BARRENENGOA PEREMATEU, MARIA TERESA (1943-2012). Gran abuela que dejó huella, nacida en Barcelona, España, el 22 de noviembre de 1943. Hija de Enrique Barrenengoa Zabala, de origen vasco pero asentado en Logroño, La Rioja, y Ángeles Peremateu Sors, catalana residente del barrio de Pedralbes. Siendo todavía una lactante, María Teresa viajó con su madre al sur de España, a Algeciras, frente a África, para visitar a su padre que ejercía una misión militar del lado franquista, bando que ya había ganado la guerra civil (1936-1939) pero donde Enrique había dolorosamente perdido a sus dos hermanos, Ignacio y Fernando. De ese episodio, “Mati” –así la llamarían toda la vida- contaba a sus hijos y nietos que tenía grabada la visión del mosquitero que protegía su cuna de la fiebre amarilla… Era ya el verano de 1944 y los fieles al generalísimo Francisco Franco estaban temerosos porque los aliados acababan de desembarcar en Normandía, lo que se leía como una amenaza al que se veía hasta entonces indestructible imperio nazi y, en consecuencia, a los franquistas españoles (amenaza que no llegó a la península ibérica, ya que la dictadura de Franco la gobernó 40 años). Luego de ese viaje al sur de España, Mati vivió con bastante holgura su infancia en Barcelona, a pesar de estar el país entero sumergido en la escasez provocada por la guerra civil y agravada con la Segunda Guerra Mundial. Fue en la capital catalana donde ella empezó a cursar sus estudios básicos en el Colegio de los Sagrados Corazones e hizo su primera comunión. Y donde nació su hermano, siete años menor, a quien bautizaron Ignacio en honor al tío de Mati, reconocido héroe franquista después de haber nadado leguas en el Mar Mediterráneo para escapar de un barco republicano, pero que fue finalmente fusilado por el Frente Popular.
Mati con su triciclo
Paseos por la Rambla
Primera comuniรณn
Mati, su hermano y sus padres
Pero a pesar de la estabilidad que trataban de proveerles sus padres, la vida en España en los primeros años de vida de Mati e Ignacio era incuestionablemente dura. El hambre de la posguerra civil pasó a ser catastrófica una vez que los aliados ganaron la Segunda Guerra Mundial en 1945 y ordenaron el bloqueo comercial internacional contra el país de Franco que, ya se comprobaba, había hecho pactos secretos con Hitler a pesar de declarar oficialmente su neutralidad en el conflicto. Fueron llamados “los años del hambre” y reconocidos como una época de escasez muy extendida. La gente se vestía mayormente de luto y si no murió tanta población directamente de hambre, sí murió por desnutrición y por enfermedades derivadas de la miseria. De este tiempo de pobreza el cineasta español Carlos Saura retrató bellas y crudas imágenes que luego fueron exhibidas en su muestra “España, años 50”. En el resto de Europa la escasez era también muy grande y poco a poco sus habitantes comenzaban a soñar con un futuro que cambiara el presente de tristeza, desolación y vacío por otro de sueños y vida tranquila. Fue entonces cuando la tía de Mati, la tía Beba –hermana de Enrique Barrenengoaconoció a un chileno y de él se enamoró: Fernando Cabezón, que venía de visita desde América. Ya comprometidos el chileno y la española, y prontos a irse a vivir a Chile, los hermanos Barrenengoa no quisieron separar sus vidas. Pocos meses después, la familia Barrenengoa Peremateu zarpaba ilusionada desde Barcelona en dirección a Valparaíso, donde el horizonte los esperaba.
"España, años 50" / Carlos Saura
Mati tenía 15 años cuando llegó a Chile, y desde entonces pareció mucho más chilena que española por su modo relajado. Se integró con facilidad al sistema del colegio de monjas alemanas Santa Úrsula y comenzó a asistir al Estadio Español, donde parte de la colonia española residente en Chile se reúne hasta hoy y cultiva las costumbres de su país de origen. Allí conoció a Hugo Castro Rubio, hijo de Enrique –oriundo del pueblito de Llallauquén en el lago Rapel- y Rosario, nacida en Chile de inmigrantes españoles procedentes de La Rioja. El, estudioso, serio y responsable –titulado con honores como ingeniero civil de la Universidad Católica- se sintió inmediatamente atraído por esta mujer de espíritu libre e hippie que acababa de ser elegida reina de la colectividad riojana en Chile. Pronto comenzó un noviazgo que duró siete años al ritmo del rock and roll (eran una gran pareja de baile) y que culminó en su matrimonio, el 5 de junio de 1966. Luego de una luna de miel en Los Vilos, se instalaron en su primera casa, en Puerta del Sol 65, en Las Condes, justamente la calle donde se ubica el Estadio Español. Como consecuencia del enlace nacieron sus primeras tres hijas: Paulina (1967), Teresa (1968) y Soledad (1969) y, doce años más tarde, en 1982, el regalón de la familia, José Ignacio. Durante los 34 años que vivieron juntos, hasta la muerte de Hugo en el año 2001 por cáncer linfático, Mati brilló por su espontaneidad, generosidad y su insuperable cocina, misma que reunía amigos y familia en torno a platos, olores y colores que alimentaban el alma. Primero fue en Santiago, luego en el campo en María Pinto que sus hijos bautizaron “Dos Enriques” en honor a sus dos abuelos y donde la pareja soñaba morir vieja. Pero ya viuda, su vida sólo resplandecía cuando tenía a los diez nietos cerca, mismos que malcriaba a destajo con, sobretodo, muy buena comida, viajes y regaloneo. En julio del 2012 le fue diagnosticado cáncer al pulmón –fumaba tres cajetillas de cigarros diarias- y, un mes más tarde, metástasis en el cerebro con muy mal pronóstico. Fue así como María Teresa Barrenengoa, la Mati, murió el 25 de octubre del año 2012, a los 68 años, en Santiago de Chile.
Su carnet chileno
Matrimonio de Mati y Hugo
“Los Primos�
El legado de la abuela Mati se mantiene muy vivo, se la recuerda y recordará muy seguido, casi siempre en la cocina llena de vapores y con una cuchara de palo en la mano. Las paellas, las chuletas de cordero, los macarrones con chorizo, los garbanzos, las fondues… la última tortilla de patatas que le cocinó a Teo, el nieto que antes que hablar desarrolló el sentido del gusto y todavía quiere ser chef. Reconocido orgullosamente por ella, fue casi costumbre invitarlo a comer langostas y ostras… oficio que su nieto aprendió con profesionalismo. En septiembre del 2012, un mes y medio antes de morir y cuando todo se le hacía muy pesado, reunión la familia en su campo en torno a deliciosos platos. Ensalada césar, albóndigas de carne sobre un mantel de cuadrillé rojo, pan con tomate parecieron el menú ideal de despedida. Tiempo después haríamos volar juntos sus restos y los de Hugo desde la cumbre de uno de esos cerros del campo, sabiendo que eran mucho más que huesos y cenizas.
Ultima cena familiar junto a Mati
La vida de María Teresa es una mezcla de alegría y naturalidad que escondía en sus arrugas el dolor de la guerra en Europa. Traía heredada de sus papás, aunque no quisiera, toda esa pena que ellos le quisieron evitar. Creo que tal vez ella quiso esconderla también con su positivismo, simpatía, cigarrillos y muy buena comida. Siento que los más regalados con su vida fuimos sus nietos, y me siento un privilegiado entre ellos cuando me pongo a cocinar, porque siento que ese gen está en mí también, así como el que nos manda vivir la vida más en el disfrute que en la preocupación y, ojalá, bailando rock and roll.