Dichos por los susodichos - Opúsculo

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Una tlacuacha hecha papilla Por Armando Guerrero omo cada fin de semana, la tlacuacha de la cola torcida se encontraba entre sábanas y cobijas. Estas cubrían sus orejas peludas de la música que provenía del tronco de las ranas teporochas, quienes eran famosas por hacer pedas ruidosas. La tlacuacha atendía un changarro de garnachas y estaba hasta la coronilla de no poder echarse una pestañita después de una larga semana de trabajo. Esta situación ya había llamado la atención de las autoridades, pero nunca hacían algo al respecto. La música de las ranas era tan escandalosa que no les permitía dialogar con ellas. Esta noche todo cambiaría. Durante semanas, la tlacuacha se rifó un traje en forma de ave lunar: una conocida depredadora de ranas teporochas. Sin más, se dispuso a ponerse el disfraz. Era casero, pero convincente. La tlacuacha se amarró a un árbol. Una vez ahí, se balanceó por encima del tronco de las ranas y saltó como si fuera el ave. Una rana notó la reconocible sombra de aquél pájaro y sin dudarlo alertó al resto. —¡Ya nos cayó la voladora! ¡huyan! La tlacuacha reía para sus adentros, pues la escena era graciosa. Las ranas salieron disparadas del único agujero de ese tronco; cayeron por todos lados y huyeron hechas cagada. Después de ese magnífico plan, jamás volvieron a hacer una peda. Así, la tlacuacha pudo disfrutar del descanso que tanto anhelaba.

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