SELF-IE - PORTRAIT - JOSÉ IGNACIO VÉLEZ PUERTA

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«SELF-IE - PORTRAIT» José Ignacio Vélez


SELF-IE - PORTRAIT 11 de junio - 08 de agosto José Ignacio Vélez Artista Manuela Velásquez Directora Sara Daniela Guarín Diseño Galería Lokkus Arte Contemporáneo Cra 36 #10A - 35 (Edficio La doble Elle) Medellín / Colombia www.lokkus.com 2020


«SELF-IE - PORTRAIT» José Ignacio Vélez


«SELF-IE - PORTRAIT» José Ignacio Vélez

Introducción Un día del año 2016 José Ignacio Vélez me dijo que había iniciado una serie de autorretratos que le tomaría todo ese año bisiesto, uno cada día entre el primero de enero y el treinta y uno de diciembre. Trescientos sesenta y seis autorretratos. Siento una especial atracción por los trabajos en serie, aquellos que al final, son una suerte de mirada interior, de indagación universal alrededor de un tema único que se desenvuelve por dimensiones insospechadas. En los años siguientes, cada vez que vi a José Ignacio mencionamos los retratos, él había subido algunos a su blog acompañados de reflexiones en torno a la experiencia que le había impuesto el proceso del retrato diario, pero no pasamos de allí. Un día me enteré de que iba a exponerlos en Lokkus Arte Contemporáneo y pude ver en la página web de la Galería uno de los meses del año: abril. Hice contacto con José Ignacio vía correo electrónico. Le anuncié que quería escribir un texto sobre los retratos pero que necesitaba ver más, no solo los de abril, quizá algunos realizados al principio y otros al final del año. Mi pedido incluía el primero y el último retrato. José respondió al correo y me hizo llegar por la misma vía retratos realizados en distintos momentos del año. Los consideré con atención en la pantalla de mi computadora, más de una vez los busqué para recorrerlos, entonces sucedió algo inesperado: la sensación de que necesitaba ver más retratos, un año es extenso y lo que sucede de un día al otro puede estar al origen de situaciones inesperadas sobre todo si se trata de uno cada día. Quería verlos verlos todos, si era posible, mirarlos de cerca, entrar en ese espacio, establecer una suerte de conversación con ellos, hablar de momentos, de devenires; pasarlos y repasarlos. Hice el pedido a José y entonces recibí en mi correo los trescientos sesenta y seis retratos que hacen parte de su proyecto “Self - ie - Portrait”.

Inició así un encuentro con los autorretratos de José que ha tenido varias fases. Primero, acercamiento a una conversación que no iba a ser él sino con sus autorretratos: lo que dijo, insinuó, quiso decir, logró y no logró en ellos. Los meses pasan, los días, el tiempo, el sol, la lluvia, los viajes, todo es sujeto de retrato aunque su representación no figure. Segundo, hablaríamos poco de técnicas o materiales; los momentos, las expresiones, en algunos casos los borrones o las texturas, mezclas de colores, de apariencia espontánea pero seguramente impuestas por el día, la hora, el ánimo serían más presentes: días de cuerpo entero, seguidos de días con primeros planos al detalle o días por las nubes con copas de árboles al alcance de la mano. Tercero, el contacto con el papel, del mismo tamaño cada día, manifiesta, antes que la técnica: dibujo, acuarela, pluma, seguramente óleo y acrílico, incluso mezcla de material impreso con dibujo o pintura, un designio interior, la representación del instante, del ánimo o del pensamiento. Quizá por eso la representación no es la literalidad, en algunos casos dejó de lado el parecido y se concentró en detalles, formas, colores, texturas. El cruce con los autorretratos de José Ignacio Vélez es a trescientas sesenta y seis voces, cada día viene con su voz. Algunos gritan, otros callan, los hay que murmuran, ríen o parecen sonreír. Cuando el retratado mira para otro lado la pregunta es ¿qué estará mirando?, ¿qué llamó su atención?, ¿qué vió? y sobre todo qué ve él, retrato de él mismo. Es una aventura vivida en su totalidad del primero al último día. Conversar con el retrato me llevó tras los autorretratos de José Ignacio, seguramente, de mirarlos y remirarlos, la elaboración de lo sucedido aquel año se reflejará en otras obras, en otros momentos, en otras reflexiones. Recorrer sus retratos es una aventura misteriosa que abre múltiples espacios de representación.


2016 Cada retrato es un momento. Una mirada. Un lugar. Una hora. Incluso una banalidad tan visible como afeitarse. Puedo seguir sus estados de ánimo. Escucho su barba crecer. Sucedió en los primeros doce o trece días del año. Fue entonces cuando caí en la cuenta de que había emprendido un viaje con un compañero que se dejaba ver una vez al día, de improviso y manifestaba un gesto, una mirada, incluso algunas palabras. Una mañana me dejó ver en la palma de su mano una araña pollo y los días siguientes estuvo serio, hasta que recuperó el color. Después vino la duda. Mirada inquisidora por encima de las gafas: ¿qué hay allá, al otro lado del papel? Hacia finales del mes con la barba crecida llegó en plena oscuridad bajo una luz que solo dejaba ver trazos. ¿Hablamos? No hablamos, no había necesidad, los trazos a veces seguros o solo líneas, eran suficientes para significar el momento. Un día, el veintinueve, amaneció borrado, tachado, con la pesadez de la hora, ¿qué hora es? no lo sé, él tampoco. El treinta y el treinta y uno la luz del amanecer y la mirada evocadora del día siguiente son un intento por presagiar lo por venir. Al día siguiente parece que tuviéramos todo el tiempo para la precisión y el ensayo. La imaginación no se detiene: estoy, no estoy; los colores toman su lugar, no está, ensaya, quizá piensa otra cosa o ya está en otra parte. Aparece la tensión. Dudo. Con certeza él duda también pero al paso de los días los detalles son un paliativo para la duda. Su presencia se hace más elaborada. Los momentos de tensión pasan, el trazo se abre a un juego con el tiempo que no está exento de nostalgia. La necesidad de ir más allá del momento o de la idea puntual, se refleja en la historia cercana, familiar. Sus trazos son palabras. Hubo días, hacia mediados de mes que la nostalgia de otros tiempos salió a la superficie. Las tensiones llevan a juegos de palabras, de imágenes: de cerca, desde ángulos inesperados, sobre papeles trabajados, entre texturas y sonrisas, la nostalgia obra como vehículo de la conversación. Los retratos diarios son como mantener la respiración bajo el agua, me digo. No se trata de mecánica, la disciplina del retrato diario es el encuentro con una representación distinta cada día, sí, insisto, es como mantener la respiración bajo el agua. Los trazos, por aquellos días, se hacen tan rápidos como el tiempo, tres minutos para un encuentro, cinco para otro, quince para otro. El juego con el tiempo se afianza, fluye y se amplía con la presencia de los maestros:

Velásquez, Cézanne, también Giacometti y Bacon. El lenguaje se enriquece y la sensación de haber traspuesto un dintel se afianza, sin embargo la tensión se refleja en la mirada fija, brillante que se deja ver por partes, el ojo derecho viene con días de retraso a unirse al izquierdo y se nota cierta angustia, angustia que lleva al sueño. Sin embargo el retrato no duerme, sueña que duerme. Los encuentros con los maestros se mantienen y dan lugar a situaciones inexplicables, quizá venidas de conversaciones anteriores con ellos: el mercado en Africa; el turbante, no el de Cézanne; y una suerte de trasiego, de mezcla entre ver y no ver. El reflejo reaparece como una prueba de presencia y el momento es importante porque retrato ya no es el autorretrato es: Velásquez, Giacometti, Bacon, Cézanne y cuando no es ellos vuelve al reflejo. Es necesaria una fuerza constante para desbordar la representación propia, un ir y venir de interior a exterior. De repente una luz se aventura a su trazo, a su mirada lejana, a sus momentos de reposo. Se trata de un ir y venir entre ser y volver a ser, o ser solo ser y dejarse llevar por los maestros. Las miradas intensas que ven más allá del papel, de Egon Schielle, hacen también parte de los retratos que son autorretratos en otros. Ojos que buscan, barba crecida y ojos inquisidores que presuponen tensiones, exteriores. No olvido que me encuentro con un dibujo, un retrato y, como dibujo, lo visible representa a quien lo realizó pero también el instante en que lo realizó. El retrato es un dibujo, mis encuentros son con dibujos o pinturas o una representaciones que pasan de una mirada intensa a dudar si es posible y luego se detienen en las letras de molde de la protesta, grandes como gritos que traspasan la cara, la barba, los ojos. Es una conversación intensa. Protesta en titulares de periódico, fotografías como la del chivo que no se sabe si está resignado o tranquilo, el exterior marca el recorrido del retrato. Quizá cansado, el retrato cierra los ojos pero no duerme o imagina, solo pasa; entro, o salgo, o me encuentro con personajes que vienen de otros tiempos, o tomo su lugar, o me mezclo como si lo hiciera con la multitud en la calle, me mezclo hasta el cansancio. Hasta que llegan días que presagian días fuera del papel. Días de imágenes esperadas, deseadas, vistas, propias, que en un instante, de un día al otro en el retrato es un instante, toman su lugar y confirman lo dicho, lo descubierto, lo escrito hasta ahora: el retrato es también lo que rodea o imagina el retratador. Una noche entiendo que cada dibujo es un comprender, cada dibujo es una nueva dificultad, un nuevo momento; miramos el momento,


el objeto y no dejamos de impresionarnos, de aprender, uno se mira y es uno, y vuelve a mirarse y es otro, el otro. El dibujo se mira, se sabe, se conoce y no descarta la posibilidad de ser el otro con la certeza de que siempre lo será, aun si apenas se esboza, se traza o intenta disimularse. El retrato es el retrato y es el otro, siempre es igual. Juega, se esconde, se camufla pero no puede dejar su esencia, detalles que lo representan, un delantal, es otro camino para significar el otro y trae consigo el día a día, sería imposible que no. Y con el día a día vienen poemas que evocan la violencia y casi de inmediato, al día siguiente, el jaguar sale de su terruño y mira asombrado. Es necesario entonces mirar hacia allá, hacia el otro lado donde todo sucede, todo se manifiesta. Descubro entonces que los retratos tienen la posibilidad de ver dónde sucede lo que sucede y lo representa, la literalidad de la representación no entra en juego, allí está su secreto. Una mañana me abracé a un árbol parece decir el retrato y se mostró abrazado a un árbol alto; sin embargo, al día siguiente sería tan pequeño que es el árbol quien lo abraza hasta casi hacerlo desaparecer. Todo entra juego. Los objetos hacen su parte, el espejo, el reflejo, el tazón tan cercano a la tierra que no abandona sus tonos naturales; una manera de volver a la realidad del reflejo, de medio reflejo, con eso parece suficiente. Por el momento. Un sábado la carraca de El Durero, azul resplandeciente, interrumpe, espera, parece mantener su presencia hasta el día siguiente y el siguiente; la mirada va más allá y sin prevenir se posa en la manos, lo único creíble, posible, palpable. Mayo está a punto de pasar. Rígido y desnudo el día siguiente, y el siguiente, en el mismo lugar y en la misma pose, no se mueve, solo está, espera el paso del mes. Espera hasta un día en que, la casa en la cabeza como el caracol, un sol intenso en el cielo sin nubes, lo liberen del momento, del estar aquí y en otra parte. De nuevo el otro. El sol, el calor, el tono rojo, las sutilezas del tiempo hacen su parte. La cercanía del verano marca las texturas, la naturaleza se expande. Es lo que sucede aquellos primeros días del mes, ricos en texturas, en tonos y en expresiones que parecen tranquilas, pero de mirada profunda. Las divas tahitianas de Gauguin, otro visitante, insinúan el cielo cálido del Pacífico, evocan otros tiempos; la memoria, la casa, el clima, invitan a volver al interior, invitan al poema donde el amor se expande. La sensación de que los encuentros son al caer del día me alcanza a cada momento, debe ser porque una noche las palabras se repitieron como las estrellas en el cielo o porque en días anteriores, después de algunos trazos que

duran lo que dura una palabra y pasan a la siguiente me pareció ver terminar el día. Pero el sol retorna. El dieciséis es especial, la figura se desvanece y solo queda la voz, testimonio y duda y confirmación de que siempre se hace lo mismo y en esa acción está la esencia de la representación, de su representación que va de plantas a animales a cosas. En los días siguientes adivino la escalera que toca la nube, la pose de la espera y la figura enjalmada en el bosque bajo el sombrero negro. ¿Duda? Al día siguiente con la cara apoyada en las manos, espera, ¿qué?, ¿una confirmación?, ¿un trazo? Deduzco que en momentos así la intervención de los objetos en constante relación: casa, río, escalera, pájaro, nube, piedra, montaña, serpiente, espiral, silla, taza, canoa, mesa, árbol, en fin, todo, todo se relaciona, todo está, incluso la partición en fragmentos o la ralladura que oculta como una tela poco transparente, que deja el retrato más allá a pesar de su presencia cercana; su mirada y seguramente su mente están lejos, tan lejos como aquí mismo. En julio, el día fragmentado y tres con colores disimula la presencia. Al día siguiente un amigo común, Joan Miró, se presentó y por poco toma su lugar. La visita que supuse corta, estaba aun presente al día siguiente. Entonces aparecen cambios que parecen deseos, la barba hasta la mitad, la barba completa, las gafas. Al cabo de cuatro o cinco días solo veo brillos en su cara; una planta, ¿una cheflera? se interpone y no veo más su cara. Al día siguiente su expresión sugiere preguntas, ¿en qué pensará? me pregunto. El silencio impone preguntas. Su pensamiento traza una espiral a la izquierda, la posibilidad de la línea en sentido contrario sorprende y se refleja en la mirada quieta del martes, el miércoles la mirada devuelve trazos y la figura se simplifica, ¿es él?, ¿no es él?, ¿es un ejercicio convertirse en trazo?, ¿un ejercicio que se marca en azul?, ¿es la respuesta a la duda? La mitad de él desaparece. No, no es él, quizá sí. ¿Duda? Una de aquellas noches el recuerdo de van Gogh pasa en trazos como estrellas; el árbol se interpone y vuelve el juego: aquí estoy, aquí no estoy. A la mañana siguiente una nube entra y cuando se la lleva el viento deja una huella en el retrato que se extiende desde tonos aguados de tinta hasta tonos de follaje, de cielo y de piel. A pesar del cambio de luz, de hora, de intención y de tonos, se ausentó hasta casi desaparecer, pero el rastro de su presencia quedó. No hay duda. Es el juego, es el espejo, que duplica, ignora el reflejo y vuelve a él pero de lejos. Alejarse, disimularse, cambiar, y para eso inventó trozos de plantas, de hojas tan grandes que solo dejan ver un ojo y, como en sueños los cierra y siente


una oscuridad que no es la noche, es el paso de las horas y los días. De cerca y de lejos con apariencia de venir pero sin acercase es como si no quisiera estar o estar quieto, sin moverse, con la mirada fija y en la búsqueda del estar se deja llevar por la desnudez y se aleja, se pierde tras la luz hasta convertirse en huella de luz que absorbe el cuerpo, huella doble, dos días siendo huella o detalle al claro oscuro, dos días, y cuando las nubes aparecen y él se aleja, pero no con ellas, tras ellas, hasta ser nube, hasta ser huella, hasta ser trazo franco que denota presencia, trazo con lugar y nombre como marca indeleble. De la marca, que tomó energía y tiempo, pasa a la risa, quizá a la carcajada. Ríe, su reflejo ríe. Reímos. La risa del momento, pasa a ser sonrisa disimulada y vuelve a la huella y la huella se adelanta a la mirada, ver, no ver, definir lo que se quiere ver que no es lo que se ve. El veinte es un día disímil, lo mismo que el veintiuno en el mismo lugar de la semana anterior pero sin trazo y sin perspectiva. La huella deja de ser huella y pasa a ser visión, objeto, mano; el veintitrés es evidente el sueño ¿todo ha sido un sueño? Las cosas pasan, las personas pasan, dejan su trazo y en la misma acción borran el trazo existente, sin embargo no dejan de ser líneas de una camisa a cuadros o líneas de la mano o líneas de un personaje interior que no busca. Tonos y colores que expresan momentos. Cada momento tiene su momento. Nos encontramos frente al campo, cuando expresó el deseo de mimetizarse bajo la sombra del ala del sombrero o tras las manchas que sin ojos ven y por eso ríen. Decido esperarlo. El sombrero, la mirada, una cierta sonrisa marcan el primer día del mes. Luego una mirada al cielo, una actitud de ensueño y cuando anochece y la mirada brilla, la luz se refleja, ¿qué ve? Pasan cuatro días hasta que un gesto parece descomponer el momento. El gesto desaparece la figura se disuelve, el anochecer se disuelve. El no querer estar se mantiene y reaparece al día siguiente pero se disuelve entre nubes. Vuela, todo ha sido una preparación al vuelo. Lo primero en tierra extraña es encontrarse, ¿quizá un membrillo? Todo instante pasa a ser un reconocimiento, del detalle, de los alrededores. Los espejos y las vitrinas son espacios de encuentros, de sorpresas. Todos los estados, las horas, las figuras pasan por el sentir hasta el reflejo en una mano abierta, levantada que llama, hace señas, indica que ahí está él con su mano o su mano con él. Los objetos toman su lugar, uno es lo que tiene alrededor. La necesidad del retrato se queda quieta o se llena de trazos ingobernables como el día dieciocho. Entonces es necesario tomar distancia, alejarse, mirar para otro lado o mirarnos

partir hasta llegar al lugar, objeto natural o cosa conocida y sumergirse de nuevo en la liquidez del momento, colores, acuarelas, recogimiento que domina todo y vuelve la presencia. Sin embargo es necesario confirmar la presencia; la tecnología, lo más inasible, es el útil para lograrlo, selfie y retrato, self-ie y autorretrato. El beso confirma la presencia del otro de los otros que rodean y no solo de los otros, la naturaleza, el bosque, el sueño. En el reconocimiento y la integración en uno, en la nada de uno, está el retrato; es un juego que se juega creando otras figuras, se crea mirando a los otros, ¿qué hicieron?, ¿por qué?, ¿para dónde van? Hay días que son descubrimientos, un atuendo cambia la estructura, aporta intimidad. En ocasiones es otra cosa, en ocasiones, el momento, la hora, el estado dominan. La lejanía, la distancia, el adentro y el afuera también están al interior del retrato. Chagall es un sueño; el Paraíso también y en sueños uno está. El sueño y el retrato son como un ir y venir de la representación; del sueño, al objeto, a la ensoñación, a la mirada más allá al otro lado de la hoja. No hay nada entre el retratado y él retratador, una hoja de papel y algunos útiles que permiten la expresión. ¿Qué quiso mirar, insinuar, decir? y de nuevo al comienzo a la representación. Hay espacios que se abren entre días y permiten volar. Hay momentos de repetición, quizá de aseguramiento de lo visto, de lo por ver hasta que llega el instante cumbre: el reflejo. Los objetos en el vecindario se entremezclan en el retrato. Un paisaje de Rembrandt, por ejemplo, es un sueño ¿pintar con Rembrandt?, ¿pintar como él? El retrato ocupa todo el espacio o solo una esquina y se acerca hasta que deja ver detalles inesperados. Quizá llegó el momento en que la selfie se hace necesaria; pero no es una selfie de lo que hablamos, hablamos de un mundo de sonidos, de objetos, de duda permanente ¿Qué sigue? todo queda entre la mirada y los tiempos que llegan a ritmos diversos. Epílogo Que el retrato es el retratado y lo que hay alrededor; los gestos hacen parte de él y se muestran con otros significados; la duda también hasta que pasa a ser reflexión, sueño, aventura o reencuentro; los objetos salen a la superficie, asumen la figura que les pertenece y toman su lugar rápidamente en algunos casos, lento en otros. Saúl Álvarez Lara












ENERO


SELF-IE - PORTRAIT 31 dibujos sobre papel Técnicas mixtas 28,5 x 21 cm c/u 2016




FEBRERO


SELF-IE - PORTRAIT 29 dibujos sobre papel Técnicas mixtas 28,5 x 21 cm c/u 2016




MARZO


SELF-IE - PORTRAIT 31 dibujos sobre papel Técnicas mixtas 28,5 x 21 cm c/u 2016




ABRIL


SELF-IE - PORTRAIT 30 dibujos sobre papel Técnicas mixtas 28,5 x 21 cm c/u 2016




MAYO


SELF-IE - PORTRAIT 31 dibujos sobre papel Técnicas mixtas 28,5 x 21 cm c/u 2016




JUNIO


SELF-IE - PORTRAIT 30 dibujos sobre papel Técnicas mixtas 28,5 x 21 cm c/u 2016




JULIO


SELF-IE - PORTRAIT 31 dibujos sobre papel Técnicas mixtas 28,5 x 21 cm c/u 2016




AGOSTO


SELF-IE - PORTRAIT 31 dibujos sobre papel Técnicas mixtas 28,5 x 21 cm c/u 2016




SEPTIEMBRE


SELF-IE - PORTRAIT 30 dibujos sobre papel Técnicas mixtas 28,5 x 21 cm c/u 2016




OCTUBRE


SELF-IE - PORTRAIT 31 dibujos sobre papel Técnicas mixtas 28,5 x 21 cm c/u 2016




NOVIEMBRE


SELF-IE - PORTRAIT 30 dibujos sobre papel Técnicas mixtas 28,5 x 21 cm c/u 2016




DICIEMBRE


SELF-IE - PORTRAIT 31 dibujos sobre papel Técnicas mixtas 28,5 x 21 cm c/u 2016




José Ignacio Vélez José Ignacio Vélez es diseñador Industrial & Gráfico de la Universidad Pontificia Bolivariana en Medellín, se especializó en grabado en la Scuola Internazionale de Arte Grafica “IL Bisonte” en Florencia, Italia y posteriormente realizó varios seminarios sobre estudios cerámicos en países como Italia, España y Alemania. Aunque su trayectoria como artista es larga y domina magistralmente técnicas como el dibujo, la pintura y el grabado, es particularmente reconocido por su extraordinario trabajo con la cerámica siendo uno de los pocos artistas colombianos en ser miembro de la AIC- AIC (Academia Internacional de Cerámica – International Academy of Ceramics). Uno de sus proyectos más representativos ha sido “Árboles Imaginados” que dio inicio en el año 2013. Aunque ya había trabajado la cerámica en grandes dimensiones como se puede ver en su obra “Los límites del vacío” (que fue presentada en el 40 Salón Nacional de Artistas), Arboles Imaginados fue un proyecto de mayor complejidad debido no solo a su tamaño, sino también a las formas orgánicas que lo comprenden. Este proyecto fue expuesto por primera vez en el MAMM (Museo de Arte Moderno de Medellín) donde fue seleccionado por el curador Oscar Roldan para participar en 43 Salón (inter) Nacional de Artistas. Además, fue expuesto en el Instituto de Cultura de El Carmen de Viboral, Antioquia; en el Centro Cultural de Moravia en Medellín, y en el Museo Maja (Museo de Antropología y arte de Jericó, Antioquia). “Hierofanías” (2006) donde nos demuestra su dedicación como artista realizando un dibujo diario de objetos o escenarios que podrían considerarse sagrados para su cotidianidad. Como se ve en su obra, el artista a pesar de tener un trabajo conceptual muy sólido, sigue manteniendo vigente la importancia del oficio como base fundamental para realizar sus proyectos. Descubrió en los objetos utilitarios el silencio y el significado del vació y estos se convierten en escenarios perfectos que utiliza como contenedores de reflexión y memoria. Trabaja a partir de formas sencillas, sutiles, austeras y elementales para descubrir la belleza espiritual que trasciende lo físico de los objetos cotidianos haciendo énfasis en los procesos de destrucción de la naturaleza. Este proyecto de un año de duración es un claro antecedente de “Self-ie – Portrait” donde durante todo el 2016 (año bisiesto) realizó un autorretrato diariamente, utilizando diferentes técnicas mixtas donde se puede denotar sus

habilidades con la pintura y dibujo específicamente, teniendo en cuenta elementos fundamentales como la disciplina y constancia pare realizar trabajos de larga duración. Vélez ha estado presente en múltiples exposiciones, entre sus participaciones más relevantes se encuentran: Grabado y Pintura en la Casa de los Picos en Segovia, España (1985); XXXIII Salón Nacional de Artistas (1990); V Salón Regional de Artistas en la Biblioteca Pública Piloto de Medellín (1992); I Bienal de Cerámica en el Museo de Arte Moderno de Medellín (1993); Salón de Cerámica en la Universidad de Medellín (1996); Selección de Grabados en Stamperia IL Bisonte en Florencia, Italia (1999); Imágenes de la Memoria en el Museo de la Universidad de Antioquia (2003); Ceramistas Antioqueños en el Museo El Castillo de Medellín (2008); Un Inchiostro Di Mare 30 anniversario Il Bisonte en Florencia, Italia (2013); Salón (Inter) Nacional de Artistas el Museo de Arte Moderno de Medellín (2013); entre otras. Ha recibido distinciones como: Premio en la IX Feria Iberoamericana de Artesanías en Santa Cruz de Tenerife, Islas Canarias, España (1999). Premio Lápiz de Acero al diseño colombiano en la categoría de Espacio Público por el diseño y la dirección de la obra: La Calle de las Arcillas en El Carmen de Viboral (2015); fue elegido miembro de la Academia Internacional de Cerámica, IAC-AIC (2015); fue Artista invitado al Work Shop en Curaumilla, Chile (2016). Cuenta con piezas en espacios públicos como: Virgen de la Leche, Mural en relieve cerámico, estación “Tricentenario” Medellín; Cuatro murales, cerámica de alta temperatura en el Parque Panaca, Quindío, Colombia; Pórtico, escultura urbana en cerámica en El Carmen de Viboral, Antioquia, Colombia; Murales del Pan y el Vino, realizados en la técnica tradicional de bajo esmalte, iglesia principal, Carmen de Viboral, Antioquia, Colombia. Su obra también hace parte de colecciones como: Colección COMFENALCO, Antioquia; Colección Stamperia IL Bisonte, Florencia, Italia; Museo de Sargadelos, Galicia, España; Museo de Arte Contemporáneo, Bogotá; Cámara de Comercio, Medellín; Colección Suramericana, Medellín, Colombia; Museo de Arte Moderno, MAMM, Medellín, Colombia; y en varias colecciones privadas. Actualmente vive y trabaja en Guatapé, Antioquia.


Lokkus Arte Contemporรกneo Carrera 36 #10A - 35 Edificio La doble Elle Medellin / Colombia www.lokkus.com 2020



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