ÁLVARO MUTIS: CELEBRACIONES DEL HOMBRE QUE YO CONOCÍ*
RICARDO CUÉLLAR VALENCIA
Álvaro Mutis, Fabio Jurado Valencia, un escritor costarricense y Ricardo Cuellar Valencia en la ciudad de México, 1985.
Hacía las ocho de la noche, el domingo 22 de septiembre, había recibido la visita en casa, en la ciudad capital del estado, Tuxtla Gutiérrez, del joven poeta chiapaneco Pepe Natarén Aquino y su compañera Alejandra. Hablábamos de Neruda, Vallejo…Me preguntó por mi relación con Luis Cardoza y Aragón. Les comenté cuando lo conocí en La Habana, el día que me lo presentó en novelista colombiano Manuel Mejía Vallejo, en una feria del libro, un día de 1985, cuando asistíamos al Segundo Encuentro Internacional por las soberanía de los pueblos de nuestra América Latina. Había llegado yo invitado por Gabriel García
Márquez para representar a Colombia. Les comenté de la estancia de Cardoza y Aragón en el Consulado de Guatemala en Bogotá en 1948, cuanto asesinaron al líder disidente liberal Jorge Eliécer Gaitán y de las visitas a la embajada que le hacían varios jóvenes poetas, entre ellos Álvaro Mutis. Para testimoniar su aprecio por la obra de Cardoza y Aragón tomé el libro de Mutis, Poesía y Prosa, editado por el Instituto Colombiano de Cultura, y leí Tres imágenes, primeros poemas que aparecen en el libro, dedicados a su admirado maestro guatemalteco. Y les dije de inmediato: conocen Moirología? No, comentó Pepe. Permíteme se los leo. Mientras lo leía recibí un mensaje en el celular que no deseé leer en el momento. Continué con la lectura de dos poemas más. Tomé, intrigado, el celular y abrí el mensaje de Mario Nandayapa. Leí: Murió Álvaro Mutis. Me quedé paralizado por instantes. Sin saber nada estaba leyendo yo el poema de Mutis dedicado al hombre que se encuentra tendido en el ataúd. Así estaba él en ese momento. Leímos unos poemas más. No pude soportar ese encuentro doble con Mutis: la memoria viva del poeta y la muerte real del amigo. Los visitantes se fueron y me tendí en la cama. Toda la noche la pasé en vela recordándolo. No dormí un segundo. Al día siguiente al levantarme sentí en cuerpo desmadejado. No pude hacer nada. Apenas busque noticias en los periódicos y en la televisión. El dolor por la muerte del amigo fue avasallador. Me vestí de negro y fui a clase a la Facultad de Humanidades, en la carrera de Lengua y Literatura Hispanoamericanas de la Universidad Autónoma de Chiapas. Sólo pude hablar de la obra Álvaro Mutis. Volví a leer Moirología y tres poemas más. Pasaron dos horas en mi clase de Literatura Contemporánea hablando con un inmenso dejo de tristeza, sobre todo recordándolo como hombre, como amigo. Regresé a casa y pude apenas dormir a intervalos. He recibido llamadas de familiares míos y amigos. Apenas hoy miércoles (24 de septiembre) puedo tomar la pluma y escribir. Voy a contar mi amistad con el poeta. Ocho días después de mi arribo (9 de febrero de 1982) a la Ciudad de México lo llamé por teléfono. De inmediato me preguntó: quién le dio mi teléfono? Y le respondí: Rosita Jaramillo. Viene bien recomendado. Lo espero mañana en mi oficina a los dos de la tarde y salimos a comer, me dijo en un tono amable. Llegué a la hora en punto a las oficinas de la compañía de cine para América Latina de la cual era gerente el poeta. Con los pies tendidos sobre el escritorio estaba leyendo. Se levantó y nos saludamos con un caluroso abrazo. Vi un hombre alto, apuesto, simpático, vestido con pantalones de mezclilla y una camisa de cuadros rojos y blancos.
Atardeceres en Manizales. Fotografía de Fabio Rincón, 1985
Lo primero que me dijo fue: De dónde vienes? De Manizales. ¡¡¡Ahhh!!! Qué maravilla, vienes de la tierra de mi madre. Y de dónde eres? De Calarcá. Calarcá, comentó, está cerca de Coello. Apenas se pasa una montaña y al otro lado se encuentra la finca cafetalera de mi madre. Me enseñó las dos fotografías que tenía en el escritorio: una de su abuelo materno y la de un tío. Mira: tenían la barba poblada, larga, negra, como la tuya. Hablamos de mi vida en Manizales y de mi afición por la poesía. Le entregue mi libro Fatiga de los cereales y de inmediato lo ojeó y leyó varios poemas en voz alta: Aquí está Manizales sin mencionarlo. Eso está bien. Me gustan. Me hizo varias preguntas sobre algunos nombres de las dedicatorias y me prometió leerlo con detenimiento. Fuimos a comer a un restaurante cercano. Antes de pedir la comida me dijo: qué va a tomar... Una limonada, sugerí. Hombre, me dijo con amable sonrisa: aquí en México se toma antes de comer una cerveza acompañada de una copa de tequila. Con dos basta. Lo demás ya es responsabilidad de cada cual. Hablamos de poesía colombiana: de José Asunción Silva, León de Greiff, Gaitán Durán, deteniéndonos especialmente en los nadaístas; le expuse mis ideas argumentando que ellos habían contribuido más con su rebeldía vital que con su poesía. Excepto el único poeta que llamándose nadaísta en el fondo no lo es: Jaime Jaramillo Escobar. Que eran unos nihilistas de segunda pues más que leer y asumir a Nietzsche se escudaron en J.P. Sartre, amparándose no en el profundo sentido del asco, la nostalgia y la angustia si no en la
infantil blasfemia, rayando en lo bufonesco y el ridículo más que en la crítica filosófica, ética y literaria. Sin dejar de desconocer, por parte de Gonzalo Arango la puesta en cuestión de algunos asuntos de la moral conservadora. Estuvo de acuerdo con mis apreciaciones. Hablamos de su familia. Especialmente del sabio José Celestino Mutis, hombre gaditano que introdujo ideas de la Ilustración por medio de la Expedición Botánica, que él encabezaba, enviada por la corona española a fines del siglo XVIII en la otrora Nueva Granada, hoy Colombia. Ese día fue muy grato gracias a su exquisito sentido del humor, la manera elegante y satírica de referirse a ciertos personajes colombianos. Me pidió que lo llamara cuando deseara, sin pena. Con un fuerte abrazo nos despedimos.
En otra ocasión, el poeta Álvaro Mutis me invito a una cantina con un amigo común, Eduardo García Aguilar. Eremos cómplices con Eduardo desde hacía años, por diversas razones, más allá de la literatura. Mutis me dijo que lo invitara. Allí estábamos los dos muchachos esperando al poeta. Tomábamos una humilde cerveza. Llegó el poeta a las seis de la tarde de ese viernes a una cantina tal. Pidió una botella de tequila. Se tomó tres tragos con nosotros mientras yo le comenté que habíamos, los dos, en plena fragancia, fundado las Brigadas Anarquistas Álvaro Mutis. Eso vale esta botella, tomándola del cuello y dejando que se asentara de nuevo en la mesa para reafirmar su invitación y otra, que ordenó trajera el mesero cuando terminaremos la ya comenzada. Se las van a tomar hasta el fondo. Pagó. Y agregó: tengo que ir al odontólogo. Pero regreso. Nosotros decidimos escribir el manifiesto. A las dos horas estaba de regreso. Huelo a dentistería o no? dijo, mientras dejaba el aroma perceptible del vaho ante nosotros. Se tomó otros dos tequilas; le comentamos de nuestro propósito. Ustedes deben terminar esas dos botellas y si no van ser más que unos cobardes. El poeta se despidió con la franca certeza de dejarnos bien puestos. A las síes de la mañana ya habíamos concluido de redactar el manifiesto y vaciar las dos botellas de tequila en una verdadera ceremonia brindis tras brindis. Fue una noche de pleno delirio, aunque no terminamos caídos. Salimos caminando tranquilamente; en un restaurante tomamos un café y cada uno tomó un taxi rumbo a su casa.
Algún tiempo después Eduardo lo entrevisto y logró un libro maravilloso, de frecuente referencia para quien quiera saber las principales ideas literarias de Álvaro Mutis: Celebraciones y otros fantasmas. Varios detalles del desarrollo de las entrevistas me comentaba Eduardo en el curso de la serie de reuniones que sostuvo con el maestro. En cierto momento le propuse a Fabio Jurado Valencia y Oscar Castro García, estudiantes del doctorado en literatura española en la Universidad Nacional Autónoma de México, a principios del os años ochenta, que organizáramos unas Jornadas Literarias colombianas en este país. Decidimos llamarlas Porfirio Barba Jacob. Le pedí a Mutis el apoyo para que nos
facilitaran alguna sala en Bellas Artes y dos o tres auditorios universitarios; de inmediato se puso de acuerdo con García Márquez y entre los dos nos hicieron los contactos. Fueron por lo menos cuatro o cinco años de intensa actividad. En una ocasión en el auditorio del Museo Nacional de México, Mutis disertó sobre la poesía colombiana con una amplitud y profundidad esclarecedora. Reveló sus afinidades con León de Greiff, Aurelio Arturo y el sentido de la aventura de Jorge Gaitán Durán con su memorable revista Mito, donde colaboraron J. L. Borges, Alfonso Reyes y Octavio Paz, entre otros. En plena conferencia magistral el maestro con toda su generosidad al referirse al movimiento nadaísta dijo: el que sabe de este tema es Ricardo Cuéllar, y señalando con el dedo índice indicó: allí está sentado. Fue un elogio inmerecido. El nadaísmo había surgido después de los narradores y poetas como García Márquez y Álvaro Mutis, Gaitán Durán y Cote Lemus, aparte de los filósofos e historiadores que ya habían iniciado una serie crítica en distintos niveles a la sociedad y la cultura colombiana. Eran un remedo tardío de Dada.
Álvaro Mutis conversando con un amigo y Efraín Bartolomé y Ricardo Cuéllar Valencia, Coyoacán, ciudad de México, 1994.
Álvaro Mutis, Andrea Montiel y Ricardo Cuéllar Valencia en la presentación de la revista Boca de polem de la Universidad Autónoma de Chiapas en la Casa de la Cultura de Coyoacán, ciudad de México, 1994.
Un día en su casa de San Jerónimo, al sur de la ciudad de México, hablábamos de la vida de Magroll el Gaviero. En un intervalo del diálogo, como si algo intuyera, mirándome a los ojos, dijo: ¿cómo está tu corazón? Y le respondí: un poco triste, pues la mujer, Gloria Stella, que él había conocido meses antes en una de sus conferencias, se ha ido para Durango hastiada por la inestabilidad que vive la Universidad. Hombre, me dijo: a la mujer hay que garantizarle seguridad o si no sale corriendo. Son muy pocas las que se deciden
soportar la intemperie de los días. Apenas pude entender y soportar el dolor de la ausencia, con las palabras del amigo. Cada vez que salía de la casa del maestro Mutis me iba cargado de libros y revistas con una frase invariable: usted que es buen lector, tome todas estas vainas y chúteselas. Salía con libros de poesía y ensayo y, claro, libros de su autoría.
Una mañana de mayo de 1982 estaba yo en la Embajada de Colombia en México saludando a Umaña de Brigard, su titular, un aristócrata bogotano; después de conversar un rato con el funcionario me pidió que hablara con la agregada cultural para que acordáramos algunas actividades. La bella mujer, una egresada de la universidad de los Andes, de la capital del país, me recibió amable. La mujer no conocía a ningún escritor o artista, apenas acababa de llegar, llevaba ocho días en la Ciudad de México. Le propuse que organizáramos una exposición de pintura y un recital de poesía de jóvenes creadores y escritores colombianos residentes en México. Y como invitado de honor nos acompañara el maestro Álvaro Mutis. Ella dijo no conocerlo para hacerle la invitación. Me permitió el teléfono y me comunique a la casa del poeta. Se lo pasé. Al terminar la conversación con asombro comentó la funcionaria: Dice el maestro que asiste al encuentro porque lo invita Ricardo Cuéllar. ¡Así es de amigo usted de Álvaro Mutis!… me dijo con admiración. Simplemente somos amigos. Lo que pasa es que él es muy deferente y aprecia mucho sus amigos. Abiertamente había desconocido al embajador. Le pasé los datos de los pintores y poetas a la agregada. Quince días después en la Casa Cultural Domecq, en un amplio espacio, se colgaron obras de más de veinte artistas y llegamos ochos jóvenes poetas para ofrecer el recital. Obras de muy buena calidad. El recinto estaba colmado de colombianos de todo tipo: empresarios, comerciantes, abogados, profesores universitarios, estudiantes, artistas, escritores, familiares y amigos mexicanos y centro y suramericanos. Antes de iniciar mi intervención hice el siguiente comentario: dedico esta lectura a dos grandes hombres: a Simón Bolívar que nos liberó por medio de las armas y a Álvaro Mutis que nos liberó por medio de la palabra poética. Los aplausos retumbaron. El poeta, colorado, se levantó de la silla, y saludó a los presentes. Al finalizar el recital pasamos al coctail. Caminaba yo hacia el grupo de colombianos que rodeaban a Mutis y me dijo aún sin yo llegar, con el tono de su alta o sonora voz: Ricardo: ¡cómo te atreves a compararme con Bolívar, carajo¡ No maestro, no ha sido una ocurrencia. Es una idea que he madurado en silencio durante varios años y llegó el momento de decirla públicamente. Y comentó: voy a tenerme que poner choques eléctricos para poder soportar esto. Fue una noche inolvidable, entre vinos, amigos y admiradores del poeta. Quince días después del encuentro en la sala Cultural Domecq voy a ver el poeta en su casa, allá en San Jerónimo, en San Ángel, por el sur de la ciudad de México, para recibir una de sus recientes publicaciones: Poesía y prosa de Álvaro Mutis, editada por la
Biblioteca Básica Colombiana. Y me estampa la siguiente dedicatoria: Ricardo amigo: recuerda que la poesía, la verdadera, la de siempre, la sagrada nos va a salvar a todos de todo. Un abrazo de Álvaro Mutis, 23-8-82. Y agregó en voz viva: Tome este ladrillo, (un tomo de 737 páginas) para que atranque algo en su biblioteca.
Lo primero que me cuenta, después de servirme un trago de Whisky con exquisita agua francesa, es lo siguiente, que habla del respeto y reconocimiento por un escritor que él conoce muy bien, además de ser su íntimo amigo:
Cómo te parece que el viernes pasado la Embajada de Brasil nos invitó a varios escritores a una cena. Se encontraban varios literatos brasileños y Octavio Paz, Carlos Monsiváis, entre otros. Y sin más con un énfasis de rotunda convicción me dijo Mutis: Paz, parecía que no sabía de mi presencia allí, y expresó sin ninguna reserva: García Márquez no sabe escribir. Inmediatamente tomé la palabra y dije con plena certidumbre: Octavio, Gabo escribe como Dios. Nadie dijo nada. Y para variar el tema conté la anécdota de la Casa Cultural Domecq. Al instante Octavio me preguntó: ¿quién es Ricardo Cuéllar…? Y le respondí: es un joven poeta colombiano a quien yo le pago para que me elogie. Preséntamelo, dijo Octavio, para que me elogie a mí también. Todos, allá en la cena de la embajada brasileña, soltaron la carcajada. Nosotros, en su casa de San Jerónimo, también.
Meses después en un recital donde participaban poetas de diferentes países Álvaro Mutis me presentó a Hans Magnus Ensenberger, reconocido y famoso poeta alemán, en Hispanoamérica, autor de un libro de singular título: Poesía para los que no leen poesía y de otro muy bello: El hundimiento del Titanic. Mientras iniciaba la jornada de lecturas, los tres hablamos de significación y presencia de la poesía provenzal.
Al finalizar la maratón poética, exactamente el día que había conocido físicamente, de lejos, y escuchado leer a Octavio Paz, terminada la lectura, pasaba el poeta cerca de nosotros -nos encontrábamos en el lobby del auditorio de Nezahualcóyotl- Mutis lo llamó y con una sonrisa que no podía controlar le dijo al estar entre nosotros: éste es el poeta colombiano del que te he hablado: Ricardo Cuéllar. El maestro Octavio Paz me extendió su delicada mano y después de intercambiar algunas palabras me ofreció su teléfono para que me comunicara con él y fuera a su casa a tomar un café. La tarde que llegué a su casa, un mes después, hablamos de la poesía de los colombianos y muy especialmente de la poesía francesa del movimiento surrealista. El maestro hizo hincapié en los aportes surrealistas
desde las lecturas de Freud, entre otros asuntos. Muchas cosas logré precisar esa tarde sobre el surrealismo conversando con el gran Octavio Paz.
El mismo día que Mutis me presentó a Paz y a Enserberger lo hizo también con Marco Antonio Montes de Oca, poeta y pintor mexicano fascinante y a Ludwin Zeller, poeta y pintor chileno, de altos vuelos surrealistas. Vive en Oaxaca. El encuentro con Gabriel García Márquez sucedió después. Lo menciono en parte por lo que dijo al conocerme con relación a Mutis. Yo ya vivía en Tuxtla Gutiérrez y me desempañaba y desempaño como catedrático en la carrara de lengua y Literatura Hispanoamericanas de la Universidad Autónoma de Chiapas. Mis amigos, Fabio Jurado Valencia y Óscar Castro García, habían hablado con García Márquez en torno a asuntos del próximo encuentro de las Jornadas Porfirio Barba Jacob de literatura colombiana en México. Obvio que mencionaron mi nombre. Poco después, al iniciarse el programa acordado, estando yo en la ciudad de México, Fabio me dijo: le manda decir Gabo que cuando llegues a esta ciudad lo llames por teléfono, quiere conocerte y para ello te invita a comer a su casa. La verdad me dio pena. Yo en el fondo soy muy tímido. Terminada la lectura del primer gran ensayo dedicado a Cien años de soledad, escrito y leído por Emmanuel Carballo, -el maestro Gabo se había disculpado de no poder acompañarnos-, salimos para la cantina La Ópera, bello recinto del siglo XIX, frecuentado por escritores y artistas. De pronto llegó Gabo con su esposa y la esposa de Nicolás Suescún, poeta y escritor colombiano, quien tradujo poemas míos al inglés. Poco después Fabio fue a saludar a los recién llegados. Le dijo, dirigiéndose a Gabo: allí está Ricardo Cuéllar. Se paró sin pensarlo y se vino hacia nuestra mesa. Me levanté y con alegría rebosante le expresé: me encanta conocerlo por azar y en una cantina. Nos dimos un abrazo fraternal. Con voz costeña y clara expresó: yo creía que Ricardo Cuéllar era un fantasma de Álvaro Mutis. Soy real, maestro, aquí estoy. Siéntese por favor, le dije, con plena deferencia. Fue a la mesa de sus invitadas a pedir permiso y regresó. Este encuentro es otra historia colmada de anécdotas inolvidables. Desde mediados de1982 Mutis me presentó a su amigo, el poeta queretano Francisco Cervantes. El día que le dije a Mutis en su oficina que necesitaba conseguir trabajo pues los dollares ya se estaba acabando, de inmediato tomó el teléfono y le dijo a Cervantes: Te pido un favor Francisco: atiende a mi amigo y paisano, Ricardo Cuéllar Valencia. Va para tu oficina. Hablamos lo mínimo de mi persona y de mi procedencia. Sacó el libro Pueblo en vilo, del historiador Luis González y me pidió que escribiera un guión para una película. Me dio dos meses de tiempo. Lo escribí en quince días.
Con Eduardo García Aguilar y Cervantes salíamos con frecuencia a distintas cantinas de la ciudad de México y en especial por Coyoacán. Francisco fue un hombre amable, buen conversador, inteligente y gran conocedor de la poesía portuguesa. Eran clases sobre todo de Pessoa las charlas con él. Varias veces coincidimos los tres con Álvaro Mutis en distintas lecturas y conferencias.
De Izquierda a derecha: José Luis Madrigal Frías, Oscar Palacios, dos funcionarios, Álvaro Mutis, Eraclio Zepeda, Manuel Suasnávar y Ricardo Cuéllar Valencia, en el Congreso del Estado de Chiapas, en el momento que el poeta y escritor Álvaro Mutis disertó sobre Los orígenes de la poesía mística en lengua española en octubre de 1986.
Dos veces invité a Álvaro Mutis a visitar el Estado de Chiapas, por medio de la Universidad Autónoma de Chiapas y en las dos ocasiones vino. En la primera le propuse que disertara sobre La poesía mística en lengua española. Al llegar al aeropuerto de Tuxtla Gutiérrez lo vi cargando dos pesadas bolsas de libros. Le pedí ayudarle y sin ningún recato comentó: mire Ricardo la encartada en la que me ha metido. Pero lo peor de todo no es traer todos estos libros. Y levantando las manos y la voz exclamó: ¡Cómo se le ocurre invitarme a hablar de poesía mística en pleno trópico…! Está usted loco, dijo con ese énfasis tan propio de sus frases concluyentes. Y le respondí: mi querido maestro: está más loco usted que aceptó venir y ha llegado. La conferencia fue un éxito total. La presentación del poeta la hizo Laco Zepeda. La publiqué en la revista, Boca de Polen (Núm. 1, 1994), de la Universidad Autónoma de Chiapas (hoy suspendida inexplicablemente). Aprovechando esa visita le propuse hacer un
disco con su poesía y en voz viva. Fuimos a SONOSUR y don Paco Chanona grabó la magistral lectura.
Portada del disco grabado en la voz de Álvaro Mutis, en Sonosur, Tuxtla Gutiérrez, por Paco Chanona, 1995
Después de la conferencia sobre Orígenes de la poesía mística en lengua española nos fuimos con Mutis y Laco a la casa de Luis Marín con varios jóvenes poetas y artistas; allí estuvimos Manuel Suasnávar, Gabriel Gallegos, Mario Nandayapa, Adolfo y Manuel Ruiseñor, Jorge Mandujano, Rodrigo Núñez, Gloria Zenteno, Alejandro Riestra, Sergio Emilio Espinosa y tanto otros más. Los dos escritores hablaron de sus viajes por Europa, de las diferentes maneras de pronunciar la lengua polaca y francesa, en el sur y norte de cada país. Fue una noche plagada de anécdotas y ricas referencias culturales de los dos escritores. Al día siguiente fuimos a San Cristóbal de las Casas. Nos llevó en un carro oficial Andrés Fábregas Puig. Hablemos de poesía por el viejo trayecto hasta llegar a la antigua capital del estado. Al encontrarse con esta ciudad colonial, iba con su esposa Carmen, comentó: esta ciudad se parece a Córdoba, algunos detalles de las casas y calles comentaron entre ellos. Fuimos al hotel asignado, uno que tiene cabañas, separadas, en los lomas de la
montaña. El dueño al enterase de quien había llegado con una inconfundible amabilidad nos ofreció un trago de auténtico comiteco, un clásico trago de la región que ya no se produce industrialmente. Mutis lo saboreó y le pareció un verdadero coñac. Fuimos agasajados con una botella. Al reconocer, ya en la mañana, el hotel distribuido en diversas cabañas incrustadas en la montaña, que permiten observar un inmenso paisaje y una grata intimidad, sin más le dijo a Carmen: Yo me quiero venir a vivir aquí para terminar de escribir mis novelas. Aquí encuentro la paz perfecta. Estás loco Álvaro. Desordenas todo. No importa. Lo vamos a hablar allá en la ciudad de México, le dijo para tranquilizarla.
Álvaro Mutis, Ricardo Cuéllar Valencia y Alejandro Riestra en el Homenaje que la Presidencia Municipal de Tuxtla Gutiérrez organizó en Juncaná, Chiapas, en memoria del general José maría Melo y Ortiz, donde reposan sus restos, 1995.
Un año después con el presidente municipal de Tuxtla Gutiérrez realizamos un homenaje al general José María Melo y Ortiz, ex-presidente colombiano, sepultado en Chiapas. Hice coincidir la presentación del disco con la voz de Mutis leyendo su poesía y el homenaje al único ex-residente colombiano enterrado fuera de su país, precisamente en Juncaná, cerca de Comitán. Allí fuimos, acompañados del historiador Gustavo Vargas Martínez, varios poetas chiapanecos, el embajador de Colombia en México, el doctor Enoch Cansino Casahonda, presidente municipal de entonces y otras personalidades políticas y literarias.
El lugar estuvo pleno de campesinos e indígenas del lugar. Hubo discursos, fotografías al lado del pequeño monumento que se había erigido al general Melo y Ortiz. La idea que tenía García Márquez, quien no pudo llegar por encontrarse fuera del país, era la de repatriar los restos de Melo a su tierra natal, Chaparral, Departamento (Estado) de Tolima. Mutis, después de observar la presencia popular y de haber escuchado la simpatía, respeto y amor de los habitantes del ejido por el militar colombiano, allí sacrificado, concluyente dijo: La Colombia de hoy no se merece los restos del general Melo. Yo prefiero que el general Melo siga soñando el sueño de los mayas. Allí permanece protegido por ese pueblo de Juncaná que lo considera un héroe que le pertenece. Cada vez que me es posible voy a visitar la tumba y duermo al frente de la casa donde vivió los últimos días el general Melo, ex-presidente colombiano, sacrificado el 1 de junio de 1860, en tierra chiapaneca. Tengo una historia nueva, de ciertos sucesos allí en Juncaná, que en poco voy a contar en un libro que preparo. Con ocasión de la presentación del disco con la voz y la poesía de Álvaro Mutis, el maestro ofreció una lectura en el Congreso del Estado. En la mañana habíamos ido a pasear por el Cañón del Sumidero. Antes de iniciar el recital afirmó: Esta mañana con Ricardo Cuéllar fui a recorrer el Cañón del Sumidero. Una cosa debo advertir. Hace años escribí el poema al Cañón del Sumidero sin conocerlo. Leyó el Cañón de Aracuriare. Todos quedamos vilo, suspendidos ante la gracia narrativa del poema. Al terminar la lectura la respiración del público asistente regresó a la normalidad. Logró transmitir la celebración poética a la naturaleza. Fue jubiloso ese momento.
Al día siguiente se inauguraba, casualmente una exposición de pintores colombianos en el Museo de Antropología. Allí estuvimos con el maestro Mutis, el embajador de entonces, el presidente Municipal, Enoch Cansino Casahonda, Manuel Suasnávar y varios amigos viendo trabajo de Leonel Góngora, Omar Rayo, Grau, Alcántara, entre otros. Un día, Mutis y yo, nos encontramos en Villahermosa, Tabasco, donde el maestro había llegado a dar una conferencia invitado por el poeta y ensayista, muy apreciado por los dos, Ciprián Cabreara Jasso. Allí lo entrevisté sobre la poesía colombiana, publicada luego en Tras las rutas de Maqroll El Gaviero (1988-1993), en 1993, por el Instituto Colombiano de Cultura.
Álvaro Mutis con su esposa Carmen (izq.) el embajador de Colombia y su esposa, el poeta Ciprián Cabrea Jasso y Ricardo Cuéllar Valencia, al lado del río Grijalva, en Villahermosa, Tabasco, 1990. Álvaro Mutis acompañado de Ciprián Cabrera Jasso dictando una conferencia sobre La poesía, en un centro cultural de Villahermosa, Tabasco, 1990.
Antes de la conferencia Pano, como llamábamos cariñosamente a Cabrera Jasso, quien hace dos años se suicidó, nos llevó a un restaurante a la orilla del río Grijalva. Un hombre de porte humilde, amanerado, cantaba con una cierta confusa alegría. Todos lo mirábamos con un dejo de tristeza. De pronto comentó Mutis: ese pobre hombre cuando se encuentra sólo debe ser un ser absolutamente miserable, tiene el semblante de un perfecto derrotado. Así es, comentó Pano, que lo conocía, confirmando la apreciación del poeta. Algo observé en torno a que el río Grijalva une a Chiapas y Tabasco, estados que tienen una intrincada y rica historia común. Y comentó Mutis: por aquí pasaron los conquistadores y seguramente durmieron en estas orillas. Y afirmó Pano: no lo dudo. En la conferencia, en un saloncito muy concurrido del centro, con librería y todo, Mutis hizo un elogio del café, refiriendo la ceremonia que demanda el cultivo, la preparación, hasta ingerir la exquisita bebida. Habló de su Maqroll El Gaviero: lo que lo llevó a destacar los viajes, el sentido del viaje y sus experiencias de niño que lo llevaron a concebir el personaje al lado del río de Coello.
Visitamos la librería y allí se encontraba el Diccionario General de Americanismos de Francisco J. Santamaría, en tres tomos, editado por el Gobierno de Tabasco, su estado natal.
Cómpralos le dijo a Carmen, su esposa, de origen catalán, que lo acompañaba, a ti que te gusta saber de todos estos asuntos. Como ya habíamos hablado de José Celestino Mutis, en una ocasión anterior, le comenté que también era poeta. No inventes Ricardo, me quieres alagar. No maestro, le dije, aquí traigo una fotocopia del poema. Se los entregué y me dijo: eres terrible. Obvio que habían sido publicados en Colombia. Jorge Pacheco Quintero edito Antología de la poesía en Colombia, tomo II, el neoclasicismo, los romances tradicionales, editados por el Instituto Caro y Cuervo, Bogotá, 1973. Álvaro Mutis para mí fue un hombre definitivo. No sólo por la sabia poesía que leía, leo y leeré siempre con entusiasmo. Cuando publicó los inolvidables Un homenaje y siete nocturnos, en Ediciones El Equilibrista, me estampó la siguiente dedicatoria: Para Ricardo Cuéllar, poeta, amigo y dos veces paisano, con el afecto de Álvaro Mutis, 11-4-88, México. Para terminar este apretado, desordenado y fragmentario recuento de mi relación con el poeta Álvaro Mutis debo contar que cuando cursaba los seminarios del doctorado Cervantes y la novela moderna varios de los profesores nos preguntaron qué tema habíamos escogido para la tesis. Yo respondí con la propuesta que ya había definido desde antes de empezar los estudios. Miguel de Cervantes y Álvaro Mutis: el sentido del fracaso y la idea de la desesperanza. Ninguno mostró el más mínimo interés por mi propuesta. Poco después supe por un profesor de literatura hispanoamericana, un joven español muy amable, José Luis de la Fuente, lo siguiente: Mira Ricardo, ese tema es muy importante, pero los cervantistas españoles andan embarcados en la risa del Quijote, en el humor y ese tipo de festejos. Ahí llevas en la mano el estudio sobre el humor de Cervantes de Anthony Close. Acepté con desgano su comentario y cambié de tema: La poesía de Miguel de Cervantes visitada por siete biógrafos. Al regresar a México en 1996 visité a Álvaro Mutis en su casa de San Jerónimo y lo entrevisté sobre Cervantes. Con una frese me dijo todo al indicarle mi tema para la tesis: Miguel de Cervantes y Álvaro Mutis: el sentido del fracaso y la idea de la desesperanza. Hay una diferencia esencial, Ricardo, me dijo: yo radicalizo a Cervantes. Lo cual es absolutamente cierto. Una sola cita de un poema me sirve para atestiguar lo que afirma el maestro y cerrar esta crónica: Ninguno de nuestros sueños, ni la más tenebrosa de nuestras pesadillas es superior a la suma total de fracasos que componen nuestro destino.
El poeta Álvaro Mutis seguirá vivo, no lo dudamos, per secula seculoron, entre sus amigos y fieles lectores.
COELLO: PARAÍSO MÍTICO FUNDADO POR ÁLVARO MUTIS Ricardo Cuéllar Valencia El miedo fue el primer poema que Álvaro Mutis decidió publicar, en el suplemento cultural del periódico La Razón, en Bogotá (1948), dirigido por Alberto Zalamea, periodista y diplomático, uno de los brillantes intelectuales que en esos años había en Colombia. Este poema es el sexto que aparece en Los elementos del desastre (Losada, México, 1953), segundo libro publicado de nuestro poeta. Nos interesa destacar El miedo porque es el poema que nos instala precisamente en Coello, en los recuerdos del joven que no simplemente llega de vacaciones a la hacienda de su abuelo materno, Jerónimo Jaramillo, sino al lugar preciso del Paraíso, que el joven frecuenta con intensa emoción y va descubriendo no ese paraíso idílico referido por la Biblia, sino el terrenalmente real, que el poeta verdadero que es Mutis ve, percibe, descubre y celebra en aquel paraje de la cordillera central del Tolima, llamado Coello. La realidad ha sido transfigurada en mito poético. Es proverbial la siguiente declaración del poeta en una entrevista: "Todo lo que he escrito está destinado a celebrar, a perpetuar, ese rincón de la tierra caliente del que emana la substancia misma de mis sueños, mis nostalgias, mis terrores y mis dichas. No hay una sola línea de mi obra que no esté referida, en forma secreta o explícita, al mundo sin límites que es para mí ese rincón de la región de Tolima, en Colombia". Es por las observaciones que hemos traído que, antes de hacer nuestros comentarios, deseamos que nuestro lector, se sumerja en el poema, con la intención de acercarlo un tanto en su segunda lectura. EL MIEDO Bandera de ahorcados, contraseña de barriles, capitana del desespero, bedel de sodomía, oscura sandalia que al caer la tarde llega hasta mi hamaca. Es entonces cuando el miedo hace su entrada. Paso a paso la noche va enfriando los tejados de cinc, las cascadas, las correas de las máquinas, los fondos agrios de miel empobrecida. Todo, en fin, queda bajo su astuto dominio. Hasta la terraza sube el olor marchito del día. Enorme pluma que se evade y visita otras comarcas. El frío recorre los más recónditos aposentos. El miedo inicia su danza. Se oye el lejano y manso zumbido de las lámparas de arco, ronroneo de planetas. Un dios olvidado mira crecer la hierba. El sentido de algunos recuerdos que me invaden, se me escapa dolorosamente: playas de tibia ceniza, vastos aeródromos a la madrugada, despedidas interminables. La sombra levanta ebrias columnas de pavor. Se inquietan los písamos. Sólo entiendo algunas voces. La del ahorcado de Cocora, la del anciano minero que murió de hambre en la playa cubierto
inexplicablemente por brillantes hojas de plátano; la de los huesos de mujer hallados en la cañada de La Osa; la del fantasma que vive en el horno del trapiche. Me sigue una columna de humo, árbol espeso de ardientes raíces. Vivo ciudades solitarias en donde los sapos mueren de sed. Me inicio en misterios sencillos elaborados con palabras transparentes. Y giro eternamente alrededor del difunto capitán de cabellos de acero. Mías son todas estas regiones, mías son las agotadas familias del sueño. De la casa de los hombres no sale una voz de ayuda que alivie el dolor de todos mis partidarios. Su dolor diseminado como el espeso aroma de los zapotes maduros. El despertar viene de repente y sin sentido. El miedo se desliza vertiginosamente para tornar luego con nuevas y abrumadoras energías. La vida sufrida a sorbos; amargos tragos que lastiman hondamente, nos toma de nuevo por sorpresa. La mañana se llena de voces: voces que vienen de los trenes de los buses de colegio de los tranvías de barriada de las tibias frazadas tendidas al sol de las goletas de los triciclos de los muñequeros de vírgenes infames del cuarto piso de los seminarios de los parques públicos de algunas piezas de pensión y de otras muchas moradas diurnas del miedo.
Comentemos el poema El miedo de Álvaro Mutis. El primer verso es de largo aliento, de tono bíblico, al estilo de W. Whitman, pero cuyo tono es más cercano a los satíricos proverbios y reveladores versos de W. Blake. Leámoslo: Bandera de ahorcados, contraseña de barriles, capitana del desamparo, bedel de sodomía, oscura sandalia que al caer la tarde llega hasta mi hamaca. Intentemos acercarnos a estos versos enigmáticos, aparentemente inconexos. ¿Qué quiere decir el poeta con la imagen bandera de horcados? El sema ahorcados resignifica el sema bandera. No está colocada la bandera a media asta para significar luto, no insinúa que sea blanca para solicitar negociaciones de paz y menos negra como la de los radicales piratas que no conceden ni esperan cuartel. El gallardete de suicidas será izado y ondeado por el triunfo de la muerte, imagen y símbolo, es decir, la metáfora crea una imagen que es una representación poética y al mismo tiempo es un símbolo con el que representa un concepto moral que por desplazamiento lo que podría significar, en un primer plano, muerte, resulta ser en un plano profundo triunfo de la muerte, del suicida. Paradójicamente el viento vate la bandera de la muerte, no como derrota, sino como conquista. El suicida al esgrimir su bandera empuña la protesta contra la insoportable vida vivida. El contexto del poema nos ubica en Coello: allí están las cascadas, las correas de las máquinas del trapiche que dejan percibir los fondos agrios de miel empobrecida y las voces
del ahorcado del río Cocora, -río que se encuentra un poco abajo con el Coello- y las otras explicitas voces que nombra el poeta. Le basta definir cinco elementos al poeta para que el miedo haga su entrada: Bandera del ahorcado, imagen comentada, Contraseña de barriles, imagen con la que señala el tráfico de mercancías por el río; la capitana del desamparo. Detengámonos un momento en esta tercera imagen. Define M. Moliner, en una precisa acepción, así la palabra: “desmadrado, desvalido, huérfano”. La imagen capitana del desamparo es real. El padre ha muerto cuando sólo contaba el poeta nueve años; no ha logrado terminar bachillerato en Bogotá y la madre rica lo ha conminado a trabajar para que logre su sustento, mientras ella se da una vida de lujo, entre viajes y fiestas, contó Mutis en una entrevista. El desamparo es real, vivido por el poeta que escribe y no una elucubración intelectual o un supuesto histórico El cuarto elemento: bedel de sodomía, es una referencia perversa frente aquel que observa a los sodomitas, en cualquier lugar. La imagen oscura sandalia que al caer la tarde llega hasta mi hamaca, nos indica que el que escribe se encuentra recostado en la hamaca (de la casa de la hacienda) contemplando, recordando cuando de repente inicia su llegada la tarde y se escuchan entonces los pasos presenciales del miedo en el poema y, obvio, en la realidad. El dominio de la escritura es justo. La disposición de los elementos es precisa. La economía del lenguaje metafórico es evidente desde la primera estrofa. En la segunda, con el recurso técnico del narrador enuncia los elementos por medio de los cuales el miedo toma posesión de sus espacios. Después de enunciar algunas de las voces que logra escuchar que pertenecen inevitablemente a la región de Coello-Cocora, escribe, punto y aparte, el siguiente verso: Me sigue una columna de humo, árbol espeso de ardientes raíces. La columna de humo establece la relación mágica con el ambiente que viene describiendo para inmediatamente cifrar la imagen: árbol espeso de ardientes raíces, en la que alude a la presencia del padre, pues se trata de ese árbol espeso (figura protectora) que ve en uno y otro lugar de la tupida montaña; presencia-ausencia de ardientes, vivas raíces. Y para ajustar, empatar la relación metafórica o completar el dibujo del diagrama metafórico que construye dispone el verso siguiente: Vivo ciudades solitarias en donde los sapos mueren de sed. Y con una plena y definitiva claridad poética establece el gozne que une sus grandes pasiones vitales, poéticas y literarias: la tierra caliente y Europa, al escribir: Me inicio en misterios sencillos elaborados con palabras transparentes. El otro lado del gozne es el verso siguiente: Y giro eternamente alrededor del difunto capitán de cabellos de acero. Con la sutileza más perfecta establece los enlaces de sus presencias imperturbables, la Tierra Caliente -ya comentada- y Europa, los húsares, las batallas, los reyes; no olvidemos que, poco después de escribir El miedo, redacta Apuntes para un poema de lastimas a la memoria de su majestad el rey Felipe II. Los primeros años de la infancia los ha vivido en Bélgica y al mismo tiempo viene de vacaciones a la hacienda Coello. He ahí esos ineludibles encuentros reales de lo vivido, visto y leído en Europa y el Tierra Caliente e inevitablemente la presencia sus realidades imaginarias. Por ello después de señalar que se inicia en misterios sencillos,
escribe: Mías son todas estas regiones, mías son las agotadas familias del sueño. No habla el ensayista, escuchamos al poeta que con inteligencia y audacia coloca los elementos poéticos exactos en el lugar exacto para dar cuenta al lector de los espacios metafóricos en los cuales se mueve. El poeta ha establecido una voluntaria e indispensable relación con el acontecer de la vida humana en ese río bárbaro que es la historia de las sociedades, especialmente occidentales. Ya está enterado de lo esencial. A los 24 años ha leído obras de autores esenciales de Europa y América. Desde el primer poema publicado se observa un estilo personal, un tono poético propio. Y es entonces cuando el desesperanzado toma por primera vez la palabra y escribe: De la casa de los hombres no sale una voz de ayuda que alivie el dolor de todos mis partidarios. De suerte que El despertar viene de repente y sin sentido y la mañana se inunda de todas las voces que le son propias y de otras muchas moradas diurnas del miedo.
LA CRECIENTE Al amanecer crece el río, retumban en el alba los enormes troncos que vienen del páramo. Sobre el lomo de las pardas aguas bajan naranjas maduras, terneros con la boca bestialmente abierta, techos pajizos, loros que chillan sacudidos bruscamente por los remolinos. Me levanto y bajo hasta el puente. Recostado en la baranda de metal rojizo, miro pasar el desfile abigarrado. Espero un milagro que nunca viene. Tras el agua de repente enriquecida con dones fecundísimos se va mi memoria. Transito los lugares frecuentados por los adoradores del cedro balsámico, recorro perfumes, casas abandonadas, hoteles visitados en la infancia, sucias estaciones de ferrocarril, salas de espera. Todo llega a la tierra caliente empujado por las aguas del río que sigue creciendo: la alegría de los carboneros, el humo de los alambiques, la canción de las tierras altas, la niebla que exorna los caminos, el vaho que despiden los bueyes, la plena, rosada y prometedora ubre de las vacas. Voces angustiadas comentan el paso de cadáveres, monturas, animales con la angustia pegada en los ojos. Los murciélagos que habitan la Cueva del Duende huyen lanzando agudos gritos y van a colgarse a las ramas de los guamos o a prenderse de los troncos de los cámbulos. Los espanta la presencia ineluctable y pasmosa del hediondo barro que inunda su morada. Sin dejar de gritar, solicitan la noche en actitud hierática. El rumor del agua se apodera del corazón y lo tumba contra el viento. Torna la niñez... ¡Oh juventud pesada como un manto! La espesa humareda de los años perdidos esconde un puñado de cenizas miserables. La frescura del viento que anuncia la tarde, pasa velozmente por encima de nosotros y deja su huella opulenta en los árboles de la “cuchilla”. Llega la noche y el río sigue gimiendo al paso arrollador de su innúmera carga. El olor a tierra maltratada se apodera de todos los rincones de la casa y las maderas crujen blandamente. De cuando en cuando, un árbol gigantesco que viajara toda la noche, anuncia su paso al golpear sonoramente contra las piedras. Hace calor y las sábanas se pegan al cuerpo. Con el sueño a cuestas, tomo de nuevo el camino hacia lo inesperado en compañía de la creciente que remueve para mí los más escondidos frutos de la tierra.
GALERÍA ICONOGRÁFICA DE COELLO Fotografías de Ricardo Cuéllar Valencia, enero 8 de 2014.
Río Coello, en el poblado Coello, Departamento del Tolima, Colombia. A la izquierda de la fotografía se encuentra los restos de la casa de la hacienda de la familia Mutis Jaramillo.
RĂo Coello, en el poblado Coello, Departamento del Tolima, Colombia. Se observa la exuberancia de la naturaleza.
Una de las monta単as que rodea Coello.
La misma monta単a sin neblina.
Parte de la fachada de la casa de la hacienda de los Mutis Jaramillo, donde el joven poeta vivió varias temporadas. Como se observa la casa está casi en ruinas. El dueño de la súper tienda La Hormiga logró que el pintor del caserío de Coello, retratara al poeta y plasmara algunos dibujos.
Detalle de la fachada de la casa en ruinas. Ricardo CuĂŠllar Valencia al lado de la pintura del poeta Ă lvaro Mutis.
Parte trasera de la casa en ruinas de la hacienda de los Mutis Jaramillo.
Parte trasera de la casa en ruinas de la hacienda de los Mutis Jaramillo. A la izquierda, al fondo, se observa un billar de la cantina que ocupa parte de la casa.
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Puesto de salud de Coello Cocora, región que hace parte del mito poético de Álvaro Mutis.