LIBROS Y LECTURAS N.71 / ABRIL 2021

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LIBROS Y LECTURAS Nro 71 Coordinador: Óscar Jairo González Hernández Profesor Facultad de Comunicación. Comunicación y Lenguajes Audiovisuales. Universidad de Medellín Medellín. Marzo / 2021


MARY McCARTHY (1912-1989) Por: Nelson Goodman (1906-1998)

Hace siete años, mientras enseñaba en una universidad liberal, tuve como alumna en una de mis clases a una bella muchacha que deseaba convertirse en escritora de cuentos. No estudiaba conmigo, pero sabía que yo mismo escribía cuentos cortos y un día se me acercó en el zaguán, radiante y casi sin aliento, y me refirió que acababa de terminar un cuento que había interesado sobremanera a su profesor de literatura, el Sr. Converso. “Cree que es maravilloso”, me dijo, “y me va a ayudar a pulirlo para publicarlo”. Le pregunté sobre qué era el cuento. La muchacha era un ser algo ingenuo, amante de vestidos y de salir con muchachos. Su respuesta tuvo un tono deprecativo: la historia trataba de una muchacha (ella misma) y de algunos marineros que había conocido en un tren. Pero entonces su rostro, que por un momento se había conturbado, se alegró. “El Sr. Converso me está ayudando a revisarla y le vamos a poner los símbolos”. (1) 1. “Settling the Colonel´s Hash”, Harper´s Magazine, 1954, recogido en On the Contrary, Farrar, Straus and Cudahy.

Traducción de CARLOS THIEBAUT


Maneras de hacer mundos. Madrid. Visor. 1990. Pág. 87-88.


EL ALMUERZO DESNUDO (1959) Por: William Burroughs (1914-1997)

ISLAM S. A Y LOS PARTIDOS DE INTERZONAS (FRAGMENTO) (…) Los artistas confundirán emisión y creación. Irán por ahí chillando “un nuevo medio”, hasta que deje de darles pasta… Los filósofos hablarán y hablarán del rollo de los fines y los medios sin saber que

emitir no puede ser nunca más que un medio para emitir más, como la Droga. Trate de usar la droga como medio para otra cosa… Algunos individuos con hábitos e control tipo “Coca-Cola y aspirina” hablarán del encanto perverso de la emisión. Pero ninguno hablará mucho tiempo de nada. Al Emisor no le gusta la charla. (…)


Versión castellana de MARTÍN LÉNDINEZ

El almuerzo desnudo. Madrid. Ediciones Júcar. 1978. Pág. 159.


HOMENAJE A ADAM ZAGAJEWSKI (1945-2021) CONTRA LA POESÍA (FRAGMENTOS)

4 ¿Por qué tanta gente inteligente, ilustrada y culta vuelve hoy la espalda a la poesía? En algunos países la respuesta resulta bastante fácil, por ejemplo en Francia, donde ya hace algunas décadas que la lírica entiende su vocación como un monólogo metodológico, una reflexión ininterrumpida sobre la pregunta “cómo es posible el verso”. Es como si un sastre meditabundo, en vez de hacer trajes, se pasara los días cavilando sobre el hermoso refrán árabe “La aguja, que viste a tanta gente, se queda desnuda”. Los pensantes, los que buscan respuestas a las preguntas de peso, tienen que dar la espalda a una poesía así: seca, narcisista y hermética. Pero en otras partes, allí donde la poesía aún no ha renunciado del todo a dialogar con el mundo, también ocurre que la lírica se muestra incapaz de interesar a sus mejores lectores potenciales. Leemos con cierta admiración la estrofa siguiente del hermoso poema de Auden “A la memoria de W. B. Yeats” y, por regla general, aceptamos su sentido:


El tiempo, que con esta extraña excusa perdonó a Kipling sus ideas, y habrá de perdonar a Paul Claudel, perdona a los que escriben bien (trad. J. R. Wilcock)

Sin embargo, al detenernos a pensar en su verdadero significado, por fuerza nos preguntamos si el hecho de que alguien escribiera bien nos permite olvidar lo que dijo. Abstracción hecha de los nombres que Auden menciona en su período de fascinación marxista (¿necesita Claudel un indulto?, ¿y Yeats?), esta tendencia no es exclusiva del autor de El escudo de Aquiles. He aquí una propensión a mostrarse indulgente no sólo para con los poetas, sino también para con los novelistas, a tratarlos como se trata a los niños. ¡Ha dicho una bobada, pero eres tan mono (qué carita tan linda)! Pero si tratamos la literatura en serio, a veces hay que rechazar alguna creación por muy “ingeniosa” que sea –por ejemplo, debemos rebatir la mayor parte de la obra de Mayakovski, a pesar de que difícilmente se le pueda negar un gran talento. El poeta que acepta una tarifa reducida para la poesía (por utilizar la vieja y ya casi olvidada fórmula de Artur Sandauer), desvaloriza su significado. 9 Es posible que las dos alas se estorben mutuamente, como en el caso de aquel albatros cuyos torpes andares por la cubierta de un barco describió un poeta compasivo. Se estorban parcialmente contradictorias: el acopio abejuno de espiritualidad es algo elegíaco, una actividad puramente meditativa (casi pasiva, un poco budista) que ocupa un lugar intermedio entre la expresión y el discernimiento, mientras que el conocimiento intelectual del mundo requiere una mente clara, una inteligencia rápida y otro tipo de enfoque interno.


Se estorban por su talante, pero también por la dirección de sus pesquisas y la índole de su curiosidad. En un sentido limitado, esas dos alas de la lírica que se entorpecen mutuamente pueden equipararse a los símbolos clásicos de la razón y la revelación, Atenas y Jerusalén (así veían este dilema León Chestov, que optó por Jerusalén, y Leo Strauss, que optó por la insolubilidad del conflicto). Los poetas, al igual que cierto número de personas pensantes, están condenados a vivir en un istmo entre Atenas y Jerusalén, entre la verdad en parte inasible y la belleza, entre la racionalidad del análisis y la emoción religiosa, entre la sorpresa y la piedad, entre el pensamiento y la inspiración. 11 Para terminar me veo obligado a hacer una confesión (el lector seguramente ya lo habrá adivinado): no soy enemigo de la poesía libre, sabia y magnífica que sepa unir lo cercano con lo lejano, lo alto con lo bajo, lo terrenal con lo divino, una poesía que sea capaz de registrar los movimientos del alma, las reyertas entre amantes y una escena callejera de una gran ciudad, pero también oír los pasos de la historia y las mentiras de un tirano, una poesía que no nos falle cuando llegue la hora de la verdad. Sólo me enoja la poesía pequeña y pusilánime, obtusa y rastrera, una poesía que escucha servilmente lo que le sopla el espíritu de la época, aquel burócrata desidioso que revolotea a ras de tierra envuelto en una nube sucia de ilusiones. Traducción de A. RUBIÓ y J. SLAWOMIRSKI


En defensa del fervor. Barcelona. Acantilado. 2005. Págs. 151-152, 159, 160-161.


CAÍDO DEL ZARZO Por: Elkin Obregón S. (1940-2021)

FERNANDO GONZÁLEZ, NARRADOR Qué humor, qué oído para el lenguaje, para el habla (…) Quizá mayor humor sin estridencias de Fernando González (…) Justamente la vida, arroyos, ríos de vida. Donde quiera que Ud. toca: vida. Thorton Wilder, sobre Don Benjamín, jesuita predicador. novela (o lo que sea). F. G.

Hace muchos años, unos cuantos ociosos pusimos sobre el tapete un ocioso tema, cuál era el mejor escritor colombiano. Se vivía ya en pleno gabismo, pero Benjamín Botero (q.e.p.d.) y ese cronista se decidieron por Fernando González. Oficiábamos, como todos, en el culto de Gabo, pero, parodiando al poeta Pombo, optamos por oráculos más altos. Al menos, por uno. No nos referíamos, creo, al autor de esa obra magnífica, larga confesión de agonías, de búsquedas, de hallazgos, de epifanías. Aludíamos más bien al simple y llano hecho de


escribir; y me reafirmó: su sola manera de decir las cosas es tan bella como lo que dice. Produce placer degustar esa habla fresca, rotunda, escueta, elocuente; un habla que no se propone ser hermosa, pero que lo es como ninguna otra, y fluye siempre, llena de burlas e improperios; pero también, y sobre todo, de amor. Pues eso: por curiosa paradoja, la magnitud de ese corpus espléndido oculta un poco el brillo de su lenguaje. Para no entrar en complicaciones, lector, te remito a la revista Antioquia (referente en buena parte de lo que aquí se está diciendo), publicada por González a lo largo de varios años (1936-1945) y que en sabia hora editó en un solo tomo (en 1997) la Universidad de Antioquia. Del estupendo prólogo de Alberto Aguirre cito dos párrafos que me vienen a cuento; en uno opone al “lenguaje melifluo” de los escritores colombianos el “verbo descarnado” del envigadeño. En otro, se refiere así a su prosa: “Límpida, translúcida, de un sobrio hálito poético”. Y concluye: “Es un deleite leer la prosa de Fernando González”.

Quod erat demonstrandum.


NOTA Le robé el título de esta croniquita a Miguel Escobar Calle, quien, propósito de Don Benjamín… enfatizó en esas páginas de González su vocación de narrador. Muchos aciertos debemos a Miguel Escobar, cuya obra, dispersa en prólogos, notas y conferencias, pide a gritos un libro. Editores no faltan.


CODA En su espacio semanal de El Colombiano, Ernesto Ochoa Moreno decida una columna al libro Para leer a Fernando González, al que juzga con justicia el más completo estudio sobre el pensamiento del filósofo de Otraparte. Al final del bachillerato fui condiscípulo de su autor, Alberto Restrepo González, al que llamábamos “el envigadeño”; era un joven apacible y cordial, apreciado por todos. A ese aprecio se agregó un profundo respeto, a raíz de un episodio en la clase de literatura en el que Restrepo demostró una dignidad y una entereza cuyo recuerdo nunca me abandona. Estas pocas líneas me impiden memorarlo como se debe. Tú te lo pierdes.



KIM LA RUBIA DE ORO Al protector de pantalla de mi computador lo adorna el bello rostro de Kim Novak, una de mis divas platónicas mayores. Con suave sonrisa, parece invitarme a entrar a mi correo, en busca de esa ansiada carta que no llega. Pero yo sé esperar, confío en ella.


La conocí dos veces en una misma tarde, gracias a aquellos matinés dobles de la época. En la primera, una comedia de nombre impronunciable, Phfft (sic), estuvo muy bien acompañada por Jack Lemmon y Judy Holiday; aún no era protagonista, pero lo fue dos horas después en La casa 322, un excelente thriller de Phil Karlson que la lanzó ya para siempre al estrellato. Una tarde magnífica de cine, y un primer encuentro más que feliz. De ahí en adelante, la carrera de Kim se limitó a confirmar su aura de primera figura, con filmes casi siempre estupendos: El hombre del brazo de oro (Preminger), Picnic (Joshua Logan), Medianoche pasional (Delbert Mann), Servidumbre humana (Ken Hugues), y, Last but not least, “Bésame tonto”, quizás la película más sicalíptica de Billy Wilder. Pero le hubiera bastado Vértigo para ser siempre recordada y admirada. Llegó a esa cinta, niña de los ojos delos chicos de la Nouvelle vague, casi por azar, pues Hitchcock quería como protagonista a la hermosa Vera Miles, y, de hecho, concibió el guion pensando en ella. Sabemos que la actriz no aceptó el papel porque estaba embarazada, y la productora no podía o no quería esperar (dígase a manera de paréntesis que la Miles trabajó al fin con Hitchcock, en Psicosis, aunque ya en un rol secundario). Volviendo a Vértigo, el director se vio obligado a aceptar a Kim, quien no era para nada objeto de sus simpatías. Una buena baza del destino, pues no se concibe a Vértigo sin Kim Novak. Y, así fuera a disgusto, Hitchcock supo descubrir en ella el aura inquietante y misteriosa que la historia requería. No contento con ello, se dio el lujo (en uno de los momentos más memorables del filme) de que Kim se desnudara para James Stewart sin quitarle un solo hilo de su vestido. Ella no lo sabe, pero cuando se desnudó para Stewart lo hizo también para mí. P.D. Llegó por fin la anhelada carta, y trajo buenas noticias. Gracias, Kim.


CODA Muchas y justas cosas se dijeron a raíz de la muerte de Rodrigo Saldarriaga. Pero nadie menciono, creo, su libro Tercer timbre, tal vez porque tuvo muy poca difusión. Es un libro precioso, las memorias de un hombre de teatro infatigable, que era a la vez un magnífico escritor. En fin, un texto que apasiona. Ojalá alguna editora se decidiera a relanzarlo; la Fiesta del Libro está ad portas.


LA FUNCIÓN DEBE CONTINUAR Lugar, Valparaíso, Antioquia. Año, impreciso. Como el teatro del pueblo estaba en remodelación, alguna entidad (colegio, escuela, biblioteca, ayuntamiento) facilitó un local para la función teatral de esa noche. El recinto era estrecho, incómodo y penumbroso. La obra, La zapatera prodigiosa, de Federico García Lorca. El empírico director de escena, Javier Vélez (q.e.p.d.), valpariseño de tiempo completo, arquitecto, recitador en uso de buen retiro. Los actores, estudiantes de bachillerato, algún maestro, todos debutantes en esas lides. Sobre el escenario, mesas, sillas y parroquianos que figuran una taberna pueblerina; detrás del mostrador, la zapatera, alma y nervio de la historia. Al comenzar la obra, el autor (Javier, por supuesto) recitó ante el público el prólogo con el que todo comienza. Después, retomando su voz de siempre, se adelantó unos pasos y recordó a los asistentes los serios problemas energéticos que por estos días afrontaba el pueblo. No debían preocuparse, pues, si acaso la luz se iba en mitad de la representación; los actores se apresurarían a encender las velas que adornaban las mesas dispuestas en el escenario y la obra seguiría su curso sin tropiezo alguno. Así sucedió, en efecto. La luz se fue, el público esperó y aquella ceremonia de las velas, no deliberada, añadió un toque de magia a esa comedia llena de magias. (Esa noche, en un café de la plaza, tuve el gusto de charlar con la protagonista, una modesta colegiala que, a golpes de intuición y bien guiada por su director, logró expresar toda la fuerza, la gracia y la lozanía de la zapaterita lorquiana. Que se sepa, jamás volvió a pisar un tablado. Debió vivir ese momento como una epifanía. Creo que lo fue). He asistido varias veces, aquí y allá, a montajes de La zapatera prodigiosa, con actores profesionales y escenografías impecables. Ninguno de ellos me gustó tanto como aquel que se ofició en ese recinto oscuro perdido entre las breñas


antioqueñas. Pienso que el propio Federico, haberlo visto, me hubiera dado la razón.

de

P.D. En la década del 70 (lo relata Rodrigo Saldarriaga, en su libro Tercer timbre), el Pequeño Teatro hizo una gira por caseríos costeros del río Magdalena. Por las noches, presentaban a los pescadores y sus familias espectáculos teatrales que estos recibían con asombro y entusiasmo. Terminaron su correría en un pueblito escondido en la montaña. Les dio allí calurosa acogida el cura párroco, un español exiliado desde los tiempos de la Guerra Civil; esa noche, al calor de los guaros, les contó que siendo párroco en España de otro pueblo perdido en el mapa había recibido la visita del hoy legendario grupo teatral La Barraca, cuyo director, García Lorca, le relató anécdotas y aventuras de su amado grupo. Lorca nos une. CODA No sé si el flamante campeón de la Vuelta a España haya comido alguna vez torrijas, esas tortas veraniegas que, solas o con un buen vaso de horchata, son un auténtico manjar de dioses. Si alguien lo pone en duda, llamo a testimoniar al gran escritor español Antonio Díaz-Cañabate: “… la torrija se eleva a lo selecto, eso a lo que es tan difícil llegar, como escribir el castellano igual que fray Luis de Granada, sin aparente esfuerzo, porque sí, porque lo quiso Dios”. Ánimate, Nairo. Y buen apetito.


Caído del zarzo. Medellín. Otrabalsa. 2020. Págs. 9-10, 27-28, 77-78.


CAMINO DE INICIO Por: Viviana Restrepo (1985-)

PUNTO CARDINAL (2020-2019) 3 Habría que dejar que el sueño hablara, que develara su propósito y tocara cada uno de los sentidos del cuerpo Ojalá que el sueño fuera voluntario y benévolo y por fin me permitiera saltar a ese otro lugar, tantear un horizonte propio y no despertar justo cuando voy a ser una reina.


En el sueño he escrito en un cuaderno azul, con una letra delicada. Había verdad en ese sueño. Verdad y humanidad. 5 Repitió la misma palabra por años, era lo único que lo devolvía a un ayer lleno de las ilusiones que se habían gestado en el año del dragón. La repetición prolongaba lo que no iba a tener –al menos no en esta vida-, la promesa de una tierra nueva y una historia hecha con sus manos. No fue así. Ni tierra ni historia. Entonces se vio obligado a vivir en su presente aunque su cuerpo aún temblara por la nieve de las tierras altas y la furia de un mar helado. Estaba aquí pero quería lo otro.. 6 Debía protegerte del dolor, de las garras del monstruo que vivía en el sótano y no pude. Siempre tuve más miedo que tú.


Y quería, también devolverte la alegría de la infancia: de cuando jugábamos a tener una casa y juramos compartir la misma luna. Ningún dolor puede arrebatar hermandad y nuestro nombre.

de

tus

brazos

la

“Venimos caminando de otro tiempo, ese es nuestro pacto” –te dije-. Porque no es el cuerpo, sino lo que nos habita desde antes lo que resiste. CON UNA BRÚLA EN LA MANO (2018-2015) 1 No sé qué éramos entonces si las palabras en el poema o el viento que acariciaba el lecho No sé si éramos dos rostros con la misma voz o la calle de la embriaguez Ya no sé, hermano mío si eras tú o era yo quien rogaba al dios que limpiara nuestro camino que cortara el puente del pasado y dibujara un camino nuevo, no una promesa Ya no sabré si tu presencia


era el sol de la tarde o la quietud 5 No puedo demorarme en ti Voy de paseo y con una brújula en la mano han sido los nombres lo único que te ha dado vida la máscara sustentado

y

su

apariencia

de

hierro

te

así me has hablado y con un solo gesto de tu mano aprendí a callar No puedo demorarme en ti Es el viaje lo que no puede demorar 7 Adivinaste mi delirio con una mirada Bastó una pregunta, una carta, un gesto para descifrar mi pasado Entonces dibujé mi silencio y tu nombre aparecieron las respuestas una puerta se abrió en tus manos

han


CUANDO SOY TODOS LOS NOMBRES (2013-2011) 2 Quiero ganarme con mi escritura el pan y la sal. Sylvia Plath

Como si otros ojos estuvieran vigilándome desaparezco mi rostro, oculto lo que soy, maquillo la cicatriz. Pero nadie mira nadie sabe de mí nadie pregunta por la huella. Como si esos ojos estuvieran mirándome yo hago mi sacrificio. Y espero abierta Las figuras que también son la noche. 3 Y la casa: no es terrestre Pero es mía Marina Tsvietáieva

Te voy a dar un nombre porque tengo hambre


Un nombre para arrojarlo a las bocas Un nombre que sea un ojo: La única llave Para que lenguaje.

puedas

descifrar

los

símbolos

de

mi


Camino de inicio. Medellín. Otrabalsa. 2020. Págs. 13, 17, 19, 29, 37, 41, 51, 53.


PIEDRAS PARA HERMES Por: Felipe Restrepo David (1982-)

Por: Diego Arango Bustamante

Para Elkin Obregón, de donde salí Para Annabel Pérez Aguilar, a donde llegué

Hermes fue el dios de los viajeros, y a él se encomendaban aquellos que se aventuraban por el mar o el desierto, y para ofrendarlo dejaban a un lado del camino un pequeño promontorio de piedras que simbolizaban la alianza entre la tierra y el cielo, pues la piedra era adoración a la presencia de la divinidad pero sobre todo eternidad palpable, eco de la memoria en el tiempo. Las obras de la literatura de viajes son huellas que algunos hombres han dejado tras de sí, y que otros han seguido para saberse en ellas, invocando el mismo lenguaje o inventando el nombrar en el caminar. Pigafetta se atrevió a darle la vuelta al mundo por primera vez; Cristóbal Colón quiso emular


a su maestro en aventuras, Marco Polo, y llegó a un continente; Heródoto fue tras los pasos de Solón, e inventó la Historia. A veces se precisa de los impulsos de los otros, de un estímulo tan solo, para avivar la osadía que se alimenta de lo imposible. Julio Verne legó a sus contemporáneos una obra fascinante: Historia de los grandes viajes y delos grandes viajeros. Allí cuenta los primeros intentos de los persas por conquistar el Mediterráneo, los asombrosos recorridos por la costa de África comandados por el cartaginense Hannón, las vicisitudes de los navegantes árabes, y los saqueos y exploraciones de los piratas orientales. Verne se detuvo en los que serían los últimos descubrimientos de un mundo hasta entonces inhóspito: los polos norte y sur. Lo que vendría después, él prefirió reservarlo a su imaginación. Así, la escritura de viaje es una experiencia de desplazamiento, que no culmina en su incesante movimiento. Lo inacabado hace parte de su esencia. Es la palabra que registra un instante de la piel o una invención del sueño. La historia de los libros de viajes es, en cierta forma, un fracaso del recuerdo, ese no volver a pasar por el corazón aquel camino de la errancia. Pues siempre hay renovación, aun en el más calcado e insistente de los regresos. A diferencia del diario íntimo, retrato de los pasos en el calendario, la escritura de viaje se concibe desde afuera y no desde el encierro. Sin en el primero se atrapa el silencio en soledad, en la segunda se busca la voz en la lejanía. El relato de viaje es una experiencia estética tan intensa que, si cortáramos sus palabras, recordando la imagen de Emerson, sangrarían. La errancia es la decisión de aquellos que todo lo entregan en la espera de nada. Aventurarse en los linderos de lo incierto por simple hecho del movimiento es un acto de la felicidad. El viaje, a semejanza de la vida, requiere de los demás para alcanzar la propia configuración; y no importa que estén en su ausencia: los fantasmas también son multitud. El viajero está solo pero, sin darse cuenta, lleva tras de sí la procesión de sus huellas, vividas o imaginadas.


Basta con mencionar a Odiseo para que el regreso se nos revele una vez más como el necesario misterio de los que naufragan en procura de sí. A esta estirpe pertenece Villon, Melville, Conrad, London, y tantos otros extraviados que, alejándose de su destino, irremediablemente dieron con él. El más vago y confuso de los caminos puede ser justamente el verdadero. La errancia de Caín (contada en el Génesis, en el poema de Byron, en la novela de Saramago) es el relato del primer viajero mítico, y siempre se recuerda con el patetismo de quien huye de sí con la tierra quemándole los pies y con la marca imborrable en su frente. Sin embargo, hay una dádiva que los viajeros recibieron de ese primer nombre, y es la multiplicidad de los caminos interminables. Quien viaja sabe que puede ser muchos y que la perspectiva inabarcable de su mirada es una virtud y una defensa, pues quién podría atrapar al que tiene sus huellas en mil y un caminos.


Estirpe de los que parten con el único apremio interior delo que arde hasta la consumación. Un grito enjaulado que precisa de escape. En la quietud, el fuego no se extingue: se aviva hasta abrasar el alma. Solo el río, la montaña o el mar apaciguan la desesperación. Es la humedad de una nueva tierra la que se requiere para renacer: un vientre cálido y fecundo. Y cada nuevo hallazgo es la realidad que se hace tangible por la sucesión de las piedras, que juntas conforman lo impredecible, aquello que se desvanece en el olvido. A diferencia del río de Heráclito y de Borges, en el que no podemos volver a sumergirnos dos veces, un viajero sí puede devolverse en la inconforme ansiedad de descubrir el origen, o adelantarse con el afán de beber de la misma agua, o simplemente alejarse para nunca más regresar. El mar no es el


único destino y un viajero puede ser una corriente que se devuelve. Es verdad que grandes viajeros se movieron poco de su lugar. Como Goethe que, en palabras de Humboldt, pudo ver a América. La imaginación es una de las instancias posibles del asombro. Pero hay quienes prefieren el cuerpo como testimonio de su ardor y de su deseo. O quienes precisan de sus pies desnudos para palpar los pantanos y de sus ojos vivaces para sentir la incandescencia del sol o el ímpetu de la lluvia que orada la roca. El cuerpo o la imaginación, no importa; se trata de la misma palabra que intenta rescatar los destellos cuando el alma vibró una o mil veces. El espacio está con el viajero. El hogar es la huella habitada en soledad, que contemplada después no es más que las líneas de nuestro rostro labrándose de manera paralela a la vida. Se trata de una poética del instante, que se hace tan leve como el viento y tan versátil como el agua. Un viajero no podría despojarse de ello. Sería desprenderse de la piel. ¿Perderse? Es solo ocurre cuando hay un fin. No podría existir un laberinto cuando no hay límites. Y, si hay prisa, no es la del que consulta el pasar del tiempo para cumplir con la cita. El afán del errante es saberse en continuo trayecto: movimiento perpetuo. ¿Y los temores? El único es justamente el de las certezas inamovibles, en cuyo fondo germina aquella permanencia del ser cantada por Parménides. A propósito de su exilio en México, Augusto Monterroso dice en sus memorias, Los buscadores de oro, que el mundo solo se amplía cuando uno logra irse, en el momento en que tiene que irse de su pequeño lugar, físicamente o con la imaginación. Este es el llamado esencial, desde el interior de la memoria más primitiva como un impulso atávico que impele a partir. Es un eco sutil que solo se anuncia una vez. Escucharlo o ignorarlo es como decir vida o muerte.


Y ese es el viajero moderno, un soledoso que camina sin ser notado. Sus maneras: mudez y lentitud. La compañía es su sombra; y el peso de su equipaje depende de lo que se quiera olvidar. Se aferra a su intimidad pues la objetividad no lo obsesiona como a sus antecesores. Las travesías de Robert Byron en Camino a Oxiana, de Henri Michaux en Un bárbaro en Asia, de Elías Canneti en Voces de Marrakesch, y de Joseph Brodsky en Marca de agua, no fueron relatadas


a sus contemporáneos sino a los hombres que habrían de leerlas después. El viaje, como autobiografía, es una escritura para el futuro.




Como Stevenson, goza por el solo placer de caminar y de dirigirse a ningún lugar. Como Kavafis, ruega porque tu camino esté colmado de aventuras porque en ellas hallarás la sabiduría. Como Sterne, anhela que la piel, hogar del alma, grite o calle ante el asombro. Y encomiéndate a Hermes, que él sea tus pies, y ofréndale una piedra.


Este ensayo se publicó en Revista Universidad de Antioquia. N. 313, julio-septiembre de 2013.

Piedras para Hermes. Medellín. Otrabalsa. 2020. Págs. 9-13.


A QUINCE AÑOS DE LA MUERTE DE SALVADOR ELIZONDO (2006-2021) TEORÍA DEL INFIERNO

PRÓLOGO A POSTERIORI Estos escritos fueron compuestos entre 1959 y 1972. La lectura y la experiencia de los últimos veinte años parecen subrayar sus errores y señalar sus deficiencias, pero también marcar algunas intuiciones que la autoridad o la crítica ulteriores han confirmado, y sólo en el caso del último ensayo –sobre los riesgos y, en cierto modo, la imposibilidad de la autocríticame siento justificado a darlos a un público que sí ha leído, por ejemplo The Pound Era, publicado en 1973 y leído por mí en 1985, no podrá menos que considerar mis juicios sobre Joyce y Pound o demasiado candorosos o demasiado apresurados, como lo fueron de pedantes y esnobs cuando en su momento se publicaron en revistas literarias y suplementos culturales hace veinte años o más. Pero, en términos generales el público se acoge, hoy también, a esa norma al parecer invariable del gusto literario, que no tiene más remedio que calificar de pedante lo que no entiende y de esnob lo que todavía ignora. Lo que hace treinta años era raro e incomprensible es hoy moneda de curso corriente en el ámbito no solamente de la crítica sino de las academias y de las universidades, y lo que entonces era revolucionario hoy se ha vuelto reaccionario cuando no clásico, o ha sido desechado como tentativa fallida y ridícula.


Es ciertamente afortunado que entre las novedades de los últimos años, junto con el posmodernismo y la Glasnost, la nostalgia haya tomado un lugar aunque sea modesto entre las categorías de acuerdo con las cuales juzgamos hoy las obras o las ideas del pasado, asignándoles un valor que las revivifica y les otorga, a lo que parece, una nueva vida suplementaria puramente sentimental, con todas las limitaciones que eso tiene, sobre todo en el campo de las ideas.

El sentimiento actúa, casi siempre, contra la buena prosa y solamente sirve para la entonación más o menos emotiva, más o menos patética con la que se manifiesta en el texto. Muerto el arte de la conversación no sirve más que para evocar las osas de las solíamos hablar en otros tiempos y apenas uno que otro libro consigue concretar el tono de lo


que se ha pensado en el curso de una conversación… o de una vida. Boswell es uno de los pocos que por la escritura ha captado la entonación intelectual de lo que decía el doctor Johnson y su lectura produce la sensación de que éste, de hecho, hablaba igual que como pensaba y si Boileau recomendaba escribir como se habla tenemos el testimonio de Valéry para invalidar ese precepto hoy que ya no se habla tan bien como antes. Las cosas de este libro salieron de las conversaciones de la juventud. Su fijación por la escritura les da hoy una entonación equívoca, tal vez por ingenua, más pedante que la que tuvieron en sus orígenes. Si algo valen es por el entusiasmo con el que alguna vez fueron desarrolladas como temas de conversación. La lectura y, especialmente la relectura, me han hecho comprender que es casi imposible hablar de muchas cosas de las que aquí se escribe y escribir acerca de ellas si no es imposible es muy arriesgado porque algún especialista mejor informado y más sensible se habrá tomado el trabajo de escribir sobre ellas. Hugh Kenner dice mucho mejor que yo las cosas que dije y sobre las que escribí hace treinta años. En el caso de Joyce, por ejemplo, pensaba entonces que la “traducción” de Finnegans Wake era posible; hoy pienso que es innecesaria; cuando escribí sobre los Cantares no conocía yo el canto CXX que en pocas palabras y para los buenos entendedores los explica todos. En general, pienso que para su tiempo y el mío estos escritos aciertan en la misma medida en que el azar es una cifra de la creación y la crítica literarias; es decir, que aciertan más o menos. Su reunión ha sido difícil pues había que dar preferencia al término positivo. No hubiera sido posible sin la intervención de un criterio imparcial pero riguroso; más riguroso y menos parcial que el de su autor, por lo que no me queda aquí sino agradecer a José Manuel de Rivas la ayuda desinteresada que me dio en la búsqueda, corrección, revisión y preparación de los materiales finalmente seleccionados; sin ella la edición no hubiera sido posible; a Diego García Elío, director de Ediciones del Equilibrista, y a El Colegio Nacional por las generosas facilidades que me da para su publicación.


Teoría

del infierno. México. Económica. 2000. Págs. 9-11.

Fondo

de

Cultura


HELIOPÓLIS (1948) Por: Ernst Jünger (1895-1998)

EL RELATO DE OTNER EL DOCTOR FANCY. OCULISTA (FRAGMENTO) (…) Tras haber gustado las mieles de una serie de grandes éxitos, me pareció demasiado fatigoso el sistema de perseguir los objetivos uno por uno. Esto disminuía el placer. El curso mismo de las cosas me llevó al campo de los grandes negocios, de las altas finanzas, cuya marcha está casi enteramente determinada por la pura fuerza de la mente. Me inicié en los secretos de la bolsa, cuya técnica


pronto se me hizo familiar. Aprendí a conocer los valores y las opiniones que determina su curso. Como todos los poderes de este mundo, también el dinero es al mismo tiempo completamente real y completamente imaginario. Quien conoce esta doble característica, domina los grandes negocios. Así se explica ese toque de fantasía que no le falta a ninguno de los magos de las finanzas y que les capacita para composiciones que tienen gran parecido con las de la música. De hecho, la musicalidad surge de la percepción de la sutil armonía de los números. “Vende al alza y compra a la baja”. En esta regla se encierra la estrategia del juego de la bolsa; en el fondo, lo que quiere decir es que debe interrumpirse la serie en el momento exacto. El instinto obsesionado por la suerte, la pasión innata, nos arrastran en la dirección contraria, porque siempre imagina que la serie es infinita. Pero yo conocía las leyes en que se apoyan las coyunturas. Entré en el círculo de los espíritus selectos, a quienes pagan tributo la riqueza y el trabajo de los hombres. Los negocios se hacen con el esfuerzo y el dinero de los demás. El negro que busca diamantes en el suelo azulado, el ingeniero que abre zanjas con millones de enfebrecidos trabajadores para unid dos océanos con una vía férrea, el granjero que sigue con atenta y preocupada mirada el estado de sus cosechas, el príncipe que medita en su gabinete sobre la paz y la guerra… apenas ninguno de ellos sospecha que todo su esfuerzo es solo un factor en el juego de las especulaciones, desarrolladas en cámaras en las que el valor del mundo se traduce en valor monetario. El dinero es el auténtico poder de la vida, en su más expresiva condensación. De ahí el universal y desmedido impulso por poseerlo. Es también misterioso el flujo de las altas finanzas, la acumulación y desaparición de las fortunas. El conocimiento de estas mudanzas es, en los niveles supremos, completamente independiente de su valor real. Al contrario, actúa sobre los valores mismos con poderosas ficciones. Hay lugares


en que las pérdidas no son menos rentables que las ganancias. Aquí es donde los negocios alcanzan su carácter ideal. No tardé en organizarme de tal modo que en un mínimo de tiempo conseguía un máximo de ganancia. Bien a través de mis agentes o por teléfono, daba orden a los bancos de comprar acciones que rozaban los mínimos y vender otras justo un momento antes de alcanzar sus índices máximos. La auténtica dificultad no procedía de la elección, porque en este aspecto mi juicio era infalible. Procedía más bien del hecho de que tenía que imponerme unos límites para no provocar con mis compras una perturbación en la relación de la oferta y la demanda. Me hallaba en la situación del apostador que sabe cuál es el caballo ganador pero que reduciría los porcentajes de las ganancias si apostara sin limitaciones. La situación me fascinaba también desde el punto de vista filosófico, porque me permitía tener exquisita visión de la textura del libre albedrío y la determinación. Tomé la costumbre de interrumpir de vez en cuando la serie y fingir pérdidas, para que las operaciones permanecieran ocultas, e impedir que alguien cayera en la idea de copiar mis movimientos. Esto provocó muchas ruinas, pero en cambio mi fortuna alcanzó pronto enormes proporciones. En todas las grandes capitales y en las plazas con bolsa de valores, instalé pequeñas villas, exquisitamente amuebladas y decoradas, que me servían de pied-a-terre. Tenía a mi servicio a los mejores sastres y proveedores. Un ejército de marchantes buscaba y compraba para mí cuadros y obras de arte. Ahora podía satisfacer sin tasa mi vieja afición a vestir con gusto y rodearme de objetos exquisitos. Ningún capricho estaba fuera de mi alcance. Fui el prototipo del dandy que toma con seriedad las nimiedades y a la ligera las cosas graves. Evitaba los menores esfuerzos. Así, como me cansaban las pruebas, hice construir maniquíes que reproducían exactamente mis medidas y sobre los cuales trabajaban los sastres. Poseía los mejores


automóviles y magníficos caballos, y, aunque bebía con moderación, en mis copas se escanciaba el mejor vino. Un mayordomo, con maneras propias de un embajador veneciano, me evitaba hasta la más ligera molestia con la servidumbre. Se me vio en Longchamp en compañía de la princesa Pignatelli, en Epson con Sarah Butler, entonces en la cúspide de su gloria. Veía como en un claro espejo aquello que las mujeres ocultan tanto más cuidadosamente cuanto más lo desean: la inclinación hacia un desconocido que roza su esfera. Yo tenía siempre clara conciencia del efecto que causaba. De ahí que nunca me asaltara la inquieta desazón que nos causa sobre todo el embrujo de la belleza femenina. Mi seguridad era absoluta. Por eso resultaba irresistible. (…) Traducción de MARCIANO VILLANUEVA


Heliópolis. Visión retrospectiva de una ciudad. Barcelona. Página Indómita. 2016. Págs. 137-139.


SUMMA DE UN DEVENIR Por: Lucía Estrada (1980-)

La poesía como experiencia vital, conocimiento y belleza ha sido para Pedro Arturo Estrada (1956-) el centro de su vida, de su ser. Intuición y silencio son los caminos que a lo largo de más de cuarenta años ha sabido transitar con paciencia y discreción. Tantas veces lo he visto ahondar en su propia extrañeza sin importar que la vida parezca a veces orillarlo, dejarlo un poco al margen de sus asuntos. Para él, todo fluctúa –como lo sugirió en el título de su primer libro-, entre la luz y la sombra, la claridad y la incertidumbre. Sin embargo, su voz no pierde la serenidad de quien sabe que al final pocas cosas permanecen, excepto la palabra que intenta fijar y conciliar esa antinomia de la vida, ese flujo de experiencia y misterio que denominamos “realidad”. Cuando apareció su primer libro, Poemas en blanco y negro (Editorial Universidad de Antioquia, Medellín, 1994), hace justamente veintiséis años, José Manuel Arango escribió: “Sus poemas son los de alguien que ha vivido una experiencia, de la que uno siente que vuelve con algún desencanto; alguien que ha dejado atrás, para decirlo con un bello verso


suyo, el sueño mal soñado de la juventud. Amarga a trechos, su poesía se orienta sin embargo hacia el misterio, como si tratara de descifrar la aritmética exacta de la muerte pero también los signos que Dios escribe / en los dormitorios penumbrosos”. Todavía esas palabras mantienen vigencia puesto que a lo largo de este tiempo el tono y aun el fondo de sus poemas solo han ido depurándose, intensificándose en su decir, aunque extendiéndose también a nuevas posibilidades expresivas. En sus libros de poesía posteriores, Fatum (Colección de Autores Antioqueños, Medellín, 2000), Oscura edad y otros poemas (Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 2006), Suma del tiempo (Universidad Externado de Colombia, Bogotá, 2009), Poemas de Otra parte (Editorial Cuadernos Negros, Armenia, 2021), Locus Solus (Sílaba, Medellín, 2013), Monodia (Amazon, Nueva York, 2015), hasta Canción tardía y Morir al Sur, aún inéditos y de los cuales incluye aquí algunos poemas al final, ese tono, ese decir, esa visión en blanco y negro pero rica en gradaciones y matices tanto de su propia vida como del mundo que le correspondió, han adquirido madurez y plenitud, tal como ahora podemos apreciarlo en este volumen donde se recogen los textos que Pedro Arturo reconoce –realmente “menos malos”, según él. Siempre he visto que Pedro Arturo vive y sueña a contracorriente de sí mismo, y esa terquedad de pretender pasar por el mundo sin que su propia sombra lo advierta, me conmueve ahora como al comienzo, cuando sin retórica innecesaria abrió para mí las puertas de un reino en el que cada palabra tiene un lugar, pero, también, un “no lugar” donde anida lo indecible. Con un poco de incredulidad frente al mundo y su propia existencia, lo veo aún adentrarse en laberintos en los que seguramente la poesía ha sido y seguirá siendo para él su verdadero Hilo de Ariadna. Es probable para Pedro Arturo, a sus años, que la mano invisible de la poesía continúe señalándole nuevos derroteros, nuevos signos en el airé que él acogerá, continuará intentando descifrar. Por ahora, esta amplia selección de sus textos es para


nosotros una prueba suficiente y bella de su paso, una indudable summa de su devenir.

Poemas de vuelta. Selección de poemas 1978-2020. Medellín. Editorial Universidad de Antioquia. 2020. Págs. 7-9.


EXPOSICIÓN DE LA “REPÚBLICA” DE PLATÓN Por: Averroes (1126-1198)

TRATADO PRIMERO LA FORMACIÓN POÉTICA-MUSICAL Entiendo por música las narraciones creativas acompañadas de una melodía gracias a las cuales el ciudadano se educa, debiendo saberse que cuando dichos poemas tienen una melodía resultan más afectivos y conmueven mejor las almas (1). Como se sabe, el arte de la música sólo sirve al arte de la poesía subrayando su intención. Los parlamentos mediante los cuales deben ser educados los ciudadanos, como se sabe, tratan de asuntos teóricos unos, prácticos otros. Dichos discursos son de dos clases: unos demostrativos y otros dialécticos, retóricos y poéticos. El discurso poético está


dirigido primordialmente a los jóvenes. Al crecer, si alguno de ellos pareciese preparado para un grado más elevado de formación, el pedagogo lo conducirá según sus posibilidades naturales al aprendizaje de los argumentos demostrativos; y éstos serán los sabios. El que no posea condiciones naturales para ello permanecerá en su anterior estado, ya que su naturaleza no está capacitada para desarrollarse más allá de los argumentos dialécticos o de los dos caminos comunes para la formación de las masas, a saber, la retórica y la poética, siendo esta poética la más extendida y general y la más apropiada para la formación de los jóvenes. 1. Se trata de al-Siyasat al-madaniyya. Estudio preliminar, HERNÁNDEZ

traducción

y

notas:

MIGUEL

CRUZ

Exposición de la “República” de Platón. Barcelona. Altaya. 1995. Págs. 17-18.


EL DANUBIO (1986) Por: Claudio Magris (1939-)

UNA CARTOGRAFÍA IMPRECISA 16. LA CASA DE CANETTI En el número 12 de la Ulica Slavianska, en Ruse, que desciende recta hacia el puerto, hay todavía, junto al balcón de hierro forjado, un gran monograma de piedra con una C; la casa de tres pisos era la empresa del abuelo de Canetti, ahora es una tienda de muebles. En el barrio de los “espaniolos” –que en un tiempo eran numerosos en Ruse, tan emprendedores como exclusivos- existen todavía, en cambio, las casas bajas entre la vegetación, en


general de un solo piso. Los judíos vivían bien en Bulgaria; en su libro sobre Eichmann, Hannah Arendt recuerda que la población búlgara, cuando los aliados nazis obligaron al gobierno de Sofía a imponer el distintivo a los judíos, manifestó su simpatía por quienes lo llevaban y procuró en general obstaculizar o atenuar las medidas antisemitas.

En el barrio está también la casa de infancia de Canetti; el director de los museos ciudadanos, Stojan Jordanov, hombre de amable y culta inteligencia, es quien nos lleva a esta casa de la calle Gurko 13, dirección que Canetti, en su autobiografía, se preocupa cuidadosamente de precisar. La calle delante de la verja siempre está “polvorienta y soñolienta”, pero el patio con jardín ya no es tan espacioso, invadido por otras construcciones. A la casa de Canetti, a la izquierda del patio, se accede también hoy subiendo unos cuantos peldaños; el edificio está dividido en pequeños apartamentos, en el primero vive la familia Dakovi, en la última puerta la señora Válcova, la dueña de la casa, que nos invita a entrar. Las


habitaciones están atestadas de forma casi inverosímil de objetos de todo tipo amontonados en desorden, alfombras, colchas, cajas, maletas, espejos sobre las sillas, cartones, flores artificiales, zapatillas, papeles, calabazas, en las paredes, grandes y rasgadas fotografías de divos del cine, una Marina Valdy, un joven De Sica de sonrisa conquistadora. Aquí abría los ojos al mundo uno de los grandes escritores de este siglo, un poeta que intuiría y representaría con excepcional fuerza el delirio de la época, que deslumbra y extravía la visión del mundo. Entre todas estas bagatelas, en el misterio siempre presente en cada espacio recortado en el informe universo, algo irrecuperable se ha perdido. También la infancia de Canetti se ha desvanecido y su minuciosa autobiografía no consigue aprehenderla. Enviamos una postal a Canetti, en Zurich, pero sé que no apreciará esta intrusión en sus dominios, en su pasado, este intento de ir a hurgar en su escondite e identificarlo. En su autobiografía, que probablemente ha determinado en gran medida la concesión del premio Nobel, Canetti parte en busca de sí mismo, del autor de Auto de fe; el Nobel ha premiado a dos escritores, el de antes, que se oculta, y el de ahora, que reaparece. El primero es un genio misterioso y anómalo, tal vez desaparecido e inaccesible para siempre, el escritor que en 1935, a los treinta años, publicó uno de los grandes libros del siglo, su único libro realmente grande, Auto de fe, el cual desapareció casi inmediatamente, durante treinta años, de la escena literaria. Este libro imposible y áspero, que no hace ninguna concesión y no permite ser asimilado por la institución cultural, es la grotesca parábola del delirio de la inteligencia que destruye la vida, el terrible retrato de la falta de amor y del deslumbramiento; su rechazo, por parte de aquel ideal mediocre que es la república literaria con su bienintencionada historiografía, era un fenómeno obvio, el rechazo de la grandeza radical y absoluta, indigerible. Ese libro, que ilumina como poquísimos nuestra vida, ha permanecido durante largo tiempo prácticamente ignorado, y Canetti ha soportado esta marginación


con una firmeza que tal vez ocultaba, en su amable modestia, una irrefutable y casi empecinada conciencia de su propio genio.

El escritor del Auto de fe no habría ganado por sí solo el Nobel, ni siquiera con el resto de sus obras precedentes; para que fuera aceptado era necesario


probablemente otro escritor, el que saltó a la luz treinta años después, acompañado de la fortuna de su libro, redescubierto por la fama, como si se tratara de una fortuna póstuma y dirigiendo su lectura, su interpretación y su comentario –al igual que sí, con decenios de retraso, se descubriera El proceso de Kafka y reapareciera el propio Kafka, bastante más anciano y simpático, sirviendo de guía de sus propios laberintos. La autobiografía, que parte de la infancia en Ruse, es esta construcción de su propia imagen, esta imposición del autocomentario; en lugar de narrar una realidad viva, la esclerotiza en la descripción. Canetti quiere contar la génesis de Auto de fe, pero no dice realmente nada acerca de ese grandioso libro ni acerca de su inimaginable autor, que debe haberse encontrado al borde de la catástrofe y del vacío; ni siquiera expresa el silencio y la ausencia de ese autor, de su otro yo, el agujero negro que los ha engullido y cuya evocación habría podido hacer nacer otro gran libro, sino que redondea sus aristas y ajusta las cosas con tono autorizadamente conciliador, como si quisiera asegurar que en el fondo todo sigue en su sitio. Así que su libro dice a la vez demasiado y demasiado poco.


Creo que le resultará difícil aceptar este juicio, sin duda tan discutible como cualquier otro, pero que nace del amor por él y por su lección de verdad. A veces Canetti se asemeja a los poderosos de sus libros, a su deseo de mantener la vida bajo control, que él ha indagado y desenmascarado en Masa y poder; a todos los grandes escritores les acechan los demonios que ponen al desnudo, los conocen porque los llevan consigo, denuncian su poder en la medida en que amenaza don dominarles. Parece que en ocasiones quiera tener el mundo en sus manos, su propia imagen, con el inconfesado deseo de que sea únicamente Canetti quien hable de Canetti. Cuando la señora Grazia Ara Elias le escribió también ella había nacido y crecido en Ruse y recordaba a los Canetti y también al doctor Menachemoff al que describía en la autobiografía, Canetti, que no le contestó, se sintió quizá inquieto ante la idea de que alguien más pudiera ostentar derechos sobre la imagen de Ruse, del doctor y de todo aquello que él, por haber escrito sobre ello, consideraba tal vez su propiedad exclusiva. A sus cartas –con las que durante un tiempo me invitaba a entrar con magnánima generosidad en su vida y me ayudaba a entrar en la mía-, a toda su persona y a su Auto de fe debo una parte constitutiva y esencial de mi realidad. Es posible


que mi acogida a su autobiografía le haya disgustado, pero quien ha aprendido a ver los mil rostros del poder gracias a él tienen el deber de resistir, en su nombre, a ese poder, incluso cuando asume, por un instante, su rostro. Mientras la señora Válcova cierra la puerta contemplo, verosímilmente por última vez en mi vida, esas habitaciones atestadas en las que jugaba y crecía un niño desconocido, un poeta que ha enseñado la fidelidad, la resistencia al inaceptable ultraje de la muerte. Traducción de JOAQUÍN JORDÁ


El Danubio. Barcelona. Editorial Anagrama. 2004. Págs. 328-330.


LOS ELIXIRES DEL DIABLO (1815) Por: E. T. HOFFMANN (1766-1822)

Desearía llevarte, amigo lector, a los sombríos plátanos bajo los cuales leí por primera vez la historia curiosa de Fray Medardo. Te sentarías junto a mí en aquel mismo banco de piedra, casi escondido entre tallos olorosos y flores de muchos colores; mirarías, lo mismo que yo, con anhelo, hacia las montañas azuladas que en figuras fantásticas se elevan del otro lado del valle asoleado, que se extiende delante de nosotros al final de la pérgola. Pero ahora das media vuelta y ves, a veinte pasos escasos detrás de nosotros, un edificio de estilo gótico, cuyo portal está ricamente adornado con estatuas… Por entre las obscuras ramas de los plátanos te miran imágenes de santos, con sus ojos claros, vivos; son los animados frescos que lucen en el ancho muro… La montaña está sumida en el


bermellón del sol; se levanta el viento de la tarde; en todas partes hay vida y movimiento. Voces maravillosas pasan susurrando y murmurando entre los árboles y los arbustos: llegan de lejos, como si se fuesen elevando y transformando en canto y en tonos de órgano. Hombres graves en trajes de pliegues holgadas, con la vista alzada devotamente, caminan en silencio por las pérgolas del jardín. ¿Han cobrado vida las imágenes de los santos descendido de las altas cornisas?... Te sientes rodeado de los horrores misteriosos de los mitos y leyendas milagrosos que están representados allí; tienes la impresión de que todo eso sucede ante tus ojos, y lo creerás de buena gana. En tal estado de ánimo, lees la historia de Medardo, y podrías considerar las visiones extrañas del monje no sólo como meros caprichos desordenados de una imaginación acalorada. Puesto que acabas de ver, amigo lector, imágenes de santos, un convento y monjes, apenas si he de añadir que adonde te he llevado ha sido al magnífico parque del convento de capuchinos de B. En cierta ocasión, cuando me hospedé pocos días en dicho convento, el venerado prior me mostró como curiosidad los escritos póstumos de Fray Medardo, que se guardaban en el archivo, y me costó desvanecer sus dudas acerca de si convenía entregármelos. El anciano dijo que aquellos escritos debieron haber sido quemados… No sin temor de que seas de la misma opinión que el prior, pongo en tus manos, amigo lector, el libro formado con aquellos manuscritos. Pero si te determina a pasar con Medardo, como si fueses su compañero leal, por obscuros claustros y celdas…, por el mundo pintoresco, el más pintoresco de todos, y a sufrir con él lo horroroso, lo espantoso, lo frenético y lo cómico de su vida, te deleites, tal vez, con las imágenes variadas de la cámara obscura que se abre ante ti… También podrá suceder que lo que parece sin forma se te presente distinta y perfiladamente en cuanto te fijes bien en ello. Ves el germen oculto nacido de unas relaciones obscuras y que, desarrollado en forma de planta lozana, se va proliferando con miles de zarcillos, hasta que una


sola flor, al transformarse en fruto maduro, absorbe toda la savia y destruye el germen mismo. Después de haber leído con sumo interés los escritos del capuchino Medardo, lo cual me resultó muy difícil debido a que el difunto tenía letra muy menuda, ilegible, como suelen tenerla los monjes, incluso me pareció que lo que generalmente llamamos sueño e imaginación podría ser el conocimiento simbólico del hilo misterioso que pasa por nuestra vida, vinculándola en todas sus condiciones, pero que se ha de dar por perdió quien cree haber cobrado con aquel conocimiento la fuerza para romper violentamente el hilo y para hacer frente a los poderes tenebrosos que tienen dominio sobre nosotros. Puede ser, amigo lector, que sientas lo que sentí yo, y me asisten razones de mucho para desearlo de todo corazón. Traducción de SIGIFREDO KREBS

Los elíxires del diablo. Barcelona. Taifa. 1985. Págs. 9-11.


A TREINTA AÑOS DE LA MUERTE DE NORTHROP FRYE (19912021)

LA ESCRITURA PROFANA LA RECUPERACIÓN DEL MITO (FRAGMENTO) La comedia termina con una sociedad festiva: está contenido en supuestos sociales. La creencia, digo, es esencialmente una forma de unión con una continuidad: en otras palabras, la creencia es, también, de modo primordial, social en sus referencias, razón por la cual el mito cristiano constituye una comedia más bien que un romance. Virgilio abandona a Dante en la cima del Purgatorio, poniéndole una corona y una mitra, haciéndolo papa y emperador de sí mismo, como un hombre que ha alcanzado una voluntad libre. Aparece entonces una Beatriz severa que lo riñe, quedando reducido Dante al estado de una criatura gimiente y llorosa, y el universo cómico providencial vuelve a cerrarse en torno a nosotros, mientras que Dante se prepara para entrar en la Ciudad de Dios. Pero por un instante hemos tenido un atisbo de la escritura profana. , de lo que Wallace Stevens quiere decir cuando afirma que los grandes poemas del cielo y del infierno han


sido ya escritos pero que el gran poema de la tierra aún está por escribir. Todas las sociedades, la Ciudad de Dios inclusive, son libres sólo hasta el punto en que proporcionan condiciones de libertad al individuo, porque es únicamente éste quien puede experimentar la libertad. Este principio es, por supuesto, tan verdadero en la democracia y en el marxismo como en el cristianismo. El romance no cuenta con una ciudad duradera como su última morada. En las narraciones folklóricas en los cuentos de hadas los protagonistas viven en una especie de sociedad atomizada: existe solamente un sentido fantasmal de la comunidad y sus reyes y princesas con individuos que experimentan el máximo de placer, intimidad y libertad de acción. En la vida real, por supuesto, los personajes de la realeza tienen mucho menos de estas cosas que el resto de la gente: en los cuentos es diferente. La misma sociedad desintegrada aparece en las celdas de los ermitaños, en las cuevas de los ogros, en casitas ocultas en el bosque; aparece igualmente en los personajes de la poesía pastoril, en los caballeros andantes que van peregrinando lejos de los castillos y de las cortes, de los llaneros solitarios y de los cuatreros de las historias del Oeste, que constituyen una forma tardía del género pastoril, y de sus descendientes de la escuela d los vagabundos que fundara Jack Kerouac. La Biblia es una divina comedia en la que la sociedad se reúne al final conformando un solo cuerpo; la escritura profana es un romance humano y sus ideales parecen ser diferentes. (…) Traducción EDISON SIMONS

Escritura profana. Caracas. Monte Ávila Editores. 1992. Págs. 195-196.


ANATOMÍA DE LA CRÍTICA CRÍTICA ÉTICA: TEORÍA DE LOS SÍMBOLOS

FASE MÍTICA: EL SÍMBOLO COMO ARQUETIPO (FRAGMENTO) La visión arquetípica de la literatura nos muestra la literatura como forma total y la experiencia literaria como parte del continuum de la vida, en que una de las funciones del poeta consiste en visualizar las finalidades del trabajo humano. Tan pronto como añadimos este enfoque a los otros tres, la literatura se convierte en un instrumento ético y superamos el dilema de Kierkegaard, en O Esto o Aquello, entre la idolatría estética y la libertad ética, sin la menor intención de acabar con las artes, de pasada. De ahí la importancia, tras aceptar la validez de esta visión de la literatura, de rechazar los fines externos de moral, belleza y verdad. El hecho de que sean externos los hace, en última instancia, idólatras y así demoníacos. Pero si, al fin y al cabo, ningún criterio social, moral o estético determina desde fuera el valor del arte, de ello se sigue que la fase arquetípica, en la que aquel forma parte de la civilización, no puede ser la última. Todavía necesitamos otra fase donde podamos pasar de la civilización, donde la poesía sigue siendo útil y funcional, a la cultura, donde es desinteresada y liberal, y puede asentar el pie. Traducción EDISON SIMONS


Anatomía

de

la

crítica.

Editores. 1991. Pág. 155.

Caracas.

Monte

Ávila


EL OLIMPO DE MI BARRIO Por: Fabio Zuluaga Ángel (19-)

Por: Diego Arango Bustamante

MARCOS Marcos era súbitamente poseído por ataques de locura, no enviados por la diosa Hera en venganza, como le ocurría al héroe griego Heracles, son heredados por línea materna. Desde niño Marcos cultivaba la fuerza de sus músculos levantando pesas que él mismo fabricaba vaciando cemento dentro de tarros de galletas Saltinas unidos con varillas de hierro; y si la diosa Hera le hubiera ahogado con la fuerza de sus manos, como lo hizo el griego Heracles. La potencia de sus puños llegó a ser temida por los muchachos de entonces y pronto lo apodamos Rocky Marciano, como el boxeador blanco. Él mismo era consciente de sus rabias y con frecuencia nos pedía que no nos metiéramos con él y que no lo hiciéramos rabiar. Poseído por sus ataques de locura, Marcos arremetía contra el vecindario, no armado de una garra de león


y vestido con la piel del mismo animal, como el héroe Heracles, sino provisto de un garrote y desnudo por completo. Marcos atacaba por igual a los suyos, y de no ser por la intervención de los vecinos o de la policía que acudía para internarlo en el sanatorio municipal, hubiera matado a su madre o a sus hermanos, como Heracles mató a sus hijos en un ataque de locura. Marcos fue sometido a todo tipo de tratamientos, incluso le practicaron la lobotomía y, aunque mejoró por algún tiempo, volvió a recaer. Finalmente, para no vivir la triste realidad de verlo recluido en el manicomio, sus hermanos y su madre le construyeron una cómoda gavia de hierro en el solar de la casa. Allí hoy lo encierran durante sus súbitos ataques de locura, y le llevan la alimentación, le aplican la eficiente camisa de fuerza de la química moderna y a punto de medicamentos lo mantienen bajo control. Debido a su enfermedad Marcos no pudo continuar estudiando y no se pudo preparar para la vida. Tampoco se casó, pero engendró un hijo que no pudo disfrutar porque se lo llevó su madre a vivir a otra ciudad para alejarlo de él. Marcos aún vive en la misma casa de siempre con su hermana mayor, ella se quedó soltera y con amor cuida de él. Su madre ya murió. Entra al velorio John Mario, otro de contemporáneos lleva su Biblia bajo el brazo…

mis

LA SEÑORITA PAULINA La Señorita Paulina, la costurera de este barrio, tejía de día pero no destejía de noche, como destejía Penélope la manta que tejía de día su suegro Laertes, a la espera de que regresara de Troya su venerado esposo Ulises, tras larga ausencia de veinte años, para no desposarse con ninguno delos pretendientes a los que había prometido que lo haría el día que terminara de tejer la manta. La Señorita Paulina, como se la conoce oficialmente en el barrio, tiene que coser también en las noches para atender la demanda de las clientas, y siempre


fue la última de la cuadra en apagar el bombillo de su taller, que da a la calle. También era la primera en encenderlo, mucho antes del alba. Paulina cose sobre medida, pero solo para mujeres. Ella les toma las medidas a sus clientas y les confecciona los trajes en la vieja máquina Singer de pedal, adaptada para motor; se toma su tiempo antes de llamarlas a probárselos, y con el traje puesto les hace los ajustes y correcciones señalando con alfileres transitorios las imperfecciones, y al fin, después de largo proceso, Paulina entrega los vestidos a satisfacción de cada clienta, pero siempre con retraso y a punto de empezar la fiesta o el feliz acontecimiento para el que fue mandado a confeccionar el traje. Con su costura sobre medida, la señorita Paulina hace milagros en los cuerpos de las clientas, y ya les disimula las abultadas caderas o se las resalta, como les disminuye los senos prominentes o se los aumenta a las que poco tienen. La Señorita Paulina se consagró a sostener a su madre con su trabajo de modista y ella misma decía, después de la muerte de su progenitora, que prefería vestir a sus clientes y llevarles los caprichos a desvestir borrachos, y que por eso se quedó soltera. La Señorita Paulina, que teje día y noche para que las mujeres del barrio y de otros barrios luzcan sus trajes nuevos en las fiestas, cumpleaños, matrimonios, primeras comuniones, velorios y oficios religiosos, jamás tiene tiempo para asistir a fiestas y lucir sus propios trajes. Paulina sigue en el barrio aún Señorita, más vieja y un poco enferma de artritis. Todavía teje de día y teje de noche para sostener y atender a su fiel clientela, la que dice que, a pesar de tanta fábrica nueva, de tanta ropa que entra de contrabando a la ciudad, que a pesar de que la Señorita Paulina es tan demorada y cobra tan caro, no hay otra costura como la de ella, tan pulida, ni vestidos como los suyos, que les mejoran el cuerpo.


En esas casas que desde aquí recorro con la mirada una a una, vivieron todas esas esposas que consagraron sus vidas a sus hogares, a sus esposos y a sus hijos, realizando así sus destinos de mujeres en este olimpo de mi barrio… LA QUEBRADA No habitaban en ellas las Náyades, ninfas de agua dulce que alimentaban a las plantas y a los hombres; no era tan límpida que pudiera contemplar en ellas Narciso su hermoso rostro; no había brotado de las entrañas de la tierra, al golpe del tridente de Poseidón, dios griego de los mares y las aguas, sino que descendía de la ladera oriental del barrio, entre cañadas y pedruscos, y conservaba aún sus aguas limpias y podíamos bañarnos en ellas y pescar con frascos boquianchos o con un trozo de costal de cabuya pececitos de vientre blanco y escamas iridiscentes. A ella nos llevaba la maestra de la escuela, siempre en tardes de miércoles; ella lo decidía de pronto y sin previo aviso. Salíamos de la escuela en fila india y recorríamos las calles del barrio hacia la parte alta en busca del lecho de la quebrada. Pasábamos la tarde jugando fútbol, preparando chocolate en una hoguera alimentada con leños, y bañándonos en las frescas aguas, en pantaloncillos, porque no teníamos pantaloneta de baño y bañarnos desnudos era pecado. La quebrada ya empezaban a contaminarla las señoras que lavaban ropa en la parte alta, pero todavía con jabones de barra; aún el hombre no había inventado los detergentes sintéticos. La Loca llamábamos a la quebrada porque ese apacible arroyo que nos permitía jugar y deleitarnos en sus aguas en las tardes de sol, se crecía con los aguaceros, se volvía borrasca, desbordaba su lecho, penetraba en las casas aledañas y arrastraba a su paso rocas, caballos, vacas, colchones, enseres, muebles y hasta hombres y mujeres. Parecía como si de pronto la quebrada hubiera sido presa de un


ataque de locura, como le ocurría al musculoso héroe Heracles, prototipo griego de la fuerza. Al fin, ya contaminada y vuelta una cloaca, canalizaron su lecho y por encima trazaron una calle, que ahora recorre apacible su cauce. Una estruendosa Yamaha de alto cilindraje se detiene delante de la casa que fue de don José el joyero, y con el motor en marcha espera. En nuestra época no las había, y por entonces solo conocíamos dos lambretas marca Vespa, de propiedad de dos señores que vivían en la parte alta del barrio y que las utilizaban para ir al trabajo. Una adolescente de bluyín forrado al cuerpo y camiseta pegada a los pechos sale y se abraza al muchacho y se besan largo rato en la boca. Por entonces nosotros no nos atrevíamos a besarnos en público con las muchachas, y los besos en la boca también eran pecado. La muchacha se trepa a la moto, se aferra al muchacho y arrancan a toda velocidad calle abajo. No reconozco la chica, puede ser la nieta de don José; pero, a pesar de su insinuante belleza, no es tan bella como lo fue para nosotros La Nena…

Medellín, hacía mil novecientos y tantos. Una colina al oriente, en lo que eran afueras de la ciudad. Un panorama de vegetación nativa, ganado y sementeras, y en lo alto la casona antioqueña donde vive el dueño de la finca: un alemán. En las fronteras de su propiedad han comenzado a levantarse casitas de inmigrantes campesinos que han venido al llamado la industria incipiente. Nace un barrio. Muchos años después, cuando ya del alemán y de su propiedad no quedaba memoria en la segunda generación de los habitantes del barrio, este cuenta con una historia, y con historias protagonizadas por la sal de la tierra de sus héroes barriales, sus excéntricos, sus piantados, su perdidos. Y entre ellos se mueve el niño que ya en su madurez les dará


entretenida perennidad a esas “Vidas minúsculas” en las páginas de estos cuentos, porque fueron los mitos que tejieron lo mejor de su infancia, lo memorable, sus miedos y deslumbramientos, sus aventuras, sus ocios, sus búsquedas, los misterios y la crónica anónima que sembraron en él el deseo de contar todo aquello, mucho antes de darse cuenta de que así era. Jairo Morales Henao


El

olimpo

de

mi

barrio.

Medellín. Editorial Universidad de Antioquia. 2012. Págs. 34-35, 69-72, 76-78 y Contraportada.


POR QUÉ ESCRIBO (FRAGMENTO) Por: George Orwell (1903-1950)

(…) Si doy toda esta información de fondo es porque no creo que se puedan evaluar los motivos que animan a un escritor sin conocer algo acerca de sus primeros pasos. Su material narrativo vendrá determinado por la época en que le ha tocado vivir –al menos, es así en épocas tumultuosas y revolucionarias, como la nuestra-, aunque antes de que haya empezado a escribir habrá adquirido una actitud emocional de la cual nunca podrá librarse por completo. Es su trabajo, sin duda, disciplinar su temperamento y evitar el quedarse atascado en una etapa de inmadurez, o en un estado de ánimo perverso. Pero


si escapa a sus influencias más tempranas, habrá acabado con su propio impulso de escribir. Dejando a un lado la necesidad de ganarse la vida, creo que son cuatro los grandes motivos que hay para escribir, al menos prosa. Existen los cuatro en distintos grados en cada escritor, y en cualquier escritor varía la proporción según el momento en que se halle y el ambiente en que viva. Son los siguientes: 1. Egoísmo puro y duro. Deseo de parecer inteligente, de que se hable de uno, de que a uno se le recuerde después de muerto, de resarcirse de los adultos que abusaron de uno en su niñez, etc. Es una paparrucha fingir que éste no es un motivo, porque además es de los más potentes. Los escritores tienen en común esta característica con los científicos, los artistas, los políticos, los abogados, los soldados, los empresarios de éxito, esto es, con lo más granado del género humano. La gran mayoría de los seres humanos no tiene un egoísmo agudo. Pasados los treinta, más o menos, renuncian a la ambición individual –en muchos casos, abandonan casi del todo la idea de ser individuosy viven sobre todo para los demás, o bien quedan aplastados por el tedio y la monotonía. Pero hay además una minoría de personas dotadas, voluntariosas, obstinadas incluso, decididas a vivir su propia vida hasta el final, y a esta clase pertenecen los escritores. Los escritores serios, debería decir, son en conjunto más vanidosos y egocéntricos que los periodistas, aunque el dinero les interesa menos. 2. Entusiasmo estético. La percepción de la belleza en el mundo exterior o, si se quiere, en las palabras y en su adecuada disposición. El placer ante el impacto de un sonido u otro, ante la firmeza de una buena prosa, ante el ritmo de un buen relato. Deseo de compartir una experiencia que uno considera de gran valor, que entiende que no debe perderse nadie. El motivo estético es muy feble en muchos escritores, pero incluso el panfletista o el autor de manuales tendrán sus palabras y expresiones predilectas, las que le atraen por motivos en modo alguno utilitarios. Puede tener también inclinación hacia la tipografía, la anchura de los márgenes, etc. Por encima del nivel de una guía ferroviaria, ningún libro es del todo ajeno a las consideraciones estéticas.


3. Impulso histórico. Deseo de ver las cosas como son, de hallar cual es la verdad, de almacenarla para su buen uso en la posteridad. 4. Propósito político. Empleo la palabra “político” en el sentido más amplio que sea posible. Es el deseo de propiciar que el mundo avance en una dirección determinada, de alterar la idea que puedan tener los demás sobre la clase de sociedad a la que conviene aspirar. No hay un solo libro que se ajeno al sesgo político. La opinión de que el arte nada tiene que ver con la política, ni debe tener nada que ver, es en sí misma una actitud política.

1946 Traducción de MIGUEL MARTÍNEZ-LAGE


El león y el unicornio y otros ensayos. Barcelona. Random House Mondadori.


Guillermo Crespo. “Como extraños animales de la seducción” (Óleo sobre lienzo 110 x 80 cm)


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