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EL ALERO DE LAS PALOMAS SUCIAS Por HUILO RUALES Ilustración MIGUEL ANDRADE
APOCALIPSE NOW
La cordura, el sentido común, la poca
músicos ciegos, que en el sismo habían perdido
empatía antes existente, hasta la compasión,
sus familias pero habían salvado sus instrumen-
desaparecieron en las ruinas de los Kitos In-
tos, tocaban sin descanso canciones de amor
fiernos. No se diga cuando semanas más
y desamparo. Las putas, generosas, regalaban
tarde, soltando un gemido propio del mismo
polvos a veces venéreos. El aguardiente y el
averno, la tierra tembló nuevamente. Entonces,
mertiolate circulaba con la misma intensidad.
sí, brotó el delirio de la sobrevivencia. El miedo
Y el cielo hedía a mortecina y esperma de bajo
voraz que volvió a todo bípedo desconocido un
mundo.
enemigo al que debía eliminarse.
En cambio, los desvalidos que fueron más
A partir del terremoto, la gente perdió la
Nada más, o mucho más, se podría co-
cautos se guarecieron en las derruidas iglesias,
cabeza. Apiñada y de rodillas imploraba perdón
mentar, aparte de aludir a ciertos brochazos
en los palacios destrozados, incluido Caronde-
con las manos al cielo o a cuatro patas; abrién-
de estupidez y heroísmo. Por ejemplo, el des-
let que apestaba a establo, creosota y mirra; en
dose paso por la densa polvareda, buscaba hi-
comunal esfuerzo de un grupo de escuálidos
las iglesias coloniales, de cúpulas desfondadas y
jos, madres, amores y hasta muebles y artefac-
patriotas que, al encontrar decapitado en me-
cristos y santos descoyuntados esparcidos por el suelo. Mientras que en las calles, aparte de los perros esqueléticos y las ratas cada vez más grandes, pululaba una creciente romería de zombis provenientes del sur y de los valles aledaños cuyo destino era el reino del Quito Norte. Hasta que, precedido de rumores diabólicos, empezó el trabajo nocturno de los Paradigmas. A garrote limpio, embarcaron en sus camiones grises a mendigos, putas, locos, campesinos, maricas, yonquis, teatreros y poetas que se habían adueñado de las calles y los parques públicos. Bastaron pocas noches para que aquella fauna fuera evacuada al gran vertedero natural, al fondo de la Amazonía. Allí se borraron para siempre la mayoría de depredados. Unos, gracias al apetito de los pumas, las ponzoñas, las serpientes, la inclemencia de la misma naturaleza. Otros, porque se les torció
tos propios o ajenos. Los señores decentes que
dia calle al mariscal Antonio José de Sucre, se
el destino gracias a la memoria enredada, el
no habían optado por el éxodo andaban patisu-
afanaron en soldar al cuerpo su cabeza para
sabio desobligo, el encanto de la desnudez. En
cios, barbados y hambrientos, como jamás. Las
después encaramarlo sobre el descomunal
cambio, los obstinados, los kamikazes, sin alas
mujeres habituadas al carmín y las bambalinas
caballo en su pedestal. O la naturalidad con
y los pies reventados, volvieron a los Kitos In-
parecían fugitivas de los manicomios con sus ro-
la que brotó en el pestilente portal de Santo
fiernos, a morir luchando y cerca de sus muer-
pas andrajosas y pelos revueltos y terrosos. So-
Domingo una cama general, la más grande del
tos. O, como declamaba un vate forrado de
lamente los niños, en medio de los escombros,
mundo. Al lado de los que morían desangrados
fango amazónico, porque el sentido de la vida
encontraron inusitados juegos bélicos y terrores
o con la peste que trajo el terremoto, otros fo-
y de la muerte estaba en la desolación y los
nunca experimentados.
llaban con la lengua colgada, como perros. Los
escombros.
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ABRIL 2020