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1r de Batxillerat “Verde esperanza” Joana Arimany i Malik
“Verde esperanza” Joana Arimany i Malik / 1r de Batxillerat
LLENGUA CASTELLANA_PROSA_2N PREMI
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En la estantería más alta de mi armario reposa la maleta verde esmeralda de tamaño mediano que ha viajado conmigo durante más de diez años. Me ha acompañado en el viaje en que salí por primera vez de mi continente, para sentir los olores y sonidos de los mercados coloridos de China. Estaba a mi lado en el fresco viaje invernal a Rusia mientras la nieve caía silenciosa encima de los tejados y las aceras. En la frenética y atareada América, llena de gente cargada de bolsas que caminaban a un rápido paso. En la maleta se han sentado amigos y familiares mientras esperábamos vuelos atrasados en aeropuertos desconocidos. Luce cubierta de pegatinas de todos los países en que ha puesto sus ruedas. Aún tiene la tarjeta de embarque del último viaje ligada a su asa.
Pero hoy, deja su lugar para ser reemplazada por otra. La cremallera de la maleta no desliza lo suficiente para poder cerrar la maleta, que no hace mucho podía albergar ropa y souvenirs de cada viaje. Miro las llamativas pegatinas de cada sitio en el que he estado, y una por una las arranco con delicadeza para guardarlas en un sobre. Un recuerdo para perpetuar todo aquello que viví. Mientras bajo el ascensor para dejarla al lado de los contenedores delante de casa, veo en el espejo mi reflejo y el de la maleta, que sin saberlo sabe más de mí que muchos otros. Y cuando llego abajo, la dejo en un lugar de los muchos en que aún no ha estado. La miro una última vez con la esperanza de que a lo mejor su camino no terminará aquí. A lo mejor va a ser el compañero de alguien que la llenará de nuevas experiencias y lugares. Puede que sea la nostalgia de los recuerdos o tan solo el momento, pero siento felicidad.
Al otro lado de la calle de mi casa, encima de un escalón, descansa un hombre sin techo rodeado de maletas. La maleta más grande es de color marrón y le falta una rueda, y dentro guarda recuerdos de su país en el que no ha vuelto desde hace años. Las bolsas que le roden son de plástico del supermercado del vecindario, y dentro hay ropa que ha ido
190 recogiendo de los contenedores de la ciudad. Al lado hay una cartera pequeña de color azul donde guarda el dinero que pocas veces alguien le da. Hay una última maleta de niño de color naranja donde guarda una manta y una botella de vino.
Su rutina consiste en beber para no tener que comer y dormir saciado por el vino. En el barrio todos lo conocen, pero él no conoce a nadie. No reconoce las caras de pena de algunos vecinos ni la de desaprobación de otros. A veces cuando ve a un niño pequeño que pasa por delante de donde duerme y está lo suficiente sobrio para hablar, le hace preguntas con una sonrisa que enseña los pocos dientes que le quedan. Los niños asustados se acercan a sus padres, y como muchas otras personas, se alejan del hombre.
Él y sus bolsas y maletas han sobrevivido la caída de las hojas de los árboles en otoño, las frías noches invernales, la llegada de las golondrinas en la primavera, el calor abundante en pleno verano, año tras año. Quién sabe la historia de todo su bagaje. Toda la carga que lleva tendría un inicio. Un inicio que a lo mejor nadie recuerda cómo empezó, ni siquiera él, pero que ha terminado en las pésimas condiciones de vivir en la calle, donde nadie debería vivir.
A mediodía el señor vagabundo despierta y mira atónito la maleta verde esmeralda de los contenedores de enfrente. Me pregunto si le va a gustar y si la maleta va a seguir albergando experiencias felices para su nuevo dueño.