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ORTODOXO EL QUE MIRA
Cuánto de curiosidad y cuánto de prejuicio hay detrás del éxito de Poco ortodoxa, la serie que se estrenó en cuarentena.
Por FACUNDO ABAL Fotos KOVI KONOWIECKI
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Quizá el rutilante éxito de Poco ortodoxa, la miniserie que estrenó Netflix sobre la lucha de una joven de una comunidad judía de Brooklyn para lograr su independencia, reconfirme algo que siempre queremos barrer bajo la alfombra: lo verdaderamente ortodoxo es nuestra mirada sobre el diferente. Ese otro presentado como exótico, lejano y peligroso va cambiando de forma según se acomode el prejuicio. Puede ser oriental (y origen de pandemias), joven (apático o descarriado), o ¿por qué no? mujer (que pone en jaque los privilegios de una sociedad patriarcal). Lo curioso es que esos mismos espectadores que celebran en clave de emancipación femenina no pueden advertir la doble vara para medir las costumbres de una cultura que no es la propia. Pero está claro que el mundo de los humanos es extremadamente complejo para abarcar en una serie. La televisión siempre tiende a la igualación de lo desigual, a invisibilizar los contrastes, a prescindir de las diferencias y a un mundo polarizado.
Esta vez la fórmula maniquea cayó sobre una estrictísima comunidad judía que parece reunir todos los elementos para la construcción estereotipada y el morbo de nuestra nunca inocente curiosidad. Su vestimenta va por un andarivel alternativo al de la moda, hablan en un idioma que no circula en las grandes capitales del consumo y se casan entre ellos para no cambiar. En la serie, los “otros” son malísimos frente a un “nosotros” edulcorado y sin tensiones. La familia judía es asfixian-
te, proclive al juego clandestino y hasta a la portación de armas. En cambio, los amigos que la protagonista hace en menos de un minuto en su viaje son abiertos y conectados con el deseo, sin ningún tipo de contradicciones. Las reglas del melodrama clásico solo cambian de paisaje para seguir vendiendo. El personaje más interesante en matices parece ser Yanki Shapiro, el judío casado por arreglo con la protagonista, que sufre el tironeo entre el deber y la empatía. El resto son blanco o negro.
Silvina Chemen, una de las pocas rabinas de Argentina, que pertenece a la Comunidad Bet El y se reconoce feminista, sostiene: “Las definiciones puras no existen. Incluso el feminismo es un abanico amplio de movimientos reivindicando igualdad. Pensar a la comunidad judía como una generalidad es un falso dilema. El judaísmo es una tradición interpretativa y por tanto hay distintos grupos y orientaciones, que difieren en las miradas, entre ellas, la cuestión de género. En la comunidad que yo lidero, la equidad de la mujer es absoluta. Los varones también son feministas, ya en el hecho de que me sostienen a mí como líder. No se impone por decreto un abrazo a la inclusión, sino que se trabaja, se enseña y se transmite con amorosidad”.
En un video compartido en redes por la cuenta de Netflix en Argentina @CheNetflix, Emmanuel Taub, experto en cultura judía, explica varios de los puntos que llaman la atención en la serie y trata de despejar todo exotismo desde una mirada centrada en los ritos de algunas comunidades: “Dentro de la ortodoxia hay algo que se conoce como reglas del recato. El pelo es sinónimo de erotismo y cuando una mujer se casa, solamente se lo puede mostrar al marido o dentro de la casa, por esta razón utilizan pelucas, que al igual que el pañuelo o el tema de la ropa o de cubrir el cuerpo son parte de estas leyes, pero de una comunidad específica, no de la totalidad del judaísmo. Una vez que la mujer está casada, ningún hombre que no sea el marido la puede tocar. Es por eso que en la serie el rabino que tiene que iniciar la fiesta de casamiento utiliza el artilugio de la cinta negra que él agarra de un lado y Esty (la protagonista) del otro, y así pueden bailar, sin siquiera verse”.
Con una mirada indulgente sobre las repercusiones de la serie, lo positivo es que parece ser vista en clave feminista y eso habla más de las condiciones de recepción que de la serie en sí misma. Las múltiples luchas de los colectivos de mujeres en el mundo, y en Argentina en particular, hacen que se entienda como un viaje a
“El judaísmo es una tradición interpretativa y por tanto hay distintos grupos y orientaciones que difieren en las miradas, entre ellas la cuestión de género. En mi comunidad, la equidad de la mujer es absoluta y los varones también son feministas, ya en el hecho de que me sostienen a mí como líder”.
Silvina Chemen, rabina de la comunidad argentina Bet El.
la libertad o al autodescubrimiento. Pero incluso este horizonte de equidad es compartido por algunos sectores dentro de la comunidad judía. Chemen afirma: “La tradición judía desde tiempos ancestrales tiene posiciones muy protectoras con respecto al cuerpo de
la mujer. La serie de Netflix no debería cristalizarse como un único discurso sobre un judaísmo no liberal. Hay posiciones muy diferentes en relación con la sexualidad y el placer, por ejemplo, todos temas que a veces las religiones prefirieron legislar para controlar. Según la tradición judía el cuerpo no es sucio, no es pecado. No existe la polarización de un alma buena y un cuerpo malo”.
Por su parte, Kovi Konowiecki, fotógrafo que ganó el premio Taylor Wessing Photographic Portrait por los retratos que ilustran esta nota, sostiene en el texto curatorial: “Los valores de la familia y la unión sirven como piedra angular de la tradición judía, al igual que lo hacen para la vida de muchos de los que viven en la sociedad actual. Los temas de estos retratos existen en un espacio liminal entre la historia y la modernidad. Esta dicotomía, lo antiguo y lo nuevo, la modernidad y la tradición, captura la esencia de los sujetos: personas que definen sus vidas por una idea que encarna el mundo físico y místico, tal vez más que cualquier otra: la fe”. Tal vez se trate, nada más ni nada menos, de eso: la fe. Los modos con que los humanos le damos sentido a un mundo que cada vez más parece no tenerlo. n