Cómo acabar de una vez por todas con la cultura

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27 de agosto de 2011 Tomo prestado el título de un libro de Woody Allen (qué gran película, Medianoche en París) porque éste (acabar de una vez con todas con la cultura) pareciera constituir el objetivo de nuestros gestores: monumental deuda del Teatre Principal de Palma y tijeretazo descomunal a las ayudas a la Temporada de Ballet, los festivales de Pollença y Sa Pobla o la presencia balear en la Fira de Tàrrega, entre otros síntomas alarmantes. Conozco desde hace muchos años a la nueva directora del Principal, Margalida Moner, y me parece oportuno recordar que con su grupo de teatro, la histórica y esforzada Àgara (Joan Porcel, Josep Borràs…) nos ofreció espectáculos muy dignos en el desaparecido Teatre des Patronat, además de conseguir la reapertura del Teatre d´Andratx. Sin embargo, no comparto sus recientes declaraciones.

La calidad de la programación no ha disminuido, al contrario: esta temporada (Maria del Mar Bonet, la Simfònica, Els convidats, Algú que miri per mi, El xarlatan, Primer amor, Marcel Cranc, Sueño de una noche de verano, El avaro, Petits crims conjugals, La gata sobre la teulada de zinc calenta, entre otras citas) puede que haya sido la mejor del Principal en el último cuarto de siglo, y ello gracias al buen trabajo de Joan Arrom, Pep Lluís Gallardo, Guillem Roman y compañía. Otra cuestión es la afluencia de espectadores. Amén de que la gente tenga ahora menos euros en el bolsillo, ahí el Principal viene compartiendo la carencia de los otros escenarios públicos de Palma, los teatros municipales. Ya puede venir el mejor montaje del momento, que no ve uno un cartel por


por la calle ni por casualidad, mientras que los teatros privados o semiprivados sí se espabilan para enganchar a la audiencia. Los aplausos de unos cuantos cargos públicos (con el coche oficial aparcado en la puerta, como señalaba Pilar Garcés) a Agustín Pinillos el miércoles, en la función de despedida de la Temporada de Ballet, resultaban desconcertantes cuando los mismos programas de mano que estaban en sus asientos informaban de la suspensión del ciclo hasta vaya usted a saber cuándo, por falta de subvenciones. Peligra Pollença, con medio siglo de historia. Desaparecen publicaciones culturales. Tampoco me extraña demasiado. Cuando los conservadores consiguieron por primera vez el Ayuntamiento de Palma en democracia, suprimieron el Festival de Teatre, el Festival de Jazz y el Concurs de Pop-Rock, que hoy, probablemente, serían referentes internacionales, sin necesidad de concebir fantasmagóricos eventos millonarios.

El nuevo Govern ha deshecho de un plumazo, con su estrangulamiento de la presencia balear en Tàrrega, el extraordinario y paciente trabajo realizado en la delegación de teatro por Josep Ramon Cerdà (y antes por Jaume Caldentey y Joan Arrom, y en otros terrenos por otras personas, como nuestro Carles Cabrera). Instalar un tenderete en la lonja de Tàrrega no es un capricho perroflauta: estamos hablando de la feria más importante del Sur de Europa y de puestos de trabajo. ¿Hablamos de rentabilidad? Va más gente al teatro que al fútbol y si no me creen miren las estadísticas. Da la impresión de que en estas políticas subyaciera una concepción de la cultura o bien como una veleidad de cuatro hippies que ya podrían dedicarse a algo de provecho, o bien como algo carísimo que nos traen de fuera y que, como estamos en crisis, ya recuperaremos cuando podamos. Curiosa actitud de quienes se han venido llenando la boca hablando


de turismo cultural desestacionalizador, cuando se descuida de manera alarmante nuestro patrimonio. Y el primero de ellos, la lengua propia: me parece una pésima señal eliminar la exigencia de saber catalán en una comunidad con dos lenguas cooficiales, por la misma regla de tres podría suprimirse el conocimiento del español. El que no quiera someterse a este requisito, lo tiene muy fácil: que no se haga funcionario. Quien dice que no hay que subvencionar la cultura o que hay que echar mano de la imaginación no sabe de qué está hablando. “Los poderes públicos promoverán y tutelarán el acceso a la cultura, a la que todos tienen derecho”. Es el artículo 44 de la Constitución, justo el siguiente al que dice que “se reconoce el derecho a la protección de la salud”. Así que díganle ustedes a su médico de cabecera que, en vez de auscultarles con un estetoscopio, los mire a ojo y de ahí diagnostique. Lo más inexplicable, con todo, me resulta la sorpresa de los nuevos gobernantes al encontrarse con las arcas vacías y deudas soberbias como la del Principal. ¿Dónde han estado estos cuatro años? Se supone que, como oposición, tenían derecho a ver las cuentas, así que, o no las pidieron, o no se las enseñaron. No sé qué es peor. En definitiva, la gran pregunta en esta cuestión es la misma que en todas las vertientes de la mega crisis: por qué tenemos que pagarla aquellos (trabajadores de la cultura y espectadores) que no la hemos ocasionado. ¿De cuántas compañías de teatro o de danza se ha sabido que se hayan gastado su subvención en un prostíbulo moscovita? Mallorca es un lugar privilegiado en producción y consumo cultural, que puede exportar. Pero nuestros políticos no se han enterado. Cómo acabar de una vez por todas con la cultura Francesc M. Rotger Diario de Mallorca



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