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Impresiones en torno al film Poesía, de Lee Chang-dong por Candelaria Rivero
Otro nombre para la palabra olvido
Impresiones en torno al film Poesía, de Lee Chang-dong
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Por Candelaria Rivero
Siempre hay flores para el que desee verlas
Henri Matisse
Chicos que juegan entre piedras y yuyales. El paisaje tiene montaña y tiene río, tiene sonido de agua que corre. El niño que mira en el presente, de pronto ve, y en ese mirar, entra en sus ojos, un río llevando un cuerpo.
Para conocer, hay que lograr instalarse en lo que va, en lo que anda, en lo continuo. Para poder decir “río” hay que tener manos en los ojos, para poder decir “paisaje” hay que saber estar dentro del paisaje y esto implica, dejarse atravesar y conmover por eso que, siendo presencia, dialoga con las formas.
El cuerpo que el agua lleva es joven. Sostiene el agua, su vida suspendida y la arrastra corriente abajo. Ese cuerpo construye paisaje, sólo si hay alguien que está ahí y mira, o señala, o en presencia, abraza y nombra.
Al nombrar, la despedida, está también naciendo. La palabra, se erige desde la nada y reclama un lugar entre lo que acontece, para después retirarse, ocupar otro lugar de manera velada, y así volver a surgir en un nuevo espacio, en un nuevo sonido, en una imagen nueva.
El cuerpo avanza por el río. Lleva nombre de tragedia.
Una mujer con camisa floreada espera su turno, y al esperar, observa. Al entrar al consultorio, confiesa que se le olvidan las palabras. La señora de camisa con flores y sombrero sale a la calle y se cruza con las malas noticias sobre un cuerpo que el río trajo. El suceso la afecta. Las palabras no logran aún salir. Para nombrar, hay que entender.
Su vida alterna entre la acción de cuidar de un
adolescente, la de cuidar de un anciano, y la de asistir a un curso de poesía. En este lugar, se le pedirá que hable sobre un objeto, puntualmente, sobre una manzana. Para ello, deberá volver a observarla una y otra vez, morderla, saborearla, entrar en contacto sensible. Además, deberá tener listo un poema para el fin del cursado.
La mujer construye la escena, siendo ella misma elemento poético que se desenvuelve, que se detiene ante lo simple y lo bello. La belleza necesita de unos ojos despiertos, de una boca que nombre. Las notas en el cuaderno crecen a la par de la vida cotidiana.
¿Cómo se escribe un poema?
La narración hilvana, la vida es un cuadro en movimiento, la emoción alarga sus dedos para mezclarse con los objetos y las acciones.
La impotencia, el dolor, la culpa, el deseo. La palabra encuentra su origen en el adentro y puja por nacer. El poema se nutre de la constatación
gradual, de ese vértigo que la moviliza, de la sed que la invita a andar.
El paisaje es el mismo y es circular. El poema cruza la piel, penetra el aire.
El mal de Alzheimer encuentra, en el poema, el bien. La construcción semántica se sirve, aquí, de la capacidad de asombro, de eventos que piden ser enunciados de otra manera. Olvidar lo
que la palabra dice, alterar los nombres, le permite reelaborar y volver a construir nuevos sentidos, dando paso a lo nuevo, indefinidamente.
¿Cuál es la fuerza que empuja al poema? ¿De qué río surge la palabra?
El juego poético va unido al juego del vivir, se alimenta de la aguda observación. Dentro de los ojos de quien escribe, se abren nuevos ojos, que crecen hacia distintas direcciones.
La película corre como un río, sobre el que se imprime la imagen de una mujer que observa lo mínimo, que hurga en el color de las flores. La palabra encuentra, andando, sus propias piedras que la hacen tropezar, para disolverse, más tarde, en el agua espiralada.
Para escribir, para amar algo, hay que conocerlo; y para conocerlo, hay que observarlo sin prisa. Eso que ella ve por fuera, resuena con el paisaje interno de sus emociones e impresiones. Ella toca la palabra y es tocada por el lenguaje. Su poesía se cocina a fuego lento.
El paso del tiempo, le impone el desvanecimiento de algunas palabras. En este punto, infancia y vejez se miran, la palabra que tardó en ser aprendida, pasando por palabras intermedias hasta encontrar su sonido exacto, retorna, ahora, hacia algún lugar del psiquismo en donde se alojan los vocablos que se usan a lo largo de toda una vida.
Quien aprende a escribir, aprende también a olvidar; para, desde allí, volver a conquistar el lenguaje, cada vez. Quien escribe vuelve siempre a arriesgar; enciende, ante sí mismo, una luz, móvil, furtiva.
La mujer se funde con el paisaje, su cuerpo imprime a cada paso pinceladas, deja huellas, da pistas para que quien venga, mire.
Se despide, pero en su poema final, se reúne y condensa su singular percepción, su forma de atrapar el pulso de lo vivo.
El poema sigue latiendo, el poema es de quien lo busque, suena entre las flores, se repite como un eco que cambia los nombres, las letras, el ritmo.
Algo, en esa imagen circular, canta, celebra, enuncia, permanece, nombra a los que se fueron, invoca a los que vendrán.
La palabra es, aquí, puente, paisaje, comunión.