El blues del cisne

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EL BLUES DEL CISNE, DE FERNANDO ANDRADE CANCINO Zita Barragán Nacido entre los trazos azules de una pluma melancólica, el “Blues del Cisne” produce resonancias contrastantes, que van de la rudeza a la ternura y de la euforia a la tristeza a partir de un planteamiento poético lleno de cadencia y de ritmo. La simbología monógama del cisne, y su exaltada belleza, aportan la imagen certera que da título a ésta, la más reciente obra poética de Fernando Andrade Cancino. Aquí los versos cumplen su cometido de conmover, de transmitir sentimientos con los cuales se identifica el espíritu colectivo, en contraposición a esas otras manifestaciones escritas que, al no decir nada, ni transmitir nada, son indignas de ser contempladas en los terrenos de la poesía. ¿Quién no ha amanecido, alguna vez, con el cuerpo atado a una soga de ascos y abulia, prefiriendo que el sol no salga por ninguna parte, ni escuchar el canto de los gallos? ¿Quién no ha estallado en cólera frente a los mercaderes de la tierra, etiquetada por usureros del hambre que en su afán de poder agotan todas las paciencias y desatan todas las batallas? La prosa de Fernando Andrade es contundente; en ella, en primera persona el poeta proyecta sus visiones y, tan pronto se convierte en el loco del pueblo –desaseado, desnudo, atesorando mugre–, como se eleva a las estrellas arrastrado por “la lucidez del raciocinio”. Del mismo modo, crea profundas oscuridades que bien podrían invocar la presencia del tritono en este blues de letras: “Hay noches peores que la tortura más refinada“ y “Hay momentos en que quisiéramos dormir el sueño injusto del suicida, volvernos ríos de sangre sobre las vestiduras maltratadas de la carne”. Su matiz poético tiene destellos de despedida, de inquietudes pasadas, presentes y futuras, de los aquietados polvos de antiguos caminos. Es el estilo personal de Andrade Cancino, y su particular manera de construir el entramado de las palabras y la estructura de cada poema, lo que traslada a esta obra poética a un estatus distinto, a partir de su consistencia y su fuerza, y de esa explosión de imágenes reflexivas que, trasladadas al terreno de la música, se convertirían en notas precisas, situadas en espacios


exactos, para conformar un blues que pareciera creado por obra y gracia de un artista provisto de oído absoluto. En un discurso sentimental, que también tiene cabida y se agradece, Fernando cambia de compás: “Visualizar tu nombre, tu sonrisa clara en la luna que atisbo sobre las montañas, comparar tu aliento con el aire suave del mediodía…” Y en este punto se suceden, hasta el final, una serie de poemas que son cantos en espera de la melodía que los complemente. Aquí transcribo un ejemplo, como despedida: Vendrán otros tiempos / o quizás retornen los que huyeron / tal vez volveremos al polvo / o éste se acumule en nuestra espalda / no lo sé. / Hoy amaneció haciendo frío / y en el cristal de la ventana se acumula / nuestro vapor, sudor y grasa, / que nos regresan al punto inicial de la materia. / Tal vez llevemos universos dentro / o quizás seamos puro cuento / no lo sé.

EL BLUES DEL CISNE DE FERNANDO ANDRADE CANCINO María Cristina Salas El dolor lacerante y purulento penetra las profundidades de un ser atormentado por miedos que asechan las orillas del alma, siempre dispuestos a mantenerla presa. Afortunadamente existen elementos de fuga, maneras de escaparse del hastío y conjurar a la tristeza en el poder de la palabra. Las soledades acumuladas poco a poco se van desgranando en cada poema, en cada verso, como soplos de arena. Palabras que inundan el vacío, palabras, piedra sobre piedra, edificaciones nuevas que permiten al poeta entretejer tramas y urdimbres destellos de cordura y al arquitecto construir las ciudades derribadas. El Blues del Cisne es un canto de amor infinito, es un grito que pretende Encender la noche con el soplo de gracia que anida en la conciencia de codiciadas estrellas lejanas, beberse las esdrújulas, prender fuego al cuerpo y al alma. Es también voz de protesta contra las injusticias de los dioses, contra la muerte en vida, soledad y miedo, que nos impiden alcanzar la plenitud. El Blues del Cisne nos introduce en un mundo de desesperanza, citando de nuevo al poeta Es la historia que derrama sombras, vespertinos resquemores, escalofríos y miedos, o: La calma ocupa el sitial del miedo, la soberbia el de mi efigie, pertenezco al guerrero herido, al vegetal durmiente, al insensible que triunfa en la derrota abandonando en una fosa cuerpo y vestidura.


Sin embargo en las cinco partes que construyen el poemario: Los vocablos de la cábala, Mi soledad, Encender la noche, Mi ciudad y Mis palabras también mueren, el autor nos impulsa a transitar por caminos de amor a pesar de que el alma, invadida por la soledad y la tristeza, dice, huye a los rincones más oscuros refugiándose en sí misma. Y no es un amor acomodaticio y pasajero, por el contrario, es pasión, sensibilidad, tan profundas que incendian el cuerpo y el espíritu: Reviéntame como dulce granada que en el verano explota de rubíes, endulza esta lengua de fuego con tu saliva de cristal, inyéctame el óvulo alucinante que revele mis ansias de eternidad. O en el poema La prosa de tu respiración se mezcla con el viento nos dice: potrillo que hilvanas firmamentos, no hay diluvios que apaguen tu sed de fuego llamas que superan tu temperatura de pebetero vivo. Leer El Blues del Cisne es toda una experiencia de vida aunque lleva intrínseca la muerte, la tan ansiada muerte. El Blues del Cisne es una joya alucinante y conmovedora en la que Fernando Andrade Cancino, el autor, esculpe a base de palabras, en cada verso un imperioso desafío entre vida y muerte como cuando dice: Siento la gloria de la inmortalidad pero no construyo templos ni sarcófagos dorados, sino una lápida de signos que atraviesa el tiempo en un libro. O cuando habla a su ciudad: Sin tu fuego, sin tu lava, sin tu vieja mina tierra mía, estéril así te amo. O cuando dice: La ciudad es zarzuela de rostros callejeros… EL BLUES DEL CISNE DE FERNANDO ANDRADE CANCINO Y SU POÉTICA DE LO DIVINO Y LO PROFANO. Mónica Reveles Ramírez Leer El blues del cisne, me llevó al disfrute de sentir en este poemario solemne, que hace mención de lo que nos atrevemos a ver, o sentir-nos, más está presente, me hace ver a un ser diferente en su voz de poeta que exhala como un dragón su aliento terrible: desdobla mi memoria y avanzo en el poemario deseando acabar, alimentando esta ansiedad de hurgar como en la carne de un ser perverso y divino. Comparar la obra de Fernando Andrade, el poeta, con una expresión que inicia en lo más profundo de un ser que lo habita y busca salir, no en forma de voz si no del vómito inevitable, me dejaría corta. No solo veo en esta unidad temática cinco fuertes exhalaciones, vómitos paridos en la negrura de una noche que no acaba, veo como se teje este ambiente de caja de Pandora, de lo sacro y lo profano, tan familiar. Tan disfrutado en esta lectura, como gocé a escondidas a Sade. Fernando no es un poeta maldito, es solo el poeta al desnudo “navegando sobre multitudes de lectores entumidos”, es la alucinación de la palabra en


imágenes decadentes, ante los Vocablos de la Cábala. Rabiosos y tan llenos de eso que deseamos todos en alguna ocasión escupir a la cara de otro, que nos duele, nos estorba, envidiamos o impotentes aún no poseemos, y si no que mis palabras me persigan, cuestionen o condenen. Este poemario despertó mi visceralidad, me identifica, en estos días, como dice Fernando: “estamos muy lejos de la misericordia de Dios”, y como él, no creo en la esperanza desde que me di cuenta que hay dioses que son puro cuento y que el negocio religioso sólo es un pretexto de opulencia. Dice en el poema VII su justificación del horror: Por eso estallo en cólera frente a los mercaderes de la tierra, etiquetada por usureros del hambre que en su afán de poder agotan todas las paciencias y desatan todas las batallas, las del cuerpo, de la sangre, las del alma mártir de todas las ambiciones que ponen en la picota mi suerte de marioneta. Sentir el color de la obra de Andrade me lleva del gris al azul, o al rojo intenso del sexo satisfecho, o al ocre del excremento. Al verde de cadáveres insepultos, a la opacidad del que estira la mano y recibe una patada. O el negro de quien busca el perdón y se da cuenta que es un acto de invención humana. Yo también sueño con que un ángel me reciba en el cielo. Me encanta el verso donde vacía su propuesta: Para no cometer los mismos pecados haré nuevos mandamientos; la carne será fruto del jardín de las delicias, sin penas ni castigos, ni sudores en la frente –aullar de huesos, quebrados de voluntad-, tendré entonces la fuerza de un arroyo benefactor sobre un huerto florido. Siento la voluntad de su lacerada mención al sexo, como la piedra filosofal de este poemario, disfrute de sus emociones, pues como nuestro poeta también quiero vivir todas las edades. Y por supuesto, esa mención sutil, más no desapercibida, por la búsqueda de la salvación, como poeta sexual e irreverente: Moriré de esto y aquello por no decir de gusto y sexo profesional. Rezaré al acostarme tres Aves Marías y un Padre Nuestro para borrar nuestros pecados.










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