Marginalees Edición N°12

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Ezequiel Olasagasti Instagram: @ezequiel olasagasti Facebook: https://www.facebook.com/p1cka

Nació en 1989, en Buenos Aires. Es escritor y periodista. Tiene tres libros de cuentos: ―El hueco del relámpago‖ (2015), ―Espejo convexo‖ (2017) y ―La gente dice amar la lluvia‖ (2020). Sacó también un libro digital de relatos y poemas de forma autogestiva llamado ―Consideraciones sobre los goyetes‖ (2020). Colaboró con cuentos para antologías editoriales y revistas literarias de Argentina, México y España. Conduce el programa de radio ―No me hables tan temprano‖ por ―Radio Mpquatro‖ y colabora con el medio deportivo Globalonet.

Sin luz Se despertó porque la cabeza le explotaba. Sentía el dolor dentro del cráneo. Parecía que le golpeaban con un martillo y, por momentos, más que un martillo era una daga enorme el que le perforaba los sesos. Quiso encender el televisor para ver la hora en alguno de los canales de noticias pero la pantalla permaneció negra. Apretó con fuerza los botones tratando de exprimir lo último que regalaban las pilas pero era inútil, no se percató que no había luz. Se paró a los tumbos. Puteando ante su falta de equilibrio. Quería saber la hora y no tenía un mísero reloj en ese dos por dos en donde caía a dormir a veces. Estaba todo oscuro, pero afuera podía ser de día. Las ventanas cerradas no permitían que entre el sol ni el aire fresco. El celular estaba apagado, no tenía batería. Corrió hasta el toma corriente más cercano para conectarlo, al minuto volvió a insultar al aire por no recordar la falta de luz. Seguía sin saber la hora. A tientas, manoteo de un cajón una vela consumida. La cabeza le seguía doliendo. Prendió la vela y fue hasta la heladera a buscar un limón. —Un trago de jugo puro y listo, te salva la vida— pensó. Esa receta secreta lo había salvado varias veces en el pasado. Sin embargo, no había limón, ni remedios. No había nada. Hizo buches con un poco de agua fría, le ayudó a sacarse ese sabor asqueroso en la boca que no le dejaba prender un cigarrillo. La ceniza cayó al piso, de todas formas estaba sucio. La solución que ideó para la resaca era la de seguir borracho hasta encontrar un maldito limón. No había whisky en ningún lado, salvo un poco en su pequeña licorera de metal. Le dio un beso al pico. Era nacional y tenía un gusto de mierda, pero era lo único a mano.


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Se sentó a pensar un poco. Cayó en la cuenta que no sólo no sabía la hora, tampoco sabía que día era. Si era lunes tenía que ir a trabajar. Si era martes tendría que estar buscando un nuevo trabajo. Sacó el celular de su bolsillo y lo arrojó en la mesa. Aunque estuviera prendido dudaba que alguien lo llamara o le mandara mensajes. Ya no recordaba que música sonaba en el aparato cuando recibía una notificación. Estaba peleado con su familia, por lo que no esperaba noticias de ellos. Pensó que podría tener algún whatsapp de sus amigos si no fuera porque no los veía hace tantos meses. Sintió que el estómago se le doblaba, luego escuchó el rugido. —Creo que van ya dos días sin comer. — Pensó. En la heladera no había nada, mucho menos en las alacenas. Tampoco tenía algo que le quite el apetito mágicamente como ayer. Vio el espejito sobre la mesa, ese tan lindo que le sacó a su hermana cuando se fue de casa. Ya no reflejaba nada, tenía marcas de dedos, manchas, gotas de sangre seca. Que no hubiera luz no le ayudaba a intentar encontrar algo en el espejito, algún resto. Le pasó la lengua por toda la superficie, sintió el gusto de la sangre coagulada en la boca. No encontró nada más. —Tal vez me duele la cabeza de hambre. — se dijo. Tomó otro trago de whisky y le dio otra pitada al cigarro. La oscuridad de pronto fue perforada por un rayo de sol. Desapareció luego con el sonido de la puerta que, al cerrarse, hizo retumbar el lugar. La mujer que durmió anoche junto a él se había ido. Se inclinó en su silla y pensó: —La puta madre, no le pregunté el nombre. — Sopló el humo al techo y dijo en voz alta — La puta madre, le hubiese preguntado qué hora era. —


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Juan Luis Henares Web: https://juanluishenaresescritor.wordpress.com/ Facebook: https://www.facebook.com/juanluishenaresescri tor/ https://www.facebook.com/profile.php?id=100 010167552389

Nació en 1963 en Paraná, República Argentina. Profesor en Ciencias Sociales. En 2004 obtuvo el Primer Premio en el Concurso de Ensayos Memoria y Dictadura. Sus cuentos han sido publicados en antologías, revistas y webs de Argentina, México, Uruguay, Venezuela, Colombia, Guatemala, Chile, Perú, Cuba, España, Alemania, Canadá y Estados Unidos. En 2018 fue editado su primer libro: Lápiz clandestino. Actualmente prepara el segundo.

Miradas El que te dije comenzó a notarlo unos meses atrás: le pareció que al deambular por las calles las personas que encontraba lo evitaban. Primero pensó que eran simples locuras que se le ocurrían: la conciencia de ser diferente —la ropa vieja, el pelo largo y la barba suelen molestar a los demás— solía jugarle una mala pasada. No obstante, con el correr de las semanas se convenció de sus sospechas. Confirmó que algunos al verlo aproximarse cruzaban a la vereda de enfrente; los menos, solo miraban en dirección opuesta. Pronto se percató de que varios ordenaban a sus hijos que de inmediato ingresen a sus casas, otros lo observaban de reojo y cuchicheaban entre ellos. Más tarde escuchó las burlas de los pibes que lo señalaban con el dedo índice y los gritos ofensivos que provenían del interior de los vehículos al pasar. Mas el que te dije decidió ignorarlos. Prosiguió con sus diarias caminatas por el pueblo, en tiempos de pandemia, con el barbijo colocado en su rostro.


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Antonio Ramírez Córdova Mail: antonpr.41@gmail.com Facebook: Antonio Ramírez Córdova

Es oriudo de Puerto Rico, nacido en el 1941. Poeta, Dramaturgo, Ensayista, Narrador, Crítico literario y Catedrático universitario retirado. Es cultivador de haiku, poesía, microteatro y cuentos cortos. Participa y publica su obras en revistas literarias, culturales, digitales (Argentina, Chile, Colombia, España, México, República Dominicana y Venezuela) también participa en recitales virtuales en varios países. Su poemario: Si la violeta cayese de tus manos (1984) ganó el Premio Mairena y el Premio Nacional de Poesía del Pen Club (1985) en su país natal. El Poemario: Más allá de las sombras (2019) fue la obra ganadora del XI Festival Internacional de Poesía de Puerto Rico: ―Vicente Rodríguez Nietzsche‖. La Editorial del Instituto de Cultura Puertorriqueña (enero 2021) en su reciente edición (número 14) ―Lo Distinto” incluyó varias piezas de sus obras de teatro.

La vejez Alejado de todo, la vejez lo fue hundiendo en un rincón apartado de tierra adentro. Aquella noche, una mueca de disgusto se cuajó en su cara, cuando pasó por su cabeza que la muerte se acercaba en su caballo retinto para llevárselo a un lugar remotísimo. En un abrir y cerrar de ojos recordó las muchas veces que su corazón se había calentado con una copa de bebida embriagante y las muchas mujeres que habían pasado por sus manos en su errabundo andar. Entonces comprendió que era inútil llorar o lamentarse, porque la juventud y el vigor no pueden durar todo el tiempo. Al poco rato, presintió que la suerte estaba echada por voluntad del cielo. Entonces se apoyó en su bastón, elevó una plegaria y cerró los ojos.


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El deambulante Le mostraron un palo al hombre que pernotaba bajo una capas de cartón y él dijo árbol, pero ellos dijeron macana, garrote. Le mostraron un cuchillo de carnicero y él dijo paz; poesía, sin inmutarse, pero ellos dijeron jab de izquierda, jab de derecha. Después le mostraron un puñal, y él dijo resplandor, pero ellos dijeron navaja, entre penumbras. Entonces el deambulante dijo libertad, atisbando la luz pero ellos dijeron muerte, navajazo al infeliz con ojos llenos de odio.

Sobre su alfombra mágica Al sentarse sobre su alfombra mágica para mirar la luz de las gaviotas, se percató del error. Esta vez de nada le sirvieron el catalejo, la sombrilla de gajos y el sombrero de flores domingueras recogidas aquí y allá. La Guagua Ford blanca del manicomio se dirigía ya rumbo a su encuentro, como una brisa ligera, pero para sorpresa suya, en un abrir y cerrar de ojos, la alfombra mágica se hizo pájaro en medio del cielo gris, perdiéndose en lo alto. En la calle los espectadores del suceso dijeron a coro, se les escapa el loco, pero él sonreído dijo yo no, yo soy un poeta; y mirándolos con ojos desorbitados gritó a todo pulmón ellos son los locos.


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Jonathan Montelongo Plasencia Twitter: @joh_wayne7 Instagram: @joh_wayne7 Facebook: Jonathan Montelongo Plasencia

28 años, Cuba. Actor, escritor, y performer. Graduado de la escuela de Instructores de Arte en Cuba. Publicado por la Editorial estadounidense Primigenios. Autor de "Laverna" y escribiendo bajo el seudónimo de J.W. Riter.

Barba Rosa Barba Rosa siempre fue un pirata bien respetado, no había dudas de que se sabía los siete mares al dedillo y una tormenta o una noche sin viento ni estrellas no eran motivos para asustarlo, simplemente pegaba cuatro gritos a sus marinos y era más que suficiente ante cualquier situación. Nunca tuvo esposa pues le juró amor eterno a su incondicional compañera: La Flora, que fue su primer y único barco, cada tabla crujiente o cada vela raída conocían a Barba Rosa desde que nació. Así recorría el mundo sumando a su tripulación marineros de todos los puertos y los nombraba sus hijos. Pero todos tenemos secretos y Barba Rosa tenía los suyos, su ambición más grande la guardaba bajo la almohada, un mapa viejo color tiempo que conservaba desde niño y del cual su padre le había contado las más extraordinarias historias, viajes interminables de otros piratas en busca de un tesoro que nadie encontró, un botín mágico codiciado por todos que entregaría, a quien lo encontrase, lo que más deseara. Esa noche no podía dormir, no le importaba, pensaba en cuan preparado estaba para partir a la travesía de su vida, sus hombres y su nave, valientes como nadie, era lo único que necesitaba. El Sol se asomaba temprano cuando abrió por fin la puerta de su camarote esa mañana, tomó el mapa y gritó a todos: — ¡Seguid el curso del Sol, él será nuestro guía!— Sin que nadie preguntara, corrían de un lado a otro, sin saber a dónde irían, pero tan confiados como siempre. Así comenzó su viaje, las pistas que tenían eran claras y cada día les esperaban nuevas aventuras. Primero desembarcaron en una isla cuyas arenas eran cristal triturado que cambiaba de color a cada hora, los árboles y el pasto cortaban al tacto y las frutas y rocas recordaban las esferas mágicas donde los gitanos predicen el futuro, pero su mayor asombro vino cuando, al tratar de cazar una criatura que


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jamás habían visto, un tiro de Barba Rosa la convirtió en montones de cristales pequeños parecidos a la sal. Así zarparon de aquel lugar, con las manos vacías, pero impresionados y durante días navegaron viendo las más grandes maravillas, esas que solo pueden ver los hombres cuando van tras sus sueños. Un cardumen de peces oscuros como el ébano seguían al barco durante la travesía, los tripulantes les tomaron cierto afecto pues parecía que, como por arte de magia, mantenían a La Flora en perfectas condiciones, cuidaban de cada rasguño que sufría y los guiaban por agua templadas. Día tras día buscaban la forma de acortar el tiempo que los separaban de su tesoro, pero se dieron cuenta de que si no seguían las instrucciones del mapa al pie de la letra una fuerza sobrenatural los hacia regresar sobre sus pasos, el capitán sintió pues como sus hijos se rendían y la desesperanza se les dibujaba en el rostro. Entonces una noche mientras todos dormían Barba Rosa tomó el timón de La Flora y comenzó a navegar sin rumbo, sentía como su verdadero ser, ese que nadie conocía porque temía no lo respetasen, guiaba cada movimiento que hacía. El viento a su favor lo empujaba y la alegría lo incitaba a cantar, era ahora más libre que nunca, soltó el timón, cantó y los peces color ébano comenzaron a cambiar tornándose rosa mientras impulsaban el barco más fuerte, haciendo que sus tripulantes asustados subieran a cubierta a ver qué pasaba y allí encontraron a su capitán cantando de una manera algo rara, sin explicación razonable, el cielo se abrió, una aurora boreal llena de colores cayó sobre ellos y los hizo dormir el resto de la noche. Al amanecer los rayos del Sol hicieron que se despertaran y sin esperarlo escucharon como Barba Rosa gritaba con una voz aflautada: — ¡Tierra a la vista! — Y sin dejar correr ningún comentario, la tripulación, guiada por su capitán, desembarcó en una isla que no figuraba en los mapas, nada semejante a las anteriores pues en esta se respiraba una paz diferente. En cuanto llegaron, unas extrañas criaturas muy parecidas a los humanos, con grandes vestidos y adornos de plumas los recibieron como si los esperaran desde siempre. Entonces a una señal de Barba comenzaron la marcha guiados por ―los raros‖ (así los llamó la tripulación) y tras largas horas de camino llegaron a un páramo en medio de la isla. Fue entonces cuando se percataron de que su aventura acababa allí. En medio del claro se alzaba un pedestal sobre el que reposaba un cofre inmenso. Barba se acercó y dos lágrimas casi vivas resbalaron por sus mejillas, todos los cuentos que había escuchado de niño estaban ante él, el futuro de sus hijos, su nombre grabado en la historia, las aspiraciones de todos los piratas cumplidas por él. Uno de ―los raros‖ le susurró algo al oído y supo que era hora de pedir su deseo, ahora todos sabrían su mayor secreto.


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Pasaron unos minutos sin que se escuchara más que el viento corriendo y Barba Rosa se secó las lágrimas, miró a todos y ordenó que llevaran el cofre al barco para abrirlo. La tripulación excitada corrió con el botín sin mirar atrás, lo pusieron en un bote y nadaron hasta La Flora, gritaban como locos, bailaban de emoción, entonces abrieron al cofre y montones de monedas de oro salieron desprendidas, las más bellas joyas estaban allí, piedras preciosas que jamás habían visto y suficientes para todos, ya no habían preocupaciones, era hora de festejar, la música sonó y entre las risas la verdadera magia sucedió, La Flora comenzó a separarse del agua y alzó el vuelo para el asombro de todos que miraban la primera nave voladora en la historia pirata. Fue en ese momento cuando uno de los marinos se percató de que algo faltaba y alertó a todos que su capitán no estaba con ellos, el silencio se generalizó, los marinos se miraron asustados y se lanzaron en una carrera a mirar a la isla que se alejaba poco a poco, entonces vieron como desde la orilla de la playa, bajo la luz de la luna que ya salía, se despedía de todos diciendo adiós, uno de esos seres raros que se perdía en un vestido lleno de lazos y plumas con una sonrisa que les resultaba muy familiar y que nunca olvidarían.


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Edit Ojeda Facebook: https://www.facebook.com/eotdigoalgo/?re f=bookmarks https://instagram.com/ilustracionesdeentrec asa?igshid=1xhkz0aj44v63

Poeta e ilustradora. Autora de los libros ―Soy ellos‖ y ―Cuarentena, te ilustré.‖ Ilustra la página de Facebook: Ilustraciones ―De entrecasa‖. Participa asiduamente en Ebook de la Biblioteca de las Grandes Naciones del País Vasco. Participó en las antologías en formato papel ―Voces del Futuro por la Paz‖, ―¡Unidos Pudimos!‖ ―Escritos de Mujeres‖ y ―Que no callen las voces‖. También forma parte de diversas antologías virtuales. Docente de escuela primaria. De Machagai, Chaco- Argentina.

La que no encaja Aquí estoy, mujer, ―la que no encaja‖. Niña acurrucada, soñando que todo pasa. Adolescente de los mil poemas. Mujer… cortando con lo que daña para sanarme, sanar al clan, y sanar mi alma. Aquí estoy, mujer, ―la que no encaja‖. Después de mucho reinventarme, desaprender, sufrir, equivocarme y renacer. Aquí estoy feliz de ser mujer, feliz de ser ―la que no encaja‖. porque eso me salvó, de ser rebaño, de ser montón, de ser una más en la manada.


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Danilo Oliva Mura Mail: danilomuras@gmail.com Nació en 1978. Oriundo de Viña del Mar. Fundador de la Agrupación de Fotógrafos Independientes de Marga Marga.


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Víctor M. Campos Facebook: https://www.facebook.com/EmeCamposVic tor/ Twitter: https://twitter.com/campos_eme Instagram: https://www.instagram.com/wokexican/

Es licenciado en Docencia del Arte y tiene un pie en la maestría en Intervención social, Cultura y Sociedad por la UPO. Es cuentista publicado por el Fondo Editorial de Querétaro, con los títulos La Diablera y otros cuentos (2005), Los Cuentos del Arcángel (2006); además por una docena de revistas electrónicas más. Desde 2009 imparte talleres de escritura en el Museo de la Ciudad, también en Querétaro, y actualmente es parte del Colectivo Punto Ciego que desarrolla proyectos de investigación a propósito de la discapacidad, la educación y el arte.

La princesa fea Todos se reían de mí. Algo andaba mal así que fui al espejo y me espanté. Tenía una aureola de piel clara alrededor de la boca y el resto de la cara de otro color. Pareces Duvalín, me dijeron en la escuela. Intenté hacer algo al respecto. En la casa me metí al baño y me pasé algodones con cloro por la cara, pero el poder blanqueador no quería funcionar conmigo. Decidí echarme toda la botella encima. Tuvieron que romper el vidrio de la puerta porque yo daba gritos y me revolcaba de dolor. Mi madre me lavó los ojos, me puso un par de cachetadas y me llevó a urgencias. Tienes que aprender a aceptarte como eres, me dijeron. Yo sólo veía borroso. Hasta ahí llegó mi infancia. Tengo un cuerpo que pocos querrían ver desnudo, que muy pocos querrían tocar: yo tengo un cuerpo que muy pocos querrían. Y cuando pienso en esos que sí, no sé por qué me da pavor. Si estaba condenada a ser un Duvalín, por qué no fui de pura vainilla, como mi hermana, para la que todo tan es fácil: un Duvalín que todos quieren lamer. Es ella quien ríe al otro lado de la puerta.


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Sé que la belleza atrofia, pero sinceramente yo escogería esa y no esta atrofia que me tiene aquí dizque a salvo de las miradas de los extraños; horriblemente próxima a la conmiseración de los cercanos. Si me pega el sol es porque me tumbo desnuda en la azotea cuando sé que la casa está sola; cuando las azoteas vecinas y el mundo entero han sido abandonados. Mi hermana ríe al otro lado de la puerta: el fuckboy en turno, también. Me volví retraída. Cambiaron las cachetadas por los mimos y los privilegios. Empezaron a hablarme como si yo fuera retrasada mental: como se le habla a un niño quemado, a un enfermo de cáncer. Tuve que pedirles que me dejaran en paz, pero de todos modos nunca se les quitó esa maldita costumbre. Por ejemplo, si en la cacerola queda un último pedazo de carne, me lo dejan a mí. Lo mismo con el pastel y con todo lo demás. Y aunque hago todo por desairarlos, es tal su afán de compensarme que vivo rodeada de consideraciones que sólo me enfurecen. Soy una princesa fea. ¿Qué no ven? No es necesario ser amable con las feas. Ahora mi hermana alterna gemidos y risitas. De este lado de la puerta, no basta con ser tranquilamente fea. Debo estar consciente de mi fealdad y de las, entre comillas, actitudes nobles que los demás tienen conmigo. Ya sé que no es bueno ser grosera con los que se muestran compasivos con una. Tampoco es sano sólo sentir lástima por mí. Sería el colmo ser fea por fuera y por dentro. Mi hermana sale de la recámara y me arrebata la leche. Ya estás pensando otra vez, dice, y me da un abrazo largo, un beso tronado en la mejilla y se esfuma. Feliz ella que no le falta quién se la quiera coger. Felices todos los que son deseados por los demás. Una mano roza mi mejilla al pasar. Es el fuckboy que desde la puerta del baño me guiñe un ojo. Esa mano se afianza al hueso saliente de la cadera. Con la otra se rasca la melena. Tiene una mata de pelos en la axila: por debajo del bóxer palpitan las venas de su erección. Me sonríe. Él le sonríe a esta princesa fea que no sabe bien si es otra burla o es el último pedazo de carne que queda en la cacerola.


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Wilson Diaz Facebook: conde.depardo Instagram: @escribiendo_al_alba

Es de Bogotá, Colombia y tiene 33 años. Ama la escritura que le abre puertas a la imaginación y el desahogo. Trabaja en el servicio postal de su país y ha publicado algunos escritos en revistas independientes.

En el anochecer En la congoja. En el rezumante aroma de un café que humea tras las fronteras cercanas del deseo y la cocina. Ante el olor de una rosa que envía al cielo su virginidad para morir en paz y en silencio. Bajo el sopor eterno de haber desviado el rumbo hacia lugares de ocasos y albas monocromas e inenarrablemente hastiantes... Sólo sabe una copa de vermut qué es la congoja ante la que las almas libres se debaten cuando el camino de regreso ya no existe. Las calles aúllan, las hojas caen, las nevadas montañas allende el horizonte dibujan líneas en las cuales la luz y la sombra no se disciernen, todo entero en un brusco ademán borrado por el paso forzado de una lágrima en mis ojos que jamás conocieron el llanto más que ahora, cuando esta ausencia de vida, no padecida antaño, cala los huesos y me sume en la depresiva vicisitud de una retrospectiva dolorosa donde las estrellas reconocen el cuervo apresado en el azul de la vida. Suave el murmullo. El agua hierve, el vermut espera. Los recuerdos en las voces etéreas de los evos sin final en las sombras relucen en mi mente de nuevo como una pesadilla, como un látigo ardiente e ígneo en mi carne frágil y obtusa. El vagar desatado entre los nichos, en la noche disoluta, en los lugares perdidos tras la búsqueda perpetua de la vida que no poseía y que tomaba de criaturas inferiores a mi ser poderoso e irresponsablemente feliz entre la noche y la música, entre la pernicia y la soledad que te hace libre como el viento... Un acceso de tos y una lágrima sobre el café que refleja un rostro que desconocí por siglos de bello e imparable existir nocturno; entre asesinatos, conquistas, ojos lujuriosos y sombríos ocasos de almas amantes


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como yo de la vía de la rebelión y la desesperanza eterna... Hasta aquel decaer bizarro en las fauces del horror y la desolación de ver un amanecer. Una rosa se marchita en el hospicio. Un soplo leve aúna los aromas del vino, del café y la rosa que tanto se asemeja a este pesar sin freno, equiparable a mi antigua libertad que me embriagaba de felicidad mientras, al acecho, oí al espanto del simio en su leve y pobre corazón que callaría luego de algún tiempo. Ahora espero un destino aciago que se lleve la pena con la que me he coronado tantos años en este cascarón terrenal donde todo está fuera de mi sensatez y mi alma... Un alba más. Una de tantas. No como la primera que siempre nos estuvo vedada, como la manzana a los seres en aquella tonta fábula religiosa de la cual muchos hombres son presa ¡Ignorantes!. Un Alba más tiñe mi rostro de naranja y añil mientras, al recordar aquel momento, me siento como el canario sin alas y el pez sin aletas. Un recordar ávido donde dos ojos púrpuras y un negro cabello hallaran mi codicia, mi deseo y mi sed; donde el sol calló su elevar tras los pesados cortinajes de una gran habitación y un suave sonido de guitarras sucias. Un recuerdo del paraíso perdido, del dolor del desheredado de la noche y de la inmortalidad, de las caricias de los elementos a los cuales era impermeable... Y del nuevo este angustiante despertar. Siglos de vida, de verdadera vida que es debatida por cuestiones morfológicas que a nadie importan. Noches sin luna, con luna y nubladas; noches de felicidades sin fatiga donde la muerte danzaba conmigo mientras le viandaba carne para su eterna sonrisa ósea. Una vida sin fronteras, límites, sin más que una prohibición acerca del amanecer de absurdos poetas y ebrios sin sentido... Todo ello ahora, en la congoja de una luz mortecina y un silencio espeluznante, amigo de antiguo, carcelero de hoy; todo aquello es ahora un vago recuerdo feliz que debí jamás haber recuperado. El despertar es frío, indigno y a todas luces humillante. El crecer entre las criaturas involucionados que fueran la cena de tiempo atrás. El vivir sus vicisitudes y su calvario, su existencia donde reptan por la vida siendo vasallos de otros peores que ellos que me hacen sentir como una especie abominable de ángel o santo al recordarme... El ver todo en aquel estado inconsciente donde la realidad se funde con la mente arcana. El regreso de una sed imposible de saciar, de un deseo imposible de cumplir, de una felicidad imposible de alcanzar y de un dolor imposible de acallar al hallarme por tantos años apresado por haber declinado la propuesta de un ridículo credo antibiótico... Por un alba nomas. Sólo los sueños son mi esperanza, bálsamo y mi remembranza. Recuerdo el astro haciendo ascuas mi imperecedero ser, así como mi existir y


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mi sonrisa... El olor del nuevo cuerpo surgido de un vientre humano, el sonido de las aves diurnas mientras me acodaba a ver el ocaso, y el sentimiento que me embargaba cuando la caída del otoño me regresó mi pasado asesino, sangriento y feliz mientras mi mundo se hacía añicos. Cae polvo de diamante, son las lejanas noches perdidas en la desilusión y el pesar de no haber fallecido cuando el vetado sol hizo arder mi piel en aquel cuarto donde mi madre de púrpuras cuencas huía al ver calcinarme. Por el camino de los abetos, el de las rosas de amado olor, por el de la sangre tabú de estos seres ignorantes del deleite y la belleza que sólo saben del dinero y del absurdo, avanzo en la noche, mi amante desterrada por un destino idiota y malsano, por el sendero de sombras amigas hacia un lugar que era mi hogar en los oscuros años eternos de mi paraíso eternal. Atravieso los sauces y las placas marmóreas, las flores marchitas y los haces de luz de una luna gibosa y expectante entre quienes nada pueden esperar ya. Avanzo hasta la cruz de granito derruida por el tiempo que me era inocuo y los meteoros que veneraba con los honores que los de mi raza saben dar a la Madre de todo, incluso de nosotros. Recorro lo que nunca pisé, atisbé sin hallarme ahíto de felicidad y manchado de escarlata; lo que me exhortaba a maldecir el estar vivo ahora por hacerme pertenecer a la raza que tanto odio y de la que diezmé los suficientes para llenar hectáreas enteras con fosas sin losa santa... Ahora sólo puedo recordar en la congoja, en la lluvia que cae y duele, entre los pétalos marchitos de una tumba perdida.. Ahora sólo deseo que algún giro de este perverso azar que me trajo del vivir a esto que soy, que me envíe donde la nada es el verdadero eslabón eterno entre un recuerdo bello y una desilusión dolorosa.


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Victoria Morrison Facebook: https://www.facebook.com/marielavictor iapoeta/ Instagram: @victoria_morrison_ Youtube: https://www.youtube.com/channel/UCIg MI0EDt8dwuwkfMNJ6gdQ

1977, San Martin de los Andes, Patagonia Argentina. Trabajadora Social, especialista en el área del comportamiento humano. La poesía de Victoria, se caracteriza por evocar temáticas psicológicas, misteriosas y al mismo tiempo les da esa pincelada de espiritualidad que suele emerger cuando se cae en desgracia. Seres solos, despoblados, marginales, transitan por sus versos.

Huye el pájaro incorregible Huye pájaro incorregible huye hombre que no es hombre bestia hambrienta de mis alas mi pico de pájaro Todas mis personalidades oyen ruidos diferentes acordes colmillo de cocodrilo aliento amarillo Arrastrado por pueblerinos enojados no se dice nombre real se dice identidad falsa completa Arrastrado por una tal Camelia


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medio muerto medio vivo perdió los zapatos ¡A dónde se dirigen los hombres! llevan cuerdas en el cuello cadenas en las manos Pueden boicotear la palabra su voz está escrita en hojas de plata nervioso risueño Los rostros espantados provocan en él Un bendito orgasmo.


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Javier Gaytán Gaytán Facebook: javiergaytan44@yahoo.com.mx

Él espera que sus poemas hablen por él porque lo definen mejor, por lo que les dirá solamente que es un transeúnte más en esta Tierra, gracias.

A tu silencio como gota de aire untada a mi pellejo. Me avergüenzo de este cuerpo tatuado por batallas de veneno --Única isla sobre los precipicios— Ya no quiero navegar en mí ya no me pertenezco, evito tan sólo arrancar de las reumas temblorosos de mi espejo el hormiguero de la sombra que relampaguea al beberme animal de un erótico desprendimiento.

Quiso revolucionar su estilo y ser uno de los mejores Descifró el egoísmo purpúreo del cosmos


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tragando con su aliento de menta la fauna vítrea del universo. Fue instrumento de morbo por eso escupía versos epilépticos que absorbían del lenguaje cotidiano. Violaba el aroma amapola de los planetas, hasta ponerse prófugo de inspiración. Se llamaba Javier no porque hiciera el intento de secuestrar las palomas flamígeras del espasmo, es porque llevaba el arborescente tono de la vida escrita con el mágico vocabulario que los homosexuales reprimidos entienden. Sin querer, un día, tropezó con el exangüe ilusionismo del fracaso que interrumpió su erótico pasatiempo, calló y deshilvanó su memoria, hasta hacerse puntual a los límites de su vida. Ahora, es el compañero de las estrellas, Es un espejo bosquejado con pinceladas suicidas.


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Silvia Alejandra Fernandez Facebook: https://www.facebook.com/silviaalejandra.fernandez.146 https://registrodeescritores.com.ar/project/silvia-alejandra-fernandez/

Es una escritora argentina de ciencia ficción y terror. Ha sido editora de varias revistas digitales y ha publicado en diez antologías, en formato físico, de las editoriales Dunken, Tahiel y Solaris. Últimos trabajos publicados: ―Un disfraz de hada para Eloísa‖ Antología ―Entredichos. Editorial Dunken (2020). ―El bucle eterno‖ Antología Tiempo fuera del Tiempo, microrrelatos pandémicos (2020). ―El sexto ángel‖ Antología Ecofuturismo, Speedwagon Media Works (2020). ―Una profunda caverna en Marte‖ Revista Espejo Humeante Nº 6 (2020). ―La primera colonia‖ fanzine 6.5 de Espejo Humeante (2020). ―F.M‖ Antología Solar Flare-OVNI, Editorial Solaris (2020). ―La secuencia exacta‖, Fanzine Letras Públicas CiFi (2020). ―Maldito‖ Revista El axioma N°5 (2020).

El Bryan Bryan se acomodó sobre la pila de bolsas que había a metros de la casa donde vivía con su familia. Encendió el último cigarrillo que tenía y, haciendo un bollo con el paquete, lo tiró lejos, intentando pegarle al Capo, el perro del vecino. Le erró por pocos centímetros. — La próxima te emboco de una— le gritó al perro, que le ladró sin mucha convicción. Se subió el cierre de la campera, ajustándose la capucha. El frío lo estaba congelando, pero no tenía la menor intención de entrar a su casa. Podía ver como su mamá estaba en la cocina mientras sus hermanos menores Coqui y Rolo corrían con palos de madera en la mano, jugando. Su hermanita menor estaba en la escuela; él mismo la había llevado a la mañana. Arrojó la colilla del pucho y saludó con la mano a dos de sus amigos que estaban en la esquina. Estaban apoyados en un auto que él nunca había visto antes. En la Villa 42 casi todos se conocían. Habían nacido allí y seguramente allí vivirían el resto de sus vidas. Muy pocos se iban. En el horizonte había muchas nubes, negras y espesas. Esto era sinónimo seguro de lluvia y de pisos y muebles mojados. Siempre se inundaba, aunque solamente cayeran tres gotas de agua.


~ 24 ~ — ¡Qué barrio de mierda!— pensó mientras se ponía unos guantes. El frío lo hizo tiritar. La Villa 42 está a seis kilómetros del centro de Santa Bárbara del Mar. Había empezado como un pequeño asentamiento que rodeaba a la escuela 22, General San Martín. Con los años, la escuela había crecido. De jardín de infantes y colegio primario, se había transformado en un centro de reunión para todos en el barrio. El comedor escolar que tenía aportaba, a los chicos de la zona, la comida que en sus casas casi siempre faltaba. Pero Bryan hoy no pensaba en ir a la escuela ni al comedor. Tenía en mente algo grande para hacer. Si le salía bien quizás pudiera irse de la Villa para siempre. — ¡Brayan! Andá a lo de Omar y pedile aceite y harina. Decile que mañana se lo pago. ¡Ah, y un atado de Camel!— le gritó su mamá, mientras se limpiaba las manos en la camisa que tenía puesta. Odiaba que le pidieran que hiciese mandados como si fuera un nene de ocho años y detestaba cuando su madre le decía Brayan. ―Braian se pronuncia‖, pensó con bronca. Por culpa de su mamá, todos le decían Brashan. No le prestó atención al pedido de su madre. Él tenía cosas más importantes que hacer. Sonrió imaginándose viviendo en una casa limpia, con pisos con baldosas, sin mugre y con un enorme televisor en el comedor. Así sería su vida fuera de la Villa. Limpia y calentita. Si hasta pensó en que compraría cera para pasarle a los pisos. Los quería brillantes, como los de las publicidades de la televisión. Al final le dio pena su vieja, como le decía a Ruth, su mamá, y fue a buscarle las cosas que le había pedido. — Hoy no como acá vieja, me voy al centro— farfulló apurado mientras se lavaba el cuello y las manos en la palangana y se ponía el buzo Nike nuevo. Limpió, como pudo, las zapatillas negras y después de abrigarse bien, agarró la tarjeta SUBE y se fue a la parada del colectivo, rogando que no se largara a llover. Miró por la ventanilla y vio a Kevin y Jonathan que seguían al lado de ese auto nuevo y estaban mostrándoselo a Myrna. Vio a la señorita María, su maestra de preescolar, que estaba lidiando con dos chicos que se resistían a entrar al jardín de infantes. Las gotas de lluvia empezaron a caer, tímidas al principio, apenas mojando la tierra reseca de los costados de la calle. En pocos minutos la llovizna, se convirtió en una cortina de agua que formaba pequeños ríos que


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serpenteaban entre las montañas de bolsas de basura, los autos abandonados y las casitas de la Villa. Pensó en Deborah, su hermana menor y la más linda de todos, que le tenía miedo a las tormentas. Esperaba que en el aula donde estaba no hubiera goteras y que no entrase agua por ninguna ventana. Algún día se llevaría a Deborah de allí, para vivir con él en su casa de pisos encerados. Se la imaginó con un vestido rosa, con voladitos en la pollera, como le gustaba a su hermanita. Sus otros hermanos y su vieja, no se irían jamás de la Villa. Eso lo sabía bien. Pero su hermanita sí. Ella desentonaba entre la basura que la rodeaba. Era diferente, como él. Hasta soñó con verla convertida en maestra, cuando fuese grande, y él la llevaría en su auto hasta el colegio. Ella tendría un impecable delantal blanco y libros en la mano. Feliz con estos pensamientos, sonrió. Las calles que separaban la Villa 42 del centro estaban anegadas por la lluvia. Al colectivo de la línea 224 se le hacía difícil transitar y tuvo que dar un rodeo de más de siete cuadras para poder llegar hasta la avenida Moliere, que estaba construida más alta que los alrededores y tenía un asfalto reciente. Bryan se miró las manos y las vio temblar. Era una mezcla de ansiedad, excitación y miedo. ―A nosotros, las cosas siempre nos salen mal‖, la voz de su madre y sus depresivos dichos le resonó en la cabeza. Intentó calmarse y pensar con claridad. Él estaba haciendo todo como lo venía planeando desde hacía más de un año. Metió la mano en el bolsillo derecho de su jean y palpó la billetera. Casi catorce meses le había costado juntar la plata necesaria y hoy por fin el día había llegado. Tuvo que arrinconarse contra la ventanilla del micro cuando un hombre muy gordo se sentó a su lado. El hombre ocupaba casi un asiento y medio y, de bronca por el apretujón que le dio cuando se sentó, Bryan dobló el codo para empujarlo un poco o al menos molestarlo. La lluvia no cesaba y las calles de tierra se estaban convirtiendo en lodazales. El colectivo tuvo que volver a desviarse para el lado del hipódromo y Bryan alcanzó a ver como bajaban un caballo de una camioneta con acoplado. Le pareció que el caballo lo miraba a los ojos cuando pasaron cerca. El ómnibus dio vueltas y más vueltas por eternas calles hasta retomar la avenida Moliere. Ahora solo faltaban veinte cuadras y llegaría al centro. Hubiera deseado tener chicles o alguna pastilla para masticar y así calmar su ansiedad. Pero en los bolsillos de su campera no encontró nada. En el semáforo de Moliere y la 36 vio una chica que trataba de hacer entrar a su perro a una veterinaria. El perro se resistía a moverse por más que


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la chica tironeaba de la correa, gritándole. Él nunca había tenido un perro propio. Alimentarlo hubiera sido un lujo que ellos no podían darse. Desde que su padre se fue, subsistían con un plan que cobraba su mamá y alguna changa que hacía él. Nunca había podido encontrar un laburo para poder vivir mejor. Mentalmente agregó tener un perro en la casa de pisos encerados que algún día habitarían Deborah y él. Se imaginó la boquita de asombro de su hermanita cuando él entrase por la puerta con un cachorrito de regalo. La lluvia era cada vez más intensa y en pocas cuadras él ya debía bajarse. Solamente dos paradas del colectivo lo separaban de su nueva vida, de sus sueños. — ¡Eh, viejo! ¿No escuchás que estoy tocando el timbre para bajar?— Pará el micro de una buena vez— le gritó al chofer del ómnibus. —La puta que te parió— agregó en voz más baja. Al bajarse tuvo que correr hasta un kiosco que tenía un toldo porque estaba diluviando. Miró el celular y ya casi era la hora. Caminó dos cuadras y vio al Chueco Barreiro que lo estaba esperando. — ¿Trajiste eso pibe?— la voz del Chueco le sonó rara. Pensó que el hombre ya había estado bebiendo en la cervecería de mitad de cuadra y dudó. Por un instante dudó de seguir adelante y de darle la plata que tanto le había costado ahorrar. Bryan sacó la billetera y le dio un pequeño fajo de billetes, no sin antes volver a contarlos. — Cinco lucas, como habíamos quedado— dijo Bryan. El Chueco sonrió, relamiéndose al pensar toda la cerveza que podría comprar en lo de Pepe con esa plata, y le dio a Bryan una franela anaranjada. Bryan la tomó en sus manos con delicadeza, como si fuera de cristal y pudiese romperse. — Tu parada va de esquina a esquina, las dos veredas. El fin de semana te vas a llenar de plata ¿viste? Y cuando abra la cervecería de la esquina… ¡millonario! Te vas a forrar pibe— agregó el hombre, palmeándole la espalda. Bryan fue corriendo a dar indicaciones para estacionar a un auto que paró en la puerta de la cervecería. — Cuidámelo bien ¿eh? Mirá que es nuevo — dijo el dueño del auto dándole un arrugado billete de diez pesos. — Vaya tranquilo, jefe, yo se lo cuido— dijo Bryan sonriendo feliz.


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Ale Montero Boukker: Ale Montero Wattpad: Ale Montero (@AleMontero95)

Acapulco, México, 1995. Lic. en Psicología y psicoterapeuta. Publicó el poemario La locura del poeta. Ha publicado cuentos y poemas en las siguientes revistas: La Testadura, Zompantle, Almicidio, Tabaquería, Elipsis, Iguales revista, Granuja revista, MEUI Revista Cultural, Teresa Magazine, Perro Negro de la Calle, El Cuarto del Muerto, Miseria, La letra desconocida y Katabasis. También ha publicado textos en los sitios web Literatinos y Herederos del Kaos, en la gaceta número dos del Circuito Independiente de Arte Morelia, y en Cuadernos de taller, medio de difusión del taller literario Desierto, Mar y Letras. Colabora escribiendo para el sitio web El Ocaso de las Letras.

Sombras quejumbrosas Incontables sombras me observan impávidas. Sus miradas me arden como punzadas llameantes. Vigilan cada uno de mis movimientos. Anhelo saber cómo librarme de ellas. Vivo con sus críticas atadas a mi cuerpo, inmóvil, bajo este candelabro, frente a esta larga mesa, viendo como susurran, platican sobre mí, me observan mientras se cuentan rumores sobre mis pensamientos. Desde hace tiempo casi nada me importa. Un ostentoso candelabro se mueve lentamente de un lado a otro. Me encuentro a un costado de esta elegante mesa que me parece tan familiar como extraña. Contemplo el suelo con decaimiento. El calor de las velas me palpa suavemente; su delicado fuego apacigua tenuemente mis penas. Poseo en la piel la taciturna y melancólica noche. En mis manos contengo furia que roza el asesinato. No sé qué está mal en mí. No quisiera sentir latigazos otra vez. Me ahogo en moral todos los días. Quiero irme, pero las sombras quejumbrosas me esclavizarán con sus miradas. Algunas veces he respirado aire fresco; sin embargo, me han encadenado para permitirme hacerlo. No obstante, planearé mi escape. Conoceré la libertad. Por lo pronto permaneceré en esta monumental silla de madera, frente a esta gran mesa elegante, bajo ese candelabro que se mueve lentamente de un lado a otro, mientras las finas velas acarician mi angustia.


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J. R. Spinoza Mail: jrspinoza77@gmail.com Instragram: @winchesterrudy Twitter: @r_spinoza Facebook: https://www.facebook.com/escritors pinoza

H. Matamoros, Tamaulipas, México (1990). Escritor y profesor mexicano. Becario del PECDA (emisión 23), en la categoría de Jóvenes Creadores por novela. Ganador del concurso ―Letras Fantásticas‖ de Editorial Winged. Presidente del Ateneo Literario José Arrese de Matamoros. Es coeditor en revista Delatripa: narrativa y algo más. Libros Publicados: El regreso de los dioses, la batalla de Folkvangr (Caligrama, 2019). El demiurgo y otros cuentos fantásticos (Kaus, 2020). Los deseos de Serena (Catarsis Literaria, 2021).

El ermitaño “Allá arriba, junto al camino, en su cabaña, el viejo dormía nuevamente. Todavía dormía de bruces y el muchacho estaba sentado a su lado contemplándolo. El viejo soñaba con los leones marinos”. —Siempre hace falta leer un buen libro después de uno malo. Abrazó la primera edición de ―El viejo y el mar‖, acarició la portada en tapa dura con letras grabadas, subió los escalones y la colocó en el estante que tenía dedicado a grandes clásicos de la literatura. Bajó los escalones. Caminó hasta el escritorio. Tomó asiento. Abrió su libreta de reseñas y escribió. “El regreso de los dioses” es un fanfic que fracasa al intentar mezclar las diferentes mitologías del mundo. Con personajes planos e inverosímiles. El lenguaje es pobre, como si de un niño de ocho años se tratase. El autor debió dedicarse a otra cosa. Rio al mirar la fotografía de la contraportada. Nadie leería su opinión, el autor, como el resto de las personas en el mundo, llevaba más de diez semanas desaparecido. Escribía las reseñas por gusto, para sí. En tiempos pasados la gente se molestaba con sus críticas. Nunca tuvo una columna en el periódico, pero desde que comenzara el siglo veintiuno


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dejó de importarle, una nueva puerta se abriría para él. Aprendió el uso de las tecnologías e hizo un blog, donde religiosamente publicaba a la semana. Primero fueron las lectoras de Crepúsculo, que llegó al español en 2006; estaban tan enojadas de que dijese que estaba mal escrito y que era un panfleto de adoctrinamiento mormón. Fanáticas de la localidad, tuvieron el atrevimiento de ir a molestarlo a su casa. No les abrió, ellas, ante la negativa de sangre, decidieron lanzar huevos a su puerta. Eso no lo detuvo, reseñó cada una de las nefastas novelas de la saga. Y otros títulos igual de infames (Cazadores de sombras, La selección y La reina roja, por mencionar algunos). Pensaba que si se había tomado la molestia de comprar y leer un libro, tenía el derecho a decir lo que le placiera de él. Se levantó. Fue hasta la cocina. Abrió la alacena y tomó una lata de atún y otra de elote. Las vació en un plato hondo junto con una cucharada sopera de mayonesa y revolvió. Nunca le gustó el olor del atún, pero era un pequeño precio que pagar por estar sólo. Por fin tenía tiempo de dedicarse a leer. —En occidente siempre se habla de la libertad, ¡qué gracioso!, la mayoría de las personas suelen odiar su trabajo. Motivado por su amor a la lectura, Hernando estudió la carrera en letras. Después de graduarse y tras cinco años de búsqueda lo mejor que pudo conseguir fue el puesto de encargado de la biblioteca municipal. Tenía sus encantos. Podía estar a solas con sus amados libros, siempre que no hubiese algún evento programado. La gente no le gustaba. Hubo un tiempo en que tenía amigos. Fue aquel verano de 1958, cuando al grupo de doceañeros se les ocurrió ir a la casa de la vieja Strega. Una mujer blanca y huesuda que leía las cartas del tarot. Era cumpleaños de Letizia y Rigo fue porque ella quería. Hernando fue por Rigo, a quien nunca le confesó sus sentimientos. Luis y Gabriel no tenían otra razón que la amistad. Strega barajeaba las cartas color cobre. Colocó el mazo entero sobre su palma y les pidió que tocaran la primera carta. Todos lo hicieron, y según ella, a todos les tocó una carta diferente. Le dio a Luis una carta de un esqueleto con una guadaña, a Gabriel una carta con un hombre vestido de forma chistosa en la que se leía ―El Mago‖. La de Rigo era una rueda con un mono, un perro y un conejo dando vueltas en ella. La de Lety era una mujer con corona, sentada en un trono. Por último, la de Hernando representaba a un anciano encorvado que sostenía un bastón en una mano y una linterna en la otra. —En verdad me parezco al hombre de la carta.


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Si las cartas del tarot marcaron su destino o sólo lo anunciaron era una duda que no tendría respuesta para Hernando. Pero de algo estaba seguro. Strega había acertado en cinco de cinco. La mañana después del cumpleaños de Lety su madre se acercó a darle la mala noticia. Luis había muerto. Tuvo la mala fortuna de tomar un cable pelado con la mano. A sus doce años, y con la introspección limitada por la edad, pudo hacer la conexión con las cartas del tarot. Dos meses después Gabriel desapareció. En el vecindario corrían todo tipo de rumores, que su padre lo había asesinado y escondió el cuerpo; que fue secuestrado por una secta satánica; la que Hernando más disfrutaba era la versión en la que había huido con el circo. Pero ninguna de las teorías se pudo comprobar, era, como si se lo hubiese tragado la tierra. —Quizá él fue el primero. Ahora sólo quedo yo. El recuerdo de Rigo lo atormentaría más de la mitad de su vida. Lloró cuando se fue a Texas. Lloró cuando se casó con Juana Torres. Y volvió a llorar cuando Rigo murió en 2005. Esa mañana se vistió para ir a su funeral, pero no tuvo el valor de salir de casa. —Me quedé escuchando su música. Siempre fue tan exitoso. Su carta era la rueda de la fortuna. Desde ese momento supo que sólo faltaban dos. Pero aún no podía imaginar cómo se cumplirían sus destinos. La emperatriz y el ermitaño. Asistió a la boda de su amiga en el 98. Para entonces Hernando ya sabía que se cambiaba la edad. Tenían 52 años, él empezaba a lucir como un anciano y ella se veía como una universitaria; ése día, al leer las edades de los contrayentes, el juez mencionó que ella sólo tenía veintiséis. —Siempre pensé que esa noche había vuelto con Strega y habían hecho otro tipo de trato. El caso es que su matrimonio no duró mucho. Dos años después estaría saliendo con el heredero a la corona de España. Vaya que fue un revuelo. Estaba en todos los medios la historia de la mexicana que sería princesa. Una mañana de 2014 la coronaron. —Entonces supe que era mi turno. La biblioteca contaba con una bóveda donde se guardaban los ejemplares más antiguos y valiosos. El papel de aquellos libros era tan frágil que se desmoronaba al contacto de los dedos. Hernando se encargaba de darles mantenimiento una vez cada diez días. Estaba absorto en su labor. Nunca supo sí estuvo abajo por tres o cuatro horas. Cuando se dio cuenta que el reloj se había detenido revisó su celular. No funcionaba. Ningún aparato electrónico lo hacía. La biblioteca estaba desierta, pero esa no era una


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novedad. Fue hasta la noche, que debía irse a su casa cuando se dio cuenta que no había nadie. Se abrió paso entre el mar de autos abandonados en la más completa oscuridad. Comenzó a escuchar ladridos. Los perros, los gatos, las aves, todos los seres vivos permanecieron. Sólo los humanos se habían ido. Como pudo regresó a la biblioteca. Pasó su primera noche en completa oscuridad. Sería la única. Al día siguiente se dedicó a ir por comida, agua, velas y demás a los centros comerciales. La biblioteca sería su centro de operaciones. Colocó tres pizarrones blancos donde anotaba las obras leídas y por leer. Palomeó ―El Regreso de los dioses‖ y fue por el siguiente libro de la lista. ―El Ulises‖ de James Joyce. Pesaba bastante. La cubierta mostraba la silueta de un hombre con sombrero. Suspiró. Dedicaría el resto de su vida a leer, sin ser molestado. Sin trabajar. Sin el bullicio.


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Alejandro Niz (Portada) Nació en 1973 en la ciudad de Córdoba, Argentina, y cursó sus estudios en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad Nacional de Córdoba. Ha participado de innumerables muestras, individuales y colectivas, a nivel nacional e internacional, desde 1992 a la actualidad. Desde 2002 a 2005 se desempeñó como Coordinador General y Curador del Núcleo Cultural, un espacio multidisciplinar perteneciente a la Secretaría de Extensión de la Universidad Nacional de Córdoba. Durante esta función curó más de 80 muestras de autores de prestigio internacional. Durante 2005 coordinó el relevamiento estético de la Iglesia de Los Capuchinos (Córdoba), obra de Augusto Ferrari a pedido del artista LEON FERRARI.


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Artemisa Téllez Sitio web: www.artemisatellez.com

Ciudad de México, 1979. Escritora y tallerista. Maestra en Letras Mexicanas por la UNAM. Ha participado en antologías nacionales e internacionales, así como en revistas, publicaciones periódicas y medios virtuales. Autora de nueve libros entre los que se encuentran: Crema de vainilla (Voces en Tinta, 2014), Fotografías instantáneas (Voces en Tinta, 2015), Casa sin fin. Bullicio de la memoria (Verso destierrO, 2018) y Mujeres de Cromagnon (Verso destierrO, 2020).

La que soy No me tocó a mí la senda tranquila y tibia bordeada de árboles bajos No me tocó llegar y que me estuvieran esperando No me tocó la suerte de los lugares reservados ni de resonar en ellos las palabras que querían oír No me tocó el privilegio de ser una belleza indiscutible Una joven heredera Una mujer casadera Una madre abnegada La empleada del mes La novela premiada La poeta laureada La hija única La diva del pop La pionera… Me tocó ser yo en mi camino plagado de escaleras de callejones cerrados


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de puentes endebles sobre ríos sinuosos Me tocó ser la que soy: la que llega sin invitación la que derriba puertas La que soy: el grito en el silencio, la palabra desgarrada, la herida sangrante La maestra que no educa La que genera vértigo a su paso La que dice verdades incómodas y mentiras maravillosas La que se atavía con sus defectos y se desnuda de cualidades que no tiene delante de la gente toda La descarada, la sinvergüenza, La que han llamado extraña sus conocidos y amiga quienes nunca la han visto La que llaman talentosa muchos a escondidas, La que ―no invites a tu casa‖ La rueda que no para, que despeña, que desplaza, que truena, que rompe, que arrolla cuando pasa.


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Celia Sarquís Nació en San Fernando del Valle de Catamarca, (Argentina) en 1966. Profesora de letras, coordinadora de talleres literarios, correctora, se desempeña en ámbito de las bibliotecas y la cultura. Publicó ―Voz del río‖ (poemas) - 1988, “Y le tira la lengua a la memoria”, (poesías) 1996, Tercer Premio en el Certamen de Producción Intelectual y Artística de Catamarca ―Antología de Literatura Catamarqueña‖ – (compiladora) –2006 ―En un principio fue el maíz – El maíz en la cocina y en la cultura catamarqueña‖ (ensayo) 2007, “El hueco en la piedra” – (poesía) – 2008, Primer Premio a obra édita en Premios Trienales Municipales de Literatura “Leyendas Populares de Catamarca”2010. ―La cascarilla‖ (cuentos) 1° edición 2016, 2 edición 2017 “Eulalia Ares y la rebelión de las polleras‖ (novela histórica) 1 y 2 edición, Editorial El trébol, 2019.

Dicen de mí Todos ustedes saben que soy el menor de seis hermanos varones. El shulca. Mi madre fue trayéndonos al mundo y criándonos con un amor medio mezquino y reseco. A medida que mis hermanos iban teniendo la edad suficiente para montar solos a caballo y sujetar el lazo, pasaban a depender de las órdenes de nuestro padre. Los veía salir a la mañana muy temprano y retornar al atardecer, sucios y hambrientos, secos de tanto gritar en los cerros y aturdidos por los ecos. Cuando llegó el momento de que yo también vaya, cabalgué con una cerrazón en la garganta, sabiendo que me esperaban la rigidez de mi padre, el peligro apresurado, el trabajo rudo. Ese mismo día, al regresar, mi madre no estaba en la casa. No había comida, las gallinas hambrientas revoloteaban en la cocina y, en el piso, todavía quedaba la ropa de la jornada anterior, sin lavar.


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Mi padre partió a buscarla al puesto donde vivían mis abuelos. En medio de la noche regresaron en silencio, impasibles, como si nada hubiera pasado. En la jornada siguiente, nos preparamos para salir. Estaba por montar pero mi madre me retuvo, sujetándome del brazo. Miré aterrorizado a mi padre. Éste hizo un sutil gesto de aprobación, se acomodó el sombrero y taconeó su caballo. Desde ese día, me quedé ayudando a mi madre. Ella fue enseñándome la delicadeza a chicotazos: no romper los huevos al sacarlos de los nidos, no quemar la comida, no derramar la leche al estirar las ubres. Asumí, aunque nunca nadie lo apreciaría, que las labores de la casa exigían tanta energía como las del campo. Fui el único de mis hermanos en terminar la escuela, quizás por asistir a clase todos los días, pero nunca aprendí a domar un potro, a marcar los animales, a carnear y, con el tiempo, preferí usar sólo la yegua vieja. Yo hacía los mandados, ella ya no salía de la casa, ni atendía a nadie. Podría haber sido feliz en esa vida rutinaria, sin embargo cada noche, como un perro engusanado, la herida se me profundizaba. Aunque mi madre los reprendía y hasta los castigaba quitándoles el plato de comida, mis hermanos tomaron por costumbre burlarse y tratarme como a una niña. Mi padre agachaba la cabeza como si no viera ni escuchara nada. Años después, madre enfermó, se le fue aguachentando la sangre, debilitándose hasta quedar pálida como luna de invierno. Todas las tareas quedaron a mi cargo, más el trabajo de alimentarla, asearla y cuidarla. Hasta que se apagó. Quedé solo, solo, en esta casa. Y si he tomado la determinación de colgarme de esta viga, es que yo no decidí ser así, y no hallo calma para esta humillación diaria. Aquí, en este santuario del coraje, en este pueblo serrano poblado de domadores de caballos, de machos con facón en mano, ser un hombre es tener el poder de decidir. Y por ello, como hombre y en venganza de tantos años despiadados, tanta burla, prematuramente cansado y amargado, tomo esta decisión, tal vez la única mía, para que digan de mí que al menos tuve esta mísera valentía.


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Adrián Calderín Gutiérrez Facebook: https://www.facebook.com/adrian.calderin.1/

Cuba, 1987. Reside actualmente en Quito, Ecuador. Amante de las formas clásicas de la poesía y de las obras maestras de la literatura. Licenciado en Lenguas Extranjeras. Traductor, intérprete, profesor de lenguas extranjeras. Sus poemas constan en más de 30 antologías en España y Argentina, así como en revistas literarias de México y Argentina. Autor del poemario Breve manual para enamorar a una flaca bajo el pseudónimo Adrián CG.

Minotauro Huraño como el hombre, y como el toro, indómito, a merced del fiero instinto, yerro por este oscuro laberinto de sombras y de pánicos. Ignoro el aire puro, el sol, la plata, el oro y todo lo que esconde este recinto. Con la esperanza de un azar distinto la carne de mis víctimas devoro en este insólito rincón de Creta. He intentado escapar. Ha sido en vano. Sin ovillo, ni ayuda, ni algún plano la puerta de salida es más secreta. Aguardo la llegada de Teseo para alcanzar mi sino de trofeo.


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Yohana Anaya Ruiz Mail: yohanaperiodismo@hotmail.es Instagram: @yohana_anaya_ruiz

Tiene 26 años y es graduada en filología hispánica en la Universidad de Málaga y tiene también el máster de Gestión del patrimonio en la misma universidad. Es autora de 5 libros y es muy activa en su cuenta de Instagram, donde todos los días sube un texto de su autoría.

Los gatos callejeros no saben lo que es una caricia Mario sirvió dos Coca-colas con hielo y un paquete de palomitas grande a la pareja que tenía en frente. Le dieron las gracias y se fueron a la sala donde se proyectaría alguna película y él se quedó de nuevo solo frente al mostrador y rodeado de productos a los que pronto les llegaría la fecha de caducidad. Aquel cine apenas tenía visitas y, por ello, tan solo había tres trabajadores: María, la chica que vendía los tickets; Soledad, que le ayudaba con los refrescos y las palomitas; y él. Mario mataba las horas colocando bien los carteles en 3D de las películas que había por todo el recinto mientras se frotaba las manos de manera casi frenética. Limpiaba las salas cuando la película terminaba, aunque, debido a los pocos clientes, en apenas cinco minutos ya había recogido lo que habían ensuciado y podía abrir la puerta para que entrasen las personas que fuesen a ver la siguiente sesión. Muchas veces, nadie cruzaba esa puerta durante horas. La moqueta del suelo estaba roída por el tiempo y las luces a veces parpadeaban dando indicios de que pronto tendría que cambiarles las bombillas. Temía que llegase ese momento porque a sus sesenta años y con dolores en las rodillas y en la espalda sabía que subirse a unas escaleras no era buena idea, pero no había presupuesto para llamar a un electricista y las dos mujeres tenían pavor a las alturas. Una mujer se acercó al mostrador y pidió una botella de agua sin gas. Ambos se miraron y ella le sonrió. Una sonrisa simpática, nada forzada como solía estar acostumbrado a ver. Le tendió la botella y ella le dio las gracias. Para desconcierto de Mario, aquella mujer no entró en ninguna de las ocho salas que tenía el cine, sino que echó un vistazo a su alrededor mientras se iba lentamente hacia la puerta de salida, justo por donde acababa de entrar. Mario


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la siguió con la mirada, ensimismado con el movimiento de sus tacones sobre el suelo que fregaba a diario con desgana. Tendría alrededor de cincuenta años, media melena castaña que hacía juego con sus ojos. Pero lo que más le había gustado de ella habían sido las arrugas que se le habían formado al sonreírle. Mario llegó a su pequeño apartamento a las dos de la mañana. Les había dicho a sus dos compañeras que se fuesen antes, que ya terminaba él de recoger lo que faltaba. Muy en el fondo deseaba que volviese a entrar por la puerta aquella desconocida, pero, como era de esperar, tan solo entraron un par de clientes más y el siguiente en cruzar la puerta fue él al terminar su turno. Se duchó despacio mientras ponía orden a lo que le había sentido aquella noche. Se secó el cuerpo dolorido y cansado de tantos años de lucha y se tumbó en la cama, deseando por primera vez en los diez años que llevaba trabajando en aquel lugar, que llegase el día siguiente para volver a estar detrás del mostrador. Al día siguiente, cuando se estaba acercando la hora de entrar al trabajo, Mario se dirigió a su minúsculo baño y se intentó peinar los pocos cabellos que le quedaban. El peine estaba roto y del grifo apenas salía agua. Abrió uno de los dos cajones que tenía el mueble que había encima del lavabo y sacó su perfume favorito. Lo guardaba para ocasiones muy especiales y tenía tan pocos momentos que se podían llamar así que llevaba años sin usarlo. La última vez que se lo echó fue en el entierro de su hermano, cinco años atrás. Al olerlo le recordó a aquel día, a todos los abrazos de la familia y a su último beso de despedida antes de que lo incinerasen. Aquel perfume no podía traer nada bueno después de aquello, pero ya era tarde, su cuello y sus muñecas estaban impregnadas de esa fragancia. Muchas noches, cuando volvía del trabajo de madrugada y se sentía vacío porque nadie le esperaba en casa veía a los gatos callejeros cruzar las calles corriendo o refugiándose debajo de los coches y se daba cuenta de que él era como ellos. Estaban solos. Nadie les echaría en falta si les pasaba algo. Y lo que más le unía a aquellos animales es que ni aquellos gatos ni él sabían lo que era una caricia. Cuando llegó al cine, sus ojos pestañearon rápidamente y con fuerza, intentando limpiar aquel espejismo que se había colado en su retina: la misma mujer del día anterior estaba en la puerta. Ella le miró y se acercó a él. -Buenas tardes. Mario, ¿verdad? Él asintió, sin poder pronunciar ninguna palabra. ¿Cómo sabía su nombre?


~ 42 ~ -Parece que no le han informado… ¿no ha recibido el correo electrónico que le mandó su jefe, el antiguo propietario de este establecimiento? Mario jamás había abierto la bandeja de su correo electrónico. Ni siquiera tenía ordenador. -No. -Bien, pues me duele ser yo quien se lo diga, pero estos cines han cerrado para siempre. Mi nombre es Carmen y tu jefe me lo ha vendido. Montaré varias tiendas de ropa y una de cosmética. Si estás interesado, puedes darme tu currículum y veré y si estás capacitado para algún puesto. Quizás en almacén… La mujer seguía hablando, pero él ya no la escuchaba. Las ganas de volver a verla, de hablar con ella, de invitarla un día a pasear se esfumaron. - ¿Mario? Pero él ni siquiera le contestó. Su sonrisa ya no le parecía sincera, ya no le gustaba. Más bien la odiaba. A ella y a su taconeo. La odiaba por haberla deseado y por haberle quitado lo único que tenía en la vida. Todo en apenas unas horas. Mario echó a andar en dirección contraria a los cines, dejando por el camino el olor a su perfume favorito. Y, mientras llegaba a su casa, se encontró con dos gatos callejeros acariciándose en mitad de la acera.


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Adriana G.M Mail: adrigmartinez.1012@gmail.com Facebook: https://www.facebook.com/vanessas.cardona

Nació en Grecia, pero debido a su situación económica migraba muy rápido a diferentes lugares. De padre ausente y madre fallecida cuando tenía 5 años, la poeta aprendió a ser una con la lectura y la escritura. Desde muy joven mostró interés por las letras, interés que su tía alimentó. Actualmente está incursionando en el mundo de los relatos cortos.

Afuera llueve Me siento triste, afuera llueven recuerdos, rencores, dolores inciertos y me siento morir. Y me siento ligero, en el estómago una masa de emociones sin causa, y afuera llueve, llueve. En el pecho el dolor del abandono, la certeza de la tristeza venidera, pies descalzos, agrietados, caminando por la zarza del maltrato. Y afuera llueve, relampaguea. El corazón desbocado en el pecho,


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en la garganta un nudo ahogando las ganas de vivir, de ser feliz, y afuera llueven tristezas. Y nadie llega, y nadie juega. Todos viven en cuadros grises empañados en maletas de miserias, nadie sonríe en esta tierra porque solo las lágrimas se quedan. Y afuera llueve, y adentro es una tormenta.


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Moisés Robles Rodríguez Tlaxcala, México, 1984 Es licenciado en Filosofía, escritor y fotógrafo. Ha publicado poemas, ensayos y fotos en distintas revistas como Rio Grande Review, Circulo de Poesía, Digo.palabra, Búho Negro, Nocturnario, Revista La Otra, Tierra Culta México.

Ignoraré a mi corazón que late encabronado, a mis arterias y a mis venas, enmudecerá mi sangre. Aceptaré un oficio con sueldo y horas de miseria; el uniforme es lo de menos: le aprieto el nudo a mi cuello con una corbata; haré de la derrota mi testamento. Voy a olvidar lo que me importa, mi memoria será un fantasma. Me alejaré de Pessoa y de Vallejo, de Blake, de Poe, de Bolaño y de Panero.


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Saludaré a todos con cortesía, como si fuera uno de ellos hablaré con los estúpidos, los necios, los hombres. Buscaré una manera honesta de vivir: no odiaré ni defraudaré; seré perfecto ciudadano. Pero solo hoy. Mañana volverán Panero y Lautreamont, los malditos, los herejes; inventaré un sitio donde vivir, incendiaré el mundo con mi canto.


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Alejandra Albert Martín Facebook: https://www.facebook.com/variopinta.pint a

Nacida en Bilbao, España (1976), cursa estudios de Filología Inglesa (Universidad de Deusto). En 2001 trabaja como profesora en Londres, donde participa en talleres de danza, teatro físico y escritura creativa, ofrecidos por la Universidad de Westminster. En 2007 se muda a Bayona (Francia) y, mientras desarrolla su actividad docente, escribe y participa en obras de teatro tanto en salas como en la calle, con las compañías Théâtre des Chimères y Jour de fête. También realiza talleres de Clown, de movimiento auténtico y teatro terapéutico. Durante los últimos años ha escrito una novela infantil, El inolvidable viaje de Federiza, una colección de historias sobre «bichos», Les bestioles, que representó ella misma en el festival de teatro y música de Bayona Les Ethiopiques, un monólogo de clown para la obra Automatos politikos, representado también por ella misma en el café-teatro bayonés La Luna negra, y una obra de teatro, Entre deux rives, que tiene intención de montar con su compañía La transfronteriza. Recientemente ha coordinado el proyecto de relatos escritos por 23 autores de todo el mundo En cuentos con Rosa, Historias de dos personajes, que ha resultado en un libro de dos tomos, Carmín y Chocolate, y que cuenta con el apoyo y el prólogo de la escritora Rosa Montero. Los dos tomos han sido publicados por la editorial mexicana Literálika.

Marejada Soy un revoltijo de sal y arena y espuma y mierda. Doy vueltas, mi cuerpo da vueltas, viene y va, baja y sube. No sé dónde está el fondo y dónde la superficie. Trago agua, trago sal, que me quema por dentro, que me aja. Me dejo revolver y dar vueltas como un amasijo de carne. De carne con arena. Pronto habrá terminado. Pronto habré terminado. Ya no seré más que nada. Seré un cuerpo sacado del agua, un cuerpo mojado, por dentro y por


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fuera, azul quizás, un cuerpo salado. Nunca he visto un ahogado, dicen que es azul, ni lo veré, ni me veré ya: azul y muerta. Me sacarán del agua. O no. A lo mejor no me encuentran nunca y nunca aparezco, y entonces planeará la duda: ¿dónde fue? ¿Seguirá viva en algún lugar del planeta? ¿Adónde habrá ido con pasos flojos, de paloma descompuesta, con un ala arrastrando y la otra hueca? Siento mi cuerpo hincharse, llenarse de mar. El agua inunda mis pulmones, infla mis pulmones, se cuela por mis venas, mezclando las algas con la sangre, la sangre con la arena. Pronto no seré más que arena. Podredumbre para la tierra. Tierra para la tierra. Excepto, quizás, mis dientes. Acaso un niño encuentre un día uno de mis dientes en alguna orilla remota y haga con él un colgante, pensando que es algún hueso de pez que trae buena suerte. A lo mejor el niño regala el colgante a la madre, que lo lleva puesto noche y día, día y noche, porque se lo ha hecho su niño, con uno de mis dientes. Quizás así acabe siendo indispensable para alguna madre cansada, que desde que lleva el collar de su niño, ya no sufre migrañas.

Perplejidad reflejada En este lugar de polvo y pared desconchada, en este rincón de arañas que tejen y crecen, en este sitio de pelusas deshechas y rehechas, en esta esquina raquítica y esquelética que queda siempre aquí, sola y seca, en este reducto estrecho de entrañas que arañan la maraña revolcada, con esta media luz de bombilla pegajosa y de vejez revenida, con estos restos de papel despingajado, en este centro de extraño escalofrío, encuentra hoy el ser humano las pupilas del que le mira, perplejo, al otro lado del espejo.


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Gustavo Rivera Mail: gurivera@live.com.mx Facebook: https://fb.me/GRiveraMj

1977 Desde siempre ha tenido la mirada cargada de letras. Cuando terminó de leer su primer libro, El Libro de las Tierras Vírgenes de Rudyard Kipling, supo que su vida comenzaba en la A y terminaba con la Z. Entre estas dos letras ha ido escribiendo su vida, sus realidades paralelas, sus mundos alternos. Hubo una vez que pensó que viviría por siempre de los números y, después de un tiempo, se dio cuentas que era más interesante verse el largo de las pestañas que andarse contando los dedos de los pies, El corazón, ante tal atrevimiento, le ha quedado enormemente agradecido.

Freud y Artaud Atragantada escupo entre dientes un suspiro de vida existente en un cuerpo enfermo y putrefacto no más que el de cualquiera de ustedes sanos, comuníquense con Artaud pregúntenle a él qué piensa de los siquiatras de toda la mierda enfrascada en tomos de Sigmund Freud. La psicóloga me mira y me pregunta por qué quiero ser normal. Le respondo normal como tú que te tiñes el pelo y usas aretes que te planchas el pelo todos los días, normal como tú, que te aguantas para no reírte de mí tú, normal.


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Tú también puedes teñirte el pelo, y plancharlo, y usar aretes me responde. No quiero ser normal como tú levantando, apenas, el tono de mi voz. Quiero no tener que pensar cuántas maneras existen para morir. Quiero no tener que pensar en no morir como no pienso en pestañear o en que lata mi corazón. No pensar en morir es mi trabajo pero tú no puedes comprenderlo aunque lo intentes. Escribe, me dice. Vuelve a pintar. Pero escribe en tercera persona. Le digo que no que yo escribo en primera del singular porque-me-pasa-a-mí y cuando tú lo lees tú-sientes-que-eres-un-poco-yo y eso me salva de cierta forma. Dejamos por hoy se nos terminó el tiempo nos vemos la próxima. Freud me sigue mirando atrapado en esa caricatura, en ese cuadro apoyado en la pequeña biblioteca, casi sin libros. Me da vértigo el aliento de la vida.


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Mirtha Del Valle Córdoba Mail: mirthacordoba53@gmail.com

Nació en 1953 y reside en su ciudad San Fernando del Valle de Catamarca (Argentina). Después de jubilada de su profesión docente se abocó enteramente a las Letras. Suele participar activamente en encuentros de escritores en su provincia y en diversos puntos del país. Participó en certámenes literarios obteniendo 1º, 2º, 3º premios y menciones especiales. Integra una treintena de Antologías compartidas., entre ellas: andalgalá pucará de las letras (Catamarca), antologías del c.e.n (Córdoba), cien poetas por la paz (Córdoba 2018/19/20), el arte de crear, amor y paz (Rosario, Santa Fe 2018/19), voces en cuarentena (Tucumán 2020), etc. Publicó catálogos de catamarqueñismos (Habla Popular Siglos XX, XXI. 2010), y enhebrando la vida (2018).

Pájaro libre -Aquí estarás… en la 117… Por ahora solo. Seguro ya llegará algún compañero. Con las últimas palabras cerró la reja, enrolló una gruesa cadena y enganchó un macizo candado. Vio la espalda del carcelero caminando por los perplejos corredores. Se quedó ahí, aferrado a los barrotes, con su alma hecha trizas –como el vidrio de la ventana de su vecino cuando había pateado la pelota con sus ingenuos cinco años- y al igual que la desazón de aquel día, sintió un llanto líquido y tibio hormigueando, descendiendo por sus pantalones y formando una lagunilla de incontinencia alrededor de sus zapatillas. Con los días, (¿o meses o años?) se resignó a ese lugar sombrío, sórdido, frío y desgarrante. Aunque ya nada podía desgarrarlo, ni las garras del felino más furioso. Todos los días iguales: sombras sin soles, ruido y vocerío sin un tono tibio. Se acostumbró. Hasta se diría que cada vez que regresaba– luego de las comidas y recreos—disfrutaba de esa rutina del chirriar de cadenas y barrotes. Él entraba, se plantaba junto a la puerta de su celda, miraba concentradamente cada movimiento del carcelero, quien le devolvía una guiñada y un saludo del otro lado de la reja mientras se retiraba. Allí se quedaba silencioso, a veces con un embrollo de monosílabos inentendibles y con un despliegue de movimientos, manos que iban desde la frente a su plexo, a uno y otro hombro, persignándose y en genuflexiones reiteradas. Después de


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prolongada crucifixión gestual, el cansancio de la oscuridad nocturnal lo derrumbaba sobre la fría rigidez de su lecho. Nuevo presidiario llegó a la 117. Inmutabilidad. Él siguió inalterable con ritmo autómata y sus soliloquios internos. Indiferencia total. Un día su nuevo compañero le confió un proyecto de fuga urdido con otros internos, y lo invitó a plegarse. Por más que describiera y asegurara el éxito de la escapada no logró arrancarle una sola palabra de aprobación. En efecto, el plan se llevó a cabo… pero con resultados funestos. Su compañero quedó enganchado entre las púas guillotinantes del alambrado perimetral, desangrándose...como un pájaro herido, clavado su pecho entre las espinas del cardonal. ***

Cuando menos se esperaba se cortó el eslabón de esta cruel cadena: el final de su condena. Por su buena conducta el Director le había conseguido una colocación laboral. Él representaba un buen número en la estadística carcelaria, el éxito jactancioso de su gestión en ese Penal ―la reinserción en la sociedad era una realidad posible‖ Allá se fue, a su nuevo destino. Tantos años de encierro y soledad habían quebrado su alma, su mente, su corazón su habla y su cuerpo todo. Su nueva jefa, avara insensible, trató de suavizar su acritud para darle la bienvenida a esa vivienda tosca y sin ninguna comodidad: ―Siéntase como en su casa‖ (¡Qué ironía, si él nunca tuvo casa…nada!),‖Usted será el cuidador, ninguna otra tarea, nada más que vigilar. No pierda de vista la reja del frente, póngale llave, asegure bien el pestillo y cruce dos vueltas la cadena. Nada más que eso. Siéntase tranquilo, aquí vivirá solo, ya está libre como un pájaro.‖ A tanto derroche de recomendación monologuista él sólo respondió con un asentimiento de cabeza ante su jefa que se retiraba. Sí…ella estaba en lo cierto. Aquí estaba libre. Miró el cielo y hasta le pareció que su leve cuerpo se elevaba, remontaba el aire, feliz, como su barrilete de la infancia, subía…subía. Le resultó fácil la tarea, ya la había internalizado hacía mucho, en el propio penal. El chirriar ferroso formaba parte de su ser y recorría por toda su médula. Cerrar la reja, cruzar pasadores, envolver cadena era su única razón de existencia; a lo que sumaba su ritual espiritual de persignaciones, cruces y genuflexiones. Completaba su rutina con una estoica vigilancia plantado al lado de la reja hasta que la oscuridad trasnochada lo cogía por los hombros y lo arrojaba al interior de la casucha.


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Una de esas noches, el sonambulismo delirante le arrebató la calma silenciosa y le sacudió la conciencia. Se vio otra vez en su antiguo encierro. Salió al jardín delantero, gritando como nunca, desbordado su hermetismo, correteando como un perseguido. Trepó una y otra vez los barrotes de la rejacomo los escaladores del palo enjabonado en los circos que venían a su pueblo-. ―¡VAMOS COMPAÑERO!‖ retumbó su voz enronquecida en la oscuridad del barrio dormido y con su mente trastornada…‖ ¡EL PLAN ES UN ÉXITO!‖, gritaba exultante y jadeante, aunque sus brazos y piernas endebles, ya sin fuerzas, cedieron. Allí quedó, en la cúspide, entre las filosas puntas de diamante que coronan la verja, ensartado y coloreando su pecho yacente de pájaro libre.


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Antonella Corallo Instagram: @mil_rosass Facebook: Anto Nella. Blog: antocorallo.wordpress.com

Nació en Ciudad Autónoma de Buenos Aires, en 2003. Fue seleccionada en el concurso de Visiones 2020 de la Asociación Española de Fantasía, Ciencia Ficción y Terror, con su cuento «Papas», obtuvo una mención especial y fue finalista del concurso de ―APAIB 2020‖, con su cuento Hawai vs Laferrere, fue seleccionada para la antología del concurso XII Premio José Carlos Capparelli 2020 con su relato: ―Rociedad‖, fue finalista del concurso Cuento digital Itaú, y seleccionada por Ashoka con su cuento: ―plumas entre los dedos‖. Tiene terminadas seis novelas.

Raros Me dijeron que era rara por no tener uno, me importó tanto que al volver a casa comencé a buscarlos debajo de la cama, entre las repisas y entre los libros, pero no lo encontraba. Iba a continuar siéndolo por un largo tiempo. Subí las escaleras y me miré al espejo, ¿será que soy rara solo de lejos? Me distancié unos metros y seguí viendo mi reflejo. Sí, rara hasta de lejos — pensé—. Decepcionada fui al baño, miré el techo, me distraje con el orden tan asfixiante de los azulejos. No podía creerlo. No llamé a la ambulancia. Tampoco me corté el pelo. Lo dejé mojado, por mí o por vos. Y si saliste de mí quiere decir que sos mío, ¿no? No quiero adjudicarte un nombre ni un apellido. Pero me caíste bien. Escapaste del inodoro, me clavaste los ojos. Te comenté de una situación difícil, vos solo sonreíste. Al poco tiempo me pedías de comer, querías que te acariciara, ¡querías que te tejiera una bufanda! Yo comía para hacerte crecer, yo bebía para quitarte la sed. Me acompañabas al médico, me quitabas los auriculares, prestaba atención a cosas que, según mi entender eran irrelevantes. Ya no


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perdía mi tiempo en fabricar más como vos. Más lágrimas, más gargantas, más dedicación, porque entendí, esa noche que te fugaste del inodoro, que en realidad eras un desastre, un caos bonito. No iba a regalarte, porque ya eras mío, pero… me enfocaría en no crear más súbditos. Esclavos. A lo sumo te inventaría un club, para que socializaras con otros de tu especie. En el gimnasio debe estar lleno de cosas así. Las chicas tienen cientos. Nunca me los mostraron, pero escuchaba los sonidos desde afuera del baño. Parecían engendrarlos con una habilidad masoquista y dañina, entraban angustiadas y salían rejuvenecidas. Pero por dentro les ardían las amígdalas. No les iba a durar. Sin embargo seguían elaborando más. Yo te presté atención porque me dijeron que debía tener muchos como vos. Yo te sentí. Sentí tu dolor, y por eso multiplicarte no está en mi lista de deseos. Entendes, ¿no? No tengo nada en tu contra. Te quiero. Como porque te quiero, mantengo el alimento en mi estómago porque te quiero, duermo porque te quiero. También dejé de mirarme al espejo. Es normal, claro que es normal —pienso—. Camino por la calle, te señalo a las personas que engendran a seres cómo vos. Y te explico: —Ahora trabajan el doble para educarlos, para darles de comer y para olvidarse de sus verdaderas problemáticas engendran a seis. Vos no decís nada. Miras el reloj. Me das la indicación. Entro al bar. Como. Te achicas. Como, te achicas. No sé por qué. Siento que te vas. Pero si yo estoy haciendo las cosas bien, ya no enloquezco, ya no me encierro, quiero que te quedes. Te tomé demasiado afecto. ¡Ay! ¡Vomito coqueto! Las chicas coherentes te pondrían correas, las chicas perfectas te exhibirían, trauma andante, apariencias disimulando males, ¡problema mental que nos invade! Las chicas irían desfilando con un vomito como vos, te llevarían enorgullecidas en la boca y yo… yo no quiero engendrar a más. Con el tuyo es suficiente. Porque me di cuenta, a todo esto, que no solucioné nada. Que solo me distrajiste de mis verdaderos traumas. Y con esto no me refiero a las necesidades naturales… Me refiero a que las mujeres bellas, pueden llevarte. Mantenerte gigante. Como una bola de hámster, soy distinta, ¡no me sale! Vas desapareciendo, vomito lindo. Vomito rico. Ya no tengo el pelo sucio. Me lavé las manos. La boca sabe a prado. Y tu gusto se extraña a mitad de la noche. Tu gusto me empalaga. Necesito atragantarme… más o menos, pierdo la costumbre, me levanto por la mañana, como. Y no tengo necesidad de preguntarte si es correcto. Como y leo el diario. Cuento los vómitos. Cuento a las pibas que modelan. Cuento las notas, los frascos, los colores pasteles, ¡los


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colores blancos! Los antídotos, las dietas que prometen adelgazarte en un segundo. Cuento la cantidad de hijos, cuento las cremas antiestrías, y pienso… ¡cuántos vómitos fueron contratados por las publicidades de cosméticos! Como. No voy al baño, como y trago. Salgo de casa y ya no estás a mi lado. Te recuerdo. ¿Estarás en un gimnasio, estarás en una boda, estarás en una fiesta de egresados, o estarás en una sala de partos? Cada quien guarda en lo más profundo de su corazón un vómito no expulsado. Todos se la dan de perfectos y clasifican al resto como ―raros‖.


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Silvia Cuevas-Morales Blog personal: https://silviacuevasmorales.blogspot.com/ Facebook: https://www.facebook.com/silvia.cuevasmoral es.7

Escritora y traductora literaria (Chile). En 1975 se exilió en Australia y a finales de los 90’s se radicó en Madrid. Autora de los poemarios: Purple Temptations (1994); Al filo de la memoria / At memory’s edge (2001); Canto a Némesis: poemas de una extranjera (2003); Rodaré maldiciendo (2008); Poliamora (2010); Desarrelament y altres poemes / Desarraigo y otros poemas (2012); Pienso, luego estorbo... / Je pense, donc je gȇne... (2014) y Apátrida: Diario de un destierro / Stateless: Diary of an Exile (2017). En narrativa ha publicado Nanas lésbicas: para conciliar el sueño (2013) y El tren del miedo y otros relatos (2015). Autora de: Diccionario universal bio-bibliográfico de autoras que escriben en castellano. Siglo XX (2003), Vínculos Teatrales (2003) y Diccionario de centenarias Ilustres: 100 mujeres que cambiaron la historia (2011).

Invisibilidad Sobrevivo entre fantasmas. Algunos acechan en silencio, otros van dejando gemidos mientras se cuelan por las rendijas de la inquina. Sueltan parrafadas y luego desaparecen, dejando una estela vana de humo. Algunos poseen una corte que jalea su verbo siniestro, otros son lobos solitarios aunque se ocultan en la manada.


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Los hay que no saben lo que quieren y buscan amor por los rincones. Por un mísero aplauso no dudan en clavar el cuchillo en la espalda de quien -en alguno momento – llamaron hermana o hermano. Vivo entre fantasmas que entran y salen sin ser vistos, pero por las noches, cuando el silencio lo inunda todo, escucho sus maleficios y el sordo sonido de sus cadenas. Sobrevivo entre fantasmas, cuyo aliento a veces me roza. Los siento desplazarse, abrir las puertas, pero cuando miro solo el vacío me enseña su putrefacta lengua. Vivo entre fantasmas, o tal vez me equivoque Y soy yo la que ya no camina erecta entre los vivos.


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Tadeo de Leon Facebook: Tadeo de León

Nacido en Monterrey, Nuevo León, México. Tadeo de Leon inicia su carrera artística practicando en el grupo de teatro de la Preparatoria 15 Unidad Florida, de la UANL. Después concluye el Diplomado en Arte Dramático en la Escuela de Teatro de la Facultad de Filosofía y Letras de la UANL, donde participó en diversos proyectos artísticos escolares y externos. Egresado de la Licenciatura en arte teatral por la Facultad de Artes Escénicas, de la UANL. Como estudiante participó en obras de teatro de autores como Samuel Beckett, Peter Weiss, Oscar Liera, Jorge Ibargüengoitia, Humberto Robles, Hugo Salcedo, Coral Aguirre, entre otros. Como director quedó seleccionado con la obra Para satisfacción de los que han disparado con salvas de Alberto Villarreal, dentro del programa Del Aula al Teatro, de la Facultad de Artes Escénicas, de la UANL. Para recordar la tradición del día de muertos, dirigió Memento Mori basado en ―Las danzas generales de la muerte‖.

Medicina para la soledad Cierro los ojos e inhalo. La realidad se desvanece y aparece la utopía de un mundo inexistente, pero vivo en mi espíritu. Mi cuerpo vacío se rellena poco a poco con el aire que entra. Un aire de un color desconocido que incita a la soledad a salir de mis entrañas y descubrir la compañía. El aire entra y sana los rasguños provocados por las autoflagelaciones de la soledad, que tan cómodamente habita en mí. El aire venda mis heridas con fotografías que son enviadas en cuestión de segundos a la imaginación, la parte favorita de cuerpo. Estás imágenes son las que sacian mi sed de compañía y comprensión. Con el aire se ha ido la soledad y me ha dejado una extraña sensación de calma. Abro los ojos y mi consciente me traiciona. La calma se desvanece poco a poco mientras dirijo la mirada a mi alrededor, cayendo en cuenta que la realidad que se había desvanecido está tomando forma de nuevo para dejarse caer sobre mí. Tan pesada como la cruz de cristo. Un día más hablando con quien jamás me traicionaría, mi amiga fiel e inseparable. Un día más hablando conmigo misma, la que habita en la imaginación, un colorido lugar de olores placenteros y fotografías imposibles.


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No tiene nada de extraño que uno hable consigo mismo. Creo que es un habito que se va formando en aquellas personas que por sus diferentes ideas no empatan con la sociedad actual de la época. Me siento única porque nadie piensa como yo. - ¡Buenas tardes señorita! - Hola, mamá. Perdón, no estaba consciente que había llegado. Estaba tan sumida en mis pensamientos que no noté el momento en el cual entré a mi casa. Cada día me sorprende el subconsciente, que reproduce mis acciones rutinarias de manera automática como si fuera un robot. Hacía un calor tremendo y había venido caminando de la escuela hacia la casa, así que estaba tomando un vaso de agua cuando mi mamá me trajo de vuelta a la realidad. Aún tenía la mochila colgada de un brazo así que la dejo en el sillón, saco una novela que solicité por la mañana en la biblioteca y me dirijo hacia las escaleras. Había saciado mi sed orgánica, ahora era momento de saciar mi sed espiritual y ver a qué lugar me llevaría la siguiente estación del tren de la lectura. - ¿Otro libro? Estoy a nada de abrir un bazar con todo tu librerio que tienes por toda la casa. - Lo pedí prestado en la biblioteca. Lo devuelvo en unos días. Y subo las escaleras. No tenía ganas de discutir lo mismo. Prefería estar en mi habitación con la compañía de las muchas personas que cobrarían vida en cuanto empezara a leer. Y sí, es cierto, mi casa está llena de libros que yo misma he llevado y que a nadie más seducen. Tenía tantas ganas de sacar las palabras acumuladas en mi interior, como si la última frase dicha por mi mamá provocara el derrame de un vaso lleno de ofensas hacia mi persona. Pero los reproches no pudieron salir a pasear está vez, porque sabían que si salían entraría la culpa y los dejaría afuera de mi cuerpo para siempre. Ella siempre en su mundo de manicura y pedicura. Justo en ese momento se estaba poniendo barniz en las uñas de los pies. Desde que mi papa nos abandonó, ella insistía en que una mujer no es bella sin maquillaje y que si yo no me maquillaba jamás conocería el matrimonio. ¡Cómo si esas cosas me interesaran! O bueno, a menos que sea un escritor que pueda pintar con palabras, imágenes de un mundo distinto al que vivo. Fue todo lo que converse con mi mamá esa noche. En la cena preferí no hablar para no darle más disgustos con mis opiniones. Nuestras conversaciones cada vez son más cortas. Pareciera que las palabras estuvieran guardadas en un recipiente de uso continuo y estuvieran a nada de terminarse. Por la madrugada me quede mirando al techo por un largo rato. Pensando en… no sé. Ni siquiera recuerdo en qué pensaba.


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Al día siguiente vuelvo a la escuela. Hago mis ejercicios de respiración antes de cruzar el portón que me lleva al patio de la institución. Imagino que es la entrada de una cueva oscura que esta repleta de insectos extraños que me atacaran en cualquier momento por no ser como ellos… no, borremos eso. Es un lugar muy horrible para querer estar ahí. Mejor… la entrada al mismísimo Edén. Pero claro, suena el timbre de entrada y mi ilusión se desdibuja. Entro al aula en donde me toca tomar la primera clase del día. Antes de acomodarme en un lugar veo a mis amigos, pero que realmente no lo son, pues un amigo está contigo en los buenos o malos momentos y estás personas solo me acompañan durante las clases o almuerzos. Jamás me han invitado a cenar o a ir al cine, para ellos todo son fiestas con exceso de alcohol y una que otra droga. En cambio, yo no tengo ningún vicio, por lo tanto, me excluyen de la mayoría de sus salidas. Me di cuenta de sus miradas hacia mí y susurraban cosas, que si no me equivoco serian acerca de mí. Uno de los chicos se acerca. - Hola – me dice de una manera muy educada – hoy es el cumpleaños de Leo, el chico que… - Si, se quién es Leo. – espero haber sonado de buena manera. - Por la noche tendremos una ―celebración‖, ya sabes, lo normal. Lo de siempre. - Muchas gracias, pero tengo tarea pendiente para entregar el próximo lunes. - Está bien, de todas maneras, si cambias de opinión ahí te esperamos. Solo asentí. Definitivamente no iría. La única vez que fui con ellos a una ―celebración‖, se terminaron burlando de mí. Ese día fui en jeans, mientras que casi todas las chicas llevaron lo menos posible de ropa. Yo estaba con una de las chicas que me acompañan en el almuerzo hasta que se levantó y se fue con un chico tatuado al segundo piso de la casa. No hace falta saber que hicieron, creo que las intenciones de estar a solas dicen mucho de qué hablar. Unas chicas se acercaron y una de ellas me quemó por accidente con su cigarro, al mover rápido el brazo por lo caliente del cigarro, me vacié el refresco encima. Y comenzaron a gritar ―mucha ropa, mucha ropa‖, porque estaba quitándome el chaquetin que había mojado. A mí me ofendió esto, así que no les dirigí la palabra por el resto del ciclo escolar. Al salir de la escuela, llegue directo a mi cama y me tumbe en ella bocarriba, miraba el techo. Deje volar mi pensamiento. Solo escucho los ruidos del exterior, entre ellos aves, vecinos que van llegando a su casa, música en algún lado y supongo que de ahí me llega el olor de una carne asada. Y escucho risas, muchas risas, que dan como resultado la imagen de gente que es feliz y me pregunto si yo soy feliz. Solo en mis pensamientos soy


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feliz, en el mundo que me invento cada vez que estoy sola, es decir, la mayoría del tiempo. Imagino realidades que no son ciertas y en ocasiones he llegado a pensar que mis recuerdos tal vez hayan sido ilusiones mías. Y que no soy nadie y que soy nada. Por primera vez, me empiezo a sentir completamente sola. Recuerdo navidad con mi papá y son los únicos recuerdos que me hacen sentir de nuevo la felicidad. Las idas a la plaza, al super o solo cuando lo veía cruzar la entrada de la casa y que venía de un día de arduo trabajo. La soledad es más que un vacío. Debería considerarse una enfermedad terminal. Es como si estuvieras muerto en vida y vieras como está se desarrolla frente a tus ojos, como si no estuvieras y, sin embargo, estás. Debería de haber una cura para esto, alguna medicina que se venda en la farmacia. Quizá capsulas de compañía o jarabe para llenar el vacío interior. Si es así, me tomaría más de una dosis está vez. Las lágrimas corren por mi mejilla. Hace mucho que no lloraba. Desde aquel día en que mis padres discutieron y lo vi salir de la casa con unas mochilas llenas de las primeras cosas que pudo tomar. Olvido la fotografía que nos habíamos tomado una vez en la feria, solo yo y él. Con un marco hecho por mis manos para el regalo del día del padre. Él amaba esa fotografía al igual que yo y la olvido. Jamás paso a recogerla. Una semana después mi mamá quemo el resto de sus cosas en el patio de la casa y la fotografía la pude esconder debajo del colchón de mi cama, donde aún sigue. Las lágrimas no dejaban de rodar por mis mejillas mientras recordaba. Los padres no se dan cuenta del daño que nos causan con sus discusiones, nos hacen a un lado. Piensan primero en salvarse a sí mismos. Cierro los ojos un segundo y viene a mi memoria la imagen de una gran plaza llena de árboles altos y el trinar de los pájaros. Los abrí de inmediato. No podía perderme de nuevo en un vuelo que entre más alto llega, más dolerá la caída. Aunque era el único lugar donde era feliz. Cuando cerraba los ojos, cuando duermo, cuando sueño. Como lo decía Hamlet: ¿dormir o soñar? Soñar... de pronto recuerdo que sí existe una medicina para la soledad, al menos para mí. Una que me llevara a vivir como yo quiero y de la manera en que me gusta hacerlo. En mis sueños. En el cuarto de mamá, sobre el buró, esta un frasquito de pastillas para dormir. Tal vez no me darán compañía o llenarían mi vacío, pero podre soñar por un buen tiempo. Me dirigí y tomé el frasco. Comencé con una y perdí la cuenta después de cinco. Me recosté de nuevo en la cama y cerré los ojos. Era extraño, pero me sentía completa y feliz. Por fin lo había logrado. Estaba lista para empezar la última, la única y la mejor aventura de toda mi vida. Inhale, exhale y eche a volar mi imaginación.


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Santiago Garcés Moncada Facebook: https://www.facebook.com/santiago.garcesmoncada.9 4/

Nació en Itagüí, Colombia el 3 de junio de 1999. Ganó el 2º puesto en el concurso ―Historias para volar la imaginación‖ de la I.E Consejo Municipal De Itagüí con su poema ―Palabras que sangran‖ (2016), fue ganador del 1º puesto en el ―Primer premio municipal de poesía y cuento corto de Itagüí‖ con su cuento ―Fruto prohibido‖ (2018) y es co-autor del libro con las obras ganadoras de este, participó del Festival internacional de poesía de Medellín (2018 y 2019), es co-autor del libro ―Deshielos de tinta‖ (2019), se publicó una selección de sus poemas llamada ―Ideas de humo‖ en la 9° edición de la revista ―Lo innombrable‖ (2019), su cuento ―Casa robada‖ fue publicado en el libro con los mejores cien cuentos del concurso ―Medellín en 100 palabras‖ (2019), fue ganador del 1º puesto en el ―Tercer premio municipal de poesía y cuento corto de Itagüí‖ con su cuento ―Reflejos‖ (2020), fue ganador del concurso ―Un cuento de navidad en pandemia‖ con su cuento ―Novena de navidad para mi abuelo‖ (2020). Abriéndose fronteras fue seleccionado para publicar sus cuentos y poemas en diferentes periódicos y revistas de Colombia, Costa Rica y México (2021). Actualmente estudia ingeniería electrónica en la Universidad de Antioquia, es miembro del taller de creación literaria Letra-Tinta y es cronista en la revista Bohemia.

Flor de cerezo Supe por mi abuela que el cerezo de mi pueblo fue el primero en todo el mundo. Allá en medio de la plaza, en lo que antes era un bosque, un árbol seco dormía sobre una colina baldía. Era ese lugar mortuorio y vacío un sitio prohibido para las mariposas, que eran símbolos de vida en todo el campo. Aquel árbol negro y sin hojas había estado abandonado desde no se sabe cuándo, pues se decía que ninguna mariposa regresaba con vida tras posarse en sus ramas podridas.


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Un día, sobre una hoja de hierbabuena, una crisálida en forma de semilla se reventó para dar lugar al nacimiento de una hermosa mariposa. Sus alas se dibujaban en la sutil transparencia de su capullo, de un rojo fuerte y brillante, pero en su intento de libertad rompió una de sus alas y en gotas de sangre se fue destiñendo su brillo, dejando sus alas de un leve rosa. Las demás mariposas al ver lo que sucedía la sacaron desmayada del capullo, y con la savia de aquella hoja que le hacía de guarida, le trataron sus heridas. Al preguntarse unas a otras por aquella mariposa, se empezó una discusión sobre su especie, pero nadie supo acertar su nombre, solo la más sabia de las mariposas después de mirarla un buen tiempo dijo: -Sé que es una mariposa de la antigua Alemania, creo que su especie es Kirsche, pero según sé, se había extinguido…-. La envidia golpeó el ego de muchas de las presentes que se creían únicas y que ahora se veían tan simples a su lado. Se levantó confundida y sola, lo exótico de sus orígenes y la mala fortuna de su nacimiento habían alejado a las demás de su vuelo, dejándola sola por largo tiempo en su corta vida, que efímera huía con el alba. Desde lo alto de una rama miró hacía la colina, vio al árbol tan solo y silencioso como había estado ella siempre, exiliada a sí misma desde el comienzo de su vida desteñida como el firmamento en leves goteos de sangre. Lo miró detenidamente y por fin se sintió igual a alguien, se dirigió hacia él, pero en medio de su vuelo se abalanzaron sobre ella las mariposas del campo para detener su viaje hacia aquel fatal destino. -No vayas a ese sitio o has de encontrar la muerte antes de tiempo, pequeña-, le dijeron en un regaño. -Ese es un árbol maldito donde la gran mariposa negra se posó una vez, arrebatándole la vida a toda la colina, y desde entonces toda mariposa que se acerque al árbol se marchitará igual que una flor delicada en el desierto-. La pequeña no sabía qué creer, si ella estaba sola y se consideraba buena, aquel árbol solitario también tendría que serlo. ―¿Alguien ha tratado de entenderlo, de defenderlo de la soledad?‖, no lo creía. Pasó la mitad de su vida pensando en esto, un atardecer con nubes en forma de copas frondosas dibujaba un follaje rosa que cubrió al árbol de color por un instante, antes de dejarlo perdido entre tinieblas. En la oscura madrugada el viento abrió sus alas y la elevó como una hoja entre la brisa nocturna, el árbol anochecido crujía con cada soplo, y un gemido de ramas secas al quebrarse tallaban la melancolía en cada fibra de su tronco. Las otras mariposas descansaban en las ramas de un caracolí, la pequeña Kirsche volaba bajo el brillo de la luna dejando ver en sus alas una cicatriz casi diáfana, avanzó hasta la luna que se aferraba al cielo sobre la colina para hacerle compañía a un viejo amigo de madera, ella aleteó y posó


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su delicado andar sobre la rama más alta, donde se hallaba un brote seco que casi desprendía el viento. El árbol habló sorprendido al descubrirla, su boca rota hacía brotar desde adentro una voz oxidada, con tono apacible de moribundo sabio. -¿Qué te trae hasta mis ramas esta noche, pequeña mariposa?-, dijo conmovido y ella respondió en condición parecida: -Sé que moriré pronto como otras que he visto irse, han pasado los días y cada vez me siento más débil, mi vida entera ha sido de soledad en el exilio de no ser como el resto. Tú, que vives el mismo exilio, sabrás mejor que yo cuánto vale tener un amigo antes de morir-. El árbol quiso llorar con aquellas palabras, pero solo el polvo de su sedimento se levantó entre los claros rayos de la luna. Se hicieron compañía toda la madrugada, contaron sus historias y en un abrazo de mínimos contactos fueron dos piezas diferentes que encajaban sin igual. -Una mariposa te quitó la vida… Quisiera ser yo quien te la devolviera-, dijo la mariposa agonizante y triste, el árbol se sintió feliz de sentirse amado una vez más y quiso perecer con ella, pero ella se le adelantó sin despedirse. La mariposa murió sobre aquel brote seco y el último rayo de la luna como una lágrima los envolvió, creando un manto de seda transparente que cubrió a mariposa y semilla en una crisálida de luz. Aquel destello parecía una estrella encendida, cuando las otras mariposas despertaron vieron en aquel brillo la forma de la gran mariposa blanca y fueron velozmente hacia la luz. Al llegar a la rama vieron a la pequeña mariposa abrazada a una semilla dentro del lecho, el amanecer no dio espera y como un cristal contra el suelo se rompió la crisálida al primer rayo de sol, haciendo brotar una flor rosada con forma de mariposa, liberando un aroma dulce que llenó todo de vida. De oruga a mariposa, de mariposa a flor… El milagro de la vida regresaba a aquel árbol, germinando cada semilla hasta tener todas las ramas llenas de hojas verdes y flores, que pareciese que volaran cuando sin querer las arrancaba una ventisca, y desde entonces en medio de la colina suelta flores el cerezo como mariposas que revolotean en el viento.


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Marilina Hernández Instagram: m__a__y__h -MarilinaFacebook: Mari Lina

Nació en Junín, provincia de Buenos Aires. Desde su infancia encontró en la palabra escrita un refugio, un arma y una forma de estar en el mundo. Empezó ensayar su escritura como catarsis entrando en la adolescencia, sin saber que ese sería un camino ida. El paso del tiempo y su vida en la ciudad de las diagonales le fueron marcando un estilo propio: irónico, lapidario y conciso. En 2019, publicó su primer poemario: ―Entropía‖ (Halley Ediciones). Regida por la obstinación, lenta pero constante de toda taurina; insiste y resiste -siempre- desde la poesía. De márgenes y cornisas *Parte I: formas de huir

Madrugada Huyo de la rutina. Elijo las ojeras y el desvelo, si a cambio me queda ese tiempo en que la música desborda los espacios.

Caos Lo otro, lo extranjero, lo ajeno. La diferencia hecha peligro.

*Parte II: formas de habitarme


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Desmalezar Escribo para desmalezarme, para sacar de mí todo lo que (no) soy. Taciturna Siempre en mí Intima, distante, profunda. El silencio me colma y hace noche en cualquier momento del día.

*Parte III: formas de permanecer Vértigo Hacer equilibrio en el borde. Bailar entre ese lugar a donde no perezco y el abismo. * Habitar los márgenes como exilio o elección. La otra orilla, ya no está desierta.


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Julio César Aguilar Ciudad Guzmán, Jalisco, México, 1970. Poeta, ensayista y traductor de inglés. Cursó la carrera de Medicina en la Universidad de Guadalajara; posteriormente realizó una maestría en Artes en Español en la Universidad de Texas en San Antonio y un doctorado en Estudios Hispánicos en la Universidad de Texas A&M, de la cual obtuvo una beca postdoctoral. Actualmente es profesor en Baylor University. Su obra se ha traducido a varios idiomas y ha sido publicada en diversos países, tales como Irán, España, Estados Unidos y Perú. En 2017 recibió la Presea al Mérito Ciudadano por el Gobierno de Zapotlán el Grande. Es autor de las siguientes colecciones de poesía: Rescoldos, 1995; Brevesencias, 1996; Nostalgia de no ser mar, 1997; Mano abierta, 1998; El desierto del mundo, 1998; El patio de la bugambilia, 1998; Orilla de la madrugada, 1999; Illuminated Mysteries/Misterios iluminados, 2001; La consigna y el milagro, 2003; Una vez un hombre, 2004, 2007; La consigna y el milagro/The Summons and the Miracle, 2005; Transparencia de lo invisible/Transparency of the Invisible, 2006; El yo inmerso, 2007; Barcelona y otros lamentos, 2008; Alucinacimiento, 2009; La consigna y el milagro/La convocazione e il miracolo, 2010; La consigna y el milagro, edición bilingüe español-árabe, 2011, y español-polaco, 2013; Aleteo entre los trinos, 2014; Perfil de niebla, 2016; Don del fulgor, 2018; Destellos de Zapotlán y otras penumbras, 2019, y Alborozo, 2020. Traducciones suyas son Con ansia enamorada, de Irving Layton, 2004; Camino del ser. Antología: 24 poetas anglosajones, 2006; Pintando círculos, de Luciano Iacobelli, 2011; La costurera y el muñeco viviente, de Beatriz Hausner, 2012, y Pascal va a las carreras, de Janet McCann, 2015. En 2017 publicó el libro de entrevista Reconstrucción de Ángel Escobar en la voz de Marina Cultelli.

Día del juicio La esperanza es fruto que ha de comer mañana el hombre, escribes pero qué me dices de ti, de tu hambre


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insatisfecha, de tu maldita miseria humana. Crees vivir y en realidad no te consta. Te engañas. Gozas imaginando un cielo enorme aunque te quemen y resuciten las angustias del infierno. De tu infierno. Tú no sabes vivir ni morir. Te conformas con habitar los recintos de tu abnegadísimo mundo donde sólo monologan voces fantasmales. Allí permanecerás hasta el día del juicio, hasta cuando verdaderamente te mires cara a cara, Julio.

Conjuro al falso yo A todas partes llegas cuando yo llego y si decido irme tras de mí te vas ¿Quién eres? ¿Qué te crees? Saludas con mi sombrero hablas por mí sonríes callas lloras cuando yo no quiero ¡Hipócrita! ¡Bastardo! ¡Sombra de mi sombra aléjate de mí!


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Alejandra Montoya Nació en Valparaíso, es Profesora de Castellano, Licenciada en Educación, gestora cultural, Magíster en Literatura Chilena e Hispanoamericana. Ha sido incluida en diversas antologías poéticas. Es compiladora del libro ―Palabras Migrantes. Escrituras de la experiencia haitiana de la diáspora en Valparaíso, Volumen I y II‖, de Ediciones Libro del Cardo, 2019. Actualmente, se desempeña como Profesora de Lenguaje y Literatura de inmigrantes haitianos y estudiantes internos del Complejo Penitenciario de Valparaíso. Chimba Atravesamos el otro extremo caminando sobre el margen de un mapa fragmentado, en la cima de un cerro donde las nubes se estancan sobre los residuos que arroja la chimba porteña. Durante el viaje miras al hombre y su caballo escoltado por perros cansados observas a los obreros volviendo de la extensa jornada. Al otro lado de la calle el cementerio recibe a los huéspedes abajo, el vertedero atiende las sobras de una cárcel vecina ingrata de la ciudad. Es extraño adónde vas a parar


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cuando llegas al final de este camino; tras una reja convertido en polvo o en medio de un basural.

Sobrevivientes Los que no se quedan en casa se dan una pausa entre una larga jornada de trabajo. Un paradero de autobús se transforma en refugio perros callejeros los escoltan ladran a los repartidores que proveen de alimento a quienes permanecen dentro. La tarde se apaga en vísperas del toque de queda Avenida Pedro Montt está desierta tan sólo dos trabajadores de aseo descansan en ella como si no hubiese nadie más en el mundo como únicos sobrevivientes de un inesperado desastre y el silencio de las calles este irrespirable silencio estremece el encierro de mordazas y desvelos.

Hospital Público Larga espera entre moscas y palomas que habitan en la sala de urgencia del hospital público.


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Impaciente escribo al reverso de una orden médica al instante ingresa un vendedor de hojas de eucaliptus ofreciendo una cura milagrosa. Mendigos y perros duermen en las afueras del hospital otros permanecen en la sala de emergencia improvisado refugio que los resguarda del frío de la madrugada. Las horas transcurren lentamente por los parlantes que anuncian a los nuevos pacientes. Un hombre grita y agita su dolor una mujer tose sobre mi espalda a lo lejos, alguien discute con el personal de turno. Durante la jornada los inválidos de Beckett aparecen por los pasillos me acompaña una paloma que sólo tiene una pata camina junto a mí hasta perderla de vista. La miseria de este lugar es el peor contagio un cuadro enfermo enmarca un no-lugar de Augé, la sala de urgencias del hospital público agoniza hace años mientras migrantes y ancianos pobres esperan que el mejor sistema de salud del mundo los salve de la pandemia.

La esquina apartada Somos brutos como los animales salvajes. (J.T.R., Mód. 105) Me acostumbré a no cerrar los ojos a circular por los sentidos sibilinos que otros guardaban en patios traseros.


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En este lugar perdí el asombro y tardes arreboladas de costumbres sibaritas. Entre huinchas de patios y pasillos, dejé de temer al dolor y a la muerte. He cerrado siete círculos desde que desapareció el pasajero inagotable. Aquí, mi sordidez se extiende hasta la oscuridad de los rincones. Día tras día desde esta esquina apartada respiro a destajo del tiempo respiro ciego y despierto respiro y he dejado de tener nombre.


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Victoria Radivoy nació el 22 de enero de 1980 en Buenos Aires, Argentina. Es Profesora para la enseñanza primaria y escritora. Participó como Columnista Literaria en el Semanario ―El Camino‖, en Tapalqué, prov. de Buenos Aires, ciudad en la que reside actualmente, durante el 2019. También publicó tres cuentos en la Revista Extrañas Noches durante el 2019 y 2020. Ganó los concursos ―Relatos de una pandemia inesperada‖ Editorial Caza de versos en diciembre 2020 y ―Antología del Atlético‖ de Mariana Mazover en diciembre 2020.

De este lado de la franja —Existe una franja imaginaria. Es grande, alta y bien ancha, como un muro. También es cruel, ciega y mentirosa como los que ven y callan, como los que saben pero miran el suelo. ¿De qué lado de la franja crees que estás? — dijo secándose los ojos. Ella salió de su casa, ese fue el error. Ella estaba parada dónde nadie la veía, estaba entre la gente. La llevaron sin permiso y los testigos fueron de esos que mejor no vieron nada. La llevaron a una casa oscura con olor a sangre y humedad. Ahí donde el infierno existe. Había muchas cómo ella, distintas pero de la misma franja. De la franja silenciada. Ellos eran gigantes, horribles y se habían tomado todo el poder en un vaso con dos hielos. En el lado B del mundo ellas no eran nada. Atrapadas, sin destino, sin vida, viviendo por inercia, mientras otros eran sus dueños, y otros las quemaban, y otros las ultrajaban, y otros las golpeaban. —Yo estoy en la franja de los perdedores, pero no les hablo de perder el colectivo o una media, hablo de perder cosas grandes, importantes. Hablo de perderse a una misma.


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Yo estoy en la franja de los que viven las injusticias, con sangre en la cara y tierra en las manos. Cuando busquen debajo de mis uñas sabrán de qué les hablo. Mi franja social es la desfavorecía, soy de la franja perdida. Me buscan pero no me encuentran. Me busco y ni yo me encuentro. Mi franja horaria la perdí hace tiempo, cuando me quitaron el reloj y la brújula. Franjamente me gustaría salir de mis franjas pero eso no es tan fácil como te parece. Menos ahora que ya me quitaron la voz. ¿Cómo es estar de tu lado de la franja?— susurró tendida sobre un colchón sucio antes de cerrar sus ojos para siempre, por si alguien la escuchaba.


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Marcia da Luz Leal Instagram: @marcia_lleal Facebook: https://www.facebook.com/marcia.leal.37604/

Profesora de Lengua Portuguesa/Española, nacida en Iretama –Paraná, Brasil, escritora y revisora crítica en revistas literarias digitales en Brasil, América Latina y México. Participante en Libros de Antologías poéticas y de Libros con temática Educativa y Ambiental.

Dosis de amor Era una persona extraordinaria y sublime, En su rostro había cortesía y sabiduría, Percibió el amanecer antes que los demás. ¡Significaba todas las formas de amor! Incrédulo a la vida superficial, Destilaba a su manera ardua y efímera, ¡Excesivas dosis de amor! Sintió que el secreto de la existencia iba más allá de las divisiones. Fue completo y optimista. No podía soportar una vida insulsa. A veces fue marginado, A veces fue un explotador y explotado. Descubrió que la poción mágica de la vida está lejos de ser descubierta.

Doses de Amor Era pessoa rara e sublime, Em seu semblante havia polidez e sensatez, Percebia a aurora antes dos outros. Ressignificava todas as formas de Amor! Incrédula à vida rasa, Destilou em seu árduo e efêmero caminho, Excessivas doses de Amor! Sentia que o segredo da existência ia muito além de divisões. Era ser completo e otimista. Não suportava vida tolida . Por vezes foi marginalizado, Por vezes foi explorador e explorado. Afinal a poção mágica da vida está longe de ser descoberta.


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Emmanuel Santana Guzmán Facebook: Emmanuel Santana Instagram: emmanuel.1400

Estudiante de la Licenciatura en Letras Hispánicas por la Universidad de Guadalajara, Emmanuel ha encontrado el gusto por la poesía a través de la exaltación de los aspectos más cotidianos de la ciudad. A pesar de haber vivido gran parte de su vida en Guadalajara, su cambio reciente a Tonalá le ha ayudado a encontrar el cariño por la colonia en la que vive, puesto que se trata de un ambiente único en la Zona Metropolitana. Entregado al deporte y a los estudios de las letras, considera que no hay nada mejor que pasear sin rumbo fijo y encontrar en las calles la verdadera belleza del escenario urbano.

Y aunque vivo Entre calles camino con paso lento, que busca olvidar el recuerdo cansino de la atroz injusticia que he sufrido a manos de la vida funesta, que mientras me hace rabiar y odiar a mi existencia, con ropa sucia y rota me ha vestido; buscando la comida entre la basura de la esperanza, perdiendo la decencia en el acto. Y ya el tiempo no me alcanza para llorar las penas que, sobre pusilánime persona pesan como condenas al reo arrepentido que no perdona su falta cometida impulsada por desesperación; una última salida de infierno negro de marginación. Y aunque vivo, me ignoran,


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mi aspecto a las muchedumbres aleja mientras mis ojos lloran, de vergüenza, al ver la cárcel sin reja, llamada libertad, donde aunque pueda ir a cualquier lugar, gracias a la lealtad de mi desgracia tendré que pasar el resto de mis días como otro cadáver viviente más. Y aunque vivo, las vías de vida digna no tendré jamás a merced de mi alcance; ¿alguien me recordará por haber sufrido este cruel trance, de la vida a la muerte, al no poseer ni un nombre que me nombre? ¿Algún día alguien no me criticará solo por ser un hombre calle y de otra forma me ayudará? Mas solo es culpa mía, porque esta situación yo la escogí, cuando en la acera fría del vientre de mi madre no salí muerto, como la niña que años antes se esfumó desangrada, o el padre que en la riña fue asesinado de una puñalada; yo decidí vivir. Y aunque vivo, en este mundo no existo, mas tampoco morir puedo porque al destino me resisto. Resignado en pobreza, mi mente con fantasías se libera de toda la crudeza fatal que de mis sueños se apodera. Pero si algo he entendido es que el pobre es pobre porque así quiere, mas yo no lo he querido y esta elección como nada me hiere.


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Recomendaciones- series

Everything sucks! Es una serie original de Netflix que parodia el comportamiento adolescente de los años 90. Es una comedia dramática que narra la historia de cómo un grupo de marginados se une a los populares por un bien común. Así, el club de audiovisuales (los nerds) y el club de teatro (los lindos) comenzarán a trabajar juntos para crear una película memorable. La serie trata sobre los problemas típicos en la adolescencia, como la separación de los padres, el primer amor, el bullying, el despertar sexual y el amor no correspondido. Es hermosa y nos despierta un montón de sentimientos que creímos dejar atrás cuando crecimos.

Modern love es una miniserie lanzada en el 2019. La misma, está basada en las famosa columna del mismo nombre publicada por el New York Times. Siguiendo esta línea, vemos 8 historias de amor moderno independientes que te harán repensar el concepto estructurado que tenemos del amor. Con un reparto maravilloso en el que encontramos a grandes actores como Anne Hathaway, Andy García y Dev Patel que nos iluminarán con la idea de que el amor es mutable y que cada una de sus formas es hermosa y suficiente si las despojamos de los prejuicios heteronormativos y patriarcales que rigen la sociedad.


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Recomendaciones- películas

Las ventajas de ser invisible es una película basada en la novela homónima de Stephen Chbosky. Fue estrenada en el año 2012 y protagonizada por Logan Lerman, Emma Watson y Ezra Miller. Narra la historia de un joven adolescente llamado Charly, quien es muy introvertido y el único amigo que consigue al final de su primer día en la preparatoria, es su profesor de literatura. Una noche, en un partido de fútbol americano, Charly conoce a Patrick y a su hermanastra Sam, quienes se volverán sus amigos y lo introducirán a la vida adolescente. En la película y en el libro vemos cómo Charly lidia con su pasado y el misterio de su tía. También nos encariñamos con este personaje dulce y triste, que aunque tiene amigos, no deja de ser un marginado.

Palabras en las paredes del baño es una película de drama adolescente publicada en el año 2020. Veremos cómo un adolescente que padece esquizofrenia paranoide espera que los medicamentos experimentales hagan efecto y eliminen las múltiples visiones que lo atormentan. Mientras esas desaparecen, los efectos secundarios aparecen y van afectando su cotidianeidad y por ende, su futuro. Nos encontramos entonces frente a la dicotomía entre aceptar nuestros padecimientos o modificarlos para beneficio de los demás.


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Recomendaciones- libros Frankestein o el moderno Prometeo es la novela con la que debutó Mary Shelley. Y si hablamos de marginados, no podemos dejar de lado este libro, que permanece por siglos en nuestra biblioteca. Como varios conocemos la historia del estudiante que juega a ser Dios e inventa un ser con distintas partes de humanos, y una noche tormentosa le da vida un rayo, vamos a contar lo precioso que contienen estas páginas. La novela habla sobre los límites entre la ciencia y la moralidad, el abandono, la creación, y cómo se convierte un ser bueno, en alguien resentido y malvado. El monstruo no es un cuerpo tonto, es un ser culto, que lee poesía y escribe cartas, y por eso sufre tanto con el rechazo de su creador, y la raza humana en general. Desde el principio de la historia nos encariñamos con el monstruo y sufrimos con cada peripecia que va cruzándose en su camino. Una novela maravillosa que todos deberíamos leer. La lección de August es un libro de Raquel Palacio, publicado en el 2014. Este es el primer libro de la saga Wonder de la autora, trata de Auggie, un niño de 11 años que nació con un síndrome que produce deformaciones craneofaciales y comienza por primera vez la educación fuera de su casa. En un mundo donde el bullying se convierte en una verdadera epidemia la aga wonder ofrece distintas perspectivas de como se ve y afecta en la vida diaria ese tipo de violencia y destacando la importancia de transmitir valores morales y humanitarios a los niños de corta edad, porque las palabras lastiman tanto como los golpes.


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Diccionario sin Coronita

En nuestra doceava edición volvemos con el Diccionario sin coronita, proyecto llevado a cabo por la Editorial cartonera de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba. Este diccionario busca registrar las palabras que utilizamos individual y colectivamente caracterizando nuestra manera de habitar el mundo. La idea surge ante la realización del congreso de la lengua española organizado por la RAE y el Instituto Cervantes que nos limita una soberanía lingüística. Por ende, su objetivo será crear un diccionario de nuestra lengua que no sea restrictivo.

Mansplaining: sustantivo. Costumbre varonil de sobreexplicar cuestiones que ya han sido explicadas o son de común conocimiento. Esta actitud está ligada a la estima propia que tienen los hombres por sus privilegios patriarcales. Neologismo anglófono. Ej.: el mansplaining dice: ―Escuchame, el feminismo se trata de esto…‖. (Colaboración de Les Mandrágores de Córdoba, Argentina). Mantero: sustantivo. Vendedor ambulante que ofrece sus productos sobre una manta colocada en el piso. Ej.: ―La policía desalojó a los manteros de la peatonal‖. (Colaboración de Pablo de Córdoba, Argentina). Manyín: adjetivo. Dícese de aquella persona descuidada, que escapa de los estándares estéticos y de comportamiento hegemónicos, caracterizándose por elecciones marginales. Sinónimo de ―fisurado/a‖. Ej.: ―Pitty Alvarez es un manayín‖ (Colaboración de Laurel de Córdoba, Argentina).


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Maomeno: adverbio de cantidad. Precede o se coloca después de una expresión de exageración evidente común. Proviene de la expresión de cantidad más o menos. Ej.: ―Estaba lleno el baile, había como quinientas personas maome‖. Maradoniano/a: adjetivo. Perteneciente o relativo a Diego Armando Maradona, en particular a su forma de juego. Ej.: ―Se mandó una jugada maradoniana y lo terminó errando‖. (Colaboración de Pablo de Córdoba, Argentina). Maricoteca: sustantivo. Dícese del establecimiento público orientado a la comunidad LGBTQ+ al cual la gente acude para escuchar música, beber y bailar. Ej.: ―¿Vamos a la maricoteca hoy a bailar?‖. (Colaboración de F.B. de Buenos Aires, Argentina). Mediasombra: sustantivo. Toldo translúcido que se coloca generalmente en patios para aminorar la caída de rayos solares. Ej.: ―Si no pongo la mediasombra en el patio se me van a achicharrar las plantas‖. (Colaboración de P. de Córdoba, Argentina). Mercanon: sustantivo. Lista de obras y autores en las bibliografías de cátedra que se repiten automáticamente. Nombres propios de autores que se han puesto de moda en disciplinas varias, que predominan durante un tiempo determinado hasta que son reemplazados por otros que prestigian los documentos. Palabra compuesta formada por parte de los sustantivos mercado y canon. Ej.: ―Greimas, Jury Lotman y Bajtin están en el mercanon…‖. (Colaboración de Susana Romano Sued de Córdoba, Argentina). Mermo/a: adjetivo. Tonto. Ej.: ―No seas merma ponete protector te vas a insolar‖. (Colaboración de Gaby de San Juan, Argentina). Milanga: sustantivo. Modo vulgar de llamar a la milanesa y, por extensión, al sánguche de milanesa. Etimología: del español ―milanesa‖, pedazo de carne rebozado en pan rallado que se cocina frito o al horno. Ej.: ―Me clavaría una milanga‖. (Colaboración de Cacho de Córdoba, Argentina).


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Aquí es donde finaliza la 12° edición de nuestra revista Marginalees. Es un proyecto, por ahora digital, que salió a la luz ya que siempre pensamos que existen maravillosos artistas en nuestro país, y en otros lugares, que no son reconocidos como merecen. Como verán, todo lo expuesto en la revista, excepto una o dos cosas, son de artistas de las sombras. Creemos que si difundimos de esta manera a quienes embellecen el mundo, podrán encontrarse todas las ovejas negras de esta sociedad, y formar una comunidad de ―excluidos‖, o como nos llamamos nosotras mismas, Marginalees. Esperamos que en la próxima edición recibamos aún más material, así la gente tiene la posibilidad de conocer el arte oculto bajo las rendijas de nuestro país, y de nuestra tierra. Para enviar material solo tenés que seguirnos en nuestras redes sociales. En Instagram como @marginalees, y en Facebook como Marginalees Revista Cultural. O podés contactarnos vía e-mail, con el asunto Revista N13 (ver en nuestro Instagram las bases de participación), y enviarnos cualquier proyecto artístico que tengas en mente a marginalees@gmail.com.

Esperaremos sus mensajes.

Antonella Gatti y Candela Gottig


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