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YENDO DE LA CAMA AL LIVING
Yendo de la cama al living ¿Hay un look para los intercambios virtuales? ¿Qué denota el uso de un pijama de seda? ¿Qué prendas podrían despedirse para siempre? Vestimenta y nuevos códigos.
Por DANIELA LUCENA Ilustracion MARIA REBOREDO
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El mundo social es un mundo de cuerpos vestidos. La indumentaria nos hace legibles ante los demás. Comunica quiénes somos y al mismo tiempo brinda información sobre nuestro universo histórico y cultural. Pero ¿qué ocurre cuando el devenir cotidiano tal como lo conocíamos se suspende y casi todas nuestras interacciones quedan confinadas al hogar? Si la vestimenta nos prepara para la vida pública y es la ropa la que transforma nuestro yo íntimo en un yo social, ¿qué pasa con las prácticas del vestir durante la cuarentena? El mundo de las apariencias también se transforma al ritmo inusitado de esta nueva realidad donde un virus nos llevó, sin permisos ni preámbulos, a reconfigurar nuestros modos de habitar y pensar.
Una de las primeras prendas que muchas mujeres dejaron de usar en estos días de confinamiento obligatorio fue el corpiño. Los días sin él parecen traer una sensación de alivio y libertad. Sin la presión social de constreñir y modelar el busto, no son pocas las voces que aprovechan la coyuntura actual para rebelarse y pedir que abandonemos definitivamente su uso. Lo cierto es que esta crítica no es nueva: desde hace ya varias décadas muchas feministas pusieron el ojo en el disciplinamiento de género que opera a través de las prendas. Cinturones de castidad, múltiples enaguas, corsés, miriñaques, fajas y soutiens son parte de una historia en la que la ropa interior femenina aparece como sinónimo de sensualidad, pero también de sufrimiento ¿Cuerpos holgados, conductas holgadas? Reabierta la discusión, tal vez sea este un buen momento de reinventar sus sentidos y funciones.
“Ya no recuerdo cómo se siente un jean”, escribía alguien en Twitter días atrás. De emblema de la sociedad industrial a símbolo de igualdad y rebeldía juvenil, supo evolucionar y reconvertirse de acuerdo con las costumbres de cada época. La cuarentena, sin embargo, parece poner en jaque su popularidad. A pesar de sus esfuerzos por volverse más cómodos y adaptables, los jeans tienden a la estandarización, olvidando las particularidades corporales de cada individuo. Y esa uniformidad que nos hace transitar la calle sintiéndonos parte del grupo no resulta atractiva ni necesaria en la privacidad de nuestras casas, donde podemos andar libremente sin el peso de la mirada del otro. ¿Podrá esta prenda superar el encierro y volver a ganar el exterior sin perder vigencia?
Una nueva hegemonía parece configurarse ante nuestros ojos: llegó la hora del pijama. Sus fotos se vuelven moneda corriente en las redes sociales. En su versión fashion, se transforma en un símbolo de ocio y distinción social. Con sus telas de satén o sus hilados puros de lana y algodón, traza el círculo de quienes tienen el privilegio de disfrutar el tiempo libre y experimentar distintos placeres mundanos. En su versión desaliñada –ese buzo viejo o la camiseta de un ex– los pijamas nos traen un mensaje: el mundo se detuvo y nos quedamos pedaleando en el aire. Como dijo la psicoanalista Alexandra Kohan: “La vida cotidiana está llena de rutinas y hábitos que son, en definitiva, los que arman el entramado de la realidad de cada quien. Se desgarró ese entramado y no hay con qué volver a coserlo”.
Mientras tanto, con el trabajo remoto, quienes no pueden abandonar las obligaciones laborales debieron transformar sus hogares en oficinas o aulas virtuales. Allí las cosas toman otra dimensión: la vestimenta sigue como sistema de señalización que nos vuelve presentables, respetables e incluso deseables. A la hora de diseñar, es fundamental concentrarse en las prendas de arriba y prestar especial atención a los cuellos, estrellas indiscutidas de las cámaras web. También los maquillajes cobran un nuevo protagonismo: la industria cosmética sabe mucho del rostro como expresión privilegiada de la persona.
Tal vez los más perjudicados sean los zapatos y las zapatillas. Para estar en casa no son necesarios, pero al salir se convierten en parte del uniforme de combate que nos permite enfrentar el desafío de andar por la ciudad semidesierta. Al volver, cargan con el estigma del posible contagio. Así vemos cómo los halls, garages y paliers se llenan de calzado que es confinado al exterior del hogar por miedo. Pero, como sabemos, las categorías son móviles y el menosprecio de hoy puede convertirse en la gloria de mañana. Pasado este tiempo inédito, volverán a ser ese símbolo indiscutido de identidad y estatus que utilizamos para hablar de nuestros gustos y creencias. Y, lo más importante, serán el vehículo que nos permita reconectar con el afuera, para recrear con los otros la nueva vida colectiva pospandemia. n
Los días sin corpiño parecen traer una sensación de alivio y libertad. No son pocas las voces que aprovechan la coyuntura actual para rebelarse y pedir que abandonemos definitivamente su uso.