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Lo real y el realismo en la ficción seriada por Hugo Berti
ESTACIÓN SERIES
Lo real y el realismo en la ficción seriada
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Por Hugo Berti
El sujeto espera su café en el bar frente a un televisor encendido. El volumen está bajo y no alcanza a escuchar el relato. En la pantalla un edificio arde en llamas y un avión se estrella contra la otra torre que está al lado. Distingue que son los rascacielos del World Trade Center de Nueva York que alguna vez ha visto en películas y programas informativos, y a los que había visitado años atrás. ¿Cómo debe interpretar esas imágenes? El zócalo que aparece unos segundos después despeja parcialmente la incertidumbre. Eso está pasando ahora, en directo, es real, no es ficción. Lo ve en una transmisión televisiva a 10000 kilómetros de distancia. Pide
que suban el volumen, el locutor califica el hecho como un atentado terrorista.
Cuando los policías John McLoughlin y Will Jimeno entran en las torres a rescatar a los so-
brevivientes vemos la tragedia por dentro del edificio y también desde el interior de los protagonistas. Sabemos, porque lo vimos en directo hace cinco años, que las estructuras no resistieron a los impactos y todo se derrumbó. Reconocemos a Nicolas Cage y Michael Peña como actores que interpretan personajes y los paratextos ya nos informaron que es una película dirigida por Oliver Stone. Es una ficción, no hay incertidumbre en la lectura de esas imágenes, nadie en aquel 11 de septiembre de 2001 estuvo con una cámara registrando el rescate en planos perfectamente planificados. ¿Es real la ficción? Di Caprio se muere. Se congela en las aguas heladas a 500 kilómetros de la isla canadiense
de Terranova. Suelta la tabla y deja que Rose sobreviva. La historia la cuenta Rose muchos
años después. Frente a la pantalla, en la oscuridad de la sala, sentimos el drama y no podemos contener nuestra angustia emocional.
¿Por qué ella no le hizo un lugar en la tabla sobre la que flotaba? Se preguntan algunos espectadores en las conversaciones a la salida del
cine. El que muere no es Di Caprio, es Jack, y al actor lo vemos en las entrevistas de promoción de la película. Lo sabemos: hay un estanque, hay luces, hay unos decorados, telones verdes y en la locación de rodaje no debía hacer tanto frío. El Titanic se hundió realmente en 1912, pero Jack y Rose son personajes producto de la imaginación de un autor. ¿Por qué entonces nos involucramos en sus vidas con tanta intensidad?
Las espectadoras de la serie Dallas que Ien Ang investigó en los años 80 encontraron que la ficción sobre un mundo de magnates petroleros era “realista”1. El drama de los dos hermanos Ewing y unas familias enfrentadas por amores, dinero y poder convocaba en esos tiempos a millones de espectadores en distintos puntos del planeta. Las mujeres que escribieron a Ang contándoles sus experiencias placenteras en el consumo de la
1 Ien Ang publicó su investigación sobre las audiencias femeninas del serial Dallas en el libro “Watching Dallas. Soap opera and the melodramatic imagination” (Editorial Methuen, 1985).
serie eran amas de casa con vidas cotidianas
alejadas de las representaciones de clase de la popular soap opera. ¿En qué sentido estas audiencias percibían a Dallas como una narrativa ficcional realista?
La definición de ficción refiere a un texto que en cualquier lenguaje (literario, sonoro, audiovisual) cuenta una historia imaginaria. Se opone, por tanto, a los discursos que hablan del mundo real y tiene en relación a estos, distinto régimen de verdad. Ficción y no ficción establecen hacia los espectadores horizontes de lectura, sabemos cómo responder frente la información de la realidad y también ante los contenidos ficcionales. Es un pacto que se afirma en las reglas y convenciones de la construcción discursiva.
Sin embargo, lo imaginario y lo real, más que cristalizar universos simbólicos discretos, se contaminan mutuamente en las prácticas narrativas, tanto en las instancias de producción y en el texto como en las experiencias receptivas de las audiencias. La realidad puede ser una ilusión que la ficción convoca con sus recursos estilísticos provocando compromisos afectivos profundos más allá incluso de los límites del texto.
Puede también ser la materia para narrar en los códigos de la ficción historias extraordinarias.
Las series de televisión presentaron en los últimos años narrativas ficcionales basadas en suce-
sos reales, contando historias que de diversos modos ya impactaron en las audiencias a través de discursos referenciales. Como ocurrió con el
hundimiento del Titanic y con el atentado a las torres gemelas, antes de ser objeto de discursos ficcionales los hechos aludidos fueron tematiza-
dos en crónicas informativas y formatos documentales. Las relaciones interdiscursivas de
estas series envían hacia textos literarios, periodísticos y coberturas televisivas, que son en algunos casos fuentes y en otros, a su vez, eventos incorporados a la narración serial.
Inventing Anna
“Toda esta historia es completamente verdadera excepto por las partes que fueron completamente inventadas”, dice una placa al comienzo de cada episodio de la miniserie Inventing Anna. La clave de lectura, claro está, es que no sabemos ni querremos saber qué partes son inventadas. Si la ficción no pretende la verdad ¿es exigible que una serie basada en hechos reales respete los hechos reales? No tiene sentido dejar
que los hechos reales se interpongan en el camino de una buena historia, dirían los productores.
Anna Sorokin sabía de ficción. En su vida real, creó un personaje de apellido Delvey, suprimió su nacionalidad rusa y se presentó en la sociedad de Manhattan como una rica heredera ale-
mana con el propósito de obtener inversiones para un improbable proyecto de un selecto club de arte, fondos que utilizaba para financiar su lujosa vida. La historia fue contada por Jessica Pressler en el artículo How Anna Delvey tricked New York’s Party People publicado en New York Magazine. La factoría de Shonda Rhimes (Grey’s Anatomy, How to get away with murder, Bridgerton) creó la miniserie de nueve episodios para Netflix con Julia Garner interpretando a la estafadora y Anna Chlumsky (aquella niña de Mi primer beso) en el rol de la periodista que en la ficción lleva el nombre de Vivian Kent.
Lo real de la vida de Sorokin es ahora una cons-
trucción mediada por discursos: el artículo periodístico de Pressler, documentos del proceso judicial al que se enfrentó por su conducta delictiva, la serie de ficción y los testimonios de la misma Sorokin publicados en diarios y revistas. Pero ante la serie, si adherimos sin condiciones al pacto ficcional, no nos interesa la verdad.
Otra estafadora real tiene también su serie: Eli-
zabeth Holmes. La joven Holmes montó una empresa biotecnológica para crear un dispositivo que analizara muestras de sangre extraídas con solo un pinchazo en el dedo. Engañó a inversores, a empresas farmacéuticas, a sus propios colaboradores, a medios de comunicación, a políticos, y obtuvo recursos económicos millonarios para llevar adelante su proyecto. En sus presentaciones de negocios y en sus apariciones públicas Holmes impostaba la voz para parecer más persuasiva. El aparato de análisis sanguíneo nunca sirvió para lo que se proponía y la empresa Theranos, que llegó a valer cerca de 10000 millones de dólares, se derrumbó.
The Dropout
Amanda Seyfried obtuvo un Emmy por la interpretación del personaje de Elizabeth Holmes en la miniserie The Dropout, estrenada originalmente en Hulu y que en Argentina podemos ver por Star+. La ficción está basada en un podcast presentado por Rebecca Jarvis y producido por ABC News.
A diferencia de Anna Sorokin, la imagen real de Holmes ya era familiar para ciertas audiencias. La empresaria era reconocida en el ambiente de los negocios, en los círculos políticos y en las revistas del mundo empresarial de Estados Unidos. Una visualización comparada de la miniserie The Dropout con el documental The Inventor: Out for Blood in Silicon Valley, disponible en HBO, permite valorar el trabajo de Seyfried en la composición de su personaje, y entender que el texto ficcional y el texto referencial son modos de representación de lo real, pero nunca lo real. No tiene ningún sentido establecer qué aproximación es más válida.
La tarde del 17 de junio de 1994 millones de espectadores pudieron ver la persecución de O.J. Simpson por la autopista interestatal de Los Ángeles, que había sido acusado del asesinato de su ex esposa y un amigo de esta. La escena fue recreada en el episodio 2 de The People v. O.J. Simpson, la primera temporada de la serie antológica American Crime Story. Ex jugador de fútbol americano, actor de cine, presentador de televisión, O.J. Simpson ya era una figura mediatizada antes de estas circunstancias. El
directo televisivo de la Ford Bronco de Simpson huyendo a baja velocidad por la carretera era un espectáculo que daba a las audiencias acceso a la realidad de modo transparente, borrando la mediación. La construcción ficcional, a su vez, oculta las huellas enunciativas mientras nos hace entrar en esos espacios de intimidad que las cámaras en vivo no pudieron registrar. La serie está basada en el libro de Jeffrey Toobin The Run of His Life: The People v. O. J. Simpson y su discurso se agrega a un tejido de relaciones intertextuales que refieren a los hechos contribuyendo a la formación del imaginario social sobre los personajes: el propio O.J. Simpson (Cuba Goodin Jr), la fiscal de la acusación Marcia Clark (Sarah Paulson), los abogados Christopher Darden (Sterling Brown) y Robert Shapiro (John Travolta), y Robert Kardashian (David Schwimmer).
No es real, es ficción. La expresión se esgrime a veces como argumento para moderar las reacciones frente a representaciones ficcionales que generan controversias. Así se dijo ante el enojo manifestado por una agrupación de encargados de edificios debido a la figuración que presenta en ese rol el personaje protagónico de la serie argentina El encargado. El desplazamiento del mundo simbólico de la narración al mundo real
incluyó agravios hacia su intérprete, el actor Guillermo Francella.
Reconocer entre ficción y realidad es una facultad cognitiva que las personas desarrollamos desde la infancia, pero nuestros imaginarios sobre sujetos, colectivos sociales, instituciones o acontecimientos históricos están constantemente
abonados por discursos ficcionales que amalga-
mados en la memoria difuminan los contornos
del género.
The Crown
El estreno de la quinta temporada de The Crown en Netflix tuvo lugar unas semanas después del fallecimiento de la reina británica Isabel II y la sucesión del príncipe Carlos. La serie se sitúa en los años 90 y entre otras circunstancias de la familia real sigue los conflictos matrimoniales de Carlos con la princesa Diana. Mucho se ha dicho ya en textos referenciales sobre esta pareja y sus entornos. La lectura de alguno de los libros que han tematizado la vida de Lady Di seguramente funcionaría como un spoiler de la temporada. La serie misma reproduce en su trama los acontecimientos que involucraron al autor de uno de esos textos. A la luz de los sucesos
actuales que en directo nos muestran las pantallas de los informativos, incluyendo el pomposo funeral, las imágenes de la serie podrían mirarse como flashbacks de una narrativa en proceso. ¿Cuánto de la representación ficcional ingresa en los imaginarios que las audiencias construyen sobe la monarquía británica? ¿Fundiremos el rostro de la reina joven con la imagen de Claire Foy, la actriz que la interpreta en la primera temporada?
Las tragedias colectivas del hundimiento del Titanic y el atentado a las torres gemelas fueron contadas en la ficción como escenarios de histo-
rias protagonizadas por héroes y antagonistas individuales, tal como la representación cinematográfica institucionalizada sabe hacerlo desde siempre. El recorte de estos personajes favorece las conexiones con la estructura de la simpatía del espectador, así como su compromiso emocional en el drama. De igual modo Chernóbil, miniserie de HBO en cinco episodios, hace una crónica del desastre nuclear en Ucrania focali-
zando la narrativa en el personaje del científico soviético que investiga la explosión, Valeri Legásov (Jared Harris) con la colaboración de Uliana Jomyuk (Emily Watson). Como otras series basadas en hechos reales, esta miniserie tiene como fuente un texto de no ficción: el libro
Voces de Chernobyl escrito por Svetlana Aleksiévich, edificado a partir de testimonios reales de la ciudad de Prípiat, la más cercana a la planta nuclear.
Aún así, la historia ficcional fue objeto de controversias sobre su ajuste con la realidad. Testimonios de sobrevivientes recogidos por la cadena británica BBC cuestionaron el retrato de al-
gunos personajes como villanos, se objetaron las referencias a la cantidad de muertos que provocó la tragedia, se la acusó de privilegiar el melodrama por encima de la verdad histórica, se impugnó la representación de los jerarcas del poder soviético. Ninguna de estas consideraciones fue tenida en cuenta por la industria norteamericana que en 2019 otorgó a la ficción el premio Emmy a mejor miniserie. El ajuste a lo real no es criterio para valorar una ficción, aunque esté basada en hechos reales. ¿Lo es para un documental?
Chernobyl
En una concepción empiricista del realismo, el espectador compara la realidad dentro y fuera del texto; la realidad representada tiene que coincidir con la realidad social de la gente, o por lo menos tiene que ser un mundo probable. Es el criterio que prevalece en el juicio de los encargados de edificios.
Ien Ang encontró que la perspectiva empiricista no se corresponde con la experiencia que tuvieron las audiencias del serial Dallas. Para estas
mujeres el realismo no se sitúa en relación a un conocimiento del mundo, sino en un nivel emocional que conecta con la estructura trágica del sentimiento en la que las espectadoras se reconocen: la idea de que la felicidad es precaria y no puede durar para siempre. Un imaginario al que apelan con frecuencia las narrativas melodramáticas.
El realismo en Dallas —dice Ang— es producido por la construcción de una realidad psicológica y su vínculo ilusorio no está relacionado con una realidad social externamente perceptible. El mundo ficcional fantasioso, más que una negación de la realidad, es un juego que nos posibilita poner los límites entre lo ficcional y lo real bajo discusión, hacerlos fluidos.
Igual que nos conmovemos con la muerte de Jack en Titanic, cuando nos entregamos al pacto de la ficción seriada, suspendemos la incredulidad, dejamos de lado cualquier lectura deconstructiva del artificio, y experimentamos el placer del encuentro sensible con la narrativa. Episodio tras episodio, vivimos esas vidas exageradas de los personajes como reales y poco importa si lo son en el universo real/simbólico exterior a la
diégesis.