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Días de interior
Fueron días extraños, la ciudad debía de estar a rebosar de gente, de turistas, pero sobre todo de zamoranos que vuelven a casa a pasar los días más especiales del año. Las casas tenían que estar llenas de forasteros, los restaurantes y bares repletos de hermanos de paso que se juntan nerviosos los días previos al desfile, las tallas… las listas… entraré este año… Tiendas de telas con sus ya habituales exposiciones de pañuelos y túnicas, pregones, exposiciones, triduos y novenarios, en fin, la habitual vida que Zamora nos devuelve en cuaresma. Al contrario de todo esto, recién entrada la cuaresma nos robaron la ilusión, todo de repente dio un giro de 180 grados y la previa a la Semana Santa, esa que tanto disfrutamos aquí, se fue al traste, y aunque lo veíamos aún lejano, quizás remoto e improbable, la esperanza hizo que lo viéramos algo posible. Finalmente y de manera lógica, el confinamiento más duro se adueño de nuestras vidas justo antes de volver a vivir nuestra semana más grande.
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Lo teníamos en la punta de los dedos, ya lo podíamos acariciar con las manos, el Nazareno de San Frontis estaba apunto de aparecer por la puerta de su templo, si te concentrabas en el silencio de la noche podías escuchar muy a lo lejos el campanil del Espíritu Santo y la “bomba” de la Catedral. Aun con todo, algunos privilegiados pudieron escuchar el Crux Fidelis de Manzano a los pies del Cristico, el último Crux. El Nazareno de la Congregación esperaba ansioso que sus hermanos lo condujeran a las Tres Cruces y pudiera lucir el último retoque de Antonio. Varias marchas han tenido que descansar en un cajón pendientes de hacer sus estrenos en las calles zamoranas. Fueron pasando los días de una manera muy extraña, en casa, sin salir, con nuestras calles abandonadas de gentío, silenciosas, adaptándonos a una situación difícil de digerir y con la angustia de un problema nuevo, desconocido y que se hacía cada vez más y más grande. Personalmente pensaba que cuanto más rápido pasase todo, mejor, pero cuánto más lo pensaba, por otro lado, no podía imaginar que llegaran los días y no tuviéramos nuestras imágenes en la calle. A pesar de estos sentimientos contrarios, los días continuaron pasando y la fecha marcada en el calendario llegó, era jueves de traslado
y para mi asombro comenzó un aluvión de fotografías, vídeos, textos y música a través de las redes sociales. Los zamoranos no podíamos quedarnos sin sentir, aunque fuera una pequeña parte de las experiencias de la Semana Santa que habitualmente vivimos en la calle, pero esta vez a través de las pantallas. Las televisiones con los falsos directos de las procesiones, la tablet en videollamada con las personas con las que vives habitualmente cada uno de esos días y el teléfono repleto de fotos que no paraban de llegar. Fue un buen momento para rescatar fotos antiguas, de la infancia, con familiares y amigos, fotos de las que ya no se repiten. Los zamoranos conseguimos vivir aquellos días de una manera diferente, podían robarnos las procesiones en la calle, pero la Semana Santa es imposible, Zamora no puede vivir sin su Semana Santa. Habitualmente la Semana Santa pasa en un abrir y cerrar de ojos, todo un año de espera para que al llegar el día se te escape entre los dedos como si quisieras agarrar un puñado de agua. En 2020 fue diferente, los días pasaban lentamente y daba mucho tiempo a pensar qué estarías haciendo en esos momentos si todo hubiera ido bien. Amanecía nublado y aunque ya no importaba, mirabas al cielo varias veces a lo largo de la mañana con un halo de esperanza, deseando que, de un momento a otro, el sol hiciera acto de presencia, como esperando un milagro y te despertases en un soleado Domingo de Ramos. Un año más tarde todavía seguimos mirando al cielo, esperando de una manera u otra ese milagro. Zamora vivirá de nuevo otra Semana Santa, una vez más diferente a las demás, pero nunca jamás sin ilusión.
Alejandro Fernández Alonso