Luis Aguilar. Diario de Yony Paz

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Diario de Yony Paz LUIS AGUILAR

Veinticuatro / Abril 14, 2009 Yony no cree en el desamparo. Cómo se adivina que nunca ha sentido agazapado un sapo negro en su cerebro. Piensa que es de cera; sabe que el desaliño lo hace interesante y coquetea en las teclas de cualquier domingo. Que no, que no se le parece, dice mientras le hablo de Rodrigo Santoro en Debajo del sol, historia del rencor si alguna a la que ni el amor se sobrepone: como debe ser, le digo. El romanticismo echó todo a perder, incluso al desencanto. Que no, me dice. Que nada me llena, que necesito cosas más fuertes. Él no sabe que en la ventana de esta tarde que agoniza un escarabajo de colores mastica un crucifijo en mis cristales. Veintitrés / Abril 14, 2009 No anochece todavía y en el mosquitero se cuelga una mariposa negra. Centro de mi sexo, centro de dios en donde duerma. Aletea y un huracán ocurre en mis adentros mientras Amalia habla con el silencio de esta tarde que agoniza. Blanca anota direcciones viejas en su libreta vieja y estiro mi cuerpo viejo sobre las rayas de esta sangre envenenada. Bajo las ancas no documentadas de Yony Paz entro en su cuerpo como un viejo amigo [dos que nada pueden darse siempre serán quienes mejor se entiendan] Veintidós / Abril 14, 2009 No lo sabía. Él tampoco. Cuando volteé por quinta o sexta ocasión —un trofeo justifica la humillación o el por si acaso— volteó a mirarme con ojos de paloma bajo sospecha. Cambié mi posición para acercarme y decidió alejarse. Miré de pronto cruzar el galerón un pajarillo blanco —estruendo corazón y adrenalina— mientras de reojo espiaba el sanitario. Salió pronto de ahí para ponerse lejos. Aquella noche nos masturbamos juntos en un cuartucho de cincuenta pesos por dos horas. De las dos recuerdo quince minutos, su blancura, su prisa y el danzar cristalino de su acento. Cuando concilié el sueño ya recordaba menos. [Acaso mi manía de no guardar en mi los cuerpos imprevistos] Abrí de metro en metro el ventanal aquel donde la luna rasguñó tanto los sueños. Una sombra oscura se asomó ligeramente, como si no queriendo, detrás de las cortinas que danzaban como el viento del sur en mis catorce años, sobre la brecha 120 en busca de ¿cómo se llamaba? No era todavía la mariposa, sino una cabra macho devoradora de médulas y pústulas. Mucho antes, de mí se alimentaba, pero había aprendido ya a ignorar lo que me duele.


Veintiuno / Abril 14, 2009 Un ángel llegó de La Ceiba mas para no quedarse. Como debe ser. Los ángeles tienen mucho trabajo, no pueden proteger ni a quienes aman. Si llegan es nada más por un instante, sólo para dejarnos encendidos de algo; demostrar que si el amor se almacena en el alma, es en sus cuerpos donde mejor se lee. Este tenía los ojos pequeños, color miel; los músculos escuálidos, mucha llama todavía y dedos de mantequilla a la temperatura exacta de mi cuerpo [pero hubiese sido inútil compararlo con Bobby Ray o explicar el azul de Jason London] Ahora que lo pienso bien, no sé cómo llegamos tan rápido allá arriba (al cuartucho, el cielo no existe, es como el mar que si te traga desapareces en algo que no entiendes, algún azul pero a distancia, como dijera Eduardo). El siguiente día me dijo que le dije que no dijera nunca tantas cosas a desconocidos. Yo le platiqué, la primera noche que durmió en mi casa, todas las cosas por las que no pagaría sobre equipaje cuando consiguiera ir a Los Ángeles. —Uno no está nunca satisfecho —me dijo mientras nadaba mi semen en su ombligo. Y dijo que todos tenemos un destino, pero hay quien decide no seguirlo. —Quédate —le dije. Aquella noche no apareció la mariposa en la ventana. Diecinueve / Abril 14, 2009 Era negra. Grande. Siempre aleteaba desesperadamente pero nunca pensé que tenía algo que decirme. Era negra, como este sapo violento que empieza a inflamarse inoportunamente y decidió, de pronto, hacer presencia. La mariposa apareció sin darme cuenta una noche de alcohol y carnes bravas. Bravos gritaba la arena de nuestra segunda noche. En un cuadrilátero blanco dos cuerpos se golpeaban con el mismo amor de quien violenta la inocencia de un extraño [al final sólo lo sacro merece poseerse] —De pronto —dijo Yony— nos perdimos. No me pareció acertado: le dije que a veces es bueno observar la vida simple de los seres que aman cuando pueden y no piensan en la muerte sino como una sorpresa que no esperan de la vida. —Es lógico, me dijo, —¿por qué iba a preocuparle la humedad a alguien que trabaja en un bar? —Sí— le dije: nos perdimos. De fondo un hombre negro danzaba algo a base de tambores y una mujer semidesnuda besaba en los labios a un ofidio albino. Diecisiete / Abril 14, 2009 Siempre parlaba poco, siempre quedaba mudo. No importaba si era antes o después. A lo mucho lo distraía algún video del Combo 85, los comerciales televisivos de grandes camionetas, las noticias que referían armas de alto calibre. Por lo demás, comía bien,


aunque poco. Dormía con una placidez de santo inaccesible; desconocía el peligro de tenerme a sus espaldas o no le preocupaba que una a una, noche a noche, me entretuviera yo arrancándole las plumas. Una mañana subí con un yogurt hasta la cama. —Gracias, dijo. Observé con detenimiento sus ojos somnolientos: en el fondo eran alegres, pero había que viajar más que dos trenes para poder mirarlos. Y qué largo su trecho. —Te siento siempre distante, le dije. Me contó que La Ceiba es un pueblito perdido en la miseria más honda de Honduras y desgranó los sueños que lo sostuvieron sobre el tren más largo de la frontera durante treinta y tres días de fuego y hielo y hambre. Me dijo que él no estaba nunca lejos, sino la luna. Y que desde La Ceiba quedaba más lejos todavía. Después tomó sus pantalones flacos y me pidió que lo dejara en la estación del metro; que no tenía ánimos para la lluvia. Nunca me habían explicado — con tanta precisión— la vocación de lejanía de las naranjas. Quince / Abril 14, 2009 Pero sabía yo ya que no. Que no nos veríamos al día siguiente. Que empezaría mi juego aquel de la tortuga dentro de su piedra. Para entonces había adivinado en su mirada —mientras más miraba, más lo veía—, que parecía batir en sus alas la urgencia; que buscaba con ansia morderse las muñecas pues le apremiaba el arribo a esa corta temporada en que el mundo de verdad nos pertenece. Yo regresaba ya de esas derrotas. Tener perspectiva, le llaman los espíritus que se piensan libres. Falta de sentido común, refieren los cobardes. Trece / Abril 14, 2009 No es que no lo quiera; es que olvidé la palabra para nombrar un nacimiento, las pequeñas mentiras sin importancia que la verdad sostienen. Es que sé que tarde que temprano el trapecio de su espalda será medido por la costumbre de mis manos. No es culpa mía: olvidé cómo hacía descender el agua sobre una casa para volverla fresca. No es que sea lo correcto, pero me he avenido bien a la paciencia tediosa de los búfalos, que sólo abren el apetito si miran pasto fresco.


Tampoco es que no sea mi culpa: a

Vería la película de mi vida con un disparo centímetros del rostro con un final de cuerdas

(el lírico, dirán los poetas que observan volar al colibrí y lo fotografían, más no comprenden nunca la pureza de aletear hacia la nada) y un desgaste mecánico como clavel de muerto. Doce / Abril 14, 2009 Del desamparo he hablado muchas veces, pero no con él; del espasmo violento del desamparado frente al seducido he hablado muchas veces, pero no con él; de esa rara virilidad con que la tristeza dota al desamparo he hablado muchas veces, pero no con él. Con frecuencia —en esta y otras cosas— no hay mucho por decirnos. Es esta lejanía que instaura lo que no se nombra. Entonces pienso en todas las montañas que he subido, las terminales que he pisado, los árboles de frutas y el retrato del tiempo colgado en los portales. De pronto se queda viendo nada pero viéndome y me dice que, si uno quiere, hay siempre mucho vuelo. Yo pienso en los aviones, los sobrecargos, los impuestos aeroportuarios, en la nieve. Me doy cuenta que son mis temas blancos, pero no con él. Diez / Abril 14, 2009 Pero yo sé que había un secreto en sus escuálidas nalgas, en su mirada de prado inocente, sobre sus rodillas flacas. Algo en la comisura de sus labios que de pronto se vuelve rabia, sargazo, botella azul. Algo, un trazo, un tranvía, un tren a toda marcha durante treinta y tres días; un andar sordo por muelles y durmientes, en abandonos que olvidaron que un día fueron poema; mucho más que catorce estaciones. Y en su comercio insinuado y en su flotar de alga sin oxígeno y en su gemir violento cuando tiene ganas, yo sé, yo sentí siempre que hubo algo. Nueve / Abril 14, 2009 Y es probable que hubiera. Las navegaciones sirven aun cuando siempre se voltee siempre hacia el ancla; a cosechar subsistencia de frijol negro descolgado de las lluvias astilladas de febrero —algo que hizo sin desgano y hoy eriza la piel de su memoria. Cuando se cansó de navegar y quiso puerto —nueva cosecha, digamos por respetar campos semánticos— pensó que era momento de abrir de nuevo el surco —era tiempo, lo sé, lo supe—, y supe y supo de algo que se movía, pero en medio de noviembre no crecen las semillas, sino el miedo. Hay tiempos en los que nunca quise cultivarme. Eso sí lo vio con desgano y quiso pensar que puede forzarse la armazón de una palabra. No sabía que quien amasa la muerte no está interesado en confesiones. Y


el solía platicármelo todo mientras las cortinas cerraban los ojos a la tarde y en mis gerberas se orinaba el perro de los Mayers. Siete / Abril 14, 2009 Puede uno arrepentirse, deletrear el perdón en los míseros dientes de los hechiceros, pero eso volvería todo explicable, prudente, tanatológico. Y lo mío es lo inabarcable. Por eso lo extraño menos mientras más el mundo recorre mis espaldas. Sé que diciembre me espera porque ya estamos todos, pero que marzo esperará siempre a la diestra de un crimen con su calidez y el agua del canalón de mis andanzas; de las tardes en que mis padres humedecieron el trigo por entre los surcos mientras — ingenuo, yo— creía que nadaba; que mis ojos sin ceniza todavía habían visto ya demasiado. Y tu no merecías aullar de sinsentido. Bastante fue ya que viajaras solo, a solas con dios [es decir, sin nadie] sobre esos lomos. Cinco / Abril 14, 2009 Yony se llamaba [y griega doble —principio y fin— y una ene] y hacía acompañar el nombre tan extranjero del antónimo de la palabra guerra. Para mi siempre fue difusa la palabra que mejor lo describía. Su mirada sí supe definirla: verde cuando hablaba con sus padres; sin dudar con la que entraba al territorio de mi hambre. Les dijo siempre que la vida iba bien y yo no comprendía. Pero sí, iba bien, gracias a dios, siempre decía [aunque dios no viajó con él, yo lo supe]. Su ternura de tigre sin garras acariciaba el auricular, esa línea sin pasaporte que atravesaba las ceibas más espesas para llegar a casa, donde seguía de pie un paisaje sanísimo y latente: su país no enmagrecía nunca. Les contaba la vida en esta ciudad provista de piedad a los mendigos mientras llegaba al Norte; preguntaba por sus tías y su hermana, y entretejía andares reales y ficticios para no ahondar, me dijo alguna vez, la tristeza de quienes no saben nunca dónde duerme. —La tristeza es para mí porque elegí este vuelo —decía, deslizándose suave bajo el edredón que yo rellenaba con sus plumas. Y así, de vez en vez, pasaba el filme de su saber estar como le había tocado, como un surfista que avanza sobre el viento sin quejumbres. Seis / Abril 14, 2009 Una mañana de tantas no insistió en regresar. No supe nunca si estaba por las calles manteniendo con vida la culpa de los otros o había logrado el vuelo que definía su altura: troca nueva para el hermano pobre —que nunca había manejado una; construir la casa en el sepulcro de su ombligo; volver al pueblo para llevar atado a la cintura un cinturón tejido con sus duelos. Ya sin noticias, uno sueña siempre gargantas de dragones que se incendian y se da cuenta que en las noches, cuando los sonidos se acuestan, la sensación del equívoco pasta sus dientes en la última pulgada del vientre; el sueño es una piedra hecha de piedras que caen entre una imparable catarata de piedras: [todo se vuelve ruido]


Cinco / Abril 14, 2009 Su alegría era como sonar de arpas; un batir de yerbas sin huracán ni rabias, sin rescoldo ante la sed o el estómago aislado de un hambre continental y petrificada: para él pasaba todo por algo —y este es el único consuelo que no roza el ridículo ante realidades tan evidentes. Nunca se instalaron en sus ojos las nubes cargadas de lluvia que con frecuencia aspiro. Si se fue, debe haberse ido de mañana, como un asesino pacífico que mata por una razón irremediable. Debe haberse ido temprano, con la frescura del alba para evitar el calor infernal del lomo de esa bestia de carga. Dos / Abril 14, 2009 Durmió siempre donde debía sin que le preocupara. Sabía que su nombre podría o no ser pronunciado. Yo quise pronunciarlo pero casi oscurecía; lanzarme contra su marea, pero quedaba muy lejos, más allá de la luz, a donde no llegaba la envidia de las mujeres ante su osadía; ni el desasosiego de los hombres que anduvimos por su cuerpo. Uno / Abril 14, 2009 Fue, sí, un despertar al verbo de mi carne ajetreada; alentar mañanas abriendo cavidades. Incluso, un amanecer con hambre lo transmutó sobre la mesa en reinvención milagrosa de los penes. Pero tenía demasiada luz: luz para la media noche, para dormir cansados; luz para tender la casa, para bañar las aves; luz por todas partes: luz por las espaldas, sobre los pectorales duros, luz sobre los años cortos, bajo los ojos limpios. Demasiada luz. Siempre demasiada luz: luz para cada hora del día y de la noche y la luz de cada sombra. Y preferí trazar, perpendiculares, las geometrías de mi culpa y de su riesgo. Cero / Abril 14, 2009

No supe si se fue. No he vuelto a verlo.


luis aguilar (VALLE HERMOSO, Tamaulipas, México, 1969) es poeta y traductor. Ha publicado Eclipses y otras penumbras, Soberbia de cantera, Tartaria, Mantel de tulipanes amarillos, Los ojos ya deshechos, La entrañable costumbre o El libro de Felipe, Decoración de interiores, Os olhos já desfeitos, Lateral izquierdo, Fruta de temporada, Ground Glass/Vidrio Molido y Gatos de ninguna parte. Está antologado en Verso Norte, Los primeros once, Territorios de la violencia, Versos veraniegos, La difícil brevedad, Poesía Antares, Trece mantis en un jardín germano/Dreizehn Mantis in einem deutschen Garten y Caravansary. En 2006 ganó el Premio Nacional de Periodismo Cultural Fernando Benítez y en 2009 el Regional de Periodismo Cultural del FORCA Noreste. Es premio nacional de poesía joven Manuel Rodríguez Brayda, premio estatal de cuento, primera mención del Carmen Alardín, Premio Nuevo León de Literatura, Premio Internacional de Poesía Nicolás Guillén y Premio UANL a las Artes Literarias, entre otros.


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