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Apuntes sobre El plomero, de Peter Weir por Fiorella Constanza
EL PLOMERO, de Peter Weir
Por Fiorella Constanza
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El plomero (1979) es prueba concreta de la claridad y grandeza de Peter Weir como autor, crítico-teórico y observador del mundo. Es también quizás su aproximación más hitchcockiana al cine, haciendo uso exclusivo del género para desarrollar la temática que más lo obsesiona: el conflicto entre tradición y modernidad, y una postura de casi de rechazo ante la última. La primera historia es la invasión del hogar de una pareja de antropólogos australianos por un peculiar plomero que aparece no sólo sin ser llamado, sino que sin justificación aparente. Aquí la primera postura crítica de Weir: ¿de qué sirve el bagaje académico, el estudio de otras culturas, si no conoces el espacio de mayor intimidad de tu hogar? A diferencia de otros filmes del director, el recorte preciso del espacio a
un baño, a solamente una pareja y un personaje opositor, es decir una reducción conceptual al mínimo. Deja a la vista, de manera muy clara, la autoconsciencia de sus propios temas y la segunda historia.
De hecho, no es menor el momento en que el plomero entra al hogar haciendo un agujero en el techo, descendiendo a ese infierno doméstico donde una pareja se está destruyendo, no por este tercer personaje sino por su propia debilidad ontológica, puesta en escena a partir de dos cuadros que muestran dos perfiles (femenino, masculino) enfrentados, colocados encima de la cama matrimonial, y que se repiten en otras dos fotografías muy similares, también de una pareja enfrentada, ciega del espacio que los rodea y sólo mirándose uno al otro, pero como sabemos, sin entenderse ni conocerse realmente. Así, expone al matrimonio de intelectuales, civilizados como un falso refugio de lo verdadero, por más método científico de por medio, probando cómo sólo aquello que no es sagrado ni trascendental, puede ser tan fácilmente atacado, infiltrado.
Al final, este proceso de comprensión en el que se ven obligados a dejar de observar al otro y reconocerse, esta anagnórisis existencial le va a permitir a la dueña de casa enfrentar al enemigo y recuperar su hogar a partir de las herramientas que siempre supuso, la hacen superior: su capacidad de pensar de manera más compleja le gana al uso primitivo de la fuerza. Sin embargo, son esas armas aparentemente evolucionadas y civilizadas, las que instauran una violencia distinta, de origen vertical, representada en el planocontraplano de la mujer observando desde su edificio, su torre de marfil, el arresto del plomero en el estacionamiento. El matrimonio recupera, de esta manera, su ventaja cultural pero una música aborigen advierte el retorno de los impulsos enterrados en el seno de la modernidad.