LIBROS Y LECTURAS Nro 64 Coordinador: Óscar Jairo González Hernández Profesor Facultad de Comunicación. Comunicación y Lenguajes Audiovisuales. Universidad de Medellín Medellín. Mayo / 2020
EN NUESTRO TIEMPO (FRAGMENTO) Por: Eugenio Montale (1896-1981)
(…) Mañana, el número de los aspirantes al arte habrá crecido prodigiosamente, porque la profesión artística será considerada aún atractiva y, en muchos casos, casi rentable. Mañana será cada vez más libre la producción de los artistas, en realidad, cada vez más embriada por modas, tendencias e influjos de críticos y cenáculos, necesidad de colocación de la mercancía producida. Finalmente, mañana no existirá ya nadie que tenga las ganas y la posibilidad de aprender procedimientos técnicos que en otro tiempo eran considerados como indispensables. O, mejor, el artista de hoy –y no hablemos del artista de la palabra: el poeta –no puede esperar reconocimientos del futuro. Ya no habrá sitio para su obra. Toda la superficie del globo terrestre quedará, sin más, incrustada de artefactos, y ninguna tronera podrá acoger los productos de más fresca cochura. Teilhard de Chardin pensaba que la costra de nuestro planeta se convertirá cada vez más en una costra psíquica, de la cual deberá elevarse luego una fuga de almas. Desanimado, el globo continuará girando sobre sí mismo, habiendo agotado su función.
Los Premios Nobel de Literatura. Harry Martinson, Eugenio Montale y Saúl Bellow. Barcelona. Plaza y Janés. 1979. Pág. 652.
KOKORO ECOS Y NOCIONES DE LA VIDA INTERIOR JAPONESA Por: Lafcadio Hearn (1850-1904)
IV Kyoto, 19-20 de abril Dedico casi tres días completos a la Exposición Nacional, tiempo apenas suficiente para dilucidar el carácter y significado generales de la exposición. Industrial, a grandes rasgos, pero sin dejar de deleitar en casi todos sus aspectos, gracias a la genial incorporación de lo artístico a la gama variada de la producción en masa. El comerciante extranjero, o cualquier observador que
se más perspicaz que yo, encontraré en todo esto significados más siniestros: en concreto, la amenaza más formidable que jamás haya planteado Oriente a la industria y el comercio occidentales. “En comparación con Inglaterra”, escribió un corresponsal del Times de Londres, ´para´ todos ellos cobran la cuarte parte de nosotros. La historia de la invasión japonesa de Lancashire es más vieja que la historia de la invasión a Corea o de China. Sin duda una conquista pacífica, un proceso indoloro de depauperación que virtualmente ha culminado… La exposición de Kyoto es otra prueba más del inmenso desarrollo de la empresa industrial japonesa… Un país cuyos trabajadores cobran un promedio de tres chelines semanales, y cuyos gastos ordinarios son proporcionales a su sueldo, podrá en condiciones generales de igualdad destruir a aquellos competidores cuyos costos sean cuatro veces mayores a los que reflejan las tarifas japonesas”. Por lo visto, el jiujutsu industrial anticipa resultados inesperados. El precio de entrada a la exposición es también un asunto importante. ¡Cinco escasos sen! No obstante, incluso a este precio, va a ser posible recaudar una suma fabulosa –tan grande es la manera de público-. A diario llegan a la ciudad multitudes campesinas –en su mayoría vienen a pie, como si acudieran en peregrinación-. No cabe duda que para estas riadas el trayecto es un peregrinaje, por tratarse de un festival cuya inauguración consagra la construcción de uno de los más grandes templos de Sinshu. Pienso que en lo artístico la muestra es inferior a la de la Exposición de Tokio de 1890. Hay algunas piezas excelentes pero más bien son pocas. Tal vez, ello sea evidencia del afán nacional por canalizar toda su energía y talento en dirección a las ganancias; vemos que en aquellos ramos más vastos en los que el arte y la industria se combina –por ejemplo, la cerámica, esmaltados, marquetería y bordado-, las muestras son costosas y de la mayor excelencia. Cuento, con la mayor franqueza, que el alto precio de ciertos artículos en exhibición sugirió a un amigo japonés la siguiente socarronería: “Si China adopta el modelo industrial occidental, nos va desbancar a todos en el mercado mundial.”
“Puede que en productos baratos”, respondí. “No hay razón alguna que justifique que Japón tenga que depender totalmente de la fabricación de artículos baratos. A mi juicio, Japón podría confiar más en la superioridad de su arte y su buen gusto. El genio artístico de un pueblo posee un valor particular contra el que toda competencia basada en la mano de obra barata es inútil. Un ejemplo evidente, entre los países occidentales, es el de Francia. Su riqueza no está basada en la capacidad de vender más barato que sus vecinos. Sus productos son los más caros del mundo: negocia con artículos de lujo y belleza. Sin embargo, sus productos se venden en todos los países civilizados del mundo, por ser los mejores en su clase. ¿Por qué no podrá Japón convertirse en la Francia del Lejano Oriente? El punto débil de la exposición de arte es el dedicado a los óleos –óleos a la manera europea-. Nada impide a los japoneses pintar maravillas al óleo aplicando sus propios métodos de expresión. Sin embargo, los ensayos realizados con métodos occidentales sólo han producido medianías, incluso en aquellos trabajos que exigen con exclusividad la presencia de un pincel realista. Un cuadro ideal al óleo, según cánones occidentales, no está todavía al alcance de los japoneses. Tal vez más adelante descubran por sí mismos un nuevo camino hacia la belleza, incluso en la pintura al óleo, y adapten sus métodos a las necesidades particulares del genio de la raza; hasta la fecha sin embargo no hay indicios de tal cosa. Una tela que representa a una mujer completamente desnuda contemplándose en un espejo de cuerpo entero produjo una desagradable impresión. La prensa japonesa exigió que retiraran el cuadro, a la vez que expresaba unos juicios favorables al arte occidental. Sin embargo, aquella tela era obra de un pintor japonés. Sin duda una chorrada; no obstante, le había fijado, audazmente, el elevado precio de tres mil dólares. Permanecí un rato junto al cuadro a fin de estudiar su efecto sobre la gente –aldeanos en su inmensa mayoría-. Lo miraban azarados, se echaban a reír desdeñosamente, soltaban alguna exclamación ofendida y se alejaban a mirar los kakemono, en realidad mucho más valiosos y dignos de contemplación pese al bajo precio (entre diez y cincuenta yen) de venta. Los comentarios en general
iban dirigidos contra las ideas “extranjeras” del buen gusto (aquel retrato fue hecho con mentalidad europea). A nadie se le ocurrió pensar que se trataba de una obra japonesa. De representar a una mujer japonesa, dudo que la gente hubiera tolerado siquiera su presencia. Ahora bien, todo el desprecio que se puso de manifiesto ante aquel cuadro no era justificado. La obra carecía de ideal. Representaba, con la mayor sencillez, a una mujer desnuda, reflejando una situación en la que a ninguna mujer le guastaría dejarse ver. El retrato de una mujer simplemente desnuda, por bien ejecutado que esté, no puede considerarse como un arte, si por el mismo queremos dar a entender un ideal. En el realismo de aquel cuadro radicaba su carácter ofensivo. El desnudo ideal puede ser divino –el más divino de los sueños con el que el hombre expresa lo sobrehumano-. Sin embargo, una persona desnuda no es en ningún sentido divina. La desnudez ideal no precisa vestimenta alguna pues su encanto estriba en la armonía de unas líneas que no se han de velar ni interrumpir. El cuerpo humano, real y vivo, carece de una geometría divina. Pregunta: ¿Puede justificarse una desnudez gratuita en la que el pintor no hace nada por despojarla de todo residuo real o individual? Hay un texto budista que considera verdaderamente sabio a quien ve las cosas desprovistas de individualidad. Esta percepción budista es la que define la verdadera grandeza del arte japonés. Traducción: JOSÉ KOZER
Kokoro. Ecos y nociones de la vida interior japonesa. Barcelona. Miraguano, S.A. Ediciones. 2002. Págs. 66-72.
NADAÍSTA BANDIDO / JAIME ESPINEL (1940-2010) Por: Carlos Bueno Osorio (19-) Francisco Velásquez G. (19-)
Barquillo, como apodamos siempre a Jaime Espinel
Arenas, fue nuestro amigo durante varias décadas. Al escoger algunos de estos textos, recordábamos que las historias y anécdotas que estaban detrás de
su escritura, las escuchamos en largas, felices y estridentes conversaciones, con un gran privilegio para nosotros y sus amigos: eran contadas por él. Un fascinante conversador, un contador de historias, a las cuales cada vez agregaba nuevos detalles. Espinel hablado, tiende a opacar en nuestra memoria al cuentista excelso, al cronista puntual y minucioso que incorporó a su literatura el habla popular de las barriadas de su ciudad, con ironía, con juegos verbales particulares, con una expresividad que casi que inaugura un género, para nuestro placer de lectores. En estos textos escogidos, obviamente entra como razón, el parámetro de la amistad. Pero poco importa, porque ellos nos informan, de todas maneras, de sus temas preferidos: el barrio, la música, el sexo, el lumpen en todas sus calañas, la criminalidad en todas sus formas y colores, ya que de Manrique a Nueva York, siempre cualquier puñalada, cualquier disparo alcanza, todo es cuestión de maña y de manera. Jaime Espinel Arenas, 1940-2010, nació y murió en Medellín, “el mejor moridero del mundo”, como le decía su amigo, Mario Arango Jaramillo. A finales de los años cincuenta, se unió a la algarabía de secuaces del profeta de la nueva oscuridad, Gonzalo Arango, el fundador del nadaísmo. Y durante la primera parte de la década de los años sesenta del siglo XX, vivió en los Estados Unidos. La ciudad, el barrio, el amor, la soledad, la política, los inmigrantes latinos, la violencia sin fin y sin –¿o con?– sentido, afloran en su obra, que tienen como tramo ya las calles peligrosas de su país y del imperio del Norte, que deliciosamente aprendió a abominar allá mismo, en las entrañas del monstruo. El jazz, el pop, el tango, los bambucos y pasillos, están íntimamente ligados a sus ficciones y crónicas, ya que provenía de una familia de compositores, músicos y cantantes. Entre sus obras publicadas se encuentran Esta y mis otras muertes (1975), Agua de luto (1981), Manrique’s micros y otros cuentos neoyorquinos (1986), Alba negra (1990) y Cárdeno réquiem entre toda la eternidad menos un día (2001). Gustaba que mencionaran que fue incluido en la antología: Doors and mirrors, fiction and poetry from Spanish American, 1920-1970.
Sobre algunos de estos textos, brevemente advertimos que, por ejemplo, una de sus infinitas obsesiones era el origen antioqueño de Pancho Villa. Innegable que era una ficción. Es un cuento que suena como un corrido mexicano, pero en realidad es un bambuco, un bolero de su autoría. Barquillo percibió, creyó que Doroteo Arango, nombrado Pancho Villa, era oriundo de Abejorral, Antioquia. Y a ese empeño consagró grandes arrestos. Acá solo aparece un extracto. Pese a los esfuerzos de su familia, especialmente de Angela Toro, Marcia Dittmann y de Camilo Espinal, no fue posible tener acceso al texto completo. Igual, no es extraño: a José Eusebio Caro, a Julio Arboleda, a José Asunción Silva, a Jorge Isaacs también se les desvanecieron, hundieron, robaron, obras maestras que sus contemporáneos y los descendientes, no conocimos. A Jaime, ese cuento se lo echaron desde pequeño. Pero, fue una foto que vio cuando tenía veinte años, lo que lo atareó en el asunto. Allí vio a Pedro León Franco, Pelón Santamarta, autor del tema musical Antioqueñita, con el uniforme de teniente de Los Dorados del general Villa. “¿Y qué tiene que ver un guitarrista de por acá, con un soldado de caballería y además con el grado de teniente?”, se preguntó Espinel. Y como el que busca, lleva del bulto, se enteró en su pesquisa de que Pedro León Franco tenía como segundo apellido Uribe. Y Octaviano Doroteo Arango Uribe, el propio Villa, era sin duda, primo del músico. Y durante años llevó a la mano un cuaderno donde anotaba a mano alzada, así fue como realizó la mayor parte de su obra, la genealogía antioqueña del personaje. Los datos restantes salieron de la extensa biografía escrita por Friedrich Katz, donde verificó sus hallazgos y sospechas. Estas eran garantizadas por Elisa Soto, la madre de su esposa: “ella es la hija menor de un señor llamado Aquilino Soto, el abuelo de mi mujer. Aquilino se casó con Matilde Arango, hermana de Doroteo Arango y allí conseguí toda la genealogía”, decía el autor de magníficas ficciones, Jaime Espinel. En su rastreo de la historia, encontró que en ese momento cuando aún se llamaba Doroteo, se casó con Angelita Vargas, que ayudada por el mayordomo de la finca El Paraíso, donde vivían, lo adornó con un par de cuernos.
Doroteo los mata y debe convertirse en leyenda.
huir
a
México
para
Es necesaria una precisión histórica relativa al relato sobre Antonio Medina, Toñilas, el bandido amigo de los nadaístas. El escritor Jairo Osorio Gómez puntualiza en una crónica sobre los orígenes del crimen organizado en Colombia y en Antioquia, que “Jaime Espinel creía que a Ramón Cachaco Aristizabal, lo mató Toñilas. Una adaptación suya más literaria, pero artificiosa. La oí de labios del mismo cuentista, una de las tres noches eternas, en que Espinel y Toño Restrepo se enclaustraron en mi casa del sector de Lomas del Pilar, a tirar perico, enloquecidos con el plato sopero que nunca habían visto tan nutrido en sus días de vicio. Aunque de las tempestades más vale escuchar los ecos, su historia, publicada incluso en una revista universitaria, no puede ser cierta porque Ramón murió dentro de su carro y solo; no sentado en el bar ni rodeado por guardaespaldas, como asegura en su fábula. El ingenio de Espinel esa vez dio coces al cántaro. La misma tarde de su muerte todos vimos dormitando al bandido sobre la portezuela del Nissan”(1). Para Jaime, más allá de las distancias estéticas, políticas, sociales, el Nadaísmo fue una amplia reunión de amigos. Así, lo entendió siempre. Él intuía que no se puede definir como un movimiento literario, y que políticamente, estaba en las antípodas de la gran mayoría de sus compañeros. Sabía que además de transitorio y puntualmente necesario y preciso para un momento histórico social y económico, el Nadaísmo era solo, o más que nada, amistad. La misma en que cree poco su compañero fundacional del movimiento y de locuras juveniles, Eduardo Escobar: “Conocí a Jaime Espinel, llamado Barquillo, en los salones de billares de Junín antes del nadaísmo y nos quisimos mal siempre, pero siempre con una lealtad que nos permitió tratarnos con cariño hasta hoy. No importa si él está muerto comparado conmigo. Y me demoré en apreciar el trabajo literario de ese campeón de las mentiras, que acaballado en la soledad de los huérfanos tempranos inventó una ciudad arrebatándoles a sus amigos sus recuerdos, para vestirlos desvergonzadamente como propios, incluidas las tías violinistas que cantaban como arrendajos y los primos que retaron a Manolete, pues
todos tuvimos uno. Tal vez, me digo ahora, su Medellín es irrefutable. Y dudo si esos recuerdos que me robó, le pertenecen con tanto derecho como a mí. Aunque los haya traspuesto en una prosa desbocada que tiene el sabor del primer Cabrera Infante de los tristes tigres”[2]. Nada es para siempre, y al parecer, la mezquindad también. Jaime tuvo poca suerte con la publicación de sus cuentos. Todos difundidos por editoriales universitarias, porque como marginal y orillero que fue siempre, no tuvo cercanía con las editoriales comerciales, que no ven en el libro sino el producto o resultado del interés mercantil. La última antología de sus textos apareció con una nota previa del editor, hablando de legibilidad o de uso de mayúsculas, signos de interrogación o de exclamación, o peor aún de paréntesis no cerrados. Cómo si en una novela de William Faulkner, Malcolm Lowry, James Joyce, Samuel Beckett el editor dijera que había inconsistencias literarias y formales y construcción lingüística en tales diestros literatos, porque utilizaban sus propias herramientas para escribir. Un libro es un todo. No meramente el proceso de elaboración digital, de corrección de su ortografía y de recomendaciones gramaticales, sino que supera la mera reproducción técnica. Hay que ser un editor que cavile con la propia expresión del autor y sepa dónde dirigir sus pasos, ante las inquietudes que le sugiera el texto. Que haya leído al autor, que lo conozca, en una palabra. Así, se descartó la posibilidad de entender que esa es la escritura, de quizás, el mejor de los cuentistas que escribió sobre Medellín y el país, en los años finales del siglo XX. Jaime fue el creador literario que mejor desenvolvió la jerga de los pandilleros y bandidos que tanto despertaban su interés literario y vital. No es entonces gratuito lo que afirma el poeta Juan Manuel Roca, cuando destaca precisamente esos logros de Barquillo con el lenguaje: “En Agua de luto, nos encontramos con un escritor cuya raigambre parte directamente de su entorno, de la exaltación de la cultura popular, pero que sabe cuidarse de dosificar su argot, pues la temporalidad de la jerga marginal, a cada momento renovándose, también acecha volviendo transitorios lenguajes que se consideraban vigentes”. Y consigue desentrañar el ambiente donde transcurren los relatos: “Como en una galería de espejos deformes, una legión de seres
y de sombras chinescas deambula por la ciudad de Medellín, por sitios vedados donde el hampa canta una canción de olvidos. Barroco, poblado de alusiones que podrían ahogar el texto, Espinel salva sus cuentos de la asfixia, gracias al hilo secreto con que teje sus historias, un hilo fuerte como el cáñamo. La gran virtud narrativa de Espinel está acaso en esa manera de encarar la realidad, con un sesgo burlón y a la vez amoroso. Textos que proceden acaso de una tradición oral de barrio, de la crónica roja, de esos héroes marginales que alternan fútbol y bar con bandoneón de fondo, hombres fronterizos que oscilan entre sueños de gloria, cuchillos o disparos”(3). Editar es conocer todos los dispositivos disponibles para elaborar un libro, en este caso. No es saber corregir ortografía, algo de gramática y vulnerar el estilo del escritor que es en última instancia el que define su particularidad y su modo de ser y de narrar en la escritura. Finalmente, debemos agradecer el valioso aporte, para esta antología, de Víctor Bustamente, Director de la Revista Babel, de cuyo número siete, de diciembre de 2005, tomamos la voz guía de Jaime para saber de su vida, sus hábitos literarios y de la materia prima de sus relatos. 1. Jairo Osorio Gómez. “El Padrino al que Pablo Escobar llamaba Don”, El Espectador, Bogotá, 5 de septiembre de 2015. 2. Eduardo Escobar. “Nada es para siempre”. Universo Centro, No. 96, mayo de 2018. 3. Juan Manuel Roca. “Protagonista: Medellín”, Boletín Cultural y Bibliográfico, No. 1, Vol. XXI, 1984.
Jaime
Espinel.
Nadaísta
bandido.
Ediciones UNAULA. 2019. Págs. 11-17.
Medellín.
HOMENAJE A LOS CIEN AÑOS DEL NACIMIENTO DE HANS BLUMENBERG (1920-2020)
LO QUIZÁ PERDIDO RESTOS DE LO INALCANZABLE (Fragmento) Los intentos de hacer arte no solo para todos –se trata de una vieja aspiración- sino de hacerlo por todos, fracasan no solo por la ignorancia o la desgana de aquellos a quienes se debe exigir que renuncien a toda originalidad. Fracasan ya en la idea de una sobreproducción masiva, para cuyo conocimiento ya nadie tendría tiempo ni ganas, porque cada cual estaría totalmente dedicado a su propia aportación a esa producción. Aquella idea romántica fundamental según la cual todos deberían ser no solo críticos receptores sino auténticos creadores artísticos, ha perdido de vista la necesidad de un público, que representan la otra
vertiente de la producción, y cuya exigencia solo puede satisfacerse si alguien se aplica a procurar el placer de otros que no quieren o no pueden encontrarlo en el proceso de la creación. Casualmente sucede que tienen otras metas y tareas, públicas o privadas. El absolutismo del arte duda siempre en admitir que pueda haber (material y moralmente) personas que no quieren identificar o ligar su vida a la causa del arte más que accesoriamente, o acaso nunca. Aquello que tiene la ambición de ser o llegar a ser absoluto no puede tener en cuenta que pueda existir una actitud que no tenga en cuenta aquel “absoluto”. Lo inalcanzable, cuyo inestimable valor querría compartir con todos y que se eleva o rebaja a una accesibilidad obligatoria, solo con desgana o maldad puede constatar el hecho que no interesa ya lo accesible. Incluso en el caso de lo inalcanzable del pasado, hay que meditar también el hecho de que la propia naturaleza incluye en su proceso de evolución la extinción y desaparición de géneros y especies. Hace muy poco se ha conocido que formas primitivas ya perdidas de especies animales recientes aún pueden recuperarse. Así sucede con el caballo salvaje asiático que lleva el nombre de Przewalski, hallado en 1879-1880 en Sungari, y que pudo conservarse como sustituto del extinto Tarpan. El ejemplo de la copia ha demostrado que podrían descubrirse y reproducirse algunas especies animales legendarias e incluso inimaginables.
Traducción de JORGE VIGIL Con la colaboración de MANUEL GARCÍA SERRANO
La inquietud que atraviesa el río. Ensayo sobre la metáfora. Barcelona. Ediciones Península. 2001. Pág. 71.
LA ABERTURA DE LAS TIJERAS TEMPORALES I APOCALIPSIS Y PARAÍSO (FRAGMENTO) “El diablo sabe que le queda poco tiempo.” Esta frase tan lacónica del Apocalipsis de Juan podría parecer obsoleta en un principio, pues la existencia del diablo es cosa controvertida desde entonces. No menos lo es, igualmente, si se tomara como un consuelo saber que el tiempo que le queda al espíritu del mal para sus maquinaciones también está contado. Cuando se ofrecen remedios probados para subsanar el mal del mundo en su conjunto, no es lícito andarse en busca de consuelo. De cualquier modo, la frase encierra un modelo básico para hacerse cargo de la situación del hombre, cuya utilidad parece inagotable: el enemigo, no importa quién sea en cada caso, acecha cada vez con más saña, porque se da cuenta de que se ha hecho tarde y le queda poco tiempo; de ahí que todos sus esfuerzos, todos sus éxitos, sólo pueden confirmar la certeza de que han sido los penúltimos. Lo que, como valor de experiencia, tendría que producir desazón, refuerza la certeza bajo una premisa dogmática de que se ha captado correctamente el curso de las cosas. Quien lo conoce más exactamente acepta desempeñar el papel diabólico: satanismos los hay en un sinnúmero de variaciones, todas ellas con la función de acelerar el curso hacia el estado final. El mito en la frase tan concisa del Apocalipsis encierra una verdad, que de seguro no era la que más le preocupaba al escritor apocalíptico: la escasez de tiempo es la raíz de todos los males. Si se renuncia a demonizar la maldad humana, se ve cómo esta surge, simplemente, de la incongruencia que supone que un ser con un tiempo de vida limitado tenga deseos ilimitados. Este ser vive en un mundo que parece no imponerle ningún límite a sus posibilidades, excepción hecha de uno solo, el de que tiene que morir. Quien no sienta interés por las frases bíblicas puede echar una mirada al Fausto, cuyo diablo imaginario, una vez sellado el pacto con sangre, se siente en la obligación de poner coto a las locas pretensiones de su nuevo señor: “sólo hay una cosa que me inquieta: el tiempo es corto, el arte es largo” Éste es un aforismo
antiquísimo, que ya Séneca tomó de Hipócrates, pero que, en el contexto de una inquietud incluso por parte del diablo, puede servir de fórmula irónica para decir con pocas palabras que Fausto debe poner en juego también la mayor maldad posible en consonancia con la creciente desproporción entre la cantidad de deseos y la duración de la vida. En ello se encuentra el sentido (aquí todavía no previsto) de su ataque asesino a los dos ancianos, Filemón y Bauci, que obstaculizan su proyecto más grande y último, y todo por no poder esperar a la solución natural de su pronta desaparición –a pesar de que con ello acelera su propio acercamiento al punto final de su camino. (…) Traducción de MANUEL CANET
Tiempo de la vida y tiempo del mundo. Valencia. PreTextos. 2007. Pรกgs. 63-64.
LA RISA DE LA MUCHACHA TRACIA / UNA PROTOHISTORIA DE LA TEORÍA SOBRE ESTE LIBRO Puesto que no podemos saber nada de la protohistoria de la teoría habremos de seguir prescindiendo de ella. Faltó el estímulo teórico para dejar testimonio suyo. Una protohistoria de la teoría no puede sustituir a la protohistoria, sólo puede evocar lo que se nos ha perdido. Dado que se trata sólo de una protohistoria, podría haber sido otra. Pero difícilmente una que hubiera puesto de relieve más adecuadamente, y por ello con mayor empeño, el bulto de aquel vacío. Ese empeño en contra de la lenta desaparición o de la mera pervivencia, muestra la “calidad” de aquello que ha seguido los pasos de la reflexión y que no cesa de seguirlos. Se trata de una historia que ha probado su interés en la historia. En lugar de lo que ya no es posible saber, esa historia puede ofrecer, al menos, lo que aún mantiene viva la extrañeza de que haya algo así como “teoría”, su falta de obviedad. Surge entonces un “enfoque”, un propósito que atraviesa numerosos quehaceres concretos, y de este enfoque, un torrente de afirmaciones, doctrinas y colecciones de doctrinas y escuelas, así como lo que rivaliza con todo ello en cada caso: un movimiento de la historia que va arrojando productos incesantemente. Y que siempre vuelve al enfoque, acuñado un día, del theoros, del espectador del mundo y de las cosas. Es él, y no su producto, lo que presenta la protohistoria: la rareza del espectador nocturno del mundo y su choque con la realidad que se refleja en la risa de la espectadora del espectador. Que cualquier teórico pudiera todavía reconocerse hasta el día de hoy ahí, aunque no suceda ni tenga por qué, es la prueba insidiosa a la que puede someterse la extrañeza de la teoría en cualquier mundo “realista”. Que se trate de una historia del que se considera generalmente el primer filósofo, Tales de Mileto, confiere la gracia, sólo accidental para la historia, de conocer las dos proposiciones entre las que la lógica permite colocar el origen de la teoría entre las que la lógica permite colocar el origen de la teoría: Todo está lleno de dioses, dice
una. Todo proviene del agua y esta sobre ella reza ña otra. Que todo esté lleno de dioses puede ser un enunciado tanto de satisfacción como de fastidio. Si fuera de satisfacción no tendría por qué existir el otro. El hecho de que exista delata que la plenitud de dioses se consideraba como un exceso con el que ya no podía comprenderse nada. Se necesitaban proposiciones de otro tipo que las formadas con nombres de dioses, y un ejemplo modélico de ellas fue la tesis general del agua. En la ciudad portuaria de Mileto bastaba con abrir los ojos –de día, por cierto- para encontrar la nueva proposición. Lo que “sucedió” entre las dos proposiciones es el asunto de la protohistoria: el filósofo no mira de día al agua, cae en ella de noche porque convierte también el cielo estrellado en asunto del espectador del mundo. Esto no es casual. El que así mira al cielo había logrado el primer ¨´éxito” de la teoría, en general, al quitar a sus conciudadanos el temor ante un suceso natural de un modo nuevo: consiguiendo predecir un eclipse de sol. Que la teoría es buena contra el miedo valdrá en adelante durante milenios hasta los cometas Halley, los microbios de Pascal, los rayos de Röntgen e incluso, un día, hasta la fisión del uranio de Hahn. Pero la desconfianza de la mujer tracia frente a las maquinaciones teóricas, su risa por el rebote de la teoría hacia su practicante –al transferir su exotismo al suyo-, todo este estado de cosas fundamental habría de encontrar todavía su mártir en Sócrates. Estado de cosas que no desaparecerá del mundo ni siquiera cuando un día el incremento de teóricos acabe por degenerar en su mayoría. Ellos encontrarán sus mujeres tracias donde menos las habían esperado. Pues el moderno creador del producto “teoría” resulta mucho más cómico que su antiguo ancestro, y lo será tanto más en la medida en que los medios para perseguir su “enfoque” se vuelvan más abstractos. Contemplar a los espectadores de un tipo de deporte del que no se conocen ni el desarrollo ni las reglas puede incitar a la risa, y sólo una cultura del respeto nos impide percibir como una tragicomedia del absurdo el fervor con el que los creyentes de una religión extraña siguen su culto. La mayoría de las veces la teoría domesticada no nos permite mirar en medio de nuestro mundo, porque
se ejercita en departamentos estancos, tan semejantes a los de nuestras burocracias que se confunden con ellos. Pero también la seriedad profesional acredita lo no disimulable en las formas de comportamiento de la teoría como componente de una realidad que depende de tantas condiciones existenciales desconocidas que hace que pertenezca a la forma y sabiduría de vida no reírse, mejor, de lo extraño. Versión castellana de TERESA ROCHA e ISIDORO REGUERA
La risa de la muchacha tracia. Una protohistoria de la teorĂa. Valencia. Pre-Textos. 2000. PĂĄgs. 9-11.
HOMENAJE A LOS CIEN AÑOS DEL NACIMIENTO DE MANUEL ZAPATA OLIVELLA (1920-2020)
MIS AJETREOS EN EL NOVELAR HISPANOAMERICANO Cuando escribir era para mí afán de narrar, decir, comunicar, uno de los tantos modos fisiológicos, nunca tuve problemas literarios. Solo mucho tiempo después, en los días del trajín y del vagabundaje, entre la práctica médica y las necesidades, ciudadano de un país y habitante del mundo, surgió la urgencia de definir la postura entre la vida y el arte. Vida y arte. He aquí los dos polos dialécticos de mis problemas como escritor. Hay quienes definen esta contradicción oponiendo la realidad a la literatura. Para mí no toda la realidad es vida, ni toda literatura es arte. Por vida entiendo cuanto esté involucrado en mis vivencias, lo que está en proceso de asimilación y
aquello sobre lo que me proyecto o trato de alcanzar. En esta actitud vital, la literatura es el medio escogido para hacer. Lo cual significa que el instrumento no es una herramienta cualquiera, sino la apropiada, la que se adapta a mi manejo, a mis posibilidades. No es la tuya o la del otro, sino la mía, la nacida, la llegada en el trabajo de todos los días. Vida y arte o, si se quiere, realidad y literatura, tienen una medición, mi “yo”, sin lo cual no vivo, no produzco. Ese “yo” que puede ser el tú o el otro, en la medida del darse o recibir, constituyen en este instante, en este momento, mi búsqueda. ¿Qué es lo que llamo “yo”? ¿De dónde viene, cómo existe y cómo se revela? ¿Qué cosas vividas pueden convertirse en materiales literarios? ¿Con qué estilo o herramienta labrarlas? ¿Es inmutable el paisaje sociogeográfico hispanoamericano? ¿Manejamos un idioma adecuado? Responde a cada una de estas preguntas. La vida mental del individuo es una permanente mutación de experiencias. Nos llegan de tres fuentes de la especie, de los padres y del existir. En este sentido somos inconmensurables. Los límites del “yo” desaparecen. Hay un momento en que todas esas experiencias se ubican, se repliegan para dar un nuevo salto. Ese bumerán que avanza y retrocede soy “yo”. Producto de tres culturas, lo más importante es aceptar y afirmar mi mestizaje. Yo y mis personajes somos determinante históricos, generacionales, que no solo son eco de la herencia, sino materia cambiante. Quiérase o no, se está atado. Hasta tanto no reconocí estas ligazones, escribir fue un errabundar a caza de lo extraño. Ahora entiendo las dimensiones de mi prisión, todo lo estrecha que se quiera: “yo”. Inmediata: Colombia. Compartida: Hispanoamérica. Proyectada: el mundo. COMO CONVERTIR LITERARIOS
EXPERIENCIAS
EN
MATERIALES
Suele decirse que en cada uno de nosotros hay temas suficientes para una novela, para muchas. Se confunde así la vida con el arte. De nuestra propia vida pueden hacerse muchas historias, tal vez una o ninguna novela. Para que las vivencias se transformen en material creativo se necesita que ellas, además de singulares, sean capaces de retomar
vida independiente de uno mismo. Como esas pesadillas que perturban nuestros sueños y que no deseamos repetir. Fueron experiencias que se independizaron y adquirieron existencia propia, aunque persistan en nosotros. El desdoblamiento de la experiencia personal o de la ajena –vista, relatada- es lo que confiere a esta su calidad novelable. Es así como en lo cotidiano, mientras se viaja en un bus o se reacciona bajo el agua fría del baño, gestamos argumentos o el carácter de un personaje. El peripato aristótelico. Proceso largo o (…) embrujan el paisaje. Aparecen en él nuevos elementos de conquista –alambradas, casinos, teléfonos, rótulos en inglés- que lo hacen más hostigante. Allí la civilización no se llama sputnik o jet, sino draga. La oposición es la batea vacía del lavador de oro. Su dueño resistiendo a la draga, corresponde al artesano de otras latitudes en conflicto con el maquinismo. En esta nueva selva prevalecen más las relaciones humanas en que se mueve el personaje que la descripción de la geografía. El hombre enmarcado en la realidad histórica, llámese feudalismo o neoimperialismo, violencia o Conquista. Víctima del pillaje humano y no del río, la lluvia o la selva, por muy plásticos y literarios que sean estos. Desde luego, en ningún momento se habrá de confundir la geografía con la atmósfera interior de la obra. El personaje no debe ser producto del acontecer general, sino reflejo de su vida particular, en la obra, puesto que el propósito es la creación y en ningún momento el recuento. Esta visión es necesaria si no queremos caer en el esquematismo que transforma al personaje en muñeco de trapo, en larva proteiforme que se arrastra con una vida ficticia. En la obra citada, la frustración es una fuerza ciega que motiva al personaje. El oráculo griego que dirige los pasos de los héroes. Pero, a diferencia de estos, convencidos del inexorable destino revelado, el chocoano se resiste al determinismo social. El personaje queda con la posibilidad, o, al menos, con la rebeldía, de transformar favorablemente el paisaje hechizado. Esta libertad potencial, real para el protagonista que trata de usarla, no puede ser superior ni
distinta a las constantes sociales en la que le toca vivir. Habrá triunfo o derrota solo en la medida en que el conjunto de la sociedad lo permita y no como caprichoso recurso del novelista. EL ESTILO COMO IDENTIDAD La necesidad del estilo crea el conflicto entre lo que uno es como individuo y lo que será transmutado en la obra. Por largo trecho –libros publicados de relatos, teatro y novelaescribí sin preocupaciones literarias. Tenía, sí, inquietudes retóricas y sociales. Pero en ese tiempo la novelística, el género literario al que me he ceñido últimamente, se separó mucho de los modelos tradicionales. Las razones de este brusco salto son especulaciones filosoficosociales del naturalismo que se complicaron con nuevas dimensiones: la ruptura del tiempo histórico, la fragmentación del espacio, el desdoblamiento del “yo”, el animismo antropomorfo de los objetos y animales, o a la inversa: el zoomorfismo del hombre, el autor-cámara detrás del ojo con simulada amputación del cerebro. A esta complicación del oficio se sumó otra, la militancia del lector. Su pasividad receptora se transformó en una especie de verdugo. Un libro se dita si tiene la posibilidad de venderse. Se vende si hay demanda. Violentando así la individualidad creadora, el escritor debe pensar en los gustos, las posibilidades económicas, la cultura, etcétera, de esa masa de lectores. Abstraerse de ella es autoamputarse, cortar la importancia y el significado de la obra. Advertido de estas realidades, por lo demás ajenas a uno mismo, debí recapacitar en las nuevas tareas planteadas por la novelística: surgió la necesidad del estilo, de la fórmula que permitiera amalgamar las contradicciones, de la libertad creadora y los imperativos del lector, de la crítica, de la sociedad contemporánea. En esas ando, defendiendo la espontaneidad del relato, dislocando el tiempo y el espacio, monologando, siempre en búsqueda de identificarme en cada frase, en cada nuevo experimento. Los hispanomericanos tenemos dificultades con el español, nuestra lengua materna. Todavía, cuatro siglos después de habérsele impuesto al indio y al
negro hablar en un idioma distinto a los nativos, el genio de la lengua castellana nos esconde sus intimidades. Debemos acudir con frecuencia al diccionario no para aprender nuevos vocablos, sino para conocer el significado y la ortografía de palabras que hemos repetido desde nuestra infancia. Aún estamos en proceso de incorporar al castellano raíces y términos propios del indio y del negro. Nuestras mentalidades mestizas necesitan un idioma expresivo de las nacientes aptitudes. El tradicionalismo gramatical nos crea complejos idiomáticos. Nos ruborizamos si alguien nos pilla un error ortográfico. Los periódicos, al menos en Colombia, rectifican a diario el significado de algunas palabras empleadas erróneamente. Somos discípulos de Bello, Caro y Cuervo. Antes que escritores nos preocupa ser filólogo. Afán de afirmarnos en un idioma que todavía nos es extraño. En contraposición a esta habla heredada, impuesta, nace la otra, la propia, en el ajetreo cotidiano del pueblo. Palabras que nadie sabe quién las inventó, de dónde vienen, hacia dónde van en el continente o en qué sitio se quedan, fuera o dentro de los cartones académicos. Son millares. Unas viven un día y otras perduran. Las creamos inconscientemente y, sin embargo, comunican un concepto que es captado de inmediato por el que oye, habitante del mismo lugar, de la geografía social que nos enfrenta. Cuando dudo acerca de estos vocablos y expresiones, no puedo recurrir al diccionario que los ignora, sino al padre, al tío, al abuelo. Si me las confirman como elementos vivos, conocidos por ellos, las incorporo a mi vocabulario. Es el nuevo idioma del mestizo, ya sin antecedentes semánticos, pero con una raíz nueva: la vida. Creo que con este idioma popular sucede en Hispanoamérica lo que con el latín vulgar: será el nuevo núcleo del habla regional del que nacerán troncos –lenguas romances se llamaron entonces- que constituirán los idiomas nacionales hispanoamericanos. Personalmente, atenerme al habla culta me plantea dificultades de expresión. La claridad del concepto se oscurece cuando la gramática me exige la omisión de un gerundio. Los pensamientos se empastan cuando hay necesidad de atender al régimen. Coyunda que no entorpece al vulgo, cuyas palabras saltan y expresan el concepto con espontaneidad. La lengua es para él un instrumento de una revolución del idioma. Creo
en la urgencia de romper sus ataduras académicas – de hecho, el pueblo las ignora- si deseamos involucrar a la novelística hispanoamericana las necesidades de una vida: la del mestizo. Tomado de Boletín Cultural y Bibliográfico, vol. X, Nro 1, Bogotá, Banco de la República, 1967, pp. 69-73.
Recopilación y prólogo ALFONSO MÚNERA
Manuel Zapata Olivella. Por los senderos de los ancestros. Textos escogidos. Bogotá. Ministerio de Cultura. Biblioteca 2010. Págs. 212-219.
de
Cultura
Afrocolombiana.
HE VISTO LA NOCHE
Las raíces de la furia negra Esta tercera edición de “He visto la noche” aparece veintidós años después de haber sido escrita en 1946 y a quince años de la primera. Períodos muy importantes en lo que va corrido del siglo, que confieren a estos relatos una oportuna perspectiva a los fenómenos raciales que tienen lugar actualmente en los Estados Unidos. En ese entonces el negro norteamericano no tenía la visión clara sobre sí mismo ni del papel que le tocaba jugar en la historia de los pueblos. He aquí en este libro el testimonio de las inquietudes que los aquejaban, sus primeras luchas por forjarse una conciencia étnica, la aspiración aún confusa de ser considerado como un ciudadano si tener que desteñirse la piel. Eran los primeros atisbos de la fuerza colectiva, multitudinaria, arrolladora, de los movimientos anti-racistas actuales. Todos ellos, extremistas y conciliadores, religiosos y políticos, se aúnan hoy en el reclamo de un derecho universal del hombre: identificarse consigo mismo. La “línea de color” que aspiraban atravesar miles
de ellos anualmente a través del cruce con el blanco, reforzado por el maquillaje del cabello y la piel, dejó de ser la única solución de escape. La resurrección de las viejas culturas africanas afirmándose ante el colonizador expulsado, alentó la búsqueda del nuevo camino, diferente al de la despigmentación y ajustado a las aspiraciones y posibilidades inmediatas de las grandes masas. La conciencia de esta verdad elemental y la decisión de hacerla valer en el país donde tiene su sede las Naciones Unidas, han creado un hecho tan irreversible como el nuevo derrotero de independencia de las antiguas colonas africanas. Los tumultos que conmueven diariamente a la nación norteamericana, en el profundo Sur y aun en el Norte, donde el consentimiento de las barriadas negras no basta como ejemplo de “libertad”, hacen de las páginas de “He visto la noche” un documento muy aleccionador de la época embrionaria de esa lucha. Es un relato objetivo de cómo se maduran las mentes de los líderes negros y cómo, tal vez sin proponérselo, buscaban la fórmula ideal de integrarse realmente a la cultura universal, reclamando el sitio que en ella deben tener los pueblos con su total autenticidad. Ejemplo combativo valedero no solo para las minorías raciales sino para la gran población mestiza de Hispanoamérica, ya en al encrucijada de asumir la defensa integral de su mestizaje o perderse en la frustración de un constante desconocerse a sí misma. EL HARLEM OLVIDADO Desde que visitaba a la discípula de español que vivía en las últimas mansiones de Harlem, diariamente recorría sus calles hasta convertirme en uno de sus tantos huéspedes. Solo por las noches regresaba al centro de Nueva York a buscar un refugio en el Mills´s Hotel o en las estaciones. Lo mismo que los muchos vendedores de frutas tirando de sus coches, de uno a otro extremo de las populosas avenidas, yo deambulaba contemplando la vida amarga y sonriente de los negros. El Harlem que tenía a mi vista no era el barrio maravilloso de que hablaban los periódicos. Inútilmente buscaba en las esquinas a los negritos bailando el swing y a las mujeres luciendo costosísimos abrigos de
pieles. Muy atrás estaban los tiempos cuando Duke Ellington atraía la élite blanca a los salones del Cotton Club; cuando Louis Armstrong vocalizaba su trompeta de oro frente a los atónitos magnates de la ciudad baja de Nueva York, quienes solo esperaban la caída de la noche para aparecer en los salones aristocráticos de Harlem. De este pasado no quedaba sino la leyenda y a mí solo me era dado ver la angustia y la amargura que ensombrecía los rostros. Pronto me puse en contacto con las organizaciones negras empeñadas en destruir los prejuicios raciales y una tarde me vi montado sobre la capota de un automóvil, al lado de una muchacha judía arengando al grupo de gentes de color que se había reunido en la esquina de la Octava Avenida y la Calle 125, donde todas las noches era posible escuchar a varios oradores agitando los problemas discriminatorios. Incidentalmente había conocido allí mismo a la muchacha judía y como le expresara mis puntos de vista respecto a la discriminación, me instó a que subiera al vehículo para que se lo dijera a la concurrencia. Jamás me había visto e medio de tantos rostros negros atentos a mi palabra. Pero mi dominio del inglés no tenía tanta ductilidad como para improvisar una perorata. Sobre el vehículo ya creía frustrado intento de la mcuchacha con mi engarrotada dicción, cuando ella, hábil y conocedora de la dialéctica, comenzó a interrogarme en alta voz y a cada respuesta mía, pude observar con sorpresa que los oyentes afirmaban complacidos: - ¡Sí, señor! - ¡Así debe ser! - ¡Tiene razón el muchacho latino! El día en que Joe Louis inauguraba su famoso bar en Harlem me sumé a los negros pobres de la barriada que se conglomeraron frente al establecimiento. Grandes murales cubrían las paredes con los rostros de los hombres de color más destacados en la historia de los hombres de color más destacados en la historia de los Estados Unidos. Químicos, médicos, cantantes, literatos, boxeadores y juriconsultos, figuraban en aquella pintura que exaltaba con vigor a la raza negra. Entre la gente asomada a los cristales, nadie se preocupó por las obras de arte. Eran pobres que habían estado alejados de la cultura. En cambio, en su duro tráfago cotidiano, habían tenido ocasión de enterarse de quienes eran las figuras del cine, del
ring o de la radio que aquella noche, vistiendo elegantísimos fracs, honraban al más grande de los boxeadores. Los domingos en la mañana, Harlem se despertaba con la alegría de la juventud. Cientos de niños patinaban en las avenidas a falta de pistas especiales como las que existían en los barrios residenciales de los blancos. Los negros se contentaban con invadir los patios y las tortuosas calles de Harlem. Mientras las piernas ágiles describían círculos audaces con los patines, algunos estudiantes lanzaban la pelota de baloncesto u otros se arrastraban por el suelo en espectaculares jugadas de base-ball. A mí me tocó hacer las veces de juez en un partido que realizaban algunos chicuelos y confieso que nunca me vi tan cerca de ser apabullado como cuando declaré “out” a un jugador que había llegado al mismo tiempo que la pelota a la segunda base. Salí ileso de la tremenda batahola que formaron en torno a mí, porque no tuve inglés para fundamentar mi fallo. Harlem, sin embargo, me contagiaba su amargura. Me dolían sus casas apilonadas donde se guarnecían cientos de inquilinos, sucios y cansados por el trabajo, sin alegría en sus horas de descanso. Algunas veces pude sorprender sus vidas al calor de la intimidad y aquellos rostros negros, a pesar de querer manifestar alegría al visitante, no lograban borrar las firmes arrugas que el dolor les había tatuado en su miseria. LA JUVENTUD CANTA El verdadero calor del pueblo norteamericano me llegó cordial y alegre a través de varios amigos jóvenes. Recuerdo a Lucas, de padres italianos, atribulado por atender a su mujercita y darle escape a su pasión de pintor. Vivía en uno de los suburbios donde se agrupaban familias de origen italiano, pero que apenas si suspiraban por la cálida península. Por entre calles estrechas se levantaban los edificios de inquilinato, sucios y llenos de jaulas de pájaros. Los balcones, unos frente a otros, tenían un vínculo familiar que no era dado ver en ninguna otra parte de Nueva York.
Uno de ellos me topó en la torre del Empire State. Nueva York se dilataba con su geografía de ríos humanos, donde los parques se convertían en rectángulos verdes, en tanto que los muelles, como gigantescos barcos, se adentraban en las aguas de la bahía o del Hudson. Una brisa fresca llegaba del mar prendiendo una sana alegría en los adultos y en los niños. Mientras contemplaba el paisaje, alguien me llamó por mi nombre. - A sus órdenes –respondí, extrañado de que una voz me llamara en el lugar más inesperado. Desde que visitara los Estados Unidos no oía mi apellido y entonces de improviso, sonó con el acento de mi patria. Descubrí que la cara de quien me había nombrado no me era desconocida, pero no pude reprimir mis palabras: - ¿Y usted, quién es? - Bástele con saber que fui un día su condiscípulo en Bogotá –la respuesta seca, un tanto presuntuosa, borró toda la alegría que la tarde había depositado en mi corazón y al reparar en sus vestidos nuevos y en mi facha grotesca, descubrí que quien así se daba importancia no pasaba de ser un mentecato, envanecido por las circunstancias que le eran favorables. Evoqué los murales de Diego Rivera en el Rockefeller´s Center, su pujante alegoría al músculo, al inquebrantable anhelo de superación del pueblo norteamericano. Y pensando en ello, la desdeñosa respuesta de mi excondiscípulo me pareció insulsa y me dije un tanto compasivo: - Esto no se hubiera construido con hombres ruines que no alcanzaran a percibir el calor de la fraternidad humana. EL ÚLTIMO BOFETON Regresaba de nuevo a Texas, a la ciudad de Laredo, habiendo circundado toda la Unión Norteamericana. Recordaba que en el extremo occidental de ese mismo estado, en El Paso, desistí tomar la ruta del Profundo Sur porque me asustaban las noticias sobre los linchamientos y porque mis ojos bisoños no habrían podido comprender en toda su magnitud
la vileza de que eran objeto los negros. Por el contrario, al llegar a Laredo, después de haber recorrido casi todo el país, el conocimiento que había acumulado de la gran injusticia social, excitaba mi sensibilidad hacia toda humillación económica aunque tomara el ropaje de una discriminación racial. Todavía antes de cruzar de nuevo el Río Bravo, hacia México, debí sufrir el último bofetón de manos de los sustentadores de la “supremacía blanca”. Había solicitado en el restaurante de la estación de buses un par de huevos fritos. El expendedor dijo que no me podía atender porque yo era negro. De nuevo comprendí que no debía callarme aquella ofensa; debía protestar en alguna forma e hice hincapié en que me sirvieran, hablando en español, pues este idioma no era extraño para nadie allí. - De buena gana lo haría, pero está prohibido a los negros. - Sírvame usted, no es un negro quien se lo solicita, es un ciudadano extranjero. El expendedor me miró sonriendo y se alejó a preguntar algo al cajero, seguramente el dueño del establecimiento. Regresaron ambos y el nuevo personaje preguntó: - ¿Cuál es su nacionalidad? - Soy colombiano –respondí lleno de orgullo. - Pues no se le sirve. Aquí no se les vende a los negros y mucho menos a los latinos. - Algún día los negros y los latinos le enseñarán a usted la decencia humana. Sentí que mis palabras, lanzadas en español, se convertían en una potente arma que ya no abandonaría en el resto de mi vida.
He visto la noche. Las raíces de la furia negra.
Medellín. Editorial Bedout. 1982. Págs. 5-6. 134137, 117-178.
HOMENAJE A LOS CIEN AÑOS DEL NACIMIENTO DE CHARLES BUKOWSKI (1920-2020)
LOS REYES SE HAN IDO pronunciar grandes palabras sobre los reyes y sobre la vida, hacer ecuaciones como un genio matemático; fui a ver una obra de Shakespeare, pero la grandeza no se veía por ninguna parte; no presumo tener un buen oído o una buena alma, pero la mayor parte de Shakespeare me dejó seco, tengo que confesar, y me dirigí a un bar donde un hombre con manos como cangrejos rojos me contó su vida miserable entre humos y me fui emborrachando, espejo de mí mismo,
los años como una araña que nos chupa hasta la última gota de sangre, y supe que había juzgado mal a Shakey (1) su voz me hablaba desde el túnel de la tumba y el tráfico pasaba lo podía ver desde la puerta, pedazos de cosas que se movían, y las manos del cangrejo rojo se movían ante mi cara y cogí mi copa y la derribé de un manotazo y salí a la calle pero todo siguió igual. 1. Diminutivo cariñoso para referirse a Shakespeare.
Traducción, selección y notas de JOSÉ MARÍA MORENO CARRASCAL
Madrigales de la pensiรณn. Madrid. Visor Libros. 2001. Pรกg. 74.
HOLLYWOOD 15 (FRAGMENTO) -Usé el telefóno de Wenner Zergog para llamar a Francois (Racine). Me enteré de que Francois la ha jodido. Lo despidieron. Le pagaron unos pocos días, después lo despidieron. La misma historia de siempre… -¿Cómo qué? -Es un gran actor, pero de vez en cuando se vuelve loco. Simplemente se olvida del guion y de la escena que se supone que está haciendo y hace eso. Es una enfermedad, yo creo. Seguro que lo ha vuelto a hacer. Lo despidieron. -¿Qué es lo que hace? –pregunté. -Es siempre lo mismo. Hace todo bien una temporada. Y después deja de hacer caso al director. Si le digo: “Ven aquí y haz tu papel”, no lo hace. Y si le pregunto: “¿Por qué haces eso?”, él contesta: “No sé. No tengo ni idea.” Una vez estábamos filmando y él se alejó, se bajó los pantalones y se agachó. No llevaba calzoncillos. -Joder –dije. -O dice cosas como “Debemos acelerar el proceso natural de la muerte”. O “Las vidas de todos los hombres me aplastan”. -Joder, menudo tío. -Sí que lo es… Bebimos hasta la madrugada, bastante entrada la madrugada. Me desperté hacia el mediodía y bajé y llamé a la puerta de Jon. No respondió nadie. Abrí la puerta. Jon se había ido. Había una nota. (…)
16 (FRAGMENTO) Aquella noche sin Jon escuchando en el piso de abajo el guion comenzó a avanzar. Estaba escribiendo de un joven que quería escribir y beber, pero la mayor parte de su éxito lo tenía con la botella. El joven era yo. Aunque aquella época no había sido una época desdichada, había sido, en su mayor parte, una época de vacío y espera. A medida que iba escribiendo, los personajes de cierto bar vinieron a mí. Vi de nuevo cada rostro, los cuerpos, oí las voces, las conversaciones. Había un bar en particular que tenía cierto encanto mortecino. Me centré en eso, reviví las peleas de bar con el camarero. Yo no había sido un buen luchador. Para empezar, mis manos eran demasiado pequeñas y estaba mal alimentado, tremendamente mal alimentado. Pero tenía bastantes cojones y una pegada muy buena. Mi principal problema durante una pelea era que no podía ponerme realmente furioso, ni siquiera cuando parecía que mi vida estaba en peligro. Todo era como una comedia para mí. Importaba y no importaba. Pelear con el camarero era algo que hacer y gustaba a los clientes que formaban un pequeño grupo de habituales. Yo era el intruso. Hay algo que debe decidirse en favor de la bebida: todas aquellas peleas me habrían matado si hubiese estado sobrio, pero al estar borracho era como si el cuerpo se volviese de goma y la cabeza de cemento. Muñecas torcidas, labios hinchados y rótulas magulladas eran lo único que tenía al día siguiente. También chichones en la cabeza, de las caídas. Cómo podría convertirse todo esto en un guion era algo que no sabía. Yo sólo sabía que era la única parte de mi vida sobre la que no había escrito mucho. Yo creo que en aquella época estaba en mi sano juicio, tan en mi sano juicio como cualquier otro. Y sabía que había una civilización entera de almas perdidas que vivían dentro y fuera de los bares, día tras día, noche tras noche y para siempre, hasta morir. Yo nunca había leído acerca de esta civilización así que decidí escribir sobre ella, como yo la recordaba. Mi vieja máquina de escribir se puso a teclear. (…)
43 (FRAGMENTO) Después de Cannes todavía quedaban cosas por hacer en la sala de montaje. Pinchot estaba trabajando mucho en ello. Yo tuve un pequeño papel en la película. Hice de borracho en una escena. Fue breve pero podía haber durado más. La mayor parte la quitaron. Me explico. Estoy allí sentado con esos otros dos tipos, estamos en la barra, separados unos de otros. Es la escena cuando Jack conoce a Francine. Se suponía que lo único que teníamos que hacer nosotros tres, en nuestra calidad de borrachos, era estar allí sentados como borrachos. Pero cuando la cámara nos enfocó, no pude reprimirme. Tomé un gran trago de cerveza, lo mantuve en la boca, y luego lo volví a escupir dentro del cuello de la botella desde una distancia de por lo menos quince centímetros. Era una gracia excelente. No cayó ni una gota sobre la barra. No sé por qué lo hice. No lo había hecho nunca. Pero esa parte terminó en el suelo de la sala montaje. -Oye, Jon –dije-, ¿por qué no vuelves a meter ese trozo? (…) Abrí una cerveza y encendí la tele. Había un combate en el canal deportivo por cable. Esos sí que se estaban dando. Los boxeadores estaban mejor preparados ahora en mi juventud. Yo me maravillaba de la energía que llegaban a gastar y todavía seguía dando y dando. Los meses de footing en la carretera y de gimnasia que aquellos boxeadores tenían que soportar parecían prácticamente insoportables. Y luego, esos dos o tres últimos días intensos antes de una gran pelea. Estar en forma era la clave. Tener talento y un par de cojones eran cosas imprescindibles, peri si no se estaba en forma quedaban anulados. Me gustaban los combates. De alguna forma me recordaban a la escritura. Se necesitaban las mismas cosas: talento, cojones y estar en forma. Sólo que la forma era mental, espiritual. Nunca se era un
escritor. Uno tenía que convertirse en escritor cada vez que se sentaba a la máquina. No era tan difícil una vez sentado frente a la máquina de escribir. A veces lo que era difícil era encontrar aquella silla y sentarse en ella. A veces uno podía hacerlo. Igual que al resto de los mortales, a uno se le atravesaban cosas delante: pequeños problemas, grandes problemas, continuos golpes y vapuleos. Uno tenía que estar en forma para soportar aquello que intentaba matarlo. Ese era el mensaje que yo sacaba al observar los combates, o al observar correr a los caballos, o al ver la forma en que los jockeys intentaban superar todo el tiempo la mala suerte, caídas de caballo en los hipódromos y pequeños horrores personales fuera del hipódromo. Yo escribía sobre la vida, ja, ja. Pero lo que realmente me asombraba era el enorme valor de algunas de las personas que vivían esa vida. Eso me ayudaba a seguir adelante. (…) Traducción de CECILIA CERIANI
Hollywood.
Barcelona. Págs. 100, 102, 288.
Editorial
Anagrama.
1990.
LAS CINTAS DE CHARLES BUKOWSKI Vol. 1, nos. 2 y 4, 1985 Por: Barbet Schroeder (1941-)
La naturaleza Charles Bukowski: OK. Barbet Schroeder: No te gusta la naturaleza. CB: Las prostitutas son naturales. BS: Los árboles, el campo… CB: Me aburren. Carl Weissner nos llevó de viaje a través de Alemania enseñándonos todos los cerros, lo verde y yo empecé a cabecear. Mierda, una vez di una lectura de poesía en Oregon o en Wasghinton o en algún otro lugar. Algún tipo iba manejando. Después de la lectura donde se suponía que yo violaba a una profesora de inglés… para el tiempo
que llegué ahí todo estaba tan aburrido que ni siquiera se me podía parar. Árboles, lo verde. Está bien, está bien, pero me refiero a que finalmente puede embotarse (gesticulando hacia el cielo). Es justo como: árboles verdes, árboles verdes, árboles verdes. Está bien. ¿Qué se le va a hacer? Dame las ciudades. Dame humo. Me gusta lo que me dijo el chico en París, el Rey de los… ¿qué?, el Rey de los Punk, si. Dijo, la gente se quejaba por el esmog. Me encantó. Subía y bajaba los zippers de su ropa. Y sabe que hay una forma de amar el esmog, no es una “no verdad”. Se siente bien. Sales a caminar y vas (respira profundamente). Eres parte de él, mierda, estás caminando a través del esmog. Amas los edificios, amas la inflación. Hay criaturas que se ajustan a las condiciones. Va a haber gente del esmog, gente de la inflación. Mientras más alto el precio… Vas a entrar a un lugar en algún momento y la mesera dirá: “Bueno, son 365 dólares por un sándwich de carnero”. Y tú dirás: “¿Eso es todo? Voy a pagarte 565 dólares, ¡y aquí te dejo una propina de 365 dólares!”. Éstas son las personas que van a sobrevivir, ¿no lo ves? Están listos para la inflación, ¡están listos para el esmog! ¡Lo aman! ¿Cuál es la diferencia? Sólo es mental. ¡Déjate llevar! Aquí, ¡toma una propina de quinientos dólares! No, está bien. No significa nada menos que quieras que signifique algo, ¡carajo! Así que sigues cambiando de gobierno, sigues cambiando de mujeres, ¿cuál es la diferencia? Aquí estamos de regreso con las mujeres…. Muriendo de hambre por el arte BS: Dijiste que morirse de hambre no crea arte, que crea muchas cosas, pero que principalmente crea tiempo. CB: Ah, sí. Bueno, hey, eso es muy básico. Odio desperdiciar tu cinta de grabación para decir esto. Pero tú sabes, si trabajas en un empleo de ocho horas y vas a recibir 55 centavos por hora… Si te quedas en casa no vas a recibir nada de dinero, pero vas a tener tiempo de escribir algo en el papel. Supongo que fui una de esas rarezas de nuestros tiempos modernos que de verdad se mató de hambre por su arte. Realmente morí de hambre, sabes, para
tener 24 horas sin intrusos. Renuncié a la buena comida, renuncié a todo sólo para… estaba loco. Era dedicado. Pero lo ves, el problema es que puedes ser un necio dedicado y no ser capaz de hacerla. La dedicación sin el talento es inservible, ¿me entiendes? La dedicación sola no es suficiente. Te puedes morir de hambre y querer hacerlo… hey, ¿sabes?, yo lo sé. ¿Y cuántos lo hacen? Se mueren de hambre en las alcantarillas y no la hacen. BS: Pero tú sabías que tenías talento. CB: ¡Todos creen que lo tienen! ¿Cómo sabes que tú eres el indicado? No lo sabes… es un disparo en la oscuridad. Lo tomas o te conviertes en una persona normal y civilizada de ocho a cinco. Te casas, tienes hijos, la navidad juntos: “¡Aquí viene la abuela! ¡Hola abuela!... Pasa, ¿cómo estás?” Sabes, mierda, no podría aceptar eso, ¡preferiría suicidarme! Supongo que en mi sangre no podría soportar todo lo que sucede, lo ordinario de la vida. No podría soportar la vida de familia, la vida de un trabajo fijo, no podría soportar nada de lo que mirara. Decidí que tenía que morirme de hambre, hacerla, volverme loco, salir adelante o hacer algo. Incluso si no lo hubiera hecho con mi escritura, no podría hacerlo del ocho al cinco. Habría sido un suicida, algo. Lo siento, no puedo aceptar el paso de caracol: Johnny Carson, feliz cumpleaños, Navidad, Año Nuevo. Para mí esto es lo más enfermo de todo lo enfermo. Así que sólo tuve suerte. Me aferré, alguien tomó un poema o un cuento de alguna parte. Ahora sólo me siento por ahí y bebo vino y hablo acerca de mí mismo porque ustedes hacen las preguntas, no porque yo dé las respuestas, ¿OK? BS: OK “The Charles Bukowski Tapes”, Produce dan Directed by Barbet Schroeder, Les Films du Losange, Distributed by Lagoon Video, Volume 1, No. 2, “Starving for Art”, and No 4, “Nature”, January 1985. DAVID STEPHEN CALONNE Compilador MAURICIO BARES Traductor
Ellos quieren algo crudo. 30 años de entrevistas. México. Universidad Autónoma de Nuevo León. 2013. Págs. 197-199.
HOMENAJE A LOS DOS LIBROS A SUS CIEN AÑOS DE SU PUBLICACIÓN (1920-2020)
HOMENAJE A LOS CIEN AÑOS DEL NACIMIENTO DE PAUL CELAN (1920-2020)
PROSAS POR FIN LLEGÓ EL MOMENTO, ante los espejos que cubren las paredes exteriores de la casa, en la que abandonaste para siempre a la amada con el cabello desmelenado, de enarbolar tu negro estandarte en la cresta de la acacia florecida antes de tiempo. Penetrante se oye la fanfarria del regimiento de ciegos, el único que te ha permanecido fiel, tú te atas la máscara, sujetas el encaje negro a las mangas de tu traje de ceniza, subes al árbol, los pliegues del estandarte te abrazan, inicias el vuelo. No, tan bien como tú, nadie supo revolotear alrededor de esta casa. Cae la noche, tú flotas espaldas, los espejos de la casa se inclinan sin cesar para recoger tu sombra, las estrellas caen y
te arranca la máscara, tus ojos se escurren hacia tu corazón, donde el sicómoro encendió sus hojas, las estrellas también se escurren hacia alá, todas excepto la última, un pájaro más diminuto, la muerte, que circula a tu alrededor y tu boca soñadora pronuncia tu nombre. AUNQUE SIN BALAUSTRADA quedan única coordenada segura los movimientos que me seducen todavía de las enormes escaleras por las que sube y baja la bandera vaporosa del encuentro con uno mismo. A pesar de todo las acepto sin balaustradas e incluso las prefiero para mis escasos paseos entre Cáncer y Capricornio, cuando, enfadado con la estación del año, inundo la casa con el encaje negro del placer de no amar a nadie. Pocas veces también, pero bajo un cielo interior advertido en un bastón, desciendo yo, una rueda de fuego, al extremo límite de los peldaños hasta abajo del todo, donde el cabello de una mujer por mí asesinada me espera para estrangularme. Esquivo el peligro con una artimaña que no se transmitirá a mis herederos. Entonces me vuelvo y llegado al peldaño del que he partido repito la destreza con creciente rapidez hasta mofarme con brío de aquella melena del último peldaño. Ahora -¡y sólo ahora!- me dejo ver por aquellos que hace tiempo me detestan y esperan febrilmente el desenlace. Pero, no acostumbrados a tales acontecimientos, me creen balaustrada de metal de los peldaños y, sin ser consciente del peligro, descienden hasta abjao del todo y abren, insensatos, la puerta, por la que entrará la Ilustre Difunta. PARTIDARIO DEL ABSOLUTISMO ERÓTICO, reticente megalómano incluso entre los buzos, mensajero a la vez del halo de Paul Celan, evoco las petrificadas fisonomías del naufragio aéreo sólo a intervalos de un decenio (o aún más) y sólo me dedico al patinaje en una hora muy tardía, sobre un lago vigilado por el enorme bosque de los descerebrados miembros de la Conspiración Poética Universal. Es fácil comprender que por aquí no puedes penetrar con las flechas del fuego visible. Una inmensa cortina de amatista disimula, en los confines del mundo, la existencia de una vegetación antropomorfa, más allá de la que intento bailar una danza selenita, que
por fin llegue a deslumbrarme. Hasta ahora no lo he logrado y con los ojos trasladados a las sienes me contemplo de perfil, esperando la primavera. HUBO NOCHES en las que me pareció que tus ojos, a los que yo había dibujado grandes ojeras naranjas, encendían de nuevo sus cenizas. En aquellas noches no llovía tanto. Abría las ventanas y me subía desnudo al alféizar para ver el mundo. Los árboles del bosque venían hacia mí, uno tras otro, sometidos, un ejército vencido que llegaba para entregar sus armas. Permanecía inmóvil mientras del cielo descendía el estandarte bajo el que él había enviado a sus ejércitos de combate. Desde una esquina tú también contemplabas la hermosura increíble de mi desnudez ensangrentada: yo era la única constelación que no fue borrada por la lluvia, yo era la Cruz del Sur. Sí, en aquellas noches le era a uno difícil abrirse las venas y mientras las llamas me abrazaban, y la pantera de plata desgarraba el amanecer que me acechaba, la ciudadela de las urnas era mía, la llenaba con mi sangre, tras despedir al ejército enemigo, gratificándole con ciudades y puertos. Yo era Petronio y de nuevo derramaba mi sangre entre rosas. Por cada pétalo manchado tú apagabas una antorcha. ¿Te acuerdas? Yo era Petronio y no te amaba.
Edición de BARBARA WIEDEMANN Traducción de JOSÉ LUIS REINA PALAZÓN, en colaboración con IONA ZLOSTESCU (para los textos rumanos)
Poemas y prosas de juventud.
Madrid. Trotta. 2010. Pรกgs. 191, 192, 196, 197.
Editorial
HOMERO Y CELAN/ POETAS EN TIEMPO DE GUERRA Por: Jorge Mario Mejía (1955-)
PRÓLOGO El lector encontrará aquí una serie de estudios sobe poéticas situadas en extremos del tiempo –la Antigüedad, la contemporaneidad-, el espacio – Troya, Friburgo, Berlín- y del quehacer poético –la épica, la lírica-, pero comunicadas entre sí por una responsabilidad ética consustancial a la poesía de todos los tiempos, en especial los de barbarie (si todos no lo son), que hace de ella voz crítica y modo de resistencia frente a la guerra, en particular la sucia (si toda no lo es), y ante poderes al parecer consustanciales a esta, en los que no deja de involucrarse el sedicente reino del espíritu.
La sección inicial versa sobre la Ilíada, con eventuales referencias a la Odisea, y se compone de cinco estudios que presentan un carácter progresivo: el primero proporciona el contexto del asunto y los tres siguientes son la preparación en concepción y conceptos para la conclusión planteada en el quinto. La exposición sobre la crítica poética de la guerra comienza con la suerte final que corren los despojos mortales. La preocupación por el sepelio y por su negación es persistente a lo largo de la historia, desde la aristocracia guerrera hasta la democracia ateniense y el tiempo presente, como persistente es también la utilización política que se hace de ella y que, no obstante, resulta poco cuestionada (una salvedad en Grecia, aunque difícil de descifrar en cuanto a sus propósitos últimos, la proporciona el Menéxeno de Platón). Tales son los asuntos del primer estudio de esta sección. El segundo estudio pregunta por la concepción del canto en un poeta como Homero –que da voz a la preocupación por las honras fúnebres, al punto de hacer de ella el hilo del poema- y busca la respuesta en el nombre que recibió –o se daba- dicho cantor, el enigmático nombre de rapsoda, que designaba primero al aedo que tramaba la obra descomunal, y después al recitador que, o bien hacía antologías épicas a instancias del efectismo inherente a los concursos, o bien declamaba la totalidad de la epopeya obligado por decreto de gobernante. El asunto del tercer estudio es la alianza entre la composición escrita del poema –entendida como una especie de mañosa notación musical y no como el habitual y práctico redactar- y su ocultamiento deliberado, por razones políticas, en la transmisión oral. El ahondamiento en el ingenio del rapsoda que se vale de la celebración, típica del aedo, como artimaña para explorar el poder de la acción, por un lado, y la potencia de la palabra, por el otro, es el cometido del cuarto estudio. El quinto y último concluye este apartado mostrando el revés del tapiz homérico, la Ilíada como parodia de la confabulación de los estamentos sacerdotal y guerrero, que viven de la muerte.
La segunda sección estudia tres poemas de Paul Celan y lo hace en el orden inverso al de su composición, para adecuar la exposición a la secuencia de los hechos históricos frente a los cuales el poeta toma posición y que van, por un lado, de los antecedentes del nazismo a su ascenso y caída y a la contumacia del antisemitismo y, por otro, del comunismo perseguido al stalinismo perseguidor. La autonomía y la autarquía de un poema como “Yaces leyendo”, incluido en el poemario póstumo Partitura de la nieve (1971), no es la de una mónada, sin puertas ni ventanas, sino su propio y propicio modo de estar afuera, en la vida, en la historia. La Navidad, el asesinato de los comunistas Rosa de Luxemburg y Karl Liebknecht, la tortura y la ejecución de quienes conspiraron contra Hitler, son los motivos entretejidos en este poema gracias a un sutil trabajo de la forma. Del
poema
“Todtnauberg”,
perteneciente
al
libro
Violencia de la luz (1970), y que se refiere a un
encuentro de Celan con Martin Heidegger, tratan los cuatro estudios siguientes cuyos asuntos son: el diferendo irreductible entre la interpretación del filólogo Jan Bollack y la glosa del filósofo HansGeorg Gadamer; la consideración del poema como última instancia en la decisión sobre su sentido; la retoma del transcurso anterior para explicitar los escritos de Heidegger a que alude Celan; y, en fin, la respuesta del filósofo al poema que lo cuestiona, respuesta sintomática e inspiradora del modo de leer de los heideggerianos. Esta visión retrospectiva termina en un poema que proporciona el sentido y la manera del compromiso de Celan con la palabra acallada y ahogada de los perseguidos, que rige desde temprano su quehacer poético. Se titula “Argumentum e silentio”, a René Char. Es un poema íntimamente ligado al epitafio crítico “In memoriam Paul Éluard”.
Homero
y
Celan.
Poetas
en
tiempo
de
guerra.
MedellĂn. Editorial Universidad de Antioquia. 2014. PĂĄgs. 9-10.
LECTURAS NO OBLIGATORIAS Por: Wislawa Szymborska (1923-2012)
DE LA AUTORA La idea de escribir Lecturas no obligatorias surgió de la columna que normalmente aparece en todas las revistas literarias con el nombre de Libros recibidos. Era fácil comprobar que únicamente un pequeño porcentaje de los libros en ella mencionados conseguían llegar a después al escritorio de los críticos. Se solía otorgar preferencia a las bellas letras y a los artículos sobre la política actual. Las memorias y las reediciones de los clásicos gozaban de una menor importancia. Prácticamente ninguna se concedía a las monografías, las antologías y los diccionarios. Y ninguna en absoluto a los libros de divulgación científica o a cualquier
tipo de guía. Pero las cosas se veían de otra manera en las librerías: la mayoría de los libros afanosamente reseñados (la mayoría, aunque no todos) acumulaban polvo en los estantes durante meses hasta que los empaquetaban para convertirlos en pasta, mientras que todos los otros (los no valorados, los no discutidos y los no recomendados) se agotaban en un visto y no visto. Sentí la necesidad de dedicarles un poco de atención. Al principio pensaba que escribiría verdaderamente reseñas, es decir, que determinaría en cada caso la naturaleza del libro, lo colocaría en una determinada corriente y daría a entender cuál de ellos es mejor o peor. Pronto me di cuenta de que no era capaz de escribir reseñas y que ni siquiera tenía ganas de hacerlo. Que en realidad soy y quiero continuar siendo una lectora amateur sobre la cual no recaiga el apremiante peso de la constante evaluación. El libro es a veces el tema central; en otras ocasiones, solo el pretexto para entretejer libres asociaciones. Aquel que califique estas Lecturas de folletinescas, estará en lo cierto. Quien se empecine en que son reseñas se llevara un desengaño. Y una cosa más, lo digo de corazón: soy una persona anticuada que cree que leer libros es el pasatiempo más hermoso que la humanidad ha creado. El homo ludens baila, canta, realiza gestos significativos, adopta posturas, se acicala, organiza fiestas y celebra refinadas ceremonias. Para nada desprecio la importancia de estas diversiones: sin ellas, la vida humana pasaría sumida en una monotonía inimaginable y, probablemente, la dispersión. Sin embargo, son actividades en grupo sobre las que se eleva un mayor o menor tufillo de instrucción colectiva. El homo ludens con un Libro es libre. Al menos, tan libre como él mismo sea capaz de serlo. Él fija las reglas del juego, subordinado únicamente a su propia curiosidad. Puede permitirse no solo leer libros inteligentes de los que aprenderá cosas, sino también libros estúpidos de los que algo sacará. Es libre de no leer un libro hasta la última página, y de empezar otro por el final e ir retrocediendo. Puede echarse a reír en un punto no destinado a ello o, de repente, detenerse ante unas palabras que recordará durante el resto de su vida. Y, finalmente, es libre –y ningún otro pasatiempo puede ofrecerle esto- de escuchar de qué habla
Montaigne o de zambullirse en el Mesozoico por un instante. W. S. Prรณlogo y traducciรณn MANUEL BELLMUNT SERRANO
Lecturas
no
obligatorias.
Prosas. Ediciones Alfabia. 2010. Pรกgs. 21-23.
Barcelona.
THE MIRACLE OF MORGAN´S CREEK / PRESTON STURGES (1898-1959) Por: André Bazin (1918-1958)
Cada película nos trae la confirmación del talento y la originalidad de Preston Sturges dentro de la producción americana que arranca de 1940. Sus películas no encuentran en Europa todo el éxito que merecen, seguramente porque están demasiado ligadas a las costumbres americanas y muchos de sus más sabrosos detalles son incomprensibles fuera de este contexto. Sin embargo no es necesario haber vivido en América para apreciarlos con tal de que hayamos sido espectadores atentos de las comedias americanas de antes de la guerra; porque no podemos calificarlas como comedias de costumbres en el mismo sentido en que lo son por ejemplo Turcaret o Topaze. Más allá de algunos modos de vida típicamente americanos, Sturges ataca sobre todo las creencias, las supersticiones sociales, los mitos, símbolos de este modo de vida. En Sullivan´s Travels supo llevar la operación a su límite denunciando la mixtificación del cine, siendo él mismo el generador del mito. The Miracle of Morgan´s Creek no es en realidad de una lógica menos implacable en el guion. Sturges ha acumulado sobre unos personajes
perfectamente inadaptados a esta situaciĂłn todo el peso de prejuicios, de conveniencias e imperativos sociolĂłgicos de los cuales es capaza una pequeĂąa ciudad de provincia americana en tiempos de guerra.
Por las peripecias que deben padecer, podemos comprobar con pavor que no es humo de pajas. El
joven galán clásico ha sido sustituido por un medio tonto declarado inútil a causa de la tensión arterial. El pobre hombre fluctuará como un corcho sobre la marea de la opinión pública del presidio a expensas de la gloria internacional (es preferible dejarles la sorpresa de saber por qué). Los personajes son, literalmente, unos antihéroes y como tales, incapaces de controlar por sí mismos ninguno de los acontecimientos, buenos o malos, cuyas consecuencias deban de sufrir. No nos engañemos; esta nueva comedia americana es diametralmente opuesta a la que conocimos. Sturges es el anti-Capra, porque el autor de M. Deeds nos hacía reír para reafirmar mejor nuestra confianza en la mitología social que sus comedias confirmaban. El rasgo genial de Sturges es haber sabido continuar la comedia americana por la transmutación del humor en ironía. Pero se puede temer que anuncie de esta manera el final de un género que fue sin embargo uno de los más grandes. (L´Écran francais, febrero de 1949). Versión española de Béatrice de Galipienso francesa titula Le cinéma de la cruaute.
de
la
obra
El cine de la crueldad. De Buñuel a Hitchcock. Bilbao. Ediciones Mensajero. 1977. Págs. 56-57.
Homenaje a Sergio GonzĂĄlez a treinta aĂąos de su muerte (1990-2020)