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Soledad
SOLEDAD sara pérez tamames Es Sábado Santo, tercer día del Triduo Pascual. Hoy las calles de la ciudad son de Ella, la Virgen de la Soledad, la Señora de Zamora. Qué afortunados los ojos que la ven caminar y el alma que presiente su llegada. La tristeza de la Madre embarga los rincones, pero la Virgen no está sola, pues Zamora la acompaña, la abraza y consuela, las calles son aliento para Ella. Luz en la mirada, amparo de los zamoranos. La ciudad calla a su paso y le ofrece una bocanada de aire, una caricia en la agonía de la muerte, y se respira el amor que los zamoranos le profesan. Frente a la inmensidad del dolor, frente a la amargura del desasosiego del espíritu, cuando el camino se vuelve oscuro y son muchas las piedras que aparecen en él, las benditas manos de la Virgen son abrigo y consuelo. No hay mayor amparo para sanar el alma, pues su cobijo es sosiego para el corazón y serenidad para el espíritu. Bendita Virgen de la Soledad, la clemencia del cielo, el ruego dibujado en sus manos, la tristeza derramada por su rostro en cada lágrima. Ella es bálsamo y alivio, su dolor apacigua el nuestro, su sufrimiento se torna aliento, pues la bondad y el amor más inmenso es sin duda el de una Madre. Ella es la luz, nuestra guía en el camino. Y quizá acompañarla cada tarde de Sábado Santo guardando riguroso luto, sea nuestra particular forma de darle las gracias por iluminar nuestra vida, porque al igual que Ella nos acoge bajo su manto, Zamora nunca dejará que camine sola, y siempre entonará su canto cuando regrese a la Iglesia de San Juan desde la que escucha y perdona durante todo el año. Virgen de la Soledad, ruega por nosotros.
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