Autoras latinoamericanas: Una pluma transgresora

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El vengador errante contra el enemigo público número uno

Durante años fui asesor literario de la Biblioteca Pública Nacional. Un hombre pensante, allegado a la intelectualidad del país: novelistas, filósofos, poetas, ensayistas. Realicé una extensa labor en pro de la cultura, y abrí el sendero del éxito a muchísimos escritores y artistas desconocidos, quienes leyeron textos, recitaron versos, exhibieron obras de arte, desataron encendidas polémicas en tan ilustre centro del saber. Pero ahora vivo en la clandestinidad y la zozobra. Me dicen El Vengador Errante, y mi retrato hablado se publica de vez en cuando en los periódicos. Fui un hombre sobrio, tranquilo, sin compromisos ni pasiones políticas. Un ciudadano normal, que respetaba su hogar y declaraba sus impuestos juiciosamente. Ahora soy un fugitivo que lucha contra el enemigo público número uno. Y que todos lo sepan, ¡no descansaré hasta aniquilarlo! Trabajaba en la Biblioteca Pública Nacional, dije. No era un primer, ni tampoco un segundo asesor, y por lo tanto, permanecía en mi cargo, libre de intrigas durante los cambios de gobierno. Directores, subdirectores y secretarios nombrados por influencias políticas, figuraban un tiempo. Concedían reportajes, anunciaban reformas, ofrecían cocteles, asistían a encuentros literarios. Luego se marchaban, a desempeñar funciones más importantes, generalmente en la diplomacia. ¿Quién hacía todo el trabajo? Un servidor, naturalmente. Modestia aparte, durante veinticinco años, el peso moral de la institución recayó totalmente sobre mis hombros. Aunque trabajaba el día entero y a veces parte de la noche, lo hacía con infinito placer. Y ni el mismo presidente de la Real Academia de la Lengua tenía al alcance del intelecto tanta información y sabiduría como yo. A mi disposición, millones de volúmenes; la mayoría reservados únicamente a mis ojos, puesto que las salas de lectura estaban a disposición del público seis días a la semana y en

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