Cosmopolita del asombro. Reseña

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Cosmopolita del asombro

A thing of beauty is a joy for ever

J. KEATS Gong (Canto al Asia) Leopoldo Castilla Editorial La Letra Impar Colección Palabra y Actitud Buenos Aires, 2012, 204 págs.

Un jurado conformado por las escritoras Áurea María Sotomayor de Puerto Rico, Belén Ojeda de Venezuela, y el poeta Waldo Leyva de Cuba, por decisión unánime otorgaron el V Premio Internacional de Poesía Víctor Valera Mora al libro “Gong (Canto al Asia)”, del poeta argentino Leopoldo Castilla (Salta, 1947). Dicho premio es gestionado por el Ministerio del Poder Popular para la Cultura de la República Bolivariana de Venezuela, a través del Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos (Fundación Celarg). Con respecto a la obra ganadora, ―cuyo corpus está integrado por los libros Baniano (1995), Bambú (2004) y Durián (2006)―, el jurado argumentó así su decisión: La calidad sostenida de la voz poética pasa por Tailandia, Indonesia e India, mas el viaje no es un recorrido exótico, sino una travesía de reconocimiento donde acaso somos, en la mirada de las cosas, sujeto/objeto. Gong discurre con el fluir de aquello que se contempla 1


en él y viaja allí como una hoja a lo largo de su río o de su cieno. Al adherirse a lo visual, Castilla revela el trascendente desplazamiento por la imagen y es desde ese recorrido que se coloca al lector en el centro del proceso de la experiencia poética. Aquí lo vivido es sólo un aspecto de lo sentido, creando visiones no suyas ni ajenas, sino nuestras, descubriendo a lo largo de su lenguaje el pensamiento, que habitamos en virtud de la imagen, al centro, donde indistintos nos topamos con el misterio de nosotros mismos.

El lector que asiste por primera vez al libro “Gong (Canto al Asia)” de Leopoldo “El Teuco” Castilla dimensiona anticipadamente tres aspectos ricos y constantes en su obra en general: el primero, la sed desmesurada de lenguaje, ese deseo de nombrar todo el universo en el apretado camisón de un poema; segundo, la presencia viva de la Naturaleza en cada imagen dotando a la expresión de color y movimiento; y tercero, el viaje como materia espiritual frente a la celebración y la degradación de la Tierra y el hombre. Sin embargo, es gracias al asombro ―esa admiración y perplejidad frente a la belleza y la vida― que estos tres elementos preguntan por el origen; Platón dijo que “del asombro sale el pensamiento”, sobre la base de la palabra de Castilla tenemos que asegurar que “del asombro sale la poesía”. El libro es una ceremonia perpetua. Da la impresión que los versos de este libro salva cada hombre, cada árbol, cada río, cada historia, cada dios. En la poesía de Castilla la sangre es la naturaleza. Es ella la que le abre otro camino a la imaginación. Castilla es un asombrado, un postrado, un humilde servidor de la naturaleza. La vitalidad de su poesía está atravesada por un halo mítico, por el resucitar de un paisaje ante la mirada, por una felicidad de hallarse ante esencias superiores. Dice el mismo Castilla en un artículo incluido en el libro El verso libre (Ediciones Del Dock, 2010): “… esa determinada naturaleza es la que dicta también un determinado lenguaje”. En su lenguaje todo es como un asombro infantil, una novedad que nace ante nuestros ojos, nos dice que todo merece ser cantado y nombrado. Neruda, Juan L. Ortiz, el cancionero popular de sus pagos parecen ser sus consejeros más cercanos. Un ejemplo de Baniano, el primer libro que integra el volumen: Está en la jungla un dios más triste que ningún hombre hendido 2


por las levitaciones de los grandes helechos, fecundado por las hormigas, los escarabajos, brillos, salivas, élitros donde duran enormes las lentas lunas y se propagan minuciosos incendios para que él, como ellos, sienta peregrinar el todo en la emoción de los fragmentos.

“En el asombro hay siempre un elemento positivo de plegaria”, dice Chesterton. Es así que en la poesía de Castilla su lenguaje toca lo mítico, se menciona el árbol que asciende a lo simbólico, palpita como en todo nacimiento la muerte. En su pregunta por el dónde y el cuándo supura un néctar fúnebre. Lo sabemos, cuando nombramos la vida pronunciamos también lo perecedero. Este aspecto le da a la poesía de Castilla siempre una impresión de mutación, lo que vemos no es porque esconde lo sagrado. Su plegaria busca salvar de la muerte. Le basta nombrarla para despedirla. Hay una sensación de escuchar una voz oracular, en clave de acertijo. Leemos: ¿Quién puede decir que estuvo en lo desencadenado en estas tierras de mutación donde los cadáveres brotan de sus flores? Como el inmortal baniano ese árbol pariéndose a sí mismo, deudo y difunto simultáneo así el muerto come y bebe en la fiesta de sus funerales.

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Aquí la unidad es el laberinto y no hay un solo nacimiento en tanta resurrección.

Cuando Castilla nos habla de la noche de Bangkok, de la piedra en la que se pudo guarecer Buda, de las serpientes del templo de Penang, del dios Ganesh que tiene la sabiduría del que conoció con el cuerpo, entre muchos otros motivos que penetra el libro, el lector no deja de sentir una fuerza erótica en su lenguaje. Corre por la escritura de Castilla mucha vitalidad, es lujuriosa su manera de nombrar, es insaciable su fluir entre el paisaje físico y el metafísico. Es una boca descomunal que todo lo toca para hacerlo vivir apasionadamente. La poesía de Castilla, al igual que la de su amigo Gonzalo Rojas, es relámpago. A continuación un poema donde lo erótico es además el objeto: Entra. Esta casa deshechiza, has bebido el aguardiente de las mujeres lisus, has comido huesos de animales que no hay en la mesa insepulta del pueblo Meo

entra y escucha cómo la muchacha le canta, antes de dormir, a su esposo para que no se pierda pues la misma lluvia desarma esta selva y la selva del sueño (…) mira por primera vez la tierra sin poder nacer

desnuda deseándose 4


en su casa de relámpagos.

Corre siempre un licor de hermandad en “Gong (Canto al Asia)” y en general en la poesía de Castilla. “Un gong/ restituye el paisaje”, dice el autor. Un gong es un llamado grave y lúgubre. El gong de Castilla busca un orden en el caos del tiempo, más allá del subtítulo como canto, se torna reinvención. La mirada de Castilla sobre Asia es singular, con vocablos modestos y una imaginación desbordante, toca el ritual y la esencia de lo otro. Sin embargo, su fascinación por lo otro es su propia versión de lo otro. No es Castilla precursor (y ni lo pretende) de dicho viaje. Ya otros latinoamericanos cantaron e inventaron su propio Asia. Al libro de Castilla lo preceden entre muchos otros, gran parte de la obra poética de Octavio Paz que está cortada por lo sagrado. El diario indio del escritor cubano Severo Sarduy (Cuba, 1937Fancia, 1993), que escribió por consejo de Octavio Paz cuando viajó por primera vez a la India en 1971. El diario indio está construido por 48 fragmentos –de difícil categorización genérica–, pues son fotografías que describen lugares, ritos, comidas, rostros, decorados, y me atrevería a decir que descubre de esta forma –con su manto de exotismo– el color y la belleza de la India. Para los lectores curiosos, El diario indio e India, ―la segunda parte de Baniano en Gong (Canto al Asia)― tienen su gemelo en Colombia, en El sueño de las escalinatas (1964) de Jorge Zalamea (Bogotá, 1905-1969), uno de los libros inscriptos dentro del género del poema en prosa y que goza de ser de los más reeditados de la poesía colombiana. Son asombrosas las correspondencias donde supura el color de la sangre, el gesto de crueldad del sacrificio y un aura de ruina y misticismo. Los tres libros con su estilo respectivo dibujan la India, pero es una la que es entregada al lector. Del libro de Castilla citamos el siguiente tránsito donde el color rojo habla del misterio de la India: Por un color entra la leyenda. Han unido con el mismo rojo la historia divina y la fábula humana, pues el dios o el hombre

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no es más que un huésped tenue de un matiz intenso.

Algo de ventura tienen los colores (de ellos vienen la violencia, el deseo) este hombre de pie junto a la carretera se ha pintado de verde sólo para que sientas lo que no crees

Y te falta el presente

También lo legendario ha hecho el cristal de tus ojos

sólo el color padece el tiempo real.

En Bambú, el segundo libro de “Gong (Canto al Asia)” el viaje es por Sri Lanca, Nepal, Laos y China. A la mirada de Castilla no escapa el caos de las ciudades de Asia; sabe que hay belleza en la fealdad de la urbe. La sensibilidad de Castilla serpentea con deleite por mercados atestados de vegetales y mercancías de contrabando, calles llenas de luces y cables, fiestas llenas de color, rituales con danzas milenarias, comidas exóticas, templos antiguos, elefantes en el mercado y en el océano, rostros de desamparo, miradas viejas y pacientes, mujeres pariendo el día bajo el sol. En este libro es de vital importancia la luz como personaje, ya que es ella la que devela lo oculto y lo palpitante. Como en la poesía de Georg Trakl, donde luz y sombra cobran espesura y misterio, Castilla desnuda otro viaje al interior de otro mundo. Del poema Noche en Muan Sing: Blanca luz de heroína la noche de Muan Sing.

Oculto en el resplandor de la luna 6


alguien ofrece opio y desaparece dentro de su sombra. Todo perdido trafica fuegos fatuos.

Ya los Thais, los Laos, los Icós, cada uno tocado por un color, volvieron, soplados por la tarde, a sus aldeas.

Sólo queda ese hombre, como una helazón, por las calles. El que vende olvido.

El viaje nos dice Castilla en cada imagen es un viaje de los sentidos. Los sentidos son el camino del conocimiento. En el caso de Castilla juega mucho lo que ve en el presente que se desvanece rápidamente. Sabemos que el que viaja busca lo perdido en su interior. El que viaja se busca a sí mismo. El que viaja pide la novedad en lo antiguo y sagrado. El viaje para Castilla más que físico es ontológico. El viaje es una danza en nuestro interior. Castilla viaja también al pasado, al jardín de la inocencia, a lo perdido y olvidado; reclama e invita como en el poema Invocación entre luciérnagas: Vengo a pedir la lluvia, abuela del bambú; las cuevas donde el dios se guarece y se desampara la guerra; la anunciación de la garza; la piel que deja, porque no hay nadie en la serpiente; el aroma del sándalo, templo del templo, y la nieve, pido, sobre las nubes, en esa cordillera, cadáver del cielo; y la mariposa, latido de su semejanza, y vamos con los elefantes

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y su dormida manada de planetas, con el murciélago y su patíbulo, con el loto, beso de su sombra, con un colibrí y un cuervo y un pétalo y una ofrenda,

vamos al mar que no sabe morir, vamos, padres, a verme, como en la infancia, persiguiendo instantes, detrás de las luciérnagas.

Durián ―el tercer libro y que está dedicado a la escritora Ivonne Bordelois, una de las lectoras más atentas de la poesía de Castilla―, deja por sentado que los tres libros de “Gong (Canto al Asia)” son sutilmente diferentes a pesar de vivir en la esencia del viaje. Los poemas de Durián son más breves y la voz más serena y reflexiva sin soltar el atinado ojo plástico. Casi odas elementales, por estos poemas corre el agua como un elemento purificador, la descripción se hace mesurada, la naturaleza aparece con sus movimientos atmosféricos a retocar el instante, se casa más con la anécdota y el mundo animal asciende más a lo insólito. Así lo demuestra el poema Iguana uno de los más bellos del libro: Va a volver la iguana.

Siglos durmió en el barro lamida por el fuego por las viudeces de la luna por la baba de la vía láctea y de los insectos.

Alzó su funeral y con lenta alevosía agrisó la tierra.

A veces baja hacia el mar. El ojo letal mide la jaula de agua 8


mientras la lengua negra devora en las libélulas señales de la distancia.

Se hunde en la jungla. Su huella es una línea, un camino entre cuatro garras.

Está en Tiomán. Es inofensiva. Pero desea algo que nosotros saqueamos. Y tiene memoria. Y no tiene alma.

“El asombro es lo más elevado a lo que puede llegar el hombre”, nos recuerda Goethe. Y en la escritura de Castilla podemos distinguirlo gracias a su cosmopolitismo; que no es otra cosa que la sensibilidad que le han dado los diferentes lugares en los que ha vivido, la experiencia obligada del exilio, la destreza de sobrevivir en otra cultura, la felicidad heredada de sus lecturas y la imaginación al servicio de la vida. Se llega a la ensoñación de la poesía porque Castilla tiene la habilidad, el saber y la intuición de adueñarse con sentimiento e intelecto de un espacio determinado. Graciela Montaldo dice acerca del padre del Modernismo en Rubén Darío. Viajes de un cosmopolita extremo: “Ser cosmopolita significa ser versátil, ser una suerte de interlocutor absoluto, poder comunicarse con todos (con los iguales, con los diferentes, con los saberes particularizados y especializados pero también con la doxa) desde un espacio de enunciación que quería abarcarlo todo y que se constituía como lugar de poder” (México, FCE, 2013, pp. 12). En el caso de Castilla es además un lugar de ensoñación. Mito, leyenda, Historia, ficción y sed de conocimiento son parte del cosmopolita. Agreguemos en el caso de Castilla que existe un gozo profundo por la migración, un gusto por el vagabundeo, una suerte de feliz soledad en movimiento. Casi que resuena en toda su poesía una frase que le solía decir su padre y que él ha interiorizado al extremo de hacerla casi que

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una filosofía: “La vida es hermosa”. En “Gong (Canto al Asia)” no hay otra cosa que plenitud y deleite por el ahora y el hoy.

Fredy Yezzed Buenos Aires, Enero del 2016

LEOPOLDO CASTILLA nació en Salta, noroeste de Argentina, en 1947. Sus primeras ediciones de poesía datan de 1968. Se exilió en España, a raíz de la persecución de la dictadura cívico-militar que asoló a su país a partir de 1976. Lleva publicadas alrededor de treinta obras, entre poesía, narrativa y ensayo. Poemas suyos están traducidos al alemán, chino, francés, inglés, italiano, macedonio, portugués, ruso, sueco y turco. “Antología poética” fue publicada en Venezuela, en 2008. Su cuento “La Redada” fue llevado al cine como largometraje, con dirección de Rolando Pardo. Obtuvo el primer Premio Municipal de Poesía de la Ciudad de Buenos Aires, 1998-1999, y el Premio de Poesía del Fondo Nacional de las Artes, de Argentina, en 2000. La Universidad de Carabobo, de Venezuela, lo condecoró por el conjunto de su obra. Por su libro “Gong (Canto al Asia)” recibió en 2012 el Premio Internacional de Poesía Víctor Valera Mora.

FREDY YEZZED. Bogotá, Colombia, 1979. Como investigador literario escribió los estudios “Párrafos de aire: Primera antología del poema en prosa colombiano” (Editorial de la Universidad de Antioquia, Medellín, 2010) y “La risa del ahorcado: antología poética de Henry Luque Muñoz” (Editorial Universidad Javeriana, Bogotá, 2015). Tiene publicado los libros de poesía: “La sal de la locura”, (Premio Nacional de Poesía Macedonio Fernández, Buenos Aires, 2010; Editorial Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 2014) y “El diario inédito del filósofo vienés Ludwig Wittgenstein” (Ediciones Del Dock, Buenos Aires, 2012). Actualmente está radicado en Argentina.

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