Entrevista a Eduardo García Aguilar

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Entrevista a Eduardo Garcテュa Aguilar Extranjero y sin banderas, el mundo es la raテュz

Josテゥ テ]gel Leyva


Eduardo García Aguilar parece un personaje extraído de una novela de errancia o de viaje, tal y como el protagonista de su obra El viaje triunfal, el poeta modernista imaginario Faria Utrillo, que le da la vuelta al mundo apasionado por cruzar todas las fronteras y carecer de patria o bandera. Nacido en 1953, en Manizales, García Aguilar se fue de Colombia muy joven, animado por el deseo de viajar y conocer el mundo, luego de un paso por la Universidad Nacional en Bogotá, voló a Paris en 1974 donde realizó sus estudios universitarios en la Universidad de Vincennes (Paris VIII). Nunca volvió a residir en su país natal, o sea que ha estado ausente desde los años 70 y 80 de la vida y la historia contemporáneas de Colombia, que estaba oculta a la mirada del turismo internacional y era perseguida por el estigma de la violencia y el crimen, el narcotráfico y las utopías de un cambio social mediante el uso de las armas, al tiempo que brotaban como hongos consignas de paz, festivales culturales para desvanecer el odio y la crueldad, acciones civiles desde la tragedia y la lucidez para mostrar los otros valores de Colombia, que veía en la distancia el triunfo de sus hijos en los planos del arte y la literatura, como eran los casos de Gabriel García Márquez, Álvaro Mutis y Fernando Botero, por señalar los más visibles. Los motivos del viaje de García Aguilar por el mundo fueron voluntarios y culturales, nunca se ha sentido ni exiliado ni perseguido, jamás militó en partido alguno ni ha sido miembro de algún grupo rebelde. García Aguilar vivió primero en Paris en los años 70, luego en Estados Unidos y en México, donde se asentó durante más de tres lustros y público casi todos sus libros de poesía, ensayo y narrativa. Regreso a París en 1998 y desde entonces reside en dicha ciudad. Se ha ganado la vida ejerciendo el periodismo para la Agencia France Presse (AFP), pero la literatura y el viaje es el principal motivo y efecto de su existencia. Poeta, narrador, cronista, ensayista, periodista, García Aguilar forma parte de la diáspora colombiana regada por el mundo, cuyas raíces se enriquecen con la experiencia de otras culturas y otras lenguas, otras latitudes; siempre en comunicación con su pasado.

Eh aquí una honda y extensa charla con La Otra. Entre la Colombia del imaginario garciamarquiano y la Colombia que viviste y alimenta la memoria de tu escritura ¿qué hay en común?


La Colombia del imaginario garciamarquiano no tiene ninguna relación con la Colombia que yo viví o que mi generación ha vivido... Ahora me doy cuenta de que el mundo de García Márquez es muy arcaico, asentado casi en el siglo XIX, un mundo agrario, ancestral, nada urbano, alimentado por mitologías más cercanas a las vivencias de la generación modernista. La Colombia de mi generación, que llamamos Generacion Sin Cuenta, porque nacimos en los años 50, es una Colombia urbana, moderna, influida por el rock en pleno apogeo, por los cambios en las costumbres provenientes de mayo del 68 y la cultura pop estadounidense que se expresaron en la generación Nadaísta. Siempre he creído en la fuerza histórica de ese movimiento y cuando éramos chicos de cuarto de bachillerato todos tratábamos de escribir como los nadaístas y los seguíamos. A X 504, Jotamario Arbeláez, Elmo Valencia, Mario Escobar Ortiz y a otros nadaístas menos conocidos; eran iconoclastas y modernos... eran los beatniks colombianos. La Bogotá que viví cuando fui a la Universidad Nacional era ya una ciudad moderna, una urbe caótica, congestionada, de grandes edificios, bulliciosa... donde la mujer se liberaba a pasos agigantados y podíamos ya vivir el amor y el sexo de otra forma... Y la ciudad donde nací y crecí, Manizales, ya era también una ciudad de muchos cines y un gran festival de Teatro Internacional, permeada por el rock y la cultura pop... Y desde Cali, que era un centro de rumba y cultura, y desde Barranquilla, llegaban ecos de esa modernidad generalizada. El mundo de García Márquez es el mundo de los caudillos decimonónicos, un mundo de patriarcas y de machos como José Arcadio... un mundo de pueblos lejanos y polvorientos del pasado donde la mujer está sometida y la violencia es primaria, por motivos absurdos, como en la historia de Crónica de una muerte anunciada... Es el mundo amoroso de El amor en los tiempos del cólera... García Márquez es de la era del bolero...


Nuestra generación fue la primera que vivió de manera plena la modernidad pop. En estos días releía varios libros de Gabo y me di cuenta de eso, que es un mundo muy arcaico, con fotografías color sepia... el mundo de los abuelos nuestros que tendrían ya 130 o 140 años, pues nuestros padres nacieron hace 100... Nuestra generación y las posteriores no tienen nada que ver con ese mundo, con esas ideas, con esos temas.... Te preguntaba de esa relación con García Márquez por una razón muy concreta, y es que Colombia permanecía oculta para los no colombianos, su poesía y su literatura, su vida intelectual comienza apenas a verse, a conocerse. Sabemos más del grupo Mito, de los nadaístas, de la generación sin nombre, de personajes de la vida política y universitaria, como el padre de Héctor Abad, una figura sumamente interesante. No ha sido, pues, la imagen de un mundo mágico, sino la de una realidad más cercana a La Vorágine. Sí, definitivamente Macondo fue una conflagración que devoró la cultura colombiana durante medio siglo aplastando toda una literatura que desde los 50 había abierto puentes con el mundo a través de las revistas Mito y Eco, entre otras. Fue un retroceso, Colombia volvió a ese mundo folclórico ya ido y quitó voz a esa generación y a la posterior, de los nacidos en los 40. Mito y Eco eran dominantes en esos años, cuando de repente el boom y García Márquez pusieron una lápida a esa generación de filósofos, historiadores, narradores liderada por el poeta Jorge Gaitán Durán y ensayistas contemporáneos. Europa quería alimentarse de folclor y no podía aceptar que la cultura colombiana fuera moderna y hablara de tú a tú con el mundo, como lo hicieron en México Octavio Paz y Salvador Elizondo o José Emilio Pacheco. El macondismo nos uniformó y enterró el espíritu de las revistas Mito y Eco. De paso mató a la Generación perdida de los nacidos en los años 40: la de Germán Espinosa, Moreno- Durán, Cruz Kronfly, Helena Araújo, Fanny Buitrago, Óscar


Collazos, Ricardo Cano Gaviria, entre otros... Ya nadie los leyó ni escuchó. Fue un verdadero desastre en ese sentido. El macondismo alimentó ese nacionalismo folclórico en el que se identificaban los jóvenes europeos fascinados por el mito del Che y la revolución cubana. Digamos que García Márquez es la otra cara literaria de la moneda latinoamericanista: en un lado está el Che Guevara y del otro Gabo, con su bigote y su pelo crespo, su irreverencia costeña y su anti intelectualismo. Gabo es el anti-Paz, el anti-Borges que necesitaba Europa y América Latina. ¿Cómo describirías Manizales desde la perspectiva de tu infancia y tu lejanía geográfica? Yo nací y crecí en Manizales, una ciudad media y universitaria en una región muy próspera. Pero lo que viví ahí es un mundo ya permeado por la cultura pop a través del cine, la radio, la televisión, el teatro que se practicaba allí. Y por supuesto por las ideas revolucionarias en boga en los años 60 y 70 después de la muerte del Che Guevara y Camilo Torres. Ahí llegaba la buena literatura latinoamericana que leíamos todos. Rayuela de Cortazar, Cambio de piel de Fuentes, Tres tristes tigres de Cabrera Infante, Jorge Luis Borges, etcétera. Vimos el cine italiano encabezado por Blow-Up de Antonioni. Y en poesía los nadaístas y otros poetas latinoamericanos nuevos que se publicaban en el suplemento literario del periódico local La Patria, que era muy bueno, se llamaba Paradiso. Adolescentes, ya estábamos conectados con es modernidad. México, ¿que significó y significa para ti? Mi estadía de tres lustros en México fue para mí una fortuna. Llegué a fines de 1980 después de haber vivido seis años en París y uno en California. Ahí crecí con la magnífica


generación de mis contemporáneos mexicanos, publiqué allí casi todos mis libros y pude colaborar en suplementos literarios como Sábado y muchas revistas y diarios. Cuando llegué estaba no solo la generación española de los transterrados por la guerra civil y el franquismo, allí me encontré con toda la generación de latinoamericanos del Cono Sur que huía de las dictaduras de derecha. México estaba en ebullición cultural con todas sus estrellas vivas... Rulfo, Paz, Arreola, Elena Garro, Elizondo, Del Paso y la huella de rebeldes como Revueltas y Huerta y otras muchas figuras imprescindibles. Una maravilla ese encuentro ahí con uruguayos, chilenos, argentinos, y otros que contribuyen a airear las letras mexicanas y a su vez aprenden mucho de la cultura mexicana milenaria. Para mí, vivir en México fue vivir en una universidad permanente, conociendo todas las corrientes literarias continentales. Alli estaba todo: las poesías chilena, peruana, brasileña, argentina, nicaragüense... muchos agitadores literarios como Noé Jitrik o Hugo Gola, para solo mencionar a dos. Y en medio de esa ebullición varias generaciones de escritores mexicanos magníficos y jóvenes maestros que comenzaban a publicar y hoy ya casi son clásicos. Desde México uno podía ver todo el contexto de la literatura latinoamericana, era una gran atalaya con todas sus contradicciones y batallas intelectuales. Y hay que reconocer que estaba en plena actividad Octavio Paz que él solo era varios agitadores al mismo tiempo. José Emilio Pacheco, Carlos Monsiváis y otros líderes literarios estaban en pleno apogeo. Sin olvidar figuras como Augusto Monterroso, Álvaro Mutis, Alejandro Rossi, y muchos otros latinoamericanos. Había muchas ventanas a través de revistas como Vuelta, Nexos y otras publicaciones universitarias, así como suplementos donde esas batallas culturales se daban. México era una universidad permanente, con decenas de maestros que nos mantenía el cerebro a toda


velocidad. En cierta forma, como llegué joven a México y crecí ahí como lector y escritor, me siento un poco mexicano. Visitar el modernismo mexicano, Tablada, Díaz Mirón, etcétera, conocer la generación de Los Contemporáneos, aprender de Vasconcelos y Alfonso Reyes y otros muchos grandes autores de la primera mitad del siglo, es una verdadera fortuna. Estar en primera fila en las polémicas literarias de Octavio Paz y en el esplendor mundial de García Márquez, cruzarse con un mito como Juan Rulfo, en fin, conocer el mundo prehispánico y colonial, percibir la cercanía con Estados Unidos, acceder a las mejores librerías de viejo hispanoamericanas de la calle Donceles, tener a mano el acervo bibliográfico fenomenal de México a través de sus editoriales universitarias o el Fondo de Cultura Económica, todo eso, ¡cuántas cosas vividas en esos tres lustros! Para mí, son inolvidables, me formaron para siempre. ¿Te has sentido en el exilio voluntario o simplemente en el viaje? Nunca me he sentido exiliado. Yo me fui voluntariamente de Colombia a los 20 años hacia Francia porque me asfixiaba el país y quería conocer mundo. Fue una decisión personal, voluntaria y cultural no motivada, como en el caso de los del Cono Sur, los chilenos, los brasileños o los centroamericanos, por los golpes de Estado que los obligaron a huir para salvar el pellejo. En mi caso no se dio eso y ya desde Colombia yo amaba el viaje y me chocaba el nacionalismo. Me encanta ser casi apátrida, detesto las fronteras, las banderas, me gusta el mestizaje. Y todos los años de mi vida adulta los he pasado entre Europa, México, Estados Unidos. Aquí, en Francia, estudié mi carrera universitaria y viví años claves en los años 70, antes de pasar a México. Paris es mi casa, yo me siento de estas calles llenas de gente de todos los orígenes... chinos, africanos, mediorientales, magrebíes, europeos, rusos, paquistaníes, japoneses... Me encanta ser otro extranjero más. Me gusta ser


extranjero y no tener ni bandera ni patria ni fronteras. O sea que no tengo esa sensación del exilio. No tengo nostalgias patrias, no siento el dolor de estar lejos de la tierra amada. No, por el contrario, me siento muy bien teniendo al mundo como mi tierra. Me encanta México, España, Colombia, Estados Unidos, Alemania, Italia, Marruecos... En todas partes me siento bien y arraigado al mundo. Y por supuesto entre todos esos países hay unos más vividos, conocidos y explorados: Colombia, México y por supuesto Francia, que es clave en mi vida y cuya literatura de todos los tiempos me encanta. Soy feliz de poder leer y releer a los clásicos y modernos franceses en su lengua. Degustar así su prosa, su poesía, su ensayo magníficos en directo y a mano. Eres un periodista veterano, ¿cuánto le debes al periodismo y cuánto te ha quitado en tu trabajo literario-poético? La tradición latinoamericana, asiática, africana y europea muestra que casi todos los escritores del mundo han sido periodistas. En el siglo XIX casi todos escribían en los diarios e incluso Proust era cronista de farándula o de vida mundana de Le Figaro. Y así todos: Voltaire, Victor Hugo, Balzac, François Mauriac, Albert Camus, Jean Paul Sartre... Es normal porque los periódicos y las revistas han sido protagonistas de la vida cultural del mundo. Yo empecé a publicar en La Patria de Manizales a los 16 años. Y en La Patria como, adolescente, me abrieron todas las puertas, en especial ese nadaísta Mario Escobar que dirigía el suplemento Paradiso y era periodista de planta allí, como todos los demás poetas y escritores de la ciudad. Los escritores modernistas como Rubén Darío, o Barba Jacob trabajaban de periodistas... Rubén Darío fue fundador de diarios y articulista y reportero en América Central, Chile, Argentina y España... España tiene una gran


tradición y casi todos sus autores del siglo XIX y el XX han ejercido el periodismo. García Márquez, Vargas Llosa y Juan Carlos Onetti fueron agencieros... Los escritores encuentran en el periodismo una forma de ganarse la vida estando cerca de la palabra escrita. El periodismo te comunica con la realidad, con la vida, con el mundo y te mantiene la mano caliente. Si lees las novelas de García Márquez te das cuentas que son escritas como reportajes. Hemingway fue un gran periodista y eso se ve en su novelística. La literatura está muy cercana a la prensa y la prensa a la literatura. En mi caso haber trabajado en diarios y en la Agence France Presse durante tanto tiempo ha sido una fortuna: Una forma excelente de ir al mundo y extraer de él con palabras su esencia diaria. Trabajando en la France Presse en México, conocí todo el país a fondo en momentos dramáticos y trágicos. El periodismo es un excitante que te mantiene lleno de energía y vida. Saber que poetas como Rubén Darío y casi todos los modernistas lo ejercieron es la prueba. Ahora, nada más opuestos, distintos, que la poesía y el periodismo. La poesía está en otra dimensión y vive otros tiempos. Ya dijo una vez el gran pintor chileno Roberto Matta que “las cuatro pestes de la humanidad son los militares, los políticos, los curas y los periodistas”. El periodista busca información, la procesa y la difunde y es algo que desaparece y se esfuma al día siguiente. Como los medios tienen tanto poder ahora, están entronizando al periodismo como el gran paradigma de todo y hasta quisieran lanzar a la literatura y a la poesía al precipicio de lo inútil e inefable y desterrarlas para siempre. Pero eso es un delirio de grandeza del periodismo y los periodistas, a quienes se les han subido los humos. Ahora, cuando para responder tu pregunta trato de ver una influencia de la actualidad en el poeta lector de diarios, pienso en Fernando Pessoa y su Oda triunfal,


poema genial de 1914 atribuido a Alvaro de Campos, que es tan actual y nos muestra como el mundo de hoy es el mismo que hace cien años con sus delirios de guerra, matanzas, comercio, consumo, comunicación rápida, velocidad, arribismo, ostentación. Ese poema de Pessoa resume un siglo de periodismo. En lo que respecta a la poesía, que es tan íntima, tan esencial, tan personal, que siempre está ahí, te acompaña. Un poeta puede ser albañil, pastor como Miguel Hernández, marinero como Enrique Molina, banquero como T. S. Eliot o Wallace Stevens... traficante en África como Rimbaud, diplomático, lo que sea, médico, cocinero, ama de casa, maestro.... El poeta tiene que vivir, trabajar, estar en el mundo. Esa historia del poeta y la torre de marfil es un mito. Y además no hay que matar la poesía escribiendo demasiado, todos los días, como un burócrata. La poesía es un espacio íntimo de libertad que se ejerce en todas las condiciones posibles... la cárcel, el exilio, la enfermedad, el viaje..... La poesía es respirar y amar la naturaleza, las cascadas, el mar, los ríos.... La poesía no es una carrera, una burocracia o un campeonato. Es otra cosa. Es libertad en estado puro. O como diría Luis Cardoza y Aragón: la única prueba de la existencia del hombre. Eres autor de libros periodísticos, de narrativa y de poesía ¿Cómo has vivido y asumido cada género, cómo tienen lugar en tus ritmos creativos? En los tiempos de la generación modernista latinoamericana que tanto admiro y quiero, la de Rubén Darío y todos los demás, se usaba una palabra hoy pasada de moda, la de "polígrafo", para definir a autores que ejercen diversos géneros a lo largo de su vida. Eran polígrafos figuras como Victor Hugo, ese espléndido escritor francés desbordante, que dibujaba, hacia poesía, escribía obras como Los Miserables y Nuestra Señora de Paris, escribía en periódicos y además ejercía la política y era un desbordado erotómano. Con él


casi todos los románticos actuaban igual, incluso una persona tan perturbada y neurótica como Gérard de Nerval, quien era poeta, traductor, ensayista. Baudelaire a su vez era crítico de arte, poeta y muchas cosas más. Esa tradición siguió y sigue en Francia, donde los autores son polígrafos. Yves Bonnefoy, por ejemplo, es poeta, pero a la vez un gran ensayista como lo eran Camus, Gide, Sartre, etc... que eran narradores, dramaturgos, ensayistas. Toda mi vida he estado en contacto con esta literatura francesa y por eso me encanta poder fluir en varios géneros: la poesía, que es básica para mi desde la adolescencia y en la que me inicié en la literatura y que es mi pequeño jardín secreto y tal vez el género que más a fondo está anclado en mi corazón... También admiro los románticos de Alemania, por ejemplo al gran maestro Goethe, que ejercía múltiples géneros y se desbordaba hacia la ciencia y todas las curiosidades posibles del viaje, los colores, la botánica, etcétera. Creo que lo normal es que un autor pueda fluir en varios campos porque un autor está inmerso en su mundo. Si ama la palabra siente la misma pasión escribiendo un artículo, un panfleto, redactando un diario o un amplio trabajo sobre un acontecimiento contemporáneo que incita a reflexionar y pensar y cuando es posible y tiene un tema puede viajar a la novela que también es un género fascinante y difícil, donde el trabajo, la fuerza y la voluntad son fundamentales. En mi caso, he escrito y publicado unas pocas colecciones de poesía como Llanto de la espada y Animal sin tiempo, con unas decenas de he poemas que han sobrevivido a la autocrítica y por esos textos escritos y guardados durante muchos años, sin prisa, siento una gran debilidad, o si se quiere afección, porque son pequeñas emanaciones de una amplia vocación sostenida en el tiempo, o sea el jardín secreto, oculto, perdido en pequeñas


ediciones, algo muy confidencial, pero que me encanta. En los largos espacios dejados por esa lenta emanación de poemas escribí unas cinco novelas, cuatro de ellas publicadas, Tierra de leones, Bulevar de los héroes, El viaje triunfal, Tequila Coxis e Ifigenia colombiana que me costaron mucho trabajo pero escribía porque sus temas me llamaban... tratar de captar la infancia, el terruño, el delirio de los héroes, el periplo de un poeta modernista, la deriva de un habitante de México Distrito Federal, etcétera. Lo que resta de esos libros que no se consiguen ya y no han sido reeditados, es la pasión con que fueron escritos, como un verdadero reto. Me queda esa experiencia de escribir novelas, algo que exige un esfuerzo que a veces sobrepasa las fuerzas. Largas noches amaneciendo feliz tocado por la creación de mundos, personajes y la búsqueda de un lenguaje, un estilo, afines a esos mundos... Y además está el libro Delirio de San Cristóbal sobre la revolución en Chiapas, que es una reflexión sobre ese hecho y sus vasos comunicantes en América Latina, y en Colombia en particular... Y bueno, hay toda una serie de libros de ensayos que irán saliendo poco a poco bajo el titulo general de Textos nómadas. O Paris Express, que publica en breve en Madrid la editorial Verbum. Allí la experiencia es la reflexión en torno a obras o ciudades. Ese campo es el del lector y el viajero. Porque finalmente lo que uno es antes que todo es un lector y un viajero. Muchos de esos libros ya no se consiguen e irán al olvido, pero lo que queda está dentro de uno: la pasión de leer, amar los libros, escribir, amar las palabras y vivir a fondo. Antes que escritor soy un ser humano y como tal soy un lector y un amante de la vida y la naturaleza y nada más... Se dice que es muy difícil que un narrador llegue a ser un gran poeta, pero no tan difícil que un poeta llegue a ocupar un sitio entre los narradores. Hay casos como el de José


Emilio Pacheco o Mutis en los que son buenos en ambos terrenos ¿Cómo te ves a ti mismo en esas migraciones escriturales? Siempre he desconfiado mucho de la idea del "gran poeta" con G mayúscula. Muchas veces esos grandes poetas se vuelven grandes muchos años después de su muerte, porque su obra dice cosas extraordinarias a otras generaciones y noa sus contemporáneos. Pienso en Góngora que fue resucitado muchos siglos después del olvido y, por supuesto, Pessoa. Y como ellos tantos otros que, si se despertaran un siglo después, se extrañarían de ser "grandes poetas" con G, cuando en vida se consideraron menores, modestos y vivieron en paz con el silencio de los contemporáneos llenando hojas y cuadernos que después otros sacarán de viejos baúles empolvados. También muchas veces el "gran poeta" con G es considerado como tal porque representa intereses étnicos, continentales o de lenguas y en tornoa él muchas personas se congregan para afirmarse. Pero eso es muy aleatorio. Por eso mis poetas preferidos son esos poetas menores, olvidados, de unos cuantos libros, seres modestos, tímidos, que viven alejados de los poderes y la representación. Como ahora todo se ha vuelto representación, vanidad, arribismo, veo que muchos poetas contemporáneos están más preocupados por posar de poetas grandes y dedican más tiempo a la carrera, a dar codazo a los otros y dedican mucha energía a figurar, a buscar honores, medallas, premios... Para mí el poeta que me gusta es el que prefiere los silencios y que es antes que todo un ser humano inmerso en su mundo. En mi caso, escribí esas cinco novelas y fue una experiencia para mi muy enriquecedora, pero no soy un "narrador" profesional. Para eso hay que estar planeando cada año una nueva novela, hay que estar presente en el mercado año tras año, viajando de feria en feria para promocionar y vender un producto y eso a mí no me gusta para nada. De hecho las


ferias del libro me parecen ferias de vanidades bulliciosas y horribles y aunque he ido a muchas, Guadalajara, Bogotá, Casablanca, New Delhi, Calcuta, Quito, etc... a veces siento la necesidad de huir, escaparme, huir del hotel y de las presentaciones, se siente como una asfixia insoportable... Una vez, en Guadalajara, tuve la fortuna de escaparme de la Feria con el gran narrador venezolano Salvador Garmendia, que ya nos dejó, huir de esa barahúnda y deambular por mercados y cantinas lejos de esa feria de vanidades tan necia de las ferias donde las estrellas son los narradores y donde todos se sienten ya merecedores del Nobel. En ese sentido prefiero al poeta. Los poetas casi no figuran, salvo algunas excepciones, en esas ferias del libro dominadas por los narradores, editores y los poderes y los grupos y camarillas de poder literario y periodístico. Escribí esas novelas porque necesitaba escribirlas, y fue una experiencia increíble, pero la verdad no me voy a matar cada año escribiendo una novela y a buscar temas que gusten a los editores hasta acumular 30 y andar como un culebrero promocionándome de feria en feria. Prefiero los silencios. Después de jubilarse Mutis escribio unos textos que son concreciones, emanaciones de su poesía y tal vez no son novelas... Mutis no era narrador, era un poeta. Respecto a tu pregunta de los poetas que se vuelven novelistas o "narradores", esa palabra tan horrrible, sí es cierto, veo que ahora los poetas, desesperados por el destino terrible y mísero que les espera como poetas nada más se han vuelto novelistas ... pero creo que en esos casos lo hacen porque suponen con ingenuidad que el reconocimiento o el éxito les llegará más fácil con las novelas y que los editores sí los van a tomar en cuenta y los van a saludar....y que van a ganar dinero... En efecto con las novelas se hacen más visibles, suenan más, y a veces se pierden para siempre en esa deriva.... Pero lo que los escritores deben hacer es


desaparecer, volver a ser seres humanos... Creer que un escritor es un ser especial es un invento de los poderes que les dio por crear esa detestable clerecía laica que reemplazó a los curas y que es una clerecía de amafiados y avorazados. No todos los novelistas logran el éxito terrenal, pero en sus vidas guardan la ilusión de obtenerlo, mientras el poeta desde el inicio sabe muy bien que está perdido. El poeta adolescente se identifica desde temprano con esa figuras frágiles de la poesía universal, la primera de todas Arthur Rimbaud, el muchacho que escribió El barco ebrio y un puñado de poemas geniales antes de perderse en el fondo de África, por las tierras de Yemen, dedicado en el olvido a tráficos innombrables desde donde regresó enfermo y gangrenado para morir después en Marsella. Otro poeta de esa estirpe es Lautréaumont, quien muere muy joven y deja una obra extraña que solo muchas décadas después sacaron a la luz y reivindicaron los surrealistas. Verlaine en Francia, Walt Withman en Estados Unidos, Hölderlin y Novalis en Alemania, Ruben Darío, Silva, Herrera y Reissig y Julián del Casal en América Latina, Pessoa en Portugal, Wislawa Symborska en Polonia, Maruja Vieira, Carmelina Soto y Meira del Mar en Colombia, Mario Luzi o Umberto Saba en Italia, Constantin Kavafis en Grecia, Aurelio Arturo, Rogelio Echevarría, Fernando Charry Lara, Jaime García Maffla, Giovanni Quessep y Jaime Jaramillo Escobar entre los varones de Colombia, Alfonsina Storni, DelmiraAgustini, Gabriela Mistral, Ingeborg Bachmann, Marianne Moore, Alejandra Pizarnik, son ejemplos de esa figura del poeta que vive en otra dimensión por encima del tiempo. El poeta es un ser admirable en su modestia y su santidad está comprobada y no necesita procesos de canonización porque su sola existencia y sobrevivencia en un mundo de contemporáneos ambiciosos y guerreros es la prueba increíble de su vigencia. Siempre he admirado esa frase de Joë Bousquet, el poeta


paralítico de Carcassonne, citada tantas veces por Álvaro Mutis y según la cual el poema es la “expresión de lo que nosotros somos sin saberlo”, a la que se agrega otra del guatemalteco Luis Cardoza y Aragón: “la poesía es la única prueba de la existencia del hombre”. ¿Cuáles son los libros de tu autoría que más quieres y por qué?

De lo que he escrito y publicado, quiero y tengo cierta debilidad por las dos colecciones de poesía publicadas en México, Llanto de la espada (UNAM, 1992) y Animal sin tiempo (Pen-Paxis 2006). Son poemas sobrevivientes de una criba y cada uno de ellos, cuando vuelvo a mirarlos, está ligado a algo, a una experiencia de vida y a un instante muy fuerte. Entre esos poemas aprecio dos poemas largos, “Llanto de la espada” y “Papeles del loco” y otros como “Hotel Western”. Lo primero que escribí adolescente fueron poemas y ese instante del surgimiento del poema y el proceso de decantación es algo que me sacude. Saber que alguno de esos textos sobrevivientes lo escribí, surgió, hace tres décadas, me acerca a la idea de que el tiempo no existe, o sea a la dimensión del poema. Tengo muchos textos inéditos, pero los guardo y algún día tal vez publique otra colección. De las novelas, que requirieron mucho trabajo y entrega, me gusta en especial El viaje triunfal, que en México publicó Nueva imagen, y es la historia de la vuelta al mundo de un poeta modernista. Está traducida al inglés en una bella edición de la editorial Aliform (www.aliformgroup.com) En novela también me gusta Bulevar de los héroes, traducida al inglés con un prólogo de Gregory Rabassa, un libro que disfruté mucho escribiendo en viejas madrugadas y veras sobre el tema del héroe y el delirio utópico y revolucionario inspirado en un héroe


colombiano. También Tequila coxis (Colibrí), que es una novela surgida de mi larga estadía en el Distrito Federal, donde también hay un trabajo de lenguaje extraído de las más profundas estancias chilangas, sus aromas, peligros, misterios. Y un libro de relatos, Urbes luminosas, también publicado en Aliform con ilustraciones del pintor colombo-mexicano Santiago Rebolledo. Y el libro de conversaciones con ese gran poeta y amigo, Álvaro Mutis, Celebraciones y otros fantasmas, publicado en España, Francia y Colombia. Pero, claro, todos los libros que uno publica y en los que invirtió años y experiencias guarda un lugar en nuestro corazón. Por último, Eduardo, ¿cómo te gustaría ser recordado por las nuevas generaciones de lectores de tus tres países: Colombia, México y Francia? Eso de ser recordado por nuevas generaciones, diría que eso es algo muy poco probable, el mundo está siguiendo por otros rumbos que no por ser nuevos son peores que lo sucedido en el pasado, en la extensa era humanista potenciada por el invento de Gutemberg, cuando el escritor, el intelectual, el humanista tuvo un gran protagonismo. También desaparecen los países, las naciones, las lenguas en las que los escritores se encarnaban y representaban algo para la sociedad y entraban en un canon. Yo no represento ideología alguna, ni a partidos, ni a un país, ni a nadie, ni siquiera a mí mismo. O sea que como ya lo han dicho tantos poetas, lo más seguro es que solo nos espera el olvido, el mismo en el que ya de hecho vivimos. Si alguien curioso, con espíritu de lector, humanista, halla rastros de nuestra existencia en años futuros ojalá supiera que fui muy feliz leyendo y viviendo y mirando y que escribir y leer, ver obras milenarias en museos como el escriba sentado o el hermafrodita dormido, catedrales maravillosas, ruinas, atestiguar la vida de gentes de muchos orígenes en pueblos


y países distintos, en barrios populares de ciudades, fueron pasiones que me hicieron la vida mucho más llevadera y fascinante. Y que tuve la fortuna de vivir viajando y de ser extranjero siempre. Y la alegría de nunca haber usado un arma ni haber perseguido a nadie a nombre de ninguna utopía absurda..... Y que ser un extranjero, sin banderas, ni etnias, ni razas, ni armas, ni odios, es en definitiva uno de los mejores estatutos que pueda tener un ser humano... Extranjero y sin banderas.... Habitante del planeta tierra y nada más.


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