Miguel Ángel Aguirre Borrallo
Tribulaciones de un directivo en paro Ilustraciones: José Luis Martín de Vidales
Miguel Ă ngel Aguirre Borrallo
Tribulaciones de un directivo en paro
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© Título original: Tribulaciones de un directivo en paro © Autor: Miguel Ángel Aguirre Borrallo © Ilustraciones: José Luis Martín de Vidales (art3@art3bellasartes.com) © Diseño y maquetación: Sonia Martín de Vidales Edita © LoQueNoExiste (www.loquenoexiste.es) Promoción y relaciones públicas: LoQueNoExiste ISBN eBook: 978-84-938994-5-5 Depósito legal: M-25413-2011 Impreso en Madrid Gráficas Ormag Julio 2011 Reservados todos los derechos. LoQueNoExiste c/ Isabel Colbrand 10, 5ª planta 28050 Madrid Tfno: 91 567 01 72 www.loquenoexiste.es Adaptación de una serie de artículos publicados en la edición digital del diario Cinco Días en verano de 2010.
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A Sonia, a nuestros queridos hijos Juan, Lola y Pablo y a todas las personas de bien que nos rodean.
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Índice
Prólogo. Por Santiago Álvarez de Mon..................................... 9 1. Basado en hechos reales .................................................... 13 2. El Club de los Negocios Raros ........................................... 17 3. La confianza siempre es rentable ....................................... 21 4. Nadar fuera del banco de peces......................................... 27 5. Vocación + tensión = salud + bienestar mental ................. 33 6. Estamos en el mismo barco y todos mareados.................. 39 7. Hacerse trampas en el solitario no es sano ni prudente ..... 45 8. Verdaderos emblemas de esperanza .................................. 51 9. Pensar el sentimiento, sentir el pensamiento ..................... 57 10. Elogio del intento ................................................................ 63 11. Para ser grande, sé entero .................................................. 69 12. El ingrato es pariente del irresponsable .............................. 75 13. ¡Tierra a la vista! .................................................................. 81 14. Las 12 leyes elementales de Watson .................................. 87 15. Va por ustedes .................................................................... 93
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Prólogo
Cuando Miguel Ángel Aguirre me pidió prologar Tribulaciones de un directivo en paro, me enfrasqué en el estudio de su contenido con curiosidad y respeto, el que siempre me produce una obra ajena. Finalizada la lectura del texto, asumo con gusto y un sentimiento enorme de gratitud la tarea de escribir este prólogo. Un directivo sorpresivamente en paro, vulgarmente despedido, así arranca el argumento del libro que tiene en sus manos, estimado lector. En realidad tan extendida y desequilibrante sitúa el autor su reflexión, valiente y oportuna. Ese es uno de sus múltiples aciertos, enfrentarse al problema más grave de tantos y tantos profesionales de nuestro país con un aire fresco y decidido. A partir de un contexto dramáticamente realista, una crisis profunda y larga, Miguel Ángel inicia un viaje interior que le lleva a recorrer una serie de ideas, pensamientos y emociones determinantes para la enjundia del reto planteado. Desde la óptica
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personal de un directivo legítimamente atribulado, el autor somete al lector a un cuestionamiento clave y esperanzador de lo que la situación requiere. Por encima de cualquier otra consideración, destacaría tres elementos cruciales para los tiempos que corren. Uno, probablemente las circunstancias escapan a mi control, pero no la actitud y disposición para enfrentarme a las mismas. En la encrucijada donde el ser humano elije su respuesta, personal e intransferible, coloca el autor la médula de su argumentación. Dos, el vocablo confianza, un concepto decisivo y escaso en nuestra sociedad, se desparrama generoso por todas y cada una de las páginas del libro. Confianza en uno mismo, única base sólida para construir relaciones sólidas y fiables. Desde dentro hacia afuera, en cuestiones humanas el orden de los factores sí altera el producto final. Miguel Ángel tiene clarísima la secuencia natural. Tres, todo el libro rezuma un compromiso innegociable con valores que nos dignifican y ennoblecen como especie. A este respecto, el sótano moral del libro es sólido y resistente a los peores embates.
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Todo el libro está contado con un estilo ágil, desenfadado y esperanzador, lo que da un tono optimista y constructivo a la propuesta del autor. Es como si la personalidad de Miguel Ángel, alegre y repleta de energía, inundara todos los rincones de su meditación. A mi sólo me resta agradecerle al autor la deferencia de pedirme escribir estas páginas introductorias, y animar al lector a zambullirse en un caudal de reflexiones y propuestas críticas para este momento. Es el primer libro de Miguel Ángel, pero estoy seguro que no será el último. Felicidades. SANTIAGO ÁLVAREZ DE MON Profesor del IESE
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1 Basado en hechos reales Buenos días. Me llamo Watson, tengo más de cuarenta años y soy un ex directivo de una multinacional española. Acabo de pasar a formar parte de la larga lista de desheredados de la tierra laboral. Permítanme que no les revele el nombre de la empresa para evitar malinterpretaciones y alguna que otra tentación. Pero bien podría parecerse a una de las grandes corporaciones que componen el índice Ibex-35. He puesto en marcha esta correspondencia con el propósito de compartir con usted esta experiencia vital: la salida de la zona de confort laboral (confort relativo, para ser sinceros) donde he vivido en los últimos años y el tránsito hacia un incierto e inquietante destino. Y también para hablarles de valores como la confianza, el agradecimiento, la ilusión, la esperanza o la camaradería... principios que hoy, más que nunca, deben guiar nuestro comportamiento. Cambio, derrota, oportunidad, reto, fracaso… Cada uno tiene una manera de vivir y afrontar una situación que, como los sueños (o las pesadillas), son personales e intransferibles.
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Contamos en estos momentos con casi cinco millones de puntos de vista, todos tan válidos y respetables como el mío. No esperen en este texto un análisis objetivo o científico de una cuestión para la que, sinceramente, no estoy preparado. Escribo desde una perspectiva personal, humana, subjetiva, crítica y, por qué no, aleccionadora y hasta positiva. Les adelanto que, a pesar de todo (convenios, decretos y reformas laborales incluidas), tiendo a ser optimista. Para evitar aburrirles demasiado, regaré mis reflexiones con agua procedente de algunas fuentes externas: la actualidad, rica, diversa, sorprendente e inagotable. Y algunos libros y artículos que me han acompañado, como buenos compañeros de viaje, durante estos últimos años. Yo les llamo ejemplares ejemplares. Pero no sean impacientes, se los iré descubriendo a lo largo de los próximos capítulos. No quiero terminar esta introducción sin hacerles una revelación: uno, a pesar de sus circunstancias, también tiene ciertas aspiraciones. La mía es llegar a formar parte, cuanto antes, del Club de los Negocios Raros (1), que dio forma mi admirado G. K. Chesterton en un simpático y peculiar libro (The Club of Queer Trades), que recomiendo especialmente en esta época de tribulaciones.
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Pero esta es una historia, amables lectores (espero que haya más de uno), que les comentaré en el siguiente capítulo. No dejen de leerlo. ––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––– (1) El Club de los Negocios Raros, G. K. Chesterton, Valdemar, 2007.
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2 El Club de los Negocios Raros En el anterior capítulo les hablaba de mi noble y sana aspiración a ser admitido, como socio de pleno derecho, en el Club de los Negocios Raros, fundado por G. K. Chesterton (1). Ahora sabrán por qué. El CNR es una original y peculiar sociedad integrada exclusivamente por personas que han inventado alguna nueva y curiosa manera de hacer dinero. Vamos, una estrategia de océano azul en toda regla, que agiganta la figura G. K. Chesterton por su gran capacidad visionaria. Su obra, me atrevo a aventurar, debió servir de fuente de inspiración a W. Chan Kim y Reneé Mauborgne antes de la lanzar, con muchas décadas de retraso, su campanudo best seller Blue Ocean Strategy: how to create uncontested market space and make competititon irrelevant (2). Los miembros de este exclusivo, pintoresco y absurdo Club crearon algunas disparatadas actividades que, no por ello, dejaron de ser una honrada y fantástica forma de ganarse la vida. Lo curioso es que algunas de estas profesiones parece que se han institucionalizado (o deberían hacerlo). Si no me creen, sigan leyendo.
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El Club cuenta con un Organizador de Réplicas Inteligentes (sus servicios estarían hoy muy cotizados para animar todo tipo de debates televisivos o políticos) y una Agencia de Aventuras confidenciales (no quiero imaginarme cuál sería el perfil de sus clientes de esta sociedad abierta, no la que describió Karl Popper, sino la sociedad abierta en canal que nos rodea, muy dada a enseñar impúdicamente sus entrañas). Son miembros del Club los Retenedores Profesionales (sirviéndose de un pretexto inofensivo, retienen a personas de cuya presencia quieren librarse sus clientes por unas cuantas horas) y un Constructor de Fincas Arbóreas (que sentó, sin lugar a dudas, las bases del concepto de desarrollo sostenible, logrando unir con maestría dos actividades que parecen hoy antagónicas: la construcción y el ecologismo). Cierran la lista de socios fundadores un profesor que ha creado un Sistema de Leguaje Propio a base de movimientos arrítmicos de las extremidades, incluidos giros de pie y saltos a la pata coja (ideal para instalar en la políglota sede del Senado y con el que nos ahorraríamos unos cuantos miles de euros), y el Tribunal Voluntario, cuyas sentencias tenían las más altas cotas de validez moral y, por ello, un grado de cumplimiento por parte de los reos muy superior que las dictadas por la Justicia ordinaria (un arbitraje en toda regla). Puedo afirmar sin temor a equivocarme que, humildemente, cumplo los requisitos mínimos para enrolarme en el apetecible Club de los Negocios Raros: el directivo en paro es una pro-
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fesión que, aunque desgraciadamente no es nueva, tiende a generalizarse con una rapidez supersónica. Y genera ingresos. Aunque el dinero, de momento, corre por parte del Estado. ¿Me aceptarán en este peculiar y atractivo Club? Ya les contaré. ––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––– (1) El Club de los Negocios Raros, G. K. Chesterton, Valdemar, 2007. (2) Blue Ocean Strategy: how to create uncontested market space and make competititon irrelevant. W. Chan Kim y Reneé Mauborgne, Harvard Business School Press, 2005.
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3 La confianza siempre es rentable La nueva situación (no) laboral te permite disfrutar de nuevas sensaciones, algunas realmente curiosas. Por ejemplo, la percepción subjetiva del tiempo (matemático), a pesar de que un minuto tiene sesenta segundos para todo el mundo. De toda la vida. Por cierto, excelente el libro El próximo minuto, de Luis Galindo y Mario Kogan (1), que comentaré en otro capítulo. O el concepto de paciencia. O, por ejemplo, (re) descubrir que a pocos metros de la sede de la Bolsa está el Jardín Botánico, uno de los rincones más recomendables de esa ciudad maravillosa que es Madrid. Pero no nos desviemos. Ese tiempo (cronos), que ahora abunda, adquiere una nueva dimensión, creando nuevos espacios idóneos para la reflexión y el cultivo de pensamientos. Y pensar nos lleva irremediablemente a hacernos algunas preguntas sobre nuestra nueva situación. Puedo seguir el método de Descartes (2), con sus consiguientes reglas (evidencia, análisis, síntesis y enumeración) o simplemente dejarme empapar por un aluvión de preguntas no estructuradas: ¿por qué?, ¿cuáles son las causas reales que han provocado mi salida de la empresa?, ¿en qué he fallado?...
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Según los expertos, los factores que suelen influir en la salida de un directivo suelen ser de dos tipos: variables endógenas y exógenas. Lo cierto es que el directivo tiene más posibilidades de influir sobre las primeras variables (las endógenas)… siempre y cuando todo fluya con naturalidad dentro de la organización, en un clima razonable de confianza. ¿Cuántas veces hemos oído eso de la pérdida de confianza como factor (razón o excusa) que ha provocado la desvinculación de un directivo? ¿Qué es la confianza?, ¿es natural la confianza? Estas reflexiones me han trasladado en el tiempo a una conferencia titulada Confianza que el filósofo Robert Spaemann (3) impartió en la sede del IESE en Madrid, a la que tuve el privilegio de asistir, gracias a la amable invitación del profesor Luisma Calleja. Les traslado algunas de las ideas del filósofo alemán, recogidas posteriormente en la Revista Empresa y Humanismo. Lean, lean: • La confianza es una prestación previa. Quien no se atreve a entregar esta prestación previa se priva a sí mismo de la posibilidad de una relación flexible con otros. • Si existe desconfianza sistemática, las pérdidas por fricción en las organizaciones empresariales serán considerables.
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• La confianza ahorra tiempo y dinero a la empresa. La confianza significa velocidad y, por el contrario, la desconfianza es pérdida de tiempo y trae consigo unos costes. • La confianza favorece la transmisión de conocimiento. El que teme que otros abusen de su saber, lo guardará para sí mismo. La ciencia y también una empresa viven del espíritu de cooperación, en el que la confianza es el principio clave. • La confianza ahorra gastos. El que quiera asegurar la disponibilidad de sus colaboradores a través de recompensas o castigos monetarios, tiene que pagar lo que podría conseguir gratis a través de la confianza. • La confianza vincula a los colaboradores y fomenta la motivación. • La confianza vuelve exitosa la dirección empresarial. Dirigir significa alcanzar objetivos con la ayuda/cooperación de otras personas, para lo cual resulta imprescindible la confianza. Lealtad, ahorro de costes, conocimiento, motivación... Vista desde cualquier dimensión, la disposición a la confianza es siempre rentable. Entonces, ¿por qué la confianza es un valor en vías de extinción en ciertas empresas?, ¿por qué la obsesión por el control prevalece sobre una confianza responsable e inteligente?
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Uno tiene la sensación de que los modelos totalitarios (la confianza es buena, el control es mejor, Lenin dixit), apoyados en sistemas de gestión basados en procesos burocráticos, desgraciadamente prevalecen en determinadas empresas, limitando cualquier atisbo de creatividad positiva. Pues no, señores directivos, hay que confiar más, que es muy sano y rentable. Concluyo este capítulo con una frase pronunciada por Spaemann en aquella memorable y reconfortante conferencia, que grabé en mi memoria como un valioso tesoro: el control sin confianza no es eficaz. Confiemos en que todo vaya a mejor. PD: Todavía no he recibido el formulario de admisión al Club de los Negocios Raros. ––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––– (1) El próximo minuto. Luis Galindo y Mario Kogan. Plataforma, 2010. (2) Discurso del método. René Descartes, Biblioteca Edaf, 2003. (3) Confianza. Robert Spaemann. Revista Empresa y Humanismo, 2005.
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4 Nadar fuera del banco de peces En el anterior capítulo les exponía las virtudes de la confianza, siguiendo el pensamiento del filósofo Robert Spaemann, como motor generador de valor para cualquier organización, en todas sus dimensiones: rentabilidad, productividad, transmisión de conocimiento, disposición a la creatividad y la innovación, motivación y estímulo para fomentar el espíritu de cooperación… En otras palabras, la confianza como palanca para impulsar como un cohete la competitividad empresarial, cosa que no nos vendría nada mal en estos momentos si queremos salir del atolladero en el que nos encontramos (¿seguimos con el debate si es crisis o recesión?) y recuperar posiciones en el escenario económico mundial. Pero qué quieren que les diga. Uno no tiene capacidad para influir en las miles de empresas que en estos momentos pelean por cumplir su principal cometido: sobrevivir en el tiempo. Me conformaría con que usted, amable lector (si es que hay alguien ahí), lo recordara esporádicamente (repita conmigo: la confianza siempre es rentable. Oooommm). Por tanto, para evitar caer en la frustración y precipitarme por el abismo de la melancolía, de lo que me he propuesto ha-
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blarles en este capítulo es de otro tipo de confianza: de la confianza en uno mismo. Sí, no se froten los ojos. Uno cree firmemente en la capacidad transformadora del individuo, en aquel capaz de volar y nadar solo, fuera del comportamiento gregario y contagioso del enjambre o de los bancos de peces. Creo en el individuo frente a la masa, amplia, amorfa y manipulable, entendida ésta como “el conjunto de personas no especialmente cualificadas”, que describió Ortega y Gasset en La rebelión de las masas (1), con capacidad de arrollar “todo lo diferente, egregio, individual, calificado y selecto”. Creo en el individuo único, capaz de soñar y fijarse metas ambiciosas, tenaz, original, intuitivo, con sana ambición (como dice el genial Ferrán Adriá, la ambición sin paciencia es peligrosa), que busca la excelencia, que se atreve a emprender el camino y que no teme la derrota. Porque, ante todo, considera que la aventura y el esfuerzo valieron la pena. Y creo en el individuo con sentido del humor, claro. Coincido plenamente con Ken Robinson (2), cuando afirma que “si no estás preparado para equivocarte, nunca se te ocurrirá nada original”. Y añado yo, “y además tu vida será un muermo”. Autoconfianza, señores (huyo de la palabra autoestima, que me da un poco repelús, lo reconozco). Para ello, debemos desarrollar una de las múltiples inteligencias que poseemos, según
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Howard Gardner (3), profesor de psicología de la Universidad de Harvard: la inteligencia intrapersonal, que no es otra que la capacidad de conocimiento y comprensión de uno mismo. Les voy a poner un ejemplo. Hace pocos días, en la oficina de empleo donde tuve que acudir para regularizar mi nueva condición de directivo en paro, la funcionaria que amablemente me atendió (sí, he dicho amablemente) me hizo una serie de preguntas reglamentarias para completar mi historial: estudios académicos, conocimiento de idiomas, cargo que he ocupado... Pero hubo una que cambió por completo el ritmo y el tono de nuestra conversación. La pregunta fue: “¿De qué le gustaría trabajar a usted?” He de reconocer que no me la esperaba (no estaba en mi argumentario mental). Sin embargo se produjo un fenómeno muy curioso. Tuve la sensación de que en mi cabeza se activaban “caminos neuronales” no explorados hasta entonces. Creo que pasé medio minuto en trance, con la mirada perdida, hasta que de repente me escuché decir con gran determinación: “De escritor”. Entonces fue la funcionaria quien guardó otro medio minuto de silencio, sin apenas pestañear y con una expresión de bostezo contenido. No quiero pensar lo que se le pasó por la cabeza, pero entiendo que además de mi respuesta, tan franca como sospechosa, el recorte salarial decretado por el Gobierno de España a todo el cuerpo funcionarial no debió ayudar precisa-
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mente a la comprensión de mi mensaje. Más bien a todo lo contrario. Estoy convencido de que respondió mi yo, no yo. No sé si me entienden. Confianza en uno mismo, vocación, ilusión, pasión, locura... El caso es que aquí me tienen, amables lectores, aprovechando este momento de cambio profesional para destapar vocaciones latentes y, en un arrebato de autoconfianza, cumplir uno de mis sueños: escribir. Y disfrutar. Espero que ustedes también lo estén haciendo. –––––––––––––––––––––––––––––––––– 1) La rebelión de las masas. José Ortega y Gasset, Espasa Calpe, 1984. (2) El Elemento. Ken Robinson, Grijalbo, 2009. (3) Teoría de las inteligencias múltiples. Howard Gardner: www.howardgardner.com
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5 Vocación + tensión = salud + bienestar mental Confianza en uno mismo para emprender nuevos retos, pero atendiendo siempre la voz de nuestro interior, no a los cantos de sirena que provienen de diferentes puntos y círculos de influencia de nuestro entorno. Y defensa a ultranza de la capacidad transformadora y del enorme potencial del individuo, de aquel que emprende su camino y se aleja de la masa para evitar caer en las redes de un comportamiento grupal, fofo, neutro y aburrido. Estas eran algunas ideas del anterior capítulo, querido lector. Y les contaba el episodio vivido en la oficina de empleo que, por fortuna, no fue a mayores. Tras revelar mis preferencias por la escritura como próximo destino profesional, después de más de veinticinco años de experiencia laboral en la mochila, el diálogo entre la funcionaria y este servidor de ustedes se saldó con una cortés despedida culminada por una expresión en desuso (“¡Muchas gracias!”) y un intercambio de sonrisas: de satisfacción por mi parte, de compasión por la suya. Escribir. Trabajar de escritor… Salí de las dependencias funcionariales con paso firme, expresión placentera y con el ánimo de aquel que, por fin, ha encontrado el mejor de sus tesoros
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interiores: su vocación. Las personas (un gran número, para qué engañarnos) que aguardaban en el vestíbulo de la oficina de empleo pacientemente su turno me dirigieron miradas de soslayo un tanto atónitas, entremezcladas con sonrisas sardónicas (algunos buscaron una cámara oculta, sospecho, de esos programas televisivos tan de moda). Vocación, sí. Qué deliciosa palabra. Para los que, in ilo tempore, estudiamos latín y para aquellos desafortunados que no lo hicieron, les recordaré que vocación procede del término vocere que no quiere decir otra cosa que (atención, redoble de tambores) llamada. Coincido plenamente con Santiago Álvarez de Mon, profesor del IESE que contribuyó a que mi paso por esta escuela de negocios fuera una experiencia maravillosa, que “cuando vocación y profesión caminan de la mano, el motor interior de la motivación no está congelado por las mañanas, no es un impulso ni un movimiento que provocar con fórceps”. Y añade, y suscribo, “es un estado de alerta, atractivo, natural, que te invita a conocer y probar tus límites” (1). Bueno, bueno. Motivación, impulso, estado de alerta, retos, límites… ¡Quiero probar ese cóctel! Destacaré uno de sus ingredientes por su poder multiplicador y sus efectos beneficiosos para la salud: el estado de alerta, la tensión. “La salud se basa en un cierto grado de tensión”, sostiene Viktor Frankl en El hombre en busca de sentido (2), libro cuya lectura
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debería ser obligatoria; y prosigue…“la tensión existente entre lo que ya se ha logrado y lo que todavía no se ha conseguido, o el vacío entre lo que se es y lo que se debería ser. Esta tensión es inherente al ser humano y por consiguiente es indispensable al bienestar mental”. Vocación + tensión = salud + bienestar mental. Elemental, Watson. Pues a tensionarse tocan. Y a llenar el vacío, como apunta el bueno de Frankl, sabias recomendaciones para un aficionado, para un amateur de las letras, que acaba de bajarse de un tren profesional de alta velocidad y aguarda en el andén, paciente pero activamente, la llegada de un nuevo convoy con el que seguir el viaje. Vuelvo al latín. ¿Saben que amateur es una derivación de la palabra latina amator? Amante, amigo devoto o alguien que busca ávidamente un objetivo. Me quedo con todos sus significados. Los amateurs hacen lo que hacen por amor al arte, porque les apasiona y disfrutan con ello. Doy fe. Y en ocasiones, impulsados por una pasión fuera de lo común en el ámbito profesional trabajan con estándares muy altos y logran registros mayores a los alcanzados por auténticos profesionales. Gracias a Ken Ronbinson (3), a quien ya cité en el anterior capítulo (Nadar fuera del banco de peces) y al que volveré en las próximas páginas, descubro el informe “La revolución pro-am”,
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de Charles Leadbeater y Paul Miller, realizado para el think tank Demos. Sus autores hablan de los “pro-ams” como un nuevo “híbrido social”, individuos para los que el tiempo libre no es amodorramiento o consumo pasivo sino activo y participativo, que acaparan un conocimiento acreditado y son capaces de hacer un trabajo realmente extraordinario como amateurs. Partiendo de mi posición de directivo en paro, impulsado por una vocación literaria creciente y en perfecto estado de alerta, me propongo participar activamente en esta “revolución”, sana, pacífica, estimulante y enriquecedora. Y seguir disfrutando con todos ustedes, amables lectores, de esta aventura. ––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––– (1) Con ganas, ganas. Santiago Álvarez de Mon, Plataforma, 2010. (2) El hombre en busca de sentido. Viktor Frankl, Herder, 2004. (3) El Elemento. Ken Robinson, Grijalbo, 2009.
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6 Estamos en el mismo barco y todos mareados En el anterior capítulo sostuve que vocación y tensión son píldoras que consiguen efectos muy positivos en nuestra salud, física y mental. Y hasta me atreví, con la osadía del principiante, de un nuevo “pro-am”, a formular una ecuación de valor: Vocación + tensión = salud + bienestar mental. Llevado por un afán oculto de pasar a la posteridad por semejante teoría (nada original, sospecho) o influido por ideas de eminentes investigadores y científicos, como Jorge Wagensberg, autor de la gloriosa sentencia “desconfío de la idea que no cabe en una frase” (1), el caso es que todavía no he recibido ningún mensaje de reprobación. Insultos tampoco. Así que aquí me tienen de nuevo, amables lectores, dispuesto a seguir con mis tribulaciones. He de reconocer que me está encantando esta experiencia (humildemente, espero que a ustedes también), a pesar de que los días avanzan con gran rapidez y uno sigue manteniendo su condición de directivo en paro. Al contrario de lo que decía Picasso, “yo busco, no encuentro”. No me refiero a la inspiración ni a los procesos creativos que desembocan en una obra de arte digna
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de pasar a la posteridad sino, como habrán adivinado, a algo más prosaico: un empleo. Así que, moral alta y con muchas razones para mantener la esperanza, aquí me tienen de nuevo, alimentando esta correspondencia con ilusión, placer y un extraño sentido de la responsabilidad y del deber. Hacia todos ustedes, queridos lectores, y hacia uno mismo. Creo con Albert Einstein (2) que “ante la vida cotidiana no es necesario reflexionar demasiado: estamos para los demás. Ante todo para aquellos de cuya sonrisa y bienestar depende nuestra felicidad; pero también para tantos desconocidos a cuyo destino nos vincula una simpatía”. Provocar sonrisas, generar bienestar, regalar felicidad, derrochar simpatía… ¡Qué noble y maravillosa misión! Afortunados los que logren un mínimo porcentaje de tan preciado botín. Yo me conformaría con que, al menos, me siguieran leyendo, que no es poco. A menudo nos angustiamos por un sinfín de cuestiones que llamamos problemas que, si los observamos a cierta distancia y los sometemos a un análisis con un mínimo de rigor no pasarían el corte, como se suele decir en las competiciones de golf. ¿Por qué nos quejamos tanto? Dicho de otra forma: Si apud bibliothecam hortulum habes, nihil decerir. ¿Qué más quieres si
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tienes una biblioteca que se abre a un pequeño jardín?, decía Cicerón. Paradojas de la llamada sociedad del bienestar. Cuanto más tengo, más vacío me siento. Sólo lo inútil es necesario, parece ser el lema universal. La angustia campa a sus anchas. Y todos tratamos de mantener la calma en esta común casa de locos. “No sólo estamos todos en el mismo barco, sino que estamos todos mareados”, sentenció G. K. Chesterton (3). Pero hay tratamiento, no se preocupen. Podemos seguir hablando del tiempo (Stevenson llama a la costumbre de hablar del tiempo “el punto más bajo y el hazmerreír de los buenos conversadores”), del cambio climático, de las pruebas de estrés de los bancos, de las fusiones frías, aunque alguno va a salir escaldado, del Frob, del diferencial con el bono alemán o de la boda de Kate y William. O buscar alternativas. Les propongo una. “Escuchemos al corazón”, tal y como nos recomiendan Luis Galindo y Mario Kogan (4). “Busquemos un momento de tranquilidad y silencio… No dejemos de hacernos preguntas. Escuchémonos”. Apague la televisión, añado yo. Camine y salga al encuentro de la naturaleza, en cualquiera de sus múltiples formatos (mar, campo, montaña…) “No hay música más grande y más sublime que el silencio”, nos recuerda el gran escritor Miguel de Unamuno (5). “Pero somos muy débiles para entenderla y sentirla”.
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Ahora que se aproxima el buen tiempo y el periodo de vacaciones, no hay excusas para no intentarlo. Estoy convencido de que les sentará muy bien. Además, es gratis. –––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––– (1) Si la Naturaleza es la respuesta, ¿cuál es la pregunta? Jorge Wagensberg. Metatemas, Tusquets Editores, 2002. (2) Mi visión del mundo. Albert Einstein, Metatemas. Tusquets Editores, 2005. (3) Lo que está mal en el mundo, G. K. Chesterton. Ciudadela, 2006. (4) El próximo minuto, Luis Galindo y Mario Kogan. Plataforma, 2010. (5) Diario íntimo, Miguel de Unamuno. Alianza Editorial, 1983.
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7 Hacerse trampas en el solitario no es sano ni prudente Escuchar con atención y serenidad nuestra sinfonía interior, abrir nuestros oídos de par en par a los mil matices que el silencio nos ofrece, preguntarnos sin complejos, de manera abierta y sincera… Estas eran algunas de las sugerencias recogidas en el anterior capítulo. Busquemos un momento de tranquilidad y no tengamos, pues, miedo a mantener un diálogo franco y auténtico con nosotros mismos. Sólo el individuo aislado puede pensar, nos dice Albert Einstein (1). “Desde allí descubrirá nuevos valores y formulará normas morales que sirvan para la vida de la comunidad”. Pues bien, para que cunda el ejemplo, fiel a un estilo de gestión que descarta cualquier liderazgo que no se ejerza desde dentro (el ejemplo no es la mejor manera de educar -liderar o dirigir, añado-, es la única, Einstein dixt), me he puesto manos a la obra. Les confieso que la experiencia ha sido grata y, sobre todo, muy enriquecedora. Afortunada o inquietantemente, me ha ayudado a conocerme un poquito más.
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Ya lo apuntó Baltasar Gracián en su obra universal El Arte de la Prudencia (2): “No se puede ser dueño de sí si primero no se conoce uno mismo. Hay espejos para la cara pero no para el espíritu; este espejo debe ser la prudente reflexión sobre uno mismo”. Pues con el espejo de la reflexión todavía en la mano, aquí les muestro una de las conclusiones de tan estimulante ejercicio, realizado por este directivo en paro. Empezaré por el final. El ser humano, a pesar de su insigne formación académica, (refrendada por universidades y escuelas de negocio de prestigio) y el gran bagaje profesional acumulado a lo largo de décadas (labrado en muchos casos en empresas de alta alcurnia y buen linaje), mantiene una disposición natural hacia el autoengaño, en sus múltiples y diabólicas formas. Para ver si están de acuerdo con semejante aseveración sigan leyendo, por favor, y respondan a las siguientes preguntas. No hace falta que lo hagan en alto, si quieren evitar alguna que otra mirada perpleja de su entorno: ¿Disfruto realmente con el trabajo que estoy desarrollando?, ¿me proporciona mi empresa el marco idóneo donde desarrollar amplia y libremente todo mi talento y potencial como profesional?, ¿van la vocación y la profesión de la mano en mi carrera? Si todavía tienen alguna duda, les ruego que continúen con el cuestionario. ¿Tiendo a buscar un cobijo, cómodo y calentito, en el cada vez más poblado “valle de las excusas y las lamentacio-
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nes”?, ¿hasta qué punto soy consciente de los efectos hipnotizadores de ostentar un cargo directivo de postín en una empresa de relumbrón, especialmente puertas afuera, cuando en nuestro interior sabemos que este tipo de dependencias son peligrosamente adictivas y pueden llegar a ser una trampa mortal? Si todavía siguen ahí, amables lectores, les confesaré que yo aún estoy bajo los efectos de un incómodo pero sano escozor mental tras someterme a semejante tercer grado. Y es que la conclusión a la que he llegado ha sido demoledora: ¡Cómo he podido estar tan ciego durante tanto tiempo! Estas reflexiones me han recordado algunos tipos de comportamiento basados en la tozudez, como el conocido como “error del inversionista” (o trampa de los “sunk costs”), que desarrolla José Antonio Marina en su libro La inteligencia fracasada (3). Este concepto describe la capacidad y tendencia de las personas a justificar sus acciones y mantener un rumbo equivocado (a través de una especie de blindaje mental) a pesar de las señales claras e inequívocas que nos envía la realidad. Por ejemplo, ¿hasta dónde soy capaz de llegar con tal de justificar una inversión nefasta? Que se lo pregunten a John Allen Paulos, quien perdió hasta la camisa invirtiendo empecinadamente en acciones de empresas tecnológicas en pleno boom de las llamadas puntocom del año 2000 (locura, diría yo) y tuvo la valentía y el acierto de narrar su experiencia en el delicioso libro Un matemático invierte en bolsa (4).
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Visto desde el lado positivo, todas estas reflexiones me han permitido formular el “teorema de Watson” que quiero compartir con todos ustedes en primicia mundial. Dice así: “La sinceridad propia de un individuo movido por su vocación es inversamente proporcional a la capacidad de autoengaño de un profesional cualificado a medida que acumula trienios”. O dicho de una manera más clara: a estas alturas del partido, cuando en el mejor de los casos las canas ya han conquistado una parte considerable de nuestra desamueblada cabeza, hacerse trampas en el solitario no es sano ni prudente. ––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––– (1) Mi visión del mundo. Metatemas, Albert Einstein, Tusquets Editores, 2005. (2) El arte de la prudencia. Baltasar Gracián. Ediciones Temas de Hoy, 1996. (3) La inteligencia fracasada. José Antonio Marina. Anagrama, 2004. (4) Un matemático invierte en bolsa. John Allen Paulos. Metatemas. Tusquets Editores, 2004.
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8 Verdaderos emblemas de esperanza Tras el lanzamiento mundial del “teorema de Watson”, recogido en el anterior capítulo, me he quedado con una sensación un tanto extraña. No he recibido ninguna llamada. Ni siquiera una llamada al orden. O las expectativas de reconocimiento social que me había creado eran algo exageradas o yo mismo, víctima de un acceso de autoengaño, me he convertido en la prueba irrefutable de que el teorema es correcto y funciona. El fracaso es mi meta, pues. El caso es que sigo dándole al coco en estos días, profundizando en este sorprendente y estimulante proceso de autoconocimiento. Y, al mismo tiempo, compartiendo con todos ustedes, amables lectores, las conclusiones derivadas de dicho proceso de reflexión. Leo en la prensa algunas informaciones inquietantes. Las últimas encuestas realizadas en España revelan un cierto estado de opinión, llamémoslo algo taciturno. Las razones, por obvias, no creo que merezcan la pena detallarlas, máxime cuando ya se ha superado el 20% de paro.
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Pero como uno aprendió hace tiempo que la objetividad es una suma de subjetividades, ahí va mi opinión por si tiene alguna validez demoscópica. Aviso: no pretendo emprender ninguna cruzada quijotesca contra los molinos de la crisis o recesión, que uno no sabe ya cómo llamar a esta dichosa situación económica, que buena pinta no tiene, la verdad. Dejo cualquier análisis sobre el estado de la cuestión en manos de los expertos, que hay muchos y muy buenos. Mi única aportación en este sentido se parecería mucho a la que Financial Times plasmó hace tiempo en un editorial: If the market thinks that you have a problem, you have a problem. En inglés, pero muy clarito. Cuestión de percepciones. Mi propuesta de valor va en otra dirección, como ustedes saben, amables lectores. Como Séneca, “no miro, pues, el color de los vestidos con que se cubren los cuerpos: no me fío de los ojos del hombre; tengo una luz mejor y más segura, por medio de la cual distingo lo verdadero de lo falso: el espíritu es quien debe encontrar los bienes del alma” (1). Discúlpenme, pero creo que acabo de sentar las bases de una nueva teoría: la de las metapercepciones. Pero de eso les hablaré más adelante si no me detienen antes. De momento me centraré en hablarles de la esperanza y los efectos que ésta tiene para la salud y el bienestar de cualquier persona, máxime si está desempleada.
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¿No es acaso la esperanza uno de los principales bienes del alma? Les animo a buscar y descubrir sus emblemas. Siento decirles que en este ejercicio no les puedo ayudar demasiado. La esperanza tiene mucho que ver con los deseos y las expectativas personales. Por tanto, le corresponde a usted localizar sus símbolos. Les advierto que, tal y como establece la Ley de Emmet, “el temor a realizar una tarea consume más tiempo y energía que hacer la tarea en sí” (2). Así que no sean perezosos, por mucho que estemos de vacaciones forzadas para algunos. Les daré alguna pista. Los emblemas de esperanza pueden ser acciones, situaciones, lugares, momentos, sujetos, objetos e incluso herramientas, como veremos a continuación. Es el caso de Joseph Conrad, gran escritor británico y excelente marino. Conrad narra en El espejo del mar (3) el verdadero significado de un ancla para un capitán, elevándolo sin ningún rubor a la categoría de emblema de esperanza. Nos dice con una gran maestría que, desde el principio hasta el final, los pensamientos del marino están enormemente pendientes de sus anclas: “¡Cuán minúsculas resultan en comparación con el enorme tamaño del casco!”. Y, sin embargo, “de ellas dependerá en más de una ocasión, la propia vida del barco”. Otro objeto que se puede calificar como emblema de esperanza, en el caso del directivo en paro, es el teléfono móvil donde
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recibir la llamada de un head hunter ofreciéndole un buen puesto de trabajo. Pero esto, tal y como está la situación, más que un emblema de esperanza, es un verdadero acto de fe. Entre usted y yo, me quedo con otro tipo de emblemas de esperanza, menos materiales y más propios del ámbito personal de cada individuo. Por ejemplo, para una persona que esté atravesando un momento complicado (como, por ejemplo, la pérdida de un empleo) nada más gratificante y esperanzador que el apoyo incondicional y cómplice de tu mujer o marido, en esa fase vital donde es fácil perderse en la niebla; o la familia, abierta y generosa, que cuida de ti para que te sientas querido y arropado pero sin ejercer presiones ni agobios; o los amigos de verdad que, con su cercanía y aliento, dignifican aún más el significado de la palabra camaradería; o la generosidad de todas aquellas personas que, sin buscar nada a cambio, tratan de hacerte la vida más fácil… En mi caso, además de todos estos símbolos que afortunadamente uno otea con enorme satisfacción en su horizonte personal, los verdaderos emblemas de esperanza son todos y cada uno de ustedes, amables lectores. Su atención y presencia al otro lado de esta página son un verdadero estímulo para seguir adelante con esta enriquecedora correspondencia y compartir abiertamente estas tribulaciones.
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–––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––– (1) Sobre la felicidad. Séneca. Biblioteca Edaf, 1998. (2) The Procrastinador´s Handbook. Rita Emmet. Walker & Co, 2000. (3) El espejo del mar. Joseph Conrad. Reino de Redonda, 2005.
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9 Pensar el sentimiento, sentir el pensamiento Seguimos en plena travesía, amables lectores. Cruzado el ecuador de la esperanza, mantenemos el rumbo hacia un destino incierto pero cargado de optimismo, como no debe ser de otra forma. En el anterior capítulo les animaba a buscar aquellos símbolos materiales o espirituales que pueden conformar la particular carta náutica que guíe la trayectoria, acción y comportamiento de cada uno de nosotros. Espero que, tras leerlo, hayan conseguido localizar sus propios emblemas de esperanza. Me conformaría con que hayan divisado al menos uno de ellos y que se encuentre a una distancia física o mental razonable para percibir sus señales, sentir su cercanía y aspirar a alcanzarlo pronto. Ya me contarán. Hoy me he propuesto plantearles la existencia de otros emblemas de esperanza a los descritos en el anterior capítulo (familia, amistades…), que pueden ayudarnos sencilla y milagrosamente a ser mejores y alcanzar momentos de plenitud y felicidad. Como lo oyen.
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¿Han oído hablar de la expresión “estar en la zona”? La primera vez que escuché esta frase fue en boca de Ken Robinson, autor de El Elemento (1), libro del que ya les he hablado en páginas anteriores. “Estar en la zona” es estar en el lugar y el momento en el que literalmente volamos, “nos volvemos decididos y entregados. Vivimos el momento. Nos perdemos en la experiencia y damos lo máximo de nosotros mismos. Nuestra respiración cambia, nuestra mente se funde con nuestro espíritu y sentimos cómo nos adentramos en el corazón del Elemento”. No me refiero a una nueva droga de diseño. Aunque “estar en la zona” puede aumentar la sensación de libertad y autenticidad y, en definitiva, trastornar nuestra capacidad de percepción. No hace falta ni receta ni consultar al farmacéutico. “La zona” es legal, sana y muy recomendable. Además, no tiene efectos secundarios adversos. Más bien todo lo contrario. Según Robinson, “cuando hacemos algo que nos gusta y que se nos da bien, tenemos muchas más probabilidades de centrarnos en nuestra verdadera autoconciencia: ser quienes en realidad creemos ser”. Hacer algo que nos gusta y se nos da bien. Sí, han oído bien. Pasión, vocación y pericia. Tres conceptos que cuando convergen “en la zona” provocan un momento mágico, sublime, “donde las ideas aparecen más rápidamente, como si estuvieses conectado a una fuente que hace que sea significativamente más fácil lograr tu cometido”.
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Vamos, uno de esos “momentos estelares de la humanidad”, que diría mi admirado Stefan Zweig, pero aplicados a la experiencia personal de cada uno. En esta misma línea de pensamiento, Santiago Álvarez de Mon, profesor del IESE, incorpora en su libro Con ganas, ganas (2) la visión de algunos ilustres profesionales (Inma Shara, Jesús López Cobos o Valentín Fuster) que ejemplifican muy bien el significado del concepto “estar en la zona”. En sus testimonios, los protagonistas (asiduos moradores de “la zona”) nos hablan de confianza, de libertad, de serenidad, de equilibrio, de misterio, de armonía, de magia, de ingenio, de pasión, de acción… De estados y factores que te pueden llevar a un punto donde todo parece fluir con naturalidad. ¡Qué gozada! Pero también y sobre todo nos hablan de concentración, como vía para entregarse y conectar con lo que hacen con tal grado de profundidad y plenitud que no llegan a distinguir entre pensar y sentir. Pensamiento y sentimiento en un mismo espacio y momento. Increíble pero cierto. Y real. Miguel de Unamuno, espíritu libre y clarividente como pocos, ya animaba a sus lectores en Poesías (3) a encontrar “la zona”, a su estilo y manera. Y nos decía: “Piensa el sentimiento, siente el pensamiento. Lo pensado es, no lo dudes, lo sentido”. Reflexionen, amables lectores, y cuenten las últimas veces que, en su actividad profesional, se han encontrado “en la zona”.
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Concentración. Piensen un poco más. Si lo necesitan, amplíen, por favor, el campo de recuerdo a otros trienios... Si les sirve de consuelo, les confesaré que a mí también me ha costado localizar mi última entrada “en la zona” durante la etapa profesional que acabo de culminar, antes de graduarme con el título de directivo en paro. Pero no se preocupen. Con mi vocación literaria creciente, ciertas dosis de pasión, ilusión y tensión, y una capacidad de concentración que me ha sorprendido a mí mismo, llevo varias semanas perdido y disfrutando “en la zona”, espacio mental maravilloso que no pienso abandonar salvo que ustedes (o mi querida familia) digan lo contrario. ––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––– (1) El Elemento, Ken Robinson. Grijalbo, 2009. (2) Con ganas, ganas. Santiago Álvarez de Mon. Plataforma, 2010. (3) Poesías. Miguel de Unamuno. Alianza Editorial, 1987.
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10 Elogio del intento
¿Encontraron algún rastro de “la zona”, amables lectores, tal y como les animaba en el anterior capítulo?, ¿recordaron algún momento especialmente sublime, en el que se perdieron en la experiencia, dominados por una sensación maravillosa de plenitud? Espero, de todo corazón, que así fuera. Y que entre todos sus momentos vitales, especialmente aquellos relacionados con su profesión (la preparación de la madre de todas las propuestas, una negociación complicada, la gestión de una crisis…), se reconociera habitando con toda naturalidad en “la zona”. En caso contrario, les animo a que sigan leyendo (se lo ruego de cualquier forma). Trataré, con toda humildad, de darles algunas claves que, en mi caso (que es el único para el que estoy autorizado a hablar) han funcionado. La primera es que, como habrán adivinado, no hay fórmulas magistrales de aplicación universal. Desconfíe de todos aquellos que quieran vendérselas como si fuera una loción de crecepelo milagroso. Cada uno de nosotros somos únicos; y absolu-
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tamente propios y personales deben ser nuestros pensamientos y reflexiones. Coincidiendo con Arthur Schopenhauer (1), no es bueno que “su espíritu se habitúe al sucedáneo y, con ello, olvide la realidad misma; es decir, que no se acostumbre a los senderos trillados y, por seguir el pensamiento ajeno, se aparte del suyo propio”. Así que a seguir su propio sendero de reflexión. Como aportaciones externas me permito sugerirles tres: Ken Robinson, Santiago Álvarez de Mon y Watson. Ken Robinson (2) nos apuntaba algo tan sencillo como hacer algo que nos gusta y que se nos dé bien como primera y básica pauta para estar “en la zona”. Para Santiago Álvarez de Mon (3), “la zona” es un triángulo formado por la aptitud, la actitud y la oportunidad. “La primera es reflejo de unos talentos y dones naturales que sin prisa pero sin pausa han ido aflorando imparablemente. La segunda es la firma personal e intransferible de un carácter que se ha ido musculando en cada posta del viaje. La tercera es el regalo de personas de bien –familiares, profesores, entrenadores, jefes, mentores…– que vieron y estimularon lo que nosotros ni sospechábamos”. Para Watson, directivo en paro, además de suscribir todo lo anterior, el billete para transportarnos directamente a la “zona”, sin paradas ni peajes, es la determinación y el coraje para inten-
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tarlo, tratando de evitar que el miedo al error paralice cualquier posibilidad de acción. ¿Cuántas decisiones se han visto neutralizadas por desconfianza en uno mismo, por cierta aversión al riesgo o, lo que es peor, por el temor a fracasar en el intento, especialmente cuando vamos cumpliendo años? De la confianza en uno mismo ya les hablé en otro capítulo (Nadar fuera del banco de peces). Ya lo decía Voltaire en el Discurso sobre el hombre: “El secreto de ser aburrido consiste en querer decir todo”. Por tanto no volveré sobre ello para no aburrirles demasiado. En cuanto al riesgo, cada individuo debe establecer el rango capaz de soportar según sus circunstancias personales, familiares y profesionales. Sólo cada uno de nosotros sabe dónde se encuentra el punto óptimo de riesgo y de qué margen disponemos para no entrar en la zona roja, donde se suele transformar en pánico (por exceso). O, por el contrario, dónde está el mínimo exigible para que la vida tenga algo de chispa y no linde con el tedio y el sopor (por defecto). Usted mismo. El miedo al error es otra historia. Les contaré una: la de Susan Jeffers, autora del libro Aunque tenga miedo, hágalo igual (4). Susan descubrió que su actitud negativa ante la vida estaba motivada, simple y llanamente, por el miedo. Por una serie de carambolas, la protagonista se atrevió a pasarse por la New School for Social Research con la idea de impartir un taller so-
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bre el miedo del que, en un principio, tenía poco más que el título del curso. Después de ser milagrosamente admitida, el buen nivel de aceptación del curso por parte de sus alumnos le animaron a escribir un libro basado en el taller que había impartido. El libro fue rechazado por quince editoriales hasta que, tres años después, encontró un editor que creyó en el proyecto. Hoy, Aunque tenga miedo, hágalo igual ha vendido millones de ejemplares y se ha traducido a más de treinta y cinco idiomas.
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Por cierto, Susan Jeffers no se dedicó a escribir libros en serio hasta que no cumplió los cuarenta años. Ya va por diecisiete libros, creo. Un modelo que me inspira y me provoca, lo reconozco. De momento, Elogio del intento, este capítulo que espero siga leyendo, es el décimo del libro Tribulaciones de un directivo en paro. Una cifra modesta pero impensable hace unas semanas, cuando este proyecto ni siquiera estaba en el limbo de las intenciones de su autor. Son las paradojas del destino, amables lectores, que (¿será la ley de la atracción?) nos ha unido en esta gratificante experiencia. Por mi parte, estoy dispuesto a seguir manteniendo esta deliciosa correspondencia con todos ustedes. Como nos recuerda Séneca, en su tratado Sobre la felicidad (5), “aquel que quiera hacer esto, se lo proponga y lo intente, emprenderá su camino hacia los dioses; no en vano éste, aunque no lo haya conseguido, magnis tamen excidit ausis (al menos sucumbió en empresas de altos vuelos. Metamorfosis, Ovidio)”. ––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––– (1) Pensamiento, palabras y música. Arthur Schopenhauer. Biblioteca Edaf, 1998. (2) El Elemento. Ken Robinson. Grijalbo, 2009. (3) Con ganas, ganas. Santiago Álvarez de Mon. Plataforma, 2010. (4) Aunque tenga miedo, hágalo igual. Susan Jeffers. Robinbook, 2002. (5) Sobre la felicidad. Séneca. Biblioteca Edaf, 1998.
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11 Para ser grande, sé entero En el anterior capítulo les animaba a sortear los obstáculos que, con cierta frecuencia, nos impiden alcanzar algunas metas personales, paralizándonos incluso antes de iniciar la marcha. Superemos, pues, el miedo en sus múltiples formas y atrevámonos a intentarlo. Valoremos a los hombres “por los esfuerzos que hacen para intentar cosas grandes, aunque desfallezcan en su empeño”, nos sugiere Séneca en su tratado Sobre la felicidad (1). Intentar cosas grandes, noble aspiración. Y, ya sabe, como decía Miguel de Unamuno, “el que no aspire, apenas hará nada hacedero que merezca la pena” (2). Aspiraciones elevadas, expectativas moderadas y necesidades, las justas. Esta es una de las grandes y buenas ideas que aprendí del profesor Santiago Álvarez de Mon en sus memorables clases en el IESE. Y les confieso que he tratado de seguir su estela a lo largo de estos años, aunque con un éxito variable. Les haré algunas confesiones. Mis elevadas aspiraciones (o sana ambición, como ustedes prefieran) me han permitido em-
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barcarme en proyectos profesionales que ni en el mejor de mis sueños de aprendiz hubiera imaginado (o visualizado); me han ayudado a localizar y desarrollar mis talentos (sí, en plural) y a conocer a personas (ilustres miembros del “club de las tres emes”: maestros, mentores y mecenas), que han sido un verdadero regalo de la vida. Evidentemente también ha habido experiencias penosas, como se pueden imaginar; por ejemplo, la que me ha llevado a ostentar mi actual y flamante cargo de directivo en paro. Pero no se preocupen: no les castigaré con una retahíla de quejas y sollozos impropios de un aspirante a escritor comprometido con su bienestar y buen humor (y el de todos). Además, espero que el cargo sea eventual, sinceramente. En cuanto a la moderación en las expectativas, he tratado de guiar mis pasos con la luz de las sabias palabras de Baltasar Gracián, quien considera que las expectativas exorbitantes conducen de cabeza a la decepción más que a la admiración: “Los comienzos honrados sirven para despertar la curiosidad y no para comprometer el intento final. Mejor resulta cuando la realidad supera a la idea previa y es más de lo que se creyó” (3). Pues eso. Por último, necesidades ajustadas. ¿Cómo calibrar las necesidades de cada individuo en su justa medida? Coincidirán conmigo en que no es una tarea sencilla. Uno tiene la sospecha de que, a veces, “vivimos no según nos dicta la razón, sino por imitación”, como diría Séneca (1).
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Y las consecuencias a la vista están: carreras frenéticas por alcanzar mayores cotas de poder (relativo siempre, créanme), con codazos incluidos, y una obsesión galopante por acumular riquezas y bienes que nos alejan de la virtud y la felicidad. Disfrutando nuevamente de la compañía de Séneca, me permito sugerirles que tengamos “todos esos bienes a nuestro servicio y no permitamos que nos manden: únicamente así serán útiles a nuestro espíritu”. Les confieso que cuando abro el periódico por las mañanas o consulto un diario digital, tengo la tentación de no desviarme ni un ápice de la línea de pensamiento del filósofo cordobés, y niego que las riquezas constituyan un bien; porque si lo fuesen, harían buenos a los hombres. Otras, sin embargo, al calor de ciertas noticias positivas (aunque esto sea un contrasentido), de historias protagonizadas por personas normalmente desconocidas (salvo honrosas excepciones) que, movidas por un espíritu noble y generoso, han realizado cosas grandes, entonces y sólo entonces redoblo mi confianza en el ser humano. ¿Que cuáles son las claves para hacer cosas grandes?, se preguntarán algunos de ustedes, amables lectores. En mi opinión, son una combinación de sanos ingredientes como una actitud positiva, pasión, alma… Trataré de exponerlo con mayor claridad a través de las opiniones de algunos ilustres compañeros de viaje.
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La actitud, nos dice Adam J. Jackson, “es el pincel con el que la mente colorea nuestra vida. Y somos nosotros los que elegimos los colores” (4). Miguel de Unamuno (5) nos anima a “vivir en continuo vértigo pasional, dominado por una pasión cualquiera. Sólo los apasionados llevan a cabo obras verdaderamente duraderas y fecundas”. Y Fernando Pessoa nos aporta su visión lúcida de este fenómeno a través de una deliciosa poesía que descubrí por azar en el libro de Miguel Munárriz Poesía para los que leen prosa (6) y que se ha ganado un lugar destacado en mi particular equipaje literario. Se titula Oda. Lean, por favor: Para ser grande, sé entero: nada tuyo exagera o excluye. Sé todo en cada cosa. Pon cuanto eres en lo mínimo que hagas. Así en cada lago la luna toda brilla, porque alta vive. Así sea. ––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––– (1) Sobre la felicidad. Séneca. Biblioteca Edaf, 1998. (2) Del sentimiento trágico de la vida. Miguel de Unamuno. Espasa Calpe, 1982. (3) El arte de la prudencia. Baltasar Gracián. Ediciones Temas de Hoy, 1996. (4) Los 10 secretos de la abundante felicidad. Adam J. Jackson. Sirio, 1990. (5) Vida de don Quijote y Sancho. Miguel de Unamuno. Alianza Editorial, 1987. (6) Poesía para los que leen prosa. Miguel Munárriz. Colección Visor de Poesía, 2004.
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12 El ingrato es pariente del irresponsable Después del anterior capítulo, me he propuesto firmemente no sólo aspirar a lo más alto, sino también a lo más práctico: abandonar mi eventual (espero) condición de directivo en paro. Ya sé, amable lector, que no es tarea fácil, especialmente en los tiempos que corren en nuestro querido país, en vísperas de un verano que promete ser muy intenso (e inquietante). Pero es cierto que, además del contexto, depende también de la actitud de cada uno. ¿O no? Ya lo dijo Viktor Frankl, en El hombre en busca de sentido (1): “al hombre se le puede arrebatar todo menos una cosa: la última de las libertades humanas –la elección de la actitud personal que debe adoptar frente al destino– para decidir su propio camino”. En eso estamos. Uno puede adoptar una posición pasiva y encomendarse a San Judas Tadeo, patrón de los imposibles; o pasar a la acción. Yo he optado por este segundo camino, más entretenido y emocionante, se lo aseguro.
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Y como “toda gran función necesita un gran estímulo”, tal y como sostiene acertadamente Jorge Wagensberg, (2), he elaborado una lista con esos pequeños grandes estímulos capaces de configurar una de las principales fuentes de motivación para llegar a la ansiada meta. Les ahorraré la enumeración de todas aquellas particularidades que suelen componer la esfera de las necesidades personales más comunes y generalizadas, no vaya a ser que nos llevemos sorpresas desagradables y pongamos a las entidades financieras con las que estamos comprometidos casi a perpetuidad en estado de máxima alerta. Suprimidos de la lista los aspectos económicos y financieros, que más que un estímulo suelen ser una auténtica pesadilla, les animo a hacer lo propio: cojan lápiz y papel y ¡adelante! No olviden que sentir y ansiar son el motor de todos los logros humanos, según Albert Einstein. Además, coincido con Arthur Schopenhauer al afirmar que las cosas vistas más de cerca parecen más soportables. En mi caso, con mi habitual tendencia a escorarme hacia el lado positivo de la realidad, la lista ha sido afortunadamente extensa y gratificante. Muchos de esos estímulos ya se los he ido desgranando de alguna forma en las páginas anteriores y tienen mucho que ver con la confianza, la vocación, la tensión, la actitud personal de cada uno, la aptitud, la entrega, el esfuerzo o el miedo.
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Hoy añadiré un nuevo estímulo: el agradecimiento. El agradecimiento es un fenómeno que sólo se refiere a personas (en particular a las otras personas). Es una respuesta emocional a algo que nos ha sucedido y que, por norma general, suele venir a continuación de una determinada sensación de alegría. Evidentemente, para que no haya dudas de mi estado mental, uno no siente agradecimiento hacia ninguna persona en concreto por haber alcanzado la condición de desempleado. Ni previamente me he alegrado por ello. Debemos tener en cuenta que únicamente se suele encontrar ese sentimiento de agradecimiento en situaciones interpersonales en las que consideramos que otra persona nos ha hecho algo bueno de manera gratuita y pensando en nuestro bien. Y no es el caso. ¿O en el fondo sí? Who knows? Por el contrario, siento un profundo agradecimiento hacia todas las personas (familiares, amigos, compañeros e incluso competidores) que me han trasladado un sincero y cálido apoyo durante este difícil tránsito desde una vida profesional reconocida, acomodada y bien remunerada hacia un destino incierto e imprevisible. Momento peculiar en el que, qué quieren que les diga, uno tiene la sensación de haberse convertido en un apestado social, que teme ser preguntado en cualquier reunión por conocidos (o no tanto) sobre su actual condición profesional. Parece que estamos
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obligados a dar demasiadas explicaciones que, además, nadie entiende o cree, a juzgar por las expresiones de sus rostros. El agradecimiento es aún mayor hacia todos aquellos que se desviven por ayudarte a encontrar un nuevo destino profesional, informándote puntualmente de cualquier pista que surja en el mercado y poniendo a tu disposición todos los medios posibles para promover tu candidatura a un determinado puesto. Qué decir del agradecimiento hacia todos ustedes, amables lectores, por seguir esta peculiar correspondencia y convertirse en un verdadero estímulo para un directivo en paro y aspirante a escritor. Para mí está siendo un auténtico privilegio. Así que hagan el favor de no abandonarme. Llegado a este punto, coincido plenamente con el filósofo Balduin Schwarz, quien afirma: “Yo me vivo a mí mismo como dependiente de otros, no sólo en lo que tengo y hago, sino que reconozco que mi mismo vivir puede depender de cómo se comporten otros conmigo y, aun cuando no se trate de mi vida, he de reconocer a menudo que algo decisivo para mí –mi salud, mi libertad, mi prosperidad moral y espiritual– depende de la ayuda de otros hombres” (3). Así que ya lo saben. Siguiendo la línea de pensamiento de Schwarz, el que no da las gracias –y aún más, el ingrato– es pariente del irresponsable en su actitud ante la vida. Gracias.
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––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––– (1) El hombre en busca de sentido. Viktor Frankl. Herder, 2004. (2) Si la naturaleza es la respuesta, ¿cuál era la pregunta? Jorge Wagensberg. Metatemas, 2002. (3) Del agradecimiento. Balduin Schwarz. Ediciones Encuentro, 2004.
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13 ¡Tierra a la vista! Firme en mi aspiración y empeño a abandonar mi eventual condición de directivo en paro, tal y como recogía en el anterior capítulo, hoy les quiero anunciar la aparición de ciertos destellos en el horizonte que me hacen sentir especialmente optimista. De hecho, amables lectores, me encuentro en un estado vivamente agitado. Al igual que un capitán al frente de su barco, tal y como nos enseña Joseph Conrad, cuando se está a punto de divisar tierra, el espíritu “se va atormentando por un invencible desasosiego. Parece incapaz de aguantar muchos segundos seguidos en su camarote; saldrá a cubierta y mirará hacia delante, aguzando cada vez más la vista a medida que se vaya aproximando el momento señalado” (1). Ese momento señalado no es otro que la Recalada. Ésta es junto a la Partida uno de los extremos que marcan la vida del marino y la carrera de un barco. Aunque, a decir verdad, son dos momentos que tienden a fundirse, alternando algunas veces su significado e interpretación. Pero volvamos a mi estado de agitación. Mi particular carta de marear indica que nos encontramos cerca de la costa. Siguien-
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do a mi admirado capitán Conrad, “sea una montaña de singular perfil, un cabo rocoso o un tramo de dunas, primero uno la percibe de un solo golpe de vista. Luego vendrá, a su debido tiempo, un reconocimiento más amplio; pero una Recalada buena o mala, en esencia se efectúa y acaba con el primer grito de ¡Tierra a la vista!”. La “montaña de singular perfil” se ha presentado tras una larga travesía salpicada de múltiples llamadas y otras tantas reuniones mantenidas en las últimas semanas. Parece que hay alguien empeñado en que deje el cargo de directivo en paro. Y creo que lo va a conseguir. La Recalada ha sido buena. Excelente diría yo. He conseguido divisar la costa antes de lo previsto, reduciendo de manera considerable la sensación de incertidumbre que embarga a cualquier marino desde la Partida. Y el puerto de destino parece fiable y seguro. Les confieso que lo que me ha hecho mantenerme a flote durante la navegación no ha sido solamente la pericia técnica que es, según Conrad, más que honradez; “es algo más amplio, un sentimiento más elevado y claro, no enteramente utilitario, que abarca la honradez, la gracia y la regla y que podría llamarse el honor del trabajo. Está compuesto de tradición acumulada, lo mantiene vivo el orgullo individual, lo hace exacto la opinión profesional y, como a las artes más nobles, lo estimula y sostiene el elogio competente”.
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Lo que verdaderamente ha dado sentido a esta travesía existencial ha sido, sin lugar a dudas, la correspondencia mantenida con todos ustedes, amables lectores. Nunca, repito, nunca, me he sentido más vivo y con mayor fuerza para seguir adelante, en un momento de mi vida tan complicado como enriquecedor. Pensemos, de la mano de Albert Einstein, “en que la mejor fuente de lucha, de fuerza y de salud para cualquier comunidad (o individuo, añado yo) son las dificultades. La nuestra no hubiera sobrevivido si sólo hubiera tenido placeres” (2). Yo tampoco. Nuestra correspondencia, amable lector, ha sido auténtica y sincera; y, sin pretender caer en lo cursi, con alma. Y, como “es verdadero todo aquello en que pones alma”, según Miguel de Unamuno (3), pues verdadera y real. Es como si en cada capítulo hubiera lanzado por la borda una botella con un mensaje vital y positivo en su interior, sin conocer si alcanzó la costa hasta llegar a sus ojos. Dejo a su opinión y criterio el interés de nuestra correspondencia. Me conformaría con que alguna de las personas que han recogido una o más de las botellas depositadas en sus manos a través de este libro, haya leído su contenido y le haya sido de alguna utilidad. Les confieso que para mí ha sido una experiencia imborrable. Llegó el momento de largar el ancla (aviso a navegantes: un auténtico marino nunca “echa” su ancla). En breve pisaré tierra, dispuesto a enrolarme en la próxima aventura profesional, con el arcón lleno de esperanza, ilusión y pasión.
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Marcaré una nueva Partida, recordando las palabras de Miguel de Unamuno: “El espacio que recorras será tu camino; no te hagas, como planeta en su órbita, siervo de una trayectoria” (4). Hacia dónde partir, es una cuestión que dependerá de cada uno (¿lograré entrar por fin en el Club de los Negocios Raros?). Lo cierto es que no es bueno prolongar la estancia en tierra: a un buen marino no le agrada ni se le hace soportable la sensación de un barco dormido bajo los pies. Brindo, alzando una copa de Alonso del Yerro (uno de los mejores vinos del mundo), por todos aquellos que me han acompañado en esta memorable travesía: por mi mujer, la mejor mitad de mí mismo, que diría el gran Miguel Delibes; por todos los autores que me han inspirado e iluminado durante el viaje; y, sobre todo, brindo por todos ustedes, queridos lectores y amigos, por su paciencia y amabilidad. Y recuerden: nuestro destino será el que nos merezcamos (Einstein y Watson dixit). –––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––––– (1) El espejo del mar. Joseph Conrad. Reino de Redonda, 2005. (2) Mi visión del mundo. Albert Einstein. Metatemas, 2005. (3) Nuevo mundo. Miguel de Unamuno. Trotta, 1994. (4) ¡Adentro!, Miguel de Unamuno. Obras Completas. Vergara, 1958.
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14 Las 12 leyes elementales de Watson Queridos y amables lectores, esta agradable correspondencia ha de terminar. En el anterior capítulo ya les anunciaba el inminente final de la travesía. Vuelvo al terreno profesional y, con ello, abandono el honroso cargo de directivo en paro, situación que, aunque parezca mentira, me ha reportado unos beneficios incalculables en términos existenciales. Paradojas del destino. Amarrado el barco en el puerto, plegadas las velas, recogidos los aparejos, limpia la cubierta, el silencio se ha adueñado de la situación. Hecho el equipaje vital que he ido acumulando a lo largo del viaje no queda apenas tiempo para cargar con él y proceder a la ceremonia de la despedida. Antes de tan especial momento, cargado de emoción y un punto de tristeza (lo he pasado francamente bien, amables lectores. Les echaré mucho de menos), todavía me quedan unos minutos para hacer balance y compartir con ustedes unas últimas reflexiones. La experiencia ha sido una auténtica gozada. Y creo que, sincera y humildemente, se han cumplido buena parte de los objetivos marcados al principio de esta aventura.
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Si volvemos al primer capítulo (Basado en hechos reales), uno de los principales propósitos de esta correspondencia era hablarles de valores como la confianza, la ilusión, la pasión, la amistad, el esfuerzo, la esperanza o el agradecimiento, desde el punto de vista de un directivo que acababa de perder su empleo. Espero haber terminado mi misión con un moderado éxito. También confío en que ustedes hayan visto cumplidas sus expectativas con esta correspondencia y que estas tribulaciones les hayan hecho pensar. Y sonreir, que es muy sano. En cualquier caso, el intento ha merecido la pena, se lo aseguro. Con la confianza que nos otorga el hecho de haber compartido esta travesía, les propongo una última entrega. No se alarmen, no les pediré un esfuerzo titánico. Todo lo contrario; permítanme que en esta ocasión sea yo quien les lleve el equipaje. Como “pretender que un individuo retenga todo lo que ha leído es como exigir que lleve consigo todo lo que ha comido”, como nos recuerda Schopenhauer (1), he destilado y embotellado algunas las principales ideas que han surgido a lo largo de nuestra correspondencia en una especie de cuerpo doctrinal. No, no busquen un hilo conductor, porque “éste suele ser un artefacto para ensartar incoherencias”, como advierte Jorge Wagensberg (2). Son ideas que, por su aplastante contundencia y enorme capacidad transformadora, me he atrevido a dar forma de leyes.
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Son, ¡atención!, Las 12 leyes elementales de Watson. Lean, lean: 1. No tema embarcarse en proyectos profesiones que sean originales, siempre que sean únicos y generen ingresos, claro. Recuerden el Club de los Negocios Raros fundado por G.K. Chesterton. Sigue vigente y siempre está abierto a nuevas incorporaciones. 2. La confianza siempre es rentable. Es una fuente de ahorro de tiempo y dinero. Es limpia y renovable. Abundante y disponible. Inagotable. Un sostén sostenible, vamos. 3. Aprenda a nadar fuera del banco de peces. Cuando unos hagan zig, usted haga zag. Existe un recurso creativo, que es intentar lo contario de la realidad vigente, como asegura Jorge Wagensberg. Además, si no está preparado para equivocarse, no se le ocurrirá nada original. Y su vida será un muermo. 4. Vocación + tensión = salud + bienestar mental. Esta ecuación no necesita aclaraciones. Es simple y transparente. Detecte su vocación, localice su llamada y ponga toda su energía en ella. Verá que el esfuerzo no cansa. Y los resultados serán sorprendentes. 5. Estamos para los demás. No le dé más vueltas. Ante todo para aquellos de cuya sonrisa y bienestar depende nuestra felicidad; pero también para tantos desconocidos a cuyo destino nos vincula una simpatía (Albert Einstein dixit).
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6. No se haga trampas cuando juegue al solitario: no es sano ni prudente. Aplíquese el famoso Teorema de Watson: La sinceridad propia de un individuo movido por su vocación es inversamente proporcional a la capacidad de autoengaño de un profesional cualificado a medida que acumula trienios. 7. Siempre hay motivos para mantener la esperanza. La esperanza es uno de los principales bienes del alma. Localice sus emblemas. Son múltiples y variados. Y ¡sígalos! 8. Haga lo que le gusta y se le dé bien. Le facilitará “estar en la zona”, lugar y momento donde nos volvemos decididos y entregados. Vivimos el momento. Nos perdemos en la experiencia y damos lo máximo de nosotros mismos. 9. Aunque tenga miedo, hágalo. Determinación y coraje. Es mejor desfallecer en el empeño y sucumbir en empresas de altos vuelos (magnis tamen excidit ausis) que consumirnos en la quietud de la duda. Pase a la acción. ¡Vamos! 10. Para ser grande, sea entero. Nada más que añadir a la Oda de Fernando Pessoa. Debemos valorar a los hombres por los esfuerzos que hacen para conseguir cosas grandes y, sobre todo, buenas para los demás. 11. Sea agradecido. El ingrato es pariente del irresponsable en su actitud ante la vida. No olvide que dependemos de la ayuda de otras personas. ¡Viva la cooperación!
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12. Nuestro destino será el que nos merezcamos. Fuera excusas. Salgamos del valle de las lamentaciones, que ya somos mayorcitos y ¡adelante! Muchas gracias, amables lectores por su atención. Ha sido un verdadero placer. Con mi más profundo y sincero agradecimiento, les deseo lo mejor. Sean muy felices y ¡hasta siempre, amigos! ––––––––––––––––––––––––––––––– (1) Pensamiento, palabras y música. Arthur Schopenhauer. Biblioteca Edaf, 1998. (2) Si la naturaleza es la respuesta, ¿cuál era la pregunta?.Jorge Wagensberg Metatemas, 2002).
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15 Va por ustedes
Un libro de estas características, que ha resultado ser una experiencia gozosa, no puede terminar sin un capítulo de agradecimientos. No es por seguir un patrón muy extendido en el mundo literario. Es que, para ser sinceros, sin la ayuda directa e indirecta, real y espiritual, de muchas personas queridas, el texto que todavía tiene usted en sus manos, nunca hubiera salido del limbo de las ideas. Y ya se sabe que las ideas, en sentido platónico, son la objetivación adecuada de la voluntad, como nos recuerda Schopenhauer. En mi caso, la voluntad ha sido guiada por una fuerza interior procedente de varias fuentes de inspiración, todas ellas con nombres y apellidos. Y es que, como bien dice Salvador Dalí en su obra 50 Secretos Mágicos para Pintar, “en el momento de sentarse usted ante su caballete (u hoja en blanco, digo yo), es absolutamente necesario que su mano de pintor (o de escritor en este caso) sea guiada por un ángel” . He aquí la lista de mis particulares ángeles a los que agradeceré eternamente su compañía durante esta agradable travesía:
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A Sonia, mi mujer y principal compañera de viaje, por su generosidad, fortaleza, apoyo y lucidez para mostrarme siempre el camino correcto. Además les confesaré un secreto: ha tenido la gentileza de diseñar y confeccionar este libro de una forma maravillosa. Compartir la vida con ella es un verdadero lujo. A nuestros queridos hijos, Juan, Lola y Pablo, verdaderos emblemas de esperanza y motor de nuestras vidas. A mi madre, Marisol Borrallo, ejemplo de bondad, generosidad, sabiduría y entrega. Y a mi padre, José Francisco Aguirre, quien no me cabe la menor duda de que me ha guiado desde el Cielo. Su presencia entre todos nosotros es constante. A mis queridos, numerosos y divertidos hermanos, Marisol, José Francisco (que también me ha iluminado desde arriba), Paulino, Luis Enrique, Federico, María Cristina, Jesús, Antonio y María Antonia, en los que siempre he encontrado el verdadero significado de la palabra camaradería. A mis queridos cuñados Cristina, Mari Cruz y María José, Antonio, Luis y Francisco Javier, y a toda la tribu de sobrinos, especialmente a Raquel, ejemplo de voluntad, constancia y superación. A mi tío Antonio Aguirre, mentor y mecenas, por ocuparse con generosidad de mi formación tras la ausencia de su hermano, mi padre. Todavía oigo su voz desde el Cielo: “¡Escribe!”.
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A mis padrinos Carmen y Rafael, quienes siempre cuidaron cariñosamente de mí. Y a sus hijos y queridos primos María del Carmen (y José Félix) y Rafael (y Concha), por su buen corazón, con la esperanza de que vuelvan a encontrarse. A mi abuela Antonia, que con su carácter, inteligencia y bondad, nos mostró siempre el valor de una buena educación. Su legado perdura y lo seguirá haciendo durante muchos años. Gracias abuela, siempre estaremos en deuda contigo. A mi tía Toñica, cariñosa, desprendida y siempre atenta a nuestros movimientos, y a mi tío Luis Borrallo, por despertarme de mis letargos espirituales y encenderme la luz de la fe en momentos de oscuridad. A mis primos Carús y Borrallo. A mi familia política por ser de todo menos política, con mención especial a mis queridos suegros, Pilar Godino y Pablo Martín de Vidales, por acogerme como a un hijo más. A María y Nicolás, Mónica y Guillermo, Mayte y José Luis, Rocío y Javier y Miriam y Manuel, por ser tan buenos y generosos conmigo. Y a todos mis sobrinos, especialmente a mi ahijada Leticia. A Santa Marta, por arroparnos con su manto protector desde aquel 29 de julio de 2009. A Paula Bordonado y Antonio Baraybar, Silvia Cerrolaza y José Antonio Baos, amigos del alma y por encima de todo.
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A Clara Mairata, por regalarme su amistad y hacerme disfrutar aún más de nuestras placenteras estancias en Bora Bora. A Javier Alonso y María del Yerro, por su sincera amistad, por hacer el mejor vino del mundo (Alonso del Yerro) y por dejarme participar generosamente de su maravilloso proyecto. A José Antonio Vega, que creyó en Watson desde el primer momento, y le permitió crecer y desarrollar sus ideas en un ambiente de absoluta libertad. A Francis Ochoa, por convertirse en la primera y más fiel seguidora de Watson. Sus inteligentes comentarios han sido una guía fiable y todo un estímulo. A Paco Polo, por enfocar mi búsqueda, mostrarme un buen destino y responder generosamente de mí. A Juan Navarro, siempre atento y dispuesto a prestar ayuda. A Carlos Lareau, por pensar en mí y hacerme pensar. A Félix Gallardo, Sara Blázquez, Juan Astorqui, Miguel Ángel Garzón, Manuel Trapote, Ester Uriol, José María Pestaña, María Irazusta, Beatriz Sánchez-Guitián, Begoña Morales, Rodrigo Gutierrez, Alberto Artero, Mario Kogan, Ana Antequera y Marisa Navas, por sentir siempre su apoyo y cariño, especialmente en los momentos de adversidad. Y a Leopoldo Cortés por escucharme.
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A todo el equipo de la edición digital del diario Cinco Días, liderados por Jorge Chamizo, por soportarme paciente y amablemente durante todo un verano. A Fiorella Passoni, por arriesgarse y confiar en mi. A Chesterton, Gracián, Séneca, Frankl, Unamuno, Zweig, Schopenhauer, Einstein, Conrad, Robinson, Virgilio, Ortega y Gasset, Descartes, Marina, Pessoa, Wagensberg, Cicerón y muchos otros autores que, con su ilustre legado, han enriquecido todos los capítulos de esta obra. A José Luis Martín de Vidales, el genial ilustrador de este libro y querido cuñado, por permitir que estos humildes textos acompañen sus magistrales dibujos. A Santiago Álvarez de Mon, maestro de maestros. Contar con un prólogo salido de su puño y letra ha sido el mejor de los regalos para completar esta obra. Para mí, su valor es incalculable. Y, cómo no, a Mercedes Pescador, la editora de este libro, por su arrojo y valentía, cualidades que siempre han sido propios de su carácter emprendedor (atributos que se acrecientan aún más al traer al mundo este libro). Estos son los verdaderos autores de este libro, amable lector. Si el texto ha sido de su agrado, felicite a todos ellos. Si, por el contrario, tiene alguna queja, soy el único responsable, por atreverme a navegar en solitario entre un profundo y agitado
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mar de ideas y tratar de alcanzar, con humildad, determinación y la agradable compañía espiritual de todos ellos, el puerto de destino. La vida real de un pensamiento, nos recuerda Schopenhauer, dura tan sólo hasta que llega al punto límite de la palabra: entonces se petrifica y queda fijo e indestructible. Y si la palabra, continuando con Ortega y Gasset, es el signo del pensamiento, la escritura es el signo de la palabra. He aquí el resultado de este proceso intelectual. Quedo muy agradecido a todos estos ángeles por guiar mi mano. Y a usted, amable lector, por su confianza y cortesía por seguir ahí y no haber abandonado la lectura de este libro. Por mi parte, me siento satisfecho y feliz ya que, como canta Virgilio en sus Geórgicas (II, 489), al menos por una vez, felix qui potuit rerum cognocere causas (feliz quien pudo conocer las causas de las cosas).
Madrid, en el mes de junio de 2011
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