El amor en los tiempos de la App
CREATIVOS
A
l tercer viernes consecutivo supe que debía poner remedio a la situación. Resultaba infinitamente triste y deshonroso ser la única persona ejercitándose en el gimnasio del complejo a una hora y en un día que la gente ocupa para salir de fiesta. Así fue como el orgullo maltrecho y dos tequilas me llevaron a incursionar, sin entrenamiento previo, en el escabroso mundo de las citas por Internet. Una búsqueda avanzada en Google me advirtió que alguien de mi sexo y condición no podía aventurarse en el algoritmo de Tinder como si fuera un deporte, de modo que me suscribí
a las dos plataformas mejor recomendadas para ligar en México (hacer match, le dicen) destinadas a contactar personas de mi edad. Llené mi perfil con toda la honestidad posible, sin soltar información delicada, y subí una fotografía reciente para mostrarme como realmente soy en este momento. Eliminé de mis posibilidades a las mujeres, a los gordos y a los chaparros, a los de ojo papujo o mirada turbia, a los de mala ortografía, a los que suben fotos en el gym o en el espejo del baño, a los de camiseta de tirantes, a los moteros (de moto), los mayores de 59 y menores de 45, los
de gorra y pants, los que aparecen en la foto con su mamá, los que se hacen selfis acostados en la cama o trepados al caballo, los de gafa oscura, los extranjeros y los de pantalón negro con zapato blanco. Mis opciones se redujeron entonces a unos veinte prospectos y de entre ellos, diez me deben haber sacado de sus listas por no reunir los requisitos. La ley de la oferta y la demanda es infranqueable e insensible: una gran perra. Así encontré a Julián, un hombre maduro de muy buen ver, fotógrafo distraído, valuador de arte, conocedor del mundo y sin problemas económicos. A punto de enviarle un saludo de bienvenida alcancé a leer, al final de su perfil: “looking for a SB” y otra búsqueda avanzada en Google me abrió un panorama desolador: había que tener no más de 25 años y pesar menos de 50 kg. Como en la canción de los perritos, ya nomás me quedaron nueve. Una de las ventajas que ofrece la aplicación de la abejita es que la mujer es quien debe
María Luisa Deles ESCRITORA
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