenta en la vida :g ozo, pérdidas,fe, ansiedad, dolor, oraciónymuchos más.

Estelibro lo puedes leer en unas cuantashoras, entredescansos en tu trabajo, mientras el bebé tomasusiesta vespertina oenlasaladeespera .Este libroteabrelas puertas al mundo infinito de la literatura ,ymayor aún, atemas de los cuáles Dios ha escrito ya en Su infinita sabiduría. Losautores de estoslibrosteapuntarán haciala fuente de toda sabiduría :laPalabra de Dios.

Mi oraciónesque este pequeñolibro haga un gran cambioentuvidayque puedasreg alarlo a otrosque vanpor tu mismasenda .

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La guerra de las palabras

Estamos rodeados de palabras. No podemos vivir sin ellas. Las usamos continuamente aún sin darnos cuenta. Usas palabras para ir a comprar el pan, para trabajar cada día, para decirle a tus familiares cuánto los amas, para expresar queja, o dolor, o alegría. En estas páginas, para compartir contigo lo que quiero decirte sobre las palabras, he tenido que usar palabras. En esa relación tan estrecha que tene‑ mos con ellas, las palabras nos sirven, nos ayudan, pero también nos atrapan y nos usan. A veces nos hacen un gran bien, cuando expresamos aprecio y damos consuelo, pero otras veces nos hacen sus esclavos y a cambio de sus servicios nos obligan a pagan un alto precio. Cuánto dolor has experimentado, cuando alguien ha dicho algo feo de ti, o ha revelado un secreto que debiera de haber guardado. Cuánta tristeza has experimentado tú mismo, cuando una palabra fuera de lugar ha salido de tus labios y ha provocado discordia. ¿Qué puedes hacer con tus palabras? ¿Cómo controlarlas? ¿Cómo puedes domar tu lengua? Quisiéramos usar solo aquellas palabras que son buenas, y abandonar aquellas que son malas. Nos debatimos continuamente entre las dulces y las amargas, porque sabemos que hay algunas que alientan y otras que defraudan. Hay palabras que edifican, y palabras que des‑ truyen. Palabras que hieren, y palabras que sanan.

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Capítulo 1

Guarda tu lengua

Nos adentramos en este hermoso tema, y para ello necesitamos en primer lugar comprender el origen de las palabras, y su principal propósito. ¿Por qué pronun‑ ciamos palabras, y cómo es que podemos hacerlo? La comunicación no es meramente un asunto psicológico, ni sociológico, ni antropológico. En primer lugar, es un tema teológico. En el principio Dios creó a Adán con la capacidad de hablar. Adán conversaba con Dios en el jardín del Edén, y Dios conversaba con Adán. Dios hizo al hombre con la facultad de pronunciar palabras en un idioma perfectamente coherente, y sus palabras en un primer momento sirvieron para comunicarse con Dios. Así sucede con cada uno de nosotros. Es una cuestión de diseño original. Tenemos una lengua, y un lenguaje. Pronunciamos palabras, y ante todo esa capaci‑ dad nos ha sido dada por el Creador para hablar con Él.

En segundo lugar, las palabras tienen también una dimensión social y el propósito de comunicarnos con otros seres humanos. Dios tomó una costilla de Adán y con ella creó a Eva, y la hizo también un ser comunica‑ tivo. Las palabras que Adán pronunciaba, hablando con Dios, ahora podía usarlas para conversar con su esposa. Ese es el orden de prioridades que vemos en la historia, y ese sigue siendo hoy en día el orden de prioridades en nuestra capacidad de hablar. Tus palabras en primer lugar tienen el propósito de alabar a Dios y orar a Dios, y en segundo lugar el propósito de conversar con tus semejantes.

Las palabras son por tanto la unidad básica de la comunicación, y tienen la capacidad de construir unidad. Con ellas logramos expresar afecto, traer consuelo, dar dirección, acercar los corazones. Dios le dio a Adán una mujer para que fuera su amiga y compañera, y les dio a ambos la capacidad de hablar para poder experi‑ mentar esa compañía y esa unidad. La comunicación tiene como finalidad el unir las almas, compartir, amar

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y ser amado. Es el vehículo diseñado por Dios a tra‑ vés del cual experimentamos y expresamos unidad y compañerismo.

Estarás pensando que no toda la comunicación es verbal, y estás en lo cierto. En especial en el matrimonio y tras años de convivencia somos capaces de expresar mucho sin palabras, con apenas un gesto, una caricia, un abrazo, un regalo, una mirada, o una ceja arqueada… Pero, aun así, las palabras siguen siendo la forma pri‑ mordial a través de la cual abrimos nuestro corazón y tenemos acceso al corazón del otro. Con palabras hace‑ mos amigos. Con palabras cortejamos a nuestra futura esposa. Con palabras instruimos a nuestros hijos. Con palabras expresamos alegría. Con palabras leemos nues‑ tros votos matrimoniales. Con palabras compartimos el evangelio. Con palabras empezamos nuevos proyectos, porque sin palabras no hay unidad.

Recordemos lo que sucedió en Babel. Los hombres quisieron hacer una gran torre que llegara hasta el cielo. Un monumento al orgullo humano. Pero Dios, viendo sus pretensiones y altivez, estorbó sus planes confundiendo sus lenguas. No pudieron comprender las palabras que decía el otro, y al no poder entenderse se dispersaron (Génesis 11:9). Confundiendo nuestras palabras, Dios estorbó el mal. El episodio de Babel tiene su hermosa contrapartida en todo lo sucedido en Pentecostés. En esa ocasión, Dios no creó desunión confundiendo nuestras lenguas, sino todo lo contra ‑ rio. Descendió el Espíritu Santo, y Dios creó unidad haciendo que sus discípulos hablaran las maravillas del Evangelio en otras lenguas que no conocían.

«¿Cómo, pues, les oímos nosotros hablar cada uno en nuestra lengua en la que hemos nacido? Partos, medos, elamitas, y los que habitamos en Mesopotamia, en Judea, en

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Capadocia, en el Ponto y en Asia, en Frigia y Panfilia, en Egipto y en las regiones de África más allá de Cirene, y romanos aquí residentes, tanto judíos como prosélitos, cretenses y árabes, les oímos hablar en nuestras lenguas las maravillas de Dios» (Hechos 2:8‑11).

Confundiendo nuestras palabras Dios separó a las gentes en Babel para estorbar el mal. Bendiciendo nuestras palabras Dios acercó a los pueblos en Pentecostés para edificar su Iglesia. Pero, así como Dios usa las palabras para nuestro bien, el diablo también las quiere usar para nuestro mal. Recordemos que después de que Dios instruyera a Adán, también la serpiente se acercó a Eva para tentarla con otras palabras. Palabras extrañas. Satanás es el padre de mentira, el destructor de la comu‑ nicación. Satanás quiere estorbar el bien, y fomentar el mal. Desde que la serpiente abrió la boca en el Edén, seguimos todos enzarzados en una guerra de las palabras y tenemos el reto de escoger a qué bando nos unimos.

A través de las palabras la serpiente del Edén engañó a Eva. A través de las palabras Eva ofreció la fruta prohi‑ bida a Adán. A través de las palabras quisieron ambos quitarse la culpa de encima cuando Dios les preguntó.

A través de sus palabras destructivas el diablo logró sembrar incomprensión, traer frustración, derrotismo, vergüenza, tristeza, soledad. Hubo mentira por parte de la serpiente; hubo pecado por parte de Eva; hubo desobediencia por parte de Adán; hubo temor por parte de todos. Las palabras de Dios habían construido una hermosa unidad en el Edén, y ahora las palabras del diablo habían destruido esa unidad. La unidad con Dios y la unidad matrimonial se rompió por culpa del pecado y la desobediencia.

Pero Dios, en su bondad y sabiduría, trae a nuestras vidas palabras redimidas que son capaces de edificar

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de nuevo. Podemos volver a construir lo que está roto, con el poder de Dios. En la carta de Pablo a los Efe‑ sios encontramos una hermosa descripción de la comu nicación santa que Dios quiere traer a nuestras vidas:

«Por lo cual, desechando la mentira, hablad verdad cada uno con su prójimo; porque somos miembros los unos de los otros. Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo, ni deis lugar al diablo. El que hurtaba, no hurte más, sino trabaje, haciendo con sus manos lo que es bueno, para que tenga qué compartir con el que padece necesidad. Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes. Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención. Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia. Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo» (Efesios 4:25‑32).

Te invito a asumir el reto. En esta guerra de las palabras, únete al bando de Dios. Aún puedes abando ‑ nar las palabras que destruyen para reemplazarlas por palabras que construyen. Dejar las palabras de hieren por las palabras que sanan. El pasaje que hemos leído en Efesios trata de la unidad espiritual en la iglesia: «un Señor, una fe, un bautismo» (v.5), resaltando que para poder guardar esa unidad hemos de caminar en el Espíritu, y no en los deseos de la carne. Hemos de dejar las cosas viejas y practicar las nuevas: «Despojaos del viejo

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hombre... y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios».

La dinámica que describe el apóstol Pablo es la de desves‑ tirse del mal para vestirse del bien. Dice el versículo 25 «desechando mentira, hablad verdad», en el 28 «el que hurtaba no hurte, sino trabaje», y en el 29 «Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes.» ¿Ves cómo se produce el cambio? Primero has de quitar de tu boca las palabras que destruyen, para luego poner las palabras que edifican. Así como antes de vestirse con ropa limpia es necesario desvestirse de la sucia, has de arrancar de tu lengua las palabras podridas antes de poder poner en ella palabras sanas. Esa es exactamente la expresión que usa Pablo en Efesios: «podrida». Dice literalmente que «ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca», y aquí «corrompida» viene del griego saprós: ninguna palabra «podrida», «inútil», «mala». El término saprós aparece también en el Evangelio de Mateo cuando se nos relata la parábola de la red:

«Asimismo el reino de los cielos es semejante a una red, que echada en el mar, recoge de toda clase de peces; y una vez llena, la sacan a la orilla; y sentados, recogen lo bueno en cestas, y lo malo [saprós] echan fuera» (Mateo 13:47‑48).

En esta parábola de Mateo los peces son las personas, que arrastradas por la red son llevadas a la playa, donde les espera el juicio final. En aquel gran día, los ángeles separarán a los justos de los injustos. Unos serán ateso ‑ rados, y otros serán echados fuera. Pero ahora, en las palabras que pronuncias cada día, es tu lengua la que ha de discernir entre lo bueno y lo malo. Tu lengua ha de separar las palabras justas de las injustas, atesorando

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unas y desechando otras. Hoy tu boca es una gran red que recoge palabras de todo tipo, y tienes delante de Dios el deber de olvidar las palabras podridas y pronun‑ ciar las palabras sanas que construyen unidad. Sin duda, de la boca de un cristiano no debieran salir nunca insultos, blasfemias, maldiciones, conver‑ saciones obscenas, chistes verdes... Que gran contra ‑ dicción sería que de la misma boca salieran palabras para edificar y palabras para destruir. Hablando de la lengua dice el apóstol Santiago:

«Con ella bendecimos al Dios y Padre, y con ella maldecimos a los hombres, que están hechos a la semejanza de Dios. De una misma boca proceden bendición y maldición. Hermanos míos, esto no debe ser así. ¿Acaso alguna fuente echa por una misma abertura agua dulce y amarga?» (Santiago 3:9‑11).

Si comparamos las palabras con ladrillos, veremos que los ladrillos son una gran bendición en manos de un albañil experimentado porque con ellos puede construir una hermosa casa, un colegio, una iglesia. Por otro lado, los ladrillos pueden suponer un gran peligro en manos de un delincuente, porque con ellos puede destrozar escaparates, automóviles, ventanas e incluso herir a las personas. Dios te dio la capacidad de hablar para crecer en unidad, con Él y con los demás, pero el enemigo usó las palabras para traer desunión y vergüenza. Ahora tú has de escoger en que bando estás. Recuerda que tus palabras son como ladrillos. O destruyen, o edifican. O dividen, o unen. O hieren, o sanan.

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