El Itinerario 2o22

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LA PASIÓN DEL ALMA

SANTO PASO DEL TIEMPO

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Traslado de sentimientos Cruz fiel Homenaje Domingo de júbilo Un canto a la esperanza La madera que sufre Cristo vuelve al arrabal Lamento a golpe de tambor El sonido del silencio Una procesión del pueblo Esperanza nuestra He ahí el Hombre Miserere mei Deus La madrugada de Zamora Entierro del Rey de reyes Materno Corazón Dolor y gloria Resucitó

SUMARIO

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Todo comienza en un traslado Crux Fidelis ... El Cristo de las burlas Dos sábados Sí la Borriquita no empieza a andar, no hay Semana Santa Es lunes y estoy inquieto El Cristo de los descalzos Decimo sexta estación El primer traslado Recordar la alegría Aquel hombre La muerte y la doncella Otro milagro dela primavera Con Esperanza A tu vera El prodigio del oficial Cerca del sueño Aquella noche mágica De profundis Muchos años después Madre Stabat Mater Luce el sol

SEGUIMOS

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096 20 años no son nada ... o mucho 098 Era Jueves Santo 100 Contarlo desde dentro 102 Veinte años no son nada 104 En Ti se hizo según la palabra del Señor 106 Haz de luz

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Las hojas de El Itinerario recogen el recorrido, a través de la palabra, de una procesión magna que lleva veinte años desfilando en el sentir semanasantero de nuestra Zamora. A través de estas páginas el lector procesiona por esas calles del alma que nacen del pensamiento de un nutrido elenco de colaboradores. La Pasión vivida, la imaginada y la onírica se dan la mano cada año en este universo cofrade que nos une. Así, querido lector, tienes en tus manos un recorrido muy especial, repleto de escenas, de secuencias que te harán revivir la Pasión de muy diferentes formas. Un compendio de historias que conforman el más completo pregón semanasantero; el único que se ha escrito durante veinte años. Un pregón nacido de muchas manos, creado por muchas mentes y magistralmente plasmado en estas páginas por el hermano Abad de este desfile que, cada año pasa lista convocando a los colaboradores y haciendo realidad una nueva estación de esta magna teoría de sentimientos. No olvides que en cada texto y en cada imagen de estas páginas se esconde el esMAGNA PROCESIÓN DEL ALMA píritu de alguien que ha querido compartir Juan Carlos Izquierdo Domínguez su creación para tu deleite, amigo lector. Sumérgete en su lectura y verás a través de sus ojos, sentirás sus sensaciones y entenderás el porqué de su pasión. Suenan las esquilas de Barandales, irrumpen con su estruendo los tambores y una cruz alzada se ve a lo lejos; se acerca la magna procesión… ¡silencio!, que nada enturbie este mágico momento. Abramos El Itinerario y contemplémosla.

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LA PASIÓN DEL ALMA

Juan Carlos Izquierdo Domínguez

Comienza el ritual. La Pasión se siente cada vez más cerca. Atrás quedaron los templos, los traslados, los preparativos; ya está todo ultimado… en el alma. Desde el corazón que nos une como hermanos de fila, de paso o de acera viviremos nuestra Pasión particular. Esa Pasión que nace en nuestro interior y nos hace vibrar como solo sabemos hacerlo los zamoranos. Esta Semana Santa vuelve a ser de calles. Volverán las prisas, las esperas interrumpidas por las esquilas del Barandales; el Merlú quebrará el silencio de la madrugada; las bandas de música resonarán con fuerza. Habrá nuevamente hermandad compartida bajo los banzos. Viviremos la anhelada Pasión de siempre pero con más fuerza, la sentiremos con los cinco sentidos. Recuperaremos nuestra Pasión. Este es un año de Esperanza, regresamos con ilusión… ¡oído!... ¿estamos?, uno… dos… tres…

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TRASLADO DE SENTIMIENTOS

La avenida del Nazareno de San Fróntis es un hervidero de gente. Caras conocidas… todas; Zamoranos… todos. Reencuentros y saludos por doquier. Se percibe, lejano, el tintineo de las esquilas del Barandales. Ha finalizado la misa y el Nazareno del querido arrabal sale a la calle. Con levedad y sigilo surca el umbral de la puerta y la banda de música pone el marco sonoro a tan bello instante. He ahí el Hombre, cargado con la cruz camino de la urbe. Jesús, Hijo de David, tiéndenos la mano para acompañarte en este camino aciago pues detrás de tus pasos siempre llega la Esperanza.

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CRUZ FIEL

Se hace el silencio. Tan solo una campana rompe el mutismo. El “cristico” del Espíritu Santo se encamina hacia la Catedral. Estamos en el paseo de San Martín y pronto veremos cómo se aproxima la larga teoría de hermanos con sus faroles crepitantes. El frío de la noche se siente en el alma pero no importa, la espera merece la pena. La estampa es impresionante, oh cruz fiel, el más noble de los árboles, que hoy sube al primer templo para honrar al Rey de Reyes. Pies descalzos que caminan a la tenue luz de las velas, sonido de tinieblas, incienso y silencio… En esta noche de Dolores experimentamos una suerte de ritual iniciático que nos introduce en esa Pasión que llega al alma, la que se siente desde el corazón. Comenzamos nuestro camino de sacrificio y esperanza como Cristo lo hizo por nosotros.

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HOMENAJE

Hoy es el día del homenaje. Para tantos, que ya no están, que iniciaron su procesión infinita, para ellos es el tributo. Cae la tarde y Cristo avanza por el puente de piedra. Sus manos extendidas nos acogen como hijos al abrigo paterno. Su bendición es esperanza entre la tribulación. Los hermanos de albo hábito frailero lo acompañan al camposanto, donde reposan las almas de los que se fueron dejando su recuerdo en nuestra Pasión. Suena una metálica salmodia, el momento es profundo, místico. Este sábado de Pasión, Cristo es la luz que ilumina al mundo, un mundo que no muere para siempre, que despierta a los ojos de Dios y se hace eterno.

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DOMINGO DE JÚBILO

¡Hosanna in excelsis! La ciudad abre sus puertas para recibir al Rey de los Judios. La plaza de Santa María la Nueva se queda pequeña para acoger tanto alborozo. Cientos de doradas palmas se recortan tremolantes sobre el celeste marco de la tarde de Ramos, cuando Cristo aparece cabalgando sobre una humilde borriquita. Magnánimo honor para este sufrido animal que hoy, como si del más bello corcel se tratase, ofrece sus lomos para sustentar el peso de la gloria. Hoy es un día de júbilo protagonizado por la cándida inocencia de los niños que arropan a Cristo con sus sonrisas y sus mejores galas de estreno. Resuenan las marchas triunfales y el incienso perfuma el paso del real cortejo. ¡Hosanna in excelsis!

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UN CANTO A LA ESPERANZA

Lunes Santo, marcialidad de raso blanco por las calles. Lamento desgarrado de clarines, cual trompetas de Jericó rompiendo la noche y un canto a la esperanza; un clamor de pabilos rutilantes que llenan calles y plazas de una Zamora inmersa en su Pasión. Cristo se despide de su madre en la plaza de la Puebla ante la turba. Cientos de almas lo ven caer en la calle del Riego como un combatiente herido. Impresiona su figura desplomada y abatida por el peso de la cruz. Él, que se entregó para combatir el sufrimiento de su pueblo, se ha convertido en el novio de la muerte. Y tras él, la Madre desolada, con la amargura reflejada en su semblante; en esos luceros que corren por su rostro; en ese pañuelo que alza afligida. Este es el lunes santo a la zamorana, en el que clarín y tambor convocan a las almas de quienes nos precedieron a procesionar desde las alturas porque la muerte no es el final del camino.

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LA MADERA QUE SUFRE

En la oscuridad de las angostas callejas de Zamora se obra el milagro. Un cortejo de monjes de otro tiempo pisan los guijarros del casco antiguo para mostrar a un Cristo que estremece. Sonido de pisadas bajando por Balborraz y una larga sucesión de almas iluminadas por la dramática luz de las antorchas. Y de nuevo la madera que sufre, padece y muere. Nuevamente esa madera que nos llega al espíritu y de cuyas vetas nacen el dolor y la esperanza. Cristo pasa ante nosotros, sin estridencias ni adornos, portado, que no cargado, como se lleva a u moribundo. Triste está mi alma ante la muerte, dice el canto frailuno que se escucha de fondo, una muerte anunciada, que en esta noche santa se anuncia sigilosa tras las esquinas: Jerusalén, Jerusalén… conviértete al Señor, tu Dios.

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CRISTO VUELVE AL ARRABAL

Han pasado tres días tras su llegada desde la Vega de San Fróntis y ahora Cristo abandona el primer templo. El Maestro emprende su camino como un vecino más de su barrio que ha estado ausente durante unos días. De nuevo el hombre, el hortelano, el pescador de almas, regresa a su casa. Se abren los portones de la Catedral y el Hijo de David sale a la calle entre dos filas de hermanos de morado y blanco. El relevo generacional está presente en esta tarde de Martes Santo. Infantes que caminan en las filas al abrigo de sus progenitores que les enseñan el noble oficio de la penitencia. Así aprendemos en Zamora a ser cofrades, desde la más tierna infancia, bajo un hábito que nos instruye y nos guía por la senda de la fe. Nazareno del arrabal que te vas a la piedad de tu parroquia, a ser testigo de padrenuestros y rosarios a la vera del Duero, regresa pronto, no te demores que tus vecinos se impacientan. Tras tus pasos camina la verde Esperanza; la resignada fe del pueblo reflejada en la imagen de María. Ella no te abandona; es una Madre y es la viva imagen de una ciudad como la nuestra que se resigna ante el vacío que le dejan los hijos que se van pero nunca pierde la Esperanza.

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LAMENTO A GOLPE DE TAMBOR

Siete golpes de tambor; siete aldabonazos en el alma. Golpeteo incesante de hachones en el empedrado. En esta noche zamorana se escriben los lamentos de Cristo en la cruz. Cristo de la Agonía que pasea su dolor por la vieja judería y que, desde el madero, transmite la serenidad de quien se sabe reo de justicia. La tenebrista estampa de esta noche enlutada, salpicada de verde y oro, deambula por callejuelas y cuestas mientras la sonoridad de cada golpe de tambor estremece al espectador que, impávido, contempla la escena. Señor, hoy expías tu culpa muy cerca del río. Cristo de la Horta; del barrio viejo y humilde; de tantas súplicas piadosas; perdona a tu pueblo por semejante ultraje y déjalo caminar a tu vera. Hoy entregas tus despojos al Padre pero en breve, aquí mismo, tu estampa será triunfal y estaremos para verlo.

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EL SONIDO DEL SILENCIO

Silencio. Escuchad el silencio; el atronador sonido del silencio. La bomba Catedralicia hace acto de presencia tañendo desde sus carnes de bronce. La plaza se tiñe de rojo. Es como una alfombra de amapolas extendida sobre un campo de cereal. Miles de hermanos se postran de rodillas ante Cristo. Este Cristo majestuoso que, con sus brazos abiertos, acoge mil y una devociones. El Cristo de los zamoranos; el señor de las Injurias. Zamora hace voto de silencio en este Miércoles Santo en el que Dios es Hombre y sale a las calles para mostrar su dolor. Un dolor que lloran los clarines; un lamento perfumado de incienso que se extiende a lo largo de una ciudad entregada a su Pasión. Cristo de los tres semblantes; la mirada penetrante que implora clemencia; la agonía resignada que acepta el sacrificio; la actitud inerte que lo lleva en brazos de la parca. Tres miradas y un solo Dios al que Zamora arropa con el mutismo de sus lamentos. Silencio… no digáis nada que Cristo muere, solo escuchad el más sonoro de los silencios.

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UNA PROCESIÓN DE PUEBLO

La noche extiende su manto de duelo y la luna, desde su mirador privilegiado observa la salida de un cortejo de pueblo. Un séquito revestido de paño pardo que, a la orilla del río, eleva sus plegarias al Cristo del Amparo. Una procesión de pueblo, para un Cristo de pueblo; una noche de tinieblas zamorana para un Dios zamorano, hortelano y pescador. Chirrían los añejos faroles mientras los hermanos caminan lentamente y el estridente sonido de las matracas eriza el vello de los espectadores: así es Zamora, sobria y agreste, piadosa y entregada. Suspira, tímida, la campana de San Claudio y la procesión de pueblo avanza lentamente; una salmodia se desgrana desde un bombardino, una oración en metal para este Cristo que, agónico, deja a su paso suspiros del alma que van cosidos a los cardos que adornan sus plantas. Así, nuestra ciudad se vuelve Alistana y entona el fúnebre canto de misericordia heredado de los ancestros de aquel terruño. De esta forma tan austera se vive la fe, como solo Zamora sabe hacerlo.

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ESPERANZA NUESTRA

Despierta Zamora al día que reluce más que el sol. Voltean las campanas de las Dueñas de Cabañales para despedir a la Señora. La Virgen de la Esperanza deja el retiro conventual para retornar a la urbe y el sol, al fin, se despereza para iluminar el rostro de esta Madre que se despide del amor de esas otras madres en clausura. Esas madres que, incansables, laboran en su obrador exquisiteces celestiales salpicadas de salves y padrenuestros. Ella emprende su camino por el puente de piedra y el Duero, feroz y caudaloso, cede su espejo para reflejar la esbelta silueta de la Señora. Mañana de blonda y carey, de mujer zamorana que también es madre, esposa o hija; mujer que camina orgullosa en pos de la Esperanza y le dedica una oración silenciosa: Dios te salve, reina de nuestra Zamora, a ti llamamos Señora para pedirte consuelo; tú que eres madre y esposa del mismo Dios en los cielos no nos dejes de la mano. Blanca flor en la mañana que en verde jardín descuella, que perfumas a tu pueblo con la más sutil fragancia, Zamora te dio su mano y te llamó Esperanza.

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HE AHÍ EL HOMBRE

Tarde de Jueves Santo revestida de nazareno y oro. El crudo relato evangélico camina hacia la Catedral. Abrazos, saludos y reencuentros, bocado fraternal que reconforta cuerpos y almas y un buen trago de amistad entre hermanos, al igual que Jesús lo hizo entre los suyos, en el día de su última cena. Rúas atestadas de gente, sonido de tambores entremezclado con el soniquete de las esquilas de Barandales y el sol radiante iluminando la tarde, aquí comienza el relato de la pasión que en Zamora se escribe sobre la madera. Se suceden las escenas ante los dorados sillares románicos de la vieja ciudad: fraternidad, oración, traición, tormento y condena. Esos son los episodios del más crudo de los dramas, el ultraje al mismo Dios en este apartado rincón del solar hispano. Un rey coronado de espinas que, desde las escaleras del pretorio se muestra como ultrajado. Por manto, una clámide púrpura y, por cetro, una simple caña. Así se exhibe al hijo de Dios; de esta forma tan cruel vemos al Hombre mientras los acordes de Getsemaní le dan marco musical a la tragedia... ¡Hágase tu voluntad!

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MISERERE MEI DEUS

Es noche cerrada y en Zamora se escenifica un entierro. Fantasmagóricas figuras blancas, con altísimos caperuces caminan sinuosas a la rojiza luz de los cirios. Suenan los viáticos y, sobre los guijarros se descarna la madera de pesadas cruces a rastras. Como se despide a un hombre deshauciado, un pobre de solemnidad, así llevan su cuerpo inerte sobre unas parihuelas. Desnudo, tan solo una sábana blanca… nada más para acoger al cuerpo del Redentor. Resuenan, con gravedad, los tambores; ¡silencio! que Cristo pasa. Su imponente figura se detiene ante nosotros y contemplamos el rictus de su rostro, su boca entreabierta, su carne lacerada iluminada por la tenue luz de los velones. Dramatismo, en suma, que encoje el corazón y llega al alma. Misericordia, Señor, misericordia… claman voces al unísono. Voces del más allá que tienen su reflejo humano bajo los ensortijados árboles de la plaza de Viriato. Y allí, junto a la figura del héroe lusitano, ese clamor se hace oración y sacrificio por este Dios que entrega su cuerpo a los hombres y su espíritu al Padre.

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LA MADRUGADA DE ZAMORA

El reloj marca el comienzo de la madrugada más intensa. Es Viernes Santo y la ciudad está en la calle. El Merlú vuelve a ser la llamada a los Zamoranos, el sonido del arcano que pone en pie a los de aquí y los de allá; aquellos que desde la otra vida nos acompañan en este zamorano camino hacia el Gólgota. Revestida de negro duelo, arracimada a las puertas de San Juan, la turba desgarradora se torna clamor febril cuando los tambores atruenan iniciando su marcha. Mientras, en el interior del templo, se produce el mágico momento en el que el Camino del Calvario se levanta. El centurión señala la puerta con su rígido índice y da comienzo el encanto de la madrugada. Cosidos los corazones al inmaculado pañuelo, miles de congregantes se dirigen al calvario. Alborada callejera cubierta de laval; amanecida de fríos y sopas; endulzada de garrapiñe y saciada de Thalberg, el sempiterno himno de los zamoranos. Ya es Viernes Santo y la ciudad esta en vela mientras Cristo camina hacia la cruz. Y tras él, la Madre, siempre la Madre, el reflejo de cualquier mujer zamorana que siente la pérdida de un hijo. Una madre sola que pasea cabizbaja su dolor. Esta es nuestra madrugada, el amanecer más bello de todos; el que nos hace sentir que somos hijos de esta tierra apasionada. Son las cinco de la madrugada, amanece en Zamora…

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ENTIERRO DEL REY DE REYES

Viene Barandales batiendo sus bronces, abriendo con su soniquete el solemne funeral de Cristo; viene La Magdalena con el paso marcial que le imprime la Marina; viene Longinos a impresionarnos con su contraposto en equilibrio y viene un Cristo Muerto, escoltado por armas a la funerala. Vivimos el entierro del Rey de Reyes; nos sumergimos en la tarde más solemne y ceremoniosa. Tarde de terciopelo negro acompasada por Chopin que pone fin al evangelio zamorano de la pasión. Luto solemne en un cortejo milimétricamente diseñado para que todo sea perfecto. Cristo ha sido descendido de la cruz y es transportado a su sepulcro. El sepulcro de nuestras conciencias; el eterno mausoleo en el que se halla sumida esta ciudad; la Zamora que se aflige ante el inexorable éxodo de sus hijos. El Redentor es conducido al primer templo zamorano entre la multitud. Ya no es nada, lo han convertido en un despojo, bendito despojo del que un día fue rey en la tierra y pronto lo será en el cielo. Termina su Pasión y empieza la gloria.

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MATERNO CORAZÓN

La luna es puro sentimiento cuando proyecta, límpido, el reflejo sobre su carne macilenta. Su cuerpo exangüe se desploma sobre el regazo materno, buscando ese mismo cobijo que le daba abrigo y protección en aquellos dichosos días de Belén. La ciudad atestigua el dolor descarnado de una madre. Miles de pábilos titilantes alumbran el trágico momento bajo el negro manto de la noche. Atrás quedaron las prisas, el ajetreo; los nervios de las jornadas precedentes han dado paso a la calma. Zamora acusa el cansancio tras días de plena intensidad en las calles; en los templos; bajo los caperuces o entre los banzos. La ciudad está exhausta pero aún saca fuerzas de flaqueza para arropar a la Madre en esta noche de Angustias. Las miradas se dirigen a lo alto, a ese rostro desencajado que vierte sus lágrimas sobre el divino despojo que, inerte, descansa en su seno. Y la mano en alto, qué decir de ella…; ese abrazo contenido que emana de un corazón traspasado por los siete dolores más crudos que una madre pueda soportar. En esta noche de dolor solo tenemos ojos para Ella, la Madre… Nuestra Madre.

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DOLOR Y GLORIA

Cae la tarde y una mujer zamorana pasea su aflicción por las calles de la ciudad. En su semblante se observan el dolor, la condena, el desconsuelo. La pérdida del fruto de sus entrañas abre en su corazón una herida imposible de restañar. Llega el ocaso y su figura se mimetiza con el bruno color del cielo; así la vemos, caminando entre la gente, cabizbaja, con esas manos cruzadas en las que hayan reposo los divinos aljofares que manan de su rostro. Un rostro que, pese al drama, es luz en medio de la penumbra; es el preludio de un amanecer glorioso. Madre que en tu soledad desatas un reguero de pasiones; devociones de un pueblo que te admira; que se duele en tu mismo dolor; que sigue tus pasos por la senda de la fe. Tu eres el reflejo de tantas madres dolientes, de tantas mujeres que sufren en sus carnes la pérdida irreparable de un hijo. En ti nos fijamos los zamoranos porque eres nuestra Madre y hoy, cuando la gloria está próxima, caminamos a tu vera.

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RESUCITÓ

Voltean campanas de júbilo en la mañana gloriosa. El milagro ha vuelto a obrarse en la vieja judería. Cristo sale triunfante del sepulcro en la alborada florida; amanecer de aleluya redentora que en Zamora se plasma mediante el arco multicolor de la primavera. El rocío madrugador besa la frente del Maestro cuando camina por viejas calles y plazas. Él, que lleva el recuerdo, cosido a su manto carmesí, de tantos abrazos entre hermanos en la mañana de pascua, nos bendice con su gesto victorioso. Y tras el paseo triunfal ha de llegar el encuentro. Madre e Hijo vuelven a verse en un ágora repleta de almas. Resuenan salvas de gloria. Miles de varas floridas se alzan al unísono para celebrar el retorno del Redentor a la vida. Cristo a vencido a la muerte y ha despertado nuestras conciencias. Pronto vendrá un tiempo nuevo; un nuevo despertar en el que nosotros también veremos la luz al final del camino. Llegara una nueva Pascua para todos que nos permitirá valorar el mundo que nos rodea y agradeceremos tanto sacrificio realizado. Amaneceremos tras el letargo y daremos gracias a Dios por vivir, por ser… por estar.

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desde hace 20 años

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Después tomará el incensario que habrá llenado de las brasas del altar y, cogiendo con la mano perfume confeccionado para incensar, entrará del velo adentro. para que, puestos los perfumes sobre el fuego, la humareda y vapor de ellos cubra el oráculo propiciatorio, que está sobre el testimonio, y con eso no muera (levítico 16, 12:13).

SANTO PASO DEL TIEMPO El paso del tiempo quemó la cera santa iluminando los caminos del sacrificio, la redención y la salvación. El incienso y la mirra que los magos depositaron delante del Niño, del Salvador. El aceite de nardo, los santos oleos han quedado relacionados con las palabras y los sentimientos que se han escrito en esta publicación desde hace veinte años. Palabras y sentimientos salidos desde lo más profundo de sus autores fruto de una fe consolidada y una credo sin fisura.

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TODO COMIENZA EN UN TRASLADO La luz de aquella tarde era distinta en el zaguán de la casa. Los últimos rayos de sol se colaban, curiosos, a través de los opacos cristales de aquella vieja puerta. Era Domingo de Ramos y, horas antes, el Redentor había desfilado por las rúas a lomos de una humilde Borriquita. Si, la pollina, diminuta y feúca que hacía las delicias de los mas pequeños y enternecía a los mayores. Era Domingo de Ramos, por la tarde, y la cocina de la vieja casa se impregnaba del penetrante aroma de laurel recién bendecido, oloroso condimento que, a la espera de ser secado, santificaría los guisos durante un tiempo. Comenzaba la Pasión… otra Pasión. Aquella, popular y llana, que ya no volverá jamás. Con la sencillez de un barrio acompañando al rey de los judíos camino de su calvario. El bullicio se hacía notar en la puerta de la iglesia. Las gentes, ataviadas de domingo, aguardaban impacientes la salida del hortelano; del pescador; del Jesús de la margen izquierda que, por unos días ascendería del vulgo a la ciudad, cambiando su humilde morada de San Frontis por la grandiosidad de las naves catedralicias…

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De pronto, los goznes de la puerta chirriaron como lo hacían siempre. Al abrirse, los vidrios temblaron sobre el emplomado y el último sol de la tarde invadió la estancia. Una venerable anciana salió al exterior, dando pasitos cortos y arrastrados, en los que se notaba el paso del tiempo; los soles del verano y los rigores del invierno vividos durante tantos y tantos años. Su mano temblorosa se hundió en el interior de una faltriquera y rescató una vieja llave con la que cerró la puerta. Llevaba entre sus manos el cabo de una vela, a medio quemar, envuelta en un amarillento papel, y un rosario de cuentas de azabache que se deslizaba, serpenteando, entre sus dedos. Cubierta con un pañuelo negro y de luto riguroso se acercó a la iglesia del barrio y se santiguó al ver aparecer, un año más al Mozo por el dintel de la puerta. Si, era un año más, aunque para ella siempre sería un año menos. Solo llevaba seis meses viuda y su único anhelo era reencontrase con él, allá donde estuviese.


Juan Carlos Izquierdo Domínguez para la edición de El Itinerario del año 2009. Traslado del Nazareno

Sus ojos se clavaron en el bello rostro del Maestro; sus pupilas humedecidas le imploraban, con la misma devoción que siempre le había profesado: “Señor, hágase tu voluntad…” Y entre cantos y rezos partió, el venerado Nazareno de la orilla del río, hacia su morada temporal, en el primer templo de la ciudad. Bendiciendo, con su presencia, a las generosas huertas de la vega del Duero. Con su diminuta cruz al hombro y en un sencillo trono, portado por hombros curtidos en el duro y poco agradecido trabajo del campo, realizaba su camino hacia la urbe. La anciana sacó fuerzas de flaqueza y lo acompañó hasta el puente de piedra, donde lo despidió lanzándole un beso enjugado de lágrimas y la plegaria desconsolada de su adiós. Desde allí lo vio alejarse por el puente y ascender por la cuesta del Obispo… Desde allí lo vio por última vez. Aquel año fue el último año en que el Mozo subía a la Catedral haciendo un paréntesis de casi cincuenta años, en los que fue acogido en la iglesia de San Andrés.

Por fortuna, en 1990 fue recuperado su traslado a la Catedral. Aquel año los goznes de la vieja puerta de la anciana ya no chirriaron al abrirse. Tres niños salieron a la calle como una exhalación y corretearon en dirección a la iglesia. Tras ellos caminaban sus padres que los observaban con emoción contenida al recordar su lejana niñez. El repiqueteo de las esquilas del Barandales abría un cortejo repleto de personas del barrio, al que se integró la familia alumbrando al Nazareno. Abriendo el desfile, la Cruz parroquial; velas encendidas, sonido de tambores y, de fondo, el acompañamiento musical de una conocida marcha procesional. Así era, nuevamente, el traslado del Mozo. Y así lo recordaban muchos de los presentes, aunque con menos gente y mas sencillo, mas de pueblo. Al llegar a la entrada del puente de piedra, profundamente emocionada, la madre dijo a sus hijos: “desde este lugar mi abuela siempre vio alejarse al Nazareno… le encantaba esta vista… adoraba al Jesús de su barrio”.

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CRUX FIDELIS ....

Crux fidelis cantaban aquellos monjes en la pequeña abadía aneja a la catedral y situada en la “pobla Sancti Spiritu”. El hermano Alonso repetía una y otra vez, -no puede ser, Señor, no puede ser. El huerto estaba empapado por las recientes lluvias y los olivos retorcían sus troncos bajo el follaje. Otra vez el hermano Alonso orando arrodillado ante el crucifijo volvía a repetir las palabras que le atormentaban. -Porque te tienes que ir Señor-. Otro padre nuestro y otra súplica. ... . Otra vez la carraca para romper las tinieblas del barrio y de nuevo Crux fidelis; los monjes se van acercando. Será la ultima vez que la imagen del Cristo gótico vuelva a presidir la oración de la tarde. Será la ultima vez, quizás, que se reúnan en la abadía para sus rezos. Trascurría el año 1806 reinando en España Carlos IV. Aquel hombre, empleado público, llego puntual por la mañana acompañado de un nutrido número de alguaciles he hizo cumplir la ley. Los monjes con el único bagaje que su hábito, sus manos

vacías en lo material y llenas en lo espiritual, abandonaron la abadía para no volver jamás. Aquella misma tarde una paloma llego para anidar en la espadaña junto a una de las dos campanas. Vio pasar generaciones enteras hasta el año 1974. Cansada decidió retornar de donde había llegado y dejar su presencia en el pecho de aquellos nuevos monjes que retornaron a la abadía para rendir culto al cristo que fue emparedado por culpa de una desamortización y una exclaustración. El hermano Alonso volvió y rezo ante la Bendita Imagen colgada en el muro de la abadía. El hermano Alonso escucho a sus hermanos entonar el Crux Fidelis y acompañó el desgarrador sonido de la carraca que en tiempos de tiniebla llamaba al entorno y que ahora anuncia la penitencia camino de la Catedral. El hermano Alonso alzó la cruz guía y se puso en camino. Suena la campana, tañe a muerto y otra vez el cántico. Crux fidelis Inter. Homnes ... ... . El pebetero perfuma la primavera y purifica el camino.

Jesús Salvador Cecilio para la edición de El Itinerario del año 2007. Hermandad penitencial del Santísimo Cristo del Espíritu Santo el itinerario 2022

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EL CRISTO DE LAS BURLAS

A un buen padre, cuya pasión emprendedora, propició el hallazgo del Santísimo Cristo del Espíritu Santo. Don Benito Peláez, in memoriam.

Año del Señor de 1750. En la abadía de Sancti Spiritus, extramuros de la ciudad de Zamora, el Cabildo se hallaba reunido en pleno. Entre los asuntos a tratar se debatía la retirada del culto de un viejo calvario que, hasta ese momento, se veneraba en el lado de la epístola. -No podemos seguir mostrando a nuestros fieles unas imágenes que, lejos de llegarles al alma, les producen hilaridad -sentenció el padre abad-. De un tiempo a esta parte hemos observado que incluso los chiquillos se mofan de ese pobre Cristo cuando se acercan a verlo. Su expresión no les conmueve. El padre Damián, uno de los clérigos más mayores, profundamente enamorado del humilde crucificado que presidía el calvario, no daba crédito a lo que acababa de escuchar. -¡No puede ser…! –mascullaba para sus adentros, resistiéndose a creer que la talla que tanto veneraba pudiera ser retirada y vendida a un vulgar comprador sin otro afán que el de

revenderla a otro lugar o, en el peor de los casos, ser pasto de las llamas en cualquier lumbre baja. -Hermanos, nos ofrecen por el calvario una generosa cantidad que ayudaría a sanear las cubiertas de la iglesia -prosiguió el abad-. Es una ocasión que no podemos desaprovechar. -¡Votemos! –solicitaron varias voces al unísono. Y el Cabildo comenzó la votación siguiendo el sistema tradicional. Se dispusieron dos recipientes a tal efecto, uno para los votos positivos, que realizarían con alubias blancas y otro para los negativos, con alubias negras. Los canónigos, de espaldas a la asamblea, fueron depositando sus votos y, a continuación, comenzó el recuento. El secretario fue contando los votos en voz alta. La decisión fue casi unánime ya que, con tan solo un voto en contra, el Cabildo aprobó la retirada del altar del Calvario y su venta a un santero de la vecina Portugal.

Juan Carlos Izquierdo para la edición de El Itinerario del año 2014. Hermandad penitencial del Santísimo Cristo del Espíritu Santo 51

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DOS SÁBADOS Nunca he visto la procesión del Sábado de Pasión. Siempre llego a Zamora el Miércoles Santo, justo para plantarme ante el atrio de la Catedral para jurar silencio, desde la acera, para reconciliarme con el pasado y probablemente para pedir perdón al Cristo de las Injurias por mis tantas infidelidades. Pero he visto cientos de fotografías, he leído sobre los encuentros y desencuentros de la Hermandad que, como tantos otros, me producen desazón y un no querer ahondar más porque entonces dejaríamos de creer hasta en nosotros mismos. He visto algunas fotos muy bellas del traslado del Jesús, casi fantasmagórico, con un fondo ceniciento de esas nubes que nos envían desde Portugal a saludar a los Cristos zamoranos y no siempre con buenas intenciones. Y he hablado con las hermanas y con los hermanos, sobre todo con las hermanas, que cuentan y no acaban. Y he imaginado cien veces la procesión hasta el cementerio, donde descansan algunos de mis antepasados y donde a lo mejor

se serenan los espíritus belicosos y las almas encontradas. O a lo mejor no. Pero hace ya unos años pude acompañar al Jesús el Sábado de Gloria en esa procesión corta y apresurada, medio privada, en la que los hermanos llevan a su Señor, de paisano, para que bendiga a nuestros muertos desde un alto frente al Duero, sin cruzarlo, con empaque, con aire de romería, y con mucha devoción. Devoción del que recuerda y devoción del que promete. También podría ser devoción del que perdona, pero eso es otro asunto. Me quedé nuevamente atónito frente al río, nuestro Padre, aún con restos de luna llena. Y entonces sí que prometí. Volver siempre. Quedarme en Zamora con toda el alma hasta que pueda hacer otra cosa. Y perdoné, de paso, a los enemigos banales, a las querencias equivocadas, a los deseos estrechos. Y saludé a la Luz, a la Vida, con ganas, siempre, de volver, de sábado a sábado, entero. Y como siempre (me estoy haciendo viejo), emocionado.

Manuel Allué para la edición de El Itinerario del año 2017. Hermandad penitencial nuestro Señor Jesús Luz y Vida el itinerario 2022

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SI LA BORRIQUITA NO EMPIEZA A ANDAR, NO HAY SEMANA SANTA Y sin Carricajo al frente ya no será lo mismo. Porque resulta que la Cuaresma es el prólogo, la semana de Pasión el anuncio definitivo (el Traslado el chupinazo, el Espíritu Santo la coreografía, Luz y Vida el futuro), hasta que dos niños despistados y emocionados la emprenden a palmazo limpio con su prima de Coreses, esa niña vestida de rosa y feliz como nadie. Hasta que el señor Obispo no ha echado las bendiciones y los niños y sus padres, oliendo a colonia de fricción, se arrebujan y caminan en tropel para anunciar la entrada de Cristo en Jerusalén, con ese sol tibio en las nucas recién peinadas, nada tiene sentido. Porque soy de los antiguos (y de los exiliados), de los que llegaban a Zamora el Domingo de Ramos, se ponían el terno azul y se iban, primero, a saludar al Padre Duero y luego a ver a la Soledad y entonces ya sonaban las trompetas en la Rúa y sí que había empezado la Semana Santa, la pública y la privada, la del rezo lloroso ante la Vírgen, la del dolor de corazón (esa cosa que solo se entiende bien en Zamora y ante la Soledad), la de los recuerdos con olor (porque si no, no hay recuerdos) la de los primeros abrazos, los primeros chismes de sacristía, los de panera, los de despacho cofradiero, los dimes, los diretes, la fe y la esperanza (y tantas veces la poca caridad). Cristo entró en Jerusalén sabiendo que en el templo ya se urdían planes de Semana Santa, se barajaban nombres, se miraba de reojo. Y pasó lo que pasó. Pero cientos de niños blandieron sus palmas, sus ramos de laurel, sus hatillos de romero sin saber todavía mucho de oraciones, armados de esperanza y con los ojos en blanco. El Duero pasa por Jerusalén, claro que sí, la trompeta de Carricajo suena cada Domingo par anunciarnos que nos queda mucho por vivir, a la niña de Coreses le aprieta la sisa de su vestidito rosa pero no deja de sonreír, y las buenas gentes se arraciman para celebrar, que es un verbo que no está reñido con rezar ni mucho menos con llorar. Otros clarines van sonando en las trastiendas con enfados, amarguras y envidias, destemplados. Pero la Semana Santa ya está hecha. Y no va a venir a fastidiarnos la fiesta ni el dime ni el direte. Sonreíd como esos niños, hermanos, y poneos ropa de bonito y glorificad al Señor, que de eso se trata. Manuel Allué para la edición de El Itinerario del año 2010. Real cofradía de Jesús en su entrada triunfal en Jerusalén. 53

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ES LUNES Y ESTOY INQUIETO Porque estoy lejos y sólo me toca adivinar. El Domingo ha pasado con esa algarabía y ese sol que todavía va a seguir tibio por lo menos una semana más. Hasta el dos y pingada. Se trata, aquí en Zamora, de un domingo de poco incienso y de mucho trajín en las casas. Las túnicas de la Semana se han puesto a orear dos días antes, como es debido, y las madres más tempraneras ya han hecho sus rebojos y han encargado las aceitadas (ya no las hacen) y el bacalao comprao, que no comprado, y sus nietos sacan brillo a las medallas y piden que les planchen, ya, el pañuelo blanco y se relamen de gusto ante el estreno de la cazadora nueva, se afeitan el bozo por enésima vez y sueñan con la vigilia del Viernes, la primera, quizás, de su vida, la más hermosa. El Domingo huele, en Zamora, a pipas de girasol y a banda de cornetas. Y suena a calcetines calados y a zapatos de charol, esos que aprietan tanto, y a carreras por San Martín o por la Avenida, a requiebros de las mozas a los mozos, que de todo hay, a sol antiguo, a río antiguo, bendito Río, con mayúsculas, que no se está quieto ni cuando lo cruza el Señor. Ni cuando lo hace la Señora. Tan despacio. El lunes amanece con sol pero al final se nubla. Pero ya es un día Santo, a tener en

cuenta, a salir del trabajo antes, a comer deprisa, como casi toda la semana, a tomarse el café de pié. El Lunes Santo es un día un tanto precipitado y que en la primerísima postguerra se llenó, es un decir, con una hermosa cofradía que se tituló Hermandad, y lo era, y se honró en ella a los excombatientes de la reciente guerra. Que por qué vamos a llamarla contienda. Se diseñó como emblema una Laureada de San Fernando orlada de espinas, se la dotó de una cierta marcialidad, aunque en Zamora esas cosas son de otra forma, y se la echó a la calle con tesón y con bravura. En la Wikipedia, hay que ver, se empieza con un párrafo en la que se define a la Tercera Caída como “cofradía religiosa católica de la ciudad de Zamora”. Faltaría más. No es malo lo que sigue pero se queda corto, claro está. No habla ni de las nubes gallegas que van llegando desde atrás de San Lázaro, ni de la preciosa algarabía de barrio al atardecer, ni de la túnica deslizante, de cruzado o de caballero, sin más, ni de esa prisa de lunes laborable, católico y religioso. La Caída, que hace ya tantos años que no veo salir, quizás desde hace casi treinta, hay que verla en la calle y no desde un balcón. Desde la acera. Hay que apretujarse en cualquier lado, sentir el entusiasmo, olerla, saborearla, comentar en voz queda lo bien que va o el frío que hace. Cualquier cosa. Atardecer con ella. Y recordar, por lo menos, a los muertos de ambas orillas de nuestro río, o del río público que tanto nos hace sufrir. Todavía es Lunes Santo y la Caída, con su señorío, nos va a volver a poner las procesiones en las venas. Que de eso se trata.

Manuel Allué para la edición de El Itinerario del año 2013. Hermandad de Jesús en su Tercera Caída. el itinerario 2022

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EL CRISTO DE LOS DESCALZOS El frío del invierno se colaba a través de los muros de la iglesia conventual. El viento silbaba furioso en el exterior y hacía que se estremecieran los vidrios de los ventanales de la capilla del Santo Cristo. Un profundo silencio se apoderaba del momento; una quietud tan intensa que permitía escuchar el crepitar de los cirios encendidos a los pies de la sagrada imagen. Como cada día, Fray Alonso de Nebreda, postrado de rodillas, elevaba sus plegarias a la bendita imagen del crucificado, al que saludaba siempre a su manera: -Señor, aquí me tenéis, como siempre. Aquí está vuestro siervo… Bajo estos hábitos no se esconde nada más que un humilde pecador -confesaba el fraile con gesto de arrepentimiento-. No, Señor… a vos no puedo engañaros... De esta forma tan sumisa, se presentaba un honrado lego, cuya vida fue tan ejemplar y llena de virtudes que, incluso entre los suyos fue considerado un santo varón. El fraile veía confortado su espíritu cada vez que “dialogaba” con aquella imagen del Señor crucificado. No en vano, el tomó los hábitos de la orden alcantarina para estar cerca de Dios, una divinidad siempre reflejada en aquella imagen que tanto veneraba. Una talla que se consideraba milagrosa al atribuírsele la virtud de ayudar a los moribundos, proporcionándoles sin sufrimiento el tránsito al mundo futuro. El tiempo parecía haberse detenido en el retiro del convento de los padres Descalzos. La rutina de la vida monástica, sus quehaceres y oraciones no se fijaban en el calendario que lenta, pero inexorablemente, iba haciendo mella en la maltrecha salud de Fray Alonso.

Y llegó el día en que el religioso, siempre puntual a su cita diaria con el Santo Cristo, no pudo salir de su celda. Postrado en su cama, enfermo y desvalido, sufría por no poder acercarse a orar ante la imagen. Padecía unas terribles fiebres y, continuamente, tenía visiones en las que se le aparecía el maligno haciéndole preso de un gran sufrimiento por los temores que le causaba. Pasaron varios días y, lejos de mejorar, la vida de Fray Alonso se marchitaba. De sus labios apenas salía un hilo de voz que decía: -Señor, ten Piedad… de mí. Durante los largos años que pasó recluido en el cenobio, siempre anheló que el Cristo de sus desvelos pudiese ser venerado por el pueblo ya que el destino quiso que aquella imagen, desde su hechura, fuese condenada vivir en la clausura monacal sin que nadie pudiese verla. El fraile sabía que dejaría este mundo sin poder ver cumplido su sueño, pero, días más tarde, una extraña visión se apoderaba de su ser, confortándole gratamente. Por su mente pasaban, continuamente, unas oníricas imágenes en las que se veía a sí mismo. Presenciaba claramente como, en medio de la oscuridad, en una noche cerrada, se aproximaba hacia él una larga fila de frailes vestidos de blanco en medio de la nada. Un cálido resplandor, proveniente de las teas que portaban los frailes, iluminaba su rostro. Las imágenes, fugaces, iban y venían, mezclándose con la fría visión de la ventana enrejada de su celda. Cuando el trance volvía apoderarse de él, podía contemplar la extraña imagen de un crucificado, que no era otro que “su Cristo”, transportado en posición inclinada por varios frailes. Una postura que acentuaba su padecimiento y que al buen fraile le contrariaba cada vez que se le representaba. Las fiebres aumentaban mientras, en su interior, resonaban relajantes cánticos monacales que le impedían sentir dolor alguno: “Jerusalem, Jerusalem…” Y, de pronto, tuvo una visión celestial, una nebulosa que se expandía ante su presencia; de nuevo pudo verse a sí mismo, caminando hacía la luz mientras una grave y sonora voz le decía: -¡Ahora estás conmigo…! Fray Alonso tuvo lo que deseaba cuando su cuerpo agonizaba. La sagrada imagen, a la que tantas veces rezó durante su vida, le concedió lo que verdaderamente necesitaba: una Buena Muerte. Aquello sucedió hace siglos y hoy ese Cristo, de rostro sereno y agónico, ve pasar los días desde su altar de la Iglesia de San Vicente y, en la media noche de cada Lunes Santo, un puñado de cofrades-monjes pasea, sin saberlo, la memoria del buen Fray Alonso de Nebreda por las calles de Zamora.

Juan Carlos Izquierdo Domínguez para la edición de El Itinerario del año 2014. H penitencial del Stmo Cristo de la B. Muerte el itinerario 2022

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DECiMO SEXTA ESTACióN Jesús Salvador Cecilio para la edición de El Itinerario del año 2013. Cofradía de Jesús del Viacrucis

Martes Santo 7,30 h. El joven matrimonio salta de la cama como si el día fuera uno más y a lo mejor lo es. Entre los pocos cacharros, dos tazones para servir la leche blanca que Antonia había dejado en la casa la noche anterior. La leche blanca, fría. El dialogo entre ellos es solamente con las miradas. Otro día con poco y sin nada; con poco al amanecer y sin nada al anochecer. El se viste con la ropa que dilata tanto como quiere recortar el tiempo y le recuerda a ella que hoy es el día de El Nazareno. Tantas veces rezado, implorado y sangrado en la petición. No será la última. Victoria y Jose no han tenido hijos y seguramente tiene alguna explicación. Las cosas siempre pasan por algo. Otro chirrido mas del gozne de la puerta de la calle que Jose cierra despacio para no desvencijarla y bajando de el itinerario 2022

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Rabiche pasará, como todos los días, por delante de la iglesia de San Frontis. Santiguarse y una pequeña plegaria para recorrer la avenida de El Nazareno y cruzar el puente de piedra camino de alguna esperanza. Ya no puede saber nada de Victoria, ya no hay móvil, ya no hay teléfono en casa ni luz que lo sustente. Llegará hasta la casa de las semillas en la calle de San Pablo. Si alguien por el camino le solicita sus manos para trabajar remuneradamente o por alguna limosna, será una suerte. Semillas para sembrar hortalizas en el huerto de Rabiche que le permitan canjear, vender, comer, sobrevivir. El día transcurre y no hay vuelta atrás. Seguramente. El Nazareno, la catedral, la procesión. Piensa, recuerda y prepara “el ........” no lo puede ni nombrar. Victoria prepara en una pequeña male-

ta la túnica, el caperuz, las puñetas de ganchillo, el farol, los zapatos negros como el azabache y la capa colgada sobre el brazo. Son las 11 de la mañana y no quiere saber nada. La puerta chirría de nuevo y esta vez queda abierta. -¡Para qué la van a destrozar! -Las estancias fregadas, solo con agua, como todos los días y las estancias abiertas para que se ventilen; ya dará una vuelta El Nazareno. Incertidumbre. De casa en casa para ver a Esperanza, a Dolores, a Verónica, a Soledad a Magdalena. Aquello es una despedida pero solo ella lo sabe. La hora de comer y ha quedado con Jose a la entrada del puente de piedra para pasar por casa del amigo, Simón, que no falla en la limosna de la comida. A esa hora todo habrá ocurrido en silencio sin estridencia, sin perder la dignidad y la sumisión de que todo tenia qué ser así. Media tarde en el entorno de la catedral y desde el adarve de la muralla se ve la chimenea de la casa de Rabiche. Ya no humea; ya no lo hacia de seguido. Beso en la mejilla y Jose se despide de Victoria hasta el final de la procesión en donde la volverá a encontrar en la última estación del Vía Crucis; la que añadió Juan Pablo II -Jesús Resucita- . Algo tendrá que ver. Con casi cuatro horas de rezos y plegarias, de promesas para cumplir, camino de San Frontis la procesión termina y el joven matrimonio reza y se encamina a la choza del huerto. Es lo único que salvaron del desahucio. Victoria saca del bolsillo del chambergo una estampa del Cristo. Presidirá su choza. Un papel que le dio un hombre y en el que se puede leer: “Se ofrece casa y manutención a joven matrimonio que cuide de las aceñas del cabildo en el barrio de Olivares”


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EL PRIMER TRASLADO Jesús Salvador Cecilio para la edición de El Itinerario del año 2015. Hermandad penitencial de las Siete Palabras

Este es quién cargó sobre sí los dolores de todos. He aquí el que fue muerto en Abel, atado en Isaac, exiliado en Jacob, vendido en José. He aquí el que fue expuesto a las aguas en Moisés e inmolado en el cordero. Este es el que se encarnó en el seno de la Virgen, el que fue clavado en la cruz y sepultado en la tierra, el que resucitó de entre los muertos y subió a lo alto de los cielos. Él es el cordero que no abre su boca, el cordero inmolado, el cordero que nació de María, cordera sin mancha. Él resucitó de entre los muertos y resucita al hombre de la profundidad del sepulcro.

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Así y en el año del Señor de 1733 el fraile Lupicino murmuraba las palabras que en el año 170 de nuestra era escribiera para la homilía de pascua el santo y obispo Melitón de Sardes que celebraba la Pascua el día catorce de Nisan. Todos los años el abab del eremitorio del despoblado de Villagodio pronunciaba las mismas palabras cuando salía a la calle el crucificado, llamado de la agonía, y esperaba durante horas en la calle custodiado por un puñado de frailes hasta que acudían todos los fieles para acompañar al Cristo hasta la iglesia de Santo Tomé

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en Zamora para prestárselo a la cofradía de Cristo de La Agonía. La procesión o traslado –verdadero acto de penitencia– se producía en la tarde-noche del lunes santo de todos los años desde que a la ermita llegó el Crucificado que Antonio Tomé sacó a la luz con sus gubias y demás herramientas, fijándose en la agonía de un joven que perdió la vida mientras trabajaba las tierras que había recibido, casi de niño, de su fallecido padre, tras la coz que le propino una bestia en el momento de hincar la rodilla para el rezo del ángelus como hacía todos los días.


… … Hermanos: este año realizaremos nuestra penitencia con mucho mas sentimiento y una oración profunda, si cabe aun más, para pedir por nuestras necesidades espirituales y para que el Señor nos regale dones para donde nos quiera y nos necesite. Hermanos: sabemos que nuestra comunidad es pobre en lo material, esta indefensa y expuesta a los avatares de los desalmados ladrones y descreídos que nada quieren saber de la ley de Dios. Hermanos: comencemos y como si fuese nuestra última manifestación pública de fe. Demos testimonio del sufrimiento y la agonía de nuestro Señor meditando sobre las últimas palabras que pronuncio en la cruz.

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De esta manera y con estas pocas pero sentidas y sinceras palabras, aquellos monjes y aquella comunidad de Santa María de Villagodio comenzó su peregrinar por la margen derecha de un crecido río Duero. En cada estación enunciaban una de las últimas palabras de Cristo y a continuación rezaban el Credo como forma de expresar la creencia en las revelaciones de Dios. En silencio y con la fatiga del camino, cada uno meditaba sobre las palabras de Cristo. Lupicino sabia que aquella era una procesión distinta. Este año no tendría retorno. Cumpliría el mandato que el prelado de la diócesis, Jacinto de Arana y Cuesta, le había enviado y tendría que dejar el Santo Cristo de la Agonía en la iglesia de Santo Tomé. Así sucedió y así lo aceptaron aquellas gentes obedientes y aquellos frailes abnegados que también sabían de su traslado a otros lugares. El Cristo de la Agonía siguió recibiendo culto en la iglesia de Santo Tomé y fue custodiado por la cofradía hasta su desaparición en 1828. Durante esos años al crucificado se le cambio la cruz, se le coloco una diadema de plata, fue trasladado a la iglesia de Santa Lucia donde se alojó en un retablo que se le construyo y siempre, en los momento de soledad, fue atendido y adornado por un hombre de rostro desfigurado. Es en 1968 cuando Lupicino, en el anonimato del caperuz, vuelve a musitar las palabras del obispo de Sardes acompañado por un hombre que oculta su cara desfigurada bajo otro caperuz de pana verde y vuelven a revivir y a rezar las palabras de Cristo que durante tanto tiempo meditaron.

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Cuando me desperté de aquel sueño yo tenía ocho años, tres meses y cuatro días. Creía que el cielo siempre sería mar, la vida una amplia sarga de seda y el invierno un oscuro arroyo que discurriría velozmente. Al desenlazar mi ensoñación de aquella niebla envolvente mi padre agarraba con fuerza mi mano extendida. Era ya una noche cerrada y por las estrechas calles de la Zamora antigua vagaban en pausadas filas estameñas cercadas por un silencio seco, tronaba un tambor rítmico bamboleando la angostura de las rúas desnudas y ocupaba toda la extensión de mi memoria la odisea de un Crucificado entre los rumores de un Duero cercano. Quizás nada pueda aferrarse con mayor avidez a la piel de un recuerdo infantil que el horizonte en lejanía de un humilde Cristo en andas custodiado solo por cuatro dolorosas velas. Miro ahora hacia la ventana azul, vencida toda por un viento que juguetea feliz con las últimas hojas del otoño en los nogales y retorno a ese continuo milagro de la memoria viva; deslumbrado aun por ese canto místico de sonidos y estandartes, de penumbras fugaces, de resonantes hachones que pasan, que pasan, que pasan y se disuelven como gotas de bruma….., Si , solitario en ese sendero viejo; naufrago por aquellas rúas de la evocación de un tiempo nuevo, pálido, que barniza este mar y este tiempo de una nostalgia vuelta que acuna y platea los sueños. Cuando me desperté de aquel sueño feliz la mañana era un mediodía azul, sonaba algún jilguero inquieto y apenas si llovía por Bardales. Ahora ya nadie sujeta fuertemente mi mano extendida pero conservo, eso sí, como aquella noche, un tesoro antiguo en mis bolsillos descosidos: cuatro cantos de río, dos hojas de roble verde y un recuerdo que siempre habitará la imagen primera de un niño sorprendido por las horas vividas entre las sombras de una noche resplandeciente. Este paisaje eterno que dan los pasos perdidos y un desvencijado Cristo en agonía que agota lentamente su vida por un arrabal de soledades. Escuchad la lluvia, este año, otra vez como ayer, rasgarán la noche de un Martes Santo por la Zamora vieja nuevos ecos de campanas, nuevos caperuces altivos, nuevos Javier Hernández Vidal para la edición de El Itinerario del año 2018. silencios de tambores. Hermandad penitencial de las Siete Palabras Recordad en la alegría.

RECORDAR LA ALEGRíA

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AQUEL HOMBRE Jesús Salvador Cecilio para la edición de El Itinerario del año 2014. Real hermandad del Santísimo Cristo de las Injurias, cofradía del Silencio

Aquel hombre, aquel monje, llegaba todos los miércoles a primera hora de la tarde a los pies del Crucificado. A los pies de la cruz del Cristo de Las Injurias, después de hacer el camino desde las ruinas del convento de San Jerónimo. Llegaba para rezar uno de los treinta credos que se le rezan a este Cristo en esta ciudad y en la Catedral. Me llamó la atención no porque rezara, si no porque llegaba con su habito de monje, con la cabeza baja, las manos unidas en actitud de recogimiento y sin esconderse. Lo veía un día, al siguiente y todos hasta completar treinta seguidos. No sabia de que orden monástica era ni conseguía identificar su indumentaria con ninguna de las que conozco. Algunas veces lo esperé para el itinerario 2022

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fotografiarlo pero me infundía tanto respeto, que no conseguía una instantánea que no fuera forzada por más que intentaba que no lo fuese. Varias veces tuve la intención de acercarme a él para dialogar, para disfrutar de la paz de la que parecía gozar y para contagiarme de su humildad y bondad; rezumaba. Me di cuenta que después de cada treinta días, el treinta y uno no acudía a su cita. No sabia. Los quehaceres diarios me apartaron poco a poco y día a día de la intriga que me producía el monje de la catedral. Me fui olvidando de él y de su trasiego diario. Unas navidades me acerqué, otra vez, hasta la catedral para hacerle una visita al Cristo y saludar a mi buen amigo Juan Carlos, felicitarnos las fiestas, y

charlar un poco de la Semana Santa y de otras cosas varias. Allí estaba Arturo. En el devenir de la conversación dimos con el tema del “fraile amable” que era como lo conocían Arturo y Juan Carlos. Ninguno sabíamos nada de él, ni de donde era, ni el porqué de su actividad y tanta constancia en ello. Tanta perseverancia en los días, menos en uno de ellos de los de cada treinta. Tan intensa fue la conversación sobre el personaje que decidimos investigar hasta casi espiar. Preguntamos a canónigos, sacerdotes y devotos que algunas veces coincidían. Nadie sabia nada y todos teníamos la misma intriga. Paseamos cerca de él, en el menor de los descuidos desaparecía. Rezamos junto a él sin llegar a verle el rostro. Meditamos con él sentados en el mismo banco; nos transmitía paz, armonía, sosiego. Poco a poco nos fuimos acercandonos; interactuábamos en gestos, en plegarias en sentimientos. Miércoles Santo del año 2000. Juramento en la plaza de la catedral. El “fraile amable” no había acudido a la cita. El Cristo de las Injurias Se hace presente en el atrio de la catedral y camina en su mesa, lentamente hasta las puertas del atrio. Son las ocho de ta tarde; tañe la bomba. Silencio. El Cristo de las Injurias preside el juramento. En el medio del atrio un hombre; de rodillas y con habito monacal. El Cristo desaparece de la plaza y el monje del atrio. Pasados los días y la Semana

Santa decido acercarme hasta la catedral con la intención de abordar al monje y terminar con la intriga que a tantos nos tiene expectantes. Planeamos un plan para charlar con el fraile. No hizo falta. Sentado en un banco de la capilla de San Bernardo estaba él y hasta su lado llegamos. Oramos en silencio – Mi nombre es Tomas – El fraile se levanto caminó de forma cadenciosa hasta la puerta del Obispo de la Catedral y salió de la ciudad por la puerta de la muralla y su figura se fue diluyendo. Aquello nos dejo con la boca abierta, sin poder hablar. Su voz cansada, envejecida pero serena; nos dejo de esa forma. Al día siguiente la misma visita y en el mismo sitio. De rodillas termino su credo y volvió a sentarse. -Me crío mi abuela Isabel; no conocí ni a mi padre, que perdió la vida en las guerras de Flandes, tampoco a mi madre que al darme la vida perdió la suya. A los 15 años me quedé solo, un fraile del convento de San Jerónimo me llevó ante el Cristo, y me dijo que no pecara nunca después de intentar que me quedara de novicio en el convento. Me fui y me alisté en los tercios y allí se me conoció y alcancé fama por lo bueno y por lo malo hasta ser expulsado de mi tercio por indigno. Soy el culpable de la profunda herida que causa la mas cruel de las espinas que coronan la cabeza de ese venerado Cristo. El día que no vengo a ver y a rezar ante tan venerable imagen, ayuno-


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la muerte y la doncella

Manuel Allué para la edición de El Itinerario del año 2011. Hermandad de penitencia

Se empeña el Duero en que los heraldos del Silencio se oigan entrecortados al volver por la Rúa. Me gustan, y son necesarios, sólo en la Rúa. Se ven como perdidos ante el Bazar J o delante del Gobierno Civil. Son menos zamoranos. Pero lo que de verdad anuncian, quizás pidiéndole permiso al Cristo de las Injurias, el Señor de Zamora, es el frío de la noche que va hacer temblar al Cristo del Amparo, tumefacto entre cardos y fanales, pisando, Ése sí que sí, la tierra yerma, un poquito de Aliste y otro poco de Sayago, y de las dos Tierras, la del Pan y la del Vino, dándole la espalda, qué le vamos a hacer, a Portugal y pidiéndole un rezo escueto” un miserere seco y como el itinerario 2022

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ahuecado, a las mujeres y a los hombres que le ven pasar, a duras penas, desde la orilla del Duero duradero hasta el polvo de San Martín, diferentes humedades, sequedad pura. Es ahí donde siempre ví al Cristo, en San Martín, desde los altos del huerto de unos parientes lejanos, encaramado, asustado, estremecido. Miento. La primera vez, siendo yo niño, lo ví justo antes, apoyado en el coche de mi padre con mi tío-abuelo Ramiro Horna y don Anselmo sin salir, enfundados en unas enormes pellizas y algo críticos ante “los nuevos”. Los dos callados ante los todavía no cuarenta hermanos cubiertos con sus capas pardas, haciendo tintinear sus faroles, dejando que las matracas compusieran un solo ante la soledad de la noche y el misterio de una agonía de Miércoles Santo, una agonía prematura, hosca, muy bien escenografiada. Y entonces ocurrió el milagro, que se llamaba Agustín y se apellidaba, ¿por qué no?, Bombardino. Yo me quedé estupefacto porque nuca había visto nada igual. Me acunaron con la marcha de Thalberg, como a todos los niños zamoranos, me habían inscrito nada más nacer en La Mañana, llevaba una estampa (miento, ¡una foto!) de la Virgen de la Soledad en la

cartera, me atragantaba con las aceitadas y jugaba a las procesiones por el pasillo de casa gritando el “Pipa/para pipa/porrón/porrón” Pero nuca había visto a un músico sólo, con la cabeza casi cubierta por la capucha parda y tocando un instrumento como de cuento. Cuarenta años después, hace de eso sólo tres, esperé a Agustín con un amigo junto al Palacio Episcopal. Acabábamos de llegar a Zamora y sólo alcanzamos a ver el Silencio a su entrada, que, qué quieren que les diga, ni fu ni fa. El Cristo en su capilla. Y andando, por la Rúa. Total, que hacía un frío de marzo temprano, helador, aún no habíamos cenado y el cuerpo nos olía a carretera y, ¡por fin!, a Duero (¡cómo me gusta llegar el Miércoles Santo a Zamora, cansado, y echarme a la calle a sentir ese frío y ese olor!). Agustín Lorenzo se jubilaba, como los buenos músicos, y casi en la soledad de los hermanos, de unos cuantos fotógrafos y de cinco o seis “hermanos de acera” no sé si iba tocando el andante de La muerte y la doncella, que me entusiasma, pero me pareció oír (y lo oí, ¡seguro!) a don Ramiro y a don Anselmo comentando, quizás con una lagrimilla en los ojos, “qué bien lo hacen estos chicos y, ¡coño!, qué bien suena el bombardino.


otro milagro de la primavera

Javier Hernández Vidal para la edición de El Itinerario del año 2011.Hermandad de penitencia

A veces la ciudad viste sus tinieblas bajo un telón oscuro que enmudece las gargantas. Un lienzo impenetrable que convierte las miradas en nubes de pasión donde el silencio anida y cubre todos los ámbitos que cobija la madrugada. A veces vuelve abril a la ciudad ocre, casi al amanecer, a tientas, y entonces la vida se quiebra entre carracas y sonidos torvos de bombardinos que vivifican, por unos momentos, la memoria turbia de los hombres. Es miércoles, es nisán y ellos lo llaman Santo. Son hombres de abril; regresaron todos a la llamada térrea, alguno desde lejanos puertos hasta esta costa del Duero. Los veréis como yo, conformados a la usanza de vieja capa alistana, capa de honras de Tras os Montes, al abrigo siempre mágico del románico. Y pienso en ellos, en esta primavera sacra que devuelve a sus hijos como la marea del rio rompe nuevamente sobre la orilla. Escucho aún rendido esta letanía eterna entre abrojos que los concierta, que paso a paso, los camina sobre antañona plaza y creo en este su misterio eterno como en la febril llamarada que desprenden los faroles que guían su senda. Y Cae lóbrega la noche, ellos, al tañido hueco de la campana, alzan a Dios crucificado por los amaneceres de las rúas,

apenas sin luz que los distinga, en un silencio tenebroso que detiene todos los tiempos del mundo. Cruzan la urbe en sencillo cortejo místico y la vida, - las vidas de la ciudad - , detienen su palpitar porque este Dios de cardos y calaveras derrama su muerte en cada rostro, en cada acerado tañido de matraca, en cada miserere de Aliste que entonan sin más eco que las estrellas. La muerte se va apagando entre huellas perdidas, y ahora aquí, Jesús de Olivares, recorrido en parihuela hacia el añoso atril de San Claudio, sin oropeles vanos, ni panes de oro que dulcifiquen tanta tortura vuelvo a tu derrotada estampa, Cristo nuestro de cada día, tan sólo, tan vencido Tú, como quienes hoy desprendiéndose de la noche meditan al asombro del reflejo enorme de tu sombra sobre sus moradas Viejo Cristo al que hoy te guardan entre murallas feudales, nacido del orfebre humilde de los barrios bajos, un día regado de espinos y mieses secas, deslizas tu paso entre crepúsculos y veredas en lejanía y el hombre ya sin más ropaje que el espejo ante su Creador muriendo, retorna a ti, al secreto íntimo de la redención con el candor sereno de quién acaso sólo espera ya otro milagro de la primavera.

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CON ESPERANZA A La Esperanza no se le llama de tú, como a La Sole. No es tan próxima, quizás, no tiene esa tristeza vespertina que sigue igual un Viernes Santo que un sábado de febrero o un martes de agosto, con ese calor y con la misma soledad compartida. Soledad tiene esa tristeza aniñada que la hace hermana, o quizás prima, de La Esperanza, que duerme en San Frontis con la cara un poco más alta, mirando hacia adelante, atisbando el río, puede ser, llenándose de él, esperando a que la saquen a pasear un Jueves, triunfal, hasta la Catedral más bonita del mundo. Como si nada. Esperanza vive extramuros, lo que a lo mejor es una ventaja para la fe. Hay menos historia, es más reciente y seguramente más vistosa. Esperanza espera hasta el Jueves por la mañana para salir a la calle con menos frío que si fuera Viernes. O siempre me ha parecido así. El Jueves Santo es un día en el que si no sale el sol, aunque sea un rato, a lo mejor no es jueves. O sea que Esperanza espera a que la ilusión, sobre todo, y la fe, también, la vayan a buscar de luto, con mantilla y peineta y ese arrebol en las niñas sin medias, en las adolescentes que estrenan de todo, en las madres que atesoran encajes y

amor y paciencia y en las abuelas que derrochan años y más amores y el mismo arrebol que sus nietas. Hay prisas al llegar, casi atropello, que se mezcla sabiamente con la coquetería, la sonrisa abierta, ese ajustarse la peineta al moño recién hecho, ponerse bien la cinta de la medalla que siempre se enreda en el cuello de la blusa, acomodarse a unos zapatos siempre demasiado altos y nunca suficientemente cómodos, para qué. Y una campanuca de pueblo, pequeña, llamando a una misa antigua, anuncia que Esperanza está en la puerta ante un remolino verde y negro y seguramente feliz. Entonces se ordena un cortejo casi náutico que va a cruzar el puente con algo de prisa para componer una al final del puente, en esta orilla, donde los castizos de las estampas más luvan a piropear a las mozas y a sonreír a sus maminosas de la Semana dres, donde los clarines van a romper la mañana, a Santa zamorana, abierespantar el frío, a contarle a todo el mundo que se ta, exultante, seguraha iniciado ni más ni menos que la Pasión de Cristo mente esperanzada. Es y que hoy es fiesta grande. ahí donde hay que estar, Porque es ese desfile de encajes el mejor preludio donde hay que ponerse, femenino de algo, de lo mejor, que está por llegar. Hay que estar con Esperanza para aguardar con decoro a Soledad. Para hacerles compañía mientras Nuestra Madre a lo mejor se inquieta, aunque ya no falta tanto. Sin ese frío azul y esmeralda, sin ese volar de encajes antiguos, la mañana de sol vestida de luto no tendría sentido en Zamora. Señorial, callejera, creyente.

Manuel Allué para la edición de El Itinerario del año 2014 Cofradía Virgen de la Esperanza 73

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A tu vera Manuel Allué para la edición de El Itinerario del año 2012 Cofradia de la Santa Vera Cruz disciplina y penitencia

Me sigo empeñando en emocionarme con todo y no hay forma. Llegue cuando llegue a Zamora, después de tanto esperar. El Miércoles (antes parece que es imposible) antes del Juramento para oír a la Alcaldesa y al Obispo pero sobre todo para ver esas nubes gallegas que se repiten puntualmente, se dibujan justo hasta el cimborrio y te dejan la espalda helada. ¡Qué belleza, Dios mío, qué exactamente se posa el Cristo en al atrio como si hubiera sido tallado sólo para eso!. Hay emoción, desde luego, pero ni me tiemblan las piernas ni me atraganto con el incienso ni me dejo llevar por esas pinceladas grises del cielo que le dan al rojo cardenal de los capuces el tono exacto, un fondo perfecto para ese barroco del siglo XX que se inventaron mis parientes. Las Capas me estremecen, claro que sí, y resoplo cuando busco el rincón perfecto, el frío preciso, huyendo de la catarata de flashes que distraen al Cristo del Amparo y ni se queja. Y persigo a los oboes y a los fagotes, trato de adivinar qué está tocando el bombardino, tengo la lágrima a punto, pero no. Aunque del Duero Duradero suban vaharadas de recuerdos que se me confunden en la boca del estómago con el revuelto de ajetes o, vete a saber, con media hora de estar como suspendido en el tiempo, que lo estoy, que de tan poco pensar se me encabalga el gótico al románico y de repente es Franz Schubert el que le pone la banda sonora. Lo que son las cosas. el itinerario 2022

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Porque el Jueves ya es otra cosa. ¡Cómo me gusta haber descubierto la Esperanza, hace tan poco, cruzando el río!. Antes nos levantábamos tarde, la veíamos pasar por la Renova y a otra cosa. Ahora hay tela que cortar desde el principio hasta el final, Las procesiones mañaneras tienen un descaro único, una frescura que invita a la sonrisa, al saludo casto, a la mueca trompetera que lleva a la Virgen un poco demasiado deprisa pero con el tiempo exacto. La emoción, entonces, está en el desperezo, en la zalamería, en la sensación de trajín festero. Y a la Vera Cruz, que mi padre siempre siguió llamándole “la de Ladis”, con el estómago lleno, la sobremesa gloriosamente interrumpida y una prisa. ¿por qué?, quizás porque por fin es fiesta y a las cuatro y media en punto, en Zamora, comienza la Pasión del Señor. Entonces medio me escondo a la puerta del Museo, para no ver a nadie, a ver formar la procesión, que es lo que más me gusta. Como si fuera cosa mía, jugando a los pasos y a los nazarenos, que esa sí que es una procesión nazarena, con música de verdad, con padres que llevan a sus hijos puro en la boca, con un olor, ¡Dios!, que no he podido encontrar en otro sitio. Ni esa tarde ni a esa hora. Es ese desorden inicial, por fin, el que me emociona, esas sonrisas abiertas, ese regüeldo de amor y esa luz picante que envuelve a mi Calvito cuando sale, como trastabillando, a hacer soñar a los niños de Zamora. Entonces es cuando las lágrimas siempre a punto me hacen reconciliarme con el mundo y, ahora sí, me dejo llevar. Y no se lo cuento a nadie.


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EL PRODIGIO DEL OFICIAL

Juan Carlos Izquierdo Domínguez para la edición de El Itinerario del 2013. Penitente hermandad de Jesús Yacente.

Año del Señor de 1635. En la ciudad de Valladolid, en el interior de un viejo taller se obraba el prodigio. Los artesanos se afanaban en sus respectivos trabajos. Dando forma a la madera, haciendo que de sus vetas naciera la belleza, la perfección, el dolor, la agonía o la angustia; sentimientos para la piedad popular que surgían de ese cúmulo de virutas que era el taller del orfebre de la madera. Los encargos se acumulaban sobre la mesa del maestro. No en vano, eran muchas las cofradías, iglesias y particulares que deseaban adquirir obras del afamado taller de Gregorio Fernández, de ahí el esfuerzo del maestro por formar la más prestigiosa escuela de imagineros de Castilla. Siguiendo sus doctas enseñanzas y, siempre bajo su atenta mirada, los oficiales se encargaban del delicado trabajo de hundir con maestría sus herramientas sobre la madera yerma, mientras los aprendices lijaban piezas ya terminadas. El golpeteo acompasado de los mazos sobre las gubias inundaba las diferentes estancias, impregnadas de una penetrante mezcla de aromas a colas y aceites, que eran visitadas diariamente por clérigos y mecenas en busca de imágenes para sus iglesias, capillas y oratorios.

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Una mañana de enero, en medio de todo ese ajetreo, un coche de caballos se detuvo ante la puerta del viejo taller, situado en al acera de Sancti Spiritus. Del elegante carruaje, ayudada por su doncella, descendió una dama de avanzada edad, ricamente ataviada. -¿Es aquí, Elisa? – preguntó la mujer a su sirvienta-. – -Si señora, este parece ser el taller –le respondió la joven-. Con cierta dificultad, amparada en su acompañante, la dama accedió al zaguán, donde de inmediato fue recibida por un joven aprendiz. -Soy Isabel de Villagutierre, -le dijo- vengo desde Zamora buscando este taller, del que me han hablado maravillosamente, ya que deseo encargar una imagen. - Vengan por aquí –les dijo el joven, señalando hacia el interior-. Conforme iban avanzando por las diferentes estancias que formaban el taller, la mujer, acompañada por su inseparable Elisa, observaba con atención el laborioso trabajo de los escultores, ensambladores y policromadores, hasta que, sin apenas darse cuenta se encontraba frente al maestro. Un Gregorio Fernández de mediana edad y alborotado pelo canoso que les ofreció asiento en el interior de un pequeño despacho, atestado de papeles y bocetos. Sobre unos anaqueles, veían pasar las horas diversos modelos a escala de vírgenes inmaculadas y crucificados mientras, colgados de una pared lateral, diferentes instru-

mentos de medida, compases, escuadras y pantógrafos, decoraban de forma peculiar la añeja estancia. -Vuestra merced dirá en que puedo ayudarle –preguntó el maestro mientras se mesaba su liviano bigote-. -Me han hablado maravillas de este taller –respondió doña Isabel–. Mi difunto esposo, Nicolás Enríquez, miembro del Consejo del Rey… –He oído hablar de él, como Regente que fue de la Real Chancillería de esta ciudad –interrumpió Fernández-, disculpe vuestra merced, la escucho. -Pues bien, como le decía –continuo doña Isabel- mi esposo expresó hace dos años, en sus últimas voluntades, su deseo de que una imagen de Cristo Yacente presidiese el altar de la capilla familiar, en el monasterio de Santo Domingo de nuestra ciudad de Zamora. Las referencias a su taller no han podido ser mejores, de hecho he podido ver la imagen de la Inmaculada que usted ha labrado para el convento de las madres Concepcionistas de nuestra ciudad y me ha sobrecogido por su belleza, motivo por el cual, a pesar de que mis fuerzas están menguadas, he querido venir a su taller. -Puede tener, vuestra merced, la completa seguridad de que haremos realidad su deseo –añadió el maestro-. Ahora mismo, mi taller cuenta con los mejores oficiales de Castilla, llevando mi impronta en todos los trabajos que aquí se hacen. Tratándose de un compromiso de tal importancia, me encargaré de que lo realice el mejor de mis ayudantes, al que dirigiré personalmente. Acompáñeme –dijo levantándose de su silla- y se lo presentaré. Salieron del despacho y en una sala contigua al mismo, se encontraba un joven escultor, llamado Francisco Fermín, formado desde la infancia al abrigo de Gregorio Fernández, bajo cuya tutela quedó desde que su madre, deseosa de que aprendiese el noble oficio de la madera, falleciese víctima de unas terribles fiebres reumáticas. La dama pudo ver con detenimiento el delicado trabajo que el escultor estaba realizando en ese momento. Sus manos tallaban los encaracolados cabellos que se deslizaban por la espalda de una imagen de la Virgen María. –Este es mi mejor oficial– sentenció Fernández, en él suelo confiar los encargos mas importante. Sus manos son las mías, por ello él se encargará de tallar su Cristo Yacente. 77

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El oficial interrumpió su labor para atender a la noble visitante y no pudo evitar cruzar su mirada con la de la bella sirvienta que la acompañaba. Quedó prendado de su juvenil belleza, especialmente marcada por unos penetrantes ojos azules y una larga cabellera negra. La dama, visiblemente emocionada, entregó al oficial un trozo de papel doblado en el que se detallaban las dimensiones del altar y le dijo: -joven, en vuestras manos deposito el ferviente deseo de mi difunto esposo, no dudo de vuestro buen hacer y en vos confío su voluntad. Solo deseo que mi encargo no se demore; mi vida se desvanece y no quisiera dejar este mundo sin ver realizado el deseo de mi esposo… Tras ello hicieron efectivo su compromiso rubricando un contrato en el que establecían el encargo de la imagen, su hechura y su entrega. Pasaron diez largos meses y en la casa familiar de los nobles mas influyentes de la Zamora del siglo de oro; no en vano los Enríquez-Villagutierre eran descendientes directos de los Condes de Alba de Liste y los Marqueses de Alcañices, , se recibió una misiva procedente de la capital de Castilla. El taller de Gregorio Fernández comunicaba la finalización de la escultura y su traslado a Zamora en fechas próximas. A los pocos días, en las puertas del monasterio de la Orden de Predicadores, se detenía un carruaje cerrado, tirado por dos grandes alazanes. Procedía de Valladolid y en él se transportaba la deseada imagen. En el interior de la iglesia aguardaba doña Isabel, acompañada de su fiel Elisa. Se abrió el pesado portón del templo y, en la más absoluta intimidad por expreso deseo de la viuda, dos operarios, acompañados por su artífice Francisco Fermín, penetraron transportando la imagen tapada por una gruesa tela de arpillera. Cuidadosamente la introdujeron en la suntuosa capilla-mausoleo de los Enríquez y la depositaron sobre el altar, retirándole la vasta tela que la protegía. Doña Isabel, sumamente conmovida al contemplar tan bella imagen hincó con tremenda dificultad sus rodillas en el suelo, ante la sorpresa de su doncella, al tiempo que el padre Prior dirigía una oración. Tímidamente, Francisco y Elisa intercambiaban sus miradas cómplices, pícaras y a la vez vergonzosas, ausentes de todo aquello, inmersos en su propia realidad. Una vez colocada la imagen en el interior de su hornacina, doña Isabel, el Prior y el escultor, Francisco Fermín firmael itinerario 2022

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ron sobre el altar la entrega del Cristo Yacente, al tiempo que la dama expresaba su mayor anhelo: -Padre, mi deseo, desde este día, es que esta imagen permanezca bajo el amparo inquebrantable de esta Orden, a la que nuestra familia se ha acogido siempre en el tránsito al mundo futuro. Se la entrego para su custodia al tiempo que le imploro su protección ante cualquier adversidad. Sin duda, algo en su interior le hacía presagiar un futuro aciago para la orden y la imagen y, ciertamente, no se equivocaba. En diciembre de ese mismo año, se apagó para siempre la vida de doña Isabel, dejando en sus últimas voluntades el deseo expreso de que se dijese una misa cada jueves de cuaresma en el altar del Cristo Yacente, a la que el padre Prior añadió el ejercicio de un piadoso besapies, en recuerdo de la noble dama fallecida. No eran equivocados los presagios de doña Isabel, pues en 1809 fue clausurado el cenobio con motivo de la invasión francesa, ante el temor, por parte de las huestes Galas, de un posible amotinamiento de los zamoranos en su interior dada su proximidad al Castillo y la Catedral donde tenían su fuerte las tropas sitiadoras. A pesar de todo, los frailes pudieron salvaguardar la integridad de la valiosa imagen trasladándola al convento hermano de madres dominicas de Nuestra Señora de la Victoria, sito en la calle de Santa Clara, junto a la iglesia de Santiago del Burgo. De esta forma, pese a que el paso del tiempo dejó caer en el olvido el deseo de doña Isabel, el destino quiso que la custodia de la imagen quedase nuevamente en manos de la Orden dominicana. En 1837, se fusionó esta Orden con sus hermanas dominicas del convento de San Pablo, pasando la imagen a la iglesia de Santiago del Burgo. De esta forma dejó de estar el Cristo al cuidado de la Orden de Predicadores. Pero, una vez más, la providencia quiso acordarse de la piadosa dama en forma de carta. La que en 1853 le dirigió al Obispo Rafael Manso, el último padre predicador que quedaba en la ciudad

de los desalojados por los franceses. En la misiva relataba al prelado los avatares por los que había pasado la imagen y le rogaba que la trasladase a la iglesia de la Concepción, casualmente regida por un padre dominico, el cual se encontraba al frente de la archicofradía del Rosario, la más numerosa de la ciudad. Monseñor Manso accedió gustoso a la petición del anciano fraile que, desconocedor de los deseos perdidos en el tiempo de aquella noble señora, hizo que se cumpliese, por tercera vez, la voluntad de doña Isabel de Villagutierre.

Cuentan que la mujer, en su testamento, legó gran parte de su patrimonio a su fiel doncella Elisa, la cual se trasladó a Valladolid, donde estableció su residencia para, a los pocos años, contraer matrimonio con Francisco Fermín, poniendo broche de oro a la secreta relación que mantuvieron con motivo de las visitas del escultor a la ciudad de Zamora durante la ejecución del Cristo Yacente. 79

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Había despuntado la mañana y olía a cera derretida en la plaza de Viriato; cera de los cirios que habían iluminado el pentagrama donde estaban escritas las notas del miserere. El muchacho enfundado en una túnica imaginaria de laval, recorría el largo pasillo de la casa de la abuela. Interpretaba las marchas de la madrugada; una tras otra; ora imaginando el Cinco de Copas, la Caída o Redención; ora imaginando la Verónica las Tres Marías o la Agonía. Simulaba los redobles de tambor y la filigrana de una trompeta. Silencio ..., ... . se escucha el Merlú y el muchacho simula el levantamiento del cinco de copas plagiando al sayón, con escobón que imita la lanza y el dedo índice, el dedo acusador, extendido señalando el mirador que se abre a la plaza de Viriato. La abuela de cara redonda subiendo por el pasillo, otra vez hacia el mirador: despacio, lentamente y solo viendo sin poder oír nada, mira al nieto y le pregunta -¿Hijo no te gusta mas el Santo Entierro?- y el muchacho sin dejar de tararear Talberg y sin perder la postura del sayón conductor asiente con la cabeza con gesto de ilusión. Ya llega el muchacho al salón y dando la vuelta a los cuarenta metros cuadrados imagina que es la plaza mayor y echa el resto como si fuera cualquier cargador sudoroso y cansado.

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El joven fotógrafo despierta de su sueño acariciado por el sol de la mañana de Viernes Santo en uno de los balcones del ayuntamiento; el antiguo edificio de las Panaderas. Le ha despertado el estruendo de cornetas y tambores y los toques destemplados de tambor que anuncian el fondo en la estrechez de la calle Renova. Levanta los ojos y se encuentra con él; solo, de luto, cansado. El cofrade, el juez solitario al que inmortaliza en la instantánea para la posteridad.

CERCA del SUEÑO Jesús Salvador Cecilio para la edición de El Itinerario del año 2007. Cofradía de Jesús Nazareno Vulgo Congregación


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AQUELLA NOCHE MÁGICA para Verónica y Altea

Juan Manuel Bragado Molina para la edición de El Itinerario del año 2016. Cofradía de Jesús Nazareno Vulgo Congregación.

Son las 4 de la mañana, suena el despertador y hay que levantarse. -Vamos hijo, levanta que hay que ir a la procesiónComo un rayo, aquel niño inocente se levanta, en aquella noche mágica, que tiene un encanto tan especial que no se puede explicar. Ni la noche de Reyes es tan mágica como esta. La madre intenta que el niño desayune algo antes de ir con su padre hacia la procesión, para acompañar al Nazareno en la subida hasta las tres cruces, pero el niño que ya desde que se echo a dormir tenía un nudo en el estómago, le resulta muy complicado poder acabarse un pequeño vaso de leche junto a unas galletas que le ha puesto la madre. -Bueno, ya comerás luego en el descanso de las tres crucesSin más dilación, el niño sale disparado hacia la habitación, donde le espera su túnica, junto a la de su padre, y el resto de aperos para poder partir hacia la procesión. Con todo el cariño, la madre viste al niño y ayuda también al el itinerario 2022

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padre a colocarse el pañuelo que anuda en su garganta. Antes de salir de casa los últimos tópicos: “ten cuidado con la medalla, no la pierdas al quitarte el caperuz “ o “no des todas las almendras antes del descanso que sino no tendrás para dar a la vuelta”. Así pues padre e hijo, con la cruz al hombro salen de casa para acompañar al Nazareno. -Papá corre que son casi las 5 y quiero escuchar al Merlú”Poco a poco, atravesando la Calle de San Andrés, el padre y el niño se acercan a la plaza mayor. Al llegar, un tumulto de cruces se interpone ante ellos y se oye el Merlú. Miles de cruces se alzan al cielo para proclamar que empieza la procesión. Poco a poco los cofrades se van incorporando a la fila, y sobre el entramado de cruces se ven avanzar los pasos a los sones de Thalberg. Llega el momento de incorporarse a la procesión. -Ahora papá que ya llega la VerónicaEl padre y el niño, se cubren con el caperuz y se incorporan a la procesión. La emoción es tan grande que hace que la ilusión flote sobre el ambiente en una noche que se recuerda durante todo el año. No importa el cansancio, ni las horas en la calle, ni el frío…. Solo pervive la emoción por acompañar a los pasos a los sones de Thalberg, Mater Mea, Getsemaní o la Cruz. -Estás cansado hijo- No, papá La procesión sube San Torcuato (ahora por Santa Clara), atraviesa la plaza de Alemania y se interna en las Tres Cruces dando la vuelta al crucero. Un descanso para reponer fuerzas. -Hijo, ahora si, tienes que comerte las sopas-Claro mamá, ya sabes que me encantan De vuelta a la procesión, reverencia, bajada por la calle de la Amargura, el siempre emblemático paso por la Marina, Santa Clara y plaza Mayor, para acabar la andadura en el Museo de Semana Santa o alguna vez con la Virgen de la Soledad. Aún hoy lo recuerda: -Sabes papá, todo pasó aquella noche, aquella noche mágica, en que a las 5 de la mañana suena el Merlú y sale una procesión, donde miles de cofrades vestidos de negro portan una cruz y reparten garrapiñadas, donde en el descanso a las ocho se toman las sopas de ajo y aceitadas, donde cada año hay una cofrade que no esconde su mirada, donde cada primavera sobre la Marina queda reflejada, la cara del Nazareno que baja por Santa Clara, para acabar en la Iglesia con una Virgen marcada, con dos lágrimas en el rostro, y su dulzura dorada, sobre un manto de negro terciopelo con estrellas engarzadas-


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DE PROFUNDIS

Javier Hernández Vidal para la edición de El Itinerario 2009. Real cofradía del Santo Entierro.

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Esa luz. Ese inmenso y particular ambiente que tan solo una tarde solemne como la del Viernes Santo en Zamora consigue alumbrar. Alboreada la primavera el Entierro de Cristo siempre revistió en esta tierra un halo especial; una aureola mágica que consigue fundir la asombrosa emoción legendaria de la niñez al discurrir de los pasos con la hondura espiritual de un pueblo que reza silente desde lo más recóndito de su ser. Es ese hechizo perenne, ese renovado haz de recuerdos, que cada año se concitan invariablemente como un renuevo esplendido de la naturaleza: el retumbar agudo del barandales casi solitario anunciando el cortejo fúnebre mediado Viriato, el eco hosco y mimético al paso de los congregantes, esa estampa lejana pero única de la silueta de la Virgen de los Clavos guarnecida con el fondo del cimborrio, allá en la rúa que desemboca en el mar del Duero………. Decidme en que tierra se reza con más transcendencia y más fe que en esta Jerusalén del viejo Reino, donde hasta el crujir de las mesas a hombros es menudo para no perturbar la inmensa emoción del drama evangélico, donde solo Chopin sabe mecer la sagrada Urna como si la acunase, donde sólo Thalberg es capaz de hacer renacer el brío lancero del caballo de Longinos. Recordadme en que otra primavera, la luz y la piedra, la mirada y el atardecer añil, se reúnen en un haz de rezos tan íntimos como capaces de hacer florecer de terciopelo negro las exequias de Dios. Sentado ante la orilla del Duero , tal vez vencida la tarde el agosto de un año cualquiera o en una mañana de nuestro otoño atlántico, el viajero se pregunta por el eterno retorno, por esa Pasión abrileña que marca nuestros días. Quizás la respuesta se halle en esa muesca indeleble que marca el escondido espacio de la luz al paso del Entierro más sentido que pueblo alguno vio nacer en su seno.


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MUCHOS AÑOS DESPUÉS

Jesús Salvador Cecilio para la edición de El Itinerario 2013. Real cofradía del Santo Entierro.

Después de haber pasado casi 600 años. En una tarde soleada de esas del mes de febrero, presagio de la primavera mesetaria, se pusieron en contacto el sedero Francisco de Castro, hermano de la cofradía del Santo Entierro y encargado de las andas de San Juan y Nuestra Señora y Francisco Parada, Carpintero que era de la ciudad, que en alguna ocasión trabajó para la cofradía y más en concreto en el año 1668, que arregló la peana de San Juan. Uno de ellos, el señor de Castro, llegó a Zamora en el AVE. El otro, Francisco Parada, aterrizó en avión en el aeropuerto, Máximo Salvador, de la vecina ciudad de Coreses. Zamora cuenta con las mejores infraestructuras fruto de las insistentes peticiones de los distintos gobernantes que la ciudad y provincia han tenido. Esto ha posibilitado que la vieja localidad amurallada sea próspera y con mucha proyección de futuro. el itinerario 2022

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Nuestros dos vecinos en comunicación telepática, habían acordado pasar la semana en Zamora. Ambos convinieron en llegar el miércoles antes de la Semana Santa. El jueves del traslado del Nazareno quedaron en un establecimiento de hostelería cerca del Puente de Piedra, tan bien conservado y mimado actualmente, sitio perfecto para ver llegar el Nazareno desde San Frontis. Francisco Parada fue el primero en llegar no sin antes pasar por la Plazuela del Corralón de la antigua judería donde el había regentado la carpintería. El local de hostelería estaba situado bajo la carretera de la avenida de Vigo casi debajo de lo que fue sede de la Real cofradía del Entierro de Cristo. En la cafetería, “Hoyo de San Simón” debido a las fechas, se podía disfrutar en pantallas de grafeno y hologramas, de infinidad de aplicaciones multimedia relacionadas con la semana santa, con el románico


y con las ciudades medievales, pues no en vano Zamora había sabido sacarle partido a todo eso. Llego Paco, puntual. Se saludaron efusivamente y pidieron su consumición. Vino de Toro. Se sentaron y disfrutaban de unas magnificas vistas del Duero. Justo enfrente veían el centro de interpretación de la Semana Santa que una de las alcaldesas de la ciudad había conseguido para esta importante capital. No podía ser por menos y la conversación fue derivando hacia la Real Cofradía y ambos hablaron, ya ves tu, entre otros, del grupo de San Juan y Nuestra Señora y recordaba Castro como estaba de estropeada la capa de San Juan en torno al 1614 o 15 y como la cofradía compró y confeccionó la rica prenda. En esos años la imagen lucía de otra manera cuando él la sacaba por la puerta de San Esteban. Relataba Parada cuando le encomendaron, en el año 54 o 55 de la misma centuria, el trabajo de reparación de las andas del grupo y posteriormente la peana de la imagen de San Juan para poder colocarlo dignamente en la iglesia. Lo mas significativo fue el recuerdo, como anecdótico, de la supresión del grupo. Lo que unos justificaban por el deterioro de la imagen de San Juan, otros por lo repetitivo del Santo

en los demás grupos y otros para poder engrandecer la Figura de “la Soledad”. El caso es que el grupo desaparece hasta la confección de uno nuevo a finales del siglo XX. En un rato de sosiego, observando el discurrir del Duero, casi al unísono, los dos hermanos recordaron la crecida de las navidades del año 1860. Bromean con la circunstancia de que si se produjera en ese instante en el que están, no saldrían con vida de la cafetería. Comentan como casi desapareció todo el patrimonio y como algunas personas encontraron días después enseres de la cofradía. Lo baúles que contenían ropas y alhajas hechos añicos y de los que poco se recuperó. Como Rosendo Matilla encontró la corona de plata de la Magdalena entre el lodo de la calle del Puente así como más alhajas de la Virgen entre los escombros de la casa del administrador. Cañizo encontró el manto de la virgen recién bordado bajo los soportales derrumbados de la misma calle. Devotos y gentes de la calle en sucesivos días encontraron ropas del Yacente. Otras cosas se perdieron incluidos los estatutos. Una tragedia. Convinieron ambos en acudir a ver la procesión el Viernes Santo a la sede de la cofradía a través de pantallas y donde toda la organización se hacia de forma telemática. 87

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MADRE Beatriz Blanco Santos, periodista. Para la edición de El Itinerario del año 2013. Real Cofradia Nuestra Madre de las Angustias.

Cada Viernes Santo la noche se acerca mostrándonos de par en par el cielo oscuro de tu boca abierta. Cada Viernes Santo, el sueño abrazado a la pupila melancólica donde nos espera Morfeo, cuando las pestañas han cubierto de cárceles prodigiosas, el color recién pintado sobre la blanca cúpula de nuestros ojos. Una vez más, la proeza del sueño detiene los pasos del tiempo, y una vez más, el tiempo dispuesto a dejarse amar entre quimeras. Mientras, a nuestra boca callada le nace un bostezo en la noche más hermosa de la Pasión zamorana. La muerte está acunada en tus rodillas y es la muerte de Cristo redentora. Muerte de luz que vida da a la vida y en vez de ocaso es manantial de aurora. Pero tu angustia, Madre, inevitable por ser humana muerte, es dolor sin límite, escalofrío exánime, pálpito de los gemidos de tus venas silenciosas, ocultas, donde el asombro se cuelga de tus párpados consumidos por lágrimas heridas. Sientes que es tu regazo un templo de ceniza y al filo del delirio esperas rojas ascuas con promesas de fuego, llama eterna, mirífico fulgor, el mismo que antes fue un nido de paloma trenzado con espinas y cuna envuelta en nardos blancos. Mientras tenemos el tiempo justo de mirarnos bajo el mismo el itinerario 2022

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cielo estrellado, Madre, no puedo concebir que seamos los que te rezamos, los que equivocadamente andemos como náufragos en la tempestad de los tiempos que nos ha tocado vivir. Hay demasiadas plegarias en los ojos de los ancianos, para sentirlas equivocadas y demasiada ira, en aquellos que te niegan. He visto a Zamora rendida a tus pies, a los más ancianos con los ojos cuajados de lágrimas, musitando plegarias cada vez que tu trono de plata ha pasado junto a ellos. He podido escuchar sus sollozos y sus rezos, sus manos cansadas realizando el más hermoso de los actos al santiguarse en tu presencia. He visto a los niños señalar con el dedo tu lágrima, y preguntar una y mil veces, cómo se puede vivir con el corazón traspasado por siete dagas. Y he advertido que Zamora tiene y debe seguir creciendo y haciendo mayores sus creencias, su devoción y esta tradición que no es sino el espíritu de sus gentes. He sentido palpitar las calles a tu paso, estremecerse a cada piedra que son la piel de esta tierra. He visto a Zamora entregada a ti. He visto a una Plaza Mayor que se ha hecho pequeña hasta no coger ni el suspiro mientras te canta la Salve, Madre. He escuchado cientos de vivas, y estremecerse en aplausos quien con su garganta seca, solo ha tragado el dulce beso de la emoción ante tus ojos. Los he sentido cada Viernes Santo, suplicarte un hilo de vida, para quien de vida en nuestras camas se retuercen de dolor. He visto a la enfermedad agonizar, ante el soplo de la esperanza que solo tú eres capaz de transmitir, la he visto en la soledad de un banco de San Vicente multiplicarse por mil las emociones, condenadas a vivir sobre un pañuelo de por vida en forma de lágrima. Señora, he visto a toda una ciudad, de rodillas, sin que apenas hubiese hecho falta inclinar las piernas sobre el asfalto, pues los corazones carecen de altura para ponerlos siempre a tus pies. Sin ti esta Pasión no se entiende Madre, tú que eres el reflejo de Marías, Cármenes y Lolas que ha parido esta tierra y dan sentido y alma a la Semana Santa zamorana. Siempre podremos advertir una nueva emoción incontrolada, como aquella que queda en la mejilla, justo en el mismo momento en el que una nueva lágrima furtiva ha nacido desde el surtidor de sus ojos. Pues tengo la absoluta seguridad, Madre, de que tu angustia, cada noche de Viernes Santo, estrena lágrimas nuevas. Porque jamás un rostro fue capaz de trasladar en la misma impronta, el mismo dolor encarnecido y a la vez, una paz asombrosa que nos sosiega y nos devuelve a la calma de las pasiones. Eres Dolores del Duero. Eres consolación en Marzo por un día sobre tu trono de escarcha. Decir tu nombre es dejar un único instante para decirlo todo sin volver a abrir la boca. Al decir Nuestra, Madre, al instante ya no le queda nada.


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Stabat Mater «Un descanso, el del séptimo día, queda para el pueblo de Dios» (Heb 4,9) Sellado el sepulcro y dispersados los discípulos, sólo “María Magdalena y la otra María estaban allí, sentadas frente al sepulcro” (Mt 27,61). El discípulo amado acompaña a la Virgen en su soledad, mientras que los judíos celebraban el Sabbat, día que recuerda el descanso de Dios en la semana de la creación. En la nueva alianza que se ha dado en el Calvario, el sábado será el día de la Madre que, unida con toda la Iglesia, “permanece junto al sepulcro del Señor, meditando su Pasión y Muerte, su descenso a los infiernos y esperando en la oración y en el ayuno su Resurrección” (DD nº 73). Mientras el Hijo redime las entrañas de la humanidad, María vive esos momentos en un silencio contemplativo, reflexionando sobre las experiencias que “guardaba en su corazón” (Lc 2,61).

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El sentido litúrgico, espiritual y pastoral del Sábado Santo es quizá, uno de los más importantes para la fe cristiana. Juan Pablo II, recordaba en la Carta Apostólica Dies Domini que “los fieles han de ser instruidos sobre la naturaleza peculiar del Sábado Santo”. Y es que, este día no es un día más de la Semana Santa. Su singularidad consiste en que el silencio envuelve a la Iglesia. De ahí, que no se celebre la eucaristía, ni se administre otros sacramentos que no sean el viático, la penitencia y la unción de enfermos. Únicamente el rezo de la Liturgia de las Horas llena toda la jornada. Cuando una Semana Santa vivida intensamente apura su último aliento, también la capital del padre Duero, que acusa el cansancio del fervor de sus días grandes, vuelve al silencio y la calma. Se permite un silencio íntimo, el de un pueblo, ya libre de foráneos, que aguarda al final de la tarde para tejer la alfombra que guiará el paso de la Señora de Zamora por las calles de la ciudad. Sábado Santo son todas las horas de vacío, son todos los silencios de un Dios que parece estar ausente. Sábado Santo es la tarde del duelo reservado a la Madre. La Madre que ha acompañado a Jesús hacia la cruz. La Madre que ha abrazado a un Jesús crucificado, muerto. La tarde en la que ahora ya no hay nada, hasta la cruz está vacía... y María sola. Cuando aún queda lejos una esperanza de resurrección, y cuando sólo nos queda una viuda sin Hijo: María, los zamoranos volvemos nuestra mirada hacia ella. He aquí la niña, la mujer y Madre que hoy, vestida de luto pobre con la mirada baja y las manos entrelazadas en el regazo llora en silencio su pena. Y Beatriz Blanco Santos, periodista.

parece que en esta tierra hasta el cielo se contagia de desconsuelo y entristece, pues el Sábado Santo acostumbra en Zamora a vestirse de color grisáceo e incluso la lluvia hace presencia como llanto tenue que cae del cielo. Sábado Santo es el Stabat Mater, donde el dolor sereno que ya pesa sobre los parpados ni siquiera permite un gesto de desgarro, donde solo unas tímidas lágrimas se atreven a advertir el sufrimiento por la mejilla de María. De aquí que el Sábado Santo invite a la soledad, donde este pueblo humilde y sentido entrega el abrazo sincero a María para mantener viva la llama de la fe. “A ti suspiramos, gimiendo y llorando, en este valle de lágrimas. Ea, pues, Señora, abogada nuestra, vuelve a nosotros, esos tus ojos misericordiosos” Y ya, entrada la oscuridad de la noche del Sábado Santo solo alumbrada por una hilera de tulipas, la Madre Soledad, la Señora de Zamora, cruza en silencio el arco de San Juan de Puerta Nueva, su templo, donde a la piedra encomienda María su descanso en cada Vigilia Pascual. Mientras, los zamoranos, como centinelas en la noche, alentamos y velamos su pena a la espera de la luz de la Pascua del Señor. «Mujer, ahí, tienes a tu hijo» «Ahí tienes a tu madre» “Y desde aquella hora, el discipulo la recibió en su casa” (Jn 19,25-27)

Para la edición de El Itinerario del año 2015.Cofradia de J. N. damas de la V. de La Soledad

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LUCE EL SOL

Manuel Allué para la edición de El Itinerario del año 2007. Cofradía de la Santísima Resurrección

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Estalla la primavera, como dicen los cronistas, la Virgen se reviste de azul al ver al Resucitado. El Viernes había llovido a mares. Sin parar. Era mi primera procesión, con una túnica infantil de algodón, no de laval, gris clarito, de niño piadoso, y llevaba una cruz pequeña, repintada primorosamente en el altillo de la tienda. Pero llovía lo indecible y a las cinco casi y cuarto sonó el Merlú, y luego Thalberg, y bailaron mucho rato al Cinco de Copas, que nadie se quería ir, ni yo, con la panza rellena con dos bolsas de garrapiñadas. Lloré todo el día, no comí nada, me dejé la ensaladilla y casi todo el bacalao en el plato, y tampoco salió Nuestra Madre y aquello no era Semana Santa y pequé de ira, de ira infantil, y pensé que me habían traicionado. Los Cielos y la Tierra. Pero el Domingo salió el sol, un sol nuevo, recién estrenado, un sol como si no hubiera habido otro en el mundo, en Zamora. Don Ramiro me cogió de la mano, me pusieron el trajecito azul marino y los zapatos de charol, yo me quise cargar de medallas, todas, todas las que hubiera, de Nuestra Madre, del Silencio, de la Congregación, y a la vara, que siempre juré que era de plata, le ataron dos claveles del Cristo de las Injurias y unos alhelíes recién cortados, en el huerto de la imprenta, a dos pasos del Duero, Y vi a la Virgen revestirse de azul, y aguanté el estrépito de los cohetes y de las carabinas, y la mano de tío Ramiro me pareció más grande, más acogedora, más segura. ¡Por fin!. Por fin había ido a una procesión, la primera de las mías, la última de mi tío. Pero ese sol sigue ahí en esta gloriosa mañana que le ha dado nombre a la primavera: Resurrección.


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seguimos

· opiniones · · relatos · · vivencias ·

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20 AÑOS NO SON NADA... O MUCHO... Roberto Felix Fuentes

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Corría el año 2002, cuando un reconocido fotógrafo zamorano decidió editar una publicación novedosa a partir del tradicional modelo coleccionable que eran los itinerarios de Semana Santa. Se trataba de adornar la clásica guía informativa de los recorridos procesionales con sus fotografías, originales y de calidad, y a su vez incorporar las vivencias que cada procesión provocaba en cofrades de fila y acera de diversa índole y condición. Y sin darnos cuenta han pasado 20 años desde aquel primer itinerario. La Semana Santa y los que vivimos la Semana Santa de Zamora hemos cambiado mucho, pero lo que no ha cambiado es el espíritu de la publicación y sus señas de independencia y libertad para que cada colaborador dé su punto de vista sin censura alguna. Quien junta las letras de este texto da fe de ello, pues mis colaboraciones en ocasiones no han sentado bien en diversos estamentos semanasanteros. Pido disculpas si alguien se ha sentido ofendido por mis publicaciones a lo largo de estos años, recalcando que lo que aquí escribo son opiniones personales, cuestión de gustos y pareceres que no tienen por qué ser la verdad absoluta, pues la verdad absoluta no existe.

Mis ironías no van contra nadie, simplemente son llamadas de atención sobre lo que, a mi juicio, se está haciendo mal, al igual que no dudo en remarcar lo que a mi juicio se hace bien, coincidiendo muchas veces en la misma persona, colectivo o directiva, el ironizado y el ensalzado; pues ni todos aciertan siempre ni todos hacen todo mal siempre. Y por supuesto no son descalificaciones personales, pues todos, lo hagan bien o mal, merecen el máximo respeto y admiración por el mero hecho de hacerse cargo de la gestión de algo tan trabajoso como el día a día de una cofradía, como bien pude comprobar en primera persona hace unos años. Mas seguiré opinando libremente, en esta ventana o en aquellas que se me quieran abrir, con la conciencia tranquila aunque alguno me quiera echar de la Semana Santa. Quien eso quiere que esté tranquilo, no hace falta que me eche que ya estoy yo en proceso de retirada. En estos 20 años he hecho de todo en la Semana Santa menos ser Barandales: cantar, tocar, cargar, ser celador, ser directivo, ser mayordomo, ir en la fila, estar en la acera… y ya es tiempo de volver al principio. La Semana Santa ha cambiado, las personas que la dirigen también, la sociedad…mucho. Pero seguimos teniendo el mismo complejo de superioridad que se nos inculcó a mediados del siglo XX, cuando, cosas de la época y del espíritu de entonces, la Semana Santa en España se quiso encasillar en dos esteriotipos, representados por Sevilla y Zamora. Algún día nos contarán la historia real de por qué fue Zamora la “elegida”. Ahora todo aquello ha cambiado y somos una Semana Santa más de las muchas y buenas que hay por España, estamos en el grupo de las más reconocidas pero


no debemos de sacar pecho. Creo que debemos mirar más hacia dentro que hacia fuera. Los problemas que lacran a Zamora se reflejan en la Semana Santa, los cupos cerrados van cayendo por despoblación, ausencia de religiosidad y otras diversas causas. La entrada de la mujer ha ayudado a mitigar este problema pero no a erradicarlo. La fiebre por cargar hace que al hermano de fila se le machaque en cada procesión con fondos interminables para permitir el necesario descanso de los cargadores. Seguimos siendo fanes de las varas, los carguitos y el “mi sitio es ese todos los años”. Está claro que no aprendemos y seguimos creyéndonos un ombligo que no aparece más que unos segundos en los informativos el Jueves o el Viernes Santo y, de cuando en vez, con alguna retransmisión televisiva de un canal que casi nadie ve ya. Seamos realistas y asumamos que la Semana Santa debe volver a ser para nosotros, pues el que nos visita y le gusta volverá sin dudarlo. Pero haremos más si nos quitamos los esteriotipos y hacemos la Semana Santa más íntima, más nuestra, con menos florituras y menos “dignificar el acto”. Volviendo a los orígenes, a aquello que un día, además de las bonanzas que contaban dos influyentes de la época, nos hizo diferentes y nos puso en el mapa. En una sociedad donde la autoridad ya apenas se valora, se cuestiona todo, la religión es apartada y, en Zamora sobre todo, ve en la Semana Santa su ventana para reivindicarse, pues no olvidemos que, al fin y al cabo, la Semana Santa es una celebración religiosa y, como celebración religiosa que es, corre el riesgo de convertirse en marginal, como vemos ahora que sucede con la religión en general. Hay que ahondar en las raíces, y esas raíces están en peligro. Cuidemos nuestras costumbres, sabiendo transmitirlas sin inventos o importaciones de otros lugares. Cuidemos y fomentemos lo nuestro y no pensemos en absurdas competiciones por quién

atrae un turista más, pues los turistas vendrán solos. Y no perdamos tiempo, como los dos años que se han perdido para el nuevo Museo entre trámites administrativos, pues el tiempo no vuelve y cuando nos queramos dar cuenta…habrán pasado otros 20 años. Han pasado 20 años, desde entonces sólo quedan dos presidentes ejerciendo, pero no hemos cambiado nada. Los pasos y los colectivos siguen poniendo y quitando presidentes, las elecciones tienen el mismo patrón: o se presenta el mismo presidente a la reelección y no hay más candidatos o, cuando un presidente se retira, a las elecciones se presenta un delfín y un ex directivo que ha salido discutiendo de la directiva. Antes eran las “Pés” y las familias, ahora los colectivos, pero los resultados los mismos. La Junta Pro Semana Santa sigue siendo una “guerra fría” y a veces no tan fría entre “grandes” y “pequeñas”, cuando esos que dicen representarnos no se dan cuenta que muchas veces están representando al mismo cofrade, que es a la vez hermano de las dos cofradías en guerra y como si el número de pasos, de cofrades o de horas con la procesión en la calle o el día de la semana en que salen determine la grandeza de una procesión o cofradía en comparación con otra. En eso, por desgracia, no cambiamos, pasen 20 años o 40. Ojalá estos desgraciados años de pandemia nos hayan hecho reflexionar y volvamos más fuertes, pero sobre todo más sensatos. Espero que nos hayamos dado cuenta de que hay problemas más serios que un carguito, que cuánta gente viene a la procesión o que dónde me pongo para que me vean más. Hemos visto que no solo la lluvia nos deja sin procesiones. Un simple ser microscópico es capaz de preparar un destrozo que nos deja dos años sin procesiones. Y ojalá esta publicación resista, otros 20 años como mínimo, siendo como ha sido una ventana de sentimiento y libertad. 99

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ERA JUEVES SANTO… Juan Carlos Izquierdo Domínguez

Que lejano queda aquel crujir de la madera sobre nuestras conciencias. Era Jueves Santo, era Zamora y era, claro está, otro tiempo… La tarde de la Eucaristía, la reunión de los discípulos en torno al Rabí; la súplica desesperada al Padre Eterno; la traición y la condena. Ese relato que Zamora escribe en noble madera salpicada de terciopelo y oro. Recuerdo esa tarde con tanta nitidez que me parece que no ha pasado el tiempo y, sin embargo, cuantas cosas han cambiado. Era yo un chiquillo de apenas seis años y, por el bendito influjo paterno, nacía en mi interior un amor indescriptible por la Pasión. Era toda una experiencia que me aportaba ilusión y emoción a partes iguales. Vuelvo la vista atrás y me veo a mí mismo, agarrado con fuerza a la mano de mi padre, en el atrio del primer templo, entre la multitud, aprendiendo a entender el evangelio zamorano. Dispuestos en torno a la lonja catedralicia se hallaban los “judíos”. En cuestión de segundos pasaba de los escalofríos que me producían los rostros de los sayones de La Flagelación a la ternura que me transmitía el fiel perrillo de Judas en la Santa Cena y, atentamente, no me perdía ni una sola de las explicaciones que me daba mi padre. Nunca olvidaré esa lección magistral que me legó el cariño por esta el itinerario 2022

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hermosa tradición y me enseñó a ser cofrade como solo lo aprendemos los zamoranos. El sol de la tarde irradiaba con fuerza sobre los áureos sillares de la Catedral y le daba colorido a la tarde mas fraternal de todas. En los aledaños del primer templo, en los jardines del Castillo, junto al Laboratorio Municipal o a la vera del Carmen, no había un solo rincón donde no hubiese una familia o un grupo de amigos con los que compartir un tentempié fraterno. Un ágape con sabor a devota tradición pues, no en vano, era un bocado regado del mismo espíritu de amistad que Cristo puso con sus discípulos casi dos mil años antes. Y tras el descanso, la partida entre dos luces. El estruendo de la Banda de la Cruz Roja marcaba el regreso de la procesión al punto de partida y Barandales hacía lo propio batiendo, infatigable, sus esquilas. El eterno soniquete metálico que anuncia, proclama y propaga su mensaje: “abrid paso, gentes de toda condición, pues Cristo pisa las calles de nuestra ciudad”. Quien me iba a decir que, años más tarde, yo sería partícipe directo de la magia de esa tarde tan entrañable. En mi pueril imaginación no cabía la posibilidad de que mis pies fuesen en un futuro como aquellos que, anónimamente, asomaban bajo las faldillas de los pasos y, al unísono, los hacían cami-


nar por las Rúas. Aquella infantil mirada que se entusiasmaba con todo ese cúmulo de sensaciones no lo presagiaba, pero así fue… Pasaron los años y convertido en adulto, llegó un Jueves Santo en el que pude sentir el peso de la fe sobre mis hombros. El inmaculado pañuelo rodeando mi cuello y la faja ajustada en mi cintura daban fe de ello. Aquella tarde iba convertirme en uno de los creadores de la magia zamorana, esa misma que me embelesaba de pequeño viendo, desde la acera, como se mecían los pasos con esa cadencia única al son de la música procesional. Y a la hora señalada, allí estaba yo, guiado de mi fe y asido por los lazos de la amistad, junto a mis hermanos de banzo con los que compartiría una tarde única e irrepetible. Juntos teníamos la enorme responsabilidad de hacer caminar a Cristo por Zamora y en silencio, a la voz del encargado, alzábamos la mesa y comenzábamos la carrera a los sones de La Cruz. Todos a una, unidos por la misma pasión, hacíamos posible el milagro. El reo ultrajado, coronado de espinas y desposeído de toda dignidad se mostraba al pueblo con su semblante abatido, malherido y exhausto; rey destronado en la tierra pero monarca en los cielos. El Ecce Homo, el hombre castigado por nuestras conciencias, paseaba su dolor contenido por las calles zamoranas y nosotros allí abajo, desde nuestro anonimato, lo hacíamos posible. Debo confesar que en mis momentos bajos, esos que todos tenemos alguna vez, pienso en esos instantes de anónima penitencia bajo la mesa procesional, clavado a las almohadillas, asiendo los banzos con mis manos y elevando mi plegaria a lo más alto. Siento la carga sobre mis hombros y me reconforta pensar que así, tal cual, es la vida misma, como una penitente carrera de principio a fin. 101

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CONTARLO DESDE DENTRO David Álvarez Alonso

Mañana de Domingo de Ramos a la puerta de la casa de Antonio Pedrero, tras el desfile.

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De vez en cuando me gusta echar la vista atrás. No mucho, la verdad. Porque creo más en lo que está por venir que en mis recuerdos. Pero esos, soy yo. En abril de 2001 (sí, hace 21 años), Canal 4 Zamora arrancaba sus emisiones con muchísimos nervios y muy poca experiencia. Eso lo suplía la desmedida emoción que nos provocaba presentar aquel proyecto. Se nos tenía que ver para poder hacernos un hueco entre los zamoranos, porque la otra tele que había nos llevaba muchos años de ventaja. Pero se nos vio. Y mucho. Tuvimos la suerte de empezar en fechas semanasanteras lo que hizo que todo el que estaba en la calle se preguntara quiénes eran aquellos que, aun con sol, llevaban unos abrigos donde se veía un lacito de colores y unas letras que rezaban “Canal 4 Zamora”. Poco hizo falta, sinceramente, para que los zamoranos nos abrieran sus casas, para formar parte de sus vidas, para ser un canal donde refugiarse o estar acompañados. La tele tiene magia. La tele, como todos los medios de comunicación, sirve para muchas cosas. En aquel 2001 nosotros solo quisimos hacer una: hacerlo bien. Y así salió, para ser la primera vez, claro. Luego pasaron los años y fue llegando la experiencia.


Aquel Martes Santo, el Nazareno no salió de la Catedral. Llovía y se suspendió el desfile. Pero la banda tocó. Sonaron los tambores. Cogí mi teléfono móvil y marqué el número de Jorge que estaba en Salamanca. Cuando contestó le dije: “escucha”. Y no hizo falta mucho más. En la distancia, estuvo tan cerca de aquello que no se me ocurre mejor definición de periodismo que esa. Apenas hablamos antes de colgar. Estaba emocionado. Siempre ha vivido la Semana Santa de Zamora como el que más. Y aquel día sin poder estar, estuvo. Llevar lo que sucede al que no está porque no pueda o no quiera ir, es un muy grato oficio. El oficio del periodista. Hace 60 años, el NODO se paseó por Zamora para mostrar cómo se vivía aquí la Pasión. Es un documento histórico (que puedes ver escaneando el código QR que está al final de este artículo) que nos pone sobre la pista de lo que fue y de lo que es. De cómo hemos cambiado; de cómo la sociedad ha mutado; de cómo los colores nos dan vida. Y también de cómo esas imágenes siguen ahí. En un perpetuo estado de paz esperando salir cada año a la calle, si los bichos nos dejan. Somos simples mulos que llevan las alforjas llenas de historias que contar. Somos correveidiles con

cuentos, pero sin chismes. Somos tan necesarios como prescindibles. Los medios de comunicación, en Zamora, llevan en la sangre la Semana Santa. Procesiona por las venas la sensación de quebranto con cada plano que se graba, con cada foto que se toma, con cada artículo que se narra, con cada palabra que se locuta. Y hoy, las redes sociales, nos dan un punto de vista diferente. Cualquiera será mensajero del silencio de nuestras calles en Instagram, en Facebook y en Tik Tok. ¡Así es la vida, señores! Y hay que adaptarse para seguir coleando. Ya veis, todo cambia. También nosotros. Los años pasan, pero, siempre que me cuelo en San Juan cuando solo hay una o dos personas en la iglesia, me acerco a ella, miro sus manos y su cara y el mundo se paraliza. Se silencia. Se recoge. Te embelesa. Te cubre. Te acuna y te besa. Te llena de una soledad acompañada. La Semana Santa zamorana es así. Siempre la misma, siempre distinta. Y contarlo, ¡es otro cantar!

Zamora mística. NODO RTVE

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VEINTE AÑOS NO SON NADA Manuel Allué

De tanto escribir sobre Zamora y su Semana Santa no es que se me sequen las ideas sino que rebotan las unas contra las otras, como el badajo del Barandales, los clarines del Silencio contra las casas de la Rúa, el tambor sordo del Merlú en cualquier barrio, en San Lázaro, retronando, con ese retronar suave, en las Cortinas de San Miguel, en Balborraz, en la calle del Riego. Esas ideas que estallan como las salvas del Encuentro en la plaza Mayor, que se copian las unas a las otras. Durante casi veinte años no he hecho más que eso, por culpa de Jesús y de tantos otros y, a fuerza de recordar y de copiarme a mí mismo, poco queda que contar sin echar la lágrima, siempre a punto, sino enumerar los ruidos, los sones, los olores, los colores, las fisonomías, los apellidos, las marcas en las aceras, los restos de un pasado tantas veces glorioso que nos han traído hasta aquí. el itinerario 2022

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A los quince años, hace ya tantísimas décadas, publiqué mi primer artículo en El Correo de Zamora, una reflexión casi infantil llena de churros y de sopas de ajo. Y desde entonces. Luego, mucho más adelante, intenté olvidarme de Zamora durante mucho tiempo, porque me hacía daño, porque la última vez que vi vivo a mi padre fue en la calle Santa Clara, porque me había quedado sin túnica, que se la había llevado puesta él, sin la casa de la Renova, sin el viaje en un Talgo que olía a tabaco frío y a whiskie Dyc cada Miércoles Santo, me había quedado sin excusa, creía yo. Entones, ya en los 2000, descubrí trasteando en el ordenador la emérita y espléndida página de La Pasión de Zamora, y conocí a gente mucho más joven que yo, entusiasta, polémica, encantadora. Y me hicieron volver a la misma Ciudad y a la misma Semana Santa. Lo he contado cien veces: olía igual. Y me volví a encontrar durante cinco días al año con todos los protagonistas de un sueño infantil que llenaba las calles, las plazas, las iglesias y los bares. Encontré fe de la buena en todo eso. En los que estaban y en los que ya no: Juan Carlos Villacorta en una esquina de la plaza, que saludaba como quien recita un verso de Góngora, Dionisio Alba, que a mí me parecía altísimo y velazqueño, Paco Álvarez de Toledo, el Bibi, con la camisa abierta y la sonrisa eterna, Antonio Rodríguez, con su voz ronca, Venancio Hernández, Antonio Pedrero, alma, corazón y vida, y con sus hijos y hasta sus nietos, más altos, quizás, pero con el mismo brillo en los ojos, con el mismo entusiasmo, con la misma retranca, con la misma fe. Y fui reconstruyendo, personaje a personaje, una tertulia eterna, esa que alrededor de una mesa camilla o el velador de un bar cuenta y no acaba, inventa, fantasea, cuida, pule y engrandece cada detalle de una Semana, tan pocos días, que da sentido a nuestras vidas. Y no exagero. Además del pañuelo de seda blanca anudado bajo la túnica llevamos esa fe que a veces nos acongoja pero que siempre nos protege. Y no sólo el cuello: fe en el Cristo de las Injurias, en el Yacente, en Nuestra Madre y en la Soledad, pero también fe en la merienda de Jueves Santo, aunque al señor Obispo no le guste, en las almendras recalentadas y pegadas a los guantes de lana de la Mañana, en la copa de aguardiente antes de salir, en las aceitadas, en las sopas, en los churros, en el gin tonic, en las bolsas de pipas, en el dos y pingada y en el cordero pascual. Porque no hay tanto trecho, aunque no les guste más que a los etnólogos, entre la garganta y el corazón, entre los ojos nunca cansados de ver ni de llorar y el estómago saltarín. Por veinte años más. Ojalá.


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EN TI SE HIZO SEGÚN LA PALABRA DEL SEÑOR María, la mujer más perfecta, de Dios la escogida. Luz serena llena de gracia, el lugar en el que nadie soñó nunca el tiempo. Inspira tu majestad nuestro ser, renueva tu gloria el espíritu, pues en ti se hizo según la palabra del Señor. Cómo decirte que son otros los pulsos cuando te pienso, que son otros los ojos cuando te miro, que son otros los suspiros cuando te sueño. Madre de Amargura la noche del Lunes Santo. Revelación divina, dulce árbol donde la vida empieza. En tus contornos se dibuja el esbozo de nuestro refugio, en tu manto cosidos tus dones, en la delicadeza de tus manos prendida tu inmaculada pureza. Y frente a ti la inspiración, la revelación sorpresiva de la magnificencia de tu amor. Ante tu mirada tiene el corazón la inmensa fortuna de ver en la tierra esa infinita ventura de la que goza el cielo, pues basta advertir tu rostro para que nos embargue la certeza de quien se sabe preso de tu infinita piedad. Madre de Esperanza la mañana del Jueves Santo, expectación de la luz que le nació al mundo. Nos ensarta tu semblante el alma, y en tu rostro encontramos el lugar donde ser, pues no habrá entre el cielo y la tierra eternidades que el itinerario 2022

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nos separen de ti. Nos sostienen tus manos, orfebres de la luz que ilumina nuestros días, y la palabra no alcanza para vestirte de versos, de estrofas aladas que escapan a merced del viento con el anhelo de alcanzar los vértices del cielo. Infinita es la devoción que Zamora te profesa, pues quien hizo carne el Verbo merece que a sus plantas se arrodille el mundo. Nos embarga la merced que nos nace del costado, resuelta en la inmensidad de tu gracia, en la eterna plenitud de tus costuras frente a la que sucumben, sin solución de continuidad, los límites del tiempo. En tu presencia la vida, la dulzura, la Esperanza nuestra. Madre Dolorosa la tarde del Jueves Santo. He aquí nuestro amor para sostenerte. Tenemos sed de ti, de tu infinita clemencia, y sentimos la necesidad de aliviar tu sufrimiento, así como tu dolor apacigua y calma el nuestro. Tras de ti, Madre, siguiendo el camino que recorrieron tus pasos, lo que tu mirada dibuje sanará nuestro espíritu. Tu rostro será siempre la imagen que refleje nuestra retina para que la eternidad burle el filtro del tiempo con la fuerza de un parpadeo. Bajo palio sostienen tus manos los clavos con los que en la Cruz fue clavada la salvación de los hombres. Dibujan tus


Sara Pérez Tamames

contornos un sueño de eternidad, sirva nuestra fe para enjugar tus lágrimas. Sirva la lacónica perpetuidad del instante en el que la mirada te intuye, para contener tu infinita luz en nuestra oscuridad. Madre Nuestra la noche del Viernes Santo. Vencida la muerte en tu regazo buscas en su inmensidad la vida, para que el dolor arañe menos el alma. Y ante ti disponer el corazón, dolerse de todo aquello que nos aleja de tu clemencia, y pretender asir el reflejo de tu dulcísima mirada en un afán irrefrenable de vivirte con otros sentidos, de saberte con otro anhelo, de sentirte eterna en la fragilidad de un instante. Derramadas tus lágrimas como versos que se desgajan de estrofas marchitas, prendida la mirada a un sudario impregnado de sacrificio en la noche de los tiempos. Entre la vida y la muerte, la tibieza de tus manos, sendero divino que sana el martirio que encarnó tu ser. Soledad la tarde del Sábado Santo, cuando el viento mece a su antojo tu manto, y presas tus costuras a su voluntad, advertimos tus perfiles. El eterno vuelo de tus pliegues, intuye el escorzo del cielo entregado a las raíces de lo terrenal. Inconmensurable piedad del cielo, ventura que trae consigo la luna de parasceve.

Virgen de la Soledad, revelación del todo, savia de nuestra existencia. Condensa tu rostro inmaculado la inmarcesible certeza de los latidos del alma, pretenden tus manos entrelazadas apurar los límites del tiempo en su infinita clemencia. Vuela a su merced tu manto, y al advertir tu incontestable belleza, brota en nuestro espíritu la convicción de saberte nuestra. Preso el silencio de la palabra que evoca los versos del cielo, oración engastada en la garganta, estrofas que desvanecen el rumor del murmullo contenido en los sentidos. El vuelo de tu manto, danza exquisita que acompasa la cadencia de tus pasos. Por las calles de Zamora musita el viento celoso, sabedor de su privilegio, “que nadie más acaricie tu rostro”. Madre de Alegría la mañana del domingo de Resurrección. No hay mayor dicha, en el despertar de la vida, que tener por guía la ternura de tu dulce mirada. Ojalá fuera posible ver nuestros ojos cuando te miran, y ojalá nos recordemos así siempre, con la fe en la mirada y el corazón rebosante, y que nos embargue la emoción como tu infinita misericordia embarga el espíritu, pues Tú serás siempre el lugar al que regresar para sanar el alma. 107

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Existe una canción de uno de esos artistas del momento, “Rayden”, que se llama “Haz de Luz” que me ha servido de motivación cuando he tenido que enfrentarme a la mirada de esta Semana Santa en este 2022. Dice la letra en su estribillo: “Quiero que nos volvamos a ver, déjame ver como me ven tus ojos, ven. Quiero decirte que si hablamos de mirar, los ojos son de quien te los hace brillar”. A mi me evoca un par de sensaciones con las que nos asomamos a esta pasión de 2022 que se viene a la vuelta de la cuaresma después de dos años sin desfiles en la calle. Esas calles, entre piedras, muros, adoquines, cantos, alcorques, ventanas… se vienen preparando ya para ser el escenario del reencuentro entre tú, querido hermano de acera, de fila, de paso… cofrade, celador, directivo… y ese “haz de luz” que en nuestra vida

HAZ DE LUZ

Jaime Rebollo Calvo

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la tuya y la mía (la de los semanasanteros) es nuestra Semana Santa y sus desfiles por templos, conventos, calles, rúas y plazas de esta Zamora tan decadente durante tantos días del año y tan efervescente durante estos, los días santos. Es como cuando aquel pariente, o aquel amigo, que tanto nos llena los buenos momentos de la vida se aproxima a volver de su rutina, la que encontró con la resignación propia zamorana cuando no le quedó más remedio que emprender viaje para poder ganarse la vida lejos de nuestras fronteras. Es como aquel amor de universidad que nos abandona para estudiar y formarse dejándonos aquí a sobrevivir la crudeza del invierno y estamos ansiosos, soportando el sacrificio de la relación a distancia, esperando la llegada de la primavera que inexorablemente trae ese regreso del amor. Porque hay una cosa que tenemos que tener clara. Aquí cada uno somos de nuestra manera, como Dios y la vida nos ha ido haciendo, nos haremos notar más, o nos harán notar menos. Con una infinidad de matices a la hora de entender cómo hay que vivir esta “Pasión”. Precisamente ese es el nexo que nos une a todos, el amor por la Pasión. Saber que nos vamos a encontrar de nuevo con ese amor, nos produce un rosario de emociones que cualquiera de mis compañeros de “El itinerario”, y puede que tú también querido lector, somos capaces de vivir y compartir pero incapaces de contarlo, relatarlo, plasmarlo o escribirlo en estas líneas. Porque los amores son así, alumbran nuestra vida, ¡faltaría más!, pero son aquellos que tienen cosas que a la razón se le escapa, pero al corazón no. Y ahí es donde reside esa sensación, creo que mucho más extendida de lo que en los primeros días del año recién estrenado podría parecer, la sensación de que pese a todo… los semanasanteros, los zamoranos queremos y estamos convencidos de que vamos a volvernos a ver. La segunda sensación que me evoca la última parte de ese estribillo es sobre las miradas de la Semana Santa y lo que despierta en mi corazón lo que mis ojos ven, lo que tienen esas imágenes a las que miramos. Son esas imágenes y son esos momentos y esas vivencias las que hacen que nuestros ojos cuando se aproxima la Semana Santa se llenen del brillo que acaba con-


virtiéndose en un mantra emocional sobre el que pivotamos la vida el resto del año. Y esas miradas, pues están en todos, pero son diferentes en cada uno de nosotros. Cuando uno es niño y se siente señalado para aprender qué es la Semana Santa de Zamora, una de las formas de hacerlo es a través de la madera de lo que nos cuentan las caras esculpidas de nuestra pasión, de lo que nos dicen las miradas de aquellas imágenes y grupos que pasan por la calle ante nosotros en esos días santos relatándonos a través de ellas una filosofía y unas pautas para nuestra vida; que los caminos están salpicados de piedras, sufrimiento y dolor para llegar a destinos de gloria, de vida y de amor. Y cuando es adulto uno y se enfrenta a esta semana, después de lo que el mundo ha pasado y sigue pasando (no conviene engañarnos), ahora lo que pasa ya es con buena parte del ritmo de nuestra vida recuperado y preparado para vivir y convivir con tantas desgracias a nuestro alrededor… es en ese momento cuando conviene poner encima de la mesa la pregunta clave. ¿Qué hemos aprendido en este letargo, en esta cuaresma prolongada demasiado tiempo de la que yo hablaba aquí hace un año, cómo nos vamos a enfrentar a ese maravilloso momento, a ese reencuentro con ese amor que es la Semana Santa?¿Dónde vamos a situar al corazón esta semana? ¿En hacer algo diferente que nos llene de ilusión por convertir el hecho en algo inolvidable o en que sea una Semana Santa más donde el qué dirán, el que me vean, el hacerme notar, el ego por encima del otro, se aprecie de forma más intensa si cabe que la última pasión que nos sacó a la calle? Pensándolo bien todavía se pueden simplificar más aún las actitudes con las que enfrentarnos a esta Semana Santa. ¿En mi interés indivi-

dualista e injusto o en la felicidad sincera, compartida y agradecida?. ¿Dónde estamos? Va a ser una Semana Santa donde también se refleje en la calle la necesidad de descargar nuestro dolor cuando una de las múltiples imágenes del Evangelio esté en nuestros hombros o pase por delante en la acera en el medio de un desfile. Dolor compartido porque en estos dos años pues a quien más y a quien menos, puede que le falte alguien de ese circulo suyo en el que se compartían las vivencias de nuestra Semana Santa. Conviene no utilizar en contra de nadie ese dolor qué, insisto, tenemos todos de una u otra forma, si no solo como homenaje a todos aquellos que procuraron con su vida nuestro bien que al fin y al cabo es de lo que se trata el viaje de la vida. Que con tu obra procures el bien del otro. Amanecerá un Domingo de Ramos donde pondremos el entusiasmo desde primera hora para celebrar con vítores, galas y alegría la llegada de Jesús a la ciudad en su entrada triunfal en Jerusalén. Y seremos capaces de hacer oídos sordos una vez más a la Palabra que nos relata esta mañana cómo Jesús padeció y murió. Y cuando esté empezando a languidecer la tarde se cruzará con nosotros en la Plaza camino del museo y esa mirada firme y escéptica cuando pase “la borriquita” a nuestro lado, sabedora de lo que el futuro tiene preparado para aquél al que llamamos Rey, servirá para recordarnos que la camaradería de hoy no la disfracemos de hipocresía otros días y nos sugestionará cuando nos diga que somos nosotros los mismos que le alabamos los que a la vuelta de unas horas y días le crucificaremos. Y así empezará la semana y habrá otra cara cuando la noche del lunes se oscurezca entre sonidos de viento y percusión que nos enseñe a mirar, 109

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como Él (Jesús Caído) al cielo cuando la vida nos conduzca a nuestros fracasos de toda índole. En las relaciones humanas, en la pareja, en la amistad, en la familia, en el trabajo, en la peña del pueblo, en la Iglesia, en la política, en las Cofradías. Por mucho que duela, no olvides en la vida cómo la mano de Quintín de Torre pontifica en medio de nosotros para aprender que por encima de todo el peso que cae sobre nosotros, está nuestra meta y es el cielo. El cielo ese al que miramos cuando caemos es nuestra meta para encontrarnos con ese Dios que nos alienta en el fracaso y que está lleno de amor y vida. Con todo, una mirada más emocionante, más humilde, más firme… se cruza con nosotros camino de los barrios de la margen izquierda el martes. Y la mirada nos enseña la realidad que nunca queremos ver. Esa realidad de conocer nuestras limitaciones y saber caminar cargando con esas cruces de cada día proyectando una imagen nuestra indolente y cargada de desidia como si jamás nos ocurriese nada. Y no es así, el Hijo de David al que en el Vía Crucis le suplicamos “Ten compasión de mi” nunca caminó proyectando lo que no es. Nuestra sociedad está sembrada de apariencia y es deficitaria de autenticidad. Igual tampoco lo hemos aprendido en este tiempo. Pero no estaría más, Jesús Nazareno de San Frontis, que interioricemos esta lección. Y caerá la tarde y nos asomaremos una vez más al atrio de la Catedral para ver salir al Señor de las Injurias. Para verte en la cruz, para entender que nos miras desde ese alto calvario y nos enseñas primero que sepamos escuchar, para así poder callar, hacer silencio sincero porque la verborrea que gastamos muchas veces es solo ruido. Jesús nos mira muriendo en la cruz para que seamos capaces de pedir perdón. Por romper los compromisos que adquirimos, por el itinerario 2022

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vanagloriarnos delante del desfavorecido sin ser nada. Empeñados en enorgullecernos de lo que amasamos y no de lo que nos rodea. Y esa actitud es la que muchas veces injuria al vecino, al amigo, a cualquiera que esté a nuestro lado y somos incapaces de reconocerlo. Y por último nos enseña a perdonar. Porque al fin y al cabo reconocernos culpables de nuestros delitos está bien, sí. Pero la gracia que desprendemos cuando perdonamos el mal que contra uno nos hace el otro resume el paso cristiano de la vida. Estamos para ser felices sí, pero aquí estamos también para ser felices, haciendo felices a los que tenemos al lado. Y el Jueves… una mirada para el Jueves, reconozco que esta es la más personal de todas, y que me apetece mucho compartir. El Jueves Santo para mi es el “mejor” de los días de nuestra Semana Santa, la dimensión cultural que ha adquirido en Zamora por desgracia hace que se olvide la esencia de lo que es el Jueves Santo. Y es una esencia que se celebra y recuerda desde hace más de 2000 años. Que en aquel cenáculo, representado en la obra de Fernando Mayoral, lo que Jesús instituyó aquella noche, se convirtió en el corolario más formidable de cuantos existen para entender una vida. Nos enseñó que aquel hombre se sentía llamado y bendecido, hizo del pan y el vino, Eucaristía, Cuerpo y Sangre derramada. Se partió y compartió con los que estaba a su lado, nos enseñó en aquel gesto la importancia de servir al que lo necesita, servir al otro, y de entregar tus fuerzas y tu vida a cambio de nada. ¿Cuántas veces cuando se habla de hacer cualquier obra a cambio de nada se mira con displicencia, asombro y desprecio? Por eso aquella noche, la última cena, es la primera fiesta del amor, por eso el Jueves Santo se celebra un “Día de Caridad” y “Día del amor fraterno”.


Porque muchas veces nos falta vivir apasionados. Somos apasionados con las cosas que nos acomodan y que nos dan placer, sí. Pero no vivimos apasionadamente. Y cuando la mirada de Jesús se desgarra, agoniza en el Gólgota de la madrugada zamorana, y se pierde ante el centurión durante la tarde entre la rúa… se abre el paso entonces la conversión. Demasiado tarde. Porque ¿cuántas injusticias soporta el mundo, cuánta “muerte”, cuánto daño muchas veces generan nuestras propias obras,

de cuántos errores nos damos cuenta cuando ya el remedio para subsanarlos es larguísimo casi llegando al imposible? Nunca será tarde para reconocernos como somos, ni nunca será tarde para convertirnos como consecuencia de la vivencia de fe, del Evangelio vivo que representa en Zamora la madera y la gubia del artista para poder reconocer como hizo el centurión “verdaderamente, este hombre era Hijo de Dios”. Al final somos como los niños, solo encontramos consuelo en los ojos de la madre. Las madres que lloran, las que sufren víctimas de la exclusión, de las extorsiones, de la violencia de género, de los abusos… A ti Soledad, que nos miras llena de lágrimas que son el tránsito del dolor hacia la esperanza, salve una vez más. A ti, mi vida y la de tantos que hoy ante ti buscamos el refugio y el consuelo para que protejas, Madre del Cielo, las almas de los que nos han precedido en el camino de la vida, de la fe y también en el de la Semana Santa. Y Jesús, el ultrajado, el evitado, el humillado, el perseguido, el excluido, el insultado, el apalizado y el sacrificado, ese Jesús nos volverá a mirar. Sí, Él a nosotros y no nosotros a Él. Viene una mañana más a nuestro encuentro, a darnos otra oportunidad para que sepamos entender su modo de vida en los días que por aquí nos quedan a nosotros, porque sí hermanos, somos efímeros y limitados. Pero estamos

llamados a hacernos bien, a nosotros mismos y a los que nos rodean. Viene “el zorro” a celebrar, a compartir, a bendecir, a entregar tanta vida, en los hospitales, en las residencias, en los centros de reinserción, en las cárceles, en los campos y en los montes, en las plazas y en las calles, a comer, a beber con cualquiera de nosotros un dos y pingada más. Y viene a enseñar con la mirada, sí. Porque es esa mirada la que hace brillar mis ojos. Para poder entender a través de ella que aunque no lo parezca todo tiene un sentido. Que la historia que comenzó en aquel calvario es la historia del amor, de la alegría, de la justicia, de la paz, de la esperanza y de la vida. Porque persiguiendo esto se llega más lejos que obrando en función de otras actitudes. Y esa historia es la que nos recuerdan las procesiones sí, pero nos la recuerda la Palabra y la Fe durante la Semana Santa. El año pasado nos despedíamos diciendo que sí, que siempre hay Semana Santa. El que la vive desde la fe, la tiene siempre. Por eso todo lo que recordamos estos días es el haz de luz sobre el que oxigenamos nuestra vida para que perdure el resto del año. Y este año, si Dios quiere, será completo con este ansiado reencuentro en las calles. ¡Salud!.

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El Itinerario número veinte, vigésima edición

Diseño y maquetación. zoylo producciones

Autores de los textos

J. Carlos Izquierdo Domínguez Jesús Salvador Cecilio David Álvarez Alonso Beatriz Blanco Santos Javier Hernández Vidal Manuel Allué Martínez Juan Manuel Bragado Molina Sara Pérez Tamames David Álvarez Alonso Roberto Felix Fuentes Jaime Rebollo Calvo

Fotografías

Jesús Salvador Cecilio Mª del Amor Martín Olivera

Idea de “El Itinerario” Jesús Salvador Cecilio

Reservados todos los derechos de edición. Se prohíbe la reproducción total o parcial del contenido de este número, ya sea por medios electrónicos, mecánicos, fotocopia o grabación u otro sistema de reproducción cualquiera sin la autorización expresa del editor. Las opiniones expresadas en los textos y sus contenidos son responsabilidad de los autores.

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La edición de El Itinerario del año 2022, que se corresponde con la vigésima, se edita sin publicidad y por lo tanto sin financiación. Se convirtieron en mecenas de la misma las personas cuyo nombre figura en este apartado y en esta lista. Nuestro agradecimiento y consideración Mª de Amor Martín OLivera Jesús Salvador Cecilio Anselmo Esteban Díaz Óscar Antón Vacas Tomás Antón Sánchez Iosu Alonso Martín Cesar Zamarreño Sánchez Cesar Zamarreño Santiago Ángel Luis Esteban Ramírez Juan Manuel Bragado Molina Carlos Alberto Riego Ramos Rebeca Martín Bartolomé Christian Marquina Nieto José Alfonso Bragado Calvo José Luis Ramos de la Iglesia Mª Ángeles Martín Royo Emilio Jesús Alonso Fagúndez Juan Luis Vicente Fernández Jesús Egido González Victoria Rodríguez Carrascal Cruz Hernández del Río Manuel Isidro Lorenzo Rodríguez Alejandro Fernandez Alonso Emilio Ferrero Iglesias Oscar Antón Esteban Alejandro Ferández Alonso Pilar Fernández Rodríguez José Luis Mena Gago Marisa Molina García Rubén Domínguez Rodríguez Luis Pablos Flórez Pablo Peláez Franco Eloy Peláez Franco Pablo Alonso Vicente José Tomas Santiago Pérez Isabel Monforte Hernández Pily Monforte Hernández Roberto Felix Fuentes Cristina Salvador Varanda

Irene Salvador Varanda Manuel Giraldo García Nuria Corral Fernández Enrique Crespo Rubio Juan Carlos Izquierdo Domínguez Juan José losada de Castro José Carlos Rodríguez San Gregorio Isabel García Prieto Luis Fernando García Martín Rubén Francisco Moro Julian Herández Moro Luis Pérez Bartolomé Miguel Ángel Luis Martín Miguel Ángel Regeras José María Álvarez de Prada Ana Teresa Pérez Roldán Jaime Rebollo Calvo Constantino Calvo Martín Mari Calvo Martín Óscar Coscarón Merino Javier Hernández Vidal Francisco-Gustavo Cuesta de Reina Jesús Manuel Nieto David Rivas Domínguez Alfonso Mayo Blanco VIctor L Gómez Raul Miguel Chapado Pilar Mayo Pelayo David Álvarez Alonso Real Cofradía del Santo Entierro Inmaculada Rodríguez Gelado Santiago Sainz de Baranda Alexia Esteban Álvarez Manuel Allué Martinez María Rodríguez Gómez Hector Ortiz Hernández Jorge Losada Montero Ángela Cecilio Vaquero

Se terminó de editar este número 20 de El Itinerario el día 5 de marzo del año 2022 festividad de San Juan José de la Cruz, sacerdote franciscano


A mi Padre. In memoriam

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