Diego José, originario de la Ciudad de México, 1973, reside desde hace algunos años en Pachuca, Hidalgo. Fondo Editorial del Cecultah, reúne en Las cosas están en su sitio lo mejor de sus tres libros anteriores: Cantos para esparcir la semilla (2000), Volverás al odio (2003) y los Oficios de la transparencia (2007).
Poemas de Diego José Del libro: Cantos para esparcir la semilla
CANTO ESTACIONAL
Un silencioso aleteo sobre las ramas del árbol sin follaje
Las nubes fluyen en el aire congelado como desvaneciéndose
Las cosas están en su sitio incluso el espíritu que me mueve a escribir
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Acompañado por menos palabras agradezco al árbol y a la hoja que cae sin premura
Miro las cosas naturales evitando en lo posible nombrarlas
§ Poner a secar al sol mis párpados El amasijo la desgarradura
Acaso mejor anegarse que dormir Mirar la roída hechura del cuerpo Arriesgarse a la tentación de ser nadie
§
Todos los pájaros en el ramaje dormido se reúnen para mirarme Pero en realidad son ajenos a las horas humanas del dolor Su naturaleza es ligera yo nunca podría ser un pájaro Escribo y pienso como un hombre enfermo
a quien le duele la ausencia de alas
LA HERENCIA DEL JARDÍN
Mi padre cultivó un jardín como se inventa un laberinto Una víspera de pájaros mientras oropéndolas se apoderaban de las ramas creímos presenciar una pascua fértil en cada hoja
Un puente pequeño atraviesa los dominios del estanque a orillas del tiempo entre el sauce y la memoria floreció la Luna bajo los pliegues de un capullo Las estaciones cumplieron entonces su ciclo no volvió al estanque el negror del cuervo en la primera lluvia
Mi padre inventó en un día de abril su peculiar invierno no lo detuvo ese puente colgante que lleva a la nada no los botones de la camelia agostados en la tierra
Ciñó a su frente la tiara de los cortadores de rosas se calzó las sandalias de los plantadores orientales fue hacia dentro del follaje como las estatuas de polvo
CREPUSCULARIO
El sol ha dorado las últimas espigas de la tarde feneciendo sobre la loma
Ya fueron anudados los rastrojos ya se van los viejos rumbo al molino mordiendo con dientes podridos los granos del día
A espaldas suyas quedó el tiempo Un fulgor de aves en el ocaso se precipita revoloteando por los vestigios solares
A ciertas horas somos más vulnerables a la palabra tierra dejemos a los mirlos batir su fúnebre sinfonía
CANTOS PARA ESPARCIR LA SEMILLA
La Hembra yace envuelta en el blanco homenaje de los cisnes.
Aún solloza en su pericia inagotable.
Estás despertando en el ímpetu voraz de las gardenias mientras yo te contemplo.
§
Como quien deshoja dos crisantemos voy a desatar las hebras de tus encajes.
Unas yemas de fuego incendiarán las mellizas colinas.
Dichosas las manos que van a sentir el pulso de los volcanes
§
¿Qué trópicos inventan los duraznos maduros de su amor? ¿Por qué envidiar la luz que tan amablemente se ha posado en su cuerpo?
Algo de sol y medio día descubre mi mirada y amanece en ti, quemándose.
§
Un loto floreció en la vulva de la Amada: voy a libar la flor como una abeja.
§
Amándonos ayer en el patio azul nos sorprendió el poema;
se volvió mar y nosotros sus peces, amanecimos selva y florecieron las palabras.
Ardió entre los muslos de la Novia una gardenia y su licor aún me embriaga.
§
Un pájaro más liviano que negro hizo sombra la tarde de tus muslos.
De Volverás al odio
MILONGA DEL ÁNGEL
Me gusta imaginar que sufre, porque su paso displicente es quebradizo como si cargara la humedad de un lirio.
Desconozco el sitio donde duerme, la gruta donde acaso se transforma en fauno envejecido.
Me duele suponer que un ángel desdichado va por las calles buscando su armazón de cisne.
Y está parado bajo el arco de un portal en ruinas como un roto bandoneón que tiembla.
Me duele el barrio cuando se prenden las farolas y veo su figura cabizbaja.
Me gusta imaginar que un día tuvo miembros de caballo o cerviz y cornamenta taurina.
Que cenizos pájaros nacen con su muerte y que el eco de su voz seduce a los narcisos.
Me gusta imaginar que sufre,
tan distante, que nadie se fija que sobrevive mutilado.
Por eso bebe malgastando lo que le queda de cisne y se jacta del atrevimiento de un día en la edad en que desafiar al sol fue divertido.
No más los áureos rizos ni los pálidos lotos de su frente, está solo, sucio, algo gris, harto de mirar el falso destello en el charco del desconsuelo.
Ni siquiera el amor propio podría salvarle.
Mira largo y piensa, cómo es posible viajar en subterráneo cuando se ha vivido en las alturas.
AL PAIRO Y naufragar en este mar me es dulce Giacomo Leopardi
Desgarrados ya los arpegios, rotas, terriblemente rotas y vejadas las cuerdas que temblaron apacibles.
Llamas que propagaron una marejada de flores, y este pellejo que se curte bajo el escozor de la noche.
Yo escribí signos ilegibles en tu vientre y dentro tuyo creció una criatura rota.
Más voraz que el deseo es el rechazo.
Anclada en mi memoria estás desnuda, manos que son aves o peces revolotean en las copas, en el jardín sin sombra de tu cuerpo.
Lo que duele en la piel es el nombre de una mujer como un árbol plantado
que se curva con el viento perdiendo su follaje.
Yo recuerdo una caída de agua, un camino como cicatriz a mitad del monte, iluminado por el tajo de la luna.
Recuerdo...
Adagios en el sitio de la piel para celebrar las primeras horas, y el ramalazo de sol sobre tu cuerpo temprano que yo palpaba sigiloso, mientras retornabas del sueño más dueña de ti misma.
Recuerdo un patio azul donde estallaron las gardenias para perfumar la envestida de los cuerpos.
Yo fui torrente de savia y viento grácil, tú la risa de una muchacha que sale a mojarse a pesar del frío.
Recuerdo...
El lecho nupcial convertido en holocausto,
el andrajoso corazón lanzado en gargajos, y grietas por donde los ojos fingen interesarse por las cosas.
Recuerdo...
El tiempo en que mirar es aprehender lo que se mira más allá de la extinción de lo palpable.
Y sin embargo...
Afuera los jóvenes quisieran otro mundo, decir tal vez, rasgar la noche, entregar el diamante mas piedra todavía.
Y sin embargo...
Basta una risa de muchacha para reconquistar los días.
Amar al pairo, permanecer equidistante dentro de una circunferencia donde confluyen irremediablemente las dudas.
Frugal y despojado,
amar al pairo; encerrarse en el cuarto con un letrero en la puerta: favor de no perturbar mientras estoy muriendo.
Clavar un poema como un cuchillo.
Suplicar una Ăşltima palabra que agite las velas extendidas.
Amar al pairo, abandonarse al golpe, tormenta adentro; quebrar de amor, a puro pulso, en orientaciĂłn al oleaje; hasta romperlo todo y salvar lo que el temporal decida, allĂĄ en el fondo o en la superficie.
De Los oficios de la transparencia
UN VERSO QUE GOLPEE COMO UNA PIEDRA, con toda dureza partiéndose; un verso que duela en los límites de la fatiga, que siga con dificultad los pasos de otros versos en una peregrinación sin rumbo; un verso que cale los huesos, que desgarre la voz al repetirlo; pero eso sí, un verso que termine en agua.
A CAMINAR, me digo, sobre la costra del lenguaje; y me pongo a tallar, a hender con la navaja de mis versos el yermo curtido de las palabras. Quiero trocear una muesca de luz, deshebrar hasta lo imposible los hilos de la blancura.
UN VERSO QUE ME LLEVE A LA RAÍZ rugosa de mi cuerpo, a la sombra insondable de mi espejo, por el páramo helado de mi sangre.
Un verso que altere la inercia, que me conduzca lejos, a los mares inciertos. Aunque sé bien que no es allende donde hallarme pueda, —como dijo el latino— puesto que todos arrastramos nuestros oleajes aunque nos parezca distinto el cielo.
Y ME ADENTRO EN LA PÁGINA como quien se posterga en el desierto. Camino sobre un pellejo de tierra como por un libro que cifra sus sentidos. Mis pasos y mi voz, mis músculos y mis palabras me llevan por los vastos territorios del silencio.
A CAMINAR, me digo, hacia la región del silencio donde yace la piedra original que florece cuando la sed la invoca —si es sed lo que tu corazón alberga.
SIN SER HOMBRE DE CAMPO HAS APRENDIDO el seco ritmo de la estepa, ya el sol te ofrece con su mano de piedra el agua templada del día, y te abandonas a la música pausada que tus pasos descubren en la arena, sin saber a dónde, sin prisa ni cansancio, como una cosa liviana que se confunde con el polvo.
MI VOZ DESCUBRE LA MAÑANA con su ceremoniosa danza, envuelta en su caftán de pájaros celebra los oficios de la transparencia —la luz es su almuecín. Zurean las palomas, levanta el aire su polen dorado, se desgañitan las gaviotas, trepa el sol por la enredadera, silban las golondrinas; pero mi voz tarda en amanecer, en colmar sus cántaros de agua viva, en llenarse de transparencia.
El absoluto ver NOTAS SOBRE EL LIBRO DE POESÍA LAS COSAS ESTÁN EN SU SITIO DE DIEGO JOSÉ Kenia Cano Cuando pienso en la poesía de Diego José, siento una urgencia por limpiar mi mirada, urgencia por prestar atención a lo que pasa, lo ordinario que bajo su mirada se sublima. Sé que mi vida ordinaria también tomará de vuelta su sitio. Si este escrito fuera de orden zen tendría sólo que mostrar algunas cosas inconexas que unidas en su belleza brillarán únicas, simples, anunciando su verdad. Entonces por supuesto leeríamos poemas y mi voz no sería más que un truco, un estorbo…entonces, cómo puedo colocarme como un simple puente y dejar que camine y pase lo que ha llegado por la lectura de este precioso libro: Las cosas están en su sitio. Cuando Las cosas están en su sitio, no necesitan traducción ni embellecimiento agregado, sólo un decir claro que emane desde el corazón. Si bien existe una tradición de pensadores y poetas de occidente atraídos por lo oriental, pocos en verdad logran integrar ambas culturas en su creación. Uno de ellos es Thomas Merton quien desde una tradición trapista vive el budismo y medita desde ahí para hacerlo más cercano a sus congéneres: el zen no explica nada. Sólo ve. ¿Qué es lo que ve? No un Objeto Absoluto, sino un Absoluto ver. Tarea que exige una honestidad, una concentración y una entrega totalmente transparente, palabra que Diego José retoma como punto central para referirse al oficio del poeta, el tercer libro que integra la reunión que hoy se presenta, lleva por título “Los oficios de la transparencia”. Cómo entregar un Absoluto Ver sin dejar que los placeres de la lengua nos distraigan, nos desvíen, nos llenen de hartazgo. Quizá sabiendo que no es lo que se dice sino lo que se calla lo que fulgura transparentemente detrás de cada verso. El lenguaje de este hidalgo oriental, es cuidadoso, carece de ornamento, es un lenguaje sencillo más no fácil, simple e intenso, no por ello siempre amable. Cada uno de los tres libros que forman parte de esta reunión tiene una voluntad clara llevada por este deseo profundo de ver las cosas tal cual son. Diego José posee en estos términos una atención búdica, en su forma más elemental, una atención desnuda, como nos recuerda Merton: Solamente ve lo que ahí está, sin agregar comentario alguno, sin juicio ni conclusiones. Presenta con su mirada un recorrido, un transcurrir. El poeta canta lo que ve, es un peregrino. Camina con los ojos. Sin embargo, existe una paradoja en este mirar, pues detiene lo que por naturaleza es continuo. Este peregrino está consciente de que su recorrido es finito y por ello la única posible eternidad se fragua en el poema, donde las cosas por un momento están en su sitio de permanencia. Están en su sitio no por su rigidez sino por su justo ser etéreo, están en su sitio porque refulgen al máximo en su movimiento, están en su sitio porque son cantadas en su momento de hondura luminosa. Pero qué haría aparecer ahora aquí solamente para mirar: una mujer dormida, un arbusto recién observado, un rayo de sol dentro del ojo. El primer libro Cantos para esparcir una semilla, se trata de un libro contemplativo esencialmente en tono amoroso que recuerda en ocasiones episodios de los poemas antiguos persas o bien capítulos de la poesía oriental en donde el sujeto que canta se disuelve o fusiona con el paisaje que observa. Como decía anteriormente, con esta encomienda de poner en práctica un Absoluto Ver, el poeta agradece tener el menor número de palabras: “Acompañado por menos palabras agradezco al árbol
y a la hoja que cae sin premura Miro las cosas naturales evitando en lo posible nombrarlas” Para nuestra bendición esto no es posible. Diego José las nombra para nosotros desde la ermita que ha construido en su corazón. Nos lleva a parajes principalmente matinales, abiertos, de una precisa y ordinaria naturaleza donde aparecen especies variadas desde ciruelos hasta eucaliptos pasando por estorninos y zanates. Un recorrido natural donde el poeta se va descubriendo convirtiéndose en lo que a su paso ve: “Empiezo a convertirme en lo que miro lo que palpo y escucho Las formas sin desvanecerse parecen no violadas por el pensamiento Soy lo que percibo Jamás lo que invento” Uno de los textos más hermosos que he leído es Los 24 temas del poeta, escrito por Se-Kong Tou de la dinastía T’ang, un ensayo sobre la poética oriental retratando al poeta en su oficio monástico. Al leer a Diego José no he dejado de pensar que sin duda él podría tomar el sitio de varias de estas estaciones, para estar más cerca de su poética. El siguiente fragmento hace referencia a la Esplendidez, es el motivo primer motivo, HIONG HOEN: “Al exterior esconde su importancia suprema; pero en el interior se llena de la sustancia de lo verdadero. Volviendo a lo simple, penetra en lo abstracto y acumulando fuerza, él es el fuerte. Su comprensión abraza a los diez mil seres y su fuerza puede cortar en seco el espacio inmenso. Se expande en todas direcciones como se condensan las pequeñas nubes o bien ejerce una acción continua como el viento que se prolonga en un sentido. Traspasa la periferia del mundo, quedándose siempre en el centro de la esfera. Al tocarlo no tiene apariencia robusta, y ya que ha venido, aquí está lo ilimitado” Al leer a Diego José nos sabemos efímeros pero al mismo tiempo y debido a la gracia que habita sus poemas, ilimitados. Un poco de nuestra eternidad espejea junto a él. En el diccionario de la Lengua Española, un peregrino es aquel que por voto o por devoción va a visitar un santuario y en su aspecto figurativo se refiere a alguien adornado de singular hermosura, perfección o excelencia y que está en esta vida mortal de paso. La poesía se presenta en este caso como un camino hacia el santuario. Un lugar en donde hay espacio para lo sagrado y donde la luz se alberga, cito: “La claridad se curva entre las vainas mientras el sol atraviesa las gotas de rocío Ésta es la hierba que un día inflamó nuestro pulmones de otoño” Se trata de una escritura cíclica, estacional, de recorrido, de ahí la importancia del paso del sol, del agua, del tiempo. Con un paso firme y sin estridencia, la voz de Diego José transita por los más variados recovecos del santuario humano; desde una infancia que renace en las palabras hasta la inevitable finitud del cuerpo: “Acaso mejor anegarse que dormir mirar la roída hechura del cuerpo Arriesgarse a la tentación de ser nadie”
Este poeta acepta la impermanencia, en este peregrinar en donde tienen cabida el tedio, la decepción y la nostalgia, frente a una irremediable celebración de lo presente gracias a la experiencia de un cuerpo imperfecto: “Pero no soy un monje Sino un hombre sencillo que despierta temprano Sólo para sentir el viento por la mañana Y caminar sobre trozos de hielo Dispuesto a honrar el día silenciosamente” En La Herencia del Jardín, Diego José nos lleva de la mano para acercarnos a los laberintos de la memoria, nos presenta un padre a quien no detuvo “ ese puente colgante que lleva a la nada”; la casa de una abuela donde el sol fulgura en las terrazas, una cocina con aroma a naranjo. Con un lenguaje reparador pone de pie lo ido, levanta y restaura la memoria como un fruto que hay que morder. “Reunidas están las cosas que yo he visto La tarde advenediza filtrándose en las alcobas Las manos de mi abuelo en sus últimas siestas Los paños almidonados y el pino muerto Los pasos de mi madre y la fronda tupida” La palabra de Diego José no es una palabra ambiciosa, la puedes tocar, tiene peso y verdad. Te devuelve a lo que verdaderamente importa. Te invita a hacer un recuento personal. Con un epígrafe de Rumi abre Los Cantos para Esparcir una Semilla: “Emborráchate de amor, pues el amor es lo único que existe”. Este es un libro lleno de delicia, color del ámbar, un libro cálido en donde igual ama el cuerpo de la Amada, como la plenitud de día y la palabra en floración: “Voy a libar de la tisana de la Novia Con estos labios de sol” Sin duda nos recuerda a los poemas amorosos de Safo, de Keneth Rexroth en la voz de Marichiko, pero sobre todo a los cantos amorosos de los antiguos jardines de Babilonia. “Estás despertando. Un hervidero de flores es tu corpiño Estás despertando mientras yo te contemplo” Un decir cadencioso como el Cantar de los Cantares en donde la plenitud tiene también un gozo directo con lo divino. “Los ojos de la Amada, Adormecidos tras la lidia de los cuerpos Son dos lagunas gemelas donde un sol se mece”. Un libro que cumple sin duda con un decreto anterior del poeta “qué dicha tener carne de sol/ y alzarse en la aurora virginal de los ríos”. Un libro cargado de erotismo y bienaventuranza. Pero no todo paraíso dura cien años, no todo fruto es siempre dulce; Ella, la Amada, la Novia, la Hembra, puede convertirse de repente en el objeto de odio y decepción, claro en las mejores tradiciones amorosas está también la caída, la pérdida del edén, el reconocimiento de lo displicente. Así la lectura de “Volverás al Odio” segunda parte de esta reunión. Los ojos que antes miraban con gozo y toda libertad, hoy sienten el peso, la pérdida, la expulsión del mundo natural al urbano, al delirio donde se transparenta el dolor: “Ahora que para tocarte
Me quedan tan sólo muñones Y de sarna mi cuerpo se lamenta En las aristas de nuestro fracaso, Puedo decir abiertamente: Es lepra lo que el amor nos deja en las manos” Lo bello y lo terrible son parte de la misma cosa. Lo honesto y miserable, lo libre y el yugo. Como dice Juan Manuel Roca al referirse a un espejo: a la belleza agrego más belleza y al horror agrego más horror. De pronto el gozo y el dolor encuentran un punto de equilibrio que reconoce el único manantial posible de la restauración: la ESCRITURA. Este poeta humano, entre el cielo y la contemplación; la decepción y el suelo, nos entrega el tercer libro donde el lugar de dominio es el oficio, el oficio transparente de trabajar con las palabras. Bello y sucinto nos deja acompañarlo por el arduo camino de la escritura, ya Paz nos había dejado seguirlo en Galta. Ahora Diego José nos permite humedecer junto a él la costra dura del lenguaje haciéndonos partícipes de un pequeño brote aquí y allá. Concluyó aceptando mi impermanencia con este IV motivo del poeta Se-Kong, que trata sobre El Impasible, Tch’en Tcho: “Debajo de las coníferas siempre verdes está su choza rústica, se pone el sol, el aire está transparente. Quita su cofia y camina a pequeños pasos; a veces presta el oído a un canto de pájaro. Nunca el ganso salvaje le trae una carta de sus niños en lejano viaje. Su pensamiento no se traslada lejos, se calca sobre su vida diaria: la brisa marina, la nubes grises y los islotes, la noche bajo el resplandor de la luna. Si algunos pensamientos lo distraen, les pone la barrera de un Río Amarillo”. Así Diego José con sus palabras llenas de luz solar.