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Juan Luis Henares Facebook: https://www.facebook.co m/profile.php?id=100010 167552389
Nació en 1963 en Paraná, Argentina; desde 2012 reside en Colonia Avellaneda. Profesor en Ciencias Sociales. En 2004 con Treinta mil imprescindibles ganó el Primer Premio en el Concurso Memoria y Dictadura; comenzó luego a escribir notas sobre temas sociales en revistas alternativas. Desde 2015 escribe cuentos; obtuvo premios, menciones y publicaciones en antologías y páginas web de Argentina, Cuba, México, Uruguay, Venezuela, Colombia, Guatemala, Chile, España, Alemania, Canadá y Estados Unidos. En 2018 fue publicado su primer libro: Lápiz clandestino. Actualmente prepara el segundo.
Una noche de luna llena Quince años atrás daba clases en una escuela secundaria nocturna de adultos en las afueras de la ciudad. Una noche de agosto, al finalizar la jornada me dirigí a la parada del colectivo, distante a pocos metros del establecimiento. Al llegar a ella se acercó un vecino del barrio, quien me avisó que a la hora veintidós los choferes de transporte de pasajeros comenzaron con un paro sorpresivo, así que no funcionaba el servicio. Por lo tanto, llamaba a un taxi o caminaba hasta mi casa. Como era fin de mes y tenía mis bolsillos vacíos de dinero, decidí caminar los cinco kilómetros que separaban la escuela del pueblo en donde vivo. La noche estaba fría, pero al menos la luna llena alumbraba el camino. Disfrutaba el sonido de los insectos y animales nocturnos que, amparados en la oscuridad de la vegetación, daban toda una sinfonía que acompañaba mis pasos sobre la banquina de la ruta. Pasó un coche, y a punto estuve de hacer dedo; no me animé, vaya uno a saber si el dueño del vehículo tenía ganas de compartir minutos de su viaje con un desconocido acompañante. De pronto apareció ante mis ojos: la vieja fábrica química abandonada al costado de la ruta, la que siempre observaba desde la ventanilla del
~4~ colectivo. Ubicada en el interior de un largo curvón que toma la carretera, la luz de la luna la dejó al descubierto, oculta detrás de un pequeño bosque de longilíneos pinos. Me tenté, ¿por qué no tomar el viejo ingreso que lleva a las calles internas? Era una oportunidad única de conocer ese lugar del que tantas historias contaban los alumnos en la escuela. Además, al quedar en la parte interna de la curva, me ahorraba transitar cientos de metros. Entusiasmado con la aventura tomé la senda, perpendicular a la ruta, que se interna en la factoría; esta tenía dos viejos galpones, con los vidrios de sus ventanas destruidos —unas pocas persianas metálicas rotas colgaban aún de ellas— y paredes sucias a causa del paso del tiempo y la humedad. Uno de los edificios tenía una chimenea de ladrillos, con las hileras superiores ennegrecidas por el humo que despidió en otras épocas. Al medio, una enorme balanza en la que pesaban las cargas de los camiones; en un costado completaban la escena una pequeña edificación con planta alta y una construcción precaria que, debido a la inscripción Damas y Caballeros que se alcanzaba a leer, habría funcionado como baño. El viento lograba que las viejas ventanas se azotaran contra la pared; lo mismo sucedía con la puerta de un galpón. Me acercaba a él cuando un sonido atrajo mi atención; giré a mi derecha y en la penumbra percibí un movimiento. Mis músculos se tensaron, la mirada se agudizó. Un gato negro dio un salto desde atrás de una pila de deshechos cajones y trepó por la cañería al techo. Sonreí y me tranquilicé, pero al regresar la mirada al sendero encontré una figura —muy alta y algo encorvada— que con la luz de la luna a sus espaldas saludó con su mano derecha levantada. Vestía sobretodo negro y en su cabeza un gorro al mismo tono. No pronunció palabra alguna, con un ademán me invitó a seguirlo; sin entender el motivo lo hice y caminé tras sus pasos. Nos trasladamos a través de un estrecho pasillo entre uno de los galpones y el edificio pequeño; ingresamos por la puerta lateral del primero. Las maderas de la entrada crujieron, lo que hizo que las arañas corrieran a esconderse en sus nidos. Me llevó por un corredor, con piso de cemento, que pasaba entre medio de varias máquinas; al final se detuvo y señaló lo que parecía ser un viejo piletón cuadrado, de al menos tres metros de lado. Imposible conocer su profundidad, un líquido verdoso y nauseabundo lo llenaba hasta los bordes. Se acercó y lo observó durante un par de interminables minutos, al final de los cuales yo no podía aguantar las arcadas producidas por el hedor. La penumbra reinante y el cuello levantado de su abrigo —sumado a la gorra que lo cubría— no me permitieron distinguir las facciones de su rostro. Luego de asegurarse que yo había prestado atención al estanque, dio media vuelta y me guió camino a una pequeña oficina ubicada en una esquina del galpón; entramos y señaló una oxidada silla de metal. Me
~5~ senté, sus patas se separaron y debí apoyarme en un viejo escritorio para no caer; encima del mueble se encontraba un antiguo libraco, humedecido, con hojas ya marrones. Estaba abierto en un listado de nombres; detrás de cada uno de ellos se registraba un horario y la respectiva firma: comprendí, era el libro de asistencia, donde cada obrero marcaba su hora de ingreso y salida. Con los dedos de sus manos me indicó el número ocho: el octavo en el listado era un tal Gino Iovaldi. Pronuncié el nombre en voz alta; mi enigmático acompañante pareció, satisfecho, esbozar una leve sonrisa. Era él, Gino Iovaldi era su nombre. Caminó pocos pasos y se detuvo frente a una especie de pizarra colgada de la pared. Entre restos de palabras escritas con tiza, una lámina a color —o lo que quedaba de ella— en la que los dictadores Jorge Videla y Emilio Massera entregaban la copa del Campeonato Mundial 1978 de fútbol a Daniel Pasarella, capitán del equipo argentino; al pie de ella su título: ¡Ganamos! Sobre el pizarrón, un gran cuadro con la frase Los argentinos somos derechos y humanos. Me miró, parecía querer confirmar que comprendí el mensaje; luego señaló la puerta. Transitamos en silencio; al salir del galpón la luz de la luna de repente iluminó su rostro. Me sorprendí al verlo: no tenía cejas ni pestañas y abundaban las cicatrices, como si hubiese sufrido graves quemaduras. Solo dos grandes ojos marrones lograban que su rostro pareciera humano. Me despidió con la mirada, y sin mediar palabra caminé unos metros; de repente pensé que tenía muchas preguntas para hacerle: di media vuelta, sin embargo el extraño hombre ya no estaba. Volví sobre mis pasos y reingresé al galpón, el pasillo se encontraba vacío; miré hacia arriba, investigué las paredes en busca de una puerta secreta, mas no encontré nada. Lo llamé ¡Gino! Una, dos y tres veces; grité su nombre: no hubo respuesta. Salí aturdido; me acerqué a la ruta sin comprender lo sucedido, con mi cabeza llena de datos que parecían girar en ella y yo sin poder detenerlos. Caminé de esa manera hasta llegar — una hora después— a casa, me tiré en la cama, y de inmediato quedé dormido. Al despertar a la mañana siguiente solo habitaba en mi mente Gino Iovaldi. ¿Quién era? ¿Qué hacía en ese lugar desierto? ¿Habría sido un sueño? Urgente me dirigí a la computadora, y en el buscador de Google coloqué el nombre. Recorrí las diferentes entradas; en la mayoría se combinaba Gino con otros apellidos, y cada tanto aparecía Iovaldi pero con distintos nombres. Horas pasé en la búsqueda. A punto de desistir, noté que una entrada dirigía a una web referida a la desaparición de personas en Argentina, y recordé el poster de Videla y Massera. Ahí, en un listado de desaparecidos en los años de la dictadura militar, lo encontré: Iovaldi, Gino. Nacimiento 1944, desaparición 1978. Soltero, sin hijos. Último trabajo: Química La Patria.
~6~ Pronto me contacté con organismos de Derechos Humanos, quienes me contaron que Gino —conocido como El lungo Iovaldi— era ateo y marxista, delegado de los trabajadores ante el gremio; en la fábrica organizó un pequeño grupo de obreros junto a quienes estudiaba a Marx, Gramsci, Lenin y Guevara. No obstante, los dueños de la empresa tenían fuertes conexiones con los militares, y tal lo sucedido con tantos otros un día no se supo más nada de él. Si bien con el regreso de la democracia comenzó la investigación, jamás hallaron rastro alguno. En entrevistas realizadas a ex trabajadores a mediados de los años ochenta —La Patria cerró sus puertas en 1979—, varios comentaron acerca de rumores de cuerpos arrojados a un tanque con ácido sulfúrico. Luego cesó la indagación, tras lo cual se olvidaron de Gino. No me di por vencido: proseguí con la búsqueda. Pasaron años. Al principio algunos jóvenes militantes recorrían a mi lado el deshabitado lugar; aunque cada vez que repetía la historia de lo que viví esa noche me respondían con miradas evasivas, a modo de quien intenta eludir una conversación. Más tarde ya nadie me acompañó: siempre alguna actividad importante les impedía realizar la visita; al tiempo me pareció notar que esas miradas extrañas se habían transformado en burlonas. Una noche en la escuela ingresé al aula y encontré en el pizarrón, escrita con grandes letras hechas con tiza amarilla, la frase El profesor chiflado. Recién en ese preciso momento caí en la cuenta — con tristeza— de que todos se reían de mí, que nunca nadie creyó ni creerá mi historia. Ahora, jubilado ya, disfruto de las pocas cosas que me gustan en la vida: colecciono monedas y estampillas, miro la lluvia caer, leo bastante y escribo pequeños relatos. Y como la cardióloga me recomendó que para cuidar mi salud lo mejor es el aire puro de la campiña, en las serenas noches de luna llena salgo a caminar, y con una botella de vino en la mano busco a Gino por los recovecos de la vieja fábrica abandonada.
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Rusvelt Julián Nivia Castellanos Oriundo de Mowana, Tolima, Colombia. Es comunicador social y periodista. Participa de los siguientes talleres literarios: Taller de cuento Hugo Ruiz Rojas, Universidad del Tolima; y Relata, Escribarte, Ibagué.
Poe de poesía En dolor, cayó un último crepúsculo para Edgar, que devino con sus silbidos. El poeta, comenzaba a presenciar en las afueras el cielo nubado. El ambiente lo envolvía frío. Todo para él se oscurecía entre lamentos. A su tiempo, caminaba por un callejón. Y su oscuridad de muerte, fue experimentándola con terror. Le llegaron de súbito unas visiones a su mente. Estas eran como invenciones tenebrosas. A lo íntimo, lo impactaron hasta compungirlo. El miedo giró rápidamente por sus nervios escalofriantes. Y otra vez umbría, volvió la soledad al alma suya, quien tanto codició la literatura. Sus abstracciones de viejo, lo ofuscaron con sus espantos. Por tal turbación, Edgar estuvo decaído en el invierno suyo, bajo su abismo empozado, yendo él cada vez más hacia lo noctívago. El poeta, por cierto, deliraba junto a un bar cualquiera de Baltimore. Deambulaba angustiado en su pesadumbre del opio. Se fumaba con ansiedad lo alucinante. Iba a la vez mareado por entre las reminiscencias suyas. Tambaleante, movía sus pasos por el callejón pútrido, recorriendo la intemperie encolerizada. Y solo, decaía en sus dolencias reprimidas. De golpe, lo afectaban los graves recuerdos. Todo sucedía como una obsesión en Allan, que era su vida sufriente. Así por los instantes, desde su memoria, resurgió una pesadilla estremecedora. Era la aparición del pájaro negro, que asustaba, traído del otro mundo. Este animal se asemejaba a su creación poética. Así que por el destino, los dos volvieron a reunirse en esta surealidad. El ave a su hora, parecía mecerse sobre la cabeza de Poe, mientras crecía la noche. Y él solo, oía los chillidos, cerca de su rostro pálido. Y el cuervo, cantaba como queriendo apretarlo con una posesión terrorífica, procuraba mantenerlo entre sus garras para devorarlo. Rauda entonces esta ave gótica; picó a su artista al final y lo mató, cuando decidió ir hasta su humanidad, arrancando su corazón delator, tras un golpe desgarrador.
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Jaris Amor Facebook: Jaris Urdiales Página de Facebook: https://www.facebook.com/juytantocomotuquiera s/
Es una escritora española entregada al público fememino; mujeres, jóvenes y niñas. Creadora de un innovador género literario, la novela musical, en tan sólo dos años ha sido autora de cuatro obras. Su primera novela de autoficción, Tanto como TÚ quieras, tuvo tanta repercusión que dejó su profesión para dedicarse en exclusiva a este arte, llevándola a crear la Comunidad Jaris Amor, un proyecto mundial para el empoderamiento de las mujeres. Tanto como TÚ quieras disponible en Amazon y librerías.
Soy Alex y estoy zumbada, pero totalmente vamos, en cualquier momento viene alguien y me encierra. Y no hace falta que sea un súper psiquiatra de Harvard, puede ser el vecino de al lado, mi amiga Adriana, mi casero, el veterinario de mi perro Lechuga, mi doctora de cabecera que, por cierto, es más mona, siempre se despide con «que tengas un buen día», es lo más…, todos potenciales candidatos para descubrirme, para descubrir que estoy para que me encierren, y os aseguro que ir así por la vida cansa. ¡Qué agotamiento! Cuando vine al mundo y empecé a ser consciente de que era inconsciente ―a ver si me explico―, vamos que desde que yo recuerde, me han pasado cosas que a casi nadie le pasan, por no decir a nadie, y por eso me tachan con un «esta está mal de la
~9~ chota». En fin, lo llevo como buenamente puedo y, por ahora, a mis cuarenta y tres años ―en realidad tengo cuarenta y cuatro, pero no me gustan los pares, así que siempre voy de dos en dos, de cuarenta y tres pasaré a cuarenta y cinco―, pues eso, que no ha habido ningún amago tipo se oyen sirenas, rodean la casa, salen dos camilleros o camilleras de una ambulancia, gritan dos policías: «está rodeada, sabemos que está ahí, salga con las manos en alto», y salgo con el tinte en el pelo, a medio depilar y mi Lechuguín ladrando cual poseso en defensa de su mami la chiflada. Desde que tengo uso de razón, si a lo mío se le puede llamar razón, he visto una luz brillante y cálida en cada persona. Sea quien sea, haga lo que haga, siempre está ahí reluciendo en el pecho. Sigo sin entender por qué los demás no la ven y me pregunto: «¿Cómo voy a ser yo la única persona, en la faz de la tierra, que tenga este poder sobrenatural?». La cosa es que tengo esa capacidad de ver que, en el fondo, todos brillamos, todos somos iguales, hagamos lo que hagamos, seamos como seamos. ...Lo que nunca me hubiera imaginado es que entrar a trabajar ahí cambiaría el resto de mis días, bueno, más bien el hecho de conocer a mi jefe cambiaría mi vida entera. Mi jefe es como Will Smith, bueno con veinte años menos, un poco más bajito, pero fijo un metro ochenta, con el pelo liso, un poco larguito, muy canoso, con barbita también canosa, de tres o cuatro días, no de las que se llevan ahora, sino de las de «llevo todo el finde en casa y me daba pereza afeitarme», de esas, que yace
~ 10 ~ sobre una mandíbula de las que se marcan hacia fuera, por lo que viene siendo llegando a las orejas, y como que te dice «ven aquí que te como entera». ¡Ufff! Ojazos verdes, verde playa caribeña, y el color no es lo más. Lo que me trastoca, hasta lo más profundo de mi esencia, es que son ojos de los que, cuando sonríe, se le achinan…, y no hay cosa más sexy para mí en el mundo que unos ojos achinados que parecen decir «pídeme matrimonio, ¿a qué estás esperando?». Luego está su boca buzón, como cuando trabajaba de cartera en Inglaterra (capital Londres), pero buzón tipo «acércate que tengo tres postales, dos cartas y un paquete exprés para entregarte», «galla, galla», que me pongo mala. Y donde me pierdo directamente es en los hoyitos de alrededor de su boca. Otro mundo paralelo. Más que hoyitos, un surco por el que navegar con un barquito de cáscara de nuez, ¡Dios santo!, he tenido y tengo pensamientos impuros, perdóname mis pecados. Bueno, pues mi jefe es así, tipo Will Smith, pero de piel blanca, y ahora que lo pienso, quizás no se parecen tanto, pero a mí me ponen igual, bueno, igual, igual, no, lo de mi jefe se merece un libro entero.
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Ángel Martín Instagram: @esculturas.de.tiempo
Comenzó su carrera con la compilación de cuentos Realicidios (Tinta China, 2011), a los que sucederán Las neuroruinas(Michaux, 2014), Las cinco máscaras(Michaux, 2018), Ficcidios(Michaux, 2019); todos publicados de manera independiente, luego de haber sido rechazado en diversos medios y concursos de la región. El resto de las obras escritas durante aquellos tiempos permanece sin edición en papel pero puede verse en la web memoriadelparaiso.blogspot.com. Publica parte de su obra en su blog personal (http://imaginacionescandalosa.blogspot.com/), y otra parte en blogs de poesía (https://ultimaparadoja.blogspot.com/).
La voz El hombre recuperó el sentido de la escucha. Pero en la sala de internaciones, tras la operación, no consigue dormir. Cada cosa que oye lo altera. Da vueltas sobre su camilla hasta que consigue zafarse. Se acerca a la ventana. Escucha, lejano, el ulular de una sirena y ruidos de motores entremezclados con la brisa del viento. Corre las cortinas que hacen un chasquido leve pero suficiente como para irritarlo, y vuelve a la cama en puntas de pie. Pero no puede dormirse. Con una horquilla abre la puerta de la habitación y sale al pasillo. Hay un guardia de seguridad durmiendo con su teléfono celular descuidadamente expuesto. El hombre lo toma por instinto. Regresa al cuarto musitando desde lo más profundo de su memoria un número donde podrán ayudarlo. Marca y oprime la luz verde, pero a medida que aproxima el aparato al oído siente un vértigo que comienza a invadirlo. Todo a su alrededor se borronea. Se siente mareado. El compás de neutros pitidos intermitentes lo hace morderse el labio, pero aguarda. Alguien contesta. Una voz maquinal: ―Usted no tiene mensajes‖, dice. La comunicación se corta. Molesto, el hombre vuelve a marcar. El resultado que obtiene es el mismo. Repite la situación cuatro, cinco, diez veces. Su pensamiento también parece haberse detenido, repitiéndose que los dígitos que marca son los indicados, pero algo desconocido debe haber sucedido para que cambien el número. Su tiempo se acaba. Sabe perfectamente que tiene hasta poco antes del amanecer para salvarse de lo que vendrá después. A las seis de la mañana improvisa una horca con sus sábanas y se cuelga del ventilador de techo. El hombre está muerto pero no ha podido reponerse al sonido. Ahora el universo es una negrura absoluta cercada por un zumbido persistente.
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Mei.kusak.b (Débora Gualda) Tiene 28 años y es de Córdoba. Desde chica se interesó por las artes como el cine, la fotografía, el piano y la poesía. En su afición por ellas, cursó materias de piano en el Conservatorio Provincial de Música Felix .T. Garzón, materias de la Tecnicatura en Medios Audiovisuales en la UNC y realizó varios talleres de pintura y dibujo. A los 19 años se interesó profundamente en la poesía y los relatos, desde allí no ha dejado de escribir.
Me constituiré pájaro y mis palabras siempre arderán tu fuego no me consumirá, renaceré por mi bronca por la bronca de tus injusticias mis párpados no se apagarán y la añoranza se volverá realidad. Y me sentí distancia me arropé con algas me tapé de estiércol para no ver, para no ver el cielo resquebrajarse [el cielo que iluminó mi infancia, nunca fue cielo solo fue desdén solo fue espacio carencia latente entre tus labios] Cuando pronunciabas tus deseos sobre mí me convencí de que tu mirada lo era todo, y ahora no hay mentira mayor que conviva en mí,
~ 13 ~ pudriendo toda mi esencia convirtiéndome en escarlata en un cuerpo de azufre que quema que busca; una mentira atrapada entre cerrojos de hielo un témpano tibio una herida sangrante en busca de vacíos constantes se evaporan mis sentidos se diluyen mis sustancias. Las comillas de tu habla me rebalsan hiede mi mente brotan aromas viscosos de mis ojos, el hartazgo de tus profecías me sonroja el pubis, y mis órganos desprecian cada una de tus células. No estoy en cólera, no, entre cerrojos me diluyo entre caleidoscopios me reflejo (te reflejo).
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Amadeo Cada noche, Amadeo toca con sus dedos los párpados de los niños y transforma sus ojos en bosques tupidos de flores. Allí, las siestas son eternas y las luces del cielo nunca se apagan. Los ojos de Amadeo son como de mimbre, como de un mimbre dorado, firmes de tanto llevar penas ajenas. Aquella era una noche de verano, el rechinar de los mosquitos resonaba por toda la sala. El niño comenzó a moverse, estaba por despertar, Amadeo recogió la última lágrima del pequeño, encendió sus alas y partió de inmediato.
A veces, la niña se vuelve gris como esponja sus cicatrices absorben las heridas de aquellos que no supieron corresponder la rabia del saber. Del saberse austeros, testarudos de su verdad, de su círculo, de sus juegos de niño con capricho de ausencia, de las manos de hierro que atravesaron aquella infancia invalidada.
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Leonardo Reyna Instagram: @leo.reyna.10
Es un artista de Cosquín, Córdoba, que pinta tanto cuadros como murales de diversos colores y formas, su arte es un poco psicodélico y lleno de vida. Las obras que presenta en las siguientes imágenes corresponden a pequeños murales que realizó en su propio hogar.
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Alma Naón Instagram: @unalmitapoeta
Nació en La Plata, provincia de Buenos Aires, Argentina, en el año 2003. Siempre tuvo afición por la lectura, escribe desde los 11 años y también le gusta mucho la música.
Décima de la conserva
Soy un tomate en conserva, vivo adentro de una lata y si de cambios se trata ya la palabra me enerva. Siempre tengo mi reserva a cualquier nuevo debate, no importa el tema que trate, mi costumbre es oponerme ¡Nadie logrará moverme de mi lata de tomate!
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José A. García Página web: http://www.proyectoazucar.com.ar
1983, Buenos Aires, Argentina, escritor, guionista de historietas, blogger, profesor de historia. Participa en diferentes publicaciones independientes de Argentina, Costa Rica, Cuba, Ecuador, España, México, Venezuela, con cuentos, artículos e historietas realizadas con diferentes dibujantes. Publicó el libro de cuentos Fábulas del cuaderno verde (2014) con Textosintrusos. Cree fervientemente que el conocimiento se demuestra haciendo y no acumulando diplomas, premios y menciones como si fueran condecoraciones o títulos de nobleza.
Quienes regresaron Mi padre, el padre de mi padre y el padre del padre de mi padre, como lo hacían todos los hombres de la familia, salieron a recorrer el mundo y, luego, regresaron. Al menos fueron sus cuerpos quienes regresaron. Mi madre, la madre de mi madre y la madre de la madre de mi madre, como lo hacían todas las mujeres de la familia, repetían algo similar. Quienes regresan se parecen a los que se fueron, lucen como quienes partieron, hablan como quienes se marcharon, incluso huelen como quienes salieron. Pero no son ellos. Regresan cambiados. Son otros. Al escuchar lo mismo durante años, mientras crecía y se acercaba el momento en que también debía partir, no podía más que sentirme aterrado. Desconocía qué encontraría tras los campos de cultivos que se extendían luego de las últimas estribaciones de la montaña en la que se encaramaba el pueblo. Además de que, según la tradición, hasta el día previo a mi partida, ningún hombre de la familia me hablaría. Las mujeres, en cambio, podían hablarme sin más hasta la noche previa a mi partida. Pero ellas, como mujeres que eran, no podían abandonar el pueblo; por lo que desconocían si había algo más allá de sus límites. Mi temor no dejaba de crecer al ver la luna acercarse a la fase en que debía partir, solo, sin ayuda alguna, y con una única ración de comida, en mi desconocido camino hacia el mundo. Fue así que, de manera ineludible, ya que no se puede aplazar la hora señalada, el día previo a mi partida llegó y debí reunirme con los hombres de la familia. —Olvida todo lo que sabes —dijo mi padre, el primero en hablar.
~ 19 ~ —Aprende todo lo que puedas —agregó luego el padre de mi padre. —Intenta no regresar —acotó en tercer lugar el padre del padre de mi padre. —No comprendo —respondí luego de haberlos escuchado—. ¿Hacia dónde debo ir? Me miraron sin responder; claramente no volverían a hablar, ni conmigo ni con nadie más. Siendo como era, mi única opción, partí siguiendo el único camino que atravesaba el pueblo, bajaba la montaña y atravesaba los sembradíos. Llegué, en menos de un día, más allá de lo que nunca antes me alejara pues nadie me lo permitía cuando quería hacerlo. Ahora, que no quería hacerlo, nadie me lo impedía. El camino continuaba más allá de aquel límite. La noche llegó y se fue varias veces antes de que comenzara a adivinarse en la lejanía una montaña tan solitaria como la que ocupaba el pueblo. Hacia ella me conducía aquel camino que no dejaba de girar sobre sí mismo. En cada uno de sus recodos volvía a mirar hacia atrás, intentando adivinar dónde estaría el poblado que, con sus casas de paredes blancas y techos de tejas azules, imaginaba claramente distinguible en medio de las rocas. Pero nada se distinguía a la distancia. La noche se fue y llegó varias veces más. Me sentía cansado pero no hambriento. Era extraño; debería de haber muerto de inanición después de tanto caminar, sin embargo, al despertar cada día sentía el impulso de continuar. Como si la solitaria montaña me llamara y su llamado fuera cuanto necesitara para darme energías y mantenerme en movimiento. Por esa razón, la comida que trajera conmigo, único, o tal vez último, obsequio de las mujeres del pueblo al momento de partir, continuaba sin ser tocada envuelta en el mismo paquete en el que me lo dieran, junto con unas pocas cosas más que cargara en mi morral sin saber si llegaría a necesitarlas. Uno de los tantos mediodías que me alcanzaron en el camino, llegué a lo alto de un promontorio que me permitió ver por primera vez hacia ambos extremos del camino. Si de alguna forma hubiera podido medir las distancias, diría que me encontraba en la mitad del trayecto entre una solitaria montaña y otra. —Hola allí arriba —escuché una voz que me resultaba familiar. —Hola —respondí al hombre que se acercaba subiendo al promontorio desde el lado opuesto al que utilizara para subir. No lo distinguía del todo bien mientras subía, pero parecía una persona joven, que no solamente hablaba la misma lengua, sino que incluso se vestía de manera sumamente similar a los
~ 20 ~ hombres de mi pueblo. Incluso cargaba con un morral que se confundiría con facilidad con el mío. —Creía que era el único que recorría este camino —dijo al terminar de subir. El tono de su voz me resultaba demasiado familiar, pero me era imposible saber por qué. —Así lo creía también —respondí. Miramos en silencio en ambas direcciones, no había mucho más para decir. Dudo también que valiera la pena hacerlo. —Es un buen lugar como cualquier otro para sentarse a comer, ¿cierto? Hasta ese momento no me había percatado, pero mi estómago llevaba bastante tiempo haciendo ruido como una bestia salvaje reclamando su sustento. Al parecer el recién llegado se encontraba igual y, tan pronto terminar de hablar, se sentó en el suelo para extraer de su morral una ración de comida preparada y guardada de manera similar a la que me dieran las mujeres de mi pueblo. —Qué casualidad —dije mostrándole tanto el morral como la comida que guardaba en su interior. —Cierto —respondió mirando no sin sorpresa ambas cosas—; al parecer hay muchas similitudes entre nosotros. ¿Hacia dónde te diriges? —El camino lleva hacia aquella montaña —respondí señalando la montaña al final de mi camino —De allí vengo yo —dijo él. — ¿Hacia dónde te diriges tú? —pregunté. —El camino lleva hacia aquella montaña —respondió señalando la montaña al inicio de mi camino. —De allí vengo yo —dije con un hilo de voz. En silencio desenvolvimos nuestra comida y nos dispusimos a dar cuenta de ella. Solamente llegué a darle un bocado antes de notar lo desabrida que se encontraba. Levanté la mirada y, por la expresión de mi ocasional acompañante, supe que le sucedía algo similar. — ¿Desabrido? —pregunté. —Bastante. Lo que es raro, porque las mujeres de mi pueblo saben cocinar de forma que el sabor perdure. —Las mujeres de mi pueblo también saben hacerlo —dije y, luego de pensarlo un poco, pregunte—: ¿Quieres probar? Intercambiamos nuestras comidas y, no sin temor, cada uno probó lo que el otro trajera. —Delicioso —dijimos al unísono, como si las nuestras fueran una única voz.
~ 21 ~ En ese instante comprendí. Y aunque no puedo hablar por él, con solo mirarlo noté que sentíamos de igual modo. No era necesario nada más. Terminamos la comida en silencio; luego cada uno guardó sus pertenencias en su morral y partimos siguiendo direcciones opuestas sin siquiera despedirnos porque, en verdad, no hacía falta. Continué caminando, noche tras noche, sin perder de vista mi cada vez más cercano destino. Atravesé los campos de sembradíos y, luego, comencé a subir la empinada cuesta de aquella otra montaña por un camino que si bien veía por primera vez, lo conocía como si lo hubiera recorrido a lo largo de toda mi infancia. Cada piedra, cada pozo, cada hierba, se encontraba allí mismo. Ante las puertas del pueblo, donde la montaña se encrespa hacia las alturas, quien no era mi padre pero se le parecía, junto con quien tampoco era el padre de mi padre pero lucía igual a él y acompañado por quien nunca sería el padre del padre de mi padre a pesar de que las apariencias dijeran otra cosa, me esperaban para darme la bienvenida de regreso al pueblo. Me señalaron una de las tantas casas de paredes blancas que se arracimaban contra la montaña, me entregaron un pico, una azada, una pala, y una bolsa llena de semillas para comenzar mis propios cultivos y se alejaron sin necesidad de explicar nada. Aquella noche se celebró una fiesta por mi regreso idéntica a la que recordaba haber visto cada vez que alguno de los hombres regresaba. Durante la celebración se formalizó la unión con quien sería la madre del hijo al que no le hablaría hasta que llegara el final de su infancia. Ella, que me conocía desde mi propia infancia, tanto como yo la conocía a ella, comenzó a repetir, al igual que quien no era mi madre pero se le parecía, junto con quien tampoco era la madre de mi madre pero lucía igual a ella y acompañada por quien nunca sería la madre de la madre de mi madre a pesar de que las apariencias dijeran otra cosa, que solamente mi cuerpo había regresado tras mi partida a recorrer el mundo. Durante años repitió que me parecía a quien se había ido, lucía como quien había partido, hablaba como quien había se marchado, incluso olía como quien había salido, pero no era él; al menos no del todo. Por mi parte, continuando las ancestrales tradiciones de mi pueblo, nada decía.
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Abraham Eduardo Méndez Yáñez Facebook: Abraham Méndez E-book: https://es.calameo.com/favorites/704905
Monterrey Nuevo León, México Licenciado en educación especial, escribe textos desde los 14 años, a lo largo del tiempo, y en la actualidad, ha buscado ir puliendo y dando más seriedad a lo que escribe, ha participado en alrededor de 10 antologías con escritores de México y de algunos países de habla hispana y en 12 e-books, donde se escribe poesía de protesta y denuncia, buscando empoderar a aquellos que fueron callados. Participa en la revista literaria Trinando de Colombia y en la revista poética AZAHAR de Conil España. Ha escrito 3 recopilaciones de textos sobre la mujer en el marco de los eventos de Grito de Mujer las lágrimas de la tortuga, el canto del cisne y el mito de las sirenas. Y tiene un recopilado de textos sobre el penal del Topo Chico, de todo esto resultó el libro que en próximas fechas saldrá publicado Historias escritas en la Piel.
El canto de la sirena Cuéntame tu historia y llora en mi regazo Que mi pecho desnudo sea el placebo que te permita vivir Deja los lamentos en ese galeón lleno de tristeza En esa repisa llena de flaquezas Donde se confunde la locura y la lucidez Depositaras tus más anhelados deseos en las quietas olas Te sumergirás en los abismos de un azul profundo Te llevare a los confines del inmenso mar Y haré que brille tu vida como estrella fugaz Serás solo una leyenda, un mito, una utopía, una quimera que nadie creerá Viajaras y surgirás en historias que siempre se contaran Solo duerme en mi regazo y tu paupérrima vida desaparecerá Mi canto, mi esencia, mi imagen te cautivará y vendrás a mí Pues como Sirena de anocheceres multicolores nunca, nunca existí "Seirēnes sum, las que atan y desatan... Te encadenan"
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¿Quién grita por ti? ¿Quién grita por ti? En este pueblo desolado, en las calles ya desiertas En los pasillos de la iglesia llena de muertos en vida y desahuciados En los pedestales, los curules, en los generadores del cambio Siempre son solo palabras, nada es concreto y real Frases huecas, sin sentido Estúpidos discursos que se pierden al gritar Demonios en puestos públicos que en la rapiña, la víctima también desgarraran Soy hijo de una muerta, una desaparecida, de una víctima más Soy un huérfano desconocido Y por mí no hay quien quiera gritar
Grita mi cuerpo Grita mi cuerpo en silencios pausados llenos de melancolía En pequeños preludios que se vuelven cuentos En leyendas utópicas que no tiene fin En vidas pasadas que no supe vivir En historias ajenas que nos llevaron a sufrir Grita mi cuerpo desde espacios desconocidos que no se atreve a andar Desde las alejadas patrañas de una vida fugaz Desde las penas sin gloria y los días que me sirvieron para llorar Desde la plena lucidez de mi más oscura tempestad Desde la dicha de haberte tenido hasta la desgracia de haberte perdido… y todo fue por mi maldito orgullo y mi estúpida terquedad
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Mariano RD Comenzó a escribir, editó y publicó su primer poemario Retazos De Mi Alma, en ediciones Lenu, es de Almirante Brown, Barrio Don Orione. El poemario cuenta con algunas ilustraciones muy buenas hechas por Gererardo Canelo. Mariano RD colaboró en varias oportunidades con FundaCultura de Valencia, Venezuela y forma parte además de una Antología que saldrá el año que viene, editada por la Municipalidad de Almirante Brown.
El mar también es tuyo Emprendo el viaje de esta distancia estúpida que nos separa, El ego es un gigante idiota, ciego de su único ojo, ebrio de un poder sin poder. Vuelvo después del ego, con el corazón de vela desgarrado, con girones de sentimientos, parchado con sueños deshilachados. Una vez más emprendo esta travesía, los oídos sordos a las puteadas de la vida, atado a los miedos para no morir de frío. Devoro lo prohibido en busca de saciar el alma y llegar de una vez por todas a la paz entre paréntesis. ¿Por qué esperas Penélope? El mar también es tuyo.
La misma luna de Li Po La luna arrogante se refleja en mi copa triste bebe del mar tinto donde me sumerjo apuro un sorbo mezquino/sediento bebo la luna sin culpa ni pausa me emborracho de cielo me ahogo en sueños que vacían botellas que llenan copas de luna sola triste rota
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Sebastián Cariac Nació el 30 de septiembre de 1994 en Carhué, Buenos Aires. En el año 2019 se graduó de Ingeniero Químico en la Universidad Nacional del Sur, Bahía Blanca. Luego de recibir su título viajó durante seis meses por el norte Argentino y Brasil, donde encontró su principal hobby, que sería la escritura. Actualmente es redactor de contenidos educativos en una editorial.
Nunca había leído a Borges Se dio cuenta que nunca había leído a Borges, un prejuicio desmedido lo había privado del escritor argentino por excelencia. Cedió ante la curiosidad de una narración, preseleccionada por su novia, de Ficciones del autor donde hablaba de un libro que era infinito porque el final era el comienzo del mismo. Llamó tanto su atención, que no pudo continuar con los relatos al pensar que: si el libro era un ciclo, y este intentaba dar un relato cronológico, en algún momento debía existir una ruptura de la relación lineal del tiempo para que un acontecimiento pueda volver a suceder; o en caso contrario, debían existir diferentes realidades paralelas que den el contexto necesario para que un acontecimiento suceda infinidad de veces. Se levantó cuando la claridad conocida lo despertó, su novia debía haber dejado el departamento hacía algunos minutos y él se animaba a comenzar otro día donde intentaría cambiar lo inevitable. Se conocía y asumía improductivo cada vez que las oportunidades lo esquivaban sin piedad; porque no importa cuánto alguien se conozca y asuma inteligente, el tiempo suficiente sin cumplir con ciertos objetivos es un arma necesaria para reducirnos a las peores bajezas humanas. Y sin embargo, eso no era lo que más le importaba, había un miedo constante de perder a su novia, que lo único que parecía mantenerla a su lado era la lástima más vergonzosa e indiscutible. En el momento en que iba a analizar, como todas las mañanas, la posibilidad de un escape efectivo para todos sus males, oyó que golpeaban su puerta. Tardó un tiempo en asimilarlo, no sabría decir cuánto, porque en
~ 26 ~ ese instante sintió que el sol desaparecía, que las paredes se acercaban con una velocidad incalculable y no lo alcanzaban nunca, sintió también que levitaba por unos momentos. Intentaba reaccionar desde su interior porque era consciente que estaba alejado de toda razón y un hueco inmenso se abrió bajo sus pies donde adivinó los círculos más profundos del Infierno. Rápidamente logró encuadrar la situación cuando hizo retrospectiva y notó que no había dormido con su novia. Cuando despertó no la vio, pero no era porque se había ido a trabajar temprano, sino porque la noche anterior la habían asesinado. A través de una eternidad sintió la nueva realidad que le esperaba y finalmente asimiló la noticia. Salió a caminar por la calle mientras las baldosas se quejaban ante sus pasos inservibles. El sol, abrigándolo con un ardor demencial, cooperaba a una aglomeración de pensamientos inentendibles. Desviado de toda conciencia y entendimiento se encontró en la noche frente al lugar de trabajo de su novia, luego de haber recorrido las nada empáticas veredas que hacían el camino ondulante ante el calor que distorsionaba los sentidos. Allí, en su oficina, la habían asesinado mientras hacía el amor con alguien más. Alguien que no era él. La noche anterior. El amante, que sobrevivió de milagro, habría sido quien conoció al asesino que, según los medios oficiales, ya estaba privado de su libertad desde tempranas horas de la mañana. Para él ese mundo ya no existía: en instantes lo dejaría, cumpliría lo que tantas veces quiso hacer pero no tenía el coraje para llevarlo a cabo. Le parecía que simbólicamente sería excelente: subiría hasta el décimo piso, donde se encontraba la oficina de su novia, y se lanzaría por la ventana al vacío. La entrada al edificio, un zaguán con dos pesadas puertas de vidrio opaco anunciadas por candelabros opuestos – uno en el interior con luz blanca y otro en el exterior con luz amarilla que se encendía ante los movimientos en sus cercanías - fue sencilla, no había ni policías ni peritos custodiando la escena del crimen. Parecía, de hecho, que nada había sucedido. Buscó una excusa para no usar el ascensor: parado ante las puertas de metal que se deslizaban lateralmente, analizando su imagen reflejada en el espejo interior de forma intermitente, concluyó que, debido a que el final era inevitable, sería justo optar por las escaleras ya que atrasarían el acontecimiento. Lentamente, escalón por escalón, se iba acercando a la situación más trascendental de su vida, o de su día, que a fines prácticos era lo mismo. Confiaba que su muerte no quedaría fácilmente en el olvido. Al menos por un tiempo lo lamentarían y, con suerte, olvidarían su inutilidad para un mundo demasiado incomprensible. Avanzó, lenta y dolorosamente, y cada peldaño que superaba le recordaba la tensión de sus músculos al levantar
~ 27 ~ su cuerpo inútil y juzgado. Eran las últimas dos escaleras que quedaban, que separaban el noveno del décimo piso, cuando comenzó a sentir unos ruidos conocidos. ¿Sería su imaginación? Tal vez, las ganas de verla habían generado esa ilusión como un sistema de defensa. Aceleró el paso, pero cada vez más inconfundibles los sentía. Sin dudas era su novia, y estaba bien. Se la sentía muy bien. Los últimos pasos los hizo saltando de a dos escalones. Cuando llegó al piso escuchaba con una nitidez desgarradora los gemidos de placer de ella. No podía entenderlo, comenzó a golpear su cabeza con los puños para intentar acomodar sus ideas, giraba mientras el entorno borroneado lo mareaba y le devolvía una realidad ineludible en forma de náuseas y rencor. Se castigaba mientras avanzaba hasta la oficina. Sabía que no tenía que ingresar para que todo termine pero más fuerte y claro los sentía. El miedo y la curiosidad habían hecho de él un ente que sólo avanzaba sin raciocinar. Intentaba ordenar los pensamientos: mientras los ruidos comenzaban a habitar el eterno pasillo y las salidas se transformaban en meras excusas inaplicables, el deseo masoquista de comprobar lo que estaba sucediendo lo tentaba de manera irresistible. Suavemente intentó abrir la puerta - el picaporte frío devolvía, con una incidencia letal, su imagen vergonzosa como un espejo deformado - pero estaba cerrada. Sentía y estaba seguro, aunque no lo comprendía, que era su novia quien estaba adentro. Miró hacia atrás, y a mitad del pasillo, vio un matafuego, solitario y oportuno, que logró destrabar de la pared a la que estaba amurado. Volvió rápidamente hasta la oficina y ya el sonido era insoportable, se alejó y con un golpe vehemente desprendió la cerradura. El ruido violento de la puerta al chocar con la pared y regresar despedazada, mientras el cerrojo recorría el piso hasta llegar a los cuerpos húmedos de calor y olor, alertó a quienes – viendo el rostro desfigurado de dolor - advirtieron que estaban cometiendo un acto de traición merecedor del peor de los castigos. Ingresó y el panorama quedó inconfundiblemente explicado. La causa era ahora la consecuencia. Vio el rostro de su novia, ella intentó advertirlo, pero ciego de venganza optó por ser el verdugo, otra vez. Había detalles diferentes pero algunas cuestiones eran inevitables. Luego salió, no sin antes agarrar un libro que estaba en el escritorio con un marcador en una hoja. Llegó a su casa y comenzó a leer. Le pareció curioso. Se dio cuenta que nunca había leído a Borges…
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Angélica Riráms Estudió la licenciatura en Lengua y Literatura Hispanoamericana en la UNACH y se ha dedicado al fomento a la lectura desde el 2001, En el 2002 ingresó al Programa Alas y Raíces a los Niños de Chiapas de CONACULTA, como promotora de lectura y tradición oral y en el 2005 ingresa al Programa Nacional de Salas de Lectura. Ha sido Consultora Académica de Literatura en Editorial Santillana, al mismo tiempo que impartió la Asignatura de Redacción y Ortografía en la Universidad Autónoma de Chiapas. Como autora de literatura infantil colaboró en el suplemento infantil Parachicos del Diario Cuarto Poder, en Tuxtla Gutiérrez y en varios diarios, revistas y antologías de circulación nacional. La Dirección General de Publicaciones del CONACULTA publicó su ensayo El proceso lector y la importancia de seleccionar los textos en la Memoria del IX Encuentro Nacional de Salas de Lectura. En el 2006. En 2008 fue becaria del Programa de Estímulo a la Creación y Desarrollo Artístico por el trabajo titulado Relatario: platillos del recuerdo. sido incluida en antologías como Jaime Sabines: 83 aniversario, 83 poetas (SEPCONECULTA, 2009) y Relatos y cuentos de nunca acabar (COBACH, 1995), Cuentos joven: muestra de autores tabasqueños (Editorial Suum Cuique, 2012) y Epifanía (Programa Editorial Soconusco Emergente, 2020). Ha publicado el poemario Soliloquio de Invierno y la antología erótica Suite 30700 (coordinadora de la antología) con Búho Editores, como parte del Programa ―Soconusco Emergente‖ (2019). Imparte cursos y talleres para la formación de promotores de lectura y narradores orales, así como también talleres infantiles de fomento a la lectura y sensibilización ambiental. Es Promotora de Lectura Certificada por el CONOCER desde el 2011, con Número de certificado 33140. Actualmente es docente de la asignatura de Español en el Sistema Educativo Federal, de nivel secundaria.
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Enebro nocturno Avecinado el enebro traza su sombra sobre la valla Valsa con hilos de luz Al alba musita la hora en secreto Es vano desear que su pareja al llegar el día persista en el tiempo y el ritmo En vano espera, desea albergar en su dicha la danza Cuando el sol nazca el canto de las aves se habrá llevado con ellas Ritmo, tiempo y fuego Ningún hilo poderoso sobrevive al amanecer Caen los amantes en profundo sueño Callan las orquestas sus instrumentos Cantan los amaneceres puros Cuentan los viejos sus historias Cortan las hojas las tijeras Los enebros dejan de imaginar Los enebros no sienten ni piensan Los enebros son solo un puñado de hojas que de noche fantasean con la danza.
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Omar Moreno Maestro en Artes Plásticas y Visuales de la Universidad Nacional de Colombia. Especialización en Grabado (2000). Hizo parte del taller de poesía de la Universidad Nacional Ruido Ciego, así como de los talleres de cuento fantástico La Pluma Mágica, y de Escritura Creativa de Idartes y Relata. En la actualidad, es tallerista de la editorial cartonera Amapola Cartonera. Además ha sido evaluador de las propuestas del Premio Compartir al Maestro, en el área de Educación Artística, en el 2014, 2015, 2016, 2018. Ha realizado proyectos artísticos en espacios no convencionales: Proyecto Miradas, en la zona de tolerancia del barrio Santafé. La instalación de poemas-objeto en plazas de mercado en Engativá, gracias a la propuesta interdisciplinaria Asaltos Poéticos. Proyecto postal Artescopio, con el que registró prácticas artísticas y expresiones estéticas en panaderías, montallantas, marqueterías, remontadoras y carnicerías de la localidad Décima. Así como Los Talleres La Pre(s)ición, ficción sobre un taller de mecánica en el barrio La Reliquia, al que asistió el maestro Antonio Caro.
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Oscar Ignacio Avendaño De 35 años. Estudiante de Filosofía de la Universidad Nacional de La Plata. Buenos Aires. Argentina. Considera que en ocasiones escribir no ofrece la Respuesta, pero hace la pregunta infinitamente más amena.
Alejandro, alejandro. “La suerte favorece a los osados” Virgilio En un día de luces plateadas, de hojas agitadas y viento áspero, alcé mis brazos al sol ocultándolo por completo; ni los dioses tienen permitido ver la deformidad de mi verdadero rostro. Lancemos preguntas por todo el mundo conocido y veamos quien elegiría la gloria, quien optaría por la divinidad y a la vez cargaría con semejante desgracia. No me malinterpreten; soy perfecto. Digno representante de todas y cada una de las narraciones que de niño oía con devoción. ¿Quiénes son los héroes que sitiaron Troya en comparación a mí? Bien podría haber trotado en la tierra de la desgraciada ciudad junto a todos ellos, y solo la omnisciente mirada de Atenea me habría reconocido. Por las noches el humor declina, pende de un hilo delgado de tolerancia; me he vuelto en lo absoluto dos cosas (me río de mis propias inexactitudes); una sagacidad paciente y una hostilidad bulliciosa. La quietud de las acequias me deja ver la tesitura de mis mejillas. Son tiesas, sin marcas de expresión. El vigor en su blando ser las muestras joviales, delicadas. Hubo un combate. Abyecto tomé lugar por instinto; no pensé, actué. Me desespera la sensación de no ser realmente yo, empuño el arma por alguien más, creo. Pienso: ora el destino, ora los dioses; de quien se trate me guía justo donde se supone debo estar.
~ 33 ~ ¿Qué batalla fue aquella? Derramé todo el contenido de mi cabeza sobre el suelo, junto a los pies de mi padre. Aquel era el día de su boda. Cuando no alcanzaba los diez años aún, Leónidas me instruía sobre política, comercio, física, ciencia y milicia. Agradable es recordarlo, ya que por entonces no sentía yo este dolor, no cargaba con mi rostro monstruoso. Sé que no era la mente que esperaban, al menos no hasta entonces. De tal honestidad me deshago, era ciertamente un genio, solo necesitaba el estímulo justo. Así fue como en ese casamiento al que me imponía, Átalo blandió fiero garrote en sus anchas manos y desprovisto de piedad me partió la cabeza en dos. Los hombres parecen programados; hacen lo que deben hacer. Me temo ni yo estoy por encima de ello. Con su nueva boda el rey abandonaba a mi madre y me hurtaba por tanto lo que la totalidad de mi vida era, aquello con lo que cobraba sentido. De tal modo era heredero, de tal forma sería rey. Y así contaría con lo inherente, lo obvio. Héctor esperaba al invicto Aquiles en las mismísimas puertas de Troya por pura voluntad. Mi persona aguardaba el trono de Macedonia como una pieza proyectada, delineada con suma exactitud sobre el papel. La sobrina de Átalo ya tenía al vástago de mi padre en sus entrañas cuando las nupcias se llevaban a cabo. En defensa de mi madre desafié el evento como todo un hombre, como el hombre que aún no era. Me enfrenté con aquel gigante con las manos desnudas, quise demostrar así que ningún nuevo heredero que llevara su sangre lograría lo que yo esa noche. El rey nos observó detenidamente con su único ojo hasta que fui derrotado. Al despertar ya no era el mismo; el golpe me había dejado una cicatriz, en apariencia invisible, que nunca borraría. Si hay algo como el ánima entonces estaba por completo quebrada en dos. Una porción de mí no era humana, era por completo anormal. La otra llevaba consigo la belleza de mi propio rostro; impulsiva, vehemente. A diferencia de aquel costado horrible que aplicaba la sobreabundancia del conocimiento, la prudencia, la estrategia. La praxis belicosa ansiosa y destructiva, coexistía junto al juicio, la virtud, el estoicismo real. Lo horrendo del saber, la devaluada ignorancia y, a mi juicio, su real belleza. Mi padre murió poco después sin saberlo, sin poder ver en lo que aquel incidente me había transformado.
~ 34 ~ Siempre Joven, fui el audaz del que hablan. En los banquetes luego de cada victoria mis inexplicables desapariciones se volvían más y más llamativas. La dolencia era sobremanera imposible de tolerar. Quebrado en dos desenvolvía la táctica, la proliferación de ideas, el ansia, la búsqueda por la inmortalidad, el mito. Pero al precio de la ira, la intolerancia, la desmesura. Sucumbía a la embriaguez necesitado de descanso y al día siguiente me encontraba justo donde mi sapiencia me había abandonado. Mi rostro helénico, esa figura exquisita volvía poco creíble mis argumentos, aquellos que excusaban mi raro comportamiento. El general que no conocía derrota se arrodillaba frente de sí y se imploraba piedad. La mayor guerra ocurre dentro del ser, aborrezco la sola idea. Nada más alejado de una epifanía. El arrobamiento es imposible de eludir en estas circunstancias. La guerra se pierde cuando aún en paz se siente uno en peligro, entonces ha sido conquistado. Mientras el dolor me abandonaba a mis cálculos, en una parte me inquietaba; pues pronto, cuando la mayor claridad, la más tangente razón me iluminara, volvería aquel insufrible malestar. De tal manera mi cabeza se henchiría de un sufrimiento punzante inenarrable. Marcado por siempre soy menos que un humano, soy dos. Pensar si eso se necesita para alcanzar lo que yo he alcanzado es intuir con celeridad. De ser cierto la genialidad tiene entonces un precio muy alto. Hidaspes fue la última batalla, no por propia elección. El descontento y la inquina comenzaron a ser moneda corriente entre mis oficiales. Yo en cambio necesitaba ir más allá. Mis dos mitades lo necesitaban; desde Persia, desde el principio, ya no era quien los guiaba. La cicatriz en mi era quien dictaba toda orden, pues a su malestar arrebatador solo lo podía paliar desde el movimiento. Si sugerí que nunca me creí dueño total de mis actos nada dije más convencido entonces. Guerreé siempre desde el frente, como un simple soldado, y allí concebí la solución para mi apesadumbrada suerte. De tal manera que la que fuera mi búsqueda de solo alivio fue también mi búsqueda de una total cura… como si algo más guiara mis pasos. La noche en que decidí morir, bebiendo hasta librarme de la angustia, tenía, pese a ello, la calma más profunda. Ya para entonces se decía que mi espada era la única parte de mi cuerpo que no tenía cicatrices, de tal manera quedaba sentada la coartada.
~ 35 ~ Victima total del sopor etílico agudicé mi vista por encima de los mismos espejos curvos que siempre llevaba conmigo. Asesté el filo de mi espada sobre mi bello rostro una y otra vez, volviéndolo el fiel reflejo de mi alma erudita. Mientras los pedazos caían como papel mojado solo algunos notaron lo que pasaba. En medio del banquete elevé la tinaja llena de vino y azucé a todos mis hombres a continuar bebiendo; a unas horas de mi muerte la verdadera paz me había alcanzado, reconciliando mis dos mitades, tornándolas igualmente deformes.
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Juan Rey Lucas Filósofo, ensayista, cuentista, poeta. Estudió en la Facultad de Filosofía y Letras, en la Universidad Nacional Autónoma de México (U.N.A.M), campus Ciudad Universitaria. Ha tomado cursos de redacción autobiográfica en la Casa Universitaria del Libro. (alumno de la escritora Rosa Nissan); también talleres de Redacción y Literatura Creativa en el Museo del Escritor. Narrador, guionista y coplista para distintos semanarios de la red.
El emanar del ensalmo Imposible capturar los abismos Increíble notarlos Lo arcano se incrusta conteniéndose Rondar por pasillos adoquinados Observando los insectos intrépidos en el cemento Alcanzar a la primera niña amada de tu infancia en el tiempo Evocar tus travesías etílicas Ser testigo de las sentencias ejecutadas que la madre proclama Hacerte indestructible por tanta enfermedad Amar a los hijos por abandono Desde la mocedad todos se burlan por tu incomprensión Ahora devastado, adquieres un toque grotesco Esa caricia que guiña y filtra las galenas El arrebato de los problemas, los obstáculos, lo trivial, son las guerras contraídas. Mi andar pausado y firme ante el demoledor acto de los excesos, me condecora distinguido a recorrer la tierra. En todo, hay una nigromancia dirigida a pocos. No por selección, sino por acuidad
~ 37 ~ Asimiento de simas Un deportista del talud Un esteta para el caos La taumaturgia desprendida en los dolores y embelesos Los sacramentos deslizados en la superficie Las profundidades funcionan sólo como estrategia de ofensiva El cosmos avisa su derramamiento en el acto El niño, el animal, el insecto, la planta; entidades carentes de razonamiento y por ello gigantes de vida Tanto el vicio como la templanza provocan su aruspicina particular No es la degradación de lo paranormal, sino el material alotrópico que funge su opulencia Un músico excoriador de inframundos La alquimia como abasto de potencias y colisiones de incertidumbre El cuerpo tonifica sus resonancias Quizá….tal vez… Se conciba alguien que pueda apreciar las ánimas de toda persona que haya recorrido el círculo de piedra al unísono Y habiéndolo logrado, pueda decirnos que la vida y su cualidad obtenida son una y sí misma.
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Eva Hidalgo Es una estudiante de periodismo profesional de Guatemala a quien le apasiona el arte y el dibujo. En su tiempo libre realiza retratos y dibujos en distintas técnicas como crayón, lápiz y lapicero.
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Diana John Meletiche Nacida en la Habana, Cuba. Realizadora de sonido en la emisora nacional Radio Enciclopedia. Egresada del Curso de Técnicas Narrativas del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso en el año 2018. Ha obtenido varios premios en concursos infantiles y talleres literarios. Sus cuentos aparecen en E.A Vol 1 Breve antología del taller de literatura fantástica y de ciencia ficción Espacio Abierto y Alta definición, antología de cuentos inspirados en los medios de comunicación audiovisual.
California Dreaming Conocí al jilguero en 1967, en San Francisco, California, donde estaba pasando el verano. Entonces yo era un muchacho de dieciséis años, demasiado alto y comido por el acné. Buscaba encajar en el mundo y el hecho de tener “ el don” no ayudaba en absoluto. Mis padres no lo tenían y mi difunta hermana tampoco. La marihuana y el LSD me ayudaban a relajar, pero sufría continuos ataques de pánico y depresión. En la escuela me iba fatal y, desde luego, no tenía amigos. Fue en una tienda de discos. Yo iba con mis ahorros para comprar Rubber Soul, el sexto álbum de los Beatles. Estaba bailando de alegría con el disco en las manos, y le vi acercarse por el rabillo del ojo. Llevaba pantalones negros y una camisa blanca de encajes. Tenía el cabello corto y rizado y ojos oscuros. Mi primera idea fue: ¡Vaya, qué chica tan linda! Pero cuando se inclinó sobre mi hombro para ver el disco, la impresión fue otra. Era un muchacho. Entonces habló, con un extraño acento que no logré definir: - Buena elección. Es un gran álbum. Le miré de frente. Era imposible determinar su edad o género. Podría ser una chica de veinticinco años o un joven de dieciocho. Tenía una hermosa piel canela, eso es lo único que puedo afirmar con seguridad. Si hubiera usado “el don” quizá habría desvelado el secreto, pero no quise intentarlo.
~ 40 ~ Dijo que se llamaba Len Stieglitz. Su apellido significa jilguero en alemán. De ahí el apodo. Y sin duda recordaba a un pajarito con su andar tan simpático y la bella voz musical. Era su primera vez en San Francisco. Esa tarde fuimos a pasear por la ciudad y le mostré mis lugares favoritos. Al anochecer le acompañé hasta la pensión donde se estaba quedando. -Gracias por el tour, Aaron. - me dijo.- Eres un chico encantador. Sentí arder mis orejas. -Ha sido un placer, señorita... señor... - me hice un lío y bajé los ojos, rogando ser engullido por la tierra. -Puedes decirme Len, o jilguero. - respondió con una sonrisa. - Así me conocen los amigos. Y tú y yo vamos a ser buenos amigos. Entró al edificio, dejándome sumido en una incómoda mezcla de alegría y desconcierto. Entonces, escuché su voz directamente en el cerebro: “Gracias por no espiar. Eres un buen muchacho”. Se me cortó el aire por dos o tres segundos. Vi parpadear luces de colores frente a mis ojos. Era una sensación increíble. “Es como yo”, pensé. Aquella fue mi entrada al mundo de la magia. El don no era producto de una incipiente esquizofrenia, como hasta entonces creía yo, sino el indicio de mi aptitud para las artes sobrenaturales. Gracias al jilguero recuperé en gran parte mi equilibrio emocional. También aprendí algo de alemán con nuestras charlas diarias. Me enseñó fotos suyas y de su familia, que, por la calidad, debieron ser tomadas en los primeros años del siglo veinte. Nunca le pregunté fechas, para no ser descortés. Len rentó un modesto apartamento, al que dio su toque personal, elegante y delicado. Yo pasaba mucho tiempo allí, estudiando. Cada momento a su lado era delicioso. Me parecía vivir entre mundos diferentes. En uno estaba mi familia y en el otro la magia. Iba de un lado a otro, sin hacer ruido, flotando en mi nube de antidepresivos. Al mismo tiempo, la ciudad florecía. Llegaban jóvenes de todo el país y del mundo, opuestos al orden reinante en la actualidad. Se les veía en las calles, con flores en el pelo y ropa de alegres colores. El jilguero también. Su estilo de vida natural y libre se asemeja bastante. Yo, sin embargo, no me sentía realmente parte de nada. Sólo admiraba la esbelta figura de Len, con sus ligeros vestidos y el pelo ensortijado cubierto de flores. Ahora sé que era feliz allí, con Len. Cuando tomaba la guitarra para cantar, bajo la sombra de un árbol o a la luz dorada del atardecer, parecía una auténtica hada. Su voz era tan linda que me hacía estremecer. Cuando descansaba apoyando su cabeza en mis rodillas, sentía un batir de alas en el estómago, como si hubiera tragado un puñado de cuervos furiosos. Algo
~ 41 ~ mágico y terrible. Hoy en las nubes, mañana en el suelo. Subía y bajaba en un tobogán muy loco. Pero el verano acabó y Len se marcharía. La sola idea me causaba retorcijones de estómago y ansiedad. No conseguía dormir ni comer. Cada minuto a su lado era bello y triste a la vez. Le ayudaba a empacar, casi ahogado por el nudo que apretaba mi garganta, escuchándole hablar tan feliz de nuestro futuro reencuentro y fingiendo una alegría que estaba muy lejos de sentir. Cuando nos despedimos, en la parada de autobús, el suelo se esfumó bajo mis pies. -No te vayas.- le supliqué. Me retorcía las manos, bajando la cabeza. Recuerdo a Len, de pie ante mí con su vestido florido y los ojos húmedos, extendiendo sus dedos para acariciarme el rostro. -Tengo que irme, Aaron.- musitó.- Te he dejado mis libros. Estudia. No olvides lo que has visto y aprendido aquí. Estás destinado a grandes cosas. Se alzó de puntillas y besó mi frente. Sus lágrimas me ardieron en la piel. -Volveré, - dijo.- lo prometo. Subió al autobús, halló un asiento junto a la ventana y dijo adiós con la mano. Y se fue. Len se fue. Yo lancé un grito que hizo brincar del susto a la gente que esperaba junto a mí. Eché a correr de vuelta a casa. Todos se apartaban con miedo. Yo no veía, no quería ver, ni sentir. En mi cuarto, revisé con ansiedad los libros que Len dejó, esperando hallar su olor, algo a que aferrarme. Abrí mis libretas y besé las notas que había hecho con su elegante caligrafía, deseando fundirme en ellas y desaparecer. En uno de los libros había una foto muy antigua en blanco y negro. Detrás ponía “Helene Kretschmer, 1925”. - Len... - suspiré. Debía tener cinco o seis años. Estaba adorable con el trajecito de cuello marinero, jugando con balde y paleta en la arena. Era una imagen tan bella que me saltaron lágrimas. Aferrado al retrato, lloré, no sé por cuanto tiempo, hasta quedar rendido. Y desperté a orillas del mar, con el sol dándome en la cara. Ante mis ojos se extendía una hermosa playa de fina arena blanca. A lo lejos vi una imponente mansión rodeada por árboles tropicales. Tardé un momento en recordar quién era yo y supe que estaba fuera de lugar. Debía ser un sueño o alucinación. O quizá estaba realmente muerto, una idea que entonces me resultó agradable.
~ 42 ~ Vi a un niño (o tal vez niña) a pocos metros de distancia, jugando en la arena. Llevaba un traje amarillo y un sombrero a juego, como en una postal de los años veinte. Cuando me acerqué, vi que tenía la piel canela y unos rizos negros asomaban bajo el gorro. Alzó los ojos y, protegiéndose del sol con la mano, me saludó: -Hallo. Yo estaba exhausto. Era incapaz de hablar o moverme. La niña (o niño) empezaba a verme con desconfianza. Arqueando una ceja preguntó: - ¿Wer sind Sie? ¿Quién eres? Excelente pregunta. Ni yo sé. -Soy Aaron Goldberg. - dije en alemán. Y la criatura respondió: - Soy Leni. Una sensación cálida me llenó el pecho. Todo cobraba sentido. El mundo era un lugar menos frío y solitario. De nuevo estaba en lo alto del tobogán y no temía caer. Una felicidad efímera, ilusoria, pero necesaria. Respiré hondo, para evitar llorar. - Lo siento. - dije. - Cometí un error. Pero lo arreglaré, iré a casa. Voy a estudiar y ser paciente, hasta que nos veamos de nuevo. El pequeño jilguero se levantó, sacudiendo la arena de sus manos. Noté una mezcla de extrañeza y pena en su mirada. - Tengo que volver. - dijo. Y, con una tímida sonrisa, añadió: - Gracias por no espiar. Eres un buen muchacho. Se dio vuelta y echó a andar rumbo a la casa. Yo fui hacia el mar. Dibujé mentalmente mi habitación, pinturas, libros y cómics, las sábanas, el calor, California, el verano de 1967. Sin Len. No podía pensar en Len. Me sumergí completamente bajo el agua. California, verano de 1967, sin Len. A través del agua y la oscuridad, a través del tiempo y el espacio. Sin Len.
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Gisela Burak Dícese de una delgada mujer orquesta. Madre abnegada. Ama de casa poco convencional. De origen citadino se adapta a las más diversas circunstancias. Utiliza el humor como mecanismo de supervivencia. Alérgica a la rutina y el acartonamiento. Informal. Curiosa. Inquieta. Cree que lo mejor siempre está por llegar, aunque no se sienta a esperar. Estudió Teatro y participó de diferentes talleres de Improvisación, Stand Up, Clown y Escritura Creativa. Autodidacta en Fotografía y Artes combinadas. Formó parte de diferentes convocatorias de poesía y varios textos fueron publicados por Ediciones Artilugios, Centro cultural Ex ESMA entre otros. Actualmente se desempeña como Acompañante Terapéutico con pacientes de Alzheimer. Cursa el Profesorado de Lengua y Literatura orientado en Educación Popular. En Abril de 2020 diseñó su primer Plaquette en formato .pdf para compartirlo de manera gratuita con este mundo pandémico.
Denuncia Vengo a denunciar las medias de a una los tupper sin tapas las tapas que sobran las cucharitas perdidas Vengo a denunciar los libros prestados los cierres rotos los botones que faltan la tinta seca Las tazas rajadas las asas mutiladas las copas vacías las goteras, las grietas Vengo a denunciar los recuerdos borrados las pesadillas repetidas los errores sin moraleja
~ 44 ~ y los días sin vos.
El mar es dulce Es como ver el mar por primera vez. Así. Inmenso. Acá cerquita en la orilla. Y después te vas. Me voy. Y vuelvo. Olas. ¡Hola! ¡Chau ! Los cinco sentidos parecen estallar. Pero no. Sobrevivo. Me asusto. Me conmuevo. Se me mueve la estantería. Los patitos rompen fila. Tiro la chancleta. Saco la biblia de arriba del calefón y la archivo con los demás miedos. Se me seca la boca. Se me hace agua a la boca. Frío. Calor. La gata flora se escapa. Los suspiros se escapan. No puedo dormir en una cama que no sea la tuya. No quiero dormir en tu cama. Bien despierta. Muy. Toda. Esto no es la revolución productiva. Estoy en Babia. Acá estoy !! Colgada del marco de tu ventana. Abrila. Atrapada en la telaraña del rinconcito ese. Comprate un plumero. Dale. No espero, desespero. Te espero aunque seas impuntual., aunque el bondi no pase. Porque es mi bondi, mi mambo number five. Mio. No lo sos. Soy mía. Soy este exagerado Alberto Migré que me posee. Y sueño para poder escribir una sarta de cursilerías que me recuerden que sos la figurita difícil y ni el álbum tengo. Sos como ver el mar por primera vez. Pero sos San Clemente del Tuyú y yo te veo tan Aruba...
Creer o reventar Creer en los milagros o reventar de desesperanza. Creer en la inocencia para no olvidar la infancia. Creer en los deseos y ganar la sortija. Creer en gatos negros y en tu suerte. Creer aunque ya no haya boletos capicúa. Creer en mí y no esperar aprobaciones. Creer en el amor para no deshojarme en día domingo. Creer para crear, y que exploten libretas y biromes. Creer en la causa y el efecto, en el Big Bang y en Aschira. Creer en vos aunque no quieras y no creas que te creo. Creer en nosotros. O reventar.
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Eduardo Barragán Ardissino Nació el 3 de marzo de 1988 Vive en Argentina, en la ciudad de Mar del Plata, lugar donde nació y creció. Desde muy chico ha sentido fascinación por la literatura (ya sea por leer o escribir), razón principal por la que Lengua y Literatura siempre fue su materia favorita en el colegio, y por la que actualmente se encuentra estudiando la carrera para ser docente en dicha materia. Entre los muchos libros digitales interactivos, disponibles para descargar en la app Pathbooks, hay tres escritos por él ("Una detective desconocida", "La puerta", "El juego del puente" y "Los cíclopes araña invasores"): www.pathbooks.app. Además, su novela corta "Seguir intentando" se encuentra disponible en Amazon: https://www.amazon.es/Seguir-intentando-Eduardo-Barrag%C3%A1nArdissinoebook/dp/B089RSM9JN/ref=sr_1_1?__mk_es_ES=%C3%85M%C3%85%C5 %BD%C3%95%C3%91&dchild=1&keywords=Seguir+intentando&qid=1592 089418&s=books&sr=1-1
La alarma ¿Cuánto tiempo ha pasado ya? ¿Cuánto más va a durar esto? No consigo despertar, sin importar cuántas veces me despierte. Hoy es mi entrevista laboral y no puedo llegar tarde, por eso puse esa alarma, la cual sonó al horario correspondiente. Sin embargo, un instante después de haberme incorporado en la cama, la escuché sonando nuevamente, lo que me hizo abrir los ojos y descubrir que aún continuaba acostado. Naturalmente ignoré esto y me levanté. Escuché la alarma otra vez cuando entraba al baño, cosa que me obligó a abrir los ojos, acostado en mi cama, de nuevo. Recuerdo que, para la tercera ocasión, había logrado llegar al comedor antes de que esa alarma volviera a regresarme a mis sábanas. Claro, no es la primera vez que esto me ocurre. De hecho, no puedo recordar un solo despertar mío, desde que tengo uso de razón, que no haya sido así. Pero ahora es distinto.
~ 46 ~ Para empezar, porque debo llegar temprano a mi entrevista; además de que parece que todo esto no va a llegar a una conclusión nunca Creo recordar que fue en el séptimo intento cuando el peligro aumentó, cuando todo cambió repentinamente para peor, cuando desperté en el medio de aquel enorme puente flojo. Desconozco cuánto tiempo estuve parado ahí sin hacer nada pero, en cuanto di un paso, toda la enorme construcción se vino abajo, llevándome con ella. Mientras caía al vacío, aterrorizado, escuché de nuevo la alarma. Entonces abrí los ojos, encontrándome sobre un pequeño bote, en medio del océano. Mí desorientación y mi repentino mareo provocaron que hiciera tambalear aquella embarcación justo cuando la alarma volvió a sonar. Debido a eso no caí al agua, si no en un montón de arena, a la vez que despertaba en medio de lo que parecía ser un desierto. Desesperado, sin saber qué hacer, empecé a caminar. Luego de lo que parecieron horas de andar bajo ese sofocante calor, en un lugar completamente vacío (no se veían ni cactus siquiera, solo arena por todos lados), la alarma volvió a sacarme de donde estaba, arrojándome en esta espesa y lúgubre jungla ¿Cuándo va a acabarse todo esto? A pesar de los aterradores sonidos de fieras salvajes (creo yo) que estoy siendo capaz de oír a mi alrededor, no voy a moverme de acá. La alarma está sonando ahora mismo, pero voy a seguir ignorándola. Ya no me importa mí estúpida entrevista, ni lo aterrador que es este lugar. No me pienso arriesgar a caer en un sitio todavía peor que este, no puedo resistirlo. Ojalá algún día pueda despertarme.
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Clemente Gaitán p. Nació en Armenia Quindío, Colombia. Es comunicador social de la universidad javeriana de Bogotá. Dibujante, cuentista, realizador cinematográfico.
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Ronnie Camacho Barrón Además de ser escritor, se encuentra titulado en la licenciatura de Comercio Internacional y Aduanas, y certificado por la SEP como Técnico Analista Programador Bilingue, ha publicado dos novelas, Las Crónicas Del Quinto Sol 1: El Campeón de Xólotl (Amazon) y Carlos Navarro y El Aprendiz Del Diablo (Editorial Pathbooks), y diez libros infantiles, Friky Katy, ¿Tus papás son vampiros?,El pequeño Rey, Los Guardianes del bosque, Erika otra vez, José lo vio todo, Una Amiga de las Estrellas, Las Rivales, Los Campeones y Los Trillizos mágicos, todos con la editorial Pathbooks y traducidos en más de 6 idiomas. Participó en 6 antologías, Taller Alquimia De Palabras: Antología De Cuentos y Relatos (Amazon), Cuentos Cortos Para Noches Largas (Editorial Kaus), Zona De Cuentos (Editorial Kaus), Horas de Extravío (Editorial Awen), La sonrisa del abismo (Amazon) y Cyber Terror (Speedwagon media works). También muchos de sus cuentos y relatos de terror, fantasía y ciencia ficción han sido publicados en más de 30 revistas y blogs entre nacionales e internacionales, como lo son: El Narratorio, Revista Literaria Ibidem, La Gualdra, Katabasis, Collhibrí, Perro Negro de la Calle, Poetómanos, Polisemia, Awita de Chale, Delatripa, La Nación Alien, Fóbica Fest, Almicidio, Editorial Elementum, Teresa Magazine, Clan Kutral, Revista Literaria Pluma, Teoría Omicrom, La Orden De los Escritores Sin Editor, etc.
Mis queridos padres ¡Los macarrones están listos! ¿Sabes?, nunca pensé que te traería a casa, no eres muy simpático y realmente muchos te tenemos miedo, pero bueno mis padres querían conocerte y que mejor forma de hacerlo que invitándote a cenar. Ya quiero que den las ocho para que se despierten y al fin te puedan conocer. Yo sé que para ti es muy gracioso molestar a los demás y más centrarte específicamente en mí solo porque soy adoptado, pero Mamá y Papá ya me
~ 50 ~ había advertido que muchas personas no lo entenderían y que otras más se reirían de mí solo por eso. Siendo sincero no te entiendo, pero debo admitir que durante el día mi vida sin ellos es muy solitaria, pues tengo que levantarme desde muy temprano para ir a la escuela, solo para que me molestes, luego saliendo tengo que ir a hacer el súper y finalmente llego a casa a prepararme la comida. Tal vez mi vida no sea como la tuya o la del resto de los niños, pero no me siento mal, pues desde el principio mis padres me han hecho saber que si bien la sangre no nos une, ellos me aman con todo su corazón. Y cuando despiertan juegan conmigo, me ayudan con la tarea y tratan recuperar todo el tiempo perdido, antes de que yo tenga que ir a dormirme. Ellos son magníficos y de hecho, su historia favorita y la que siempre relatan al resto de la familia, es la de cómo me encontraron y aunque la he escuchado miles de veces, siempre es un gusto para mí, oírla de nuevo. ¿Quieres escucharla?, ¿No?, bueno de todos modos te la contare. Mis padres cuentan que la primera vez que me vieron fue cuando conocieron a sus vecinos del departamento de arriba. Al parecer mis verdaderos progenitores eran una pareja joven y sin experiencia que recién se había casado y trataban de formar una familia juntos. Pero lo que parecía el comienzo de un cuento de hadas terminó siendo una horrenda pesadilla. Como los vecinos de abajo, mis padres adoptivos fueron testigos de todos los gritos, pleitos y amenazas que se suscitaban entre la joven pareja del piso de arriba. Cuentan que, sin importar la hora, fuera día o de noche, ellos escuchaban mi incesante y desgarrador llanto que en ningún momento mis verdaderos progenitores se molestaron en calmar. Pasaron los meses y las cosas fueron de mal en peor, fue así que mis padres decidieron hacer algo al respecto y aunque habían tratado de mantener un perfil bajo después de haber tenido problemas en su antigua ciudad, ellos decidieron rescatarme. Con sigilo, se adentraron en el departamento de mis padres biológicos y lo que vieron, los horrorizó. Pues las personas que me dieron la vida tenían su casa hecha un muladar, comida vieja se podría en la nevera, botellas de cerveza se esparcían por todo el suelo y yo dormía en una cuna repleta de basura, con el pañal lleno y evidentes signos de desnutrición.
~ 51 ~ Fúricos por lo que vieron Mamá y Papá trataron de encontrar aquellos monstruos para hacerles pagar, pero por más que buscaron solo encontraron señales que delataban que ellos se habían marchado hacía tiempo. Mamá dice qué al verme, el primer pensamiento de ambos fue llamar a una apropiada institución para que se hiciera cargo de mí y aunque estaban decididos a hacerlo, cambiaron de opinión, cuando me tuvieron en brazos. Con mucho cariño y un brillo en los ojos, ellos siempre relatan que desde el momento en que sintieron mi tibia cabecita y mi entre cortada respiración, su corazón se derritió por completo. Pues en sus palabras yo era una bolita de carne, tan tierna y adorable que tuvieron que hacer un esfuerzo enorme para no comerme. Desde entonces y sin que nadie se les opusiera ellos me criaron con el mismo amor que le darían a un hijo verdadero. A diferencia de la relación de mis verdaderos progenitores, la relación entre mis padres adoptivos llevaba siglos de existir, aun así, fue difícil para ellos adaptarse a mí, después de todo, las personas como ellos no suelen tener hijos. Imagina la sorpresa de todos mis tías y tíos cuando se enteraron de mí, aun hoy no puedo estar cerca de algunos de ellos sin que mis padres estén presentes. Durante mis primeros diez años de vida me criaron como uno de ellos, dormía durante todo el día y jugaba con ellos toda la noche, pero con el tiempo, cuando notaron que más que acostumbrarme todo eso me hacía daño, decidieron criarme de un modo más ―normal‖ Cuando tuve la edad suficiente para valerme por mí mismo ellos recuperaron su habitual costumbre de volver a dormir durante el día y dejaron que me hiciera cargo de todo, la luz, el agua, la comida, etcétera. Pero sin importar que, cada noche les cuento cómo me fue durante el día, fue así como supieron de ti y de todo lo que me haces. Hubieras visto la cara que pusieron cuando les mostré los primeros moretones que me hiciste o cuando les repetí todos tus insultos o peor aun cuando supieron que me bajaste los pantalones frente a toda la clase. Estaban tan molestos que no puedo ni describirla, de hecho, no tendré que hacerlo, justo ahora acaban de dar las ocho, estoy tan contento, ¡Por fin los vas a conocer! Mientras espero en la mesa del comedor las puertas del sótano se abren y de ellas emergen mis padres. Ambos lucen somnolientos, se estiran y bostezan de tal forma que dejan expuestos sus afilados colmillos, para mí es algo normal, pero para mí diario
~ 52 ~ agresor es razón más que suficiente para comenzar a temblar en la silla en la que lo tengo amarrado. Cuando mis padres me ven sus ojos se iluminan. ―Hola Má, hola Pá ―los saludo. ―Hola tesoro ―ellos me abrazan y a pesar de sus cuerpos fríos puedo sentir lo caluroso de su afecto. ―Mamá, Papá, él es Ricardo, el compañero de quien les hablé ―los presento. ― ¿Con que este es el niño, ¿Eh? ―pregunta mi padre con desdén. ―Sí, él es el compañero que todos los días me molesta y se burla de mi por ser adoptado. Al enterarse de quien es, mis padres gruñen furiosos y en un parpadeo se plantan frente a él. ― ¡Jamás debiste meterte con nuestro niño! ―ruge mi madre a centímetros de su cara. Ricardo comienza a suplicar bajo la mordaza que aprisiona su voz y a pesar del desagrado que siento por él, les pido que se detengan. ― ¡Mamá, Papá, esperen!, quiero escucharlo. Ante mi extraña decisión mis padres se detienen, intercambian una mirada confusa y tras unos segundos de dudas, obedecen y le quitan la mordaza. ― ¡Perdóname Francisco no vuelvo a molestarte, yo…y…yo solo estaba jugando pero te juro que a partir de hoy no me vuelo a meter contigo! ―promete. Sus suplicas y lloriqueos me hacen pensar y aunque me gustaría creer en sus palabras, me gusta más comer en familia. ―Má, Pá, pueden hacerlo, ya hace hambre ―respondo antes de probar una cucharada de mis macarrones.
~ 53 ~
Shi Un hermoso sábado de octubre de 1995, hace un tiempo, Noriana López Fernández llegó al mundo para alegrar la vida de su gente. Hubo trabas y baches, y casi no la cuenta, pero de milagros y agradecimientos al de arriba existen otras vitrinas. Desde muy pequeña tuvo gran imaginación: quizá era la televisión, o el hecho de que era hija única; sea lo que fuese lo que inició todo: gracias a la providencia por hacerlo posible. Como buena hija única nunca le gustaron las muñecas; desde pequeña solía imaginar batallas entre buenos y malos, siendo un Power Ranger y otras cosas. Pero la escuela llegó y, tras aprender a leer y escribir debidamente, las ideas sólidas aparecieron, transformándose hasta lo que hoy son. Ingeniero de Sistemas de la Universidad de Oriente, la curiosidad ha sido su motor durante mucho tiempo. Bautizada como «SHI.» por ella misma, cada cosa tiene su lugar en su cabeza. Sus tres grandes armas son: su diccionario, su atlas, y su gran computadora; además, claro, la preciosa imaginación que Dios le ha dado. Ahora que se ha armado de valentía para publicar, ¿será esa una nueva arma de su repertorio?
Schizo «Toc, toc, toc, toc…». No dejo de escuchar esos temibles toques que me agobian. «Tac, tac, tac, tac…». Los pasos me enloquecen cada segundo que pasa. Cierro los párpados e intento dejar de pensar en eso, pero no puedo; llevo mis manos a los oídos y clamo que todo se detenga, que sea un sueño. Lentamente se acercan esos pasos, y un frío glacial invade mi cuerpo, la sensación sube por mi columna y me paraliza. Tengo miedo, tengo miedo… ¿Qué está pasando?, ¿qué es esto? mis párpados siguen cerrados, no quiero abrirlos. No… no quiero volver a ver este mundo. El sonido de una chirriante risa eriza todos los vellos de mi cuerpo, me deslizo por la pared en la que estoy recostado y caigo sentado al suelo, mis piernas se tensan y las pego más a mí… Busco protección, pero no la encuentro, ¿de qué quiero protegerme?, ¿de qué estoy huyendo? La chirriante risa se transforma en un canto glorioso, como si aquella trémula voz pudiese sonar hermosa y afinada. El asco llega a mis sentidos y
~ 54 ~ me lleno de nauseas. Los pasos siguen sonando, los toques se siguen acercando. Una torpe melodía suena en el fondo, como una mala banda escolar. ¿Qué es eso?, ¿qué es esto? El estridente sonido de las uñas arrastradas contra la superficie paraliza mi respiración. Me apego a mí mismo mucho más, metiendo la cabeza entre mis piernas, pensando que eso puede librarme de lo que sea que esté viniendo. ¿Debería abrir mis ojos?, ¿debería? ¡No!, no… tengo miedo, mucho miedo. Esta cerca, está cerca… ¿qué hago, Dios?, ¡qué hago! Ya no respiro, no puedo, porque sé que se acerca. Siento el frío recorrerme una vez más, aprieto los dedos de los pies con tanta fuerza como mis párpados. La mente se me queda en blanco, y un nudo se forma en mi garganta. ¿Qué quieres de mí?, ¿qué quieres? Un zumbido comienza a subir de volumen en mi mente, tan fuerte que ya ni los pasos escucho, ni los toques, ni la risa o el canturreo. Solo escucho mi propio miedo, mi asqueroso y estúpido miedo. Aprieto la mandíbula, no puedo tragar. Me duele la cabeza, duele, duele… ayuda, que alguien me ayude… Algo toca mi hombro, y todo dentro de mí solo desaparece en el increíble terror del momento. El toque es suave, y luego se hace más duro. Hay como una mano sobre mi hombro y lo aprieta, reprimo un quejido en mi garganta aparentando gallardía. Auxilio… ¿acaso nadie puede ayudarme? No le importo a nadie, eso pienso, eso creo, eso siento… El agarre me remueve, pero no puedo escuchar nada, no sé si grita, si se ríe de mí, o quiere matarme. No saco mi cabeza de entre mis piernas, no puedo. ¿Cuándo terminará esto?, ¿cuándo se acabará por fin? «Oye… oye…», escucho una voz queda, pero tengo miedo… no voy a hacerlo, ¿debería abrir mis ojos? No… « ¡No lo hagas!». La mente es traicionera, realmente traicionera. Siento que la cabeza me va a explotar, siento que solo estallará junto a mi corazón en cualquier momento. Otra mano toma mi otro hombro, tiemblo. Me zarandean de adelante hacia atrás con potencia, me encojo más en mí, me aprieto, pero la fuerza se hace mayor y toman mi cabeza, me obligan a salir de mi zona y algo agarra mi mentón. Tengo frío, tengo miedo. Aprieto mis párpados con fuerza, no… ¡no quiero morir! Ayuda, ayuda… alguien ayúdeme por favor, ayúdenme. Toman mi mentón, mi cara es asaltada, algo quiere que lo vea, pero yo no quiero, no… de nuevo escucho las voces que me atormentan, que me dicen
~ 55 ~ que todo está mal… ¿dónde estoy?, ¿por qué pasa esto? las náuseas crecen dentro de mí, quiero vomitar, quiero desmayarme. Aprieto mis párpados con tanta fuerza que duele, y siento cómo mi espalda pega en la pared, ellos me empujan, «eso» me empuja. Exhalo con fuerza, tengo que respirar, pero el aire se siente lejano… me voy a desmayar. Las manos sobre mi rostro se vuelven más agresivas, siento que me raspan, me desgarran y duelen. ¿Me van a matar? Mi corazón late como loco mientras percibo cómo me abren los párpados de a poco. Las voces gritan mi desgracia alrededor, se burlan de mi cruel destino ya pactado. La luz comienza a aparecer en mi horizonte, ¿luz?, ¿de dónde? Ellos terminan de abrir mis párpados y siento un abrazo. Mi cuerpo se encoje por el susto del momento y se entiesa. El abrazo se aprieta. «Lo siento —puedo escuchar—, realmente lo siento», alguien dice mientras llora. Mis párpados se abren por completo, encuentro un cuarto, ¿es mi cuarto? No… ¿qué es esto?, ¿cuándo llegue a este lugar desde el desierto? El abrazo se aprieta y las voces van desapareciendo. Tomo una bocanada de aire y ya lo entiendo. Este cuarto es mi cuarto, mi habitación. Físicamente nunca me fui de aquí, pero mi mente atacada por el miedo solo voló. Las voces me atormentan, eso pasa a diario. ¿Qué clase de vida es esta que estoy llevando? Si este es mi día a día, ¿estoy loco? Las lágrimas caen de mis ojos y no puedo. Ayuda, ayúdenme… no quiero seguir viviendo este martirio.
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Fátima Chong Santiago Originaria de Chihuahua México. Licenciada en Educación. Maestría en Administración y Planificación Educativa, Participación en el encuentro de mujeres poetas Químicamente Puras y publicación en la misma antología en Chihuahua; publicaciones en revistas: Letrantes en su convocatoria Sueños en Yucatán, en Editorial Letras Rebeldes en su convocatoria Poetas malditos , en la convocatoria Libertaria, en Banderas negras y Paraísos perdidos; en la ciudad de México, publicación en Revista Signos en su convocatoria La tierra en Guadalajara, publicación en Revista Teresa Magazine en su convocatoria H2O y en su convocatoria Todos somos Teresa en la ciudad de México, seleccionada por Revista Necroscriptum en su convocatoria de cuento de terror y horror en Jalisco, seleccionada por la asociación ANUAR en su convocatoria Mi persona con autismo para la publicación de cuento en libro digital; publicación en Revista Collhibrí de Puebla, publicación en Revisa Cisne, Revista Tlacuache en CMX.
Dicen que estoy loca en medio de esta distopia! Locura Antes de ingresar a este hospital escuché las voces que me hablaban extasiadas, me decían que no temiera, que ella era mi hija, quizá cambió un poco, yo la identifiqué, esos ojos sólo podían ser los de Carolina, bellos y pueriles, era cuestión de tiempo para hacerla recordar que yo era su madre, ella me olvidó, pero paulatinamente sabría que soy su progenitora, reconocería su habitación, las canciones de cuna que aún le canto. ¡Yo sería incapaz de robarme, de secuestrar, de hacer sufrir a una niña inocente! Es mentira que padezco psicosis, lo único que me ocurrió es que estuve triste por la ausencia de mi hija, Carolina lo es todo para mí. Ahora estoy cautiva, atada de brazos, hablándole a la luna, la enfermera que parece carcelera viene para inyectarme, se ha dado cuenta que no me trago las pastillas, no lo efectúo, me aletargan y no me permiten conversar con mi pequeña, cuando todos se ausentan ella se aparece y me consuela, en ocasiones jugamos, la luna nos presta sus rayos que en la obscuridad nos consienten hacer sombras en la pared, reímos en nuestro paraíso, la enfermera es perversa ya que al dormirme arrebata a mi niña de entre mis brazos y me coloca una almohada, yo les aseguro que ese objeto en la penumbra es mi hija. Precisamente hoy tengo visita del médico, el
~ 57 ~ psiquiatra no me comprende, la ocasión pasada le robé sus anotaciones y me diagnosticó con psicosis, ¡soy psicótica!, he reído a carcajada abierta llenando el sanatorio de horror, según él, quise atacarlo haciendo filoso cono con sus apuntes dispuesta a sacarle los ojos, la verdad iba a inspeccionar qué tiene en sus globos oculares que no le permiten observarme correctamente. Si mil veces le he relatado mi historia. ¿Tú quieres escucharla? Te cuento: Aquella ocasión caminábamos Carolina y yo, decidí torpemente marchar por la lobreguez, platicábamos de nuestras respectivas faenas, ella me sugería cómo quería su pastel el día de su cumpleaños próximo a ser el sexto. Yo en mi mente revisaba mis finanzas dispuesta a concretar su deseo, entonces; esos malvivientes nos hallaron e hicieron infinidad de vejaciones con nosotras, ¡malditos sucios influyentes!, no la pude defender, se la llevaron. Al alba entre mucha gente la buscamos, yo la encontré cerca de un arroyo, mutilada, nadie lo sabe, ella me dijo que no la abandonara, el médico forense citó la palabra ―muerta‖. Los meses sucesivos a su supuesto ―deceso‖ fueron los más grises de mi trivial existencia, murmuraban que residía loca porque adquiría muñecas parecidas a Carolina, de hecho sí organicé la fiesta para ella y presenté como festejada a una muñequilla con el alma de mi hija, los invitados se retiraron, nos dejaron solas, no importó, abrimos muchos regalos. No obstante, esa Carolina plástica no sonreía, la repudié. Las voces me aludieron para que fijara mi vista en otra niña de carne y hueso que pernoctaba fuera de la iglesia vendiendo golosinas, ésta sí era mi nena, eran sus ojos, asomaban su esencia; según yo y la tomé de la mano, se resistió, la amagué, gimoteaba, lo que sucedió es que no se acordaba de su hogar. Esa Carolina no me amaba tampoco, no me nombraba mamá y su resistencia sangraba mi corazón ¿por qué no me reconocía? La última vez que discutimos decidí disciplinarla, ella se asustó, mi expresión fue demoniaca y ella saltó por el balcón, la niña se rompió como frágil porcelana. ¡No la iba a dañar! Mi voluntad se doblegó. ¡Todas se hacían añicos! El psiquiatra expone que mi caso empeora. ¡Soy feliz! Mi hija perdura conmigo, explican que, en mi cabeza, nuestro lenguaje es genuino, pero ella me dice que no es locura, es amor reciproco. Ya no merodeo por las calles arrastrando niñas a mi morada, no me lo permitieron, el gobierno de ésta ciudad no invierte en personas pobres como yo, las deja pudrirse en el encierro, pese a los avances médicos, ¡soy una loca criminal!, mi imagen prorrumpió los periódicos en señal de peligro, ¡estoy tranquila, vegetaré mi desvarío en este sistema de trastornados! Me retiro, es la hora de jugar con mi retoño, ella a intervalos es un remolino de alegría y otros teme a las fieras inhumanas que nos provocaron vivir en esta extraña e idílica distopia.
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Dr. José L. Sierra Catedrático asociado de la Universidad Interamericana de Puerto Rico, Recinto de Fajardo. Ha colaborado, junto a Juan Carlos Rueda, con el Programa ESCAPE de Puerto Rico en el 2014 con el libro de cuentos ―La orilla donde sueño: cuentos a partir de poemas de Julia‖ y en el 2016 con Casa de la Bondad con el archivo histórico ―Mujeres puertorriqueñas (18982000)‖. Compilador y autor de la antología de cuentos ―De sombras y claridad‖ a beneficio de Iniciativa Comunitaria de Investigación, Inc. y el Programa Pitirre (2018). La colección ―Tocando fondo: cuentos para discutir a Puerto Rico‖ es parte de un blog interactivo y se presentó en varias universidades de Connecticut en el 2014. En diciembre de 2018 defendió su tesis ―Antes y después: precuelas y secuelas de cuentos clásicos‖ para el grado de maestría en Creación Literaria con concentración en Narrativa (cuento y novela) de la Universidad del Sagrado Corazón. Ha sido incluido en el poemario: ―Patria: los hijos de la libertad‖ (2020) y en la Antología de cuentos José Luis González (2019). Obtuvo el segundo lugar en el Certamen de poesía con tema de diversidad de la Asociación Puertorriqueña de Psicología (2019). Es parte de la antología: Cuentos para el aislamiento: Antología solidaria (2020). Ha ofrecido el curso Escritura creativa y diversidad cultural y Visión del mundo a través de la literatura.
Estrella polar A pesar de la oscuridad, veía con detenimiento e intentaba conectar los lunares de su espalda. Recordó la clase de ciencias del cuarto grado, cuando la señorita Pastrana presentaba aquel otro mundo de estrellas y astros en la bóveda celeste. Pensó en ese otro lugar lejano y fresco. Él no se volteaba y su respiración ronca subía de tono de cuando en vez. Ella respiraba cerca, pero con cuidado para no perder la concentración. Trazó con el índice la Osa mayor. Se acercó más, pudo ver con claridad las tres estrellas alineadas, pero decidió que la puñalada sería en Polaris. Elizabeth Alejandra Castillo Martínez
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Liaazhny Originaria de Oaxaca México. Docente de educación básica y de posgrado.
Mañana Cuando la tierra reclame mi cuerpo Cuando mis párpados no se abran más Cuando ya no puedas ver la luz de mis pupilas que reflejaron siempre mi amor por ti. Cuando ya no escuches mis noches de poesía Cuando ya no me veas sonreír. Nada importará ya En vano trates de hablarme, Ya no podré contestarte No me presentes flores, Ya no podré maravillarme de sus colores, Ni siquiera me pongas música, Estaré escuchando la más hermosa. Cuando el corazón de la tierra Reclame mi cuerpo... No contemples un sepulcro inerte.
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Luis G Torres Bustillos Nació en la CDMX en 1961. Ahora ya retirado de la docencia e investigación vive en Cuernavaca, Morelos. Hace algunos años participó en el taller de cuento dirigido por Hernán Lara Zavala, dependiente del Instituto Estatal de Bellas Artes Morelos. Participó también en el taller de Literatura dirigido por Frida Varinia, de la UAEM, Cuernavaca, Mor. de 2019 a 2020. Recientemente publicó los cuentos Juan Aldama 119 en la revista electrónica ZOMPANTLE, Amecameca en la revista electrónica PERRO NEGRO DE LA CALLE, Un paseo por Meoqui, en la revista literaria PLUMA Soy María Bouchan en la Revista KATABASIS, el cuento Un juego muy especial, en la Revista TABAQUERIAS Sofia Chica, en la revista ALMICIDIO, Cartas Cruzadas en la Revista KARKINOS y el ultimo cuento publicado fue Un funeral para el teléfono público en EL MORADOR DEL UMBRAL. Está preparando un libro de cuentos y narraciones, de pronta aparición.
Memorias El cajón de la cómoda estaba abierto, así que pude hurgar dentro de él a mis anchas. Había una revoltura de objetos y prendas de ropa: la bufanda que me regalaron alguna navidad, unos cuantos pares de calcetines, de esos de franjas de colores. También estaban varios pañuelos de colores, casi nuevos. Nunca fui de usar pañuelo, pero como me los obsequiaron, se quedaron para siempre ahí. También había una caja de preservativos, aún cerrada y varias cajas de medicinas, ya caducas. Hasta el fondo del cajón estaba un álbum de fotografías, de esos de hojas adheribles que se usaron mucho. El álbum ahora está muy maltratado, las hojas un poco desprendidas. En todas las fotos estoy yo. De niño, con mi familia en alguna playa (creo que es en Michoacán), en diversas fiestas en casa, mi cumpleaños y el de mi hermano Fernando. Todos alegres e inquietos, fuimos una familia muy unida. En otras fotos se observan paisajes de diferentes pueblitos. A papá le encantaba llevarnos cada fin de semana libre a pasear. Así conocimos mucho del Estado de México, de Hidalgo, de Querétaro. ¿Cómo olvidar ese paseo a las cascadas de Tamul, en San Luis Potosí? Millones de litros de agua de un verde increíble. En la foto están mis hermanos, mis papás y mis primos. También hay fotos de momentos importantes, como la boda de mi prima María y la primera comunión de la pequeña Sofía. Todos muy elegantes, con sus mejores ropas, afuera de la Iglesia de Nuestra Señora de la Salud. También hay fotos de compañeros de la escuela secundaria, de algunos
~ 61 ~ de la preparatoria y muchas fotos de Estela. La conocí en la carrera. Ambos éramos los mejores de la clase y competíamos mucho. Ella me gustó desde que la vi la primera vez, con su pelo largo y brillante. Esa sonrisa que tenía en todo momento. Sus manos blancas con dedos largos y elegantes. Cerré el álbum. Demasiados recuerdos. Demasiada nostalgia. Cuantos buenos momentos, cuántas promesas, cuántos besos. Seguí hurgando y encontré unos libros de bolsillo, dentro del cajón. Mis libros preferidos: Cuentos completos de Cortázar, Bella Dama sin Piedad, de Castellanos, Viaje a la Habana, de Arenas, Canon Perpetuo de Bellatín. ¿Cómo olvidarlos? Papeles y libretas: ¡Que desorden de cajón! Debajo de otros objetos lo encontré: un cubrebocas con válvula color negro. Creo que fue el último que usé. Entonces se me vinieron muchos recuerdos en avalancha. La pandemia de COVID, mi contagio, los días en el hospital, las noches interminables sin poder dormir, sintiendo que no tenía aire, que me dolía el pecho, que no podía más. Finalmente vino el descanso. Vi esa luz, como un reflector de teatro dirigiéndose hacia mí. Entonces me levanté y lo seguí. El camino no fue largo. Aquí no hay dolor, no hay asfixia, no hay desasosiego. Pero tampoco hay deseo, felicidad, emociones, enojos, nada que sentir. Por eso de vez en cuando me deslizo a ese mundo que conozco bien. Entro a la que fue mi casa y de Estela. Subo las escaleras y entro a nuestro cuarto. Si Estela deja abierto el closet o los cajones, aprovecho para hurgar en ellos y recordar lo que esos objetos me traen. Veo a Estela dormir en nuestra cama. Parece que ya está mejor, más tranquila. Sólo deseo que vuelva a aventurarse a vivir y a ser feliz, aún sea sin mí.
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Romi Carrizo Nacida en San Miguel de Tucumán. Argentina. Soñadora. Docente. Especialista en organización y gestión de escuelas. Directora de institución escolar. Gestora Cultural. Cofundadora de Multiespacio cultural Tu punto de Encuentro de la ciudad de Las Talitas.
Viva, definitivamente viva, La alegría me cobija, La pasión me empuja, La entereza me perfila. Viva, definitivamente viva, Los sueños me alientan, El ímpetu me sostiene, La valentía me incentiva. Viva, definitivamente viva, Camino por cada esquina, Destilando emociones, Por algunos, compartidas. Viva, definitivamente, viva Avanzo libremente, hacia la cima..
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Sergio Felipe Serna Herrera Instagram: @sergiofelipeser Facebook: Sergio Felipe Serna
Ilustrador y pintor colombiano, actualmente su trabajo se inspira en la unión de diferentes elementos manejados desde la temática. Intento mostrar mi entorno social en un viaje del mismo, también lo que significa la imaginación de elementos surrealistas, se caracteriza por incluir muchos elementos en una sola composición Trabaja técnicas como: pintura tradicional, media mix, ilustración digital, y line art.
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Cristel Solís Es licenciado en Comunicación con especialización en Literatura por la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE). Obtuvo el tercer lugar en el Primer Concurso Interuniversitario de Cuento (2001). Sus cuentos han sido reconocidos con menciones de honor en la Bienales ―Pablo Palacio‖ (2001) y ―De las Flores y las Frutas‖ (2007 y 2009). También en concursos internacionales como ―Club de Leones de Montevideo‖ (2012), ―Versos Compartidos‖ (Montevideo 2015) y otra concedida por la Universidad de Mason (Virginia – EE.UU. 2017). En 2012 fue galardonado con el primer lugar en el concurso ―Órbita Literaria‖ (Barcelona – España), mientras que en 2016 obtuvo el primer lugar en el Concurso de Relatos ―Mirador de Alcarria‖, tras lo cual su obra ―Buen Morir y otros relatos‖ fue editada (Castejón – España 2016). En 2011 publicó el libro ―Cantuña y otras leyendas ecuatorianas‖, obra que presenta, con una mirada renovada, al Ecuador en distintas épocas y regiones naturales. En 2019, publicó en la Casa de la Cultura Ecuatoriana el libro ―La Muerte Enamorada‖.
Vecino Desconcertada, lo miró levantarse con violencia de la cama. ―Ricardo, ya sácate esas cosas absurdas de la cabeza‖, dijo intentando detenerlo del brazo. Pero él estaba cansado de escuchar pasos en el ático; harto de aquellos golpes secos sobre el piso de madera, de aguantar las ganas de armarse y subir de una vez por las escaleras. ―Elena, no puede ser nadie más que un vecino‖, contestó enérgico. Armado con un garrote improvisado, fue a enfrentarse con la misma oscuridad espesa y siniestra que lo enfadaba. No quería encender la lámpara para encontrarse con la escena: un reguero de revistas y lápices, el escritorio lleno de papeles desperdigados y en uno de ellos el mensaje: ―Deja de ver a mi esposa‖, escrito con tinta roja.
~ 66 ~ Elena trataba de mantener la tranquilidad, pero desde la ventana de su dormitorio vio que la luz de la casa de al lado se encendía por primera vez en tantos años, dejando ver la silueta de un hombre con un revolver en la cabeza, antes de apagarse de nuevo. Desesperada, corrió a buscar a Ricardo. Intentando calmarse, ambos repasaron la caligrafía grosera. ―No puede ser‖, dijo temblando aterrada, ―aún conserva la misma letra‖.
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Lucila N. Colussi 32 años, nacida en General Pico, La Pampa, de profesión abogada y de alma escritora. Cuando se dio cuenta que la llenaba de satisfacción un halago sobre un escrito en su tiempo libre más que ganar una sentencia, entendió su pasión. Escribir le hace bien para expresarse, para desahogarse cuando está triste y para compartir sus alegrías cuando no le entran en el cuerpo. La sonrisa es su filosofía de vida. Piensa que: ―Si no te hace reír, no cuenta‖. Actualmente se encuentra desarrollando el proyecto de su primer libro para cumplir su sueño de publicarlo.
Suspirar Suspiró hondo y profundo, entendiendo en cada inhalación lo importante que era remover viejos hábitos. Caminó bordeando la costa, contemplando la inmensidad del mar. Lo vio casi tan grande como sus miedos a todo lo nuevo que podía venir. Mientras se comía las uñas y su corazón palpitaba cada vez más rápido, excediendo bastante el ritmo del reloj, fijó su atención en las olas que arrastraban cosas viejas y traían otras nuevas, todo el tiempo a cada momento, como parte constitutiva esa renovación, que nada tenía de dubitativa. Se sentó, quiso contemplarse y cuidarse y resguardarse. ¿Quién más que ella misma para quererse infinitamente? La brisa le erizó la piel. Se abrazó para protegerse del frío y así sintió que debía hacerlo con todo ladrón que venga a llevarse su paz. Ya no quiso regalar más nada de lo bueno que era de ella. Sintió la necesidad de conservarlo muy dentro suyo y sacar todo lo que estaba sucio, lo que ocupaba lugar oscureciendo su interior, impidiendo la entrada de luz. Gente que iba, gente que venía, que reía, que conversaba, que discutía, ella no la percibió. Sólo podía verse a sí misma como pocas veces le pasaba. Percibió los murmullos a lo lejos, pero nada la desenfocaba; el humo de esos días y la inflamación de órganos que hablaban por sí solos en planos físicos, mentales y espirituales, ya no dejaron margen de error en la traducción. Se desangró sola por minutos o quizá fueron horas con ese aire particular e
~ 68 ~ inconfundiblemente salitrado y su alma; pero vio todo tan claro que ya no pudo ni quiso volver a cerrar los ojos. Supo que debía abrir las ventanas para que entrara el aire fresco, que quieto pero insistente la esperaba allí desde un tiempo considerable. No dudó. Se trataba de cortar sobrantes que impedían el crecimiento y fortalecimiento de las raíces. Se escuchó fuerte y dura hablando de sacar toda la mierda de adentro, para que comience el camino para florecer. ¿Estaba loca? No importaba, después de todo, la peor locura que podía cometer era irse cuerda de este mundo. Sintió la confirmación de todo, con un cálido rayo de sol que le dibujó el rostro y lo reflejó en la arena. Por fin después de contemplarse frágil y exclusiva; exclusiva para compartir esa fragilidad sólo con quienes se mostrasen capaces de observarla y acariciarla y no con quienes sean una amenaza constante para convertirla en mil pedacitos esparcidos por el suelo físico. Por fin, entonces, pudo empequeñecer sus miedos que misteriosa o consecuentemente, fueron capaces de entrar en la cajita del collar de caracolas blancas y brillosas, con un lustre único, que le habían regalado a la mañana muy temprano, cuando todo nacía otra vez, como su vida en ese mismísimo momento.
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Recomendaciones- Series Avatar: la leyenda de Aang es una serie animada, emitida en el canal de televisión Nickelodeon, del año 2005 al 2008. Está ambientada en un mundo oriental, que se divide en cuatro naciones: fuego, aire, tierra y agua. En esta historia, hay personas que pueden controlar el elemento propio de su nación, llamados ―Maestros‖. Y el único que puede intervenir los cuatro elementos es el ―Avatar‖, cuyo propósito es mantener la paz en las cuatro naciones. Cuando comienza la serie, la nación del fuego está a punto de conquistar el mundo, pero unos jóvenes llamados Katara y Sokka encuentran al ―Avatar‖ encerrado en una burbuja de aire, la única esperanza es que él restablezca la paz.
Carmel ¿quién mató a María Marta? Es una miniserie documental que se basa en el análisis crítico del crimen que dividió a la Argentina en 2002. Al igual que en los policiales clásicos estamos frente a la estructura de cuarto oscuro y cerrado, alguien de allí adentro tuvo que hacerlo. El crimen de Maria Marta Garcia Belsunce, mujer de clase alta, dejó muchas incógnitas que hasta el día de hoy no se resuelven. Te invitamos que con estos 4 capítulos, tomes el papel de investigador/a y saques tus propias conclusiones.
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Recomendaciones- Películas Twixt es una película de terror, escrita y dirigida por Francis Ford Coppola. Fue estrenada en el año 2011, y ha sido presentada en diversos concursos de cine. La historia trata de Hall Baltimore, un escritor en total declive, que llega a un pequeño y raro pueblo, durante la promoción de su última novela, y se verá involucrado en la investigación del asesinato de una joven. Mediante sueños, conoce a un fantasma que al parecer está involucrado en el crimen, pero su posición no es del todo clara. Es una película oscura y muy buena, hace un paralelismo entre lo real y lo onírico, confundiéndonos sobre si lo que soñamos tiene mucho de cierto o no.
El odio que das es una película estrenada en el 2018 y cuyo género es de Drama/Crimen. Nos relata la vida de Starr, una adolescente negra que vive en la zona baja de su ciudad pero que asiste a un colegio de gente privilegiada y blanca. El conflicto se deberá a que nuestra protagonista será testigo del asesinato injusto de su amigo por un oficial de policia. La película mostrará desde adentro la crianza y vivencias injustas con las que conviven la gente negra y las múltiples razones y formas en las que se manifiesta el movimiento de Black Lives Matters. Por otro lado, esta película estará basada en el libro del mismo nombre de la autora Angie Thomas, por lo que podrán disfrutar y deconstruirse con esta historia en ambos formatos.
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Recomendaciones- Libros
Vampyr es una novela de la escritora colombiana Carolina Andújar. Trae a colación los aspectos de la novela gótica, basándose en un mundo oscuro, pasional y romántico del siglo XIX. En la historia, Martina Székely cuenta cómo ha cambiado su vida desde que los Vampyr llegaron a ella en el colegio pupilo al que asistía Saint Marie de Bois, en Suiza. Martina es perseguida por una enemiga ancestral llamada Erszébet Bathory, una vampiresa extremadamente peligrosa. Así, Martina y su protector Adrien, deberán buscar los restos de la llamada cruz patriarcal para poder destruirla.
Nada es un libro publicado por la autora Janne Teller en los años 2000. Nos contará la historia de Pierre Anton, quien deja el colegio para sentarse debajo de un cerezo y exclamar que nada en la vida tiene sentido. A raíz de esto le demostrará a sus compañeros una serie de cosas que son esenciales y dan sentido a quienes son, con esto buscará demostrarles que solo al momento de perderlo verán su verdadero valor y a veces incluso será muy tarde para ello. Novela censurada y con todas las características de un clásico, nada se encargará de que veas la vida con otros ojos y que a veces lo que consideras todo, no es nada.
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Diccionario sin Coronita
En nuestra novena edición volvemos con el Diccionario sin coronita, proyecto llevado a cabo por la Editorial cartonera de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de Córdoba. Este diccionario busca registrar las palabras que utilizamos individual y colectivamente caracterizando nuestra manera de habitar el mundo. La idea surge ante la realización del congreso de la lengua española organizado por la RAE y el Instituto Cervantes que nos limita una soberanía lingüística. Por ende, su objetivo será crear un diccionario de nuestra lengua que no sea restrictivo.
Doxográfico, a: adjetivo. Perteneciente o relativo a la doxografía o ciencia que conserva y transmite las opiniones de pensadores. Ej.: ―El material doxográfico editado por Hermann Diels tiene un valor inmenso‖. (Colaboración de Miguel Angel Spinassi de Córdoba, Argentina). Drístole: sustantivo. Repuesto inexistente que te cambian cuando llevas a arreglar un electrodoméstico a algún taller. Término que viene de un tallerista que conocí y me contó esa historia. Se utiliza siempre que el electrodoméstico funcione por arte de magia. Ej.: ―Señora le cambié el drístole y funciona. Son 200 pesos.‖ (Colaboración de Terita de Villa María, Córdoba, Argentina). Elénctico, -a: adjetivo. Relativo a la refutación de los argumentos en un diálogo. Del griego élenkhos: ―argumento para desaprobar o refutar la opinión de otro‖. Ej.: ―El carácter elénctico del diálogo es fundamental en Platón.‖ (Colaboración de Miguel Angel Spinassi de Córdoba, Argentina).
~ 73 ~ Empacado/a: adjetivo. Dícese de la persona que se encuentra molesta u ofendida. Ej.: ―El niño fue retado por su madre, por lo tanto está empacado.‖ (Colaboración de Mariana de Presidencia Roque Sáenz Peña, Chaco, Argentina). Epocalípsis: sustantivo. Derrumbe catastrófico de una época.Tomado por homofonía con apocalipsis. Ej.: ―En esta época que predomina el abandono y/o violación de los derechos para proteger a las mayorias de niños, jovenes, ancianos, sumidos en la pobreza, es una epocalipsis en contraste con la realidad de la época anterior.‖ (Colaboración de Susana Romano Sued de Córdoba, Argentina). Estudianta: sustantivo. Persona que estudia de género femenino. Ej.: ―La estudianta de Letras…‖ (Colaboración de Patricia de Córdoba, Argentina). Faldeado: sustantivo. Asado compuesto principalmente por falda, y por extensión, por cortes baratos de carnes. Ej.: ―Hay tanta miseria que ya no alcanza ni para el faldeado.‖ (Colaboración de Andrés de Córdoba, Argentina). Feminazi: sustantivo. Feminista en sentido despectivo. Término utilizado por algunos sectores ultramachistas para degradar la lucha feminista. (Colaboración de Euge de Córdoba, Argentina). Festejante: sustantivo. Pretendiente. Persona que aspira a los favores románticos de otra. Ej.: ―Parece que la Mari tiene un festejante‖. (Colaboración de Pablo de Córdoba, Argentina). Flanciar: verbo. Es hacer o decir ―cualquier cosa‖. Un verbo que indica la mezcla entre ―flashear‖ y ―ser un flan‖, es decir, algo gracioso o tal vez fuera de lugar. Etimología: flan + flashear- Ej.: ―Dejá de flanciar‖ (Colaboración de Sofia Dem de Córdoba, Argentina).
~ 74 ~ Aquí es donde finaliza la 9° edición de nuestra revista Marginalees. Es un proyecto, por ahora digital, que salió a la luz ya que siempre pensamos que existen maravillosos artistas en nuestro país, y en otros lugares, que no son reconocidos como merecen. Como verán, todo lo expuesto en la revista, excepto una o dos cosas, son de artistas de las sombras. Creemos que si difundimos de esta manera a quienes embellecen el mundo, podrán encontrarse todas las ovejas negras de esta sociedad, y formar una comunidad de ―excluidos‖, o como nos llamamos nosotras mismas, Marginalees. Esperamos que en la próxima edición recibamos aún más material, así la gente tiene la posibilidad de conocer el arte oculto bajo las rendijas de nuestro país, y de nuestra tierra. Para enviar material solo tenés que seguirnos en nuestras redes sociales. En Instagram como @marginalees, y en Facebook como Marginalees Revista Cultural. O podés contactarnos vía e-mail, con el asunto Revista N8 (ver en nuestro Instagram las bases de participación), y enviarnos cualquier proyecto artístico que tengas en mente a marginalees@gmail.com. Esperaremos sus mensajes.
Antonella Gatti y Candela Gottig