Aquarellen Diciembre

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AQUARELLEN REVISTA LITERARIA MES 12 ­ AÑO 05 ­ NÚMERO 48 EDITADO POR AQUARELLEN CULTURA DIRECCIÓN: JESÚS DE CASTRO EDICIÓN: MARÍA JOSÉ MATTUS PORTADA Y CONTRAPORTADA : ­ Educación Banal

­ CÍrculo de lo ignoto FELIPE DRAGO

POEMAS VISUALES: DANIEL ARTOS PEDRO BURGOS MONTERO

PINTURAS CENTRALES: ­ ­ Gracias a la vida ­ Comercio FELIPE DRAGO

Todos los contenidos literarios de Aquarellen están autorizados por su autores. Editado en CoquimboChile ISSN 0717­ 0041

TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS


EN ESTE NÚMERO

José Pulido ………………...…………………..Página 10 Melanie Márquez……………………………….Página 14 José María Muñoz Quirós……..…………….. Página 18 Pedro de Paz………………………………….. Página 22 Rocío Biedma………….....……..……………. Página 28 Antonio José Royuela……………..…………..Página 32 Odalys Interian………………………………….Página 36 Alejandro Céspede………………….……….. Página 42 Pauline Le Roy………………………..………. Página 46 Isabel Fernández Bernaldo de Quirós……… Página 50 Mercedes Eleine González……………..…… Página 56 Luis Llorente……………………………..……..Página 60 Carlos Ruvalcaba……………………….…….. Página 64 Francisco Álvarez Velasco ……………………Página 68



EDITORIAL

A días de cerrar el ciclo del gregoriano 2018, reflexionamos, una vez más acerca de los fonemas trazados en folios, de historias construidas y versos paridos desde la inquietud expresiva del arquitecto del verbo. De acuerdo a la tradición Cristiana, el verbo que se hizo carne y habitó entre nosotros, es la divinidad transmitida que se humanizó en el nacimiento de un niño­Dios que vino a redimir al mundo, una palabra que se transmite y se profesa a través de ritos y oraciones sagradas; esta simbiosis de verbo encarnado, alabado, orado y profesado en la palabra alienta a nuestra búsqueda de encarnar los verbos de los profesantes de la religión literaria quienes por medio de nuestra revista pueden encarnar sus alabanzas, cantos, y rituales de la fe en la literatura. En el último mes del ciclo hacemos una pausa que plantea destacar a algunos de los constructores de versos y prosas que nos han acompañado durante este año. Elegirlos no fue fácil, qué más quisiéramos hacer un reconocimiento a todos quienes nos conocen y afirman como referente cultural apoyando con su trabajo, más la situación nos propone hacer una selección grande para las ediciones acostumbradas y pequeña para nuestra consideración. En esta editorial pretendemos cerrar un año espléndido, de giras, aprecios, nuevos y viejos amigos, crecimiento y sobretodo amor a esa literatura que está dispuesta a cambiar a las personas que transformarán el mundo a los que por medio de sus verbos harán reflexionar, transmitir y sensibilizar y en base a esto reafirmamos nuestro compromiso con la palabra hecha carne que habita entre nosotros. MARIJO MATTUS



PORTADA Y CONTRAPORTADA

Los trabajos de portada y contraportada de la última edición de

aquarellen son obra del artista visual Felipe Drago. En sus simbólicas pinturas entrega un fresco colorido humano en una explosión de sentimientos nacidos del subconsciente. Su abstracción cromática en donde el color se transforma no solo en el método sino también en cuerpo y componente. Su pintura es un drenaje de miradas a través de una libertad expresiva apartada de los convencionalismos. Felipe estudia Licenciatura de Arte en el Instituto de Arte Contemporáneo y toma cursos de gráfica en la Universidad de Chile; Obtiene el postítulo en artes visuales en la Universidad Católica Cardenal Silva Henríquez y Magister en Educación Artística, Universidad Mayor. Su trabajo ha sido expuesto en Chile, España, Colombia, Alemania, México, Argentina, Ecuador, Brasil, Venezuela, Perú, Estados Unidos y Malasia. Ha participado en diversos festivales y competencias de arte en Estados Unidos, Chile, Colombia, Argentina; obteniendo diversos reconocimientos de su trabajo.





IV

Presiento una belleza tan sutil que escapa a la mirada. Impone al día su claridad. No viene de mi pensamiento y nunca se detiene, me impulsa más allá de lo que soy, su voluntad se impone a la pereza y a mí vuelve en forma de alegría. Juega a ser la paradoja del misterio y la mosca impertinente de los telediarios. No podemos detener a las estrellas, no podemos entender sus emociones cuando despertamos a la sed en el agua que brota de su fuente y en ella la vimos reflejada. Nunca latió tan fuerte como ahora el corazón para oir en la noche su llamada, queja de amor sin nombre que no puedo entender, sino vivirla. Con humildad asciendo hacia el asombro, pues si el agua lo quisiera, dejaría de brotar y no la encontrará búsqueda alguna. Se parecen sus caricias a la lluvia cuando en sí misma se recoge y cae sobre el pretérito perfecto de la nostalgia. Vuelves al hogar del dulce escalofrío para escuchar lo que jamás nadie escuchó y ver lo que nadie más ha visto: El cielo que en la fuente se refleja, el silencio que no se encuentra fin.


V

La oruga sepultada en su mortaja de seda no sabe aún que su destino es la mariposa. Ha entrado en la noche. Soledad y desierto, el mundo arena que en el viento se deshace mientras los escorpiones de la duda clavan a la tiniebla su aguijón. Reptaba por sus ojos la ceguera, eran de sangre los ríos que van a dar a la mar. Sintió por su cuerpo la lujuria de insectos en la piel de la doncella, le rodearon sueños sin las máscaras del nombre, sin formas el terror. Lanzó al destino la pregunta de su vida y encontró en la muerte la respuesta que su cuerpo guardó bajo la piel. Metamorfosis fue lo que había creído podredumbre Abrió los ojos a una blanca pared, un azul infinito, se sintió arder en la liturgia de la llama, con las alas le nació la libertad, le llamó hacia sí el alto castillo del día, escuchó las voces de la hierba. Fue la mariposa que había soñado ser un hombre en la gloria del jardín esa mañana, alzó el vuelo y cayó entre las azucenas consumida como amante ceniza de la luz


LA CANCION DE LAS ARENAS Para oír la canción de las arenas es preciso adentrarse en el desierto y escuchar: Quizá suenen los violines histéricos del viento entre las rocas. Una atenta quietud nos servirá los dones del silencio, la tersura carnal de su latido, que resuena como un eco en nuestra sangre, un aliento que concierta los ritmos de la vida. Quizá para entonces sea de noche, los sentidos se afinen extremados y canten, melodiosas, las arenas. No habrá otra voz que iguale su dulzura ni cristal comparable a su armonía: plenitud que se cumple en su extinción. Buscaremos el exacto lugar de este prodigio y será en vano; espejismo perdido entre la sed y la ilusión de hipnóticas serpientes. Las arenas no entregan su canción, no deciden el premio ni el castigo, sino que se dan luminosamente en el misterio, esa realidad sin códigos ni pactos que la tasen. Hay en su voz sutilezas de brisa que desandan la noche de los ecos. Nos salen al encuentro como el pájaro que en el cantar declara su sentido.



EL INTRUSO Un hocico presionado contra el vidrio. Eso fue lo primero que la mujer divisó del intruso. Lo encontró tan quieto, que por un momento pensó que estaba muerto. Se acercó de puntillas, conteniendo la respiración; golpeó la puerta transparente con los puños. Nada, no se movía. Se agachó a la misma altura que la del visitante impertinente para cerciorarse de que no respiraba cuando, sin aviso, este pegó un salto magnífico. La mujer perdió el equilibrio y cayó de espaldas. Hizo a un lado su cara y puso sus manos como escudo, olvidando por un instante que existía una barrera entre los dos. Se sintió increíblemente tonta por dejarse sorprender así. “¡Ya ves! Por eso te dejaron, ¡porque eres una estúpida!”. Mientras se decía esto, comenzó a hacer la cama, halando y lanzando todo de mala gana. Un pensamiento entrometido la congeló a medio hacer. “¿Para qué arreglas tu cuarto? Total, nadie más que tú lo va a usar. Ya no existe ninguna razón para que ordenes ni limpies nada”. Encogiendo los hombros, caminó a la cocina y sacó de la nevera un pastel de chocolate embadurnado de crema. Ya se había comido casi la mitad. Espantó el sentido de culpa como si fuera una mosca. No iba a permitir que regresara a molestarla. “No tiene caso ya, a nadie le importa que te pongas gorda”. Vio el reloj marcar las once de la mañana. Se sentó en el sofá y encendió la televisión. Era la hora del noticiero. Todo lo que reportaba la rubia oxigenada de la pantalla era patético. “Por lo visto, el mundo está peor que yo” se dijo. Comenzó a apretar los botones del control remoto con furia. Por fin aterrizó en una película “cursi”, de esas en que la protagonista fracasa durante casi toda la trama; antes del final, las soluciones a sus problemas aparecen de la nada. Además, para cerrar con broche de oro, atrapa a un galán millonario y colorín colorado. Era exactamente lo que se le antojaba ver. “Ya no tengo que estar enterada de los acontecimientos del país o del resto del mundo. ¿A quién le importa el resto del mundo? No hay nadie a quien seguirle la conversación, nadie que me juzgue por ver lo que se me dé la gana”. Ahí se quedó anclada hasta la media tarde. En el plato donde antes había un pastel, apenas quedaban unas migajas nadando entre la grasa. Cuando la vocecita de su cabeza estaba a punto de asaltarla con reproches, con el rabo del ojo alcanzó a ver el hocico.


Esta vez, unos ojos enormes y vidriosos acompañaban el hocico peludo. Ella se quedó hundida en esa mirada por un minuto. Antes de que la pena la sobrepasara, se acercó a la puerta del jardín con la intención de espantar al molestoso invasor. Fue entonces cuando se dio cuenta de que este había arrasado con la mitad de su arbusto de rosas, ese que tanto trabajo le había costado cultivar. Tuvo unas ganas inmensas de perseguirlo y acabar con él de una buena vez; entre irse de cacería y seguir desparramada en el sofá dejando que la tele pensara por ella, eligió la segunda opción. “Total, ¿qué más da?”. Volvió el rostro hacia el ser que la seguía con sus ojos inquisitivos por toda la casa, le dedicó un gesto obsceno y gritó: “¡cómete el jardín entero si quieres! ¡A ver si así te mueres de un empacho y dejas de hostigarme!”. Él ni siquiera se inmutó. Exasperada, en un par de zancadas ya estaba explorando el refrigerador. Así pasaron dos días más. La mujer solo se levantaba del sofá para buscar comida, ir al baño y pegar alaridos a la criatura que la contemplaba desde afuera. Cada vez que comenzaba a sentir que el cansancio de no hacer nada pesaba sobre sus ojos, sabía que “él” la estaba mirando. De igual manera, al despertar, en el instante previo a los primeros parpadeos, tenía la certeza de que lo encontraría en el mismo sitio, impávido, y saludándola con el hocico. La mañana del tercer día se despertó con un hueco ardiente en el estómago; su cuerpo aullaba por algo dulce. Desesperada, buscó por todos los rincones de la cocina, saltando para tocar el fondo de los anaqueles y husmeando cada repisa del refrigerador; no encontró nada que no requiriera algún tipo de esfuerzo para que fuese comible. Tendría que salir. Apenas a dos cuadras de la casa había una tienda, pero ella anticipaba la salida como una travesía enorme tan solo de pensar en los ojos y bocas cargados de veneno de sus vecinos. Se los imaginaba agazapados detrás de las ventanas, esperando pacientes por la oportunidad perfecta para atacar. Ser el blanco de chismes punzantes no era en realidad lo que más le preocupaba. Sino que le aterraba la idea de que la mirasen con cara de pena. Aunque podía soportarlo casi todo, que le tuviesen lástima era demasiado. Arrastró los pies hasta el sofá, se desparramó y se cubrió entera con la pesada manta. “Mejor dormir y no pensar” pensó. Antes pensó que el sueño llegara a su rescate, escuchó unos golpecitos en la puerta de vidrio. “¡Déjame en paz animal del demonio!”, gritó sin destaparse. Él no se dio por vencido; insistió y siguió llamándola usando el hocico a falta de puño.


Agotada de luchar contra lo inevitable, se deshizo de la manta,

devolvió la mirada a su contrincante y le cedió el triunfo. Sabía lo que tenía que hacer. Por primera vez en varios días, caminó por el pasillo hacia la puerta de entrada. Colgados junto a las llaves, encontró un collar y una correa de color fucsia. Las decenas de piedritas brillantes que saturaban los dos objetos lastimaron sus ojos. Recordó el día en que su ex los compró y la manera en que había corrido de regreso a la casa, prácticamente babeando, para dárselos a su princesa, su amada chihuahua. “¡Imbécil!”. Desperezándose, extendiendo el cuello y los brazos, regresó a la sala. Desde allí intercambió una mirada cómplice con su pequeño intruso. Ya era tiempo de que se conocieran formalmente. Quince minutos después, la mujer y el conejo caminaban por la calle. La correa fucsia tambaleaba al ritmo de los saltos de la esponjosa criatura. Desde los ojos incrédulos de los vecinos, parecía que la mujer brincaba con su acompañante. Entre exclamaciones y cuchicheos, las miradas eran burlonas, de asombro, hasta de susto; pero en ninguna asomaba la pena. Nadie se atrevió a acercarse o dirigirle la palabra. Con una sonrisa que desbordaba su rostro, Ella iba pensando en los dos pasteles y las cajas de chocolates que estaba por comprar. Añadiría a la cesta tres botellas de vino, queso, pan, un par de lechugas. Unos manojos de hierbas también. En unos saltitos más, llegarían a la tienda.



Amanecida Nace el rojo en la sangre de los dioses, una manada de azuladas venas en el dominio de la piedra, donde brota la vida en el espacio abierto, donde se abraza el aire cuando vuelve en los días dorados del otoño. Se esconde un mar de líquenes dormidos que colman el espacio de las flores en la aventura del color. Se adueña el sol en su nacer y surge el alma de las cosas más libres. Hay un hondo manar callado como mana el agua en la memoria si una fuente espera que amanezca la luz de la mañana.

FOTOGRAFÍA DE JOSÉ AMADOR MARTÍN


Advertencia

Que nunca nos veamos en la necesidad de buscar un lugar en el mundo donde poner nuestras vidas a salvo de quienes nos persiguen. Que nunca nos veamos en el disparadero de la niebla que no sabe distinguir el dolor, la noche y sus tormentos. Que nadie nos hiele el corazón con su herida maltrecha. Que no sintamos jamás que estamos solos frente al desdén de los humanos. Que nunca nos veamos así, como ahora vosotros, necesitando escapar de la derrota donde habitáis desnudos. Es fácil desdeñar lo que nos es ajeno. Que nuca nos veamos una vez más perdidos en el tiempo de una historia que vuelve a repetirse. Que nunca nos veamos.


El canto invisible

Invisible es el paso de la luz si el infierno cobija una legión de nieve, un sudario de frío, una esqueje de mar sobre la llama. Invisible es el canto si no atrapa la desnuda verdad, si se envuelve en los miedos, si el coraje de vivir no alienta la sensación del tiempo sobre nuestras palabras. El cantor se detiene en el filo del sueño, y alza su ingravidez como un dominio silencioso en los ojos del monstruo. Y entonces vuela el dolor a los cauces del alma donde aflige su escaso estar en la penumbra, su delirio de flor en descampado. Su ocaso presentido en los abismos que la fruta desnuda en cada pulpa con sus labios. Cuando descienda sabré que allí se inmola la fecunda verdad derramada en cristales sobre las alas invisibles que derrota un verso atado a la belleza.



DAÑOS CALCULADOS Porque en ocasiones es preferible ser olvido a convertirse en un mal recuerdo para que un día la memoria pueda asaltarte a traición en ese café, esa calle o ese parque y no haya más daño que la estocada de una sonrisa triste.


ESCLAVOS Esclavos. Somos esclavos... Del tiempo de nuestras servidumbres de nuestros fracasos y errores. De nuestros anhelos de nuestros miedos de la distancia del silencio de recuerdos pasados y futuros de ilusiones de cartón pintadas de purpurina del fulgor que un día nos cegó tras ese destello deslumbrante. Del peso de la plomada con la que la realidad lastra nuestros sueños. Esclavos de una tierra yerma que quedó estéril de tanto preñarla de gestos desganados y vacíos. Somos esclavos... De la propia vida.


PÁJAROS Sus dedos sobre el piano son pájaros que aletean al atardecer. Ella inventa música para él y él la saborea con los ojos entrecerrados mientras siente cómo, a cada arpegio, la cadencia de aquellas notas arranca esquirlas de su alma. Oxidada metralla, restos de una vieja armadura que va cayendo al suelo pedazo a pedazo. Música capaz de apaciguar a la fiera que trata de aprender a no enseñar sus fauces cuando se duele de sus costuras. Los dedos acarician incesantes aquel sendero de baldosas blancas y negras mientras él sueña con reinventarse cubriéndose con los mismos jirones para no dejar de ser. Y ella, que ha probado el sabor de sus heridas, sonríe con infinita ternura al percibir su anhelo por dejar de huir de sí mismo el resto de su vida.





Salto al Abismo El álgebra que tus dedos trazando esquelas recorre los bordes de mi frágil cuello, consigue disociar mi amor con tu olvido. La peripecia que el agua ejerce sorteando despojos, se vuelve escarcha en mi parada nupcial, cuando sondea los límites de la memoria. Existe una mitológica mescolanza que profana los nombres, delimita el oxígeno, se acostumbra a la tristeza, se cierne febril a mis apéndices, y le miente a los relojes saltando una vez más, al abismo.


Libélula rota

Se desmorona la tarde con su fardo de súplica, arrojando destierros por entre los hilos de la inconsciencia. Clama justicia, con hálitos de marioneta encubriendo llantos, goteando tiempos en la orilla del agua. Grita amaneceres con epístolas inconclusas, revoloteando sueños por desordenados acantilados del abandono. Llora en silencio cada abrazo en cada verso, haciéndose girones con su lengua de libélula despeñada y rota.


Acrobacia “Yo me sentía sangre de rocío en la flor de una lágrima”. José María Lopera

No entro en el mar él, penetra en mi y se me expande. Entonces siento que me nacen alas y vuelo como el albatros en la libertad de su silencio, en la infinitud de su bravura, en la inmensidad de su forma, en toda su presencia.



Según Hegel

El deseo es el rechazo de una ausencia Hegel

La sustancia del amo es un líquido inflamable que necesita la playa muerta del esclavo a sus pies. El sometido entierra su deseo como el ojo que se adentra en la niebla espesa para encumbrar la deidad del "yo", dueño y señor. Engranaje del campo de batalla eterno. La palpitación dominada tiene su origen en las manos atadas de alambre del que calla siempre ante los agravios del propietario. Palpitar no es más que el deseo generador de la aureola que se materializa en costumbre tras el rechazo de lo que nos convierte en verdad. El deseo es el rechazo de una ausencia. El tira y afloja de ambos púgiles es movimiento. Pasión e ira derrotadas o victoriosas por el deseo del uno sobre el otro en las entrañas de la realidad nunca inmóvil.


Nada será igual

La luz que un día nos alumbró, esa misma que incitaba a la caricia, que servía el café a la orilla del mar o componía los acordes precisos que ahuyentaban a los fantasmas, no es la misma que nos amó y nosotros somos muy distintos a aquellos ojos que no volverán con la mirada de entonces. A aquellos que una vez también fuimos nosotros, en ocasiones, nos agrada el reencuentro, perdernos de la mano en alguna calle de aquel mapa que rara vez no nos guiaba a un dormitorio, incluso acercarnos caminando de la misma forma que un día la brillante hecatombe del amor nos arrancó del pecho la triste canción prendida a él. Sin darnos cuenta que todo ello ya está retirado de nuestro calendario de festejos. Cada uno ha marcado páginas distintas, subrayado cosas de las que el otro ni siquiera se percató. Te das cuenta que no fuimos lo que fuimos. El pasado sufre por saberse vigilado y se pone violento. No permitirá rescatar lo aportado individualmente sin la tasa del paso del tiempo, como ocurre con la madera carcomida por la humedad. La patria verdadera nos obliga constantemente a despedirnos de uno mismo y de las voces que le dan forma. No hay otra libertad, ni más ciudades que ardan bajo los párpados. No hay más música, aunque pretendamos escucharla en su silencio. Cualquier historia contada desciende a su fracaso porque al narrarla, cada uno elige la superficie del tiempo que más le interesa.


Patria

Tengo cansado el sueño, la voz ahogada y el fondo de los huesos del iris necesitado del calcio que no encuentro en la muda de piel de la serpiente patria. Cuando no se ara la tierra de la forma debida crece un fruto derrotado. Hijos de un lugar que el capricho divino ha delimitado. ¿Qué diferencias hay entre tus ojos y los pies del que arrastra una melodía diferente a la canción de tu vida? La patria no es más que otro seno de Abraham, donde cada uno espera su redención. Si acotáramos el límite del refugio, nos preocupara la vulnerabilidad de la flor del almendro, dejáramos el traje de adiestrador para mejores galas, y valoráramos más el lenguaje común que la traducción a una lengua muerta, la patria podría ser: una manta caliente, bailar desnudos, la organización de las hormigas, tu psiquiatra, aquellas manos con las que te gusta jugar, la vía láctea, la magia que esconde existir o los sueños del lactante, y no, el brillo del delincuente, la lluvia desprovista de corazón o el nido de los que vuelven sin encontrar su paraíso perdido de tinieblas.



Pálpame ciudad la cal /la sed /el ojo náufrago. Mi cabeza es una isla en su tramo rocoso. Hierbe la palabra en sus gajos de sol otra melancolía despojada de sombra. Todo me fue robado Luz y palabra /cruz y fiebre /vértebra y llama. Encima de la luz como un animal doblado me arrojan los vértigos. Las cosas del silencio atraviesan esta pared que se llena de ojos. La carne en su lustroso fruto de soledades. Ábreme ciudad el corazón es drupa caliente cuando lo encuentra el viento. Sigo en la espiga lavada de esa lluvia un girasol borrado. Palpa ese limbo donde envejezco. También la luz es cruel me arranca de un tajo la esperanza.


Mi corazón escribe en la lluvia teje volcanes y un himno. Sigue hilando en su fiebre una maleza de oscuridades. El tiempo es esa sombra que se vuelve indecible carcome los espacios el sesgo vacío del geranio sobre la luz. Y soy la bipolar la que asesinan con ese trazo severo de demencia. Sitiada bajo el fragor de la penumbra bebo el horror del aire en paz respiro a Dios la llama de todos los silencios.


Madre más larvas sobre el silencio y el verano sobrevive. El tiempo en su hondura se traga la llovizna mundos vacíos en su esterilidad. Pródiga incineras la penumbra en tu ojo permanecen los léxicos el infierno que crece sobre las voces la extremadura el vértigo donde pequeños pájaros inician las inmolaciones. Madre es el fango el lugar de los miedos el corazón como el sol guijarro a guijarro se abisma.





Be water, my friend No te adaptes a la carretera. Sé la carretera

Corría. Miraba el reloj continuamente como si su insistencia fuera capaz de ir acelerándolo. Se le cruzó otra calle. Un semáforo en rojo. Tres cuartos de minuto no dan ni tan siquiera para que dos mariposas se apareen antes de ir a estrellar sus vientres contra los parabrisas. Tres cuartos de minuto. Es el ciclo vital de los semáforos. Esos pocos segundos se mostraban en él tan importantes que parecía que el ancho de la calle reflejaba lo largo su vida. Separado por una riada de vehículos, se vio a sí mismo cómo se miraba desde el espejo de un escaparate. Vio el espacio y el tiempo que resuelven la incógnita: tres carriles, tres cuartos de minuto. Pensó que era posible cruzar esa corriente. Burlar a esos segundos. Un semáforo en rojo se le enfrentaba desde la otra acera. Corrió. Saltó. Giró a la vez que los coches inclinaban los ojos y afilaban sus neumáticos sobre el alquitranado. Ruge el río. Como una mariposa ha estrellado su vientre contra los parabrisas.


Él desemboca también en ese río y le entrega su agua tibia y roja y se mezcla y se filtra y se oscurece y se confunde. Be water, my friend. No te adaptes a la carretera. Sé la carretera. Se seca. Se hace asfalto. Dos mariposas abren el aire con sus alas. Y a alguien que en algún sitio aún le espera, una brisa apenas perceptible le acaricia la cara.


Imagina dominar el espacio Dibujaron el suelo con una tiza blanca. Un contorno que construyó al instante los límites de algo indefinido: un continente, un país, una provincia, un municipio, un cuerpo al que sólo describe su silueta anónima. Ese trazo continuo, delgado, sinuoso, extrajo su volumen e hizo surgir una extraña superficie sobre aquella llanura de alquitrán. Blanco sobre negro allí escribieron lo que quedó de él: una verdad vacía y separada. Una sutil frontera para la irrealidad. El dibujo de un hueco empeñado en mostrarse contra una superficie que reclama su esencia inexpresiva. Extendieron sus cintas y midieron las huellas dactilares que dejaron las ruedas en su largo frenazo. Anotaron las cifras de cada milimétrico descuido. Luego llegaron grúas, ambulancias. Recogieron los restos. Sólo quedó en el suelo aquella línea obstinada en marcar un territorio que a nadie pertenece dentro de los confines de una larga y medida carretera. Aquel contorno extrajo de la nada los límites de algo indefinido: un continente, un país, una provincia, un municipio, un cuerpo. No encontraron la escala que pudiera medir su hueca superficie. No supieron qué dígitos expresarían mejor el valor de una pérdida.



Se pierde tu nombre desvanecido Se pierde tu nombre desvanecido, tu nombre nació de inicio perdido, recuerdo cuando lo oí impactó mi oído más, desde ese instante permaneció desaparecido. Nunca lo vi, jamás pude mirarle, cada vez que mi ojo se le acercase éste, tu nombre, arrancaría dando forma a lo inadvertido.


Ventana abierta con su mano diestra Pregúntale a tu cuarto por las noches en dónde estuviste en que rincones, te detuviste Aquello lejos que menosprecias es la gran puerta la ventana abierta con su mano diestra Cuando decidas mirar atrás para avanzar vendrán a ti ángeles a cuidar tu pena y a enjugar tus venas No estarás solo aunque solo estarás lo suficiente, lo que convenga Y cuando de tu alma puedas botar láminas de oro, vendrán a ti insospechadas vivencias oportunidades varias, armonía entera Despegarán tus alas para que inicies el gran vuelo y para que existas desde tu poema.


Podrás abrir Podrás abrir tus manos hacia mí, si tus manos son abrigo si son testigo y además tierra temblorosa. Podrás abrir tus membranas si tus membranas son suficiente coral y pedazo de nubes que se expresan. Si tus uñas son tijeras que cortantes me figuran como hada que pulula sobre riscos ya mutados, y si alguna vez se abren tus enzimas acuñaré monedas de oro y de sal.



Luna herida La noche vela tu inocencia, luna. Redoblan rumores engarzados en insultos y difamaciones. ¡Zorra! le grita el día, porque ella ofrece su desnudez generosa al amor y al poeta. Luna de nácar que lloras te guardas decreces suspiras y no resuelves. ¡Reacciona! No dejes que te mueran la envidia y la ignorancia. Luna de nácar, mi luna herida.


Más allá del tiempo Hay un tu y un yo que sólo saben de ti y de mi los propios pronombres del verbo. En el universo dehiscente que alberga los sueños transgresores, sin estar, fuimos, y fuimos porque somos ­más allá del laberinto del tiempo­ amantes en lo etéreo.


Efecto espejo De nuevo la misma mudez, el mismo vacío, las mismas nubes pasajeras que amagan lluvia de afectos y empeoran la orfandad de su desierto. Arena seca Arena murmullo Arena confusa Arena que arremolina Céfiro. Arena disculpas Arena razones Arena esperanza Arena que rasga el tiempo. Oasis su destino. Efecto espejo.





Y DESPUES Más allá de toda esperanza después de los recuerdos, de los besos perdidos y borrados en la angustia del tiempo, queda el rescoldo de aquel inmenso, inmensísimo amor que nos tuvimos.


DESVAN ¿Dónde van a parar las cosas perdidas de la vida? Los sueños de la infancia, los cuentos de la abuela, el chiste del amigo, preguntas sin respuestas, mi madre y su castigo, el primer beso, tus manos en mi nuca las mías en tu sexo, el llanto de lo desconocido, el dolor de un adiós y de una partida Sin olvido. ¿Dónde están las palabras que nunca se dijeron? Mi cuerpo sin tu cuerpo, mi beso sin tu beso, mi boca sin tu boca mis manos sin tu pecho.

¿Dónde van a parar las cosas perdidas de la vida? Tal vez en ese vago lugar del universo donde ya no hay regreso.


EL POEMA El poema escapó de mis manos y se fue lejos, muy lejos de mí, apenas con un ligero toque de vida se independizó dejándome a la deriva de su propia existencia. burlón me miró el poema y me hizo un guiño cómplice, que yo interpreté de otra manera. El poema se alzó sobre la punta de sus pies alados, tomó altura y de un enorme empujón desató la furia de los elementos y una lluvia de granizo se desplomó en la ventana de mi habitación donde yo, momentos antes había dejado a un lado la pluma con la que escribí ese raro poema de amor que nunca llegó a su destino.



MIRANDO AL MAR Ahora que miro al mar y sólo ha sido mi plenitud certeza: Tarragona y su tranquila luz, los lentos días que iguales han pasado, reflejando su desnudez doliente, sus aristas como el ruido en la noche de la piedra. Ante ese círculo estelar del tiempo, en la dorada anchura de su trazo. Hermana de la sombra, la ciudad se duerme en su romano beneficio. Y el barrio judío, pequeñas plazas en la hora mortal del mediodía. El corazón antiguo se despide del brazo de la aurora, las esquinas que no cortan la belleza: la repiten y la integran en un ángulo fugaz mientras los ojos retienen el olvido. La muerte de los dioses, las figuras en el temblor sin fe de su medida. El agua y su secreta pulsación, en cada ola viene el nacimiento y el ígneo labio de la tarde, vela que envía el horizonte y no me alcanza y a su derrota sirvo con la piel descifrando la respuesta. Silencio y memoria, recogido linaje en la marea de los días, barco sobre el sueño, prisión sobre la altura con las aéreas garras persiguiendo los huecos resonantes de la luz. Porque si quisiera morir, sería en un instante, y solo. Coronado por el mar y su páramo celeste, con la heroica victoria de estar vivo sin sol y contra el mundo y hacia ella.


VENÍA ALGUNAS TARDES A QUEDARSE… Venía algunas tardes a quedarse. El aroma del jardín, la plenitud del musgo, la memoria que temblaba hacia el oeste, inquietud al raso de la vida, ese río que abraza y se convierte en luz resucitada. Donde el tiempo es periferia, desnudez de soles. Y no reúne a sus zarpazos junto a la pulcra llave de la aurora. La soledad –destello y vibración– y el camino en la azulada sierpe en nacimiento. Porfía de la sangre, légamo en los bordes de la muerte. Taller de servidumbre, mineral sonoro hacia lo verde del otoño que en esta sed ha vuelto. De la tierra la noche: se tiende en sus dominios. Inmortal y celeste y giratoria. Venía algunas tardes y ya fue el éxtasis del día en su completa cárcel.


COMENCÉ EN EL DESIERTO… Comencé en el desierto. Seguí por las sílabas del día. (Fuelle de lluvia, quédate quieto ahora que la soledad se pierde y es desastre). Las semillas de la voz, los objetos que el silencio intenta destruir. Tambor de sal, la lengua de los desaparecidos y el invierno cayendo sobre el grajo. Sospecha y desatino, mirar sólo es un gesto en el lugar de la ceguera. Oh pájaro de alas vengativas, estructura de la luz y cargazón del llanto de las rosas. El aroma es un estruendo en el insomne. Las grosellas y el puñal del sotobosque, sus cortezas calientes. Oh piedra sin ley bajo el espliego. La muerte de las aguas y el instante hacia lo oscuro. Repites el asombro, y las venas de la tierra se humedecen. La herrumbre vuelve. Materia distendida: la belleza de las jambas y los arcos. Y tus ojos cierran la palabra.



PRECIPICIO

Bajé a mi precipicio y lo encontré profundo. Lloré a la mitad del camino con los pies metidos en el fango del dolor. Al llegar al fondo me aferré a la raíz del vientre de mi madre y al sentir que me faltaba el aire escapé por la vagina del pasado. Hubo sangre nalgadas y llanto. Recuperé rostros que tenía olvidados pieles que apacentaron mis fríos cuerpos que saciaron mis hambres dolores en los músculos memoriales. Al paso de los siglos sigo visitando mi precipicio.


REENCUENTRO Abriste la puerta del tiempo y eras otra. Preguntarme quién era yo fue como entrar del infierno al congelador y tosí recuerdos mi memoria estornudó momentos marchitos de nosotros olfateé tu ser desconocido eras tú aunque eras otra ¿y yo? ¿era yo el que tocaba a tu puerta? ¿aquél que vio sonreír a tus ojos verdes ilusión? no, tampoco era. Te reconocí en un chispazo tus dientes seguían blancos y parejos me escudriñaste como siempre esta vez tras los vitrales divinos de tu templo en ruinas. Agradecí que no te disculparas ni pusieras orden en tu nido de cigüeña delgada más que siempre carcomida por el desgano entregada a la congoja sin tu mirada aquella sin tu sonrisa nuestra sin rastro de mis caricias. Días después ya no estabas habías dejado de ser de estar te dejaste llevar mansa a la hondonada. MALDICIÓN DE VIERNES SANTO Cuánta palabra estrangulada en el cuello del recipiente asfixiándose y sin poder quebrar el cristal de la indolencia ante la catástrofe provocada


cuántos pensamientos segados en el patio de la censura tras la desaparición de los hielos del norte. El tintero se secó en el anochecer de la inspiración ahogando sueños y esperanzas la sed de abandonar el desierto del insomnio eterno. El bosque se pobló de cuerpos ahorcados que alimentaron aves para envenenarlas la maldición de Viernes Santo se apoderó de piadosos y malhechores el fuego calcinó a los mortales quemó para siempre la ventana de la resurrección. Ejércitos fórmicos desafían el universo cargando supervivencia por millones de centurias sabiduría más allá de libros y cataclismos. Figuras de ceniza danzan al compás de un viento calmo.



EL SILENCIO DEL MUNDO

CUAL hojas de noviembre de su memoria cayeron las palabras recientes. Luego los nombres de los árboles, las señas de los suyos —los vivos y los muertos— y las voces lejanas de la infancia, los nombres heredados. Un día, al levantarse, no pudo recordar ni sol, ni aire, ni tú, ni pan, ni yo, ni madre. Olvidó finalmente el nombre de la muerte y a contemplar el mundo se dispuso —ya sin saber que se llamaba mundo— y a escuchar su silencio.


RELOJ DE ARENA SIGLO a siglo, los ríos fabricaron sus arenas, y palpitan ahora relumbrantes y acompañan mis pulsos. El tiempo fluye en ellas. Busca y busca, incesante, el pozo de su muerte. Ya marzo está pasando y apresura sus nubes altas. (¿A qué tierras sus sombras llevarán, amor, que las verás cruzar sobre el mar de los trigos en lentas oleadas?). Por ti clamé en el corazón azul de la mañana, te busqué por el día, y en un rincón oscuro de la tarde con su puerta entreabierta, me encontré con la noche. ¡Solamente la noche! Y, al fondo, la plena luna llena y su rostro de nada. La vida, amor, nos llama para beber su vino. Amargo sabe cuando tus labios no se acercan ni la lenta lengua que la piel espera, porque, a solas, el vino es triste como los verdes jugos de la antigua hiedra... Hasta la blanca escarcha de este silencio llégate, amor, y escucha cómo en la noche crujen las arenas del tiempo.


Piel de vaca

por las tiendas de las pieles donde suena un cuerno de vaca herida. Federico García Lorca clavada en el desván y con puñados de sal gorda y serrín FAV

Ahora, cornales para el yugo que empareja dos lentos bueyes rubios, sobeo para el arado con que vas abriendo el oscuro tempero de la tierra. Cinturón, ahora, para los pantalones de tu costumbre; monedero que abres para comprar el pan; cuero para las sandalias de agosto o funda de pistola. Fue una mañana de diciembre y de mugidos. Le tapamos los ojos con un saco y la muerte traía entre la niebla un pico contra su cerviz. Ahora, estuche del violín donde están sonando los pájaros alegres de Vivaldi en primavera.





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