Nuestras Raíces, San Isidro y su historia

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San Isidro y su historia



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san Isidro y su historia



Presentación

Nada me complace más que presentar, en el marco especial de nuestro 83 Aniversario, esta publicación cuya autoría corresponde al historiador Rafael Sánchez Concha quien, a través de sutiles pero vívidas pinceladas, nos trae un inspirador fragmento de la historia de nuestra querencia sanisidrina, que nos amalgama con nuestras más entrañables raíces. Al repasar estas líneas, un mágico encanto toca nuestras más íntimas fibras y nos llena de orgullo, que –lo vemos reafirmado aquí– no solo se sustenta en nuestros más modernos logros, que nos posicionan como uno de los más pujantes y progresistas distritos del país, sino también en la labor de aquellos que se establecieron antes en estos lares. Y que, precisamente por esos vestigios que nos dejaron, son otro gran motivo de orgullo para todos los sanisidrinos. La historia, sobre todo cuando es bien contada -como en el presente caso-, no sólo nos entretiene sino que nos transporta en el tiempo a épocas pretéritas, de esplendor, como las que ha vivido nuestro país, que acunó en sus diversos espacios geográficos algunos de los más altos exponentes de las antiguas culturas que se asentaron también aquí en San Isidro, cuyo más importante vestigio es la huaca Huallamarca, que perteneciera al imponente señorío de los Huallas.

Raúl Cantella Salaverry Alcalde

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Pero me complace igualmente, aprovechando este breve escrito histórico, rendir homenaje a todos quienes desde sus respectivas posiciones, ya sea como autoridades, funcionarios o como contribuyentes responsables hicieron de nuestro distrito el referente que es hoy a nivel internacional, y que continuamos posicionando gracias a obras como esta.

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DECRETO-LEY No. 7113 Creando el distrito dé “San Isidro.” LA JUNTA NACIONAL DE GOBIERNO Considerando: Que las urbanizaciones de “San Isidro.” “Orrantía” y “Country Club” de la juris­dicción del distrito de Miraflores, de la provincia de Lima, han alcanzado consi­ derable desarrollo; encontrándose dota­ das de todos los servicios públicos, como son: agua potable, canalización, alumbra­do eléctrico, etc., etc., y poseyendo una población de cuatro o cinco mil habitan­tes ; Que el Municipio de Miraflores se ha­lla en la imposibilidad material de aten­der a las crecientes necesidades de esas poblaciones, entre

otras razones, por la distancia que los separa; Que los servicios municipales de dichas zonas son ejecutados por las compañías urbanizadoras, lo que no es conveniente para su conservación y mejora y para los intereses del vecindario; Siendo deber del Estado velar por el bienestar de las poblaciones; De conformidad con los informes emi­tidos y lo dictaminado por la Sociedad Geográfica de Lima; y De acuerdo con las atribuciones que confiere a la Junta Nacional de Gobierno el Estatuto de 11 de marzo último;

Decreta: Créase el distrito de “San Isidro,” que se compondrá de las urbanizaciones de “San Isidro” “Orrantía” y “Country Club” que se segregan del distrito de Miraflo­res. Los límites del nuevo distrito serán: por el Norte, los actuales linderos que se­paran el distrito de Miraflores de la ciu­dad de Lima; por el Oeste y Noroeste, las dos Magdalenas; por el Sur una linea quebrada que partiendo de la factoría lla­mada “La Nacional” de propiedad de las EE. EE. AA., siga el curso del callejón de Barboncito hasta terminar en la aveni­da “Adriano Bielich”, en el lugar denomi­nado “El Ovalo”; por el Suroeste, la linea que va del “Ovalo” (Avda. A. Bielich) al cuartel de caballería San Martín, sito en la avenida del Ejército y el mar. Dado en la Casa de Gobierno, en Lima, a los veinticuatro días del mes de abril de mil novecientos treintiuno. D. SAMANEZ OCAMPO. J. F, Tamayo. - Gustavo A. Jiménez. - F. Diaz Dulanto. - Rafael Larco H. - José Gálvez. - U. Reátegui.

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Por tanto: mando se imprima, publi­que, circule y se le de el debido cumpli­miento. Dado en a Casa de Gobierno, en Lima, a los veinticuatro días del mes de abril de mil novecientos treintiuno.

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D. SAMANEZ OCAMPO.

Decreto-Ley Nº 7113 correspondiente a la creación del distrito de San Isidro en 1931.

Tamayo


San Isidro, su espacio y su creación como distrito San Isidro, uno de los distritos más destacados por su carácter residencial y empresarial, así como por sus sedes diplomáticas, jardines y exclusivos locales gastronómicos, constituye una de las localidades más importantes de nuestra historia, pues a través de sus restos arqueológicos y sus monumentos podemos contemplar el itinerario del pasado peruano.

En cuanto a su creación como distrito, es necesario señalar que San Isidro nace a la caída del Oncenio de Augusto B. Leguía (1919-1930), e inmediatamente después del golpe de Estado dirigido por el comandante Luis M. Sánchez Cerro. Tras el derrocamiento de Leguía se conformó una Junta de Gobierno que fue presidida por David Samanez Ocampo (del 11 de marzo al 8 de diciembre de 1931), y ésta promulgó el Decreto Ley Nº 7113, el 24 de abril de 1931, que declaró constituida la circunscripción distrital. Se sabe también, que a los pocos días del suceso mencionado, el 2 de mayo de ese mismo año, se instaló el concejo municipal con su primer alcalde, Alfredo Parodi.

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Para lograr una mayor exactitud en el mapa de la ciudad capital, debemos localizarlo a través de sus límites con otras jurisdicciones municipales. El espacio sanisidrino limita por el sur con Surquillo y Miraflores; por el norte con Lince, La Victoria y Jesús María; por el oeste con Magdalena y el Océano Pacífico; y por el este con San Borja. San Isidro abarca un área de 11,1 km2 y se levanta a 109 metros sobre el nivel del mar. En la actualidad cuenta con una población estimada en 68.500 habitantes, y con otra de no residentes que asciende a 700.000 personas.

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San Isidro prehispánico

Los habitantes prehispánicos de Lima estuvieron constituidos políticamente en varios señoríos, y articulados a la luz de la religión en torno del dios Ychma, divinidad telúrica, cuya sede era el santuario de Pachacamac. De todos los señoríos el que merece nuestra mayor atención es el de Lima, conformado a orillas del río Rímac, o “río hablador”, que era considerado por los indígenas como una deidad, y que manifestaba su voluntad premiando con aguas suficientes, o castigando con poco caudal y con inundaciones.

Sabemos que en tiempos de la conquista incaica el señorío de Lima (sobre el que se fundó la capital del Perú, se extendía desde las faldas del cerro San Cristóbal hasta la hacienda de Limatambo. Lima tuvo por señor, cacique o curaca, a Taulichusco, sobrenombrado El Viejo, y fue él quien recibió y se sometió a Francisco Pizarro. El señorío de Lima reunía otros cacicazgos como los de Amancaes, Maranga, Sulco y el Callao, y también el de Huatica (Guatca o Guadca), cuyo nombre había sido tomado de una emanación, canal o acequia derivada del río Rímac, que nacía a la altura del espolón noreste del cerro San Cristóbal. Huatica regaba las actuales localidades del Cercado, La Victoria, Santa Catalina, Lince y San Isidro. Su dominio se extendía hasta la huaca Pucllana en Miraflores, y sus habitantes fueron denominados “gualcas” por los conquistadores españoles. O mejor descrito por el historiador Fernando Flores-Zúñiga, el señorío de las riberas del Huatica, viene a ser “(…) la abuela jurisdiccional de los distritos metropolitanos — yendo de sur a norte— de Miraflores, San Isidro, parte de Magdalena del Mar, Jesús María, Lince y el Cercado de Lima”.

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Abordar el desarrollo histórico de San Isidro nos obliga a pasar por gran parte de la historia prehispánica del Perú. A lo largo de los siglos anteriores a la conquista española hubo, entre los valles limeños del Chillón, Rímac y Lurín, ocupación humana asentada y organizada en torno de variados recursos de la geografía litoral. Dichos grupos no fueron impermeables a los influjos de la cultura Chavín (ca. 1000-500 a.C.), y en nuestra era a los de Moche (ca. 200-700), Wari (ca. 600-1200), Tiahuanaco (ca. 700-1200), Chimor (ca. 1000-1470) y finalmente a los de los incas (ca. 1200-1532).

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En el espacio del señorío de Huatica encontramos, antes de su conformación política, los principales monumentos prehispánicos de San Isidro: la huaca Huallamarca (o Huallamarka) y Santa Cruz. El primer centro arqueológico, cuya etimología se refiere en quechua a un “lugar verde o fértil” (Huallay-Marka), fue conocido también como “Pan de Azúcar” durante la época republicana debido a su forma troncocónica, similar a un molde de chancaca. Consiste en una construcción de tres pirámides truncas superpuestas, ubicada hoy en una zona residencial (entre las calles Choquehuanca, Nicolás de Ribera, Salamanca y la avenida El Rosario), que data del período Intermedio Temprano, vale decir del 200 a.C. hasta el 500 de nuestra era (de acuerdo con la periodificación de Rowe y Menzel). En este lapso se construyó la pirámide con la función de servir como templo local. De acuerdo con los arqueólogos Lyda Casas Salazar y Camilo Dolorier, a finales del Horizonte Medio (500-900) e inicios del Intermedio Tardío (1476-1532), la cima del templo fue reutilizada y se convirtió en un cementerio. Los mismos estudiosos de este vestigio precolombino sostienen que luego de un prolongado espacio de abandono el sitio fue nuevamente utilizado, y sus laderas sirvieron de sustento a una pequeña aldea de agricultores. Huallamarca fue erigida a lo largo de siglos, y en cada fase se reprodujo la forma y el modo de construir de los edificios anteriores.

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Las huacas y toponimias indígenas de San Isidro: Huallamarca, Santa Cruz y Limatambo

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Durante sus sucesivas ampliaciones su construcción requirió siempre de tierra, arena y cantos rodados. Las tres pirámides que conforman el edificio se organizaron en torno de un eje norte-sur, con una plaza pública a nivel del suelo, acceso principal central, patio cercado (ubicado hacia el lado norte), rampa de acceso lateral y plataforma principal. Según Lyda Casas y Camilo Dolorier, sus recintos, muros, pisos, rampas y cercados se hallaban cubiertos por un enlucido, y en la mayoría de los casos, salvo los pisos, estuvieron coloreados por varias capas de pintura de englobe blanquecino y ocre amarillo.

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A inicios de la República, Huallamarca atrajo el interés de viajeros extranjeros. Uno de ellos, Thomas Hutchinson, dibujó e imprimió un grabado en 1873 en el que se la aprecia como una gran plataforma escalonada, aunque sin construcciones anexas. En la década de 1920 sufrió un terrible deterioro, pues una empresa ladrillera empleó el monumento como cantera de arcilla, y cercenó gran parte del lado norte de la huaca. Veinte años después de este terrible suceso, Julio C. Tello (1880-1947) evaluó la edificación y comprobó su importancia histórica y sus potencialidades para la investigación arqueológica y determinó que fuese resguardada ante toda forma de rapiña y depredación material. Además, a finales de la década de 1950 e inicios de la siguiente, el historiador Arturo Jiménez Borja (1908-2000) organizó un museo de sitio y ejecutó la remodelación del conjunto

La huaca Huallamarca, la más grande del distrito, en la primera mitad del siglo XX durante las primeras excavaciones. La huaca Limatambo antes de la construcción del Aeropuerto del mismo nombre y la huaca Santa Cruz, ubicada en la residencial del mismo nombre.


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piramidal en el que se deja notar la influencia estética de la cultura Maya, tarea que ha generado críticas y cuestionamientos de los arqueólogos y de los conocedores del pasado indígena limeño.

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Por último, y a manera anecdótica, cuenta el escritor Juan de Arona, seudónimo de Pedro Paz Soldán y Unanue (1839-1895), que: “las ruinas del Pan de Azúcar o Huallamarka, vistas desde el ferrocarril de Lima-Chorrillos sobresalían sobre el paisaje de tapias como un cucurucho de maní”.

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Otra huaca, de ocupación contemporánea a Huallamarca, aunque de orígenes posteriores a ésta, fue la de Santa Cruz, reconocida también como la huaca de Santa María de Santa Cruz por ubicarse en los términos de la casa hacienda de los dominicos que llevaba el mismo nombre. La ubicamos en la tercera cuadra de la avenida Belén, al lado del centro residencial del mismo nombre y se sabe que fue construida entre los años 1000 y 1500 de nuestra era. Santa Cruz consistió en un centro administrativo que se comunicaba a través de un camino con la huaca Pucllana de Miraflores. Se trata de una plataforma edificada con muros de tapia, y en cuya cima se hacen ostensibles patios y recintos rectangulares, además de un cementerio con un promedio de cien tumbas. Al igual que Huallamarca, ha sufrido una serie de alteraciones, como consecuencia del crecimiento urbanístico de Lima, y solamente han quedado las estructuras consideradas más relevantes.

Un topónimo prehispánico muy vinculado y mencionado en la historia de San Isidro fue Limatambo, del que no existen restos materiales en la actual circunscripción distrital. La razón se debe a que Limatambo es el nombre de un centro religioso ubicado en Maranga, cuyos habitantes fueron trasladados al espacio de lo que posteriormente fue el fundo de la orden dominicana, que abordaremos más adelante. Sin ánimo de abundar en la información, debemos señalar las minuciosas observaciones de los cronistas del virreinato. Cuenta el agustino Antonio de la Calancha (1638) que Limatambo era el nombre de la huaca erigida en honor del río Rímac, al que los indígenas del valle de Lima consideraban un dios hablador, y del que nacía la acequia Huatica. Señala el fraile: “Entonces supe que era la huaca de este ídolo lo que hoy está en las tierras que los españoles llamamos Lima Tanpu, que quiere decir casa, vivienda o mesón del dios que habla; aunque lo que se llamaba tanpu, era una casa real que cada pueblo tenía en que se aposentaba el inga, y era un galpón (sic)”. Y continúa destacando que los españoles mudaron a los nativos de su entorno: “(…) por apartarlo del ídolo que estaba antes, y que le quitaron el nombre (sic)”. Valga este ex curso para conocer la denominación de uno de los espacios más característicos del San Isidro virreinal y republicano.


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Desde las faldas del cerro San Cristóbal hasta la hacienda de Limatambo se extendía el Señorío de Lima bajo el mando del Cacique Taulichusco.

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San Isidro durante el período hispánico

Después de la caída del imperio del Tahuantinsuyo, los conquistadores, convertidos en autoridades políticas y comarcales, procedieron a fundar ciudades en los centros administrativos indígenas, y en espacios aptos para la captación de recursos. Tal fue el caso de Lima en enero de 1535, levantada sobre la base de la urbe de Taulichusco, señor del valle de Lima. Y siendo la capital del reino del Perú, se otorgaron encomiendas, en el entorno urbano, a los capitanes beneméritos de la conquista. Las encomiendas, que fueron repartidas en todo el espacio peruano y entregadas por la Corona a través de las autoridades locales, consistieron en el usufructo de la mano de obra de los aborígenes para que éstos trabajaran y produjeran para el encomendero. Ejemplo de tal institución lo podemos observar en las encomiendas más cercanas al actual San Isidro, que fueron las de Maranga y la de Guadca (ubicada en los alrededores de la huaca Pucllana), y cuyo poseedor fue Nicolás de Ribera, conocido como El Mozo, nacido en Vitigudino, en la provincia de Salamanca.

Y entre otras decisiones de las autoridades hispánicas en la Ciudad de los Reyes se concedió predios a las órdenes religiosas, para que tuvieran haciendas y anexos de retiro espiritual de sus conventos, y para que se abocaran a la evangelización de los nativos residentes cerca de la capital. Como centro de irradiación cristianizadora, los tempranos gobernantes extendieron las haciendas de Santa Beatriz a los jesuitas, y las de Limatambo y Santa Cruz a los dominicos.

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Otra iniciativa de los fundadores de Lima fue la de trazar vías conducentes al campo y sus frutos, y también a los acantilados del Pacífico. Ello lo podemos ver en el “camino real”, sobre el que se aprovechó la creación de la avenida del mismo nombre. Es importante señalar que la denominación de dicho sendero, no guardaba ninguna relación con los reyes, pues se derivaba de la palabra latina res, que significa “cosa”, para referirse a la ruta de los productos y artículos que ingresaban a la ciudad capital.

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Antonio de Ribera, conquistador y Alcalde de Lima, fue quien trajo al Perú los primeros olivos de los campos de Andalucía.


Antonio de Ribera El personaje quinientista con mayor vinculación a la historia de San Isidro fue el conquistador Antonio de Ribera, natural de Soria, señor de varias encomiendas del Perú como la de Chupachos (en Huánuco) y las de Manchay y Carabayllo en los alrededores de la capital. Fue regidor del cabildo metropolitano y alcalde de Lima en 1544, 1545, 1546 y 1563. Contrajo matrimonio con Inés Muñoz, viuda de Francisco Martín de Alcántara, medio hermano del marqués gobernador Francisco Pizarro. Se sabe también, que fue enviado como procurador del Perú ante la Corona española en 1557, y que aprovechó el viaje a la Península Ibérica para traer olivos y trasplantarlos en el territorio conquistado: el Tahuantinsuyo. El perulero tomó los árboles de los campos de Andalucía, y de regreso a la Ciudad de los Reyes procedió a sembrarlos en la Huerta Perdida (al este limeño), que pertenecía a una de sus múltiples propiedades, y también al sur de Lima, en el bosque que hoy es reconocido como El Olivar. No obstante, la obra comenzada por este hidalgo soriano fue continuada en el siglo XVII por los frailes de Santo Domingo, entre los que participó San Martín de Porras. Cabe destacar que Antonio de Ribera, además, fue el introductor en el Perú de otros árboles frutales, del lino y de los cultivos del cáñamo, y que su esposa (nacida en Trujillo de Extremadura), que llegó con la hueste descubridora, es recordada por haber traído el trigo al espacio andino.

Resaltando el compromiso evangelizador de los pobladores españoles, debemos referirnos a la hacienda Limatambo que fue otorgada a la orden dominicana el 8 de septiembre de 1539 por Francisco Pizarro, gobernador del Perú, a través de su teniente Francisco de Chávez. El 24 de enero del año siguiente la entrega fue confirmada a los frailes de esta congregación. Se sabe también que en mayo de 1540 el conquistador del Perú ordenó al curaca de Chancay que acudiera con sus indios para ocuparse de las sementeras de los frailes dominicos, que ya habían bautizado a su finca con el nombre de Santiago de Limatambo, en honor al santo de la Reconquista española. La heredad de Limatambo, que contó con 900 fanegadas de tierras útiles, constituyó una estancia para los frailes dominicos, un lugar de descanso y convalecencia para los religiosos viejos y enfermos, y también, según el historiador José Antonio del Busto (1932-2006), un espacio “de regocijo para los

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La hacienda Limatambo, San Martín de Porras y el Olivar

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El aeropuerto de Limatambo en San Isidro se construy贸 sobre los terrenos de la hacienda Limatambo propiedad de la familia Brescia.


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novicios, mozalbetes intonsos con muchas energías por gastar”.

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Limatambo se extendía, aproximadamente, desde lo que hoy viene a conformar el oeste de San Borja, la urbanización Córpac, la zona financiera y empresarial, y alcanzaba la actual avenida Camino Real.

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La historia de Limatambo está vinculada a los trajines de San Martín de Porras (1579-1639), el bienaventurado mulato (vale decir, hijo de español y de afrodescendiente)(1) quien, con su vida apostólica y sencilla, congregó en el ideal de santidad a todos los componentes de la sociedad virreinal. De acuerdo con el orden sociopolítico del virreinato, por pertenecer a una casta negroide Martín no pudo ser admitido en la vida religiosa como sacerdote, sino como hermano donado, es decir, como sirviente de su cenobio, que fue el convento grande de Nuestra Señora del Rosario de Lima (hoy conocido como Santo Domingo). Allí se desempeñó, entre otras actividades, como portero, ropero, enfermero, barbero, herbolario y barrendero. Sus biógrafos señalan que fue enviado varias veces a Limatambo a cumplir con una serie de trabajos encomendados por el prior de su monasterio. En cierta ocasión pasó al predio mencionado para observar y mejorar la calidad de la comida con la que se alimentaba a los aspirantes al sacerdocio. (1) San Martín de Porras fue hijo natural del burgalés Juan de Porras, caballero de la orden de Alcántara, y de Ana Velásquez, negra liberta nacida en Panamá. Valga esta nota a pie de página para advertir que San Martín firmó como “Porras” y no “Porres”.

Partió de Rosario acompañado de un joven a quien formó en la fe y en las buenas costumbres, nos referimos a Juan Vásquez de la Parra, y quien fue testigo de sus virtudes heroicas. Justamente, Vásquez narra en el proceso de beatificación que un día (entre los años 1625 y 1630): “Salimos una mañana de aqueste convento del Rosario por el mes de agosto. Preguntele en la puerta que a dónde íbamos. Díjome que a Limatambo, que iba a hacer un servicio a Dios, que había muchos novicios y que teníamos que hacer allá más de dos meses. Díjole: Padre ¿qué hemos de hacer que tanto hemos de tardar? Dijo: Es que poda Francisco el olivar y cortaremos estacas, para desde el camino real hasta el molino hacer un olivar para que aquestos muchachos tengan en el tiempo de adelante con qué poder pasar, que el olivar que hoy hay es viejo y se irá criando otro nuevo y de aquí a treinta años, que ya éstos serán hombres maduros, dirán: Que Dios perdone a quien plantó este olivar (sic)”. El deseo del mulato por sembrar olivares no lo manifestó únicamente en la ocasión señalada. El mismo testigo de la vida del donado de la escoba llegó a contar que fray Francisco de Campos,


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San Martín de Porras cuando tomó parte en la siembra de los olivos en el distrito durante el segundo quinquenio de la década de 1620.

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San Martín de Porras salió varias veces del antiguo convento de Nuestra Señora del Rosario de Lima, hoy convento de Santo Domingo, a podar y sembrar los olivos del distrito.


religioso de la misma orden y que residía en Limatambo, dijo a fray Martín: “Aquí en estas tierras hemos de sembrar este año un olivar, en acabando la sementera, porque la gente está ocupada y no se puede hacer antes”. A lo que replicó el hermano Martín: “(…) que si era tiempo, él lo plantaría solo (…)”. Y con una barreta y una lampa, empezó a cavar hoyos y a sembrar. Refirió el declarante, que vio al venerable Martín “(…) haciendo oración pidiendo a Dios los frutos de la tierra, se elevaba y suspendía en alto, hincado de rodillas, levantados los ojos al cielo (sic)”. Las citas literales del personaje contemporáneo del santo confirman, pues, la presencia de San Martín de Porras en la siembra de los olivos del actual San Isidro, en el segundo quinquenio de la década de 1620. No obstante, debemos indicar que antes de que el fraile de la humildad se abocara a tal faena, ya había olivos en el espacio de la hacienda dominicana. Éstos se remontaban al tiempo de la conquista y habían sido sembrados por orden de Antonio de Ribera, quien fuera alcalde ordinario de Lima a mediados del siglo de la conquista. La misión de San Martín de Porras fue la de sembrar un número mayor de árboles, podarlos y cuidarlos con esmero.

La hacienda Santa Cruz

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Además de Limatambo, los dominicos contaron con otra heredad: la hacienda de Santa María de Santa Cruz o Chacarilla de Santa Cruz, ubicada en la parte baja del Huatica, en dirección de los acantilados del actual San Isidro y de La Magdalena. O mejor dicho en términos del virreinato, bajando de la ciudad capital por el camino real: “(…) está la salida del camino de Miraflores a mano derecha (sic)”. Data de las primeras décadas del siglo XVII y perteneció al Colegio de Santo Tomás de Aquino (de los frailes de la misma orden), que se abastecía de sus frutos. Su extensión se medía en 135 fanegadas, en las que se cultivaba caña de azúcar y maíz, e incluía trapiches y un ingenio de aceite. Y todo el trabajo agrícola quedaba en manos de 50 esclavos aproximadamente. Se sabe que a mediados del siglo siguiente de su fundación, Santa Cruz fue entregada en arrendamiento a agricultores laicos y a comerciantes poderosos.

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San Isidro en el siglo XVIII y el fin del período virreinal La historia de San Isidro en el Siglo de las Luces ofrece una documentación más precisa. La razón se debe a la abundancia de los contratos de compra-venta y a los testamentos y poderes para testar, que constan en los protocolos notariales del Archivo General de la Nación, y a los censos enfitéuticos de los monasterios limeños que podemos consultar en el Archivo Arzobispal de Lima. Gracias a estos repositorios los historiadores cuentan con la posibilidad de hallar los nombres de las principales haciendas, sus propietarios a lo largo del tiempo (generalmente mercaderes notables), además de sus términos territoriales. El pasado dieciochesco de nuestro distrito, y que alcanza también el siglo XIX y parte de su historia republicana, puede ser enfocado en tres localidades: las haciendas de Orrantia, Santa Cruz y San Isidro.

La hacienda Orrantia, también conocida como San José de Huatica, que incluía en su jurisdicción a la huaca Huallamarca, limitaba por el norte con los predios de Luján, más tarde conocidos como Gumendi (Lobatón); por el meridión se extendía hasta el litoral, por el noreste limitaba con Matalechuzas, y por el sudoeste con el fundo del conde de San Isidro. Sus orígenes documentados se remontan a la segunda mitad del siglo XVII. En 1661 su espacio reunía 77 fanegadas, y estaba fraccionado entre dos propietarios: Pedro de Olavarrieta y Mateo Pérez de Vargas. En el siglo siguiente, a partir de 1748 encontramos como señor

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Orrantia

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de la totalidad de San José de Huatica a Juan Domingo de Orrantia y Garay, comerciante vasco, natural de Bilbao, caballero de la orden de Santiago y cónsul del Tribunal del Consulado entre 1733 y 1735. Al morir don Juan Domingo, la sucesión recayó en su hijo mayor: Domingo de Orrantia y Alberro, hombre de vasta erudición en geografía, matemáticas e historia sagrada, además de políglota. Fue también miembro correspondiente de la Real Academia de la Historia de Madrid. Por carecer de hijos, el terreno pasó a manos de su hermano Tomás José de Orrantia, clérigo presbítero y canónigo de la catedral de Lima, quien la vendió, a mediados de la década de 1790, a Rosa de la Cuadra y Mollinedo (sobrina de don Manuel de Mollinedo y Angulo, obispo del Cusco entre 1673 y 1699).

dominicos, a laicos que gozaban de prosperidad económica por ocupar cargos públicos o por abocarse al comercio a gran escala. Fue justamente en el año que acabamos de indicar, cuando el rector del Colegio de Santo Tomás, fray Cristóbal de Molina, juzgó oportuno entregar el fundo en arrendamiento a Pedro de la Fuente y Rojas, conde de Fuente Roja, por un lapso de cincuenta años. Destaca Flores-Zúñiga que, con posterioridad a este poseedor, la orden de Santo Domingo extendió el canon, en 1805, a José Antonio de Lavalle y Cortés, conde de Premio Real, quien se comprometió a pagar 4 mil pesos anuales. Lavalle, como rico mercader, arrendó la finca por tres vidas: la suya, la de su hijo Simón de Lavalle y Zugasti y la de la esposa de éste, doña Isabel Cavero y Salazar.

En 1813, Orrantia reunía treinta y cuatro esclavos, y en diciembre de 1826 figuraba como propiedad de Manuel Sáenz de Tejada y Cuadra, sobrino carnal de doña Rosa. En esa misma fecha, la finca hubo de enfrentar problemas hídricos, causados, según Fernando Flores-Zúñiga, por “(…) un deficiente y desigual surtido de aguas huatiquenses que ocasionaron perjuicios tremendos, a parte de los inferidos por el horror de la política y la guerra (de la Independencia)”.

En tiempos del conde de Premio Real, la estancia reunía cincuenta y seis esclavos, y producía abundantemente. Lamentablemente, al igual que la hacienda Orrantia, en 1814, la subtoma reportó serios problemas de abastecimiento de agua, ya que ingresaba sin la fuerza necesaria para desplazarse por los canales que regaban los cañaverales. A pesar de este tropiezo en la historia de la hacienda, Santa Cruz gozó de gran fama. En las postrimerías del siglo XVIII, en 1791, fue considerada como “(…) una de las de mayor fuste (sic)” en el “(…) valle inmediato a esta ciudad (Lima)”.

Santa Cruz Referimos líneas arriba, al abordar a la hacienda del mismo nombre, que ésta fue entregada en arrendamiento a partir de 1743, por los frailes


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La Casa-Hacienda Moreyra fue edificada en tiempos de la colonia, hace aproximadamente 300 años, y actualmente la familia Moreyra y Paz Soldán es la propietaria.

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La hacienda San Isidro en 1934. Imagen del archivo de Juan Gunther.

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La hacienda de San Isidro, la que le dio el nombre al actual distrito, estuvo ubicada entre Santa Cruz y Limatambo, y sus dimensiones se proyectaban en 59 fanegadas, por el actual Olivar hasta el Óvalo Gutiérrez. Inicialmente fue conocida como la “Chacra de Huatica”. De acuerdo con la documentación notarial, en 1748 perteneció a Tomás de Zumarán, y en la década siguiente al general Antonio del Villar. En 1777 recayó en manos de Isidro de Abarca y Gutiérrez Cossío, cuarto conde de San Isidro. Éste había llegado a la capital virreinal a mediados del siglo XVIII, donde se desempeñó como mercader y como representante de la Compañía del Gremio de Paños de Madrid, de los Cinco Gremios Mayores de la capital española y de la Real Compañía de Filipinas. Sus negocios en el Perú se extendieron a la importación del trigo chileno, el cacao de Guayaquil, el añil del reino de Guatemala y esclavos de Panamá. Y complementó sus faenas mercantiles con la minería y la financiación de empresarios mineros. Era un comerciante que había diversificado sus actividades en varios rubros, y deseaba añadir el agrario. Isidro de Abarca, natural de Santander, en España, formó parte de una familia de hombres de negocios y de gran figuración en el Tribunal del Consulado limeño, que ya se había establecido en el Perú desde inicios del siglo de la Ilustración, y que se caracterizó por la ayuda mutua

entre parientes. El título de conde de San Isidro se originó en el tío-abuelo de Abarca, en el comerciante Isidro Gutiérrez Cossío, natural de la villa de Novales, en el Alfoz de Lloredo, Montañas de Santander, a quien el rey Fernando VI extendiera el reconocimiento nobiliario en 1750. Posteriormente, el condado pasó al sobrino carnal de este último: Pedro Gutiérrez de Cossío y Gómez de Lamadrid. Don Pedro contrajo matrimonio con la criolla María Fernández de Celis y Reyes, y fue padre de Rosa María Gutiérrez Cossío, tercera condesa de San Isidro, que se casó con Jerónimo de Angulo. Habiendo quedado viuda, doña Rosa tomó estado con su primo Isidro de Abarca, quien como consorte se convertiría en el cuarto de esta distinguida denominación, y quien le daría el nombre al distrito que nos reúne, y que está asociado también al santo patrono de los agricultores. Isidro de Abarca y Rosa Gutiérrez Cossío no tuvieron descendencia, por tal motivo la propiedad de la hacienda pasó, en los últimos días del virreinato, a Luis Manuel de Albo y Cabada, que se había casado con la hermana de doña Rosa, María del Carmen de Angulo y Gutiérrez Cossío.

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San Isidro

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Nuestras raíces San Isidro y su historia

En el fundo de San Isidro se levanta la casa hacienda, el monumento arquitectónico de mayor relevancia y significado histórico de esta localidad del valle del Huatica. Su construcción no se remonta estrictamente al período virreinal, pero el cuidado de sus propietarios a lo largo de los siglos XIX y XX (los Moreyra y los Paz Soldán y sus descendientes) ha proyectado una imagen de antigüedad digna de ser conservada para la posteridad como emblema del distrito.

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Nuestras raíces San Isidro y su historia

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Rafael Sanchez-Concha Barrios Historiador y profesor de la Universidad Católica el Perú Alberto Ñiquen Corrector de estilo Omar Zevallos Ilustración de carátula Karina Lizárraga Diseño y diagramación Azagraphic Perú Impresión ©Todos los derechos reservados.




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