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SUMARIO PROLOGO
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SE APAGÓ LA LUZ, SE DETUVO EL TIEMPO Palabras para la imagen
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SENTIMIENTO DE LA NADA
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Traslado del Nazareno Viernes de Dolores La tarde la la luz y la vida Domingo de Ramos No es el final del camino Conviertete al Señor tu Dios La tarde del camino a la luz Septem verba La tarde del silencio La noche del Miercoles Santo La luz de la esperanza Disciplina y penitencia Miserere mei Deus La madrugada del Viernes Santo Consumatum est Mater mea Soledad Resucitó al tercer día Prometía Semana Santa 2020 El Lavatorio entró 13 veces Un sueño Luna llena pero vacía Semana Santa Muda 202 ... Anatomía de la desolación Donec obviam iterum Hacia la luz temprana de un nuevo tiempo Aquella Semana Santa más verdadera que nunca Que tarde la de aquel día. Jueves Santo de 2020 Silencios Sonidos en el aire Un Merlú que rasga el Cielo De la soledad a la esperanza Días de interior Desde mi ventana El Maestro ya no viene sobre un pollino Y será santa 3
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Cuando fotografías en color, fotografías las cosas, cuando se hace en blanco y negro, fotografías sentimientos.
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Han sido muchos los momentos durante este último año en el que he pensado cómo afrontaría la edición de El Itinerario de este año 2021. Mientras discurría la Semana Santa el año pasado, Sara Pérez Tamames y yo, publicamos en la red, en internet, una Semana Santa Virtual sin título, sin color, sin olor, sin sonidos, sin luces, sin sabores y sin personas ni cofrades en las calles. Los textos fueron concisos y Sara quiso acercar el momento que tiene cada cofradía o hermandad durante su manifestación de fe en la calle, como si la procesión de estas estuviera en ese momento recorriendo su itinerario. Hicimos todo lo posible para que a la misma hora en que las procesiones deberían abrir las puertas de templos o museo, las palabras y las imágenes saltaran a los navegadores de internet. La Semana Santa Virtual 2020 estuvo en el ciberespacio. Para documentar las 36 páginas que se extienden después de esta introducción he utilizado, las más de las veces, imágenes de devoción o cofrades en la intimidad. Solamente amigo lector, coleccionista y semanasantero, a lo largo de las mencionadas páginas vas a encontrar fotografías en blanco y negro. Esta forma de revelar confiere a las imágenes una fuerza extraordinaria sabiendo que en el blanco anidan todos los colores y el negro su ausencia, podemos ver en los matices de grises una combinación explosiva que produce un shock a la hora de contemplar la imagen en ese formato. Perseguimos la misma emoción que puedes sentir con su presencia en la calle.
Después de estas imágenes y de sus textos, en otro articulado se encuentran los sentimientos de personas, unas veces estrechamente ligados con la celebración, cofrades anónimos otras veces, zamoranos en la diáspora y espectadores de la Pasión que en escritos novelados, épicos, entrañables, significativos … nos hacen partícipes de sus sentimientos, emociones; durante los días en que las procesiones de las distintas cofradías y hermandades no pudieron estar en sus recorridos cumpliendo con su itinerario. Sirvan esos artículos como solaz, consuelo y sueño de una Semana Santa que volverá a ser distinta, que no distante. Jesús Salvador Cecilio
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De manera inesperada y sin pedir permiso, los días más bellos del año nos fueron arrebatados. El tiempo se detuvo, y por primera vez vivimos la Pasión con las puertas cerradas y las calles vacías. Pero continuaba siendo Semana Santa en nuestro corazón y en el alma de esta ciudad. Y es que, a pesar de todo, los días merecían vivirse, aunque de otro modo. Solo teníamos dos cosas, la imagen y la palabra. Y con ello decidimos contar, a nuestro modo, la Pasión. A la hora en que las procesiones tendrían que estar recorriendo las calles, estas líneas recordaban de modo virtual lo que debería haber sido y no fue, lo que sentiría nuestro corazón en ese momento. Se trataba de algo breve y conciso que nos transportara al lugar en el que anhelábamos estar en ese instante. Unas letras que acompañaban las imágenes con las que Jesús representaba cada uno de los días, palabras con las que cualquier persona que siente la Semana Santa como parte de sí mismo, pudiese sentirse identificado. Una breve descripción de lo que significa para nosotros la Pasión, de las emociones y sentimientos que despiertan en los zamoranos estos días. Jesús lo mostraba y yo lo contaba, ese fue nuestro particular modo de hacer Semana Santa a través de una pantalla. Siempre he creído en el inconmensurable poder de la palabra, en esa maravillosa capacidad que posee para impregnar el alma y encoger el corazón. Y eso perseguí con estas humildes líneas, entrelazar las almas de quienes las leyeran en la distancia, para que, por un instante, el corazón sintiera eso que se siente en Zamora cuando sus calles se visten de Semana Santa.
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SE APAGÓ LA LUZ, SE DETUVO EL TIEMPO Palabras para la imagen.
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Cae la tarde del Jueves de Pasión,una Cruz asoma a las puertas de San Frontis y Zamora se viste de Semana Santa. Jesús Nazareno convoca a los zamoranos en su camino al calvario portando sobre sus hombros el peso de los pecados de la humanidad. Avanza el Señor hacia la Catedral mecido en los acordes que acompañan tan bendito caminar, despertando la emoción de un pueblo que se estremece al paso de una mano Nazarena. El Hijo de Dios cruza TRASLADO DEL NAZARENO sara pérez tamames el Duero en esta noche de oración que es preámbulo del sentimiento más puro que se dibujará a lo largo de diez días, los más bellos del año. Y es que hoy comienzan los sueños, al atardecer, cuando el sol se esconde y el río murmura oraciones calladas, cuando la Cruz se torna vida y el silencio se convierte en canto. Hoy es la noche, empezamos a sentir.
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Hoy es Viernes de Dolores, la noche del misterio del Espíritu Santo. Más allá de los muros de la ciudad, en el barrio antiguamente llamado Pobla Sancti Spiritus, un templo románico abre sus puertas cuando la noche cae sobre VIERNES DE DOLORES sara pérez tamames Zamora. La Hermandad del Santísimo Cristo del Espíritu Santo inicia su recorrido en la fe, y las calles se visten de incienso y esparto, porque por ellas camina el Hijo del Hombre. el itinerario 2021
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Zamora se sumerge en la austeridad de la noche, en la inmensidad del silencio roto tan solo por el sonido del campanil, por el murmullo del incensario, por la profundidad del “Crux Fidelis” que llena de vida el alma y el espíritu. La procesión llega a la S.I. Catedral donde hace su estación de penitencia para proclamar el Evangelio de la Pasión, y en el atrio la oración se convierte en canto cuando el coro entona el tradicional “Christus Factus Est”. Los hermanos recorren los rincones de la ciudad en este sexto Viernes de Cuaresma que es tránsito y ocaso, antesala de la Pasión que Zamora revivirá en los próximos días. “Dios lo exaltó y le dio un nombre sobre todo nombre”. Es Viernes del Señor. 11
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LA TARDE DE LA LUZ Y LA VIDA
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Es Sábado de Pasión en Zamora. Al caer la tarde, las puertas de la Catedral se abren para que por ellas salga la Luz y la Vida del Señor, pues hoy es el día de la oración implorando al cielo el milagro de la Resurrección. En el silencio de esta noche se unen las almas de los que están y los que se fueron, esas que permanecen vivas en el recuerdo de quienes continúan velando su memoria. Con la mano tendida al desaliento y la misericordia grabada en la mirada, Jesús convoca a vivos y muertos para darles la luz y la vida, para que la plegaria de los vivos sea iluminada por la luz de quienes nos guían desde el cielo. Esta es una noche para el recuerdo de aquellos que en la antesala del camino a la Cruz, también cerraban los ojos reviviendo la Pasión de los días venideros. La procesión cruza el puente mientras los hermanos iluminan con sus faroles el lento caminar del Señor, pues al otro lado del Duero están las almas por las que hoy Zamora alza al cielo su oración y su ofrenda en la esperanza de la vida más allá de la muerte. Ante los muros del camposanto regresan los recuerdos, la nostalgia, los suspiros de un pasado en el que estaban quienes ya se encuentran junto al Padre. La ciudad se une en la memoria de lo que fue y eternamente permanecerá en el corazón. “Yo soy la luz del mundo, el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida”.
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Ya es Domingo de Ramos en Zamora, el último de este tiempo de oración y liturgia penitencial, el Domingo de la luz en el que Zamora se tiñe de púrpura para acompañar a Jesús en su Entrada Triunfal en Jerusalén. Las palmas agitan la ilusión de los más pequeños y la ciudad entera sonríe. Un brillo especial ilumina la mirada de los niños de hoy, la esencia de la Pasión del mañana. “Y los que iban delante y los que venían detrás daban voces diciendo: ¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!” Tal y como hizo Jerusalén, Zamora aclama a Jesús mientras en las DOMINGO DE RAMOS sara pérez tamames calles suenan los acordes de las marchas de Gloria, que celebran que por ellas camina el Mesías. En este bendito día los mayores transmiten a los pequeños el legado de la Pasión como algo que forma parte de nuestra esencia misma, como algo que permanecerá en nuestro interior y se convertirá incluso en nuestra seña de identidad. Este es el regalo que nos han hecho quienes nos han enseñado a amar estos días, y creo que no hay legado más bello. Ya es Domingo de Ramos, comienza a narrarse en Zamora la historia de la Pasión.
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Es Lunes Santo en la ciudad de la Pasión, la tarde en la que el legado de la fe permanece vivo en la caída del Hijo del Hombre. Las puertas de San Lázaro se abren al recuerdo de lo que fue. Jesús cae por tercera vez, te adoramos, Señor, y te bendecimos, porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo. Es Lunes del Señor, y las calles reviven La Novena Estación del camino a la Cruz, cita ineludible del almanaque zamorano. La Corona de espinas y la Cruz de yugos de Coomonte dan inicio al desfile cuando el sonido de las esquilas del Barandales se escucha a las puertas del templo. Los clarines y tambores rompen el silencio de la tarde y Jesús se despide de su Madre. Sin embargo, no es el final del camino. Jesús cae por tercera vez, ahonda sus pies en la tierra y alza su mirada al cielo rogando miseNO ES EL FINAL DEL CAMINO ricordia en la desesperanza s ar a p é r e z t a m a m e s del desconsuelo. La calle del Riego es testigo del camino al Calvario mientras por los rincones se cuelan los acordes de aquellas marchas que recuerdan a los caídos, a la memoria de su alma. La procesión llega a la Plaza Mayor, donde la música y la voz se unen en oración con la interpretación de “La Muerte no es el Final”. Los pasos avanzan lentamente entre una maraña de recuerdos y nostalgia, entre los suspiros de un pasado en el que estaban quienes ya se encuentran junto al Señor. La tarde del Lunes Santo es un canto a la vida, a la creencia de que volveremos a ser, a la certeza de la eternidad. “Recuerda que eres polvo y en polvo te convertirás”, mas no es el final del camino, pues en la vida y en la muerte somos del Señor. el itinerario 2021
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La noche del Lunes Santo es especialmente bella, pues cuando la Iglesia de San Vicente abre sus puertas, el intenso recogimiento del corazón se respira en las calles que son camino y consuelo. Tan solo el rumor de las teas se atreve a romper el profundo mutismo en el que se sume Zamora. El dolor de la muerte camina por sus calles, la ciudad se entrega al Señor en esta noche que es rito y regla. El alma se encoge cuando el Cristo de la Buena Muerte se posa en la mirada de los fieles, pues es inmensa su majestuosidad e imponente su presencia. Hasta el espíritu se doblega en esta noche de los sentidos, y se palpa la esencia de la Pasión en la retina y el oído de quien se sabe inmerso en esta dulce locura de la que es imposible escapar, pues embarga y araña lo más profundo del alma. CONVIÉRTETE AL SEÑOR, TU DIOS Los hermanos caminan por las s a r a p é r e z t a m a m e s angostas calles rememorando la estética de aquellos cuadros de Zurbarán, haciendo de esta noche algo sublime. La austeridad y la sobriedad son cobijo para la voz de quienes alzan su oración al cielo en forma del canto más profundo y sobrecogedor, “Oh Jerusalén, Jerusalén, conviértete al Señor, tu Dios”. La plaza de Santa Lucía se transforma entonces en el epicentro mismo de la fe, y se unen el cielo y la tierra en esta noche que tiene principio pero no fin. La Hermandad Penitencial del Santísimo Cristo de la Buena Muerte escribe su historia a través del silencio, de los tambores destemplados, de las siete palabras del Señor entonadas en la noche de la fe. Cristo clavado en la Cruz se adentra en la oscuridad de esta bendita ciudad. Es Lunes Santo en Zamora. el itinerario 2021
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Es Martes Santo en Zamora. Las puertas de la Catedral se abren a la entrega de la muerte por la vida. Cristo regresa a la Iglesia de San Frontis y se consagra al cáliz del Padre en la tarde del Camino a la Cruz. La ciudad celebra hoy el ejercicio del Vía Crucis y revive junto a Jesús Nazareno las Catorce Estaciones de la Pasión. En la aflicción del Pretorio al Calvario, Zamora es cirineo, pues abraza la Cruz del Señor aliviando su carga cuando la noche se cierne sobre las calles. Y en el horizonte de la vida, Ella, entrega plena a Dios, Esperanza de Zamora. La Virgen derrama lágrimas de amargura en este día en el que Jesús es despojado de sus ropas, coronado con espinas y condenado a la Cruz. Madre de Esperanza que porta sobre sus manos el corazón de Zamora, que abraza el anhelo del coraLA TARDE DEL CAMINO A LA CRUZ zón desvalido, que acoge s a r a p é r e z t a m a m e s el alma de quien camina vacío en busca de clemencia. No hay amor más puro y sincero que el que siente una madre por su hijo, ni desconsuelo más amargo que el de saberse preso del destino de la muerte. La conjunción de ambas se torna lágrima cuando muere la tarde del Martes Santo, y hasta el Duero suspira cuando la Madre y el Hijo se despiden en la oscuridad de la noche, la misma que embarga el corazón de la Virgen, que aguardará paciente en el Convento de las Dominicas Dueñas hasta que despunten las primeras luces del día la mañana del Jueves Santo. Me arrodillo ante ti Señor, me arrodillo ante ti Madre. Y volveremos a encontrarnos cuando el milagro de la Resurrección me devuelva a la carne. Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí.
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Cristo agoniza en la Cruz, todavía la muerte no ha cerrado sus ojos, un tímido hálito vital le permite aún hablar al cielo, pues jamás perdió el Hijo la fe en la misericordia del Padre. En esta noche de luna llena, los tambores destemplados golpean el silencio con el desconsuelo de quien ve próximo el fin de sus días. El máximo exponente de nuestra humanidad, la Divinidad misma hecha carne, se entrega a las raíces de lo terrenal. Proclama el Señor el cumplimiento de la Sagrada Escritura desde la Cruz que sostiene el peso de los pecados de los hombres. Próximo a la expiración, el Hijo del Hombre alza su mirada al cielo y SEPTEM VERBA ruega la salvación para las sara pérez tamames almas arrepentidas. “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”, aún la palabra que nace del último aliento es de piedad y compasión, y Jesús ofrece su oración a quienes lo coronaron de espinas y se repartieron sus ropas. El Siervo del Señor se entrega al sacrificio mientras se desvanece el brillo de la vida en sus ojos, pues así estaba escrito. Todo está cumplido. Siete bocanadas de aliento, siete caricias a través de la palabra en la agonía de la muerte. “Pater, in manus tuas commendo spiritum meum”.
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LA TARDE DEL SILENCIO sara pérez tamames
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Silencio, que la boca calle si no tiene algo más bello que decir, que no rompa la palabra la caricia del más profundo mutismo. Los Heraldos llaman al recogimiento, y enmudecen las lenguas cuando el Cristo de las Injurias se alza imponente en el atrio de la Catedral. La ciudad se arrodilla ante el dolor de su muerte, ante la majestuosidad de su presencia, y con los ojos cerrados Zamora entera jura silencio. Es Miércoles Santo, la tarde de la expresión misma de la fe, la manifestación de nuestra idiosincrasia. Muere Cristo en las calles bañadas de incienso y terciopelo rojo. Los clarines llaman a la oración, y cuando la luz del día se esconde en el horizonte, el lamento de un chelo se escucha en la plaza de la Catedral. Sus acordes son llanto y caricia en esta tarde de plegaria y promesa. Silencio, que pronuncie su oración el alma, que alimente la voz del espíritu la palabra callada. Zamora se sume en la profundidad de su ser para acercarse al Señor, para que cumpla la boca lo que promete el corazón. “Si así lo hacéis, que Cristo os lo premie, y si no, que os lo perdone”.
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El sonido de la matraca rompe el silencio sepulcral de la noche. La austeridad se apodera de las calles de Zamora, que cuenta su historia a través de las notas de lamento que llora un bombardino. Capas alistanas que al amparo de su Cristo narran el calvario de la Cruz. Paño y esclavina, faroles encendidos, Zamora se hunde esta noche en las raíces de su propia esencia. La Hermandad del Santísimo Cristo del Amparo es una alegoría de lo que somos, es la muestra de la sencillez de nuestras tradiciones, del orgullo de nuestros orígenes. Pues somos el camino que hemos recorrido, somos lo que nos han transmitido quienes nos enseñaron a amar estos días, aquellos que con el paso de los años escribieron la historia de la Pasión en esta ciudad. LA NOCHE DEL MIÉRCOLES SANTO La procesión recorre solemnes a r a p é r e z t a m a m e s mente el corazón de Zamora con su inconfundible estética, tan rústica e intimista, tan arraigada a las costumbres de esta bendita tierra. Los faroles de hierro forjado iluminan el caminar del Señor junto a los muros de la Iglesia de San Claudio de Olivares, donde los hermanos entonan el Miserere Castellano. Sus voces son aliento en la agonía de la Cruz. Con absoluta sobriedad, el Cristo del Amparo recorre las rúas de una ciudad que muestra hoy su identidad misma, la grandeza de su historia narrada desde la humildad y la profunda devoción al Señor. “Ten mi Dios, mi bien, mi amor, misericordia de mí”.
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La mañana del Jueves Santo, la mañana de la Esperanza, del verde en las calles. Mañana de peineta y mantilla, de tradiciones, promesas y oraciones. La Virgen de la Esperanza sale a la calle, Ella es emblema y seña de identidad de Zamora, soberana, Madre nuestra. Las campanas del Convento de las Dominicas Dueñas repican el último Jueves de Cuaresma en el que La Virgen es modelo y premisa en este tiempo de conversión para despojarnos de lo que fuimos y revestirnos del Señor. El luto de las damas acompaña el sufrimiento de la Virgen, que cruza el puente ante la mirada del Duero. Y se dibuja en las calles la devoción con la que se alza el corazón de la ciudad que LA LUZ DE LA ESPERANZA aguarda la llegada del mansara pérez tamames to que es abrigo y cobijo de tantos que claman su misericordia. La tradición se escribe en cada rincón en esta mañana de Esperanza en la que Zamora ruega al cielo que la Virgen escuche sus oraciones. La Saeta en Balborraz, la Salve en el atrio de la catedral, tantos instantes que acarician el alma vividos en la intimidad del espíritu. Cierra los ojos Zamora, que sólo tú sabes eso que sientes cuando Ella sale a la calle, solo tú conoces ese vínculo cosido por emociones que nació la primera vez que la Virgen de la Esperanza recorrió tus calles, un vínculo eterno y visible tan solo a los ojos del alma. La esencia de lo que somos, la vida, la dulzura, la Esperanza nuestra.
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Un año más, cae la tarde del Jueves Santo. De nuevo Zamora revive el recuerdo del camino a la Cruz en esta tierra que lleva la Semana Santa grabada en el corazón, cosida al alma. El Jueves Santo da paso al Triduo Pascual, y la ciudad rememora la Institución de la Eucaristía en la celebración de los Santos Oficios. Zamora se viste de terciopelo morado para evocar la Pasión narrada por la Cofradía más antigua de la ciudad. Esfuerzo bajo las mesas y peso sobre los hombros para continuar con la tradición que alimenta nuestra identidad misma. La Cruz desnuda aguarda el cuerpo exhausto del Ecce Homo, las manos misericordiosas del lavatorio son bálsamo, alivio y consuelo. DISCIPLINA Y PENITENCIA La procesión rememora sara pérez tamames la Última Cena, la agonía en el Huerto de los Olivos, el sufrimiento de la flagelación, el dolor de la coronación, la amargura de la traición en el prendimiento. “Inocente soy de la sangre de este justo”, dijo Poncio Pilato al evitar juzgar a quien hoy juzga a vivos y muertos. Zamora alienta a la Madre en su dolor y se convierte en Cirineo, en hombro que carga junto a Jesús Nazareno el peso de la Cruz. Volverá a desfilar por las calles la Cofradía de la Santa Vera Cruz en la tarde del recuerdo de la Pasión, la Disciplina y la Penitencia. Volverá la esencia de nuestra ciudad a lucir en todo su esplendor como lo hace cada tarde de Jueves Santo.
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Es Jueves Santo en Zamora, la Iglesia de Santa María la Nueva abre sus puertas a la entrega del Hijo del Hombre. Tan solo el murmullo de los hachones rompe el profundo silencio que se alza como un velo en esta noche en la que Dios muere en Zamora, la noche más oscura y sobrecogedora que embarga el alma. Cristo muerto camina por las calles, y la ciudad se sume en el más absoluto intimismo, en la oración que nace de lo más profundo del espíritu. “Me muero de tristeza, quedaos conmigo y velad”, dijo Jesús en el MISERERE MEI DEUS huerto de los olivos sabesara pérez tamames dor de su destino de Cruz. Desde la tristeza más agónica, el Señor imploró consuelo, el que hoy Zamora le presta con sus voces, pues en la Plaza de Viriato claman misericordia las gargantas y canta el corazón ante la muerte del Hijo del Hombre. La ciudad calla al paso de la muerte, de la sangre derramada. Las rúas oscuras abrazan el cuerpo sin vida de Cristo. Ojos entreabiertos para perdonar, heridas para sanar. Ten misericordia de mí, Señor.
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Hace apenas unas horas la plaza de Viriato rogaba misericordia al cielo en forma de canto dando paso a otro capítulo de la Pasión, y es que ésta es una noche de emociones. De madrugada, los zamoranos, fieles a su cita, esperan junto a la iglesia de San Juan uno de los momentos más bonitos del año. Tantas historias escondidas bajo las túnicas, tantas promesas bajo los banzos y alguna que otra lágrima. La iglesia de San Juan es testigo de tantos años de tradiciones, de tantas citas de madrugada para ver como se pone en pie Jesús camino del calvario, avanzando a paso lento, con el anhelo bajo los banzos y el corazón en los hombros, porque es así como se carga en Zamora, porque es así como baila el “cinco de copas”. El reloj marca las cinco de la madrugada y la corneta del Merlú dispara el corazón de nuestra ciudad, resuena el tambor destemplado y Jesús Camino del Calvario se levanta LA MADRUGADA DEL VIERNES SANTO con la fuerza contenida de la espera. s a r a p é r e z t a m a m e s Es entonces cuando una marea de emociones recorre la iglesia de San Juan, pues pocas cosas arañan el alma como lo hace ese momento. En la intimidad del templo se narra la leyenda de nuestra Semana Santa, suena la marcha Fúnebre de Tharlberg y Zamora entera canta, porque es la melodía del corazón la que camina bajo los banzos, son los acordes de los corazones encogidos los que reviven la esencia de la Pasión. En la oscuridad de la noche comienza una procesión que camina hacia el amanecer y termina cuando el sol ilumina con fuerza la ciudad, pues a pesar del cansancio parece que nadie quiere escapar del dulce trance en el que Zamora es sumida. La noche de la historia, la tradición, la debilidad del corazón zamorano, la madrugada del Viernes Santo. el itinerario 2021
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Zamora se viste de luto, los acordes de la Marcha Fúnebre de Chopin lanzan un grito de dolor al cielo. La ciudad hoy se alza soberana mostrando al mundo la joya de su Semana Santa, la profundidad de su devoción. Es la tarde de la oración en el día en el que Cristo fue juzgado y condenado a la muerte en la Cruz. La tristeza grabada en el rostro de la Virgen de los clavos con la delicadeza de las manos de Ramón Álvarez, la muerte plasmada en la figura del descendido con la sutileza de Benlliure, señas de identidad de una ciudad que llora en silencio cada tarde de Viernes Santo. Y sin embargo, el silencio esconde el grito más desgarrador, el de la Madre se que se cubre el rostro para no presenciar la muerte de su Hijo. El cortejo fúnebre acompaña con absoluta elegancia el cuerpo CONSUMMATUM EST sin vida de Cristo, y acaricia sara pérez tamames sus heridas antes de darle bendita sepultura. Terciopelo negro, luto para llorar al Hijo de Dios que redimió con la Cruz los pecados de los hombres. Se entrelaza el cabello de Cristo en las manos de su Madre, el Siervo de Dios entrega su espíritu al cielo. “Acontecerá aquel día, dice el Señor, en el que haré que se ponga el sol a mediodía y cubriré de tinieblas la tierra en el día claro”. Es Viernes del Señor, el día en el que el corazón de la ciudad se une en la penitencia, el día del ayuno y la abstinencia. Intercede Cristo por la salvación de los hombres, y nace el perdón del mundo del costado abierto del Salvador. Levanta la mirada Zamora, que el Hijo del Hombre se entrega a la muerte.
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El velo de la noche se cierne sobre Zamora. En las calles se respira el aroma de las velas al consumirse y se escuchan los acordes de las marchas que alientan el bendito caminar de la Madre de Dios. Es Viernes Santo, y en cada rincón se dibuja el acervo de nuestra ciudad. El corazón está preparado para acompañar a Nuestra Madre de las Angustias en esta noche que es tránsito y ocaso, siempre igual y a la vez tan diferente. Quizá este año sean otras la peticiones, tal vez sea el momento de cumplir aquella promesa que hicimos en la intimidad de la Iglesia de San Vicente, y es que son muchas las historias que M AT E R M E A sara pérez tamames hay en cada corazón, pero la tradición se mantiene inmarcesible alimentada por la fe. Junto a Ella caminan la Virgen de las Espadas y el Santo Cristo de la Misericordia, que hoy abandona el altar del presbiterio de la Catedral para recorrer las calles de la ciudad que en esta noche de Pasión llora la muerte de Cristo. Con el peso de la muerte sobre el regazo y el lamento del dolor en el corazón, María derrama lágrimas de desconsuelo. Zamora llora el dolor de una Madre en la noche más oscura, la Madre de todos, la Madre Nuestra.
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Es Sábado Santo, tercer día del Triduo Pascual. Hoy las calles de la ciudad son de Ella, la Virgen de la Soledad, la Señora de Zamora. Qué afortunados los ojos que la ven caminar y el alma que presiente su llegada. La tristeza de la Madre embarga los rincones, pero la Virgen no está sola, pues Zamora la acompaña, la abraza y consuela, las calles son aliento para Ella. Luz en la mirada, amparo de los zamoranos. La ciudad calla a su paso y le ofrece una bocanada de aire, una caricia en la agonía de la muerte, y se respira el amor que los zamoranos le profesan. Frente a la inmensidad del dolor, frente a la amargura del desasosiego del espíritu, cuando el camino se vuelve oscuro y son muchas las piedras que aparecen en él, las benditas manos de la Virgen son abrigo y consuelo. No hay mayor amparo para sanar el alma, pues su cobijo es sosiego para el corazón y sereniS O L E D A D dad para el espíritu. sara pérez tamames Bendita Virgen de la Soledad, la clemencia del cielo, el ruego dibujado en sus manos, la tristeza derramada por su rostro en cada lágrima. Ella es bálsamo y alivio, su dolor apacigua el nuestro, su sufrimiento se torna aliento, pues la bondad y el amor más inmenso es sin duda el de una Madre. Ella es la luz, nuestra guía en el camino. Y quizá acompañarla cada tarde de Sábado Santo guardando riguroso luto, sea nuestra particular forma de darle las gracias por iluminar nuestra vida, porque al igual que Ella nos acoge bajo su manto, Zamora nunca dejará que camine sola, y siempre entonará su canto cuando regrese a la Iglesia de San Juan desde la que escucha y perdona durante todo el año. Virgen de la Soledad, ruega por nosotros.
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“¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí, ha resucitado”. Mientras se dibujan las primeras luces del día, Jesús recorre las calles de Zamora mostrando al mundo el milagro de la Resurrección. Seca tus lágrimas, María, y deja caer tu manto negro sobre las flores que bañan esta ciudad que hoy celebra la alegría del Encuentro, la victoria de la vida sobre la muerte. Jesús Resucitado vuelve a la carne esta mañana en la que se unen de nuevo el cuerpo y el espíritu, y los acordes de las marchas de Gloria inundan los rincones, porque la Virgen de la Alegría abandona su luto este Domingo de Pascua en el que Zamora se abre a la vida. Esta mañana han regresado a mi memoria aquellos maravillosos versos de Montesinos, en su poema “El rito y la regla”, que con una delicadeza sublime decían, “hoy la memoria escoge el camino más corto para herirme”. Y qué cierto, los recuerdos duelen especialmente RESUCITÓ AL TERCER DÍA estos días en los que nada ha sido sara pérez tamames como siempre fue. Pero llegará de nuevo la primavera. El corazón conservará inmarcesible la emoción contenida, pues esta nunca muere, y crece si cabe el anhelo, y florece la semilla de la inquietud cuando la espera parece eterna y aguardamos impacientes un descuido del tiempo para revivir aquellos momentos que merecieron la eternidad. Un año más, la tradición se ha cumplido, pero esta vez de otro modo, a través del alma y el espíritu. Volvió a ser, aunque haya tomado otra forma, pues aunque tan solo lo hayan visto los ojos del corazón, ello no ha impedido que hayamos sentido en lo más profundo de nuestro ser esa pasión que llega a apretar el alma. Llega a su fin la Semana Santa que fue prólogo y epílogo del sueño de los vivos. Salud para otro año, hermanos.
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No habrá nervios. Será, seguramente lo único distinto. Cerraré los ojos y sentiré el tacto de mi madre colocando la túnica de estameña, el fajín morado, los guantes de algodón, el pañuelo de seda; todo sobre la cama. Las sandalias en el suelo y mi padre dándole los últimos toques al caperuz. El medallón al cuello: ¿el mío o el del fundador? El silencio como siempre y la emoción contenida. No habrá paseo desde Santa Eulalia hasta Santa María. No habrá problemas para sortear la entrada de la Dolorosa de la Vera Cruz. No habrá momentos de meditación y algún Padre Nuestro durante la espera en la iglesia del Motín. No habrá apretones ordenados. No habrá Cruz guía. No habrá clavos. No habrá corona. No habrá esquilas de Viatico. No existirá el cansancio –cada año mas-. No habrá ni cuestas, ni callejuelas. Ni cerilleros. Ni celadores. Ni abades. No estará El Cristo en la calle. No habrá luces ni sombras. Y pasada la medianoche imaginando la plaza cuadrada, la de los brazos arbóreos, cerrando los ojos y sin contener la emoción cantaré y recitaré los versículos del salmo 51. Jesús Salvador Cecilio
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óscar antón vacas
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PROMETíA
Prometía. La verdad es que era un año que prometía. Comenzaba la Cuaresma a tope con Luz Penitente, asociación de la que soy presidente, pues ofrecíamos una programación muy interesante con varias actividades a lo largo de los siguientes 40 días. Cierto es que nos dio tiempo a celebrar algunos de esos eventos, como una conferencia y una proyección audiovisual, además de las entregas de premios de los concursos de fotografía y dibujo infantil pero, de golpe y porrazo, todo se esfumó.
Teníamos el certamen de cornetas y tambores a tan sólo dos días vista, con bandas que vendrían desde Medina del Campo o Burgos… ¡Burgos! ¡Con la que se lio en aquella provincia con el virus en esos días! Una mezcla de impotencia y tristeza corría por mi cuerpo. Evidentemente pensaba en la situación real y mundial que estábamos viviendo y en todas las personas que estaban muriendo a consecuencia del virus, pero sobre el tema del que toca tratar hoy yo seguía sin creerme que no hubiera Semana Santa, así, de un día para otro. Y es que nunca habíamos vivido algo semejante, no estábamos preparados para ello. En los días previos al Estado de Alarma las calles y personas con las que te cruzabas daban como mal rollo, un mal augurio. Caminabas por Santa Clara y existía un ambiente tétrico, similar a una nube de humo invisible que flotaba por encima de nuestras cabezas y que conseguía apagar la energía positiva de los seres humanos. Las Cofradías iban suspendiendo sus actos y procesiones poco a poco: la Tercera Caída y la Vera Cruz creo que fueron las primeras y, de repente, se publica el comunicado oficial: se suspende la Semana Santa de Zamora. Una frase que sa-
bías que, tarde o temprano, ibas a terminar leyendo o escuchando. Esas palabras atravesaron mi corazón como largas y finas espadas, quedando paralizado el tiempo por unos segundos. Pasaban los días de Cuaresma y me daba cuenta de que, a pesar de la gran apretada agenda que tenía tan sólo unas semanas antes, ahora estaba en casa pensando en lo que podría haber sido y nunca existió: realizar una exposición de dibujos, presentar un certamen en Villaralbo, asistir al pregón de Valladolid, proyectar en el de Madrid, reuniones con todos los amigos de la Semana Santa... y, de repente, llegó el Jueves de Traslado. Ahí fue cuando comencé a ver procesiones grabadas de años anteriores y a escuchar marchas fúnebres con el volumen a tope en mis auriculares. La tarde en la que 47
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el Nazareno de San Frontis debió salir de su barrio, yo sentía mucha rareza con la situación pero no terminaba de sentirme triste del todo. Al día siguiente, viendo la procesión del Espíritu Santo, en el mismo momento en que debía entonarse el Christus Factus Est en la Plaza de la Catedral, comenzaba a darme cuenta de la realidad de la situación. No podía creer que esto fuera posible. Fue entonces cuando comencé a colaborar con la mayoría de las Cofradías en la realización de vídeos para su publicación en redes sociales a la misma hora en la que se suponía saldrían a la calle. Esto provocó en mí un sentimiento enfrentado, pues estaba encantado de colaborar con ellas pero, una vez acabada la Semana Santa, terminé con más cansancio que en los años en los que grababa las procesiones. Quizá la importancia que tenían estos vídeos para todos los cofrades que lo podrían ver desde sus casas y el poco tiempo con el que disponía para hacerlos, creó en mí una agitación que jamás pensaba llegar a tener. Volviendo a los días de procesión, llegaría el primero en el que llegué a sentirme totalmente triste: el Domingo de Ramos. Y “suerte”, al menos, que llovió. Pero claro, como siempre he dicho, no es lo mismo que se suspenda la procesión por una lluvia a que se suspenda por una pandemia. Sin embargo, esa misma tarde fue la primera vez en la que la desolación se quedó dentro de mí. Pasaban los días y seguía viendo todas las retransmisiones posibles de los años anteriores hasta que, la noche del Jueves Santo, decidí quedarme en el sofá y esperar a la hora mágica. Fue entonces cuando, a las 5 de la ma-
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ñana, abrí las ventanas y cuál fue mi sorpresa al escuchar el Merlú en varias ocasiones. El caso es que cerca de mi casa tenía dos vecinos que disponían de corneta y, la verdad sea dicha, al escuchar este sonido tan mágico y místico para todos los zamoranos, las lágrimas acariciaron mis mejillas y los compases de la marcha de Thalberg recorrieron mis venas. No podía por menos que desayunar sopas de ajo. ¿Cómo podía pasar de ellas? Igualmente hice lo propio el Domingo de Resurrección con el Dos y Pingada. Terminada la Semana Santa reflexioné sobre el asunto. El virus nos dejaba sin procesiones, sí, pero lo que nunca podría quitarnos son la ilusión, el sentimiento, el amor y la pasión por lo más grande que tenemos en una ciudad que se está muriendo rápida y trágicamente. Y por supuesto, seguiremos trabajando para que las nuevas generaciones la conozcan y la amen tanto como lo llevamos haciendo los demás, tiene que ser así. No tendremos procesiones en uno o dos años más pero nosotros no dejaremos, nunca, que sean olvidadas.
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El 14 de marzo del año 2020 el Gobierno decretaba el estado de alarma para controlar la pandemia Covid-19. Con esta medida se suspendía la celebración de la Semana Santa en las calles y templos de España. El 30 de marzo, tras las pertinentes pruebas serológicas, me confirman que sufro infección por coronavirus. Por estas circunstancias me quedé, nos quedamos tantos, en Madrid, separado de mi tierra, de mi casa, de mi familia, de mis amigos, de Zamora … Por entonces, y componiéndolos a mi manera, pasaron algunos de los días y momentos más señalados de una Semana Santa de Zamora alejado de ella. el itinerario 2021
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2 de abril, Jueves de Pasión
“ Señor mío y Dios mío, creo firmemente que estás aquí, que me ves, que me oyes; te adoro con profunda reverencia, te pido perdón de mis pecados, y gracia para …. ” Gracia para honrar tu Pasión, Muerte y Resurrección, gracia para no olvidar, en los días en ciernes, que tu sacrificio no fue baldío y aunque no salgamos a la calle para conmemorarlo a través de nuestras procesiones, debemos hacerlo desde casa a través de la oración y de la reflexión. En las tardes de otros jueves de dolor,
Zamora nos ha recordado que los cristianos han nacido y venido al mundo para ser testigos de la Verdad y proclamar que Cristo está cerca de nosotros aún cuando el mundo actual se aleje de Él. “Y allí, en Zamora, en la otra orilla del Duero, en San Frontis, los vecinos del barrio, alejados de cualquier laicismo, se asoman a la calle para alumbrar la triste senda de su Nazareno hacia el Puente de Piedra; porque esos veci-
nos d e Zamora han sido los primeros a quienes se les ha hecho saber las injurias y la tortura que le aguardan en los días venideros y por eso, en la calle o en los balcones, las gentes del barrio le despiden con profundos sentimientos”. Mirad hoy el rostro de Jesús quien parece decirnos, suplicarnos, no me abandonéis, seguirme en esta Semana Santa de tanta tristeza y lamento. 51
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5 de abril, Domingo de Ramos En Madrid, desde “mi casa”, me dispongo a iniciar la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo, la Semana Santa, como nunca hubiera imaginado: distanciado de mi tierra, de Zamora… Y “encerrado” entre estas paredes he buscado en los rincones de la añoranza las imágenes de otros domingos de ramos, estos si, en Zamora para reanimar las ilusiones que tantas semanas santas depositamos en este día y que hoy parecen distanciadas por la fatalidad que nos quebranta. Entre otras muchas me he quedado con dos, solo las separan 44 años: la más añeja me retrotrae a la primera vez que sujeté la palma y la otra es de mi hija, en el Domingo de Ramos del año 2004. Seguro que los niños y los padres ya esperan con enorme anhelo el Domingo de Ramos del año que viene, como ha sido siempre en Zamora, pues a pesar de las transformaciones en la ciudad y en las costumbres de sus gentes, a pesar de los cambios en la estética procesional, los niños siempre van a ser niños todos los domingos de ramos. Ya puede evolucionar la sociedad, incluso a peor, que siempre habrá padres, madres y abuelos que los vistan con lo mejor de cada armario; que les ciñan las palmas con las mejores sedas tintadas; que les hagan esas fotos que siempre guardarán con ternura; y que les arropen cuando salen a recibir a Jesús en este domingo risueño. Así ha sido siempre y así lo seguirá siendo.
8 de abril, Miércoles Santo Hace tres años tuve la magnánima prerrogativa de efectuar la plegaria al Santísimo Cristo de las Injurias en el atardecer del Miércoles Santo en Zamora… Hoy con la túnica blanca y el caperuz colorado tristemente confinados en un viejo baúl; hoy en este Miércoles de Tinieblas más tenebroso que ninguno; hoy en un Miércoles Santo sin Procesión del Silencio; hoy, en estas afligidas circunstancias que me impiden emprender el trayecto hacia la catedral y visionando aquella plegaria he meditado sobre su vigencia en los días que estamos penando y he retenido aquellas palabras que ofrendé: “ Y con toda la servidumbre de mi profesión Te pido confiadamente por los enfermos, por los traumatizados, por los heridos… Por aquellos que sufren en la cama de un hospital o en la soledad de su habitación. Ofréceles Señor el bálsamo, el aliento, que no Te ofrecieron en Galilea. Y porque en Tu Pasión sufriste los más crueles escarnios físicos, los más perversos suplicios carnales y no recibiste el consuelo de los hombres, nunca abandones a quienes sufren cualquier forma de padecimiento ”
CRISTO DE LA INJURIAS, ESCUCHA NUESTRAS PLEGARIAS
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10 de abril, Viernes Santo Hora cuarta. En esta madrugada de Viernes Santo ni la túnica ni el capillo de holandilla negra aguardan inclinados sobre el sillón; el decenario y el cíngulo de esparto permanecen enrollados junto al medallón de la Cofradía en su caja. El “merlú” no ha retumbado para despertarme y tampoco habría hecho falta pues ha sido imposible conciliar el sueño… … Como aquella madrugada del Viernes Santo de 1960, el año que me apuntaron en “la Mañana” como Hermano de Cruz y en la que a duras penas pude dormir pues mi padre, antes de salir a procesionar con el Cristo Yacente, me había prometido que me llevarían a ver la Reverencia en la calle de la Amargura. Y hasta allí me llevó María quien primero, y piadosamente, se arrodilló ante la Virgen de la Soledad y le rezó en silencio, para a continuación ponerme delante de la Virgen de Zamora e “inmortalizar” mi primer amanecer de Viernes Santo como hermano de la Cofradía de Jesús Nazareno… Sin la túnica ni la cruz, como hoy. Y hoy en esta noche sin descanso, mientras observaba esa imagen de mi infancia, he recordado a quienes me inculcaron el fervor por esta procesión y que caminaron, precediéndome, en la fila enlutada de “la Mañana”: a mi abuelo Enrique Crespo, a mis tíos abuelos Dacio Crespo y José Neches, a mi padre Antonio Crespo... Ellos, esta madrugada, de nuevo, han regresado desde la otra vida, pues ellos y otros muchos si han escuchado un “merlú” de nombre Atilano… Si, en Zamora, un amanecer de Viernes Santo más, han retornado todos los hermanos difuntos, han pasado registro y han entrado en San Juan…Y en breve escucharán la orden del señor Aragón levantando el “Camino del Calvario”… Nosotros, los hermanos de la vida terrenal, hoy separados del templo, pedimos: Virgen de la Soledad, serena nuestros pesares y ruega por nosotros.
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Hora nona canónica, la hora de la Misericordia Dice la historia que Jesucristo fue clavado en la cruz sobre las nueve de la mañana, que falleció sobre las tres de la tarde y que fue enterrado hacia las seis: Zamora lo evoca a través de sus plazas y sus rúas. En una de ellas, lo presenciamos... Presenciamos como Cristo es descendido con todo el amor y fervor por sus devotos y como es recogido con todo el respeto por José de Arimatea y Nicodemo; como se lo entregan a su Madre y como lo conducen hacia el sepulcro; como lo entierran envuelto en vendas y cubierto con la sábana mientras su Madre, afligida, sostiene la preciada carga de los clavos que le sujetaron a las maderas. Y vemos, cautivados, encumbrarse entre las gentes al “Retorno del Sepulcro”, escena tallada por Ramón Núñez cuyo perfil de camello se acerca a las fachadas de la estrecha calle mecido por los sones fú-
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nebres de este día tan fúnebre … Si, ahí va el “Camello”, avanzando por la Rúa de los Francos recatadamente, casi pidiendo condescendencia, pero con el ánimo que concede el traslado de la Madre que ha enterrado a su Hijo muerto por todos. Y pasa ante nosotros deteniéndose para que ayudemos a Juan en su consuelo a la Virgen, para que aliviemos las lágrimas de Magdalena y para recordar con nuestras oraciones a los que ya no están, pero estuvieron, delante y dentro del “paso”… El Viernes Santo del pasado año, el señor Macario y “aquel” a quien llamaban Totó, junto a cuantos antaño compartieron con ellos el itinerario del “Retorno del Sepulcro”, guiaron y empujaron desde la Gloria a los que ese día, en la tarde y en la noche, levantaban y acunaban “su paso” en los momentos más sombríos de la Semana Santa.
12 de abril, Domingo de Resurrección Quedó comprobado que Jesús había muerto, lo atestigua el Centurión que informa a Poncio Pilato y lo documenta la Historia a través de sus páginas, de ahí la grandeza de su gloriosa Resurrección, porque Cristo resucitó … Lo proclama el Evangelio: la piedra que cierra su tumba se movió; las mujeres descubrieron el sepulcro vacío; y existen testimonios de sus apariciones: a Magdalena, a los discípulos… “En la mañana del Domingo de Resurrección Zamora concentra un tumulto bonachón, una confusión alegre, como preámbulo a la gran ceremonia del Encuentro entre Madre e Hijo. La muchedumbre ya se agolpa en las calles y en las aceras de esta margen del río. Y en ese ambiente de presagio primaveral aparece un cortejo, aún, de tristeza camino del Piñedo y otro jubiloso camino del Pizarro, ambos en su itinerario hacia la Plaza Mayor”.
Pero no este año... Este año, en la Rúa, en nuestra casa, los capotes de seda no van a salir al encuentro del Resucitado para recibirle con verónicas de aleluya ni a despedirle con chicuelinas de alharaca. Este año no … Sin embargo, no debemos afligirnos pues otra primavera más se ha hecho el milagro de la Resurrección y la Virgen ya está con su Hijo: el Amor de la Madre ha destronado al Dolor de una Madre... … La Resurrección de Jesús es el cimiento de la fe cristiana. Con la emoción desbordada por la consagración de la fe y con la melancolía de su no celebración en las calles de Zamora, se cierra la Semana Santa que este año la hemos recordado confinados dentro de las paredes de una casa sin jaleo ni anarquía, sin olor a naftalina ni a aceitadas, sin colgaduras ni tapices en los balcones. Y ahora… …Proclamemos la Pascua de Resurrección !!
De este modo percibí la más afligida Semana Santa que conocieron mis años Enrique Crespo Rubio
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Corría el año 2005, concretamente el 14 de febrero, cuando en California Steve Chen, Jawed Karim y Chad Hurley crearon una plataforma en internet donde la gente podía subir y compartir videos con otras personas por todo el mundo, ante la imposibilidad que tenían de compartir vídeos de una fiesta a la que habían asistido en San Francisco. A esta plataforma la llamaron YouTube. Y fue YouTube quien ayudó a muchos zamoranos a “salvar” la Semana Santa de ese año tan dramático que fue 2020. Aquellos pocos casos puntuales de una gripe mala que venía de China resultaron ser una pandemia mundial con miles de muertos que obligaron a tomar medidas extremas como fue no dejar salir a nadie de casa. Y en estas el calendario, que no entiende de pandemias, marcó la fecha esperada todo el año en Zamora, Se-
mana Santa. Una Semana Santa en casa, sin poder salir casi a nada, con todo cerrado. Así que afloró el ingenio. Ya que no se podía vivir la Semana Santa fuera, vivámosla dentro. Y así sucedió. Por supuesto hubo corte de pelo el día del Traslado, y bravas, y ……lo de siempre de ese día….. Y YouTube hizo que el Nazareno saliese puntual de San Frontis, y llegase tras cruzar el Puente y subir la cuesta a nuestra cita en unos “Tilos” especiales en el salón de casa. Y sin salir del salón lo acompañamos a la Catedral. Por supuesto hubo aceitada el viernes y el Cristo del Espíritu Santo llegó a la catedral y le cantamos a eso de las 12 de la noche. Y por supuesto salió Luz y Vida, esta vez puntual, pues es lo que tiene el play. Y hubo burra…aunque esta vez sin niños pero el recuerdo para la más especial de todas.
Fue un año especial, donde ocurrió el milagro de poder llegar a ver cantar el Jerusalem en primera fila en Santa Lucía tras salir de la Tercera Caída, y pude llegar después a primera fila de sofá a la 1:30 cuando la procesión bajaba por el Arco. Mi momento de acera fue mi momento de sofá.
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Pero los recuerdos y la fibra la tocó La 8, por la mañana había debutado la cofrade más joven, pues el más joven no pudo llegar a tiempo desde Almería, Youtube había sacado la procesión de San Lázaro pero….a la hora justa y en el momento justo…La Muerte no es el Final retumbó en el salón, vista como nunca, desde arriba y desde fuera, pero la cabeza estaba en la Plaza. Fue sin duda el momento de los momentos, y el recuerdo con el que me quedaré de la Semana Santa 2020, aquella que YouTube nos enseñó en primera fila. Fue un año especial, donde ocurrió el milagro de poder llegar a ver cantar el Jerusalem en primera fila en Santa Lucía tras salir de la Tercera Caída, y pude llegar después a primera fila de sofá a la 1:30 cuando la procesión bajaba por el Arco. Mi momento de acera fue mi momento de sofá.
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Así transcurría la Semana Santa, con las tradiciones paralelas absolutamente respetadas en tiempo y forma, con los de siempre vía Whatsapp, y las procesiones en tiempo y forma, puntuales en la televisión y disfrutadas en esa perenne primera fila. Hasta que llegó el Jueves, sí, ese día donde mi padre preguntaba cuando era joven si vivía allí. Un día de estar fuera hasta el viernes, sin poder salir. Curiosa paradoja…Pero a las 4 pañuelo, medalla, gasolina de paso preparada….merienda tratando de imitar lo mejor posible al bueno de Raúl, ese compañero de paso y de Z todo generosidad. Y claro, imitando en cantidad pero no en cali-
No entró la Piedad 13 veces, se quedó en 3…Nuestra Madre lució esplendorosa en la noche de mi salón, la Soledad dio la vuelta por mi casa, por que sí, fue la Soledad quien fue protagonista de esta rara Semana Santa. Soledad en las casas mitigada por ese invento de tres americanos, que, sin saberlo, salvaron en aquel rincón olvidado de Castilla, sus días más importantes del año y fueron la luz de gentes que, aunque tomados por locos y frikis, no
dad, la cosa se fue un poco de las manos…hasta que hubo pique virtual con el Prendimiento….a ver quien entraba más veces al Museo….Y EL LAVATORIO ENTRÓ 13 VECES, hasta que se juntó con la salida del Yacente. Tras cantar el Miserere a pleno pulmón a las 2 de la mañana, el lugar de siempre vino a casa para hacer tiempo hasta las 5 y, mientras en Zamora hubo quien salió a tocar el merlú al balcón, YouTube puntual levantó el 5 de copas en mi salón, y caminó, como cada año hasta las Tres Cruces de la cocina donde esperaban las sopas de ajo, de calidad suprema este año.
hicieron más que tratar de ser felices, a su manera, unos breves instantes en tiempos tan difíciles. Yo he contado la mía, friki, loca, pero sentida al 100% a mi manera, tratando de estar donde siempre y con los de siempre, pues lo importante es eso, el saber que los de siempre siempre estarán contigo, por tiempos duros que vengan, y te respetarán como eres pues en el fondo ellos son como tú. Respeto, tradición, vivencias.
Y como Jesús al tercer día resucitaremos, no este 2021, donde parece que todo será parecido. Esperanza al menos de poder cambiar Whatsaap por presencia, aunque sea a distancia, pues YouTube otra vez nos teletransportará a, esperemos, 2022, donde todo volverá a ser igual. A los que no están, os echaremos de menos y será por vosotros. Y los que quedamos, disfrutemos como podamos e impidamos que esto muera. Salud para todos. Roberto Félix Fuentes
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Como me lo contaron os lo cuento… Quedaban atrás los fríos días invernales y la primavera de 1945 intentaba hacerse un hueco tras los cristales del viejo zaguán. En aquella casa, situada en el moderno paseo de La Avenida, el tiempo parecía detenerse; el silencio lo inundaba todo, un mutismo roto, tan solo, por las carcajadas infantiles que provenían del exterior. Aquellos niños que, raudos, abandonaban sus pupitres hasta el día siguiente, para divertirse a la sombra de los viejos negrillos que aún oteaban el incipiente ensanche de una ciudad que crecía llena de vida y esperanza. En el piso superior se hallaba el salón principal, una acogedora estancia noblemente presidida por un hogar de granito sobre el que colgaba un el itinerario 2021
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retrato decimonónico de un militar elegantemente ataviado. Al fondo, junto a un acristalado mirador, veía pasar las horas una venerable mujer sentada en su cómoda mecedora. Su ondulado cabello níveo reflejaba la dorada luz del astro rey mientras se mecía suavemente en el asiento. La misma luz de un sol vespertino que le iluminaba las manos, de apergaminada piel, descansando cruzadas sobre su regazo. Embargada por aquel sosiego de la tarde, la mujer se sumía en un profundo sueño… En aquel sueño se veía a sí misma deambulando cabizbaja por su casa. De pronto, abría una ventana y, al tiempo que recibía una bocanada de aire fresco, escuchaba el sonido de un clarinete que interpretaba, tímidamente, una marcha fúnebre en la lejanía. Ese bello sonido le hizo advertir que la ciudad se hallaba en plena Pasión y, con la imaginación, intentó viajar hacia las calles y plazas de Zamora para sumergirse en ese mar de sensaciones que componen nuestros días más grandes. La calle era distinta, el asfalto dominaba el otrora paseo de tierra, no había tantos árboles y grandes edificios se alzaban frente a su ventana. De pronto, el estridente sonido de una sirena policial rompió aquel dulce momento y, al unísono, decenas de manos aplaudían desde las ventanas de los edificios contiguos. Un extraño desasosiego invadía a la mujer que, desde su mirador, contemplaba asombrada la escena. En ese momento sintió, sin saber por qué, que ese año si había Semana Santa. Claro que la había, como cada año, pero ella sabía que, por alguna razón que escapaba de su conocimiento, aquella Pasión no sería igual. Una voz interior le decía que solo tenía que sentirla con la fuerza del corazón pero, ¿por qué habría de hacerlo? Extrañada, percibió los ecos de la gente caminado en pos del Nazareno de San Frontis. Mentalmente subió la cuesta, camino de la Catedral; desde allí voló al cementerio, donde miles de almas aguardan el recuerdo de los vivos; sintió el trémolo de las palmas en la plaza mayor, donde comprendió que la Muerte no es el Final, nunca lo es. También bajó a Santa Lucía, donde Zamora se torna Jerusalén; cruzó el puente, camino de San Frontis, haciendo el Vía Crucis de su corazón. Pisó las calles de los barrios bajos y pudo escuchar siete veces el último aliento de Cristo; juró silencio a sus pies y, junto al río, pudo ver esos cardos que ennoblecen su calvario. También vio como el rocío de la mañana besaba, atrevido, la frente de la Madre; percibió el aroma familiar de la tarde de terciopelo morado más zamorana y fraternal y, en la noche cerrada, escuchó lejano el salmo misericordioso de esas almas que se fueron. 61
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Aquellas escenas iban pasando por su mente como fotogramas pero, de nuevo, fijó su vista en la calle, que se encontraba vacía, sin gente, sin vida. Tan solo un hombre, con el rostro parcialmente cubierto por una mascarilla, que paseaba a un perrillo frente a su casa. Estremecida y sumamente confundida, la mujer cerró la ventana y se refugió en la calidez de su hogar. En su interior, aún resonaban los acordes de aquel clarinete que le resultaba tan agradable. El almanaque de la sala le indicaba que era jueves, pero no un jueves cualquiera, era Jueves Santo. Cómo recordaba aquellas madrugadas de Jueves a Viernes Santo de su niñez, aquellos amaneceres de negro laval en los que en su casa prácticamente no se dormía. Ver a su padre apretándose la ruda faja en la cintura para cargar con el paso de la Virgen de la Soledad era todo un ritual. Y cuando todo parecía estar en calma, cuando la ciudad dormía, pudo oír la llamada del Merlú. Su corazón dio un vuelco, se asomó por la ventana y le llegó, nítido y claro el arrullo musical de la madrugada más larga, más bella y más sentida: Thalberg… En ese momento, la mujer despertó sobresaltada de su insólito sueño. Desorientada trató de recomponer la historia que había vivido en brazos de Morfeo pero no le encontraba ningún sentido: sirenas, aplausos, música, una calle distinta, vacía, como muerta. No entendía nada. Todo era un sinsentido en aquella insólita pesadilla. Más relajada, y con el claro recuerdo de aquella extraña Pasión vivida en sueños, viajó mentalmente a las viejas rúas y le llegaron los acordes del solemne entierro de Cristo; vio su cuerpo descansar sobre el regazo materno en la noche de Angustias. Y volvió a recordar a esa Madre Sola en la plaza mayor. Tan sola como ella. Solo habían pasado unos meses desde que el amor de su vida había partido al Padre para siempre y ella, desde la quietud silenciosa de aquella gran sala, sentía que en su vida todo se había consumado. Pero no, todo no había terminado porque de de nuevo llegaría la Pascua, el despertar a la nueva vida, el resurgimiento después de la amargura. el itinerario 2021
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En aquel momento, sonaron con fuerza los goznes de la puerta principal y, a la par, se escucharon unos pasos agitados que hacían temblar la madera de las escaleras. Dos niños penetraron en el salón vociferando a coro: -¡Abuela, abuela… han dicho en el parte de Radio Nacional que los americanos están entrando en Alemania! ¬-¿Cómo hijos míos? -dijo la mujer impresionada. -Si Abuela, eso han dicho -contestaron atropellados. -¿Eso quiere decir… que Papá volverá pronto a casa? -preguntó, nervioso, el mayor. -Seguro que si cielo -respondió dulcemente la mujer-. Pronto regresará. Como alma que lleva el diablo, los niños abandonaron la estancia ante la mirada compungida de la abuela que sabía perfectamente que su hijo, militar por vocación y cuna, no regresaría jamás. Su alma vagaba muy lejos, más allá de los Urales, por culpa de los horrores de la guerra. Por un momento recordó que, en su extraño sueño, vio un hombre con mascarilla y no pudo evitar asociarlo a los terribles ataques con aquellas mortíferas bombas químicas de las que se hablaba en ciertas emisoras de radio. ¿Sería aquello un macabro presagio? «Señor, no lo permitas nunca», imploraba con aflicción. Aquel año, la Semana Santa llegó temprano y la incipiente primavera dejo su impronta lluviosa sobre los rostros de las imágenes sagradas como lágrimas dolientes por tanto sufrimiento…
Así escuche este relato que hoy, en la noche de los tiempos, os cuento con los ojos vidriosos y el alma rota, aunque sé que algún día, como Cristo, despertaremos a la vida, a la anhelada libertad. Esa Pascua gloriosa, nos permitirá valorar el mundo que nos rodea y daremos gracias por vivir, por ser, por estar.
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el itinerario 2021 el itinerario 2021
LUNA LLENA PERO VACÍA Luis Felipe Delgado de Castro.
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Apenas nos fijamos todo el año en la luna. Y no estamos en ella, como nos reprendía don Ignacio, el bueno del maestro, cuando, en el pupitre, estábamos ausentes soñando con balones y canicas, teniendo el libro delante abierto y el pensamiento volando lejos del aula. De mayores solo ponemos nuestros ojos en ella, cuando en esas noches mágicas del verano, encendidas de calor, mordidas por el insomnio, aparece en su esplendida redondez perfilando los cielos de la sierra o cuando derrama su luz sobre el rio, tendiéndose sobre él en una comunión íntima de aguas y brillos. Esas noches de luna llena, por ejemplo allá en el Cantábrico de la Mariña, son un himno apoteósico a la hermosura. La luz extendida sobre el mar alcanza todas las distancias del horizonte, allá donde se cose a la oscuridad muy al fondo, y se acerca, subida en las olas menudas, a las paredes de las escarpaduras cercanas. Históricamente la luna llena marcó siempre el calendario judío de la celebración de su Pascua y la recordación de la salida del pueblo hebreo de Egipto, el fin de su esclavitud. De él nació una noche esencial en la historia de nuestra religión: la conmemoración de aquel acontecimiento judaico por Jesús y sus discípulos y los pasajes que le siguieron, su Pasión, Muerte y la Resurrección. En esa noche de luna llena de la Parasceve se cimenta uno de los pilares básicos del cristianismo y su remembranza, dentro y fuera de los templos, que da origen a la celebración litúrgica y popular de la Semana Santa.
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De la luna quiero escribir en este itinerario que este año sale sin señal alguna de penitencias, hecho únicamente con ausencias, tristes y dolorosas, y embrollados preceptos. Un itinerario recorrido solamente en las líneas de papel y tinta, en este nuevo año despoblado de procesiones, que no de devociones. La luna no entiende de pandemias ni de dolores y partos de guerras, ni de seísmos o maldades humanas. Está por encima de la vida humana. Algunos maestros de una brujería ancestral, rudimentaria pero sólida, la han acusado de envenenar el alma de mucha gente, arrastrada por su luz a la perdición, a la locura e incluso a la muerte. Y hasta las ciencias han aseverado alguna influencia sobre dolores de cuerpo y mente. Ella, ajena a estos juicios científicos o fetichistas, sigue su curso sin que pierda su condición de bella, sobre todo cuando la alaban poetas, escritores, pintores, músicos, todos ellos enamorados de su aura. Todas las Artes la adoran y cortejan. Ella no va a faltar a la cita de la primavera en estos días, para señalar el camino que las Escrituras fijan para la celebración de la Pascua y aquella cena del Maestro con los suyos en la que hace, con un pan y una copa de vino, el milagro de la Eucaristía porque quiere quedarse para siempre entre nosotros. Pero se va a encontrar con un paisaje desconocido en su primer encuentro con la primavera y con Zamora. Será luna llena, sí, pero estará vacía. ¡Qué paradoja! Cuando la ciudad esté ya recogida en el sosiego, tras una jornada de júbilos infantiles e impaciencias cofrades, y las palmas y laureles alcancen enseguida las orillas del olvido del triunfo del maestro, acaecerá el plenilunio, la primera aparición de la luna llena, una esfera el itinerario 2021
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maciza de fulgores gateando por los cielos cercanos, hermosa y grande desde el principio de su salida de la misma tierra y luego empequeñecida mientras sigue ascendiendo para ocupar su sitio en el firmamento de la noche. La luna volverá dispuesta a asomarse, limpia y gigante, al atardecer del lunes santo, para contemplar la última caricia de la Madre y del Hijo despidiéndose en la Puerta de la Feria. Pero no podrá ver ese adiós. Y luego en las murallas desgastadas de la ronda de Santa María la Nueva, ya encampanada en el cielo, esperará en vano a ver pasar al Jesús de la Buena Muerte, abriendo surcos de perdón, entre un reguero de antorchas y salmos y solamente se encontrará con la calma y la penumbra, allí acampadas por la costumbre tantos otros días. ¿Qué extraño, no? -se preguntará.
El martes sabrá que tiene una cita con el rio por el que vuelve el Nazareno a su barrio de San Frontis, bordando de luz los pretiles del puente, pero sólo podrá coronar los chopos solitarios de su sempiterna procesión del camino, y aunque esperará a la misma Esperanza a la puerta del convento de las Dueñas, no llenará de dulzura sus brazos abiertos. Poco después, ya clavada en la cumbre del cielo, envuelta en una madeja de nubes, no rociará de relente las últimas palabras del Cristo de la Horta por los Barrios Bajos. Luna llena sola por los caminos del cielo. Sola sin saber el porqué. Al día siguiente, miércoles santo, al poco de nacer, sentirá los silencios cotidianos de la ciudad antigua, pero no verá cómo se ponen de rodillas, ante un Cristo que navega entre la vida y la muerte en el
patíbulo de su cruz. La plaza, vacía de cirios y caperuces, se llenará solamente de melancolías. Y ya subida a lo más alto de la medianoche, tampoco alumbrará las huellas de unos labriegos que salían a esa hora a sembrar de perdón, con matracas, bombardinos y misereres pueblerinos, el calvario de un humilde Crucificado, criado y venerado en el Getsemaní de Olivares. Y sentirá una rara sensación de estar sin estar, desconcertada. Al principio de la noche siguiente, apoyada aún en el espléndido cimborrio, echará de menos no sentarse a la misma mesa del Milagro, no encender los olivos de Getsemaní por las rúas ni besar las heridas de su corona de espinas del Señor o acercarse a limpiar su sudor cuando, con la cruz al hombro, muy fatigado, llega a la plaza. Luego, escalando
los cielos, extrañará no distinguir el entierro del Hijo de Dios, al que la madera y el arte han convertido en un cadáver más que, en una plaza castellana, es ungido y amortajado con el perdón de un miserere recio y profundo que abre las carnes de la madrugada, curándolas con piedad y compasión. La misma luna, descendida ya de su cima, se quedará esperando inútilmente a besar la cruz de un Nazareno que ella vio tantas veces camino del Calvario, San Torcuato arriba, llevado en volandas por una maravilla de música y se irá con el día sin llegar a besar las manos de su Madre de la Soledad, camino de las Tres Cruces. ¿Se habrá equivocado de mes? ¿No es ya primavera? Cuando regrese de sus horas de escondida faz, no velará el solemne entierro del Señor por la rúa, celebrado en la
Palabra, siempre viva, del templo. Y en esas noches últimas de su dominio de los espacios y las luces, añorará no caminar junto a esa gran constelación de mujeres que acuden solícitas, con una vela y un rosario, tras la huella amorosa de sus Vírgenes más queridas, más tristes y más solas. Nuestra Madre y La Soledad. Y empezará el camino de regreso a cuarto menguante confundida. ¿Habré perdido el rumbo exacto de mis pulsos? En este año, esa luna, llegada al plenilunio el domingo de Ramos, no vestirá esas estampas que acabo de recordar. Será una luna, como la del año pasado, entregada a una extraña quietud, izada en lo alto de los cielos, iluminando las mismas sombras de siempre, impasible en su camino de las noches de un lado a otro del firmamento, como cuando se deja ver otras veces durante el año, pero sin escena alguna que decorar, dibujar, resaltar, completar. Esos cuadros que, surgidos del temple de una fe inconmovible, austera pero sincera, levantan admiración en medio mundo no tendrán la fascinante pincelada de la luna como complemento de su perfección plástica. Esta luna, la primera de la primavera, iluminará de nuevo tan solo silencios, soledades, inocencias, distancias, ausencias, evocaciones. El escenario es el mismo de siempre pero los actores, todos, amenazados y castigados por una despiadada plaga, no podrán representar esa maravillosa colección de pasajes de la Pasión en la que, de forma única, se unen Drama y Arte, para dar testimonio de piedad en las calles. En estos días, este año de nuevo, tendremos un duro eclipse de procesiones y ella, la luna, aún sin entenderlo, seguro que nos echará de menos. Y nosotros a ella. 67
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Zamora vive el silencio. Desde siempre y para todo. Zamora calla, aunque le duela. Zamora no te reta, te espera. Siempre callada, siempre atenta. Zamora no ruge cuando la golpean. Zamora tiene eso que no tienen otras: paciencia. El silencio que parece que adormece, que pulula entre las calles cuando paseas. El silencio que no se rompe más que con las gotas de lluvia que trae casi
siempre la primavera. Es tan fuerte la sordina en esta tierra que la niebla se siente, se escucha por su fuerza. Una fuerza desmedida que la envuelve en esperanza cuando todo termina, cuando todo acaba, cuando nada empieza. La Semana de Pasión se quedó muda, como ella, como Zamora cuando se queja. Y muda siguió adelante, haciéndose sentir, pero sin verla. Parecía que caminaban los pasos, esta vez sin dejar huella. Y las campanas del Barandales se escuchaban a modo de eco en los tímpanos atentos de “la bien cercada” que, callada, reza. Una Semana muda, como el silencio de los que nos dejan. A veces tan solos como llegan a esta tierra. Pero siempre es de agradecer que te hayan metido en el cuerpo ese veneno que nos embelesa. Que nos rompe el alma cuando los tambores cesan. Cuando la mi-
rada de esa imagen llora sola en su iglesia. Por ellos, por los que nos han dejado y no volverán nunca, Zamora hoy se lamenta. Se enoja y grita en silencio porque así es su naturaleza. Parece fría, pero no lo es. Parece inerte, pero coletea. Parece inmóvil, pero se tambalea buscando en esa mudez una palabra sincera: la nuestra. La de todos los que sin verla sentimos que esta, nuestra Semana Santa, se mueve por nuestras venas. Zamora vive el silencio. Zamora calla, aunque le duela. David Álvarez Alonso
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Vivimos tiempos extraños, inimaginables hace tan solo un año, en los que nuestras vidas han dado un cambio ¿temporal? del que todos estamos deseando salir para volver a una normalidad que posiblemente ya no sea como aquella que tan vivamente recordamos y anhelamos. Me han pedido que describa qué pasó por mi cabeza durante la Semana Santa de 2020, con todo el mundo recluido en su casa sin saber realmente cómo habíamos llegado hasta ahí, pero con la esperanza de que el año siguiente volveríamos a vivir todo aquello a lo estábamos acostumbrados y que formaba parte de nuestra vida como zamoranos y como creyentes. Aquella segunda semana de abril del año pasado fue un tiempo para la reflexión, mezclada con la esperanza y la confianza en que ese Cristo de las Injurias al que siempre nos encomendamos nos ayudaría a salir del trance lo mejor y lo antes posible. Fue
también un tiempo para darnos cuenta de que, por repetirse cada año de forma casi automática, habíamos dejado de valorar nuestra Semana Santa como se merece y de darnos de bruces con lo que nunca queremos ver, es decir con nuestra propia fragilidad como seres humanos. La tarde del Miércoles Santo no hubo preparativos en las casas, no caminamos hacia la Catedral, no nos abrazamos a los amigos de siempre, no juramos silencio ante el Crucificado y no encendimos nuestra vela a las ocho y media de la tarde, pero en la mente y en el corazón de todos nosotros -del más joven al más veterano- estuvo presente ese recuerdo, volvió a encenderse la llama de esa imaginaria vela para pedir por los nuestros, para que esta pandemia cruel no les afectase y para que no fuera la puntilla que le falta a este rincón de España cada día más olvidado y más vacío. Ha pasado un año y tal parece que estemos instalados en un permanente bucle cuyo fin esperamos, pero aún no atisbamos con claridad, porque este año tampoco habrá procesiones, ni amigos, ni forasteros, ni prácticamente nada
más que nuestro Santísimo Cristo de Las Injurias, imponente, majestuoso e intemporalmente misericordioso abriendo como siempre sus brazos a quienes con fe y limpieza de corazón se le acercaron. Al Cristo debemos mirar, ahora más que nunca, porque si lo hacemos con atención nos daremos cuenta de que todo -hasta lo malo- pasa y esto sin duda lo hará también, con su ayuda y con nuestro esfuerzo, y volveremos a hacer los preparativos, a caminar hacia el templo mayor, a jurar silencio, a encender nuestra vela y a abrazar a los que queremos. Todo eso está tan cerca como lejos nos parece. Mientras tanto, mi reconocimiento a quién desde hace años edita esta publicación, perfecta paradoja que nos muestra cómo incluso sin que haya procesión tiene que seguir habiendo un itinerario. Rufo Martínez de Paz.
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Sobre la hora nona la tarde caía plomiza por los campos recién nacidos de Zamora. Un rescoldo de diminuto sol permitía vislumbrar el manto rasgado de un día de aventurado naufragio. Levemente el hilo de luz de una vela mortecina quebraba la tarde de un Viernes Santo desamparado y huérfano, ni tan siquiera la osada lluvia pensaba en esquivar a los oráculos y solo, tan solo, el vacío se asomaba estrechando la mano de un revoltoso viento que ni se contenía ante la fiera armadura de la muralla y las esquinas ajadas de Santa Clara.
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Estuve allí, lo vi como vosotros: el vacío ocre, la nada más explicada redobló torpe ordenando el inicio de una impresionante procesión de sombras solo desvestidas por el soniquete acompasado del Barandales. Nadie camino de ninguna parte. Nadie formando abigarradas filas. Nadie lentamente divagando penas. Nadie apretando las manos de su madre. Nadie……….ni nada por unas desérticas calles pero todo era un prodigio mágico que cambiaba la oquedad en primavera desfilada. Y sí, como siempre, como tantos siglos atrás, el misterio furtivo de abril se ungió de rito y el hombre se transfiguró en pasión y viajaba asombroso y eterno tras desclavar a Cristo en volandas allá por dónde Santa María se hace nueva y románica. Y peregrinaba su ruta secular por veredas de terciopelo negro y cruces doradas. Un silencio brillante se abría paso quebrando la paz impuesta que sitiaba cada hogar mientras las miradas se hacían luz desde los balcones acompañando el esplendor de la comitiva portentosa que escoltaban miles de sombras conmovidas ante el desfilar borroso de los recuerdos cuando la guerra no había segado el tiempo de la vida. Todo era como siempre pero era como nunca. Se atropellaban las marchas camino de la Catedral y los pasos se imaginaban lentamente en bailes infinitos hasta llegar a su atrio. Túnicas por miles caminaban descalzas sin dueño, invisibles, y deambulaban etéreos cientos de pañuelos de seda procurando un lugar atardecido para acompañar su descanso. ¡Madre, el luto azabache, Chopin, los clavos, cruces deshuesadas, las rosas blancas adornando mantos estrellados, el rio que nos lleva eternamente: esa tarde azul de cielo imperecedero!. Sí, fue un Viernes Santo en una Zamora sin Zamora, sin banzos doloridos con dolor, una Pasión sin pasión, apasionada. Sí, fue un cielo de arcilla y plomo que secuestró el corazón de la ciudad pero no la despojó de su memoria. La caravana mística retorna fiel, senderos de oscuridad arriba, por estrechas rúas. Oíd un silencio de azud cantado para una primavera que caminó desfigurada una tarde de Viernes Santo por sus calles. El camino gris, la lluvia marchita en la lejanía, el desaliento roto de un abril asediado y rendido al calvario martilleante: ese yermo de soledades que te hace ahora a ti, Jerusalén del viejo reino, en mi recuerdo cercano, troquel de tarde de Viernes de un Dios que muere por calzadas de luto y azor, más tú, más Santa. Casi como el soliloquio abandonado de una senda perdida de espinos hacia la mar de un tiempo de escarcha y grama que fue y aun es, retrato fiel Javier Vidal Hernández de una época desoladamente arrebatada.
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El Miércoles Santo del año pasado me llamó Jesús desde Zamora a eso de las siete de la tarde para decirme que las nubes, esas nubes gallegas que vienen de las Pajarrancas, ya estaban encima del cimborrio de la Catedral, que no iba a llover pero que soplaba un airecito bastante fresco. Hablamos bastante rato y al colgar me eché a llorar como un bendito, cuando había aguantado hasta entonces como un jabato, y me fui a esconder en la cocina porque no iba a poder ver esas nubes, ni al Cristo saliendo al atrio, ni a oler los trazos de naftalina de las túnicas, ni a comerme unas mixtas ni a comprar aceitadas ni a rezarle a la Virgen mirándole a la cara. Anduve dando tumbos por la casa, sin saber qué hacer, encerrado con mis tópicos y mis recuerdos, viendo cien vídeos, rezando en tropel, desgastando el pasillo como si fuera de la Rúa a la calle Santa Clara parándome con los amigos o ante los escaparates de las confiterías. El Viernes Santo la cosa no mejoró. Dormí raro y me desperté a las cuatro y media en punto porque es a la hora en la que te lavas la cara,
te haces un café y te vistes no muy deprisa, recordando más de sesenta Viernes Santos ya, la túnica tiesa o arrebujada, la infancia atropellada con la adolescencia, los zapatos no muy limpios, los guantes que siempre te quedan estrechos, el pañuelo blanco de tu tío abuelo, ese sí, recién planchado. Acumulando reliquias y olores con un regusto pastoso en la boca por culpa de la primera almendra que siempre se te pega en el paladar. En el pueblo en el que vivo las cosas se suceden de una forma parecida. Pero tan distinta. Me levanto a la misma hora, me visto despacio y camino desde casa a la iglesia cercana de mi Congregación para sacar a un Cristo de postguerra, del que soy muy devoto, y llevarlo hasta la Catedral. Cuando acaba ese Vía Crucis de pueblo, con las calles semivacías, colocamos la bandera negra en un balconcillo de la sacristía que da a la antigua cárcel, un espléndido monumento romano, como se hacía los días del ajusticiamiento de los reos y cada Viernes Santo, cuando ajusticiaban al Señor. Este año no nos dejaron hacerlo. El Cristo estaba solo y el luto lo guardábamos en nuestras casas. A punto estuve de ir a la iglesia, a escondidas, y saltarme la prohibición del cura, el mosén, porque me parecía que el luto ese año era más público que nunca.
Pero no me atreví. Desayuné dos veces, me cociné un bacalao que me salió regular, más que nada porque no estaba atento, recé lo que pude y acabé viendo La túnica Sagrada y una película en la que Colin Farrell deambulaba por Brujas con no muy buenas intenciones. No lloré ni una sola vez más. Di mil paseos por el pasillo de mi casa, desde la Plaza hasta las Tres Cruces y a las tres de la tarde, la hora en la que truena y se rasga el velo del Templo, me planté en la terraza mirando hacia el oeste, de espaldas al Mediterráneo, para pedirle a Zamora, a mi Cristo y a mi Virgen, misericordia, y ahogué un grito como el que hacen los paisanos sicilianos en una hora como esa. Misericordia. Y buena vuelta. Hasta que nos volvamos a ver. Hasta que nos dejen, nuestros Cristos y nuestras Vírgenes, rezar por las calles, abrazar a los amigos, desearles larga vida y buena fortuna, y sol y nubes y un bacalao bien hecho y esas almendras llenas de borras de los guantes, pegajosas, que saben a gloria. Donec obviam iterum. Manuel Allué Martínez
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Deberíamos tener el deber inexcusable de contagiarnos las pasiones, de transmitirnos el entusiasmo por aquello que estremece cada rincón de nuestro espíritu; pues somos las sensaciones que nos descolocan por dentro, esas que nos rompen y nos recomponen al mismo tiempo, esas que nos hacen sentirnos realmente vivos. Y es que somos, en definitiva, aquello que nos conmueve el alma. La Semana Santa es inabarcable para la palabra, al amparo de la santidad de sus días se consagra el espíritu a la síntesis de la cultura que conforma nuestra esencia y nutre los rincones más inescrutables de nuestro ser. El lugar que todo lo condensa y al que todo vuelve. El origen del que emana, sin solución de continuidad, la luz. Y es que pocas cosas arañan el alma como lo hacen los días más bellos del año en Zamora, esos que son prólogo y epílogo del sentimiento más puro que envuelve esta ciudad, por cuyas venas corre sangre nazarena. Tal vez nunca imaginamos lo que sería vivir sin aquello que da sentido al rumbo que sigue nuestro corazón cuando se acerca la primavera. Nunca lo imaginamos, o quizá nunca quisimos imaginarlo. Pero a veces, los avatares de la vida hacen que lo inimaginable, suceda. Y de repente, los días se nos escaparon de las manos, y la Semana Santa no fue, o al menos no como la conocíamos. Llegó la Pasión de las puertas cerradas y las ventanas abiertas a la esperanza. Los acordes de Thalberg se ahogaron en el silencio de la madrugada, no hubo incienso en las calles, ni pies descalzos cumpliendo las promesas pronunciadas en la intimidad de una capilla. Las velas se apagaron y un pedazo de nosotros
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se hundió en lo más profundo de esta tierra junto a las raíces de nuestro acervo, atrapado por la incomprensible realidad que se adueñó de nuestros días. Y ahora que nos ha sido arrebatado aquello que conforma nuestra idiosincrasia, sentimos una profunda nostalgia, un vacío insustituible en el que escondemos lo que calla el alma y anhela el corazón cuando la memoria arde en la eternidad de los recuerdos, esos que ahora vagan sin rumbo. Ahí, en ese rincón que alberga las emociones más profundas, reside la esencia de nuestro espíritu. Y parece que el alma no se encuentra en este trance que nos envuelve, en esta realidad desconocida, en esta oscuridad que nos atrapa. El tiempo se detiene y callan las lenguas, porque la palabra no alcanza cuando las tinieblas se apoderan del alma. En estos días revivimos historias pasadas que fueron, historias con las que fuimos y seremos cuando regrese la luz que nos fue arrebatada sin pedir permiso. Regresan a la memoria los cielos que anhelamos, los sueños que volaron en la inmensidad del tiempo.
Y es que a veces, la eternidad reside en un instante. Hay cosas que nos llenan de vida con su simple existencia, por eso pesa y duele tanto su ausencia. La Pasión
es para el zamorano oasis en mitad del ruido, retiro balsámico, destino impuesto por la voluntad de quien se sabe inmerso en la tradición que a través de los años ha escrito esta tierra. Zamora es Semana Santa. En este tiempo incierto vivimos la Pasión con las calles vacías, pero con el corazón lleno, pues la Semana Santa
es mucho más, es un sentimiento que conecta con nuestros orígenes, con lo más íntimo de nuestro ser. Es el tiempo del Señor. Y es que, aunque no sea del modo que imaginamos, será. En el alma de Zamora será Semana Santa. La viviremos, pero de otra forma, con la fe en la mirada y el corazón dispuesto. La semana de Pasión, el anverso luminoso del oscuro reverso que a veces tienen los días. Te guardaré en la retina y te esperaré un año más, pues por ahora, solo soñarte basta. Volverá a ser como siempre fue, regresará la luz temprana de un nuevo tiempo a esta bendita ciudad, y con ella, el aroma inconfundible de la inefable pasión que nos embarga cuando Zamora se viste de Semana Santa. Sara Pérez Tamames.
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Una de las mejores virtudes que tiene la lectura es el poder para viajar en el tiempo, el poder para trasladarnos a lugares entrañables que ni siquiera nuestra mente puede imaginar. Es hora de viajar en el tiempo, de volver a hacer el viaje para el destino que todos estamos esperado: la Semana Santa. Este viaje que vamos a comenzar no …Aquella Semana Santa más verdadera que nunca… es como estamos Sandra Turrado Esteban pensando, porque es un viaje a un momento muy difícil, complicado, doloroso… Pero, no podemos dejar de pensar que “no hay gloria si antes no hay cruz”, el esfuerzo y el sacrificio tienen su mérito, su recompensa, un momento tan esperado y tan efímero a la vez. Comencemos este viaje: Comenzaba la Cuaresma, un miércoles de ceniza como otro cualquiera, la actividad de nuestras cofradías subía más que en otras épocas del año, nos paramos por la calle y la conversación que teníamos era sobre la mejor semana del año, en los grupos de WhatsApp hacíamos planes con la familia y con los amigos para que vinieran a Zamora a poder disfrutar de la fe en la calle. Sin embargo, se cruzó en nuestro camino algo que ninguno esperábamos, la actividad de las cofradías se redujo a las redes sociales, nuestras conversaciones tenían como único tema ese “virus chino” que tan lejos se veía, y los chats se convirtieron en una mina de mensajes para saber si toda nuestra familia y amigos se encontraban bien de salud. La puerta de la ilusión se había cerrado y todavía estamos en busca de la llave que nos haga soñar que existe en la realidad la pasión que estamos esperando. Los quince días que esperábamos estar en casa se convirtieron en meses sin saber qué hacer con nuestra vida. Y la pregunta que a tantos rondaba por la cabeza era ¿Cuándo podremos volver a tener Semana Santa? Y la respuesta era tan dura pero cierta; Semana Santa sí hay, a lo mejor más verdadera que nunca, pero sin procesiones, sin manifestaciones de fe, sin nuestra particular religiosidad popular a nuestro peculiar estilo por nuestras calles. Y así es, nos preparábamos para una Semana Santa muy diferente y revolucionaria que cambiaría nuestras vidas por completo, porque no faltarían las emociones; el llorar cuando vemos la subida de la Esperanza por Balborraz, el sobrecogedor canto del “Jerusalem, Jerusalem” en la Plaza de Santa Lucía, los pelos de punta viendo al Nazareno salir de San Frontis para dar comienzo a los mejores días del año o la alegría del encuentro entre Jesús Resucitado y la Virgen del Encuentro en la Plaza Mayor. Los sentimientos no iban a faltar, porque íbamos a tener más emociones que nunca. el itinerario 2021
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Sin poder salir de nuestras casas, llegó el Jueves de Pasión, más que nunca rebuscábamos en las galerías de nuestros móviles vídeos del Traslado del Nazareno del año pasado. Este año no tendríamos que mirar al cielo para que la lluvia respetase los desfiles procesionales, todo lo contrario, estábamos deseando que cayera un buen chaparrón. Para todo zamorano – o al menos en mi caso – la salida del Nazareno de San Frontis a los acordes del himno nacional saliendo por la puerta de su templo significa el comienzo de nuestra Semana Santa (aunque seamos conscientes de que hasta el Domingo de Ramos no empieza de verdad). Esa ilusión y esos nervios han hecho que te sientas diferente, que empieces a caminar con Cristo para llegar al Calvario, lo mismo haremos durante toda la Semana Santa caminar con él y con su cruz hacia la vida. Viernes Dolores, sin poder asimilar el trágico día previo, no pudo oírse desde la Catedral el “Christus factus est”, Dios se ha hecho hombre; en aquellos que procuraban que tuvieras un plato de comida cada día, en aquellos que trabajaban día y noche en los hospitales para salvarte la vida, en aquellos que podían salir a sus trabajos para que nadie les faltara de nada. Más que nunca tendría sentido pedir por todos aquellos que ya no están con nosotros, no sólo por aquellos que hiciesen posible o no la Semana Santa, sino por aquellos que hacen posible que tú puedas ser diferente cada día. El mundo se estaba convirtiendo un camposanto dónde más que nunca faltaba la luz y la vida para muchos. Qué bonito es ver a los niños salir con las palmas el Domingo de Ramos en la Borriquita ¿verdad? Qué bonito fue ver en la televisión a niños abandonar la UCI como consecuencia de las complicaciones del virus, ese sí que fue un momento diferente, cuando se cambiaron las palmas por aplausos.
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Cada día subían más y más los contagios entre la población, y nosotros nos caíamos una y otra vez, porque no podíamos con la cruz tan grande que teníamos a nuestros hombros, la plegaria cantada de la “Muerte no es el final” tomaba más sentido que nunca, por aquellos mayores, por esos abuelos que hacen posible una sonrisa en la cara de sus nietos, hoy son aquellos que sufrieron la guerra en su nacimiento y no tuvieron la mejor despedida con la pandemia. Nadie se acostaría a la cama sin escuchar en lo profundo de su habitación el “Jerusalem, Jesusalem”, en Santa Lucía el silencio impera de manera sepulcral, en la oscuridad de las casas también se oye el grito de dolor por la comunicación del fallecimiento de uno de tus seres queridos.
una devoción en nuestro corazón. Noche de Tinieblas, así fueron todas las noches para los que estaban meses y meses en los hospitales, sólo les quedaba el amparo de que Cristo nunca nos ha abandonado y no nos iba a dejar solos en este momento. La palabra que se convirtió en emblema en el confinamiento “Esperanza”, muchos hemos acudido a la Virgen de la Esperanza, su imagen ha presidido el perfil de las redes sociales de muchos zamoranos, porque más que nunca hacía falta tenerla presente. La cruz, no sólo la cruz se le hacía pesada a Cristo, que cargaba con nuestros pecados, de un día para otro la cruz para muchos se había convertido en una rutina diaria, nuestro sin vivir viendo caer las horas del reloj en nues-
Aquella despedida de Jesús y de su Madre en el Puente, siempre con la esperanza de poder volver a encontrarse, son las despedidas en los portales de esas familias que no saben si volverán a ver a uno de los suyos que acaba de llevarse la ambulancia. Las Siete Palabras, para algunos se convirtieron en una; Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Esos sanitarios que lloran porque no pueden ya con su vida, no pueden resistir a tantas horas y a tanto dolor por dentro. Silencio, lo único que se mantenía en nuestras calles y plazas todo este tiempo, la eterna procesión del Cristo de las Injurias en nuestro interior, con ese silencio que nos iba desgarrando poco a poco, que estaba siendo
tras cuatro paredes. Poco a poco se elevaba el número de fallecidos en España, nuestros familiares yacían en sus sepulturas con la única despedida de una simple oración en el cementerio, esa noche de Jueves Santo, Zamora entera suplicaba misericordia al Señor, ¡Miserere mei, Deus, secundum magnam misericordiam tuam! El Viernes Santo más triste de nuestra historia, nuestras ventanas se abrieron como nunca a las cinco de la madrugada, porque no existe en Zamora un Viernes Santo sin Thalberg, lo que antes eran los pelos de punta en el interior de San Juan con el baile del cinco de copas, hoy fueron nuestras lágrimas desde los balcones iluminadas con la luz artificial de las farolas. No hi-
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cieron falta caperuces negros, en nuestras casas y en nuestra ropa para asistir a las despedidas de nuestros familiares era el color que más brillaba, llegaba el fin del caminar en este mundo para miles y miles de personas, pero Cristo también a la nona expiró. Nuestra Madre no tendría problema para caminar por nuestras calles, ella tuvo la suerte de poder coger a su hijo en los brazos, de tener su cabeza entre sus manos, de soportar el mayor dolor que muchas madres podrían tener, y esto también pasó, porque muchas madres perdieron a sus hijos y no pudieron despedirse de ellos, no pudieron cogerlos en brazos como lo hacían cuando les acunaban de niños. Y así pasó nuestra Semana Santa 2020, en soledad, ese Sábado Santo no se nos olvidaría ese canto o ese rezo de la Salve. San Juan más que nunca estaba llena de plegarias, así fue también el final de la vida de muchas personas en soledad, con la única compañía y la última imagen en sus cabezas de la Virgen de la Soledad. ¿De verdad sigues pensando que no hubo Semana Santa? Semana Santa es todos los días, con la única peculiaridad de que en Semana Santa el protagonista es Jesús, él nos enseñaba que nuestro templo debía ser el corazón, nuestro interior, que la fe no hay que encontrarla sino que hay que salir a buscarla. Él no buscaba un reino dónde todos estuviéramos en bienestar, fuéramos ricos, dónde el consumismo y el protagonismo fueran los actores de esta sociedad… Todo lo contrario, él nos ha revelado algo de lo que muchos no nos hemos dado cuenta, y es que lo único verdadero que hay es el “amor”, el mandato que él nos dejó, fue sólo y simplemente este, y ese amor se convirtió en la entrega en la cruz por todos, el mayor acto de amor al mundo está en pensar que cuando miramos al Cristo de las Injurias hemos sido salvados por él. Queridos cofrades o hermanos en la fe, no termino con el Domingo de Resurrección porque está por llegar, la vuelta a la normalidad, la alegría e ilusión están por llegar a nuestras calles, porque cuando pasemos esta pandemia en forma de Cuaresma volverá a sonar la Alborada como nunca en Plaza Mayor, Cristo una vez más nos ha salvado y con su resurrección ha derrotado a la muerte 83
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QUE TARDE LA DE AQUEL DÍA A mis pequeñas Cofrades Verónica y Altea, Con la esperanza de la Semana Santa de 2022
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JUEVES SATO DE 2020 Juan Manuel Bragado Molina
Ha pasado casi un año, desde que esta pandemia se extendió a lo largo del mundo y nos apartó de nuestra vida cotidiana, de nuestra esencia diaria, de nuestras tradiciones y de ese abrazo que tanto y tanto necesitamos todos. Que tarde la de aquel día, Jueves Santo, en que iba a procesionar por primera vez
Jesús, abriendo el camino hacia el calvario de un “Jesús Nazareno” de la Vera Cruz cerrando el cortejo una “Dolorosa” sobre miles de terciopelos morados que tiñen la tarde de un color especial, de un morado Nazareno, con detalles de un brillante amarillo, en el atardecer de una bella tarde que siempre deja recuerdos y detalles que no se pueden olvidar. Ya queda menos para que todo esto acabe, poco a poco, pero ya queda menos…. Deseando volver a la calle, junto a nuestros hermanos, junto a nuestros
en la Vera Cruz, solo la mitad del recorrido, pues tocaría cumplir también en Villaralbo….. por eso tantos y tantos años he visto la Vera Cruz desde la acera, a pesar de ser una de mis procesiones favoritas y por la devoción que tengo hacia la Cruz. Recuerdo que fue una tarde triste y extraña, por todo lo que significa el Jueves y Viernes Santo, y que lamentablemente este año nos va a impedir de nuevo ver a las Cofradías en la calle, en su esencia pura, en su esplendor más artístico, en su expresión más profana, en su simbología Cristiana y para muchos cofrades, en la representación Cristiana de la persona de Jesús en la calle, para hacer de Zamora una centro de atención en la Jerusalén Zamorana, que colma de expectativas los corazones de todos los que sentimos y vivimos esto. Es por ello que si cierro los ojos muy fuerte, como lo hice el pasado Jueves Santo, miles de imágenes y sonidos vienen a mi memoria; Una “Cruz” abre el desfile, sobre la astilla del Lignum Crucis, suena la Cruz, y al poco se aproxima “El Lavatorio”, terciopelo morado, “La Santa Cena” y al momento Getsemaní, suena una oración “El Huerto”, antes de que “El prendimiento” de paso a una “Flagelación” entrañable, con Jesús Preso de fondo, y una “Coronación de Espinas” que precede a “La Sentencia” y marca al “Ecce Homo” de Nuestro Padre
pasos e imágenes, con nuestros sentimientos a flor de piel, de esos que estas esperando año tras año que vuelvan a repetirse. El año pasado vivimos una Semana Santa encerrados en nuestras casas, este año será diferente, pero aún incompleta, seguro que 2022 será la que marque una nueva época, en la que todos lo viviremos de una forma diferente, mientras tanto, no dejéis de cerrar los ojos muy muy fuerte, para soñar con procesiones, como yo siempre hice….. Como yo siempre hago. 85
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Rubén Domínguez Rodríguez Historiador del arte el el itinerario 2021 itinerario 2021
El pasado año 2020 supuso, para la mayoría de personas, un punto de inflexión sin precedentes en la cotidianidad de nuestras vidas. Una situación excepcional, como la crisis sanitaria que padecemos, que ha hecho que toda la sociedad afronte, incluso, la alteración de algunas de sus tradiciones y costumbres más arraigadas en su historia y en su memoria colectiva. El tan enraizado silencio que estremece Zamora en estas fechas es mayor, si cabe, en las calles vacías y mudas de los tiempos de pandemia. El tañer de las campanas de los centenarios templos resonaba en la capital anunciando una Semana Santa diferente, que renunciaba a la materialidad de las procesiones y actos litúrgicos para ser vivida por cada persona de manera individual y familiar. Las puertas de la iglesia de San Frontis no se abrieron en esta ocasión, y la imagen de Jesús Nazareno que cada año abre la semana de pasión zamorana no se vio reflejada en las aguas del Duero a su paso por el puente de piedra. Al día siguiente, Viernes de Dolores, las voces cantoras de la Hermandad Penitencial del Santísimo Cristo del Espíritu Santo no entonaron el Christus factus est y el imponente ruido de las carracas no se hizo protagonista entre los muros de piedra de las estrechas calles del casco histórico. La talla de Jesús, Luz y Vida, obra de Hipólito Pérez Calvo, permaneció en la Catedral sin presidir su procesión hasta el cementerio de San Atilano, junto a cuyas tapias cada año se celebra una ofrenda a la memoria de quienes hicieron posible la Semana Santa de Zamora que ahora, gracias a su legado, ostenta un merecido reconocimiento internacional. El Domingo de Ramos la Borriquita de Florentino Trapero no recorrió las principales rúas de la ciudad escoltada por cientos de niños y niñas entre palmas ramas de olivo y laurel. 8686
Los tradicionales grupos escultóricos conviven, en la procesión de Jesús en su Tercera Caída, con obras de arte contemporáneo de gran relevancia. La cruz de yugos y la corona de arados de José Luis Coomonte permanecieron a cubierto, al igual que el Santísimo Cristo de la Buena Muerte no descendió la calle Balborraz escoltado por las estameñas blancas de los hermanos. El Martes Santo no se escucharon las escenas del Vía Crucis mientras el Nazareno de San Frontis recorría la avenida que lleva su nombre, tras despedirse de la Virgen de la Esperanza una vez traspasado el río. En esa misma noche el Cristo de la Agonía, una magnífica talla del siglo XVII, permaneció en el interior de la iglesia de Santa María de la Horta sin que, por vez primera, se pudiese llevar a cabo la lectura de las Siete Palabras. Al día siguiente la ciudad continuaba sin turistas, sin visitantes, sin olores ni sabores característicos de estas fechas. El incienso de los pebeteros de la Cofradía del Santísimo Cristo de las Injurias estaba ausente y su imagen titular no presidió el tradicional juramento del silencio. Tampoco salió a las calles, ya entrada la noche, la Hermandad de Penitencia. El Cristo del Amparo, portado entre largas filas de hermanos ataviados con la capa parda alistana, permaneció custodiando e l curso del Duero desde su templo San Claudio de Olivares. El Jueves Santo las hermanas y los hermanos de la Virgen de la Esperanza no entonaron la salve popular y por la tarde los hermanos de la Santa Vera Cruz no se concentraron a la entrada del Museo de Semana Santa con sus túnicas de terciopelo aguardando el inicio de la procesión. Ya entrada la noche, la imagen de Jesús Yacente no salió del templo y el Miserere fue sustituido por un rotundo silencio que inundó, como otras, la Plaza de Viriato. A las cinco de la madrugada del Viernes Santo no se interpretó la Marcha fúnebre de Thal-
berg. Por la tarde, la procesión del Santo Entierro no portó la imagen de Cristo muerto por el frío empedrado zamorano como tampoco, horas más tarde, Nuestra Madre de las Angustias pudo transitar por esas mismas calles. Las damas de la Virgen de la Soledad no pudieron acompañar físicamente a la imagen de Ramón Álvarez. La sencillez de su hábito negro no precedió, en esta ocasión, un Domingo de Resurrección en el que Jesús y María se encontrasen en la Plaza Mayor. Una ciudad, la de Zamora, que vive comprometida con el sentir de sus gentes. La Semana Santa es una tradición que, lejos de no celebrarse, cobra más sentido aun cuando las dificultades afectan a tantas personas como sucede en estos dos años, 2020 y 2021, en los que debemos fijarnos en nuestro pasado común y, con mayor ímpetu, orientarnos hacia el futuro.
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Volverá a sonar “Nazareno de San Frontis” desde el otro lado del río, no os quepa duda. Volverá ese jueves que es inicio y es final, que es dolor y también perdón, que es muerte y vida al mismo tiempo. Escucharemos nuevamente como se merece la marcha del maestro Cerveró. Debemos permitir que la escuche desde el rinconcito del Cielo reservado a los grandes músicos. Todo ello volverá, pero mientras tanto, cada zamorano convertirá el salón de su casa en su particular plaza de Santa Lucía y, como cada lunes santo por la noche, el corazón encogido entonará
el “Jerusalem Jerusalem”, maravillosa pieza de mi querido Miguel Manzano. Hoy, más que nunca si cabe, el “Mullier” de Enrique Satué debe servirnos como oración, como plegaria, como recuerdo a tantas vidas cercenadas, como bálsamo. El cántico, convertido en excelsa poesía, y que es alimento para el alma gracias al coro de La Buena Muerte, hoy debe sonar con más fuerza, con más sentimiento si eso fuera posible, pues hay notas en el aire, hay sonidos, que son año, que son vida, que son la razón de ser de una ciudad que durante diez días se muestra al mundo desde lo más íntimo. Porque no hay primavera sin “Christus factus est”, sin un clarinete en la lejanía, sin un recuerdo convertido en oración desde San Atilano, sin la sonrisa de un niño con su palma y sin “Cordero de Dios”, luz de domingo, presagio de lo inevitable, esperanza de un pueblo. Llegará de nuevo el peso de una cruz de yugos, de una corona símbolo de la tierra labrada. Seremos testigos una vez más de una despedida resignada, y comprobaremos que, aunque caigamos dos, tres veces…las que sean, seremos capaces de levantarnos, de mirar al futuro con la humildad y la sencillez que caracterizan a los hombres y mujeres de esta tierra, una tierra donde al paso de “Cristo de la Sangre” hemos aprendido el verel itinerario 2021
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dadero significado del sacrificio, de la resignación muchas veces. Una tierra que sabe como nadie que “La muerte no es el final”, y que gracias al coro de la Tercera Caída se convierte en oración, en recuerdo, en las lágrimas de una madre que son las lágrimas del Mundo, “Mater Mea”. Volveremos a ser acompañantes fieles de una Madre desolada, asistida por un manto, un pueblo que cabe en su regazo y que camina a los sones de “La Esperanza de Zamora”, que cruza un puente para decir adiós a su hijo, ese Nazareno que a ritmo de tambor destemplado irá irremediablemente acercándose a la cruz, su destino, nuestro destino. Ojalá sean solamente siete palabras las que separen el horror de un futuro alentador. Padre, “¡Perdónalos!”…perdona a los que hacen de este mundo un lugar peor. Siete palabras nada más. Nuestro futuro, vuestro futuro…el futuro de todos. Siete palabras nada menos.
Nunca antes un violonchelo fue rezo unánime, aliento infinito. Nunca antes cuatro cuerdas descarnadas fueron grito en el silencio, juramento arrodillado ante el Cristo de las Injurias. El ruego a un Dios unido al hombre a través de las manos de mi admirado Jaime Rapado, el cual convierte en caricia, en anhelo, todo lo que toca, desde las entrañas.
Nunca antes un bombardino sonó a los campos de Castilla, con tanta fuerza, tan recio, tan noble. Desde el Cielo y en el recuerdo este año, ¿verdad querido Agustín? Nunca antes una matraca y una capa albergaron tanto en una noche de miércoles santo, donde el miserere de San Claudio resuena a lo lejos, entre las tinieblas, desde el corazón de los hombres y mujeres que
nuestra Esperanza será la esperanza de todos, nuestra guía en estos tiempos de penumbras. Volverán, como no, el olor a garrapiñadas y aceitadas, las meriendas en fraternidad en los aledaños de la Catedral, los acordes de “Mektub” y “La Cruz” con aroma a terciopelo morado, marcando lentamente el devenir de un Jesús azotado, entregado por todos nosotros, diluyéndose como una gota de agua al final de la Rúa. Por supuesto que el corazón de una ciudad volverá a latir junto al Yacente, junto al lecho sobre el que reposan las dudas, los pesares, y también las ilusiones de nosotros, humanos, mientras Pablo Durán hace que Dios baje por un momento a la plaza de Viriato en forma de “Miserere”. Pasado y presente, futuro puro y blanco con olor a cera. Y nunca la “marcha fúnebre” de Thalberg, del que se cumplen 150 años de su fallecimiento, sonó con tanta solemnidad. Ni el “cinco de copas” se levantó con la seguridad del que se levanta cada mañana, para luchar contra sus miedos, para poder dar lo mejor de sí a los suyos. Nunca Jesús camino del Calvario avanzó al paso de la duda, pero este virus la siembra cada día. Por ello este año, más que nunca, debemos entre todos soportar el peso de la urna, una urna que mecida al son de la “marcha fúnebre” de Chopin es fiel reflejo del peso de este mundo que se ha vuelto loco, que nos pone a prueba y nos sujeta a su antojo, como “Los clavos” que sujetan al Padre en la cruz. Llegará de nuevo el día en el que todo un pueblo encontrará refugio en un regazo, en el regazo de “Nuestra Madre”, la que supo recoger las súplicas del que pena, del que sufre, a pesar de tener el corazón atravesado por siete puñales, la misma que convirtió su dolor en aliento y su caminar en esperanza. Y llegará también un día en que la Señora de Zamora regresará a las calles para que toda una ciudad se vuelva manto, camine unida. La Soledad con su dolor, con ese “Dolor de una Madre”, con el Mundo en sus manos, será guía, será, como cada sábado santo, la Madre de un pueblo. Una madre para la que se detiene el tiempo, ese tiempo tan relativo, que a veces pesa y otras vuela. Y fijaremos nuestra mirada en la alegría de la Resurrección. Y entonces una flauta y un tambor nunca sonaron tan fuerte, ni una “Alborada” fue un himno tan anhelado, el cual une tradición y futuro, que bebe en lo más profundo de las entrañas para cantar a los cuatro vientos que aquí en Zamora, todo esto, con el sudor de su frente supieron- todo tan vuestro, todo tan nuestro, llegará. Porque tened la certeza de que llegará. mientras llega, debemos vivir en la seguridad de que lo más importante es cuidarnos forjarse a sí mismos. y cuidar de los nuestros. Y mientras todo llega, el recuerdo será siempre el mejor de Disfrutaremos más pronto que los homenajes a los que se fueron, porque, por ellos y para ellos, debemos vivir en la tarde del sol de un jueves santo, verde esperanza, en cuya mañana esperanza de que todo…llegará. jamás fue una “Saeta” tan buena compañera, tan aliento y fuerza a David Rivas Domínguez la vez. Este año, más que nunca, 89
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Saqué el medallón de su caja y lo puse sobre el sofá como todos los Domingos de Ramos antes de irme a la cama. Me levanté e instintivamente miré al cielo por si había amanecido un cielo plomizo, por si amenazaba agua. Los hermanos de San Lázaro estamos acostumbrados a vivir con la incertidumbre del cielo. Miré como si la lluvia fuera a aliviar la situación que había afuera, como si doliera todo menos: “Mira, se hubiera suspendido igual”. Recuerdo que tuve mi medallón y mi pañuelo pegados a mi todo el día, en la mesa de trabajo. Y en el ordenador, “La Muerte no es el Final”. En este mes de abril en el que todos los días son iguales, la Semana Santa fue un pequeño oasis. Pañuelos en las ventanas, los reposteros en el Ayuntamiento, pequeños pasos artesanos que cruzan San Andrés y otras calles de la ciudad, y la música, siempre la música. Era abrir la ventana y escuchar marchas de Semana Santa entrelazadas con aplausos a los sanitarios y al resto de valientes que pelearon en primera línea. Las hojas del calendario siguen cayendo muy rápido y a la vez tan despacio que no se ve el final. Zamora amanece en Jueves Santo y, aunque no se pueda salir de casa, no duerme. A mis amigos, a mi familia, los veo a través de la pantalla. Esos que habrían venido cuando ya huele a incienso y garrapiñadas, los que habrían esperado en la fila a que salga la procesión, los que todavía ponen las manos por si les cae un caramelo, los que ponen sus hombros al servicio de toda la ciudad y los que simplemente regresan a su Zamora querida. Todos esos, no estaban. O sí, estaban detrás de una pantalla, con su medallón cerca, su añoranza y sus aceitadas caseras. En la noche hay un silencio sepulcral porque no hay un Jesús Yacente por las calles, porque no hay zamoranos en los bares, porque no pasan coches ni por las arterias más importantes de la ciudad. Hay un silencio que se va a rasgar como nunca lo ha hecho. Son las 5 de la madrugada y por todos los puntos de Zamora suena un Merlú. Las cornetas se multiplican como si hubieran acudido a la llamada todos aquellos que ya se fueron y que intentan animar a un pueblo entristecido. La polifonía suena perfecta y el tambor destemplado retumba en cada edificio. Va a levantar “El
cinco de copas” y en muchas casas suena, para todos los vecinos, el himno de Zamora: La Marcha de Thalberg. Se encienden las luces de las casas como si fueran las velas de las hermanas de la Esperanza o de la Soledad. Se apilan los zamoranos en sus ventanas, esperando un cortejo que en esta ocasión sólo será en el recuerdo. Cierran los ojos y vuelven a ser niños soñando con una madrugada mágica. Agarré el medallón de Jesús Nazareno e imaginé que muchos otros también lo estarían haciendo, como si fuera la forma de sentirnos todos más cerca. Me sentí en el Museo esperando que abran para sacar los pasos; me sentí cerca de San Juan antes de que arranque la banda, me sentí bajo Redención avanzando en la madrugada más mágica, me sentí rodeado de cruces negras y túnicas de laval negro. Por unos instantes no había restricciones, no había pandemia, sólo había Semana Santa. Cuantas cosas que no valoramos se pueden echar de menos: esos momentos en Tres Cruces cuando unos llegan, otros ya van de retirada a sus casas y a la mayoría les queda la mitad del recorrido. Las sopas de ajo, chocolates, cafés y demás para coger fuerzas y, sobre todo, matar el frío. Las fotos donde cada año falta una cara que ya no volverá pero aparecen nuevas que crecerán junto al resto. Y los abrazos, eso sí que lo vamos a echar mucho tiempo de menos. Los abrazos en el Museo, en la Plaza Mayor, en Tres Cruces y de nuevo en el museo. Esos abrazos que dicen tanto sin decir apenas nada. Y siguieron cayendo las hojas del calendario sin pudor, sin detenerse en su Domingo de Resurrección, en su Cristico de Valderrey, en su Cristo de Morales, en su Virgen de La Hiniesta. Y al final se fue la Semana Santa como se va todos los años, pasando demasiado rápido, dejando Zamora vacía, llenando la ciudad de silencio. Se fue, sin embargo, con una sensación de esperanza que nunca antes habíamos vivido. Esperanza de que íbamos a vencer a un bicho que nos había cambiado la vida, esperanza de volver a vernos pronto, de volver a sentirnos cerca. Esa esperanza que se nos ha truncado también en este 2021 pero que no perdemos de cara al próximo año. Rubén Bartolomé Mezquíta
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DE LA SOLEDAD A LA ESPERANZA Parece muy fácil explicarlo cuando ante cualquier conversación amistosa uno filosofa sobre la vida, acerca de cómo aprovechar las oportunidades, el tiempo… cuando eres joven cómo ambicionas algo, o cómo cuando ya te haces mayor quieres disfrutar algo… resulta muy fácil hablar de lo efímero, porque tendiendo al tópico ¿quién sabe donde estaremos mañana? Y qué difícil resulta, con toda la filosofía que uno quiera, hacerse a la idea, asumir los cambios, aprender que el destino es hoy y que la vida no entiende las más de las veces de vísperas, sino de presente. Y así es como se hace el hombre. La historia de la humanidad ha curtido a esta de una sucesión
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interminable de episodios donde los cambios han sido consecuencia de actos de inmenso dolor (las grandes guerras, las enfermedades pandémicas….). Nadie nos dijo que íbamos a vivir una, y aquí estamos…. Intentando al menos aprender a adaptarnos, asimilando cómo la vida de la comodidad es un poco menos cómoda porque se enfangó en el desierto de una cuaresma pasada. Ha costado sacudirse el polvo de las sandalias. Nuevamente llegamos a los tiempos del desierto cuaresmal, continuando en ese túnel que no termina aunque veamos luces, aunque nos estemos empezando a vacunar en medio de esta tempestad que nos ha tocado vivir. Continuamos el camino de la vida, vida plena que celebraremos en unos días admirando, alabando la gloria de Dios vivo, profesando una vez más nuestra fe en que al final, el camino se reviste de triunfo sobre la muerte. Celebración que repetimos cada año por estas fechas después de recordar una vez más el desierto particular del guía de la fe, que Jesús, el hijo de David, fue tentado en el desierto pero supo sobreponerse y escuchar la voz del Padre que le llevó a la gran ciudad de Jerusalén donde vivió su calvario de pasión y muerte, que perpetuó como ejemplo para que todos los que le seguimos entendamos que nuestro paso terreno se compone de días de vino y rosas y de épocas donde tenemos que caminar con poca luz, intentando que no nos envuelva la tiniebla del sufrimiento y el dolor. Estampa que en anteriores ocasiones hemos vivido de muchas formas, acuciados por problemas de diversa índole… menudencias las mas de las ocasiones, hasta a veces bajo el dolor de la pérdida de la vida humana por aquel ser querido que se fue y que nos obligó a vivir unos días de recuerdo y duelo, pero arropados por el viento favorable de un entorno social plácido. Estar compartiendo la vida con quien te aprecia o te quiere más allá de las paredes de una habitación genera placer. Qué felices nos las prometíamos al empezar el
desierto de aquel año, donde primero nos enseñaron que en alguna parte del mundo empezaba esa espiral de dolor que luego, mediado marzo ya, cuando mediábamos la cuaresma, iba a adentrarse en nuestra vida para frenar en seco todo aquello que anhelábamos y proyectábamos en el corazón para llegar a esa meta tan nuestra que es el Domingo de pascua. Todo truncado por el mandato de la autoridad que ante la enfermedad y el pánico colectivo ordenó la restricción de toda aquella actividad no esencial y de todo contacto social obligándonos a dejar de compartir la vida mediante la presencia para empezar a hacerlo a través de una ventana, de un balcón, de una conversación telefónica tendiendo a lo eterno, o de las pantallas mientras asumíamos el concepto de video-llamada a nuestro vocabulario, vocabulario qué se volvía más comprometido cuando preguntábamos a cualquiera un simple ¿Qué tal? Un interrogante que resonaba cual estruendo desde lo más profundo del corazón emisor al último sentimiento del cerebro receptor. Así es cómo hace un año vivimos una cuaresma, más cuaresma que nunca abrumados por una pandemia que hoy sacude el mundo de oriente a occidente dejando tras de sí, la sombra de la muerte y del sufrimiento de la enfermedad. Obligándonos a ayunar (¡Ay el ayuno!) de todo eso que nos envuelve en felicidad, o nos envolvía, cuando llegaban los días
santos y en esta tierra celebrábamos nuestra tradición más arraigada con gran devoción desde muchas vísperas. Situación que nos condujo, sin solución, a reconocernos débiles, estado puro y natural del hombre. Algo que puede con nosotros y que no nos impide hacer en la vida todo aquello cuanto queremos, contemplamos como el autocontrol se esfuma de nosotros. Trances que provocan que las líneas que separan la razón y
la emoción choquen desnudando la profundidad de lo que somos. Y ahí es donde nos reconocemos débiles. Fragilidades que due-
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len, que desgarran el alma cuando se puede comprobar que gracias a ese ayuno, las vivencias pasadas, esas que tanto nos emocionan al coger un farol, al meternos debajo de una mesa para cargar, al dar un abrazo, la opulencia y el frenesí que le dábamos a los días… tal vez no fueran más que una fachada de seres quizá confundidos, quizá en búsqueda de su yo, quizá renegados por no encontrar el éxito en sus vidas…. Y el tiempo a través de la ventana de un confinamiento se detiene, y el ayuno, de pronto, nos hace pensar en toda esa vida que se va a borbotones en hospitales, entre enfermos y sanitarios que se baten en el cuerpo a cuerpo contra la enfermedad arriesgando lo suyo y lo de los suyos. Tal vez, a través de esa atalaya el ayuno de una pandemia ponga delante de nosotros a los que incluso también ayunaban en la vieja vida porque su rutina era y es la exclusión, la soledad, la pobreza, y la debilidad pandémica. Y en la propia fragilidad reconocida, la pascua que recordamos cada año, y que anhelamos más que nunca ahora, nos tiene que poner delante del espejo para ver al resto del mundo, al menos de nuestro mundo, para tomar conciencia de que no estamos solos pese a todo, de que al otro lado de nuestra puerta quizá el itinerario 2021
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haya un vecino de bloque, de la casa de enfrente, de la otra calle del barrio que pueda necesitar nuestra ayuda, nuestra limosna, que no siempre es dinero, que muchas veces es escucha, es acogida, es compartir nuestra vida también con quien tenemos cerca y que aunque no nos dé la felicidad de nuestro entorno más amistoso y cercano, es limosna que hace feliz. Y esa tendría que ser la actitud para hacer realidad esos pensamientos que nos llegaban o que teníamos en la soledad de la ventana de nuestro desierto y que se teñían de grandes palabras hablando de una sociedad post pandémica más justa y solidaria, de unión y fortaleza. Cuando sufrimos, cuando vivimos, debemos de encontrar nuestra felicidad y proyectarla. Algo que solo es posible hacer, como me decía un amigo en la pantalla la pasada Semana Santa, si vivimos en la dinámica del paso corto, del pequeño detalle. Limosna que resuena a compromiso para entender que Jesús, al que le brindamos la tradición de nuestra Semana Santa, en esa entrada triunfal en Jerusalén, en esa fiesta del amor con pan y vino a sabiendas de lo que le esperaba, en ese vía crucis que padeció hasta la muerte en lo más alto del Gólgota lleno de Injurias, solo nos mandó una cosa, amar.
Y si la pandemia nos encontró en cuaresma para que la viviésemos más que nunca, también nos tuvo que encontrar en la oración. Al Señor Nazareno del arrabal cuando carga con la cruz y deja por unos días a los suyos, los humildes. Al crucificado sobre el que se posa la paloma del Espíritu para hacernos entender que en Él estuvo la salvación del mundo. A los que nos precedieron, tantos y tantos, en el camino de la vida y en el de nuestra Semana Santa, Señor de Luz y Vida. Al Jesús triunfal que entra, bendito en el nombre del Señor, y que camina al lado de nuestros niños entre palmas y olivos, especialmente de aquellos que menos oportunidades tienen. Al Jesús Caído en la cuesta, que es capaz de levantarse para inyectarnos la dosis de ánimo necesario cuando lloramos al hermano perdido. Al mismo que en su último canto en la noche nos llama a la conversión al Señor Nuestro Dios. Orando por la misma ciudad que testifica viendo al Hijo del Hombre padecer el Vía Crucis en medio de sus calles. Él nos amó tanto que expió en lo más alto todas nuestras culpas y sinsentidos. Al mismo Jesús crucificado entre clarines, reposando nuestro silencio en la Plaza. Al mismo Jesús crucificado entre cardos en el monte de la calavera mientras el pueblo llora bajo la matraca machacona. A Jesús y a su madre, la testigo preferente del milagro de la injusticia que siempre tuvo la mejor palabra de Esperanza para superar el trago. Al mismo Jesús que nos reúne como apóstoles en torno al pan y al vino, para enseñarnos una vez más, que no hay amor más grande como el que Él nos dio. Al mismo Jesús al
que desde casa con un sonido enlatado le aclamamos con todo nuestro corazón, Miserere Mei Deus (misericordia, Dios mío). Al mismo Jesús que camino de la cruz nos mostró la Redención. Al mismo Jesús ante el que el centurión, como cualquiera de nosotros al acabar estas líneas, también entendió que al final en verdad, aquel hombre muerto era el Hijo de Dios. Y ya en la sepultura, encontraremos siempre los brazos de una Madre, para que nos haga entender qué fue todo esto que vivimos, para llevarnos de la mano aliviando esta angustiosa pandemia que nos asola. La misma Madre llegará a nosotros y le confesaremos nuestra debilidad y llorará junto a nosotros como nadie lo hace su Soledad. La oración que de la mano de la Madre nos acompañará al Encuentro con Jesús Vivo una nueva mañana de Gloria. Sí amigos, sí… todo esto pasó por la cabeza cuando la pandemia nos llevó a otra forma de vivir. Donde quizá no seremos tan felices, pero donde estamos llamados a encontrarle también el sentido a la vida, para poner coherencia, para hacer una auténtica profesión de fe en virtud de esa Semana Santa a la que tanta devoción le tenemos. Siempre, siempre habrá Semana Santa. El camino de la mirada alta, del paso corto y del amor entre hermanos. Vivamos convencidos de que pese a que esta pandemia que tanta vida nos quitó, que tantas lágrimas nos ha hecho derramar, que nos llenó de tanta Soledad, nos convertirá en hombres que saben adaptarse al tiempo para ser un nuevo signo de Esperanza. Jaime Rebollo Calvo
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DíAS DE INTERIOR
Fueron días extraños, la ciudad debía de estar a rebosar de gente, de turistas, pero sobre todo de zamoranos que vuelven a casa a pasar los días más especiales del año. Las casas tenían que estar llenas de forasteros, los restaurantes y bares repletos de hermanos de paso que se juntan nerviosos los días previos al desfile, las tallas… las listas… entraré este año… Tiendas de telas con sus ya habituales exposiciones de pañuelos y túnicas, pregones, exposiciones, triduos y novenarios, en fin, la habitual vida que Zamora nos devuelve en cuaresma. Al contrario de todo esto, recién entrada la cuaresma nos robaron la ilusión, todo de repente dio un giro de 180 grados y la previa a la Semana Santa, esa que tanto disfrutamos aquí, se fue al traste, y aunque lo veíamos aún lejano, quizás remoto e improbable, la esperanza hizo que lo viéramos algo posible. Finalmente y de manera lógica, el confinamiento más duro se adueño de nuestras vidas justo antes de volver a vivir nuestra semana más grande.
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Lo teníamos en la punta de los dedos, ya lo podíamos acariciar con las manos, el Nazareno de San Frontis estaba apunto de aparecer por la puerta de su templo, si te concentrabas en el silencio de la noche podías escuchar muy a lo lejos el campanil del Espíritu Santo y la “bomba” de la Catedral. Aun con todo, algunos privilegiados pudieron escuchar el Crux Fidelis de Manzano a los pies del Cristico, el último Crux. El Nazareno de la Congregación esperaba ansioso que sus hermanos lo condujeran a las Tres Cruces y pudiera lucir el último retoque de Antonio. Varias marchas han tenido que descansar en un cajón pendientes de hacer sus estrenos en las calles zamoranas. Fueron pasando los días de una manera muy extraña, en casa, sin salir, con nuestras calles abandonadas de gentío, silenciosas, adaptándonos a una situación difícil de digerir y con la angustia de un problema nuevo, desconocido y que se hacía cada vez más y más grande. Personalmente pensaba que cuanto más rápido pasase todo, mejor, pero cuánto más lo pensaba, por otro lado, no podía imaginar que llegaran los días y no tuviéramos nuestras imágenes en la calle. A pesar de estos sentimientos contrarios, los días continuaron pasando y la fecha marcada en el calendario llegó, era jueves de traslado
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y para mi asombro comenzó un aluvión de fotografías, vídeos, textos y música a través de las redes sociales. Los zamoranos no podíamos quedarnos sin sentir, aunque fuera una pequeña parte de las experiencias de la Semana Santa que habitualmente vivimos en la calle, pero esta vez a través de las pantallas. Las televisiones con los falsos directos de las procesiones, la tablet en videollamada con las personas con las que vives habitualmente cada uno de esos días y el teléfono repleto de fotos que no paraban de llegar. Fue un buen momento para rescatar fotos antiguas, de la infancia, con familiares y amigos, fotos de las que ya no se repiten. Los zamoranos conseguimos vivir aquellos días de una manera diferente, podían robarnos las procesiones en la calle, pero la Semana Santa es imposible, Zamora no puede vivir sin su Semana Santa. Habitualmente la Semana Santa pasa en un abrir y cerrar de ojos, todo un año de espera para que al llegar el día se te escape entre los dedos como si quisieras agarrar un puñado de agua. En 2020 fue diferente, los días pasaban lentamente y daba mucho tiempo a pensar qué estarías haciendo en esos momentos si todo hubiera ido bien. Amanecía nublado y aunque ya no importaba, mirabas al cielo varias veces a lo largo de la mañana con un halo de esperanza, deseando que, de un momento a otro, el sol hiciera acto de presencia, como esperando un milagro y te despertases en un soleado Domingo de Ramos. Un año más tarde todavía seguimos mirando al cielo, esperando de una manera u otra ese milagro. Zamora vivirá de nuevo otra Semana Santa, una vez más diferente a las demás, pero nunca jamás sin ilusión. Alejandro Fernández Alonso
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DESDE MI VENTANA José Carlos Rodríguez San Gregorio
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Aquella tarde, sentí como la vida da vueltas alrededor tuyo, y como todos los sentimientos afloran en un antes y un después y donde la calle sirve de paso a unos pocos transeúntes que van de arriba abajo, y donde nada es como era. Estamos confinados en nuestras casas, y sólo nos quedan las recuerdos, la Semana Santa ha llegado, pero esta de una forma adversa, no tenemos desfiles procesionales, no tenemos encuentros con los nuestros, con los de siempre, y sólo podemos asirnos y rememorar aquellos momentos que año tras año hemos vivido, y cuando se aproximan las horas y nuestras túnicas están aun en el armario, sentimos esa melancolía, que nos envuelve y nos asola, porque hemos estado y hemos sido años, testigos de lo nuestro, de nuestras tradiciones, continuadores de la labor de nuestros antepasados. Y ahora no nos queda más remedio que recordar y revivir en nuestra mente esos momentos, esos lugares, esos recorridos de nuestras cofradías y de nuestras hermandades, y pensar que vivimos algo realmente nuevo, inimaginable en el tiempo: Una Semana Santa desde la ventana. Y si ahora corremos nuestros visillos y nos asomamos, sentimos que enfrente de nosotros también hay otros vecinos que se asoman en las horas punta del día recuerdan e incluso nos ponen marchas fúnebres procesionales, y a veces nos deleitan con los Coros de las Hermandades, y donde la calle se convierte en un verdadero ambiente procesional. Pero nuestra tristeza nos deja a ratos aislados y pensando en que todo esto que estamos viviendo, no es verdad, es fruto de un malentendido y de una desidia provocada por una humanidad que se ha deshumanizado, como cuando a Jesús lo condenaron y lo ajusticiaron. No será que ahora alguien nos está pidiendo que reparemos en todos nosotros y que apartemos lo vano y temporal, por lo verdadero y eterno. Es momento de reflexionar y sentir nuestro fuero interno y hacer balance de lo verdaderamente importante y válido para todos nosotros y lo nuestro. Es momento de apostar y saber a buen seguro que esto pasará y continuar nuestro camino en busca de unos valores que perdurarán en el tiempo y esos valores nos guiaran en el futuro y como el buen peregrino que busca la perdonanza, aprovecharemos sin duda para hacernos más fuertes y para dar gracias a Dios y sobre todo para que este confinamiento que nos ha privado de cosas importantes a la vez nos haya dado fuerza para fortalecernos. Y que nuestra ventana sea la que nos abra al mundo y a la vida.
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Domingo de Ramos
El Maestro ya no viene sobre un pollino Desde el corazón, para todos esos abuelos que transmiten a sus nietos las más bellas tradiciones.
El rumor estaba en la calle. Nos negábamos a aceptar una realidad a la que estábamos abocados. Quisiéramos o no. Finalmente se cumplieron los peores augurios. Faltaban apenas veinte días para volver a lucir palmito el Domingo de Ramos cuando tomaron la decisión de suspender la Semana Santa del I Año de la Pandemia, esto es el 2020 DC. Después vino el confinamiento, el cierre de negocios, aislamiento, soledad, muerte, silencio, aplausos,… En mis oídos volvió a repiquetear la coplilla que mi abuela me narraba para contar los domingos de cuaresma: “Ana, Badana, Rebeca, Susana, Lázaro (el mejor de todos porque es el Domingo Tortillero), Ramos y en Pascuas estamos”. Y volví a evocar cuando los amigos escotábamos para que una madre (cada año una) nos hiciera enormes sartenes de orejas de carnaval, flores, rosquillas, buñuelos… ¡Qué sabor! Veíamos cómo aquellos manjares se doraban lentamente a la lumbre de los sarmientos recién cortados de unas viñas que ya comenzaban a despuntar. Anunciaban que ya era primavera. el itinerario 2021
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En el I Año de la Pandemia era el domingo de Rebeca cuando todo se desmoronaba. La tradición que los zamoranos hemos guardado con tanto tesón durante siglos se desplomaba como un castillo de naipes. Resignación. No quedaba otra opción. Por primera vez, desde que tengo uso de razón, no miré las previsiones meteorológicas para el 5 de abril. ¿Total? ¡Me daba igual! No había nada que celebrar. Con la mente llena de imágenes, de recuerdos, de vivencias y de añoranzas me encerré, al igual que el resto de zamoranos, en casa. El virus acechaba por doquier y la consigna era no salir a la calle. Volví a añorar aquellas procesiones infantiles donde el sacerdote, tras bendecir los ramos de laurel, entregaba una rama a cada asistente. Pujábamos por lograr la más grande, pues suponía tener condimento para las comidas durante todo el año. Después, recorríamos las calles del pueblo acompañando al Maestro a lomos de un pollino. Era un día luminoso. La primavera reventaba por todas las partes y cada cual pugnaba por lucir sus mejores galas.
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Y pasó el Domingo de Ramos y el Jueves y el Viernes Santos. Los corazones se encogieron. Los sonidos de siempre volvieron a sonar, no en las calles, si no en el silencio de nuestras mentes solitarias. Y hubo ojos que se llenaron de lágrimas y gargantas incapaces de tararear cualquier marcha que hubiera atronado, de ser un año normal, las rúas de la ciudad. Todos nos ilusionamos con que este mal sueño pronto pasaría. Cada cual nos aferramos a una utopía, a un ensueño. Nos prometieron y nos convencimos de que el próximo año sería distinto. Más grande, más pasional, más auténtico,… Mientras tanto, confinamientos, restricciones, cierres temporales de establecimientos de todo tipo, de comercios, de bares, de restaurantes, limitaciones de reuniones y de desplazamientos,… En fin, recortes de libertades personales. Lo único que no se detuvo fue la caída de las hojas del calendario. Así llegamos al II Año de la Pandemia, entre la esperanza de una milagrosa vacuna y el escepticismo de una solución rápida a esta maldita calamidad. Esta vez no nos ha cogido por sorpresa. Lo veíamos venir y el que más y el que menos nos habíamos hecho a la idea de que por segundo año consecutivo se iba a suspender nuestra Semana Santa. Y así ha sido. El calendario volverá a marcar de rojo el Domingo de Ramos y el Jueves y Viernes Santo. ¡Qué más da! Ya no tenemos nada que celebrar en común. Nuevamente nos tenemos que conformar con ver pasar el itinerario 2021
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por nuestras mentes, como si fuera una vieja cinta de VHS, las imágenes que tantos años hemos vivido, disfrutado y engrandecido. Poco después de Navidad mi hija me regaló una pequeña caja. Contenía dos pequeños patucos y una tarjeta que ponía “guárdamelos hasta que pueda utilizarlos”. Iba a ser abuelo. Una ilusión comparable a la ser padre. La esperanza de un futuro mejor volvía a anidar en mi cabeza. A mi hija le prometí, porque era su ilusión, que cuando acabara el confinamiento iríamos un amanecer a la Sierra de la Culebra a ver ciervos. Y lo cumplí. Fue una jornada inolvidable donde pudimos disfrutar de hermosas manadas de venados. También me prometí que el Domingo de Ramos del II Año de la Pandemia colocaría en el cochecito de mi nieto una rama de laurel. Su madre lo vestiría elegantemente para la ocasión y lo llevaría a la procesión para que viviera la entrada triunfal del Maestro. Quería que su mente virgen se llenara de imágenes que, tal vez, recordaría toda su vida y así imbuirlo de las tradiciones que mis ancestros supieron transmitirme. Pero esta mi ilusión se ha convertido en lluvia de verano, anhelada, pero inútil. Se ha evaporado antes de llegar a tierra. Tendré que esperar, soñar, tal vez anhelar con que mi ofrenda pueda realizarla en 2022, cuando ojalá ya no sea el III Año de la Pandemia y no tengamos que vivir una nueva normalidad, sino el regreso a la normalidad en toda su plenitud. Dalmiro Gavilán Santos
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Y SERÁ SANTA Ana Pedrero Rojo
El campo está anegado de agua, los cielos preñados de nubes y los almendros, que no entienden de pandemias, ya han florecido anunciando una primavera cercana. El tiempo de Cuaresma es el tiempo de la espera, de la cuenta atrás hacia una Semana Santa interior; un vacío exterior, un silencio que impone en las calles, por las que soñaremos que hemos visto pasar a Cristo y a su Madre. Escribo contra la madrugada porque necesito este silencio, este saber que Zamora duerme mientras los noctámbulos la guardamos. Y pienso qué líneas hilvanar para este Itinerario sin itinerarios. Así, tan raro; tan irreal todo. Qué paradoja, que después de veinte años guiándonos por las calles, El Itinerario de este 2021 sea un recorrido por la memoria, por los recuerdos, por el corazón y por la fe. el itinerario 2021
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Estas son nuestras armas a las puertas de una Semana Santa que de nuevo se quedará en casa, aunque en Zamora la sintamos en carne viva, por la sangre, por los poros; aunque a veces cerremos los ojos y nos sintamos ahí: debajo del paso, al lado de nuestros hermanos en la fila, en la acera esperando y pasando frío, y así un día y otro día, como si todo esto fuese mentira, como si esta enfermedad maldita que ha paralizado al mundo fuese un mal sueño. Zamora inicia esta Cuaresma herida en su corazón, en el maravilloso sentimiento colectivo que resucita cada año con la primera luna llena de primavera, cuando los zamoranos arrimamos el hombro con los que nos precedieron y vivimos una nueva Semana Santa como la aprendimos de nuestros mayores. Este año será distinta, será un precipicio en el estómago, unos días de plomo, difíciles, por lo que supone en nuestra identidad y también en nuestro espíritu cofrade, que es la esencia por la que cobran sentido estos días. Quizá también nos hiciese falta este vacío para viajar con los ojos cerrados al interior de cada uno y mantener viva esa llama que no se apaga, esa fe que no necesita ver y permanece inalterable en la ciudad a través de los siglos. Por segundo año, Zamora no pasará el puente junto al Nazareno, ni bajará al Arrabal del Espíritu Santo, ni rezará ante los muros del cementerio o inundará de palmas las calles para recibir al Hijo de Dios. No subirá al cielo desde la Plaza Mayor la oración hecha cántico ni resonará en Santa Lucía un coro de voces graves, ni regresará el Nazareno a su barrio mientras en La Horta el sonido seco de los bomberos proclama siete palabras por las calles. Vendrá el silencio sin necesidad de ser jurado ante el imponente Cristo de las Injurias y ese si-
lencio será el más triste lamento del bombardino. La esperanza será más necesaria que nunca en los ojos de los zamoranos y en los brazos de esta cruz que vive el mundo, y se abrirá la tierra en la noche del Jueves sin necesidad de miserere. No sonará el Merlú y Zamora se irá a la cama en la noche en que nunca duerme, la madrugada más hermosa, y llegará el día sin cortejo oficial para un Cristo Muerto y el refugio de los brazos de la Madre. La soledad será el sentimiento de todo un pueblo y la resurrección la mirada al futuro para una Zamora despojada de casi todo. Y en esta soledad y este silencio, similares a los de esta madrugada, sin bandas de música, ni cornetas, ni tambores, ni coros, ni gentío en las calles, los zamoranos haremos santa una semana desde el corazón, si túnicas ni caperuces, con esta penitencia tan distinta y desconocida, tan dura, que es dejar en los templos y en el Museo a nuestros Cristos y Vírgenes y sentirlos más cerca que nunca porque nunca necesitamos tanto creer sin fisuras en la vida a este y al otro lado de la vida. Son muchos los que ya nos faltan, es mucho el dolor, el cansancio, la angustia y la desesperanza. Pero este febrero que casi termina dará paso a una nueva primavera, y con ella la resurrección del campo y de la vida que muere en el largo invierno. Así nuestra tradición y nuestra fe, siempre vivas, siempre de la mano, en esta Semana Santa sin itinerarios y con una sola dirección: el corazón de cada uno, donde es imposible que no haya otra cosa que verdad. La viviremos, y será santa. 107
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El Itinerario
número diecinueve, decimonovena edición Diseño y maquetación. zoylo producciones
Autores de los textos por orden de relatos Lara de la Calle Martín Óscar Antón Vacas Enrique Crespo Rubio Roberto Felix Fuentes J. Carlos Izquierdo Domínguez Luis Felipe Delgado de Castro David Álvarez Alonso Rufo Martínez de Paz Javier Hernández Vidal Manuel Allué Martínez Sara Pérez Tamames Sandra Turrado Esteban Juan Manuel Bragado Molina Rubén Domínguez Rodríguez David Rivas Domínguez Rubén Bartolomé Mezquita Jaime Rebollo Calvo Alejandro Fernández Alonso José Carlos Rodríguez San Gregorio Dalmiro Gavilán Santos Ana Pedrero Rojo
Fotografías
Jesús Salvador Cecilio Mª del Amor Martín Olivera Enrique Crespo Rubio
Idea de “El Itinerario” Jesús Salvador Cecilio
Reservados todos los derechos de edición. Se prohíbe la reproducción total o parcial del contenido de este número, ya sea por medios electrónicos, mecánicos, fotocopia o grabación u otro sistema de reproducción cualquiera sin la autorización expresa del editor. Las opiniones expresadas en los textos y sus contenidos son responsabilidad de los autores.
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La edición de El Itinerario del año 2021, que se corresponde con la decimonovena, se edita sin publicidad y por lo tanto sin financiación. Se convirtieron en mecenas de la misma las personas cuyo nombre figura en este apartado y en esta lista Mª del Amor Martín Olivera Jeús Salvador Cecilio Oscar Antón Vacas Tomás Antón Sanchez José Alfonso Bragado Calvo José Luis Ramos de la Iglesia Anselmo Esteban Díaz Cesar Zamarreño Sánchez Luis Fernando García Martín Oscar Antón Esteban Enrique Crespo Rubio Mª Angeles Martín Royo Roberto Félix Fuentes Pablo Pelaez Franco Victor L Gomez Luis Felipe Delgado de Castro Jaime Rebollo Calvo María Calvo Martín Constantino Calvo Martín Rubén Domínguez Rodríguez Isabel García Prieto Juan Carlos Izquierdo Domínguez Juan Manuel Bragado Molina Alejandro Fernández Alonso Cristina Salvador Varanda Irene Salvador Varamda Sandra Turrado Esteban Manuel Allué Martínez Josep María Comelles Esteban Luis Martín Miguel Ángel Alfonso Mayo Blanco Jesús Egido González Maribel Martín Royo Ana Pedrero Rojo Miguel Ángel Regueras González
David Rivas Domínguez Luis Santana Juan Rufo Martínez de Paz Carlos Alberto Riego Ramos Javier Vidal Hernández Ángela Cecilio Vaquero Lara de la Calle Martín José Tomas Santiago Pérez Francisco-Gustavo Cuesta de Reyna Luis Pérez Bartolomé Manuel Muñiz Delgado Ricardo Rodriguez Almaraz Manuel Lorenzo Isidro Rodríguez Emilio Jesús Alonso Fagundez Sara Pérez Tamames Luis Pablos Florez Pablo Alonso Vicente Paloma Ferández Valbuna Cristina Lazo Fernández David Álvarez Alonso Vicente Diez Llamas Rubén Bartolomé Mezquita Mª de los Ángeles de Frias Angulo Santiago Sainz de Baranda Jose Carlos Rodriguez San Gregorio Enma José Laguna Martín Iosu Alonso Martín Amparo Burgos Fernández Antonio Álvarez Alonso Rubén Francisco Moro Julian Hernández Moro Miguel Luis Bragado Jesús Escudero Luelmo Antonio Crespo Seisdedos Cruz Hernández del Río
Se terminó de editar este numero 19 de El Itinerario el día 2 de marzo del año 2021 festividad de San Simplicio papa número 47
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