Avignon #21 - UN PUENTE HACIA OTRA FORMA DE VER

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#21

ARTE

Avignon

un puente hacia otra forma de ver

OCTUBRE 2015

Publicación mensual de distribución gratuita producida por: Taller de Artes Plásticas El Portón Verde

Cartas De la linea brotando sobre el papel. por Walter Pugliese

L

a hoja en blanco y la tinta. Una vez más me sumergen en ese proceso de incertidumbre del no saber de qué manera surgirá lo necesario, eso que se va encontrando en la medida justa de cada línea anunciada por la pluma mojada. Esa línea y ese punto que en sus discusiones, Hokusai me contaba, como un día llegan a poseer ese soplo de vida, un instante profundo, que descubre la magia de lo indecible, el misterio de lo inexistente. En ese entretejido de negras líneas que van buscando una forma que me complazca, voy viajando por entre pequeñas y extrañas tipografías de un idioma lejano que ya ni comprendo. Un idioma que no es de la lengua sino de la fantasía más tierna. Me descubro escribiendo una carta a un destinatario que se aleja en mi memoria que se encapricha en no olvidar. Toma y transforma en un nido de texturas y sombras, planos y fugas, aquello que jamás supe pronunciar en palabras atendibles para quien las quiera escuchar. Pero que de alguna manera se expresa ante quienes no necesitan del lenguaje

nican y revolotean entre trazos y flores. Llevan noticias a otro campo de verdes praderas del olvido. Todo se encuentra. Todo, se pierde en un instante. Como descubrir a un toro llorando y acariciarle el lomo para consolarlo. Cuantos errores caben en un dibujo, y sin embargo se nutre y crece con ellos. En el aire existe un gran silencio, de llamadas perdidas, de anuncios inconclusos, promesas vacías y una vida compartida en ese instante tan profundo.

Dibujo en tinta de microfibra 0.05 sobre papel canson de Walter Pugliese.

explicito de todos, para leer en ese texto que es escapa de mis manos, todo lo simple y natural, de crisis y angustias, vivencias y alegrías, de intensidades y flojeras.

Llueve tibiamente en ese enredo de tinta con agua de cielo gris que lava por un instante, lo duradero e intenso. También lo fugaz e indeleble.

Cartas con horizontes lejanos y cielos plomizos fundidos sobre un río que fluye y se aquieta. Pastos y juncos se mecen en una canción de cuna para dormir al niño amado que fui-

mos y en su libertad de sueño, un mundo, brillando ahora en el papel que lo contiene.

Veo las líneas que la trazan, recorriendo aquellos rincones que hoy parecen tan lejanos. Y el dibujo se va completando. Cada uno podrá ver lo que pueda dentro de lo que su mirada le permita. Todo lo que sienta, a partir de un corazón que late abierto a lo distinto. Pero nadie que se atreva a ver, podrá dejar de vivir como propia la trama que se teje tan simple en el papel. Por ahí podemos pasar todos.

Cartas con infinidad de mariposas de colores brillantes, aba-

Vos estas allí.

El miedo a la libertad por Eric Fromm El término normal (o sano) puede definirse de dos maneras. En primer lugar, desde la perspectiva de una sociedad en funcionamiento, una persona será llamada normal o sana si es capaz de cumplir con el papel social que le toca desempeñar dentro de la sociedad dada. En segundo lugar desde la perspectiva del individuo, consideramos sana o normal a la persona que alcanza el grado óptimo de expansión y felicidad individuales. Si la estructura de una sociedad dada fuera tal que ofreciera la posibilidad óptima de la felicidad individual, coincidirían ambas perspectivas. Sin embargo, en la mayoría de las sociedades –incluida la nuestra- este caso no se da. Siempre hay una discrepan-

cia entre el propósito de asegurar el fluido funcionamiento de la sociedad y el de promover el desarrollo pleno del individuo. Uno es regido por las necesidades sociales, el otro por las normas y valores referentes a la existencia individual. Si diferenciamos los dos conceptos de normal y neurótico de la manera indicada, llegamos a esta conclusión: la persona considerada normal en razón de su buena adaptación, de su eficiencia social, es a menudo menos sana que la neurótica, cuando se juzga según una escala de valores humanos. Frecuentemente está bien adaptada tan solo porque se ha despojado de su yo con el fin de transformarse, en mayor o menor grado, en el tipo de persona

que cree se espera socialmente que ella deba ser. De este modo puede haberse perdido por completo la espontaneidad y la verdadera personalidad. Por otra parte, el neurótico puede caracterizarse como alguien que no estuvo dispuesto a someter completamente su yo en esta lucha. Su intento de salvar el yo individual no tuvo éxito y, en lugar de expresar su personalidad de una manera creadora, debió buscar la salvación en los síntomas neuróticos, retrayéndose en una vida de fantasía. Sin embargo, desde el punto de vista de los valores humanos, este neurótico resulta menos mutilado que ese tipo de persona normal que ha perdido toda su personalidad. (continúa en la siguiente página)


Avignon

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#21 OCTUBRE 2015

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un puente hacia otra forma de ver

DirectorEditorial: Editorial: Director WalterPugliese Pugliese Walter Arte diagramación: Arte y ydiagramación: DG Malena Gaudio DG Malena Gaudio

Vincent Van Gogh

El miedo a la libertad

Cartas a Théo

(continúa de la página anterior) Lo que puede observarse en el meollo de toda neurosis, asi como en el desarrollo normal, es la lucha por la libertad y la independencia. Para muchas personas normales esa lucha termina con el completo abandono de sus yos individuales, de manera que, habiéndose adaptado, son consideradas normales. El mecanismo de la conformidad automática, constituye la solución adoptada por la mayoría de los individuos normales de la sociedad moderna. Para expresarlo en pocas palabras: el individuo deja de ser él mismo; adopta por completo el tipo de personalidad que le proporcionan las pautas culturales y, por lo tanto, se transforma en un ser exactamente igual a todo el mundo y tal como los demás esperan que él sea. La discrepancia entre el “yo” y el mundo desaparece, y con ella el miedo consciente de la soledad y la impotencia. La persona que se despoja de su yo individual y se transforma en un autómata, idéntico a los millones de otros autómatas que lo circundan, ya no tiene por qué sentirse solo y angustiado. Sin embargo, el precio que paga por ello es muy alto: nada menos que la pérdida de su personalidad. La hipótesis según la cual el método “normal” de superar la soledad es el de transformarse en un autómata contradice una de las ideas más difundidas concernientes al hombre de nuestra cultura. Se supone que la mayoría de nosotros somos individuos libres de pensar, sentir y obrar a nuestro placer. Evidentemente no es esta tan solo la opinión general que se sustenta con respecto al individualis-

mo de los tiempos modernos, sino también lo que todo individuo cree sinceramente en lo concerniente a sí mismo; a saber, que él es él y que sus pensamientos, sentimientos y deseos son suyos. Y, sin embargo, aunque haya entre nosotros personas que realmente son individuos, esa creencia es, en general, una ilusión, y una ilusión peligrosa por cuanto obstruye el camino que conduciría a la eliminación de aquellas condiciones que originan tal estado de cosas. El hecho de que nuestros pensamientos, voluntad, emociones, no son genuinos y que su contenido se origina desde fuera, se da en medida tan vasta que surge la impresión de que tales seudoactos constituyen la regla general, mientras que los actos mentales genuinos o naturales representan la excepción.

El punto decisivo no es lo que piensa, sino cómo se piensa. Las ideas que resultan del pensamiento activo son siempre nuevas y originales; ellas no lo son necesariamente en el sentido de no haber sido pensadas por nadie hasta ese momento, sino en tanto la persona que las piensa ha empleado el pensamiento como un instrumento para descubrir algo nuevo en el mundo circundante o en su fuero interno. Las racionalizaciones carecen, en esencia, de ese carácter de descubrimiento y revelación; ellas se limitan a confirmar los prejuicios emocionales que ya existen en uno mismo.

Con el sentimiento ocurre lo mismo: debe distinguirse entre lo genuino, que se origina en nosotros mismos, y el seudosentimiento, que en realidad no es nuestro, a pesar de que lo creemos tal. Lo que es cierto para el pensamiento y la emoción vale también para la voluntad. La mayoría de la gente está convencida que, mientras no se la obligue a algo mediante la fuerza externa, sus decisiones le pertenecen, y que si quiere algo, realmente es ella quien lo quiere. Pero se trata tan sólo de una de las grandes ilusiones que tenemos acerca de nosotros. Gran número de nuestras decisiones no son realmente nuestras, sino que nos han sido sugeridas desde fuera; hemos logrado persuadirnos a nosotros mismos de que ellas son obra nuestra, mientras que, en realidad, nos hemos limitado a ajustarnos a la expectativa de los demás, impulsados por el miedo al aislamiento y por amenazas aún más directas en contra de nuestra vida, libertad y convivencia. Casi podría afirmarse que una decisión “original” es, comparativamente, un fenómeno raro en una sociedad cuya existencia se supone basada en la decisión autónoma individual. La automatización del individuo en la sociedad moderna ha aumentado el desamparo y la inseguridad del individuo medio. Asi éste se halla dispuesto a someterse a aquellas nuevas autoridades capaces de ofrecerle seguridad y aliviarlo de la duda.

El segundo, representa el exterior de un café, cuya terraza está iluminada por una gran linterna de gas en la noche azul, con un rincón de cielo azul estrellado. El tercer cuadro de esta semana es un retrato mío casi descolorido, de tonos cenicientos sobre un fondo veronés pálido.

Esta semana no he hecho absolutamente nada más que pintar, dormir y sentarme a comer. Esto significa sesiones de doce horas, de seis horas y según, y después, sueños de doce horas de un solo tirón también. Arlès, 17 de septiembre de 1888. Terraza del café de la Place du Forum en Arles por la noche y Autorretrato. 1888. Óleos sobre tela.

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La supresión del pensamiento crítico generalmente empieza temprano. Esculturas en piedra mármol limón de Martín Gatica (escultor, pintor y dibujante).

“Si yo pinto a mi perro exactamente como es, tendré dos perros, pero no una obra de arte”. Goethe

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