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El recuerdo de Alfredo Scaglia, director del Cineclub Rosario por Fernando Varea
El recuerdo de Alfredo Scaglia, director del Cine Club Rosario
Por Fernando Varea
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GRACIAS POR EL CINE
“Nos podrían decir que somos gitanos del séptimo arte", bromeaba Alfredo Scaglia cuando fue entrevistado por Lisy Smiles para el diario La Capital en octubre de 2006: se refería a los constantes cambios de sede del Cine Club Rosa-
rio, desde sus comienzos en 1950 en el cine Astral (Rioja entre San Martín y Maipú) pasando por la sala Lavardén, la Biblioteca Asociación de Mujeres y los extintos cines San José (del colegio del mismo nombre), Urquiza (de Urquiza al 1600) e Imperial (de Corrientes casi Tucumán), entre otros ámbitos, hasta arribar en 1981 a la sala de la Asociación Médica (España y Tucumán), donde perduró.
Ese sentido del humor y el orgullo al contar sus experiencias como cineclubista siempre afloraban al hablar con él a quien, tristemente, ya no veremos en medio del bullicio que precedía a cada función del cine club, atento a las expectativas de los asistentes y a la correcta articulación de las actividades, sin perder nunca su sonrisa y una envidiable serenidad.
Oriundo de Gálvez, después de haber sido impulsor del cine club de esa ciudad (fundado en 1964), se integró al de Rosario, que había surgido impulsado por miembros de la revista literaria Espiga y la Asociación de Cronistas Teatrales y Cinematográficos, inaugurando su recorrido de proyecciones con los films alemanes Melodía del mundo (1929, Walter Ruttmann) y El testamento del Dr. Mabuse (1934, Fritz Lang). Después de estudiar en la UNR, Alfredo comenzó a dividir su tiempo entre su familia, su trabajo como psicólogo y su pasión por el cine. Llegaría, entonces, la aventura de salir a buscar películas en distribuidoras, cinematecas, embajadas y festivales, comprándolas, alquilándolas, intercambiándolas con otras o procurando donaciones. Al mismo tiempo, cuidar que nunca falte un proyectorista y otros mil detalles.
Fernando Varea y Alfredo Scaglia
Ciertamente, aunque ya no esté entre nosotros, una legión de cinéfilos recordará vivamente su presencia detrás de tantas jornadas placenteras.
Es que el Cine Club Rosario fue para muchos un excepcional espacio de encuentro con el cine de distintas épocas y procedencias, un faro dentro del escenario cultural de nuestra ciudad.
Uno de los períodos más prósperos fueron los años posteriores al regreso a la democracia (diciembre de 1983), en los que proyectó muchos filmes que habían estado prohibidos durante la dictadura 1976/1983 o que no llegaban a tener estreno comercial en Rosario, incluyendo varios argentinos: había lista de espera para asociarse. Fue justamente en esa época que comencé a asistir —invitado por un amigo, después como socio— , y los recuerdos se disparan… Las soleadas mañanas de domingo, a comienzos de los 90, en las que un muy joven Pablo Rodríguez Jáuregui divertía a un puñado de pibes con su cámara y sus películas en la sede de calle San Lorenzo al 1600 donde funcionaba el llamado
Cine Club Infantil "La linterna mágica". La maravillosa posibilidad, un sábado a la tarde, de trasladarse en el tiempo viendo en la sala de la Asociación Médica un filme mudo musicalizado
en vivo por el pianista francés François Debaecker. La ansiedad de aquella función de diciembre de 1993 en la que se nos reveló el misterio de Los traidores, el film que (a diferencia de su director, Raymundo Gleyzer) pudo encontrarse después de desaparecer durante la última dictadura. Los animados debates del Cine Fórum y el interés por el material de la biblioteca que amablemente facilitaba Noemí Caisutti. Las funcio-
nes al aire libre en la terraza de la Asociación
Médica durante el verano. La proyección de El último malón (1917, Alcides Greca), de cuyo rescate participó Scaglia, tanto como en el de otra película muda santafesina, Juan Moreira, el último centauro (1923, Enrique Queirolo).
Leandro Arteaga, Alfredo Scaglia y Fernando Varea
Las acciones desplegadas por la institución en las últimas décadas han sido muchas. Puede
demostrarlo el hecho de que todo realizador local ha visto proyectado un trabajo suyo en la pantalla del auditorio de la Asociación Médica en algún momento, así como resulta difícil que un periodista o intelectual vinculado al cine en nuestra ciudad no haya intervenido en un curso, taller, seminario, presentación o publicación dependiente del cine club. Las actividades, ciclos y exhibiciones especiales han sabido extenderse además a otros recintos (Alianza Francesa,
Colegio de Escribanos) o realizarse con auspicios de otros organismos.
Entre las iniciativas de Alfredo hubo una que, hace unos quince años, me llevó a compartir con él muchas charlas y reuniones: después de una serie de proyecciones de películas locales, quiso dejar un documento escrito de todos los rosarinos que (como realizadores, productores, guionistas, actores o músicos) habían intervenido en el mundo del cine y me convocó para ayudarlo. La investigación, que terminó llamándose “Rosarinos en pantalla”, agregó a las 270 biofilmografías que habíamos logrado elaborar un prólogo de Víctor Zenobi y artículos valiosos sobre distintos aspectos de la historia del cine en nuestra ciudad, escritos por Fernando Chao, Alberto Lagunas, Juan Aguzzi, Leandro Arteaga, Mario Piazza, Pablo Rodríguez Jáuregui y otros, más un apéndice con todos los ganadores hasta ese momento de la competencia rosarina del Festival Latinoamericano organizado por el Centro Audiovisual Rosario.
Una vez publicada, después de una concurrida presentación que lo dejó muy conforme, tuvo una recepción tibia en el medio. En mi opinión, algunas características del libro, como su diseño y su estructura, no estaban a la altura del trabajo que nos había tomado hacerlo (por ésta u otras cuestiones, recuerdo haberle manifestado más de una vez opiniones que no coincidían con las suyas, sin que eso condujera a discusiones acaloradas o desagradables); no obstante, hay que reconocer que ni antes ni después hubo intentos similares de documentar la historia del cine rea-
lizado por rosarinos y rosarinos “por adopción” (como lo era el propio Alfredo).
Portada del libro “Rosarinos en pantalla”
A ese libro le siguió otro: “Dos o tres cosas que yo sé de ella”, que reunía textos de Pascual Massarelli, también editado por el cine club.
En los últimos años no nos vimos, aunque estuvimos en contacto por correo electrónico cada vez que necesitábamos la opinión o la colaboración del otro. Dos de esos intercambios, ocurridos dentro del período de pandemia, me parecen dignos de destacar. Peña agregaba: “Una de las personas que más ha hecho para recuperar el cine antiguo producido en Santa Fe fue Alfredo Scaglia”, quien precisamente había rescatado ese corto, que puede verse en el siguiente link:
https://youtu.be/xU857bsngCc
Le escribí, entonces, a Alfredo para contarle. Me agradeció, ante mi consulta me dijo que andaba bien, y se alegró al volver a ver el corto porque, según me dijo, estaba en buen estado cuando lo recuperaron pero con la remasterización había ganado en calidad.
El otro mail fue en junio de 2021, cuando le escribí para comentarle que yo había ganado un premio con un ensayo sobre cine argentino. Su respuesta fue alborozada, con varios signos de
De pie: Leandro Arteaga, Alberto Lagunas y Juan Aguzzi; sentados: Alfredo Scaglia y Fernando Varea
Uno fue en septiembre de 2020, cuando vi que en una emisión de Filmoteca Online, al presentar Industriales progresistas (institucional rosarino de 1929 sobre el trabajo en una fábrica de cigarrillos, producido por sus propios dueños Fernández y Sust), Fernando Martín Peña hacía referencia al escaso material de cine mudo con-
servado en nuestro país y la particularidad de que gran parte de lo rescatado pertenece a producciones rodadas en territorio santafesino. exclamación alrededor de la palabra “felicitaciones”.
No había perdido su cordialidad ni su entusiasmo aunque seguramente extrañaba su “segundo hogar”, esa sala de la Asociación Médica en la que —como un paciente director de orquesta— , coordinaba cada semana los movimientos nece-
sarios para que, ante su indicación, sobreviniera la oscuridad y luego la luz, repitiéndose una y otra vez el misterioso rito del cine.