Ediciones Mandrรกgora SANTIAGO DE CHILE 1 9 5 5
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Reencuentro y pérdida de la Mandrágora Enrique Gómez-Correa, 1955 © La Mandrágora Ltda. Colección Surrealista Edición y prefacio al cuidado de Marcelo Mendoza Diseño y diagramación: Fernando Hermosilla Dibujo de contraportada: Retrato de Enrique Gómez-Correa por René Magritte, 1953 Primera edición facsimilar: junio de 2012 ISBN: 978-956-9114-01-4 Mandrágora Ediciones Manuel Barrios 4890 Santiago de Chile www.lamandragora.cl Impreso en Valente Ltda. Obra financiada con el aporte del Fondo Nacional de Fomento del Libro y la Lectura
Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, en todo o en parte, ni registrada o transmitida por sistema alguno de recuperación de información, en ninguna forma o medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia o cualquier otro, sin permiso previo, por escrito, del editor.
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El ojo alquímico de Gómez-Correa
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En 1985 a Enrique Gómez-Correa le diagnosticaron un cáncer terminal. Le auguraron pocos meses de vida. Quizá había una remota posibilidad de sobrevivencia: la cirugía. Pero el cirujano fue sincero y le dijo: “Si lo operamos, de 100 tiene usted 2 posibilidades de vivir”. Gómez-Correa lo miró a los ojos y contestó sereno: “Yo soy poeta, creo en el azar y juego a ese 2”.1 Entregó su destino a la surrealista escritura automática de sí mismo. Fiel a La Mandrágora hasta las últimas instancias, cuando él mismo me relató la escena pude entender que lo más notable en su obra es esa lealtad con aquellas creencias poéticas, éticas y estéticas, que hizo suyas antes de cumplir 18 años. Y eso está reflejado en su poesía, de principio a fin. Esta coherencia abrumadora es muy poco común en cualquier trayectoria que abarca, en su caso, más de 60 años de creación pública en libros y revistas. Lo normal y natural es que se tengan quiebres o variaciones en un recorrido creativo. Incluso podría pensarse que es deseable. Sin embargo, lo suyo es genuino, no permeado por disquisiciones acerca de la oportunidad, la moda, el clima del entorno o el cambiante momento histórico, pues Gómez-Correa no hizo una carrera literaria. No corrió ni le ganó a nadie. ¿Cómo decirlo? Tal vez así: él no tuvo como oficio la poesía; lo poético le chorreaba. No fue un animal literario. La poesía fue la vida, cargada de esoterismo, en búsqueda de lo oculto y misterioso, con atención por la alquimia que haría posible transformar el plomo en oro: lo poético en destino. En marzo de 1987, cuando lo conocí, Enrique Gómez-Correa no había muerto. “Me faltan años para morir”, decía entonces, pese a que le seguían dando escasos meses. Seis años después seguiría hablando del tema, porque la poesía “está en el filo de la vida y la muerte. El poeta parece que nace abrazado con la muerte. El gran baile del poeta es con la muerte”.2 Dejó de existir recién en 1995, a los 80, diez años después de lo que le indicaron los médicos. Antes de que eso sucediese, no dejaba de escribir en posición horizontal y estudiaba textos sobre los orígenes de las religiones, de botánica (a su piedra filosofal no era rocosa sino clorofílica, como la planta alucinógena que dio nombre a su colectivo poético), obras raras y ocultas que atesoraba en un gran estante, como el Libro de las figuras jeroglíficas del alquimista Nicolás Flamel, teniendo detrás suyo un cuadro que le regaló su amigo Jacques Hérold. Creía en la violencia como móvil del mundo y de la vida, aunque nunca pegó un tiro, pero aclaraba: “No es una violencia represiva. Estoy con la violencia del acto creador: la del volcán que lanza la lava; la de la tierra abriéndose y saltando piedras; el acto del nacimiento, cuando la madre puja y sale el niño y grita”. Y se estremecía con la brutalidad geológica, porque esos movimientos feroces eran el origen de todo.3 Marcelo Mendoza, entrevista a Gómez-Correa en revista APSI, Nº 198, 27 de abril de 1987. Entrevista de María Teresa Cárdenas en “Revista de los Libros” de El Mercurio, 15 de agosto de 1993. Marcelo Mendoza, op. cit.
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Tened siempre presente las palabras del autor de Los cantos de Maldoror: «La misión de la poesía es difícil. Ella no se mezcla con los acontecimientos de la política, con la manera como se gobierna un pueblo, no hace alusión a los períodos históricos, a los golpes de Estado, a los regicidas, a las intrigas de cortes. Ella no habla de las luchas que el hombre emprende y sólo, por excepción, con él mismo, con sus pasiones». Manteneos puros, libre de todo compromiso, libre de toda contaminación. Buscad lo desconocido, penetrad en el misterio. Huíd de los concursos, de los premios literarios, de la lepra y de Neruda. Enrique Gómez-Correa