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josé natsuhara
JosÉ Natsuhara
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Caminen estampitas a mis manos de canción
Era un cielo que se contenía a sí mismo en un vaso de cristal, una botella destapada en el cerebro de la yegua que relincha en el acto impenitente de la noche: es el ping pong olímpico de la mesa fragmentada, donde la luz se hace una arena fina sobre la espalda ondeando en las estúpidas facciones del peñasco o el salto largo. Hay una alambrada entre estas nubes que caminan entre la fachada de aventura y el plagio del suicidio, una serpiente que se enrosca en el corazón de las que vienen y se van del hotel en el que planto las veredas, las turistas. Caminen, caminen, estampitas y desgasten sus suelas de chispa en mi sabor de moras en sus hamacas de pestañas. Me sorprenden en las mismas acequias, saltando de sus camas a la ingenua Guerra Santa de mí mismo, el partido con el Bayern, el Milan enfrentando en la final al Barcelona, a la serpiente que driblea y es aliento podrido de dementia: ante esa Tierra yo sostenía esta cerveza y era arcángel, una lanza que atravesaba la espesura del tráfico y las multitudes agolpadas en la vida líquida de las pantallas; una ternura que vencía a las lenguas de un verano sin los nombres de las artefactas inquilinas de mis dientes. Así es un hombre que escribe con un puño cerrado dentro de otro puño: Un cielo que se llena de pétalos filosos hasta cubrir los cuerpos de blusas rotas que se ofrecen entre tajos y una dulce mano de canción.
Dichos
Que la inmortalidad se lograba al beber el rocío de los astros (decían) Que la sabiduría se alcanzaba al dormir en el espinazo de la eternidad (decían) Que la perdición se ganaba al clausurar los ojos del cielo (decían) Que se ganaba tu mano si bromeaba con el dios definitivo (decían) de murmullos y envidias están llenas las conjeturas de decires y pretensiones se traza al camino al tamiz de negaciones e imposibles se tejen los abismos de eso y más decían al borde de tu momento mientras yo arrojaba el ramo del olvido
Honey Escand Ó n Eduardo Omar