Cataclismo en los ojos

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Cataclismo en los ojos Enrique Gómez-Correa, 1942

©Herederos de Enrique Gómez-Correa Edición y prefacio al cuidado de Marcelo Mendoza Diseño y diagramación: ©MandrágoraDiseña Portada: Vicenta Mendoza Collage de portada: Vicenta Mendoza Dibujo de contraportada: Retrato de Enrique Gómez-Correa por René Magritte, 1953 Primera reedición de la original: julio de 2014 Registro de Propiedad Intelectual Nº 243.240 ISBN: 978-956-9114-16-8

mandragora@lamandragora.cl

Impreso en Gráfica Lom

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Cataclismo, violencia, ojo

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En su Manifiesto Dadá de 1918, escribió Tristán Tzara: “Uno cree poder explicar racionalmente, mediante el pensamiento, lo que escribe. Pero es muy relativo. El pensamiento es algo muy bonito para la filosofía, pero es relativo. El sicoanálisis es una enfermedad peligrosa, adormece las propensiones antirreales del hombre y sistematiza la burguesía. No hay verdad última. La dialéctica es una máquina divertida que nos conduce de una manera banal a las opiniones que hubiéramos tenido de todas maneras. Odio la objetividad grasa y la armonía, esa ciencia que encuentra que todo está en orden. Sigan, hijos míos, humanidad… Dice la ciencia que somos los servidores de la naturaleza: todo está en orden, hagan el amor y rómpanse la cabeza. Sigan, hijos míos, humanidad, gentiles burgueses y periodistas vírgenes… Estoy contra los sistemas; el más aceptable de los sistemas es no tener principio alguno”. Tres años antes, en una volcánica provincia del otro lado del mundo llamada Tralca o Talca (lugar del trueno en lengua mapuche), nacía Enrique Gómez-Correa, quien ya en su adolescencia liceana perfectamente podría haber firmado esas palabras que conocería tiempo después. El 8 de febrero de 1916, a las seis de la tarde, según relata el artista alsaciano Hans Arp, el poeta rumano Tristán Tzara había encontrado la palabra Dadá en el recién inaugurado Cabaret Voltaire de Zurich, en la quietísima Suiza que era territorio libre y neutral, guarida de artistas, intelectuales y revolucionarios que se mantenían a buen recaudo de las balas y cañones de la Primera Guerra Mundial. Era un segundo piso de un teatro a mal traer y su propietario fue el exiliado poeta alemán Hugo Ball. Allí Tzara, junto a sus habituales partidas de ajedrez con un exiliado ruso llamado Vladimir Ilich Uliánov –quien llegó ese mismo febrero a vivir en Zurich y que un par de años más tarde se haría famoso bajo el nombre de Lenin, liderando la Revolución Rusa–, se reunía con una patota de desencajados apátridas como Arp, Ball o su compatriota Marcel Janco en el cabaret generando allí bataholas que años después, en los 60, la nomenclatura estadounidense llamaría happening o performances. Ignoro si los muchachos que inventaron La Mandrágora en su momento estaban plenamente informados del Cabaret Voltaire, pero rememoro ahora a Dadá pues su espíritu rebelde anti establishment, anti guerra e incluso anti arte, parece propio de la pulsión genuina que movió a

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LA BOLSA O LA VIDA

Debemos reconciliarnos un poco con la bruma Aquello que estalla furibundo al tocar el cristal Aquello que prende una luz en la sangre Mientras ella pasa su mano Por el dorso del agua Aquello aquello esparcido en las palabras Aquello que vive para el amor No comprendería su palabra acariciadora Su pura palabra Aquella que cae deshojada a sus pies La misma de alcurnia de cometa Para ella que mueve el silencio O la estrella misma vuelta del asilo Ella tendrá que amarme un poco más Porque yo duermo Por su pensamiento que solamente yo conozco el origen Por la miel que resbala de su dedo Luego que su dedo abre el día No puede beber la leche de los desventurados La leche de una mujer de piel dura Que cerrara los ojos en la noche Para el amor que corta la cabeza a las flores Sin piedad.

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Las pestañas se doblan con el peso de sus recuerdos Afuera llueve para ilustrar el paisaje Para las mismas nubes que se alejan De mi lecho O del guante perdido en la espuma De un ángel El ángel nacido de su confusión De pronto En la sonrisa mínima de un niño Las sombras esparcidas de su ausencia Llegadas para el auxilio de su nombre En las hojas sueltas de la mañana Para saber que yo os amo Que yo aun puedo dormir a pesar de su sueño A pesar del árbol que arde en el cerebro Mis manos hechas de ceniza Para cegar los jóvenes sonámbulos Para aquellos que nada temen del espacio Para ella que no ha sabido nunca de mi sueño Para este mismo fuego Que me conducirá al amor o a la muerte repentina Yo que he visto Huir las novias por la ventana Con las pupilas cargadas de pájaros extraños Yo que he visto El viento robar vestidos y azahares Yo devuelvo mi suerte al fantasma sonriente La dulce alegría del amor cargado de reflejos Que pasa lento con los ojos perdidos en la nieve.

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LA TELA INVIOLABLE

La buena enemiga bajo este vago temblor En la dulce marea desmontable Yo he pisado una playa desconocida Nos separaba apenas una sombra El fuego no supo que el cielo ya no existía Pueden esas aguas negras Reflejar la demencia del mago He soñado tantos venenos esta noche Me da lo mismo envenenar un cisne Lo mismo el agua en que flotan mis cabellos Lo mismo una luminaria al fondo de sus ojos Háblame de paso entre las suaves muchedumbres Qué ala rompió ese planeta tan olvidado Qué escala me separa de tu isla Yo sonreiré para recordarla Tiéndeme tu mano hacia mis ojos invisibles El pájaro del paraíso ha tocado mi única soledad Qué torre es esa que guarda los años? Acaso ha muerto otro cisne? O la eternidad estalla en la rebelión?

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En la medianoche pasan los caminos ahogándome Las flores no me reconocen Porque vivo sólo para ellas Para esta marea que se escapa de su copa Esta noche de la bella durmiente Tal vez porque abandonó su tribu Porque sólo el agua ha mantenido sus encantos Y la muerte se desliza Por los balcones submarinos Mientas un labio suave roza nuestras mejillas Yo no tengo ese frío de costumbre En los ojos Un ruido de cometas hacen las tinieblas.

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Esta edición de Cataclismo en los ojos, de Enrique Gómez-Correa, se terminó de imprimir en los talleres de Gráfica LOM, en julio de 2014, y es parte de la Colección Surrealista de Mandrágora Ediciones. La edición original de este poema fue impresa por la imprenta Herrera y Aldana, en Talca, en 1942. Este libro no habría sido posible sin el apoyo de Walkiria Bravo, viuda de Enrique Gómez-Correa, y Xavier Gómez, su hijo, a quienes se agradece su aporte.

En el interior de este libro se usó la familia tipográfica Palatino para textos y títulos. Y papel hilado blanco de 140 grs. La portada se elaboró con cartulina duplex de 350 grs., reverso blanco, pintada en color negro. Las terminaciones se hicieron con polilaminado opaco y empastado hotmelt.

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31 Convocatoria 2014


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