EDITORIAL
El sector es particularmente exigente por cuanto las Artes Escénicas están en constante proceso de revisión y expansión. Tal vez por ello la gestión escénica produzca a un tiempo fascinación y vértigo.
La representación es un mecanismo inherente al ser humano como herramienta de enfrentarse y entender al mundo. Es por tanto una viga maestra en la dimensión cultural y no podía serlo menos en la Gestión Cultural. Para atender todo lo que rodea a la escena en el Máster en Gestión Cultural de la Universidad Carlos III de Madrid acudimos a profesionales y académicos para no perder perspectiva ni capacidad prospectiva. Todo ello bajo el criterio y ordenación de Eduardo Pérez Rasilla, profesional experto en la equitación sobre ambos corceles. LAS ARTES ESCÉNICAS: ENTRE LA FASCINACIÓN Y EL VÉRTIGO La singularidad de las Artes Escénicas en el panorama cultural radica en su condición de artes en vivo. La edición de libros o discos, la filmación de espectáculos u otras formas de fijación del teatro, la música y la danza no son
sino tentativas de conservar un resto de actos de comunicación y motivos de encuentro que se produjeron en un momento dado o que estaban destinados a tal fin. Justamente por ello, las Artes Escénicas comparten la fuerza de lo vivo y lo imprevisible, la precariedad de lo que sucede una sola vez. Es decir, se apoyan en el estímulo que emana de esa condición única, pero arrastran los riesgos de lo irrepetible. El receptor de las propuestas (me resisto a llamarlo usuario, aunque el término vaya ganando terreno en el ámbito de la Gestión Cultural) sabe muy bien que lo que va a ver o a escuchar no volverá a repetirse. O, al menos, no de la misma manera. Compartirá con sus compañeros espectadores una experiencia de la que nadie más podrá participar. Y se siente secretamente orgulloso por ello. Las Artes Escénicas se ofrecen personalmente a cada espectador y, a la vez, a la colectividad de los espectadores.
Esta peculiaridad constituye el fundamento de su poder de atracción y la fuente de sus problemas. O, lo que es lo mismo, las dos facetas a que debe atender un gestor: la capacidad de convocar a las gentes -a los ciudadanos- y la necesidad de resolver las dificultades inagotables, pero en ocasiones agotadoras, que surgen de la organización, la producción, la programación, la exhibición, la distribución y la comunicación de un concierto, un espectáculo o una performance. Tal vez por ello la gestión escénica produzca a un tiempo fascinación y vértigo. Las singularidades del aquí y el ahora exigen una minuciosa preparación y una capacidad de respuesta ante lo inesperado. Al gestor se le pide que tenga previstas las casi infinitas variables de cuantas circunstancias puedan afectar al evento y, a un tiempo, que disponga de la imaginación y la agilidad que le permita salir airoso de lo imprevisto. Que sucederá de modo inevitable.
Eduardo Pérez-Rasilla Coordinador del Módulo de Artes Escénicas
Así, el sector es dinámico -y precario- por naturaleza. Pero, además, particularmente exigente por cuanto las Artes Escénicas están en constante proceso de revisión y expansión, de transformación estética y social. Sus especialidades, ya de por sí tan diversas como puedan serlo un espectáculo de ópera o un happening, un trabajo de danza contemporánea o una representación de teatro clásico, un concierto de rock o un vodevil, un festival de flamenco o un certamen coreográfico, están en permanente cambio y viven una etapa de contagios mutuos y de relaciones fecundas con otras disciplinas, también con aquellas tradicionalmente no incluidas en las Artes Escénicas: vídeo, artes plásticas, etc. Y si los paradigmas estéticos experimentan transformaciones y mezclas, los modos de producción, exhibición y distribución están cambiando en los últimos años a la velocidad en la que la sociedad que los sustenta trata de adaptarse a circunstancias históricas nuevas. Son artes vivas.
RODRIGO GARCÍA Y LAS NAVES DEL MATADERO
“El inútil de Mateo Feijoo a mí no me invitó.”
Mateo Feijoo no me invitó. Yo no soy parte de su proyecto. Ernesto Caballero no me invitó. Yo no soy parte de su proyecto. Carme Portacelli no me invitó. Yo no soy parte de su proyecto. ¿Será mi vanidad el argumento que yo esgrima para menoscabar sus teatros, mancillar sus programas, agredir a su equipo? Pobre comercio haría con mi inteligencia y mi honra actuando así. Cada curador, director de una institución, sabe a quienes elige y por qué. ¿Y quién soy yo para figurar en sus planes puesto que artistas de postín los hay a punta pala? Desconozco el plan a largo plazo trazado por Mateo para el Matadero de Madrid. Si como intuyo se trata de algo acorde a los tiempos que corren, cómo no le voy a dar una oportunidad cuando me batí treinta años contra el inmovilismo del teatro en España, esa barricada, esa trinchera empeñada
en servir más como referencia del pasado para los niños de las escuelas y una burguesía necesaria (tienen para pagar la entrada) que como consumible poético de una polis a la vez saciada de todo y nada, ebria. Soy director desde hace cuatro años de un Centro Dramático Nacional francés. Obré a mi modo una modesta revolución, sustituyendo el teatro de repertorio y colocando en su lugar a los creadores actuales y a la vez eliminando las malditas etiquetas: que si danza, que si teatro de texto, que si tal. Un público perdí, por contra otro descubrió una nueva droga: las artes de la escena del presente. ¿Cuántos espacios y eventos hay en mi ciudad perdida, Madrid, dedicados al teatro convencional y cuántos consagrados a la investigación y la experimentación? ¿Y cuánto dinero público invertido en unos y en otros?
Me da a mi que es como el 6-1 del Barça al PSG. ¿Por qué algunos elegidos queréis ganar siempre 6-0? ¿No hay en vosotros, los alborotados ante lo diferente y ante la libertad creativa, un mínimo espacio para la generosidad? ¿Siempre tiene que ser todo tal y como exigís? ¿Acaso justo es sinónimo de lo que me beneficia en particular a mí y a mi colectivo? Como niños, igual que los niños, lo queréis sencillamente todo para vosotros. Pero no sois como los niños. Los niños se mueren de curiosidad. El niño, curioseando, aprende y crece. Existe un público más allá del que os da palmaditas en la espalda cuando acaban las funciones de un Otelo. No lo conocéis porque no va a veros. Eligen. No. Ir. A. Veros. ¿Ellos se merecen un páramo? ¿Les vais a negar a ese otro público la posibilidad de disfrutar solo porque no conseguís seducirlo con vuestro teatro, porque ellos prefieren ese arte moderno que escapa a vuestro monopolio?
¡Hey! ¿Sindicato? ¡Teléfono! Cogedlo: las obras “modernas” emplean a mucha gente, tanto en su investigación, en los procesos, como más tarde en las giras. Esos trabajadores tienen los mismos derechos que cualquiera que ficha en la Zarzuela. Ni sueño con un empate 3-3. A pocos Ministerios de Cultura europeos podríamos pedir tanto, qué le vas a exigir a un país todavía con ramalazos franquistas. Firmaba un 4 a 2 ahora mismo. ¿Hola? ¿INAEM? Que se ponga... Permitid que los otros tengan una voz. Vosotros os decís que sabéis escuchar: pero no era más que el eco de vuestro discurso devuelto por la montaña helada. Lleváis la vida entera creyendo que se trataba de un diálogo y es vuestra propia palabra la que regresa, rebotada, rota, pequeña, como todo balbucear sectario. La guita no lo es todo, muchachos. Me lo dijo mi mamá y ya que estamos gracias, mamá. Yo sí que he perdido lo más importante, que es la oportunidad de trabajar en mi país.
A los que os sentís expulsados del proyecto del Matadero os diré: a mi sí que se me cerraron las puertas en mi país y bien que habría cambiado tantos años de Avignon, Paris, Berlín, Tokio o Bruselas, por una sala donde en el bar de enfrente sirven callos. Mi reino por un pincho de tortilla.
Rodrigo García Director de teatro, dramaturgo y escenógrafo
Yo sí tuve que irme con la música a otra parte, jodido; yo sí que no conseguí ayudas oficiales en mi país sino excepcionalmente y tuve que cerrar mi empresa y no por eso tiré mierda a nadie ni descalifiqué el proyecto de ninguno. Me fui calladito la boca y sin armar jaleo. A vivir y dejar vivir. Eso. Vivir. Y dejarse un poquito de joder.
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