ÍNDICE LA MUERTE DE MI HIJO..................................................................................................................5 INFLUENCIAS DE RUINAS............................................................................................................10 EL HOMBRE DEL DINERO.............................................................................................................15 MÁS QUE UN CONFLICTO............................................................................................................21 DIARIO DE UN ROMÁNTICO........................................................................................................26 EL ROMANTICISMO Y YO.............................................................................................................32 LA MUERTE MÁS DURA................................................................................................................38 LA DIMENSIÓN ROMÁNTICA......................................................................................................42 30 AÑOS............................................................................................................................................47 EL SUEÑO ETERNO........................................................................................................................52
LA MUERTE DE MI HIJO Mi nombre es Gustavo Adolfo. Este nombre me proviene de mi abuelo, Gustavo Adolfo Bécquer. Mi abuelo fue un gran escritor, al que le gustaba mucho escribir en sus ratos libres. Yo me crié con él, por lo que le admiro muchísimo. Siempre estábamos juntos y me enseñó la mayoría de las cosas que sé. Vivíamos en las afueras de Madrid en un gran campo, donde mi abuelo era capataz de una gran finca, con animales y una gran extensión de tierras, en las cuales trabajaban gran cantidad de jornaleros. Yo pequeño, siempre al lado de mi abuelo, veía como dirigía a los obreros, los cuales le guardaban respeto, por lo buena persona que era, y aunque les hacía trabajar duro, siempre estaba pendiente de ellos, de sus problemas familiares, de ayudarles si necesitaban cualquier cosa, o si su economía en algunas temporadas estaba más resentida, siempre se ocupaba de que al menos, no les faltara en sus casas productos de la huerta, o algún animal, para que su familia pudiera comer y vivir dignamente. Por su parte, los terratenientes, dueños de la finca también tenían a mi abuelo en gran estima, dado que veían como sus tierras, año tras año, tenían unos magníficos rendimientos, sus animales, eran de los más afamados del territorio, los toros eran vendidos para importantes ferias de ganado, en sus sierras se hacían grandes monterías, y sus caballos eran de los más cotizados de la zona, participaban en importantes exhibiciones de fiestas de gentes importantes, grupos a los que pertenecían los jefes de mi abuelo. Los dueños, la familia De La Chica, que remanecían de un pueblo de Jaén, Mengíbar, donde tenían una importante casa Palacio, y también muchas fincas, hablaban y se sentían orgullosos de mi abuelo, y yo niño, me mezclaba con sus hijos en sus fiestas, y escuchaba sus conversaciones, cuando hablaban de mi abuelo, de lo buen capataz que era, ¡que orgulloso me sentía yo!, ese era mi abuelo, que además, les amenizaba sus fiestas, pues como ya he dicho antes, era escritor, y en alguna reunión que otra, les leía a los invitados algunos de sus 5
escritos, y todos quedaban asombrados, ¿Cómo un agricultor tan virtuoso como es vuestro capataz es capaz además de escribir esos escritos, con tanta sensibilidad y sencillez? Se preguntaban ellos. Los que ya habían venido otras veces a la finca, cuando volvían, siempre preguntaban por él. La verdad es que vivir alrededor de mi abuelo fue una magnífica experiencia. Me siento muy orgulloso de él, siempre fue mi guía y mi inspiración. Mis padres murieron cuando yo apenas tenía ocho años. Se llamaban Manuel y Antonia. Se conocieron trabajando en la finca donde mi abuelo me crió. Mi padre empezó a ser encargado de una parte de la finca y mi madre estaba al servicio de los señores dueños, teniendo incluso que viajar con ellos cuando se desplazaban a otros cortijos, pues tal era su entrega que nunca permitía que ni a los señores ni a sus hijos les faltara de nada. Mi padre me contaba algunas anécdotas de la familia, de cómo vivían, de sus relaciones con las gentes de otras grandes fincas y de la forma en la que se hacían y deshacían las compraventas de animales y productos obtenidos en sus propiedades. Era algo maravilloso. Fueron unos magníficos padres, muy trabajadores y con un futuro prometedor, de hecho mi padre estaba predestinado a suceder a mi abuelo en el cargo de capataz, cuando mi abuelo se jubilase, y se retirara a trabajar, de hecho todos vivíamos en la finca, teníamos nuestra propia casa anexa al gran cortijo de los señores, pero con todas las comodidades, la verdad es que los señores nos trataban como parte de su familia. Pero la mala suerte se cebó con ellos, con mis padres, pues murieron en un accidente, por lo que me quedé solo viviendo con mi abuelo. Cuando yo tenía 17 años, mi abuelo murió a los 68 años de edad; fue un duro golpe que me asestó la vida, pues tras la muerte de mis padres, era la persona que se encargaba de mi educación y de que me forjara como trabajador, enseñándome todo lo relacionado con el oficio que un día estaba llamado a suceder. Fue un hombre que luchó por lo que era suyo, y aunque era un hombre humilde y muy trabajador y me crió solo (aunque las mujeres de los campesinos que trabajaban en la finca le ayudaron a criarme), siempre luchó para darme a mí lo mejor. Cuando murió mi abuelo, mi corazón estaba enamorado de la persona más importante en mi vida, hija de unos de los campesinos de la finca, que sus padres habían enviado a Sevilla a estudiar con unos familiares pues no querían que se criara en el campo con ellos, querían otra vida para su hija; mi novia, la cual fue una de las razones por las que salí adelante. Estuve viviendo sólo unos dos años, aprendiendo las tareas en el campo y reuniendo el dinero suficiente hasta que me pude casar con ella; se llamaba Juana. Sus padres, en los comienzos de nuestra relación no me querían para su hija, puesto que yo no tenía de qué vivir ni donde vivir, pero no pudieron romper nuestra relación. Cuando me casé, tenía 20 años. Juana y yo nos fuimos a vivir juntos a una casa que nos compraron sus padres. Yo comencé a trabajar en el campo realizando las tareas que mi abuelo y mi
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padre me enseñaron a lo largo de sus vidas y así llevaba dinero a casa, que aunque no era mucho, nos daba para comenzar una nueva vida y cumplir el sueño de toda familia, la de traer unos hijos a la vida y enseñarles aquello que a nosotros nos enseñaron. Juana no trabajaba por lo que sólo vivíamos con lo poco que se ganaba realizado tareas en el campo. Llevando siete meses casados, Juana quedó embarazada. Seguimos con la misma vida que tiempo atrás, pero cuando llevaba Juana siete meses embarazada, tuve que dejar de trabajar para cuidar de ella, pues tuvo algunas complicaciones que necesitaban de mi ayuda. El día 7 de octubre de 1874, nació nuestro hijo. Le llamamos Gustavo Adolfo; le puse ese nombre no por mí, sino por mi abuelo. Al poco tiempo del nacimiento de nuestro hijo, la relación matrimonial fue a peor, dejando atrás aquellos magníficos años de cariño y armonía. Juana empezó a estar rara y más distante de mí. Todo era diferente. Yo notaba como me quería menos y un día, cuando vine del campo, la encontré con otro hombre. Decidió irse a vivir con él y nos abandonó a mí y al pequeño Gustavo. Fueron unos meses muy duros para mí, pues estaba locamente enamorado de ella y había luchado tanto en la vida por cumplir nuestro sueño que nunca pensé que eso me ocurriera, pues nunca había sospechado nada. Mi hijo fue mi apoyo para seguir adelante. Fueron unos años muy duros, pues tuve alternar el duro trabajo de labranza en los campos con la vida familiar, hasta que un día decidí dejar de trabajar para atender y cuidar a mi hijo; vivíamos en la pobreza, en una humilde choza a las afueras de Sevilla. Siempre me acordaba de los consejos que me dio mi abuelo. Cuando mi hijo cumplió la edad de seis años, empecé a dejarlo en casa de unos conocidos para así poder dedicarme otra vez a las labores agrícolas y poder ganar algo de dinero con lo que comer. Cuando mi hijo cumplió siete años, comenzó a trabajar conmigo y con lo poco que ganábamos los dos, la vida parecía ir a mejor, pues los ingresos, aunque eran escasos, contribuían para salir adelante. Pero de nuevo, la suerte en nuestra vida, no nos iba a acompañar, pues una vez que mi hijo cumplió los ocho años, una enfermedad empezó a mermar las fuerzas hasta que murió de tuberculosis. Mi vida iba de desgracia en desgracia, puesto que mi hijo era lo único que me quedaba, era lo que más veneraba y quería, volviendo a estar sólo en la vida. Seguía trabajando, pero mi mente no dejaba de pensar en él día tras día. Así, una noche, tormentosa y fría, decidí ir al cementerio para estar más cerca de él. Salí de casa con un farol y una cuerda, trepé la pared del cementerio lo más sigilosamente posible. Cuando estuve dentro, fui al enterramiento de mi hijo, cogí una azada y comencé a excavar. Quería volver a tenerlo en mis brazos, a volver a contarle historias que su bisabuelo me contaba. Con el ruido de la azada al golpear el suelo, el sepulturero se despertó y vino corriendo hasta que me vio. Me quitó
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la azada y me sujetó fuertemente, pues no paraba de moverme por la fuerza que el corazón me daba para llegar hasta él. Una vez me relajó y me sentó en el frío suelo, comenzamos a hablar: -
Usted está loco, esto que está haciendo está prohibido. ¿Qué le incita a usted a hacer esto? Dijo el sepulturero sobresaltado.
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Es mi hijo, lo único que me que quedaba. Ahora estoy solo, completamente solo. No me queda nada y no sé cuál es la razón por la que sigo viviendo todos los días. Quiero ver el rostro de mi hijo, quiero llevarle y tenerle en casa. Le dije al sepulturero muy tristemente.
-
Usted tiene que comprender que todos nacemos para después morir. Por desgracia, todos tenemos ese destino. Dijo e sepulturero, intentando convencerme. Tras una larga conversación con el sepulturero, accedí a marcharme a casa y quedarme con
su recuerdo. Me aliviaron mucho sus palabras, llegando al acuerdo de que todos los días me permitiría entrar al cementerio para poder estar un rato hablando con mi hijo y así poder contarle lo acontecido en el día. Sigo sin encontrarle sentido a mi vida. Nada es lo mismo. No soy capaz de entablar conversaciones con el resto de la sociedad, me he vuelto oscuro, desconfiado, malhumorado. Por mi cabeza no pasaban nada más que pensamientos sin sentido. Mi cabeza no para de darle vueltas a lo mismo y día tras día pensaba en lo mismo, en la forma de irme con él y un día decidí que había llegado la hora de reunirme con ellos, de juntarme con mis padres, con mi abuelo y como no, con mi hijo, por lo que busqué la escopeta que mi padre tenía y que conservé para defenderme de posibles ataques y acabaré con este sin vivir. Cinco días después, y al no haber sido visto Gustavo, los vecinos empezaron a sospechar, forzaron la puerta y descubrieron el cadáver del infortunado. Encima de una mesa había escrito este relato que los vecinos decidieron entregar a la justicia. Gustavo Adolfo fue enterrado en una tumba junto a la de su amado hijo.
SEBASTIÁN BARAHONA HERRERA
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INFLUENCIAS DE RUINAS No sé cómo, ni por qué, esta mañana al despertar me encontré tendida en la cama de la habitación de un hospital. Tenía un fuerte dolor de cabeza y la vista nublada, como el pensamiento. Intenté recordar lo sucedido, pero me venció el sueño. No sé cuánto tiempo más estuve dormida, ni siquiera sé si soñé con algo, o con alguien. Por un momento me pareció volver a despertar, y juraría haber visto a alguien entrar en la habitación, acariciarme la larga cabellera morena ―la cual pensaba que ya no estaba, al no notarla― y dejar algún extraño objeto en una mesita al lado de la cama. Cerré los ojos lentamente y, al abrirlos de nuevo, descubrí que era la única persona que habitaba la sala. Intenté hallar algo que me ayudase a recordar por qué estaba allí. Me fijé en que había una pequeña ventana, cerrada y con la persiana subida. Gracias a ella advertí que era de noche y que por ahí no conseguiría ni asomar la cabeza para tomar algo de aire, que ya me estaba empezando a agobiar. En el otro extremo de la pequeña habitación estaba la puerta que supuse que daba al pasillo de a saber qué planta del hospital. Al lado estaba la que daba al baño. Me extrañó que estuviese abierta y con la luz encendida, como si acabase de salir. De repente, me acordé de que habían dejado algo encima de la mesita. Al girar el cuello sentí una punzada de dolor que subió hasta la cabeza, y, por un instante, pensé que volvía a perder el conocimiento, pero no fue así. Conseguí frenar los párpados antes de que se cerraran y mis ojos no volviesen a ver la luz hasta a saber cuando, y clavé la vista en él. Allí estaba, el extraño objeto, un libro. Agudizando la vista leí el título de este, Ruinas. Hice el amago de extender la mano para alcanzarlo. No pude. No era capaz de mover los brazos. 10
Me pesaban. Mucho. Entonces sí que empecé a agobiarme. Quise gritar. Imposible. El miedo estrangulaba mi garganta. Me esforcé en tranquilizarme y, finalmente, el cansancio fue aún mayor. Caí rendida. A la mañana siguiente, cuando apenas estaba despertando, y aún sin reconocer lo que había a mi alrededor, oí una voz familiar. ¿Estaba soñando? Abrí los ojos y le vi, era Pablo. Estaba a mi lado, sentado sobre la cama. Se percató de que me había despertado y me miró fijamente. ―Hombre, al fin ―dijo sonriendo. Intenté mostrarle una de mis mejores sonrisas, decirle que le había echado de menos, que sin él siempre acababa metida en algún lío, que me llevase a casa, lejos de aquel hospital y que me cuidase. Solo conseguí sonreír. ―Buenos días Paula ―añadió una voz desconocida. ―Soy el doctor, ¿me oyes bien? Asentí con la cabeza. ―Estupendo entonces. Mi nombre es Lucas. Has estado una semana en coma, sufriste un accidente de coche. Las causas todavía no están definidas, tu novio cree que el accidente fue provocado por el conductor de otro vehículo. No sé si me sorprendió más el hecho de haber pasado una semana en coma, que alguien me quisiese muerta, o que el doctor pensase que Pablo era mi novio. ―Creo que con eso tienes suficiente información para asimilar en unos días. ―Quiero irme a casa. Por fin mi voz. Sonaba rara, más grave tal vez. Lo dije dirigiéndome a mi supuesto novio, el doctor intervino. ―No puedes abandonar el hospital hasta que no te de el alta. Debes permanecer acostada, y recuperarte lentamente, recuerda que acabas de despertar de un coma. Me tengo que ir, esta tarde me pasaré otra vez para ver que tal estás. Hasta luego Pablo. ―Muchas gracias doctor ―se despidió Pablo estrechándole la mano. Después de que este saliese y cerrase la puerta para dejarnos algo de intimidad, se acercó y me abrazó. ―No sabes lo preocupado que estaba. ¿Te acuerdas de si viste al conductor del otro vehículo? Porque lo buscaré. Buscaré al que te ha hecho esto. Definitivamente Pablo tenía que refrescarme la memoria. No sabía de qué me estaba hablando, y me asusté. Notó mi inquietud, él siempre sabía cuando me pasaba algo, no podía engañarle. Pero fuera lo que fuese lo que me estaba pasando, tenía que acabarlo yo sola. Como
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siempre había hecho. Le llevó toda la tarde ponerme al día. Empezó a hacerme una especie de biografía que aparentaba haberse aprendido de memoria, lo cual me sorprendió, pero me esforcé para que no se notase. Tras la muerte de mis padres en un accidente de coche ―sí, también― quedé huérfana. Por entonces era demasiado pequeña e inocente para asimilar lo que de verdad aquella pérdida significaba en mi vida. La familia de Pablo me adoptó, hasta que a principios de este año cumplí la mayoría de edad. En cuanto llegaron los esperados dieciocho me mudé a mi antigua casa. Un pequeño piso en el barrio el Realejo, de Granada. Hasta ahí todo bien, me acordaba de todo. No me fui de allí porque no me tratasen bien, al contrario, durante esos años se portaron genial conmigo ―en especial Pablo― sino porque odiaba depender de alguien. Al mes de volver a la casa de mi infancia, comencé a tener pesadillas con un hombre. ―¿Crees que es el que ha intentado matarme? ―No lo sé Paula, pero si decías que estaba tan pendiente de ti, puede ser una posibilidad. Veía a aquel hombre todos los días, cada vez que salía por el portal, allí estaba él. Creo que no me seguía, pero siempre tenía la sensación de que lo hacía. Se lo conté a Pablo, el cual avisó a las vecinas de que, si lo veían, les avisase. Cosa que nunca ocurrió. Según ellas, nadie me vigilaba. Pero a mí alguien me quitaba el sueño. ―Minutos antes de que sufrieses el accidente, me llamaste. Estabas muy preocupada, decías que alguien te seguía. Intenté que te calmases, me gritaste que sabías cuidarte sola. Después, sollozando, me dijiste que guardase una novela que había pertenecido a tus padres, para que siempre me acordase de ti. Durante unos segundos me sentí avergonzada. Esto duró poco, cuando, de pronto, caí en cuál era libro al que me refería. ―Acércame el libro que hay encima de la mesa ―a pesar de mis intentos por que no sonase como tal, pareció que le estaba dando una orden. Se quedó mirándome antes de hacerme caso. Sabía en qué estaba pensando: “¡Qué facilidad tiene para cambiar de tema cuando le apetece!” Y era verdad, solía hacerlo a menudo. ―¿Es este? ¿A este libro te referías? Pero, ¿por qué? ¿Por qué pensabas que iba a olvidarme de ti? ―Ahora mismo no estoy segura de nada Pablo. Déjame. Necesito estar sola un rato.
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―Paula, ¿no será por Cristina? Que esté saliendo con ella no quiere decir que me olvide de ti. ―Ya. Lo sé ―o eso quería creer―, vete por favor. Ahí estaba mi yo solitario. Ya quería echarlo de la habitación. Cada vez que sacaba el tema de Cristina, me ponía enferma. ―Mañana me pasaré para ver como estás ―dice Pablo mientras se va acercando a la salida― adiós. Esta vez no siento que me quedo sola. La novela me hace compañía. La observo durante unos minutos. La portada está desgastada, las esquinas dobladas y las páginas amarillentas, como si la historia hubiese sido vivida por demasiados lectores. En las primeras páginas del libro encuentro unos apuntes, con, al parecer, datos sobre la autora; Rosalía de Castro. No sabía si toda la información la había buscado y apuntado yo. Quizá lo escribiesen mis padres, o quizá algún seguidor de la escritora. Conforme iba leyendo sobre ella, empecé a averiguarlo. Iba recordando cada dato, cada página de Internet, cada libro suyo que busqué y cada palabra que anoté. Nació en 1837, en Santiago de Compostela, se casó y tuvo siete hijos, los cuales murieron antes que ella. Nunca disfrutó de buena salud. Un cáncer se la llevó en 1885, a la edad de cuarenta y ocho años. Se la conocía como una autora del romántico, pesimista, y con alguna obra sobre la imposibilidad del amor. Estuve toda la tarde dándole vueltas. El doctor se pasó para verme y me dio una pastilla para el dolor de cabeza. Dijo que era normal que me molestase, había demasiadas cosas que asimilar. Él no tenía ni idea. En mitad de la madrugada desperté sudando, con la respiración entrecortada y lágrimas en los ojos. Lo recordé todo. Pasé así el resto de la noche, hasta que, a la mañana siguiente, llegó Pablo. ―Paula, ¿estás bien? Tenía la cara pegajosa ―supongo que de tanto llorar― y seguía costándome respirar. ¿Cómo iba a estar bien? ¿Debía contárselo a Pablo? ¿Cómo no se lo iba a contar? Era mi amigo, mi mejor y único amigo. El chico del que llevaba años enamorada, el mismo que me había protegido desde pequeña. ―Verás...Yo...―no podía parar el mar de lágrimas que inundaba mi cara―Tengo que
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contarte algo. ―Vale, tranquilízate. Respira hondo y cuando estés preparada me lo cuentas, ¿está bien? Asentí. Volvió a acercarse y, con su grandes manos me limpió la cara. Después me abrazó. No sé si era por las condiciones en las que me encontraba o, porque de verdad lo pareció, pero fue el mejor abrazo que me había dado nunca. Por primera vez dejé que me protegiese. Me calmé y empecé a relatar lo sucedido. ―Hace años empecé a informarme y a leerlo todo sobre una escritora, Rosalía de Castro. De ella es este libro ―le enseño el ejemplar de Ruinas, la que recordé que era mi novela favorita―. Por decirlo de algún modo, la autora fue la que hizo que me volviese tan solitaria. No paraba de pensar en que estaba sola. A veces me gustaba la idea, otras no podía soportarla. ―Hice un descanso, necesitaba asimilarlo todo, los dos lo necesitábamos. ―Conforme iba conociéndola, sin darme cuenta, empecé a pensar como ella. Esta soledad, sin duda me condujo hasta donde quiso, o hasta donde quise yo. No lo tengo muy claro. Pablo estaba sorprendido y, en parte, se le notaba un poco enfadado. Quizá consigo mismo. ―No me lo puedo creer. Todo esto es culpa mía. No tenía que haberte dejado ir. Paula, he intentado olvidarte porque querías alejarme de ti. Yo...Lo he pasado muy mal, y ahora esto...―Agacha la cabeza. No quiero mirarle a la cara, pero lo hago y le veo apretarse las cuencas de los ojos. Puede que para intentar despertarse de esta pesadilla. ―Ahora lo entiendo, el hombre que te seguía solo existía en tu cabeza. Has intentado suicidarte. Dicho así suena bastante duro. Está llorando. Nunca le he visto llorar. Quiero decirle todo lo que siento, las palabras se quedan atrancadas en mi garganta. Vuelve a abrazarme, aunque esta vez es diferente. ―Recoge tus cosas, nos vamos a casa.
RAQUEL BARRANCO LUQUE
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EL HOMBRE DEL DINERO Hace ya mucho tiempo a mediados del siglo XVIII o XIX, en una ciudad de Polonia, se encontraba en un castillo un marqués llamado Fernandino. Éste estaba viudo, debido a que quería ser el marqués más rico de todos y para ello necesitaba acostarse con las mujeres más poderosas del castillo. Un día en el castillo se encontró a una bella y dama mujer, – Fernandino antes de ser un marqués era un criado al que le hicieron sufrir mucho porque nunca estaba parado, siempre estaba al servicio de su majestad el rey Sebastián, y de su mujer Ana, y de los marqueses. Como ya he mencionado antes, a Fernandino le gustaba mucho tener dinero, tierras, pero sobre todo tener mujeres para poder conseguir esa gran cantidad de cosas que él quería; entonces, un día en los pasadizos del Castillo se encontró con la marquesa María. Ésta era una gran mujer, buena, amable, y tenía unas perlas muy bonitas a las que todos los criados, incluido Fernandino , les gustaban mucho, además, era la marquesa que más dinero y tierras tenían de los demás Castillos de Polonia, y como ya no quería convivir con su marido Andrés, Fernandino fue a por todas antes de que otro de los guapos y chulos de los criados se la quitasen. Cuando los dos se miraron cara a cara, ojos con ojos, sintieron una cosilla que se llama amor a primera vista e inmediatamente después de hablar un poquito se fueron a la cama juntitos. A partir de este momento, todos los días quedaban para hacerlo, hasta que el criado Fernandino le dijo a María: – María, tengo que contarte una cosa muy importante que llevo mucho tiempo pensándolo, pero no sé si contártelo porque si no toda la gente del Castillo se acabará enterando. – Ella le contestó, te prometo que nadie se enterará. 15
– ÉL respondió, es que como alguien lo sepa se liará mucho porque todo se iría a la mierda. – Ella afirmó por segunda vez, no, de verdad te prometo que eso no sucederá jamás. – Bueno, pues como me has prometido que nada de eso va a pasar te lo voy a decir. ¿Te acuerdas de todos estos días que hemos estado viéndonos por los pasadizos secretos del Castillo, las veces que hemos dormido juntos y todo lo que hemos hecho a lo largo de toda esta semana? Pues yo sí, en esta semana he podido sentir muchas cosas que tú a lo mejor no has sentido por mí. Esa cosa que sentí por encima de todas es que te amo y ya que no quieres formar parte de la vida de tu marido Andrés, quisiera pedirte que si te casarías con migo porque eres una persona muy especial para mi vida (pero todo esto solo era para conquistarla y arrebatárselo todo). – Y le dijo ella, oohhhh que bonito que eres, me encantaría estar contigo los restos de mis días. Entonces Fernandino planeó un plan para matar al marques para que él se quedase en su puesto y tenerlo todo para él, y así sucedió; Fernandino al ser criado le hecho unos polvos en el té del marqués Andrés que éste antes le había pedido que le trajese, al cabo de las horas murió. Todos estaban tristes, los criados, las criadas, excepto su mujer la marquesa María y el criado Fernandino aunque sentían tristeza por la pérdida importante. A partir de este momento Fernandino fue coronado marques del Castillo debido a su casamiento con María unos días después de lo ocurrido. A la mañana siguiente Fernandino se estaba aprovechando de todos los criados que a él lo cuidaban. Porque en el Castillo estaban asignados unos criados y criadas a cada persona importante, debido a que él quería que todos sufrieran como él había sufrido cuando estaba en el puesto de ellos, pero no solo a ellos, sino también a los campesinos de la ciudad, por que como ya estaba, en el poder supremo, pues se podía aprovechar de los campesinos; que eran gente que vivían de las cosechas de los campos y de los trabajos que tuviesen algunos. A la semana siguiente de haberse casado con la marquesa María y de haber matado a su esposo, él ya tenía todas sus riquezas y sus tierras en su poder, lo había conseguido, pero todavía él quería más y más. Así es que lo que hizo fue arrebatarle todo el dinero a los campesinos de una manera muy buena; como los que trabajan en sus propias tierras siempre les tienen que dar una tercera parte de la cosecha, lo que se inventó fue quitarle todas sus ganancias y administrarle él los alimentos para no que no se quedasen sin comida para sus hijos y ellos. Con esto consiguió tener un poco de más riqueza, pero hubo un mujer que esa idea no le pareció muy bien, por lo que un día fue a hablar con Fernandino para intentar consolidar un tratado en el que estuviese inscrito unas normas que evitasen las peleas que estaba habiendo entre los campesinos y él; pero esto no dio su fruto.
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Esta mujer se llamaba Rosalía de Castro, era mujer a la que le gustaba mucho hacer las cosas individualmente sin ayuda de nadie. Un tal 7 de Octubre 1865, en el poblado del reino del castillo de Polonia, Fernandino mando tomar las tierras que les pertenecían a él pero que en eran de los campesinos para quitarle todo lo que había en cada una de ellas, cuando de repente apareció de la nada esa mujer a la que llamaban Rosalía la salvadora, pero no sabría explicarnos el por qué, debido a que ni yo lo sé, cosa que los campesinos sí. Entonces ella actuó contra los soldados que estaban allí diciéndole que es injusto que un trabajo realizado día a día, mano a mano, yendo a cuidar las cosechas cada ved que llovía para que no lo perdiesen todo y ahora llegáis vosotros arrebatándoles todo lo que os encontráis a vuestro paso? Pues no permitiré que esto ocurra. Cuando llegaron los soldados al castillo y le contaron lo que había sucedido, Fernandino les echó una buena bronca muy larga y cuando terminó ya de darle la regañina, como no, apareció de nuevo en el castillo. De inmediato los dos empezaron a discutir de que si todo esto que hacían estaba mal que eso no estaba permitido, en fin una serie de cosas que ninguno se lo esperaba. Allí estaba la marquesa María escuchando y pendiente de lo que pasaba y lo que no pasaba en los adentros del castillo. Cuando se hizo de noche, la señorita María y Fernandino se fueron a sus aposentos, y tuvieron una charla sobre lo que había sucedido esa tarde. Como no, Fernandino seguía insistiendo cada vez más de que quería tener más dinero y poderes. A los tres días de lo sucedido viene el rey Don Sebastián con su mujer Doña Ana, que venían de un viaje y esto que aparece el marqués Fernandino con su mujer la marquesa María. Los dos ayudaron a los reyes a transportar todas sus maletas a sus aposentos ya que como Fernandino antes era esclavo pues estaba acostumbrado a hacer esas cosillas, además de que los esclavos estaban preparando el gran banquete cerebral que siempre se realizaba cada vez que los reyes se iban de viaje o por ahí a fuera. Mientras que las subían por las escaleras bañadas en oro puro y duro, con las barandillas de cristal macizo, viendo sus cuadros grandes realizados por Eduard Meyerheim, en fin, todas esas cosas que tienen todos los reyes que están enriquecidos; los cuatro se pusieron a hablar sobre todo lo que había pasado desde los reyes no estaban. Cuando le contaron la muerte del marqués Andrés y como Fernandino llegó a parar a ser marqués, también le contaron lo que estaba haciendo con los ciudadanos del pueblo, pero al rey Sebastián no le gustó nada la idea, porque decía que es injusto que unas personas que se dedican todo el año al cuidado intensivo de la cosechas para sacar ellos mismos su dinero y, además de eso, ya nos tenían que dar la mitad de lo que ellos cultivaban era de ser personas que querían ser adineradas hacer eso con ellos. Pero mientras que decía la opinión el rey, Fernandino no le estaba prestando mucha atención a éste, ya que solo pensaba en enriquecerse.
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A los días siguientes de la llegada del los reyes, Fernandino y su mujer María se escaparon por la noche por los pasadizos como hacían antes. Cuando amaneció, el hermoso amanecer pegaba en la cama donde se acostaron, que a la misma vez, le daba el rostro precioso de María y entonces esta se despertó, pero miro hacía sus dos lados para encontrar a donde o donde se había ido su marido, pero no lo encontró. Ésta sin pedirle ayuda a nadie fue en busca de él por miedo a que le hubiesen secuestrado o se hubiese ido con aquella mujer a la que pilló hablando sobre cosas del pueblo, pero sospechó de ella porque ya la había visto por el Castillo más de una vez. Total, que mientras que estaba buscando por los pasillos que dirigía al dormitorio donde éste dormía, se lo encontró, pero no le dijo nada porque no le había sucedido nada de lo que había pensado. Fernandino entró en su dormitorio para realizar su siguiente plan para ganar más cantidad de dinero de la que ya tenía. Lo que hizo fue convocar una feria en la que asistiesen todos los ciudadanos del pueblo tanto para concursar en las actividades que había planeado para que se divirtiesen tanto las personas grandes como los niños chicos, como para ver un teatro, y todo esto, para arrebatarle el dinero que llevarían todos en sus carteras. Y así sucedió, la feria fue realizada un martes 13, asistieron todos los ciudadanos del pueblo como estaba planeado, el rey y la reina, y los esclavos preparando unos de los banquetes más grandes que se han podido hacer en todos los Castillos de Polonia. Cuando se abrió la puerta para entrar en la feria realizada dentro del Castillo, entonces el marqués Fernandino junto con tres esclavos que le iban ayudar, empezaron a quitarle el dinero, las carteras todo lo que llevaban en su poder, hasta las joyas, las perlas y los anillos que era lo más difícil de arrebatarles. Pero como siempre ahí estaba la señorita Rosalía al rescate, ésta mientras que estaba jugando a los juegos que había preparado el marqués Fernandino, se dio cuenta de que había tres muchachos que le estaban quitando el dinero y las joyas de la gente, por lo que inmediatamente sin perder más tiempo fue a hablar con el encargado de esta feria, Fernandino, éste la llevó a dentro del Castillo para que nadie sospechase de nada mientras que los tres esclavos seguían quitando cosas. - ¡¡ Tú te crees que puedes ir quitando dinero a toda la gente que tu pilles por ahí!! Pues tendrás que pasar por encima de todas las personas que me van a acompañar para defendernos de todas cosas que nos estás haciendo – dijo Rosalía. - Bueno no hace falta que te pongas así tampoco, que tampoco he hecho nada malo – contestó el marqués Fernandino. - ! Que no me ponga así¡, tu es que no sabes lo que estás haciendo con las vidas de cada persona que forman este reino, estás destruyendo a cada familia, ya no es que no pueden ni apenas comprar nada con lo que tú y tus sucios esclavos que has cogido para quitarles su propio dinero y
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sus joyas. Ellos habían venido aquí a pasar un buen día con su familia, en reunión con los vecinos, a que jugasen los niños con sus amigos, a demás, de lo poco dinero que le quedaba. Y ahora vas tú y sin que ellos se den cuentan vas y le arrebatas lo que ellos tienen para poder alimentar a su propia familia, ya no a los vecinos como antes algunos hacían para intentar poder ayudar a las familias que no podían llegar a fin de mes. Me parece muy mal lo que estás haciendo a los ciudadanos – exclamó ella. Además, creo que si tu hubieras sido un cuidado que apoya a sus vecinos en ved de un marqués, seguro que a ti no te hubiera gustado nada que le hubieran hecho esas cosas que tú le estás haciendo a todos ellos. - Llevas toda la razón del mundo. Sé que me he portado muy mal con vosotros – respondió Fernandino. - Y terminó ella diciendo, ya me he dado cuenta de que tú no tenía intención de poder hacer todo esto, pero ahora quiero que le pidas a todos las personas perdón por haberles hecho eso. Y También quiero que le devuelvas cada uno sus joyas, anillos y carteras que le has quitado en este día. Entonces él salió del Castillo hacia la zona donde se encontraba la feria justo en el momento en el que estaban presentando el teatro y aprovechó ese silencio y esa atención para explicarle todo lo que le había hecho a ellos y para devolverles sus dineros y joyas. Algunos decían que lo tenían que matar por lo mal que se había portado con nosotros, otros le tiraban tomates, todos tenían una opinión para lo fatal que lo había hecho el marqués Fernandino, pero solo el rey Sebastián y la reina Ana sabían lo que tenían que hacer con él. Años más tarde el rey murió y de lo bien que se estaban portando los ciudadanos con Fernandino y él con ellos lo nombraron rey del Castillo.
FELIPE CHICA GARCÍA
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MÁS QUE UN CONFLICTO Hoy me he levantado sin sobresaltos, algo que aquí no es normal. Me llamo Mariano José de Larra y vivo en Siria, ese país abandonado del que nadie se acuerda y al que nadie da demasiada importancia. Hacía semanas que no me levantaba por mi propia voluntad. Siempre el estallido de las bombas quizá demasiado cercanas o el sonido de las terribles ametralladoras nos daban los buenos días y nos recordaban a todo el país que vivíamos en medio de un conflicto. Algo que no parecía que fuera a acabar pronto y que solo conseguía llevarse la vida de gente inocente. Las madres no dejan a sus hijos salir a jugar fuera de casa: ya han tenido suficiente con ver marchar a sus maridos a la guerra. En mi ciudad nadie suele salir a la calle por miedo a recibir un disparo. Pero a mí eso no es algo que me preocupe. Así que me levanto, me visto y me dispongo a salir cuando mi madre me detiene. o Ten mucho cuidado — me dice casi en tono de súplica. o Siempre lo tengo — y me despido de ella y me voy. No quiere que salga de casa pero sabe que intentar convencerme de lo contrario será en vano. Me dirijo hacia la casa de mi amiga África. Las calles están muy tranquilas pero aún así nadie se atreve a salir. Paso por delante del taller de coches que solía haber, o más bien, lo que queda de él. Una bomba lo destruyó hace dos semanas. De repente, acude a mi mente el recuerdo de cuando pasaba tardes enteras jugando delante de él, sin tener que preocuparme de escuchar el silbido de alguna bomba.
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Sigo mi camino y me encuentro con el señor Karms, un hombre mayor al que le recuerdo al hijo que este conflicto le ha arrebatado. Es de los pocos que se atreven a salir de sus casas, dice que todo lo que le importaba en esta vida ya no está y por eso no le tiene miedo a la muerte. — ¡Ay muchacho! Si todavía me quedaran fuerzas iría a defender nuestro querido país y lucharía por cambiar todo esto. ¿Vas a ver a tu amiga? — Sí, señor — le respondo. — Cuídala Mariano, cuídala. Esa chica es increíble — añade regalándome una cálida sonrisa. Y es que él es probablemente el único que sabe todo lo que la quiero. Desde que éramos niños no nos hemos separado. Hemos compartido grandes momentos juntos y siempre nos hemos apoyado el uno al otro, sobretodo en los momentos más difíciles. La casa de África queda a unas cuantas calles de donde me encuentro ahora, lo que me da tiempo de sobra para seguir pensando lo que quería decirle. Es algo a lo que llevo dándole vueltas durante mucho tiempo, una locura, dirían muchos. Huir. Huir lejos para no volver nunca. Dejar atrás todo lo que conocemos, pero sobre todo este desastre que tenemos como país. Es una locura y lo sé, será difícil y peligroso pero debo arriesgarme. No estoy dispuesto a morir aquí, no sin siquiera haberlo intentado. Si tengo que morir que sea intentando sobrevivir. Al fin llego y no puedo creer lo que estoy viendo. La casa de África está destrozada. Hay un intenso olor a humo en el ambiente. Una bomba. La busco desesperadamente temiendo que le haya ocurrido algo, pero no es así. La encuentro llorando sentada al lado del cuerpo ensangrentado de su madre, que sostiene a su hermano pequeño en brazos. ― Ya no me queda nada ― dice sollozando. ―Vámonos ― es lo único que atino a decir ― de aquí, de nuestra ciudad, de este maldito país. Vámonos, por favor. Recoge lo poco que le queda y nos vamos de allí. Caminamos hacia mi casa y por el camino no habla, se limita a andar. Entonces decido que es el momento de contárselo. ― ¿Qué te parece? ― Pensé lo mismo hace unas semanas, ― me responde ― no estaba segura, pero ahora lo estoy más que nunca. ¿Qué me queda aquí? ― y empieza a llorar otra vez. ― Todavía me tienes a mí y no pienso dejarte sola. La entiendo demasiado bien. Perdí a mi padre cuando era muy pequeño, pero todavía me acuerdo de él. Fue una más de las víctimas de esta guerra. 22
Al llegar a casa le cuento a mi madre todo lo que ha pasado, menos mi idea de huir. No sé si debería decírselo, no le gustaría saber que me voy de su lado; como mi padre. Debo contárselo, antes o después se va a enterar, solo debo de buscar el momento oportuno. Y precisamente este no lo es. Mi madre no puede creerlo todavía, dice que África ha tenido muy mala suerte. Hacía ya varias semanas que no caían bombas, y cuando ha caído, le ha tocado a ella. Lo único que encontramos positivo es el hecho de que ella siga viva. Destrozada por dentro, pero viva. Se va a quedar con nosotros. No tiene otro sitio al que ir. Ya ha pasado una semana desde que está en mi casa. Le dejé mi cama para que durmiera mientras yo lo hacía en el viejo sofá del salón. Creo que ya es hora de decirle a mi madre lo que pensamos, tiene que saberlo. Así que, tras darle muchas vueltas buscando las palabras adecuadas, por fin voy en su búsqueda. Está fuera tendiendo la poca ropa que tenemos; sólo un par de camisetas y algunos pantalones. África sigue durmiendo, no he querido despertarla. No querría que estuviera presente si mi madre se enfada, porque cuando lo hace, es mejor desaparecer. Al verme llegar me abraza. ¡Cuánto echaba de menos un abrazo así! Es de esos abrazos que te hacen pensar que todo está bien, que nada puede ir mal. Y ojalá fuera así. ― Mamá, tengo que decirte una cosa, y será mejor que te sientes ― digo casi susurrando. ― ¿Ocurre algo? ― me pregunta con cara de preocupación. ― Sabes que te quiero muchísimo, al igual que a África. Es por eso por lo que quiero que nos marchemos de aquí. Podemos buscar otro lugar en el que empezar una nueva vida y ser felices. Lo llevo pensando un tiempo, no sabía cómo decírtelo. No puedo soportar verte triste durante la mayor parte del día. No puedo soportar la idea de morir aquí. No puedo soportar vivir aquí, en medio de una guerra. No puedo ― tengo un nudo en la garganta y de repente empiezo a llorar. ― Me recuerdas tanto a tu padre... No te impediré que te marches, no sería justo por mi parte. Quiero lo mejor para ti Mariano, y si esa es tu decisión, adelante ― eso no me lo esperaba, lo que hace que se me vuelva a cortar la voz y apenas pueda responderle. ― Ven con nosotros, por favor ― le suplico. ― A mi edad un viaje tan largo es demasiado difícil y además, solo sería un estorbo para vosotros. ― Pero, yo... ― Te quiero más que a nada hijo. Ve y busca tu propia felicidad, no mires por la mía, tú aún eres joven, te queda mucho por vivir. A mí la vida se me escapa por momentos ― me
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replica, y casi puedo notar que ella también quiere llorar, pero no puede. África aparece por la puerta y nos encuentra abrazados. Después de secarme las lágrimas le digo que mi madre ya lo sabe, y que nos apoya. La expresión de tristeza que llevaba en su cara toda la semana, de pronto cambia a una sonrisa. Está más guapa que nunca. Al día siguiente ya lo tenemos todo preparado. Mi madre quiere que nos llevemos el poco dinero que nos queda, pero no lo quiero. A ella le hará más falta. Así que con todo listo nos disponemos a marcharnos. ― Nunca olvides que te quiero Mariano, y a ti también África ― y no puede evitar que le corran lágrimas por las mejillas. Nunca había visto a mi madre llorar, y es algo que preferiría no haber visto nunca. Mi madre, que siempre había sido una mujer que se mantenía fuerte ante todo, también lloraba. No me salen las palabras pero sí las lágrimas. Tengo ganas de huir de aquí, pero no soporto la idea de separarme de mi madre. Tras un largo abrazo, nos vamos. Detrás de nosotros queda nuestra antigua vida, y mi madre. Delante, un futuro, un mundo. Siempre he odiado y odiaré las despedidas. Son demasiado cortas. Tenemos tanto que decir en tan poco tiempo... No sabemos qué camino tomar, por dónde empezar este viaje. Pero eso no nos va a detener. Según nos enseñaron en la escuela, Europa está muy lejos y nos llevará mucho tiempo llegar hasta ella. Lo que me preocupa es el conflicto. Nunca estaremos en un lugar seguro y a medida que avanzamos hacia él lo estaremos menos todavía. Prefiero no pensarlo ni decírselo a África para que no se preocupe. Aunque creo que ella también lo piensa. El señor Karms se enteró de que nos íbamos y nos trajo comida, una chaqueta para cada uno y una antigua brújula. Esta última nos será muy útil para no perdernos. El señor Karms es lo más parecido a un padre que he tenido desde que perdí al mío. Cuando nos despedimos no me dio tiempo a decirle todo lo que me gustaría haberle dicho y agradecido. ― Mariano, ¿estás bien? No has dicho nada desde que hemos salido. ― Sí, tranquila. Es solo que no dejo de pensar en mi madre y en todo lo que dejamos en la ciudad. ¿Crees que podremos llegar a Europa? ― Por supuesto. Siempre lo he creído. Ya es de noche. Llevamos todo el día andando y necesitamos dormir. Mañana será otro día. Hemos encontrado una pequeña ciudad y nos hemos acomodado en una pequeña calle. Solo tenemos dos mantas pero es suficiente para no pasar frío y poder descansar. A la mañana siguiente me levanto sobresaltado. No sé si estaba soñando o ha sido real. Era
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el sonido de una bomba cayendo no muy lejos de nosotros. El olor a quemado y el humo me confirman que no estaba soñando. África también se ha levantado asustada. Cogemos nuestras cosas y salimos de la calle. A lo lejos vemos unos aviones muy peculiares; son bombarderos, y creo que estamos en su punto de mira. ― Corre ― le digo a África ― ¡Corre! Nos unimos a toda la gente que intenta huir. Nuestro viaje no puede acabar tan pronto. No pienso rendirme todavía. Al girarme para ver a los aviones, descubro que ya no están: han dado la vuelta. Respiro aliviado, pensando que hemos estado muy cerca. Sin embargo, cuando pensaba que ya había pasado el peligro, lo veo. Son tanques. Se dirigen hacia nosotros. Cuando nos damos cuenta estamos corriendo en dirección contraria a ellos. La gente grita, se caen y se pisan unos a otros. Tiro de África con todas mis fuerzas, lo que hace que a veces tropiece y esté a punto de caerse. No sé que hacer, no puedo pensar, estoy bloqueado. Alguien nos empuja y hace que ambos perdamos el equilibrio. Estamos tirados en el suelo y los tanques están cada vez más y más cerca. El ruido de las ametralladoras es ensordecedor. Miro a mi amiga y me doy cuenta de que ella también me mira. Lo sabemos. Sabemos que aquí termina nuestro viaje. Nuestro plan de llegar a Europa, de abandonar este país para poder empezar de cero. ― Te quiero ― me dice África casi gritando. Y por un momento me parece haberlo imaginado. Estoy tan asustado que apenas puedo reaccionar, pero ella me coge de la mano y me hace volver a la realidad. ― No me arrepiento de haber huido contigo, ni de terminar así. La abrazo. No sé qué decirle. Ya he dicho que no me gustan las despedidas y esta es una. Entonces pienso en mi padre, que quiso cambiar su país. En mi madre, en cuánto la quiero y en las veces que debería de habérselo dicho. Pero sobre todo pienso en África. La única amiga que he tenido, la persona con la que lo he compartido todo. Pienso en nosotros, en lo felices que habríamos podido ser juntos. Las ametralladoras están casi encima de nosotros. ¿Habéis perdido alguna vez algo a lo que amabais? Yo sí, y llamadme cobarde pero no estaba dispuesto a ver cómo lo que más quería se iba otra vez sin yo poder evitarlo. Así que en un último esfuerzo, me levanto. Y la bala llega a mí antes de que pueda darme cuenta. Puede decirse que quise hacerlo, quise recibir ese disparo. No podría haber visto cómo disparaban a mi amiga y cómo moría delante mía. Sé que no fue justo por mi parte, pues África tuvo que verme a mí morir.
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Pero entendedme, la quiero demasiado.
MARÍA GÓMEZ CHICA
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DIARIO DE UN ROMÁNTICO Hoy, día 24-09-1825, escribo la primera página de mi diario, en el, contaré todo lo que me suceda. 25-09-1825 Es Sábado, son las 4 de la mañana y ya estoy levantado, ya que debo ir a ayudar a mi padre en la tarea del campo. Estaré todo el día sin descanso trabajando allí. He intentado escaparme alguna vez, pero me acaban pillando y obligándome a quedarme hasta mas tarde, sin embargo, yo me sigo escapando. 29-09-1825 Hoy Miércoles, no tengo que ir a trabajar, he convencido a mi padre para que me deje quedarme en casa, necesito un descanso y escribir algo de poesía, lo necesito. Estoy harto de tener que trabajar diariamente, para ganar un misero sueldo, que por lo contrario, un estúpido noble, el cual no ha hecho nada para llegar a ser lo que es, vive rodeado de lujos innecesarios. Esto mismo le he dicho a mi padre inmensidad de veces pero el, siempre me intenta cambiar de tema o convencerme con razones estúpidas, como la de "Eso es así, porque debe serlo". Yo no lo entiendo pero el me dice que no hay que entender nada, simplemente obedecer y trabajar duro para ser una persona de provecho. 04-10-1825 Ayer conocí a una chica en el mercado, parece que es nueva en el pueblo, se ha mudado y viene desde muy lejos, no sabe nada sobre el pueblo y he quedado con ella a las siete de la tarde para enseñarle el pueblo. 27
15-10-1825 Hoy es mi cumpleaños, he estado tantos días sin escribir debido a que no he tenido tiempo ya que he estado todos los días trabajando, escribiendo algo de poesía, estudiando y con María enseñándole el pueblo y sus costumbres. Aun no está muy hecha al lugar, pero poco a poco lo va conociendo, no entiendo ese interés por conocerlo, es un simple pueblo perdido en el mundo al que nadie conoce y en el que nadie hace otra cosa nada más que trabajar. Casi toda la población que forma el pueblo está formada por personas mayores, conformistas y sin ambiciones, a las que solo les interesa trabajar, para poder vivir, sin aficiones ni nada. Bueno, no importa, hace tiempo que deje de preocuparme por la gente. 19-10-1825 María hoy me ha acompañado al campo en el que trabajo, para verme trabajar, nunca ha estado en este tipo de sitios, ya que es de una familia adinerada. Su padre es un burgués muy importante conocido por vender piezas de cristal artesanas de gran calidad. Yo no había oído hablar de el pero parece ser, que ende a la Casa Real y tiene gran contacto directo con la nobleza. 23-10-1825 Hoy es Sábado y estoy algo nervioso, ayer María me invito a su casa a ver la colección de arte de su padre, el cual es un gran interesado en el arte y posee una colección privada de aproximadamente unos cuarenta cuadros, provenientes de famosos pintores, como agradecimiento le he escrito un poema, en el cual hablo sobre ella. No se como se que reacción tendrá ya que, aunque la conozco de hace ya un mes aproximadamente, no tengo aun mucha confianza. Además, me da la impresión, de que a su padre, no le gustan mucho mi manera de pensar. 24-10-1825. Ayer, fui a entregarle mi poesía a María. Al llegar a la puerta me recibió su padre con cara de pocos amigos,- !Qué!- Me respondió. Yo sobresaltado, le respondí- Tome, esto es para su hija. Rápidamente el cogió la carta y cerró la puerta. 30-10-1825 Estoy escribiendo esto, porque me comprometí a escribirlo. Pero si por mis ganas fuese, no escribiría nunca más. He ido a por María todos los días desde que le envié el poema, pero nunca he tenido respuesta de ella, hace un par de días me pareció verlo, pero al gritar su nombre, ella se giró, me miró y salió corriendo en dirección contraria a la mía. 31-12-1825 Hoy es noche vieja y acabo de venir de trabajar, debo asearme y prepararme
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para la cena, toda la familia se reunirá para celebrar este día. Ayer, cuando terminé de escribir el diario, sonó muy timbre. Era María que quería hablar conmigo para disculparse por no haber hablado conmigo, alegando que su padre se lo había prohibido y ella aunque no estaba de acuerdo con ello, se asustó y le hizo caso. Yo la perdoné y fuimos a dar un paseo para hablar de todo. Estuvimos hablando sobre todo lo que le había gustado mi carta y sobre su padre, el cual le prohibió hablar conmigo debido a que el es muy conservador y no está de acuerdo con mis ideales. 09/01/1826 Desde aquel día, María y yo hemos que seguido viéndonos a escondidas, ella me dijo que sentía algo por mi y yo también le dije lo que sentía hacia ella, supuestamente estamos juntos de forma privada, ya que públicamente nadie debe enterarse por nuestro propio bien. Aunque yo no quiera decírselo, realmente no me gusta estar así ya que esto no durará mucho de esta forma. 11/01/1826 Ayer, quedé con María para hablar de algo serio con ella, le he expiado que voy a contárselo a su padre ya que no puedo seguir así. Ella intentó convencerme pero yo seguí insistiendo hasta que ella reculó y pude convencerla. Pero me dijo que ella sería quien hablara primero con el para decirle que me invitara a casa y allí hablar más detenidamente, yo acepté. 19/01/1826 La pasada noche fui ha hablar con el padre de María, tras una larga charla, logré convencerlo y todo quedó aclarado, el se quedó muy contento al ver que todo se solucionó y me ha invitado a su casa de campo en la que pasaré el fin de semana. 21/01/1826 Ya estoy aquí, en la casa de campo, he estado todo el día trabajando para que el señor vea que soy una persona de provecho y así acepte aun más nuestra relación, apenas he descansado en todo el día y tengo ganas de ir a ducharme y acostarme. Creo que el señor, que es como le gustan que llame al padre de María, le estoy gustando cada vez más, lo he odio hablar con su mujer en la salita de al lado de mi habitación y parece ser que si, que me estoy ganando un hueco en esta familia. Apenas he visto a María hoy pero ahora en un par de minutos la veré en la cena, debe de estar guapísima. 23/01/1826 Hoy es el último día que voy a pasar en la casa de campo, han sido unos días magníficos ya que me lo he pasado genial, pero sobre todo, lo que mas me agrada y me congratula es el saber que todos los problemas y malentendidos que había entre nosotros se han solucionado y
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ahora puedo seguir con la relación públicamente, sin estar que vernos a escondidas y con miedo. Me he quitado un gran peso de encima. Acabo de desayunar unas tostadas con aceite y un vaso de leche de las vacas de la granja de María, están buenísimas, se nota que esta familia es de un gran poder adquisitivo ya que todo, absolutamente todo es de gran calidad. Bueno, iré a escribir algo de poesía en mi habitación. Y luego me reuniré con los demás para almorzar, hacer la maleta y pasar el resto del día aquí, supongo que estaremos jugando en los jardines o haciendo alguna que otra actividad. Ya se que no suelo hacer más de una anotación en el mismo día, pero hoy la merece, acabamos de cenar y me encuentro un poco mal, he ido a mi habitación y me he tumbado un poco en la cama ya que apenas puedo mantenerme en pie, noto algo sospechoso, la actitud del señor hoy esta un poco rara ha pasado de ser una persona muy amable a todo lo contrarío apenas hablaba y solo al hablarme a mi mostraba una sonrisa algo que sospechosa. No quiero pensar mal de el, pero me huelo algo.. "Finalmente Víctor Hugo se despertó en un lugar oscuro y húmedo bajo tierra, parecía un pozo, probablemente el pozo abandonado de la casa de campo. Víctor levantó la mirada y frente a su rostro pudo ver la silueta de una persona tumbada, como si estuviera muerta, rápidamente se percató de que era María, haciendo voluntad de sus últimas fuerzas se acercó a ella e intento reanimarla, se quitó su ropaje y se lo colocó sobre su cuerpo tendido, para evitar una pulmonía. María no respondía y el desesperado empezó a pedir ayuda, pero nadie respondía, debido a que de su garganta solo brotaba un pequeño hilo de voz el cual apenas se escuchaba, debido a su estado. Desesperado y entre sollozos, asentó que no podría salir de hay. Besó a María y lanzó su diario fuera del pozo para que algún pastor que pasara por la zona lo viera y con suerte, pudiera encontrarlos. Un par de días mas tarde un pastor que llevaba a sus ovejas a pastar, encontró el diario, y se lo echó a la cartera. Al llegar a casa el pastor abrió el diario y empezó a leerlo, al llegar al final, pensó que todo aquello era una broma, pero para asegurarse se acercó al pozo a ver si algo raro había pasado y descubrir porque ese diario estaba hay tirado. Al llegar, miro por el pozo y pudo ver los cadáveres allí abajo, llamó a la guardia real y sacaron los sacaron, pero ya era demasiado tarde, las mala condiciones y los ratones y otros roedores habían acabado totalmente con los cuerpos y estaban totalmente desfigurados, lo cual imposibilitó que pudieran saber quienes eran."
PEDRO JOSÉ MEDINA SÁNCHEZ 30
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EL ROMANTICISMO Y YO Un siete de septiembre de 1809, nací. Parecía solo importarle a mi madre y ahora entiendo el porqué. Hacía demasiada calor para ser septiembre aunque pronto llegaría el invierno y el frío de los cuales nos cansaremos de ellos. Eso decía mi padre y mis hermanos mayores, hartos de trabajar en un huerto de un señor. Todo esto, me lo contaba mi madre lógicamente. Unos meses después, llegó a la vida una persona muy importante en mi vida. Residía en la casa de al lado. Era bastante extraño que dos viviendas fueran muy similares. En aquella época, la esperanza de vida era aún menos de lo que es ahora por lo que, los vecinos, de una manera u otra, iban desapareciendo. Parecía que en aquella calle reinaba un poco la felicidad debido a nuestra presencia. Efectivamente, era Mariano José de Larra. Todo aquello era felicidad máxima durante los cuatro primeros años. Mariano y yo pasábamos todas las tardes jugando a cualquier cosa de tal manera que nunca presenciábamos el aburrimiento. Solíamos jugar con piedras, palos, cuerdas, íbamos al río o, sino teníamos nada con lo que jugar, simplemente, nos hartábamos de correr. Después de todas esas actividades, íbamos a la casa de mi tío a beber una limpia agua de su botijo. – Buenas tardes, Tío Manuel. – Buenas chico. – Por cierto, ¿quién eres y a qué has venido? – Tío Manuel, soy Víctor, hijo de tu hermano, es decir, tu sobrino. – Ah vale, ¿y a qué has venido? 32
– Te quería preguntar si podíamos beber un poco de agua del botijo. – Vale pero, bebed con moderación. Es una de las pocas cosas buenas que me quedan para presumir en esta vida. – Vale, muchas gracias. Adiós. – Adiós Alfonso. Ups, perdón. ¡Víctor! Alfonso era un primo mío. Me fui pensando en mi tío calculando todo lo que ha podido trabajar como para olvidarse de mí. Esto, ocurría de vez en cuando. En su mente no ocupaba mucho lo que viene siendo la familia sino el trabajo. Éste acontecimiento solía hacerse muy a menudo siempre con la compañía de mi mejor amigo Mariano. Retomando mi historia, yo no era consciente de los problemas que había en mi casa debido a mi corta e inmadura edad. En aquellos tiempos, se podía decir que pasaba más tiempo en la calle con Mariano que en mi casa con mi familia. Sinceramente, era lo mejor. Me quitaba los problemas y el aburrimiento de encima. En mi casa, no había nada con lo que divertirse y daba un aspecto muy triste ya que el resto de mi familia estaba fuera trabajando muy duramente. En nuestra calle, siempre solía estar desierta por lo que no había tanta gravedad de problema convirtiéndolo en el lugar perfecto para ver jugar a unos niños. Hasta entonces, todo eran risas pero, poco después de que Mariano cumpliera los cuatro años de edad, me empezó a dominar el estrés y la tristeza además del nerviosismo por algo del cual desconocía con tan pronta edad. Según mi madre, me llevaron a Francia por diversos motivos a veces un poco difíciles de explicar. La abundante lluvia destrozó el huerto en el cual trabajaba tanto el padre de Mariano como el resto de mi familia. El propietario del huerto, se los quitó de encima rápidamente aunque, para facilitar la vida de nuestras familias, nos trasladaron al país vecino. En el padre de Mariano, varias lágrimas conducían por su sucia mejilla al ver como su hijo de tan solamente de cuatro años de edad lo veía por última vez ya en el interior de la carroza. Además de llorar por su despedida, otro motivo por el cual presenciaba la rabia y el llanto era por su pésima situación. Todo su estudio de medicina no tuvo valor alguno al verse obligado a trabajar en el campo con el fin de alimentar a su familia. Conforme los caballos empezaban con su típico trote, Mariano y yo nos mirábamos con demasiadas extrañezas. Varias semanas después, llegamos a Burdeos. Sí, esa ciudad de Francia situada al sudoeste del mismo conocida por su múltiples arquitecturas aunque con un estilo triste y aburrido. Después de unos meses acostumbrándonos a la ciudad, en el mes de septiembre de 1915, 33
Mariano como yo, empezamos a estudiar mutuamente en el mismo internado. Desde siempre y más aún en aquellos tiempos, podía considerar a Mariano más que un amigo, un hermano. Me daba la sensación de que los profesores no se daban cuenta o no querían darse cuenta. Éramos niños de cuatro años que aún nos costaba bastante hablar el castellano como para para tener que empezar a dominar el francés. Sinceramente, creo que fueron los meses más difíciles hasta el momento. No sabía si hablar el castellano o el francés. Todo en mi cabeza se mezclaba además de mis extraños pensamientos. Los profesores nos regañaban muy duramente sino realizábamos bien la tarea aunque era comprensible ya que querían sacar lo mejor de nosotros. Este motivo hizo que me olvidara de mis antiguos problemas irreparables y que empezara a dedicarme al estudio de una forma muy seria. Tres años después, dejamos la triste ciudad de Burdeos para recibir Lyon. Lyon; esa ciudad situada en el centro del este del país vecino. Ya eran otros tiempos. Todos esos duros años anteriores nos sirvieron para dominar perfectamente el francés siempre al lado de mi gran amigo Mariano José y con el mal recuerdo de aquellos profesores aunque, todo empezó a cambiar. En 1927, me mandaron a un centro de enseñanza distinto al de Larra. En ese tiempo, volvió a salir de mí la extrema soledad y los continuos pensamientos inútiles que, lo único que conseguían eran mi distracción. Después de superar esas mentalidades, seguía sin olvidarme de Mariano; lo único que tenía la oportunidad de apreciar en esta vida que poco a poco iba careciendo. Fui obligado a estudiar medicina una vez acabado los estudios básicos. Aunque me dominaba la tristeza, una pequeña parte de mi se sentía feliz al tener y querer estudiar algo el cual me gustaba y tenía pensado. Ya no me consideraba un mediocre y simple persona. Debido a esta elección, poco a poco fue desapareciendo mi pensamiento en mi amigo Larra. Me debía considerar muy agradecido ya que, el mínimo de la población tenía esta gran oportunidad de aumentar su cultura y hacer tu vida con algo que te agrada. Sinceramente, Francia me lo dio todo. ¿Qué hubiera pasado sino hubiera salido de mi país natal? Seguramente, estaría trabajando duramente para traer a mi casa una mínima y mísera paga totalmente insuficiente. Ese es el motivo por el cual, en una familia, trabajaban todos y de una manera de dura. Aun así, respetaba en grandeza el gran trabajo de todas esas familias. Dentro de la rama de la medicina, decidí estudiar la veterinaria siendo la primera vez con la libertad de opción en mi propia persona. Muchos me recomendaron estudiar para ser cirujano pero, no. Mi amor por los animales me obligaba a dedicarme a ellos. Pensaba que esas pequeñas e indefensas criaturas me harían ser feliz antes que con cualquier persona teniendo la posibilidad de crear problemas innecesarios. Pienso que los animales no poseen esa maldad en la cuál a las
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personas sobra demasiado. Mi último traslado fue en París con la finalidad de estudiar en la universidad de la ciudad. Después de cinco años de estudio muy intensivo, una parte de mi vida podría empezar a dedicarse a lo que más me gustaba. Una vez que conseguí el trabajo, todo me fue a mejor sinceramente. Mi oficio no estaba mal remunerado y todo lo que hacía me llenaba gratamente. Continuamente, me llegaban cartas para acudir a sus granjas con el fin de tratar a sus animales. Varios meses después de continuo trabajo, me consideraron el veterinario más famoso de la ciudad. Sinceramente, mi vida iba a mejor. Con toda libertad en mi vida, decidí crear una empresa de veterinaria con muchos puestos dentro de la ciudad como en el resto de ciudades. Después de mi propuesta, en los últimos tres años, la opción de estudiar veterinaria se multiplicó. Todos esos jóvenes estudiaron lo mismo que yo amaba con el fin de ayudar a los animales. Poco a poco, la empresa fue creciendo. A partir de cierto momento, dejé de ser veterinario. Múltiples cartas eran recibidas en mi buzón cada día para diversas propuestas. Eran peticiones de encuestas periodísticas, certámenes... Creía no ser consciente de la gran influencia que estaba dando en París tan sólo por hacer lo que a uno le gustaba. Mi empresa, trajo consigo muchos beneficios tanto para las personas como para los animales. Desde entonces, los productos procedidos de los animales estaban más controlados, creamos un pienso específico para muchos tipos de animales, etc. También, muchos animales callejeros dejaron de vivir en la calle puesto que decidí establecer muchos puestos de acogida de animales en los cuales se les trataban muy bien. Un día, mientras vaciaba el buzón, vi cómo se caía al suelo una carta que me llamaba demasiado la atención después de haber leído tantas. La cogí del suelo y me sorprendió mucho al ver que se trataba de mi gran y querido amigo Mariano José de Larra. Después de leerla, por mi cabeza corrían muchas dudas motivo por el cual decidí visitar a mi querido amigo Larra. Durante el trayecto estaba muy sorprendido de lo que veía de tal manera que parecía no haber estado nunca en París. Tanto trabajo me hizo olvidar hasta donde estaba. Una vez llegué al teatro central de París, el nerviosismo dominaba mi cuerpo. Fue uno de los mejores momentos hasta ahora vividos al verlo allí muy atareado dirigiendo en el teatro el cual tuvo que paralizar debido a mi presencia. Durante el tiempo que estuve hablando con él, no lo encontraba del todo feliz. Parecía cómo si algo le dominara. Él me contó que, estudió periodismo al mismo tiempo que escribía pero dentro de él decía había algo que le causaba mucha duda. Efectivamente, era España; nuestro país natal. Como buen periodista que él era, necesitaba determinar la situación del nuestro país y ver si se encontraba al mismo nivel hablando
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generalmente que Francia. Desde siempre, uno de los objetivos que Mariano siempre se propuso desde muy pequeño era ayudar a muchas personas las cuales nunca pudieron enriquecer su cultura y estudio. Larra me contó que, aquí en Francia, su vida iba como él quería. En este país, sí se sentía realizado al poder influenciar a las personas de lo importante que es la cultura en uno mismo a través del teatro, las agrupaciones con personas... y sobre todo ver como avanzaba pero, lo que más le importaba ahora era su país natal. Determinando su alto nivel de preocupación, no me lo pensé dos veces. Le propuse la idea de viajar durante unas semanas a España regalándole el viaje. – Te doy las gracias Víctor por querer ayudarme en esto que es para mí tan importante – No me las des. – ¿Cómo no te las voy a dar? No digas tonterías. No todo el mundo se preocupa tanto por una persona. – Por un amigo, se debe de hacer cualquier cosa y más aún cuándo nos falta la familia en estos momentos. No te preocupes de nada. Varias semanas después, conseguimos llegar a Madrid. Allí, me dividí de Larra una semana ya que mis intenciones en España, eran visitar a la familia y visitar alguna que otra clínica veterinaria. Cuando llegué a mi verdadera casa, mis ojos se cristalizaron al ver a mi familia. No llegué a entender cómo pude llegar a estar tanto tiempo sin ver a lo más importante en mi vida. Pude considerar este momento como el más feliz de mi vida al reencontrarme con mi verdadera familia y recibirlos con un inmenso y largo abrazo a cada uno. Estuvimos hablando un largo rato. Mis padres estaban muy trabajados físicamente después de tantos años trabajando en el campo. No entendí cómo no intenté remediar todo su trabajo. Les comenté la favorable noticia de que a partir de ahora dejarían de trabajar en el campo. Les di una gran parte de mi dinero recaudado conseguido de mi trabajo. No lo quisieron aceptar pero les obligué. Era el momento de recibir su merecida recompensa como motivo de su esfuerzo y hacer posible mi vida. Les dije que dejaran de llorar y que ahora tocaba disfrutar. Al día siguiente, decidimos comer en un buen restaurante para después ver una obra de teatro mientras remodelaban la casa. Sinceramente, fueron momentos inolvidables. Un día más tarde visité las clínicas veterinaria las cuales se encontraban tales y como las esperaba. Pasados estos días, decidí buscar a Mariano pero no lo encontraba. Los días pasaban y no daba señales de respuesta. Busqué por todas partes de la ciudad y todo seguía igual pero, me olvidé de un lugar; el teatro real. Sus puertas estaban abiertas pero no había nadie. Entre en el escenario, abrí el telón y 36
un charco de sangre cubría el cuerpo de mi mejor mientras a su lado había tirada una pistola. A partir de ahí, deje de pensar en todo. Tan sólo tuve la duda de si mi vida tenía algún sentido.
ALBERTO MILLÁN GÓMEZ
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LA MUERTE MÁS DURA La fría nieve del invierno caía y caía sobre la ciudad de Barcelona. Ángel aguardaba en su casa como era habitual, asomaba por la ventana contemplando la soledad de las calles de la ciudad. Le fascinaba la soledad. Todos los días cuando salía de trabajar regresaba a casa y se aislaba hasta por la noche, ya que visitaba a sus difuntos padres. Marta, la novia de Ángel, le esperaba en el piso mientras él iba al cementerio. Siempre utilizaba el paseo hasta el cementerio para desconectar de todo. Era un chico al que le gustaba reflexionar pero lo que más le gustaba era los sitios oscuros. Cuando a estaba a escasos metros del cementerio se escuchó un ruido, procedía del antro oscuro y solitario. Se dirigió rápidamente y desde ese momento las cosas que le iban a suceder empezarían a parecer extrañas. Ya en la puerta, se encontró con un señor mayor, el pelo blanco y barba descuidada, parecía alrededor de los 60 años. El hombre intentaba abrir la puerta del cementerio, pero no podía. Lo que se preguntaba Ángel era ¿Qué hacía un señor de 60 años en el cementerio aproximadamente sobre las doce de la noche? En un lugar como Barcelona salir a la calle a esas horas era muy peligroso. -Señor, ¿Qué ha sido ese ruido?- preguntó Ángel – Y ¿qué hace usted aquí a estas horas?añadió el muchacho. -Mi esposa falleció hace un par de días y cuando pretendía entrar, la puerta se hallaba con un candado y visualicé una sombra que cuando me vio se escondió.- respondió el anciano -¿Cómo te llamas muchacho? – comentó el señor. -Me llamo Ángel de Saavedra.- contestó mientras intentaba abrir la puerta. Pero en efecto, se hallaba bloqueada- Lo siento por lo de su esposa y cuando pretenda venir hazlo a plena luz del día es menos peligroso- dijo Ángel. -Encantado, yo me llamo Josep. -respondió. De regreso a casa Ángel estaba pensando en lo que el anciano le comentó. Sólo había una 38
respuesta a lo sucedido. El cementerio se cerraba a partir de las doce y media y no era todavía la hora, así que el candado había sido colocado por el hombre que se hallaba dentro que lo más probable era que se encontrará robando. Cuando llegó al piso habló con Marta sobre lo sucedido. No le dieron mucha importancia ya que en Barcelona solía pasar estas cosas. Lo que no sabía era que el ladrón iba a por ellos : Josep y Ángel. Todo lo raro iba a suceder al día siguiente, Ángel soñó con un hombre que se parecía mucho a Josep, este hombre le decía una frase que no recordaba muy bien, parecía catalán pero desgraciadamente no lo recordaba. Ángel trabajaba en un periódico, se encargaba de redactar noticias. Ese día tampoco iba a ser normal en las oficinas. El periódico no se encontraba económicamente bien y el jefe anunció una reunión general con todos los trabajadores. -Como sabéis los últimos meses no han sido demasiado buenos para el periódico por lo que hemos tenido gran pérdida de dinero. Vamos a reducir el personal, nos quedaremos con la gente con más experiencia en la empresa.- comentó el jefe- La gente despedida se pasará por mi despacho y cobrará el sueldo de este mes- finalizó el jefe. Ángel apenas llevaba siete meses por lo que sabía que él iba a ser uno de los despedidos. Pero afortunadamente no iba a ser así. El jefe confiaba en él, era un gran trabajador, sin embargo, todo iba a volver a cambiar esa misma noche. -Ten cuidado, Ángel desde lo de ayer estoy muy preocupada- dijo la muchacha. -Tranquila, no pasará nada- respondió Ángel. Y se despidieron con un beso. Era viernes así que la calle no estaba tan vacía como era habitual. Aparcó el coche en la misma puerta del cementerio. Entrando al cementerio vio algo que le dejo inmóvil. Era el cuerpo de Josep se hallaba muerto junto a sus pies. Cuando iba a coger el móvil una sombre se acercaba corriendo a él. Ángel empezó a correr, le perseguía una persona vestida de negro con la cara tapada, y un cuchillo en sus manos. Ángel logró despistar al asesino y fue hacía su coche. Allí marcó el número de la policía y mientras se iba la llamó. En su piso le contó todo a Marta aterrorizado. -No he pasado tanto miedo en toda mi vida- dijo Ángel con lagrimas en los ojos. -Tranquilo, la policía se encargará de detenerlo. Ahora descansa que ha sido un día muy cansado. – le consoló Marta y le dio un beso.
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Esa noche Ángel soñó con el señor recientemente fallecido. Le decía una frase: “Tú eres el próximo”. Se levantó sobresaltado, sin conocimiento alguno sobre si estaba soñando o el señor estaba delante suya. Miró el móvil eran las tres de la madrugada, Marta seguía durmiendo como un tronco, pero Ángel no podía dormir. Fue a la cocina a tomar un vaso de agua, no obstante, seguía pensando sobre lo del sueño. A la mañana siguiente todo volvía a la normalidad, otro día de trabajo agotador. Pero se le ocurrió mirar en Internet sobre el asesinato de Josep. Aunque pareciera muy extraño no salía en ninguna página web. Decidió llamar a la policía y consultarlo. -No, se equivoca ayer por la noche no hubo ningún fallecido llamado Josep, lo sentimoscontestó un agente de la policía. Esa llamada volvió a despertar el interés de Ángel que cada vez parecía mas preocupado sobre el asunto. La tarde caía lentamente sobre la ciudad de Barcelona, como todos los días volvía a casa y poco a poco llegaba la hora de regresar al lugar donde había sido asesinado Josep. -Esta vez prefiero que te quedes en casa. Después de todo lo sucedido estoy muy dudosa de si deberías de ir.- dijo Marta. -Bah, seguro que todo vuelve a la normalidad- dijo Ángel sonriendo. Cuando pretendía coger el coche un grito aterrador le sorprendió. Procedía de su piso, la ventana se hallaba rota esto le daba muy malas sensaciones. Un vecino avisó a la policía mientras Ángel fue corriendo a su piso , le temblaba todo el cuerpo pensaba en lo peor. Tumbada en el sofá con el cuerpo tapado con una manta, se hallaba el cuerpo sin vida de Marta. Un cuchillo le atravesaba el pecho. Ángel intentó reanimarla pero ya era tarde. Los médicos confirmaron la muerte , mientras que un psicólogo hablaba con el destrozado Ángel y la policía buscaba pistas sobre el crimen. Posiblemente la vida de Ángel ya no tenía sentido, se había quedado solo. La vida le había ganado la batalla. Después del funeral de su novia el chico fue a su piso , ya no podía seguir viviendo con ese dolor .Cogió un bolígrafo y comenzó a escribir: “Mi soledad ha decidido que esto debe acabar . No tengo palabras para explicar lo que me ha pasado. Pero he perdido esta batalla, el asesino se ha salido con la suya. Adiós.” Fríamente y sin pensárselo clavó el cuchillo sobre su estómago. Moriría solo y de la peor manera posible, con su soledad.
VÍCTOR MUÑOZ POLAINA
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LA DIMENSIÓN ROMÁNTICA Todo empezó el día treinta y uno de octubre de 2015. Mis mejores amigos (María, Nazaret, Coral, Alberto y Cati) y yo quedamos para ir a una fiesta. Y como no os debe extrañar era en el cementerio. Todos quedamos a las once de la noche disfrazados de todo tipo de monstruos por la celebración de Halloween. En mi pueblo todo el mundo iba al cementerio en Halloween, cada uno con diferentes tipos de finalidades, unos para venerar a los difuntos y otros para hacer una gran fiesta, era como una tradición. Y allí estaba yo disfrazado de vampiro: tenía una capa negra, colmillos y la cara pintada de blanco, era un vampiro que daba miedo y risa a la vez. Iba con Nazaret, que iba disfrazada de zombie con la cara llena de sangre y con un traje hecho de papel de color blanco, negro y gris, y también lleno de sangre, y con María que iba disfrazada de un personaje de una serie llamada Tokio Ghoul con unas lentillas de color rojo chulísimas, una peluca con un peinado corto y de color blanca, y un traje azul oscuro. Nosotros quedamos un ratito antes para poder irnos todos juntos a la fiesta y poder hablar más tranquilos de nuestras cosas, casi siempre que quedamos con otras personas hacíamos eso. Y al fin llegamos allí, pero llegamos un poco antes porque había poquísima gente, entonces tuvimos que esperar. Después de unos escasos diez minutos empezó a llegar la gente, hasta que aquello se llenó al máximo, no cabía nadie más. Estaban todos bailando, cantando y divirtiéndose. Hasta que se nos ocurrió una idea tremendamente estúpida: entrar en el cementerio y saltar las lápidas. Todo el mundo estaba saltando lápidas y no les pasaba nada y lo vimos divertido. María, 42
Nazaret y yo nos agarramos de la mano, contamos hasta tres y dimos un salto, pero, al contrario del resto de amigos y amigas que salían rápidamente e intactos, nosotros no salimos tan rápido ni tan bien. Creo que estuvimos unos minutos inconscientes y, cuando despertamos, estábamos completamente solos, no había nadie, ni luces, ni altavoces, ni nada de nada, era súper raro. Pensábamos que se trataba de una broma pesada que nos habían hecho o que se habían olvidado de nosotros. Pero no era así, aunque extrañados volvimos a nuestras casas y tampoco vimos a nadie en el trayecto hacia ellas, ni tampoco dentro de ellas. Aunque en la mía yo sabía que no iba a haber nadie porque mi madre trabajaba en el bar, mi hermano mayor Manolo se fue a otra fiesta con sus amigos y mi padre y hermano pequeño Jose se fueron al bar. Aquella noche casi no dormí nada porque intentaba recordar y explicar lo que había sucedido, pero, cada vez que lo intentaba, me empezaba a doler la cabeza. Sin embargo, al final conseguí dormirme. El día siguiente era muy raro porque estaba muy nublado, oscuro y había mucha niebla casi ni se veía, y seguía estando solo. Fue entonces cuando comencé a preocuparme y llamé a María para ver lo que pasaba y sí en su casa tampoco había nadie. — ¡María! — ¿Si, Francisco? ¿Qué te pasa? — ¿Estás sola? — Sí. Es bastante raro porque mis padres hoy no trabajan y además, Nazaret me ha contado que también está sola en su casa. Hace un rato he intentado hablar con Cati y los demás, pero no puedo, me sale que el número está apagado. — Vamos a reunirnos en el paseo, avisa a Nazaret para que vaya y en cinco minutos estoy en tu casa para irnos juntos hacia allí. —Vale. Hasta dentro de un rato. — Adiós. Nada mas colgar, me preparé y me fui a casa de María. Durante el trayecto hacia el paseo no nos encontramos con nadie. Estábamos atónitos y al fin llegamos. — ¿Qué ha pasado con la gente? Preguntó Nazaret preocupada. —No lo sé. Dijimos María y yo casi a la vez. —Esto no es normal. Dijo Nazaret. —Ya. Afirmamos. — ¿Y si intentamos recordar lo que ha sucedido? Propuse. — Yo me acuerdo de una fiesta de disfraces y que saltamos una lápida, yo ya no me acuerdo de nada más. Nos contó María.
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— Ni yo. Dijimos Nazaret y yo. De repente vimos a una persona con ropa del siglo XIX y nos sorprendió muchísimo. Llegó a nuestro lado y nos dijo una cosa rarísima. — Soy José de Espronceda, un romántico del siglo XIX y soy el dueño de esta dimensión. — ¡¿Qué?! ¿Estamos en otra dimensión? Dijimos con cara de asombro. — Sí, una dimensión paralela en la que me quedé encerrado cuando morí. — ¿De verdad? Esto debe ser una broma ¿Dónde está la cámara oculta? Dijo Nazaret. — ¿Perdón? Esto no es ninguna broma es muy real observa. En ese momento él empezó a levitar y nos quedamos sorprendidos, aunque casi no veíamos nada por la niebla. — Perdona ¿Porque está tan oscuro y hay tanta niebla? Pregunté. — Eso es lo que os iba a contar. En esta dimensión es todo oscuro, frio y deprimente. — ¿Y cómo podemos salir de aquí? Pregunté. — Es casi imposible, pero tenéis que ser como yo durante unos tres días. — ¿Cómo tú? ¿A qué te refieres? Preguntamos los tres. — Me refiero que tenéis que ser individualistas y pesimistas. — ¡Qué! Exclamamos los tres. — Entonces ¿No podemos hablar entre nosotros durante tres días? Preguntó María. —No. Dijo él. — ¿Y así podemos salir de aquí? Le preguntamos. — Seguramente sí. Entonces, nos despedimos llorando porque teníamos que aguantar así tres largos días. Los primeros dos días fueron para mí un verdadero infierno, estaba todo el día llorando y contando los minutos para volver a verlas. Pero el tercer día ya no podía llorar más, parecía un drogadicto porque tenía los ojos rojos de tanto llorar los días anteriores. Y al fin llegó la hora. Fui al paseo y, allí me encontré con María y Nazaret que estaban realmente mal, se les notaba en la cara. Allí nos encontramos a Espronceda que nos dijo. — Lo habéis hecho muy bien, os he estado observando. Ya podéis hablar. Y sin pensar en nada nos abrazamos y empezamos a llorar sin parar. — Lo habéis hecho bien pero como podéis ver no se ha abierto el portal para volver. Y vimos en su cara una expresión de felicidad que nos hizo desconfiar. En voz baja les dije a ellas.
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— Y si cantamos una canción de Martina Stoessel: Crecimos Juntos. Creo que con la felicidad y sentimiento de amor que expresa esa canción podemos salir de esta maldita dimensión. — Sí, es una buena idea y por intentar no perdemos nada. Dijeron ellas. — Pero hay un problema, yo no me la sé. Enunció Nazaret. — No pasa nada tú acompáñanos con un gran sentimiento de felicidad. Dije yo. —Vale. Y fue cuando cogí mi móvil y puse la canción. María y yo empezamos a cantar y vimos cómo había un gran terremoto y empezaron a formarse grietas en el suelo y en los edificios. Espronceda intentó pararnos, pero fue incapaz, a nuestro alrededor estaba todo destruido y se creó como un aura de energía que nos llevaba hacia arriba. De repente, todo desapareció y vimos una luz brillante, la seguimos y entonces, me desperté en el hospital. Estaba mi familia y les dije que donde estaban María y Nazaret. Fui corriendo a verlas, las abracé y volvimos a llorar durante un buen rato. Después reunimos a nuestras familias para contarles todo lo que había ocurrido. Se lo dijimos y se quedaron muy extrañados, lo más raro fue que se lo creyeron y no nos trataron como unos locos. Ese fue el día más raro de mi vida, pero lo dejamos pasar y ahora siempre que quedamos cantamos Crecimos juntos. Juramos que nunca volveríamos a saltar lápidas ni hacer cosas peligrosas, también que siempre seríamos felices y estaríamos juntos.
FRANCISCO RONQUILLO VALENZUELA
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30 AÑOS Nací conociendo el final de mi historia, mi familia tiene una enfermedad, bueno, más que una enfermedad una maldición. Yo y todos los miembros de mi familia no llegaremos a los treinta y pocos años. Sufrimos una enfermedad degenerativa. Tengo 15 años y ya he vivido la mitad de mi vida, mis familiares intentan no pensar en ello ignorando la muerte, pero yo no puedo dejar de pensar en ello. (Es como si estuviera mirando de frente a la muerte y ella se estuviera riendo de mí, sabiendo que no dentro de mucho caeré en sus garras, saca su guadaña y me acecha con sus ojos vacíos y su cuerpo tapado de negro), Quizás esté haciendo una imagen muy idealizada, debo ser innovador. Bueno si os preguntáis que pinta ahí ese relato, es porque ya he asumido que voy a morir joven y quiero convertirme en un gran escritor antes de morir, quiero superar a Bécquer, pero por mucha ilusión y esfuerzo que tenga no consigo hacer buenos relatos. Quizás es que soy demasiado pesimista, pero esa actitud pesimista me puede convertir en un buen romántico, aunque todavía no puedo ser un buen romántico pues a pesar de mi situación no siento pena ni tristeza, pues no tengo nada que ame lo suficiente como para aferrarme con ansias a la vida, quizás por eso no consigo describir bien a la muerte, pues la tengo muy idealizada ya que no la temo. Bueno ahora voy a hablar un poco de mi situación actual: Vivo en unos barrios bajos en una, casa humilde, ya que mi familia al morir jóvenes no consiguen reunir mucho dinero, por eso debemos empezar a trabajar desde muy jóvenes, yo empiezo mañana, voy a una entrevista de trabajo en un restaurante para ser repartidor. Era temprano, la recepción estaba vacía y solo escuché una voz grave diciéndome que entrara, la entrevista fue bien, los únicos requisitos eran tener una moto, saber conducirla y conocerse la ciudad, empezaría esa misma noche, mientras aproveché para leer algo de Bécquer y escribir mi propio poema por la tarde, y como todos los días el resultado fue desastroso. 47
Trabajé toda la noche hasta las siete y media de la mañana, fui a informar al jefe y allí a su lado vi algo que me fascinó, una chica preciosa, con el pelo castaño casi rubio sobre los hombros, unos ojos castaños de un tono claro, una nariz chata, no era ni alta ni bajita y tenía una sonrisa radiante. Era su hija de 16 años que estaba a punto de irse al instituto, al cual yo tuve que dejar de ir para ganarme la vida, lo odiaba, pero ahora echo de menos estudiar en vez de tener que trabajar trasnochando con gente que no es de mi edad, bueno de todas formas los compañeros que iban conmigo a clase tampoco me agradaban mucho, eran muy materialistas, yo no tengo ni móvil, bueno pero quizás esta chica sea diferente hay algo que me llama la atención de ella. Entonces se me acerca y me dice: -
¿Tú eres el nuevo que trabaja para mi padre? ¡Pero si eres un chico de mi edad! Lo cual no sé porque le solté:
-
Y a ti que te importa No debí haber dicho eso, no me lo preguntó con mala intención, solo era curiosa, me sentí
mal por decirle eso porque ella me agrada y me atraía pero no estoy acostumbrado a tratar amablemente a las personas ya que no me relaciono mucho, entonces intenté enmendar mi error. -
Perdón es que no estoy acostumbrado a hablar con chicas como tú y además la respuesta a tu pregunta es un poco molesta para mí. Entiendo este chico debe tener problemas económicos o será huérfano, quizás fui muy
brusca y además es mono y parece buen chaval. -
Oye ¿Vas de camino al instituto?
-
Si ¿Por qué?
-
Porque me pilla de camino, por si querías que te acompañara
-
Si, gracias Una vez en casa llegue con una sonrisa tonta en la cara, estaba muy ilusionado, parece que
le caigo bien a ella y ella es magnífica, guapa, inteligente, graciosa… Demasiado buena para mí, pero puede ser una buena amiga. Hoy he conocido a un chico muy mono y majo creo que me gusta, es rubio casi castaño, con ojos marrones oscuros, alto, delgado, con una boca pequeña y una cara atractiva. Creo que pasaré muy a menudo por el restaurante de mi padre para poder verlo más a menudo y que no perdamos el contacto, y si surge la oportunidad… pues saldremos juntos. Última mente esta chica está pasando mucho por el local, sé que es de su padre y eso pero 48
yo creo que pasa demasiado tiempo aquí, pero no me molesta, de hecho me agrada, me podría quedar todo el rato hablando con ella hasta que se me olvida que estoy trabajando y el jefe me regaña. No tengo que pararme más con ella porque si no luego le regaña su padre y no quiero que tenga problemas por mi culpa. Hoy es mi día libre, y he quedado con ella esta tarde, no se lo pedí yo debido a mi situación por lo que no quiero que se encariñe mucho conmigo, pero tampoco me lo pidió ella, fue una cosa mutua. Hemos quedado en el parque enfrente de la estación junto a la fuente de piedra con forma de pájaro, ella se retrasó un poco debido de lo que me enteré más tarde, y es que las chicas tardan mucho en arreglarse, nos paramos y nos miramos con una sonrisa se acercó despacio y luego fuimos a dar un paseo nos tiramos horas y horas hablando, eso si yo siempre intentaba evitar el tema de porque trabajaba y que porque soy tan cerrado al mundo, le conté mi sueño de ser escritor, primero ella se rio y me dijo que seguro que lo conseguiría algún día. La noche terminó en algo que me gustó y que a la vez no quería, ella me confesó que me quería y le gustaría estar conmigo, se acercó a besarme y yo paralizado por el pánico que sentí alejé mis labios de los suyos y en una ataque de desesperación le dije que eso no podría ser y me fui corriendo con lágrimas en mis ojos de la impotencia que sentía al no poder estar con ella, al no poder decirle la razón por la que no puedo estar con ella y al saber lo mal que se sentiría ella en estos momentos, sabiendo que yo también la quiero. Recibí muchos mensajes suyos incluso descubrió donde vivía y llamó a mi puerta pero yo no contesté, no salí de mi casa en mucho tiempo y tampoco fui al trabajo, estuve una semana reflexionando escribiendo poemas y cualquier relato que se me ocurría hasta que vi algo que me sorprendió, seguramente me pasó por el cansancio de no haber dormido, pero vi a Bécquer, lo vi como si estuviera allí mismo de verdad, lo cual era incoherente porque ese escritor estaba muerto desde hace ya mucho tiempo, entonces me dirigió unas palabras: -
VIVE Y desapareció de mi vista, sin entender lo que había pasado conseguí interpretar las
palabras como que viviera de la mejor forma posible da igual cuanto tiempo vaya a vivir tendría que disfrutarlo, entonces fui corriendo a su casa, a la casa de la chica a la que amo, para conseguir que volviera conmigo, esa chica a la que dejé de hablar sin ninguna explicación, no sabía si estaba cabreada conmigo o si me habría dado de lado, me arroje a su puerta y esperé a que abriera, entonces nos quedamos mirándonos, y se lanzó a abrazarme llorando, y yo la consolé haciéndole saber que nuestra relación como pareja podía dar a comienzo.
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15 AÑOS MÁS TARDE Han pasado 15 años desde la aparición con Bécquer y me han sucedido muchas cosas. Terminé de trabajar de repartidor y conseguí mi sueño de ser escritor y soy bastante conocido, gracias al esfuerzo y dedicación durante todos estos años he hecho 5 grandes obras siguiendo como referencia a Bécquer; además me casé hace 7 años y tengo un hijo de 5 años y una hija de 3 años. He llegado más lejos que todos mis antepasados, tenía una vida feliz y tranquila, se me había olvidado lo cercana que tenía la muerta y había recuperado el miedo a ella, ya que no quería perder todo lo bueno que me había pasado en esta vida (Justo lo que no quería que me pasara hace 15 años). Hasta que una mañana antes de llevar a mi hijo al colegio empecé a toser sangre, alarmado ya que a la fuerza había olvidado lo de la maldición de mi familia, esa maldita enfermedad, dejé a los niños a cargo de mi mujer y todavía estaba en condiciones para poder conducir hasta el hospital, le pregunté al médico lo que me pasaba y después de varios análisis de sangre lo averiguó y me recordó esa enfermedad de la que asimilaba hace 15 años, en vez de madurar me he aferrado más a la vida y ya no podía aceptar esa realidad, eso no me podía estar pasando, maldecí a la muerte y a mi propia familia por haberme tenido hasta que más o menos conseguí calmarme y pregunté al médico el tiempo que me quedaba de vida, lo cual él me contestó que no mucho más de una semana. En mi casa llegué y me tire al sofá con una botella de licor en la mano y con la mirada perdida hacia la ventana, mi mujer se acercó y me preguntó lo que me pasaba, pero yo no le podía responder, y después de despedirme fuertemente de mis hijos hice lo mismo que 15 años atrás, salí de mi casa sin decir un porqué y cogí el coche. Al principio no sabía dónde ir, pero más tarde descubrí la respuesta, fui a encararme con la muerte no sabía como pero lo tenía que hacer subí al edificio más alto al que me alcanzaba la vista y mirando con desprecio el suelo me arrojé sin pensármelo. Por un momento me sentí liberado pero luego me arrepentí de haber saltado, me habían faltado palabras para decirle a mi familia, pero ya era demasiado tarde y antes de que me salieran las lágrimas mi historia dio a su fin, lo único que quedará de mi existencia serán mis mejores obras y los pocos recuerdos que le queden de mí a mis hijos.
ISMAEL TORRES MEDINA
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EL SUEÑO ETERNO Mañana va a ser otro día, repetía una y otra vez el joven muchacho de la acera de enfrente. Como cada mañana, ese gran pájaro verducho y de gran tamaño, se enterraba entre esos eternos montones de nieve. Y de repente, todo vuelve a ser aquel sueño de todos los días. Al despertar, toda la habitación vuelve a estar como siempre: la incómoda silla enfrente de aquel estropeado y viejo escritorio, los papeles revueltos entre la tablas de madera que componen el suelo y esos rayos de sol que atravesaba esos montones de nieve. Simplemente mi habitación. Al salir de esa oscura y fría habitación, me encontré con los pobres retos de una cena que yo no recuerdo de nada. Al no ver nada nuevo, vuelvo a por un atuendo para mí desquiciante trabajo. Al salir de esa casa anticuada y sucia, me encontré con el chico demoníaco de que todo barrio habla. — Espero pasar de largo.— Susurre mientras el chico me observaba. — ¡Señor! — Sobresalto el muchacho en pleno silencio. Esa palabra fue tan inesperada que me dejó congelado. — ¿Sí? — Conteste apresurado. — ¿Usted cree en el inframundo? — Preguntó con risa burlona. En ese momento me di cuenta del apodo “Demoníaco”. Para mí era tan estúpida la pregunta, que seguí mi camino. Antes de ir a trabajar, decidí ir a visitar a mis familiares en alquiler cementerio mayoritariamente oscuro. 52
Aproximándose a los portones de aquel cementerio tan bonito, veo a un hombre encapuchado frente a los nichos de mis padres. — ¿Quién eres? —Pregunté aterrorizado. — Me llamo Gustavo Adolfo Bécquer — Susurro con confianza. — Quiero tomar a tus familiares para el relato que estoy escribiendo sobre la soledad. — Adelante. — Sabía que mis padres iban a volver a ser recordados. Como me gusto tanto, decido ir de una vez al estúpido trabajo qué hago para poder comer. Llegando a mi despacho, mi jefe interrumpió la corta mañana diciendo: — Señor Alejandro!. — Me sorprendió con esa voz tan grave. Queda despedido por finalización de contrato. No me lo podía creer. Además de quedarme sin dinero para poder comer, me quedaba sin el único lugar donde iba al salir de casa. De repente, desperté. Todo había sido un sueño. Me había vuelto a quedar dormido sobre la cómoda cama que tengo. Me levanté a toda prisa, sabiendo que llegaba tarde al trabajo. Al salir, las calles estaban desiertas; No hay nadie. Cuando llegué a las compuertas de mi trabajo, un gran cartel me llamó la atención: “cerrado”. Yo creía que estaba volviendo a soñar, ya que todo era demasiado raro. Y de repente, un fuerte sonido provocó un gran terremoto, que acabó con la mayoría de edificios. Yo conseguí cobijarme entre dos muros de hierro, que evitó que me cayera los edificios encima. Entre en el supermercado en busca de algún ser vivo. Estuve buscando por todos los supermercados de la ciudad, pero no encontré a nadie. No me lo podía creer. Cerré los ojos y desperté. Todo volvió a ser un sueño.
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Volví a despertar en una pequeña cama de un hospital. Una enfermera entró por la puerta diciendo: — Vamos a darte el alta ya que has despertado. — Comentó feliz. No sabía ni siquiera por qué estaba ahí acostado. Lo primero que me vino a la cabeza, fue ir a ver si todo había vuelto a la normalidad. Salte de la cama y salí corriendo hacia casa. Abriendo la puerta, me di cuenta de que la llave no encaja. Era increíble. Sabía que tenía que volver a ser un sueño, pero no entendía por qué éste sueño no acababa nunca. No podía seguir viviendo ese tipo de vida. Cogí una pistola que tenía mi vecina sobre la ventana y disparé. Lo veía todo negro, por lo que sabía que no era un sueño. Al fondo se veía una pequeña luz que me iluminaba, por lo que me dirigió a ella. Al llegar al final, veo a Adolfo mirando una tumba y diciendo: — Fuiste una persona que tenías un corazón muy grande. Por último observó la tumba donde ponía mi nombre. Por fin este sueño se había acabado.
LUÍS MIGUEL SÁEZ IÑIGUEZ
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