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EMBAJADORA DE FRANCIA

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GRAFISMOS

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Una feminista en la embajada “Nunca hubo una mujer acá. Los hombres querían quedarse con este lugar tan hermoso”, dice Claudia Scherer -Effosse, la máxima representante de Francia en Argentina.

Por IRENE AMUCHASTEGUI Fotos EVE GRYNBERG

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Entre la oficina que Claudia Scherer -Effosse tuvo hasta 2012 en el Palacio Ortiz Basualdo de Retiro y el despacho principal de la mansión, que ocupa ahora como embajadora extraordinaria y plenipotenciaria de Francia en Argentina, hay solo un pasillo. Un pequeño paso para el hombre, un gran salto para el feminismo. “Quiero ser franca, nunca imaginé cuando me fui de Argentina en 2012 que iba a regresar como embajadora. Nunca hubo una mujer embajadora acá. ¡Los hombres querían quedarse con este lugar tan hermoso!”. Su nombramiento, explica, no respondió a las normativas de cupo femenino que rigen otras designaciones en el servicio exterior francés, pero sí expresa “la voluntad política del presidente Emmanuel Macron no solo de poner a mujeres embajadoras, sino en particular de hacerlo en países del G20 y así decir que nos tiene confianza para dirigir embajadas en países con peso en la política internacional”. Para Claudia, que había vivido en Buenos Aires entre 2008 y 2012 como ministra consejera de la sede diplomática, esta nueva designación en 2019 tuvo mucho de reencuentro, después de cuatro años como embajadora en Tallin, Estonia.

De orillas del Báltico a orillas del Riachuelo…

Todo es muy diferente, pero eso es parte de lo fantástico de trabajar como diplomática: vivir a fondo cada país donde uno está. En Estonia casi se me había olvidado lo que era Argentina: el sol, el clima de Buenos Aires, que yo adoraba ¡y mi hija más…! La vida en esta ciudad es padrísima, la energía, los restaurantes, la oferta cultural, la calidez de la gente… Los argentinos están siempre sonriendo, por difícil que sea la situación. Me impresiona que la gente se vea tan contenta ¡cada vez que se encuentra! Esta última observación iba a resonar de un modo muy distinto al escucharla en la grabación poco tiempo después de la entrevista, ya con la amenaza del Covid-19 imponiendo el aislamiento social. En otro mundo, con otra diplomacia, en el que el cierre de fronteras surgiría, paradójicamente, como una forma de unión internacional contra el coronavirus, enemigo común, y en el que la odisea de las repatriaciones movilizaría a esta y a todas las embajadas. En una pared del despacho de la embajadora, un hombrecito de sombrero y corbata, de esos que andan por los cuadros del cordobés Antonio Seguí, camina en el aire, entre un Obelisco y una Torre Eiffel de trazos inconfundibles. Es uno de los cambios que introdujo la actual ocupante. “Esta obra estaba en la entrada de la residencia cuando llegué y pensé que luciría mejor aquí en la embajada. Un muy buen ejemplo de los vínculos entre Francia y Argentina, este artista que es un puente”.

“La vida en esta ciudad es padrísima, la energía, los restaurantes, la oferta cultural, la calidez de la gente… Los argentinos están siempre sonriendo, por difícil que sea la situación”.

¿Qué áreas se planteó como prioritarias al hacerse cargo de la embajada?

Me gustaría no tener un área privilegiada, porque la relación con Argentina es tan diversa que me parecería una lástima. En Estonia, por ejemplo, se podía trabajar en ciertos temas, pero no en todos. En cambio acá sí. La cooperación cultural, científica, universitaria es muy importante. ¡Diría que casi no me necesita! Acompaño con mucho gusto, pero ya funciona muy bien por sí misma. No a todos los embajadores les gusta la diplomacia económica, pero a mí me encanta. Me fascina, no tengo suficiente tiempo por ahora, pero adoro ir a visitar empresas y plantas. Cuando estuve aquí antes, fui a conocer las centrales nucleares Atucha. Es un área en la que me quiero meter bastante. Y la política me interesa especialmente, trabajé muchos años en embajadas como encargada de política interior y conozco la historia también: ¡a veces parezco una veterana conversando en las reuniones! Su marido, un ingeniero que hace cuatro años se retiró para seguirla, la acompaña en Buenos Aires. Sus dos hijos, que pasaron parte de su adolescencia en Argentina cuando era segunda de la embajada, hoy

viven en París. En la ciudad de Metz, en la región francesa de Lorena, fronteriza con Alemania, siguen su padre y su madre, una mexicana que en los años 60 tuvo que elegir entre la diplomacia y el matrimonio, resignó una carrera ascendente y crio a cinco hijos. Claudia (“María Claudia, en realidad, porque los nombres al estilo

mexicano siempre son María algo”, aclara ella) es la mayor. Aprendió el español en la infancia, comunicándose en ese idioma con su madre, en un hogar signado por el multiculturalismo. No parece difícil explicar su vocación. “Mi mamá, como diplomática mexicana, empezó trabajando un par de años en su país y después la enviaron a París. Allí se encontró con mi papá, se casó y tuvo que dejar su carrera, porque en el sistema mexicano de servicio exterior, no sé ahora, pero en ese entonces, si uno se casaba con un local, tenía que pedir traslado a otro país. Mi mamá estaba más avanzada en su carrera que mi papá, que acababa de recibirse de ingeniero y recién iba a empezar la vida profesional, pero en esa época, 1966, era difícil imaginar que un joven ingeniero siguiera a su esposa. Ella era una diplomática en la embajada, Francia era su primer destino en el extranjero, había estudiado ciencias políticas, se había criado en Alemania, Suiza y Estados Unidos… Tuvo que dejar”.

Que usted, su hija mayor, se dedicara a la diplomacia es una revancha entonces.

¡Eso! Exactamente.

Scherer -Effosse suele bromear al respecto con su madre. Muchas cosas cambiaron en medio siglo. Antes de despedirse, agrega: “Sobre el tema del techo de cristal, que en buena medida está en la mente… Muchas mujeres, en cierto momento de su carrera, piensan: no voy a poder. Tienen que darse cuenta de que sí. Ojalá que mi experiencia personal les sirva para decir: es posible”. n

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