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Bette Davis por Varinia Mangiaterra

Postales del Hollywood clásico

BETTE DAVIS

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Por Varinia Mangiaterra

Bette

Una postal llegaba desde alguna playa o montaña, sin sobre, como un guiño de ojos. Funcionaba como un saludo express, casi como una prueba de vida. Llegué a recibir y enviar algunas. El viajero/a metía algo rápido en el buzón como diciendo “estoy vivo, sigan con sus cosas”. Una prueba de vida.

¿Quién no ha atravesado una noche oscura, días —y noches— de mala racha, de suerte adversa, de inquietud continua? En esas horas, casi como una “aparición”, a mí me inspira una mujer cancherísima, con las manos en los bolsillos del vestido negro, vaciando la copa de Gibson de un solo trago y enviándonos a “ajustar los cinturones”. ¿Cómo saber si es Bette Davis o Margo Channing la que me asiste con su imagen? Así se transfiguran los actores y actrices y quedan estampados en la memoria, a modo de estampita. Una estampita secular pero no por eso menos devocional.

De Bette Davis no diríamos que destacaba por su belleza, aunque cómo llamar a esa síntesis magnética entre virilidad y femineidad condensadas en sus gestos únicos como el de sostener el cigarrillo sobre el labio, enfundada en un vestido de cóctel y acomodar su cabellera con un movimiento de la cabeza, como de látigo.

De aquellos tiempos del Hollywood clásico nos llegan estas postales a modo de una extraña prueba de vida, un recordatorio que a mí se me vuelve estampita personal. Como algunos llevan en la billetera una imagen del Gauchito Gil o de Ceferino, yo entrego mi devoción a santas no tan santas, como Bette.

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