El testamento vital del profesor Wicket
El testamento vital del PROFESOR
Wicket JesĂşs Portillo
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Jesús Portillo
© Autor: Jesús Portillo Fernández © Título original: El testamento vital del profesor Wicket Edita © LoQueNoExiste www.loquenoexiste.es Promoción, Relaciones Públicas y Marketing Digital: Medialuna info@medialunacom.es www.medialunacom.es © Maquetación y diseño de portada: Ana Toledo © Fotografía de la portada: Jesús Portillo Fernández ISBN: 978-84-945059-2-8 Depósito legal: M-5079-2016 Impreso en Madrid, Febrero de 2016 Reservados todos los derechos LoQueNoExiste C/Isabel Colbrand 10, Edif. Alfa III, 5ª planta, 28050, Madrid Tfno: 91 567 01 72 www.loquenoexiste.es editorial@loquenoexiste.es
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«§» A Vanesa, una caña de azúcar dorada. Gracias por tu eterna sonrisa y tu apoyo incondicional, a tu lado incluso los días más tristes parecen bálsamos de romero y miel. Ningún proyecto es inalcanzable cuando se cuenta con un buen equipo y el convencimiento de que merece la pena. «§» A Pepe y Rosario, mis padres, a los que tanto debo por haber construido para mí un mundo a medida en el que me sintiera grande. No hay un solo día que no aprenda algo bueno de vosotros. Os regalo este botón de muestra de mi infinita gratitud. «§» A Marisol, gran escritora de cuentos y mejor persona. Aprendí de ti que la humildad es el pedestal más alto desde el que hablar. Gracias por tu amistad y tus «Recuentos», siempre en el corazón. «§» A Juana, en especial mención. Indomable corcel de cabellos plateados, fuente cristalina de sabiduría popular, genio y figura de pómulos perfilados, cocina de siempre con gusto maternal. Tu amor nos ampara como un baluarte en medio de un prado. «§» Gracias a todas las personas que se entregan por amor, que cuidan de los desfavorecidos y que recuerdan al mundo que la locura del egoísmo puede curarse con un simple abrazo.
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«Cuando bordeamos un abismo y la noche es tenebrosa, el jinete sabio suelta las riendas y se entrega al instinto del caballo» - Armando Palacio Valdés.
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Índice
Prólogo – Luis F. Pastor Torres....................................................9 Capítulo I – Los yoes y el porqué...............................................19 Capítulo II – El médico residente...............................................21 Capítulo III – La infancia...........................................................23 Capítulo IV – El dolor de la mirada...........................................25 Capítulo V – El sueño del hombre biónico................................27 Capítulo VI – La magia: el pozo de la desesperación................29 Capítulo VII – Pasarela Ortos.....................................................31 Capítulo VIII – La adolescencia.................................................34 Capítulo IX – El egoísmo rebelado............................................36 Capítulo X – No soy yo.............................................................38 Capítulo XI – El club de los menos divertidos..........................40 Capítulo XII – La noche.............................................................42 Capítulo XIII – Los miedos añadidos........................................44 Capítulo XIV – Amor zascandil.................................................46 Capítulo XV – Óigame, doctor...................................................48 Capítulo XVI – Los irrecuperables............................................50 5
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Capítulo XVII – Los ángeles no son cirujanos..........................52 Capítulo XVIII – Los relojes parados........................................54 Capitulo XIX – El payaso Pagliacci...........................................56 Capítulo XX – Ahora lo comprendo..........................................58 Capítulo XXI – Discapacidad y normalización.........................60 Capítulo XXII – Los refugios.....................................................63 Capítulo XXIII – El listón de lo normal.....................................65 Capítulo XXIV – Los errores de la inconsciencia y la imprudencia.....67 Capítulo XXV – Parásitos sociales............................................69 Capítulo XXVI – El infantil deseo de enfermar.........................71 Capítulo XXVII – El umbral del dolor.......................................73 Capítulo XXVIII – El cuerpo de los esperanzadores.................75 Capítulo XXIX – Tiempo muerto...............................................77 Capítulo XXX – Las corbatas del hemiciclo..............................79 Capítulo XXXI – Los raros indefensos......................................82 Capítulo XXXII – La metamorfosis...........................................84 Capítulo XXXIII – Conversando conmigo................................86
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Capítulo XXXIV – La grima, la perfección y el turismo...........88 Capítulo XXXV – El militante...................................................90 Capítulo XXXVI – Habrá merecido la pena..............................92 Capítulo XXXVII – Más vale faja que caja...............................95 Capítulo XXXVIII – La orografía de la piel..............................97 Capítulo XXXIX – No porque yo..............................................99 Capítulo XL – Los sentidos de la felicidad..............................101 Capítulo XLI – Los ojos de los malitos....................................103 Capítulo XLII – La dependencia y la soledad..........................105 Capítulo XLIII – La herradura................................................107 Capítulo XLIV – Titanes y Olímpicos.....................................109 Capítulo XLV – Y al final.........................................................111 Epílogo – Antonio M. Bañón Hernández.................................115 Referencias bibliográficas y alusiones......................................117
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— I—
Los yoes y el porqué No sé cómo has llegado a tener este libro en tus manos y no sé aún si querrás leerlo hasta el final, esperando a que te diga algo que no habías oído o que te gustaría oír. Lo cierto es que no recuerdo cuándo me convencí para escribirlo, supongo que más que nada se trató de una necesidad: la extirpación de un apéndice doloroso. No trataré de convencerte de nada, pues a estas alturas no encontrarás a muchos que se atrevan a darte lecciones, con lo que has vivido. Lo único que he aprendido de verdad es que nos entendemos, que el diálogo es terapéutico y que el ánimo es el único fármaco que diferencia la patología de la enfermedad. Antes de seguir, me presentaré como buenamente pueda. Mi nombre y mi cara importan poco en la historia que quiero contarte; las verdaderas protagonistas de esta historia son mis circunstancias vitales. Como a tantas personas me tocó un equipo defectuoso de fábrica y, sin ensayos, como siempre ocurre en la vida, tuve que ingeniármelas para ser feliz con lo que tenía. Quedé harto e indignado de las clases de resignación porque los consejos ajenos, aunque se den con amor, siguen siendo inútiles, y en lugar de ponerme melancólico terminé por ver mi cuerpo como lo que es: el único modo de existir porque, mejor o peor, sin él no soy nada. He conocido a tantas personas que se han refugiado en su mal hasta convertirse en parásitos que decidí izar la bandera de la sinceridad y afrontar lo que había. Dicen que las personas que sufren terminan por combarse como árboles carcomidos en primavera. Dicen que minusválido es sinónimo de incapacitado,
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parcial o total. Dicen y dicen, pero qué pocos sienten y entienden realmente. El mundo es tan extraño, todo lo que nos importa nos parece tan complejo y aquellos que nos acompañan parecen tan grandes, que en cierto momento no sabemos ni explicarnos ni comparar. No pretendo hacerte de espejo, ni que me admires, ni que tengas estas letras en tus labios para intentar comprender el mundo. Prácticamente todo es prescindible, cuestión de elección y relativo, lo que no quiere decir que todo dé igual. Te voy a contar un relato de manualidades en el que tuve que buscar unas tijeras e ir pegando el collage que diseñé para vivir dentro. No sé si has pensado alguna vez que eres un producto sintético, una persona que ha vivido a caballo entre lo que le ha tocado y lo que ha escogido. Eres único, pero no creas por ello que miles no han sufrido, ni han llorado, ni han amado, ni se han rendido como tú. Rafael Amor 1 cantaba: «No me llames extranjero, tu trigo es como mi trigo, tu mano como la mía, tu fuego como mi fuego y el hambre no avisa nunca, vive cambiando de dueño». Ni más ni menos que la enfermedad. La solidaridad parece alimentarse del miedo más que de la compasión, y es que no hay vía más rápida para entender algo que sentirlo. Ahora sí, ahora sí entendemos y recordamos e incluso nos apiadamos de otros que vimos sufrir. Sin embargo, conservamos la esperanza de no dar lástima sino lo mejor de nosotros mismos, eso es lo que nos hace ser quienes somos y no otro, la huella dactilar que los médicos deben tomar para comprender que un enfermo no es solo un puñado de órganos. Habré olvidado cosas y sé que te dejo un puñado de fotografías desordenadas, pero si puedo llenarte de coraje para que afrontes tus problemas con valor, estoy convencido que habrá valido la pena hablar contigo.
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— II —
El médico residente Mi historia comienza en los recortes de fieltro pegados a un babi que descansan en la cabina previa a radiodiagnóstico del hospital infantil. Los verás corretear por los pasillos del hospital con sus colores de cera en las manos enredándose con las vías, regándolo todo con su divertida verborrea capaz de menospreciar a la Parca mirándola de frente. Son esos doctores de manitas pringosas y bolsillos llenos de botecitos que regalan sesiones magistrales sobre enfermedades raras. Aprendices de la vida y expertos en terapias, rehabilitación y principios activos, pacientes veloces que conocen de memorieta las palabras que ponen nombre a sus problemas. Desde siempre la humanidad ha nombrado lo que desconoce para poderlo reconocer y señalar. En primer lugar, la mitología personificó a los elementos de la naturaleza e incluso a las emociones, a la capacidad de razonar y a los sentimientos. Sabemos que el mero hecho de nombrar nos otorga poder sobre las circunstancias que hace un momento eran desconocidas para nosotros. Es un recurso que aparece en muchos libros sagrados —de diferentes credos y religiones—, entendiéndose como un modo de creación o control. Y cómo no, si en la infancia todo es un juego. ¿Por qué no hacer un joystick del mundo con las primeras palabras que enmoquetan nuestro entorno? En el aprendizaje el interés lo es todo, y más aún cuando puedes ponerle apellidos a la enfermedad contra la que luchas. No deja por ello de ser una ilusión de control. Sin embargo, el hecho de poder expresar con palabras un problema, que los
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demás lo entiendan y se posicionen al respecto, se convierte en un aliado para el enfermo. «Conócete a ti mismo», 2 pues es el único modo de evitar situaciones de riesgo y estar preparado para sacar el máximo partido al rendimiento del cuerpo en el que habitas. Cuando empezamos a hablar y comienza el desarrollo de la inteligencia vamos nombrando todo lo que nos rodea —igual que si le pusiéramos post-it al mundo—, y vamos reconociendo el mundo con propiedad. Probablemente has conocido a pequeños que al hablar de su enfermedad parecen especialistas pasando consulta en un hospital universitario. Son auténticos expertos que reúnen las cualidades para dar una ponencia de medicina en un congreso, una voz desconocida empapada de conocimientos y naturalidad. Por un tiempo y por su bien se les hace creer que su compañero de cama se ha ido de veraneo, se les enseña a ser precavidos con los accidentes y aprenden con rapidez dónde están sus límites. Suelen ser niños avispados, con mucha curiosidad y ganas de aprender sin parar. En poco tiempo se amoldan de buen agrado a las rutinas hospitalarias, teniendo siempre una sonrisa y un sueño que compartir con todo el que le asiste. Incluso en esos días que están malitos de veras los escucharás soltando un discurso sobre el descubrimiento médico que harán dentro de algunos años. Yo fui uno de esos niños, uno de esos químicos de baño que mezclaba hojas machacadas, gel y colonia pensando en la cura de miles de niños como yo. Uno de esos diablillos que, a rastras con las prótesis y el tratamiento, ayudaba a mis padres a pronunciar delante del nuevo especialista la lista de taras del chaleco que llevaba puesto. Siempre preferimos saber a ignorar y de algún modo estar preparados para enfrentarnos a nosotros mismos para librar esa batalla que ni los médicos ni los fármacos podrían ganar sin la disposición y la conciencia del enfermo.
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—III —
La infancia
No lo entenderías igual si lo hubieras vivido, pero la infancia de un niño enfermo es igual de feliz que cualquiera; a su modo, claro. La eternidad que baña esa bonita etapa en los otros chicos se ve empañada de una nítida sospecha de finitud, de testigos oculares que vieron a otros despedirse antes de partir de vacaciones a la urbanización que hay junto a la Gloria. El sabor de los antibióticos no le restaba dulzor a las piruletas del quiosco de la planta baja, nos gustaban los dibujos del ala este y hacíamos apuestas por el padre más superhéroe. Éramos felices sin haber despegado siquiera de la inocencia de los brazos de mamá, el mundo era nuestro porque, de lo pequeño que era, lo podíamos manejar. Conocíamos lo que sucedía como los demás, a través de la televisión, pero nosotros a la fuerza. En los paseos afinábamos los ojos al escaparate de la ortopedia, esperábamos con impaciencia las muletas y los carros de colores chillones, nuestra bandera de la alegría entre tantas batas. Llevábamos un Casio en la muñeca izquierda y como todos los niños no entendíamos por qué no ponérnoslo en la derecha si era la mano buena. Lo teníamos para darle a la luz, no para ver la hora, ya que la sabíamos cuando oíamos llegar el carro de la comida a nuestra planta. Llegó un momento en que tuvimos la sensación de estar de camping. Se trataba a nuestros ojos de una estancia que pronto terminaría con final feliz para todos, y que recordaríamos como los difíciles y felices tiempos. En el jardín de la entrada teníamos nuestro propio circuito para las chapas, nuestro hoyo de las canicas y nuestra vez cogida para el columpio de muelle. Entonces yo era un tipo grande de verdad, porque 23