NOVIEMBRE 2017
ULTURACULTURA CULTURA CULTUR 70
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Ir al cine,
un espacio de derechos para las audiencias: Ana Rosas Mantecón
Mauricio Coronel Guzmán
Abundan los estudios acerca de la historia del cine, su industria y la producción de películas pero, al menos en español, casi no hay nada respecto al público y los espacios para verlas. En Ir al cine. Antropología de los públicos, la ciudad y las pantallas, la antropóloga Ana Rosas Mantecón analiza a las audiencias. Comenta que su trabajo es documentar cómo evolucionan los públicos que asisten al cine, en particular en la Ciudad de México. Recuerda que el país ocupa el cuarto lugar mundial en infraestructura de salas cinematográficas y que en la era digital la proyección de películas logran gran consumo, aun así, el rezago en derechos es importante.
Su punto de partida son las audiencias y cómo evolucionan, ¿cuáles son sus hallazgos? -En principio pocos investigadores trabajan los espacios físicos, es decir, cómo cambian las salas y cómo evolucionan los públicos. Yo creo que la discusión siempre vigente es: ¿Qué es el cine? En el pasado festival de Cannes se cuestionó si se le podía permitir a Netflix participar en el certamen. Ellos produjeron dos películas que concursaron y se planteaba si sus cintas iban a ser proyectadas en
salas. Como sabemos, produce contenidos pero para su propia plataforma en línea. ¿Eso es cine, o no? En el debate más amplio casi no se discute cómo cambia nuestra noción de cinéfilo. Si hacemos lecturas de artículos publicados en la prensa, las polémicas se centran en declaraciones de actores o directores. Pero también es interesante analizar cómo hemos visto al cine y las películas en salas o de forma individual. Yo creo que cambió nuestra perspectiva: sí, cinéfilo es el que ama el séptimo arte y se relaciona con él. Pero también lo es quien interacciona con los espacios públicos y con los demás espectadores. Si hay algo claro en el punto de partida es que no son formas que
se excluyen una de la otra, sino que hay cinéfilos que van a las salas y al mismo tiempo devoran todo lo que aparece en otras plataformas. Hoy en día lo que se compra pirata, lo que aparece en la televisión, cambia nuestra noción del que sólo recibe. Ahora el concepto de “públicos” nos queda muy corto para entender las diversas formas de relaciones. -¿Dónde resulta más evidente la evolución de las audiencias y el espacio para ver cine? -En diversos campos. Es una relación completamente distinta a la que pensaríamos del que simplemente va y se sienta en una sala. Hoy tenemos una enorme gama de posibilidades y prácticas que nos relacionan con lo que se produce o se ve en una enorme diversidad de pantallas, no sólo en la televisión o video sino en las plataformas, las computadoras y ta-
bletas. Ahora, por ejemplo, es muy común que las personas vean películas en el transporte público mediante celulares. Verlos en el metro para mí es fascinante. Me llama la atención esta idea de mirar películas en el espacio público. Hoy las relaciones son muy distintas a las de relativamente hace poco tiempo. Otro caso son los videojuegos que, en un principio, partían de la industria cinematográfica. Primero, nacieron de forma subordinada a los relatos de acción; ahora son un espacio que despegó de muchas maneras y es tres veces más de lo que económicamente producen las salas de cine. Entonces, cuando pensamos en la historia del cine vemos que en la actualidad ya estamos ante otro panorama donde incluso las políticas públicas deben ir en otra dirección, no sólo en la producción sino en los nuevos escenarios de consumo. -¿Qué pasa con la gente que no va a las salas pero que ve cine? -Es muy interesante lo que ocurrió en el último lustro del siglo XX. En mi libro comento esta idea de Emilio García, quien pensaba que con el fin de siglo terminaría la era Lumiere. Había estadísticas que así lo indicaban, pero en los últimos años hubo en México una reestructuración que dio enorme éxito. El país ocupa el cuarto lugar en infraestructura y también en asistencia. Sin embargo, el caso está lleno de paradojas. Ciertamente las salas de proyección se multiplicaron en el territorio nacional, pero está terriblemente concentrada. Por lo menos, el 90 por ciento de los municipios del país no tienen salas de cine. Ahora, multiplica esto y observa el Atlas de la infraestructura cultural y te muestra cómo se expanden las salas, pero sólo en las capitales de los estados y muy especialmente en las áreas metropolitanas. Pero, a nivel nacional, es interesante ver cómo prácticamente la mitad de la población, cuando se le pregunta ¿por
qué no va al cine? entre sus respuestas destaca: “Es que no tengo ningún cine cercano”. Otra paradoja es que antes, en cualquier pueblito de México, junto a la iglesia, el palacio municipal y el mercado había un cine. Hoy, en los nuevos centros comerciales ya no hay cine y donde lo hay la oferta es muy limitada, generalmente películas estadunidenses comerciales. Con lo que la tercer gran paradoja es que no se muestra cine de otras latitudes y temáticas. -Incluso el cine mexicano enfrenta problemas de distribución y culturales… -Sí. El cine de Estados Unidos no sólo se estrena en los conjuntos cinematográficos sino también en las pantallas de televisión e internet, satura gran parte de las opciones. Si observamos las fechas en que se programan las películas mexicanas veremos que son las peores o duran muy poco tiempo, una a dos semanas. En uno de los últimos anuarios publicados por el IMCINE se ve un importante esfuerzo de generar una visión de la industria que no tiene parangón en el ámbito cultural, pero todavía no es suficiente. ¿Qué implica pensar en una renovación? La responsabilidad pública de pensar en nuevos espacios y cómo facilitar los accesos. Si pensamos al cine como recurso y parte de los derechos culturales, hay que ver de qué manera las políticas públicas se ocupen de estos otros hábitos. Además, tenemos un tema sobre el que quiero sensibilizar –que trabajo en mi libro y del cual hay poca información– que es otra barrera para la industria cinematográfica: la situación de los ciegos, los sordomudos, las personas con alguna discapacidad motriz. Tenemos poca práctica para facilitar la experiencia cinematográfica a ese sector de la población. Hace dos o tres años ocurrió un escándalo en una sala donde se puso en uno de los boletos que se recomendaba a los dis-
capacitados que no accedieran por su propia seguridad. Eso es insólito ¿por qué se les niega el acceso a una sala? Si lo pensamos en términos de derechos habría que pensar cómo construir rampas para que entren con su silla de ruedas o ver la posibilidad de que se sienten en la primera fila. En Colombia se desarrollaron programas y mediante dispositivos celulares se puede narrar a un ciego la película y puede disfrutar de ella, de la sala y la convivencia con los otros. Creo que son problemas que no visibilizamos sino que sólo lo pensamos en términos de entretenimiento y no en materia de derechos. -Finamente, en esta era digital ¿qué podemos visualizar? -Pues el ejemplo que tenemos con la película que mostró Alejandro González Iñarritu, en el Festival de Cannes 2017. Se trata de una instalación en realidad virtual llamada Carne y arena, lo cual nos hace repensar que esos experimentos también son cine. Creo que lo que mostró es que se puede plantear una cuestión tan dolorosa como lo es la realidad migrante y si algo comprobó es que es arte y es negocio.
@MauricioCG2014