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Desde sus comienzos, su trabajo ha sido una reflexión sobre la mirada. En la trayectoria del artista plástico Luis González Palma pueden identificarse obras que indagan y cuestionan la experiencia interna. Su trabajo ha sido expuesto en numerosas galerías internacionales y está incluido en varias colecciones públicas y privadas. Sus inquietudes creativas más recientes fueron plasmadas en la muestra Möbius, en la que retoma imágenes pasadas para intervenirlas y contraponer diferentes corrientes artísticas. Por Lucía León, texto / Jorge Rodríguez, fotografía.
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Los ojos son un signo inquieto que transmiten dinamismo. Sin embargo, cuando quedan inmóviles en una imagen, el espectador se encuentra ante la posibilidad de entablar un diálogo. Uno de los elementos distintivos de la obra de Luis González Palma ha sido la mirada, como parte de un ejercicio de contemplación emocional que consiste en verse a uno mismo a través de las imágenes. Los primeros recuerdos que identifica en su memoria son los de una infancia que transcurrió entre las calles de la colonia Utatlán, de la ciudad capital, y sus estudios en un colegio marista. La sensación que le transmiten aquellos años es la de un país violento y políticamente inseguro. La violencia, las peregrinaciones hacia Antigua Guatemala y los elementos religiosos en la cultura, marcaron mucho su concepción de la vida y la elaboración de sus imágenes. Los intereses creativos estuvieron latentes desde el principio. Pintó por muchísimos años, pues siempre tuvo la idea de ser artista. Se inscribió en la facultad de arquitectura de la Universidad de San Carlos de Guatemala. Además de que su padre fue ingeniero, el plan de estudio también influyó en su decisión pues incluía la clase de Historia del Arte. La inquietud creativa fue la que llevó a González Palma hacia la fotografía. En 1986 trabajaba como arquitecto en el departamento de Planificación urbana de la Municipalidad de Guatemala, y una amiga le prestó una cámara. Aunque las primeras imágenes fueron una banalidad, cuando llegó la hora de devolver el artefacto, él ya había decidido que debía continuar explorando ese medio. «Uno siempre está buscando qué forma de expresión te ayuda a lidiar con la vida. Quería saber qué significaba estar tomando fotos a través de esa ventana y concentrarme en facciones de esto que llamamos realidad», explica el artista.
Temores y gestión cultural
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Se considera una persona miedosa, precavida y temerosa. Quizás esto se deba a haber vivido en un momento en el que la vida no valía nada, y a su crecimiento en un entorno católico. Según reflexiona en el transcurso de la entrevista, «la culpa es algo que me ha jodido toda la vida y he luchado con deshacerme de ella». A pesar de lo difícil que pudo haber sido la década de 1980, este período también estuvo marcado por la creación del colectivo Galería Imaginaria. Esta agrupación representó una alternativa a la carencia de espacios culturales y expositivos en Guatemala, por lo que varios artistas decidieron fomentar un nicho de diálogo e intercambio. La gestión cultural continuó y, en 1997, González Palma inaugura junto a otros artistas el Espacio Colloquia, que cumplía con la misma función que el proyecto
anterior. Algunos de los creadores que surgieron gracias a ambos espacios fueron Moisés Barrios, Isabel Ruiz, Pablo Swezey, Darío Escobar, Regina Galindo, Aníbal López, entre otros. De manera paralela a sus actividades como gestor, la creación artística estaba en plena ebullición. A partir de su participación en 1992 en el Fotofest que se llevó a cabo en Houston, Texas, mucha gente vio su obra y empezaron a surgir invitaciones para exponer en galerías internacionales. Fue un período de mucha producción en el que se identifica al miedo como hilo conductor de su trabajo. Resalta en esta época, la serie de retratos en color sepia que tenía por título La Lotería. Esta tonalidad respondía a la inquietud de experimentar con diferentes técnicas que le añadieran nostalgia y antigüedad a la imagen. Los críticos y curadores de arte relacionan su trabajo con una visita a la memoria, pues evoca tiempos pasados. De acuerdo con la curadora Isabel Portilla Arroyo, esto se debe al empleo de la fotografía en blanco y negro, a la que somete numerosos procesos de tratamiento para darle ese tono sepia característico de las fotografías antiguas. González Palma crea «composiciones que dan la sensación de detener el tiempo, de estar congeladas en un tiempo inexistente», añade Portilla en su ensayo Memorias del Recuerdo. Al principio su deseo era crear una nueva forma de representar al guatemalteco. De acuerdo con su percepción, las únicas dos formas de hacerlo era a través de la fotografía documental, la cual reflejaba el conflicto armado, o la que explotaba la imagen del indígena desde el turismo, con sus colores y su tradición cultural. En la primera época de su obra, se centró en crear metáforas a través de retratos frontales de mirada fija y directa. Según explica el artista, el rostro era un pretexto para representar la condición humana. Las obras transmitían la soledad y la firmeza emocional de los sujetos, cuyas miradas tenían una fuerte carga de contradicciones.
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Luis González Palma
La fotografía es el medio A pesar de que en la mayoría de las imágenes se puede encontrar retratos de personas indígenas, González Palma asegura que su trabajo abarca a todo tipo de sujetos. Su interés va más allá de razas o nacionalidades, ya que le interesa capturar el vacío que existe en el ser humano. Su ocupación filosófica es reflejar su absoluto «sin sentido» en el mundo. A diferencia de quienes pueden pasar el día entero tomando fotografías de forma compulsiva, este artista prefiere abstenerse y meditar cada click. Esto se debe a que agregar imágenes al mundo conlleva una responsabilidad, pues cada pictórica debe tener un valor y un sentido justificados. De acuerdo con Guillermo Monsanto, la depuración estética de medios y recursos sobresale entre los rasgos de su obra. Lo percibe como un hombre mesurado, cerebral y consecuente tanto en sus acciones de vida como en las artísticas. Su inclinación hacia lo monocromo del «oro» y el brillo que representa dentro de la cultura latinoamericana perfila una ranciedad que, lejos de lucir anticuado, refleja un gusto particular que el latino posee por lo que brilla y la cultura barroca colonial.
«Me siento muy reconocido en las miradas y en los gestos de las personas que fotografié». Luis González Palma. Un guiño al color A principios de 2000, González Palma cambia de domicilio para residir en Argentina. El amor fue la razón principal que lo trasladó hacia el sur. Esto implicó muchos cambios en la línea de su trabajo, ya que se encontró en un ambiente muy distinto al de Guatemala. La culpa no tiene un valor tan fuerte y las cosas se dicen de forma clara y directa. La paternidad también influye en su visión del mundo, que aunque sigue siendo sombría, tras el nacimiento de sus hijos ha empezado a incluir un poco de color en sus obras. Uno de sus hijos ha expresado su afinidad por el fútbol, mientras que la menor ha mostrado interés en la pintura y la música clásica. Ella pinta al lado de su padre y también trabajan en colaboración, al tomar los pedazos que él desecha para transformarlos en algo nuevo. La mirada de González Palma brilla por unos segundos, mientras describe el vínculo que ha entablado con su hija: «Ella tiene ese gozo, que es el que estoy buscando de nuevo. Es una especie de placer, de juego, en el espacio lúdico».
Trayectoria El recorrido de Luis González Palma comprende exposiciones en The Art Institute of Chicago; The Australian Centre for Photography; el Palacio de Bellas Artes de México o The Royal Festival Hall, Londres. Ha participado en festivales como Les Rencontres de Arles, el Photofest de Houston, el Festival de Bratislava en Eslovaquia y PHotoEspaña, que le premió en 1998 con su máximo galardón. Ha participado en muestras colectivas como la 49 y 51 Bienal de Venecia; Fotobienal de Vigo; XXIII Bienal de San Pablo, Brasil; V Bienal de la Habana, Cuba; en el Ludwig Forum for International Kunst en Aachen, Alemania; The Taipéi Art Museum en Corea; Fundación Daros en Zúrich, Suiza; Palacio del Conde Duque en Madrid, España; y la Fargfabriken en Estocolmo, Suecia.
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«El sepia me recuerda inconscientemente pátinas en las iglesias, libros viejos, fotografías antiguas. Es un color que me abraza». Luis González Palma.
Jerarquías de la intimidad es el título de una de las muestras que marcaron su trabajo a finales de esta década. Este fue un trabajo junto a su esposa Graciela de Oliveira, en el que continuó indagando en los laberintos de la condición humana desde un punto de vista psíquico. La madre se cortó la cabellera para elaborar peinados a partir de pinturas y bordó letras capitulares de un cuento con el objetivo de describir a los personajes en ese presente. El padre usó los peinados para puestas en escena y retrató a cada integrante en relación al objeto simbólico, que era su madre. La última colección que presentó González Palma este año fue Möbius, en la que retoma fotografías que hizo entre 1990 y 2012 para conciliar dos lenguajes artísticos. Las imágenes fueron intervenidas con figuras abstractas para crear obras ambiguas e indeterminadas. Su intención es explorar la representación abstracta que se ha trabajado en países como Argentina, con los rasgos tradicionales indígenas que han caracterizado las obras de México, Ecuador, Guatemala, Bolivia y Perú, donde no hubo un movimiento abstracto. Las corrientes coinciden con la búsqueda, acaso un poco terca, de darle forma a un vacío «sabiendo que nunca lo vamos a lograr». En el transcurso de este año trabajará en darle continuidad a Möbius a través de diferentes proyectos. En agosto participará en un festival fotográfico de Buenos Aires y, además, está preparando la presentación de un libro que será editado en España. Asimismo, le interesa compartir su experiencia con generaciones jóvenes y encontrar conciliaciones simbólicas cada vez que retorna a Guatemala.