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Las Matrioshkas
Las Matrioshkas Alejandro Albarrán Pérez
-¿Sabéis? Las miradas retrospectivas siempre nos recuerdan que somos poco más que pequeños granitos de arena. Y resulta vital hacer de vez en cuando un viaje en el tiempo para no hermetizarnos en un presente que, sin las ruedas del futuro y el pasado, no es más que una pieza suelta que no encaja en ningún puzzle. Así, chicos, lo decía ese escritor llamado Goethe: “El que no sabe llevar su contabilidad por espacio de 3000 años se queda como un ignorante en la oscuridad y sólo vive el día.”
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Voy a hacer, pues, un breve recorrido por la prehistoria e historia de este mundo. Habría que esperar millones de años para que los protagonistas tuvieran lugar. Como ya sabréis, los dinosaurios constituyeron la hegemonía más duradera en el planeta, concretamente, durante unos 80 millones de años, hasta que, al parecer, un meteorito extinguió el 70% del ciclo biológico.
Tras un importante lapsus de tiempo, empezaron a florecer nuevas formas de vida, de las que nos interesa especialmente el mono. Supongo que sabréis que evolucionó hacia formas como el Homo Habilis, considerado el primer ser humano. Ahora sí, comienza a desarrollarse la historia de los “seres inteligentes” y su progreso, que es en los que nos vamos a centrar.
Al principio sólo gobernaba el instinto de supervivencia, y la inteligencia se subordinaba exclusivamente a la subsistencia, descubriendo así el fuego, pero estableciendo también una división entre dominantes y dominados. Esto significa que aparece el poder, y el poder corrompe, siempre corrompe…
Poco a poco, la inteligencia empieza a mostrarse en la búsqueda de algo que llamaremos “felicidad”.
Sin embargo, llega un punto en que esa felicidad depende de algo más que una finalidad material. La desorientación conlleva preguntas, y esas preguntas necesitan respuestas, por lo que aparece la mitología. Los dioses son ahora la causa de todo lo que les rodea, y comienza así la historia del pen
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samiento. No obstante, será Grecia el verdadero germen, en el que los llamados filósofos crean un cosmos donde las respuestas se buscan racional y empíricamente, por lo que observamos un tremendo progreso en este periodo.
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Posteriormente, se sucederían civilizaciones como el Imperio Romano, damnificado por la erupción del volcán Vesubio. Ciertamente, este desastre suavizó el aplastante dominio del Imperio, aunque no evitaría guerras con otros pueblos. Este,
señores, fue uno de los mayores ralentizadores del progreso: la violencia y los conflictos entre humanos, que en vez de colaborar para un mismo fin, se estorbaron. Por ejemplo, la Biblioteca de Alejandría fue incendiada, lugar donde se reunía el conocimiento contemporáneo, por lo que nunca sabremos la verdadera gravedad de este hecho. Y lo peor de todo, es que se designa la palabra “animal” para referirse a la brutalidad y “humano” para alegar a la bondad. A veces parece que se han invertido los términos.
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Pero bueno, obviando esta última deficiencia, la Antigüedad supuso un paso agigantado durante la luz del día, que sería posteriormente invadido por una larguísima noche que olvidaría la biología de Aristoteles y Demócrito, la filosofía de Platón o las aptitudes políticas de César, para sumergir al mundo entero en un abismo llamado teocentrismo.
Tras la aparición de Jesucristo, San Pablo y La Iglesia se harían cargo de que absolutamente todo se destinase a Dios y la Biblia. Los medievales creían con los ojos vendados y los oídos tapados, es decir, tenían fe en un Dios que no hablaba con ellos ni hacía acto de presencia, pero al cual se le esperaba como un perro a su amo para volver a casa.
Por si fuera poco, se propagó además La Peste, enfermedad que acabó con media Europa y sumió a la población en la más profunda miseria. Ya en el S. XV, con el descu
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brimiento de “América”, un nuevo continente, se abriría una nueva etapa realmente prolífica, como su nombre bien indica, el Renacimiento. Científicos como Copérnico, Galileo, Kepler, o Gutenberg y su invención de la imprenta, revolucionarían la sociedad contemporánea en nombre del antropocentrismo.
Siguiendo esta tendencia, el Barroco, en el S. XVII, dejaría personalidades como Newton o Pascal, pero nos interesa especialmente el trascendental legado que dejaría Descartes con un elemento que no es, sin embargo, de sus propuestas más famosas. Este pensador definía la realidad como un mundo
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matemático que funcionaba como un engranaje perfecto según las leyes de la naturaleza que Dios había creado, y que se bastaba por sí mismo, sin necesidad de la intervención de este. Más tarde veremos la importancia capital de esto.
Como vemos, la ciencia se va imponiendo a una religión que se va desinflando poco a poco durante el S. XVIII, XIX y XX. Las reformas de la Ilustración, las teorías de Einstein, el polémico ateísmo de Nietzsche y la teoría de las especies de Charles Darwin, que probó que el hombre viene del mono, hicieron temblar los cimientos religiosos de la época. Dios brillaba por su ausencia, y la gente se había cansado de esperar.
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Por supuesto, la Revolución Industrial supuso un monumental auge tecnológico, quedando así un mapa con una clara hegemonía europea.
Durante estos tres siglos, contrarrestaron a estos avances accidentes como el de Chernobyl y conflictos como la Revolución Francesa, La primera y segunda Guerra Mundial, y Guerras Civiles que hicieron olvidar a personajes como Gandhi. Además, el terremoto de Lisboa en el S. XVIII o el Tsunami de Asia en el S. XXI, de alguna forma, suavizaron la saturación que estaba sufriendo el mundo.
Sin embargo, el hombre siguió su curso, desarrollando una alta tecnología envidiable en estos dos últimos siglos, inventando, sobre todo, el ordenador, de lo que destacaremos especialmente la inteligencia artificial en los primeros “robots” y el juego de los “Sims”, que consiste en crear un universo a voluntad propia.
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Ya en 2020, el Covid-19 alivió la contaminación y aligeró la superpoblación. Un respiro que fue efímero, pues no impidió que se equipararan tecnológicamente todos los continentes, incluido África, y elaboraran, en 2030, un ordenador cuántico que permitiría diseñar un universo dentro de ese ordenador. Aplicando la inteligencia artificial en los personajes del juego de los Sims, elaboraron un universo tan complejo como el suyo propio. Es decir, realizaron la misma simulación de vida en la que ellos están inmersos. Tardaron más que nosotros, pero lograron el objetivo.
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Obviamente, enloquecieron, y empezaron a pensar que ellos eran ahora los dioses omnipotentes que tanto veneraban. Es decir, se invirtió el pensamiento religioso con el que todo empezó.
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Poco importó el dilema ético, por lo que continuaron investigando en búsqueda de más y más conocimiento. Para poneros un ejemplo, en la famosa enfermedad “esquizofrenia”, la realidad y la ficción se confunden de tal manera que el esquizofrénico piensa que lo percibe es real. Y él vive la mentira igual que vivimos nosotros la verdad. Vive engañado, pero sin saber qué está siendo engañado. -¡Profe! ¿Y qué sucedía con la muerte? - Pues lo mismo que ya sabemos que ocurre en nuestro mundo. La materia no se crea ni se destruye, se transforma. Aquellos que mueren se reencarnan en otro cuerpo completamente reseteados, es una de las leyes de la naturaleza, o mejor dicho, de la programación. No podemos ni necesitamos intervenir, sus vidas siguen su propio curso teniendo un pequeño libre albedrío comparado con el supremo proceso algorítmico que rige. Algo semejante es, como dijimos, lo que propuso Descartes, que fue una profecía de las simulaciones que se acabaron creando.
Es cierto que los humanos toman decisiones y pueden dibujar caminos distintos, pero, tarde o temprano, todos desembocan en lo mismo: en la creación de esa simulación de vida, y en un proceso sucesivo donde la cadena continúa. De hecho, como ya sabréis, los desastres naturales forman parte de la programación para regular la población del mundo, como si de una plaga se tratase. - ¿Y qué les pasará ahora a los humanos, profe? - Uff, honestamente, a partir de ahí, lo que ocurra es todavía una incógnita. El pequeño libre albedrío del que disponen puede causar un apocalipsis que sucederá si la vanidad y el desenfreno les lleva a hacer inhabitable y hostil incluso su propio mundo. El afán por superarse puede ser traicionero, y a menudo la insensatez se disfraza de ambición, siendo el progreso más contraproducente de lo que uno puede imaginar en un principio. Hemos visto cómo la finalidad del ser humano ha evolucionado desde la pura supervivencia, a la búsqueda de la felicidad, y ahora, a la búsqueda de la verdad. Se han vuelto locos, nada importa si no es útil, si no sirve para algo. Todo se subordina al progreso científico, cualquier otra cosa se la denomina retrógrada, y avanzan con los ojos cerrados pisando el acelerador ante el impacto que inevitablemente se avecina.