“EL MAR SOBERANO QUE SE HINCA ANTE EL POEMA”
Carlos Mapes
El mar insuficiente. Poesía (1989-2009), de María Baranda, México, Universidad Nacional Autónoma de México (Poemas y Ensayos), 300 pp., 2010
En la fuente de tus ojos el mar cumple su promesa. Paul Celan
Me asombran las orillas de la poesía de María Baranda, en cualquier ámbito de ella aparece el elemento marino. La fuente de sus raíces es el mar del jardín adánico. Todo está purificado por la imaginación y la gracia de su escritura. En las arenas movedizas se hunde el mundo. Sus pies
cavan, son vestigios que remueven lo profundo. Palabras de tierra pintadas con agua de mar o de río. Hay un oleaje, lluvia de gente que va y viene. Imágenes azules y verdes. Rayo de luz con todo y su sonido. En su poesía hasta el silencio de Dios se oye. Borde de un paisaje hecho sin malicia, el cual dura más que la claridad del sol sobre el horizonte: vestido de niña acostumbrado al color. Pinta el mar con los ojos de Susana San Juan porque ella le dio sus ojos para ver. Su largo y ondulado cabello terminó por enredarse en el ondeo del torrente salado. Rebozo en su cuerpo como el autorretrato de una ola. Me sorprende y me encanta el estupor de aquella casa, la de la infancia.
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Ruinas, plegarias, crujidos, fábulas, cantos, visiones de lo maravilloso cotidiano. Entre las yerbas y los árboles surgen los vocativos tú y yo, en medio de los cuales el espacio es igual “a la distancia justa del mar y del cielo, tan lejos del mar, pero tan cerca”. Imágenes, como en el cine, proyectadas una tras otra, secuencias cortadas por la vida misma. Ojos cubiertos por una película líquida. Canto alegre de la memoria. Crear el mundo, como dice Felipe Vázquez, “sin inventar otros mundos, descubriendo el otro mundo que es éste”. Nada más. Con su poesía vuelve uno a mirar lo que ya vio como si fuera por primera vez. Palabras cadentes y que no se caen, derivadas de un verbo: sonidos, temperaturas, pasos, armonías, acentos, pausas. Oleajes que seducen y fascinan:
deslumbran. Piel de sal, líquido en la entraña. Instantes que se mueven, como el lenguaje majestuoso que se aleja o se acerca a seres y lugares. El mar es insuficiente para albergar la sensualidad de la palabra.
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Para ella, el mundo es una página por escribir. Llenar todo con palabras como el ave peina el aire con su vuelo. Tinta, escritura que dice, como si pensara el ave: “del aire es la quietud que tengo”. Un caracol se curva en mis oídos y en él resuena el dorado oleaje de sus versos. Poesía penetrada por la savia feraz y por el ritmo del mar. El mar como un exuberante árbol horizontal en cuyo filo el sol ejerce un rito erótico: “Tengo por ojos dos jardines y por boca /un sol que anuncia la lumbre en la marea”. Carruaje en movimiento: “una página de vidrio, /un solo espejo” en la parte delantera para dominar con sus ojos lo que vamos dejando atrás, y apresurar la marcha de lo vivido, “oh vida por vivir y ya vivida”, diría Octavio Paz.
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Poesía que traspasa la dura pared de la indiferencia, que construyen los seres humanos entre sí, para ser mundo de todos nosotros.
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Quizás yo sea capaz de comprender el universo de El mar insuficiente, pero… nunca descubriré el verdadero sentido de algunos de los versos de María Baranda, como "¿Qué son, Dylan, esos sonidos que se oyen / desde el blanco bosque / de tu boca de agua?" Nunca. *
Este anzuelo iza mi sangre y la suspende donde el mar estalla en la escollera. Es intérprete del colorido de la naturaleza, “Un pájaro es cuerda para ti”. Enseña a ahondar en el lenguaje como si pulsáramos el interior de nuestro ser. Su poesía está hecha de palabras como árboles en perpetuo encabalgamiento con el aire, como el río arborescente cuya hondura en océano se desata. Memoria diferida, proyectada hacia el espacio del futuro: “Después llegó el recuerdo”. La suya es una poesía que nos mira desde una ventana para que la miremos con los oídos. Para hablar cierro la boca. Un barandal a los labios fijo. María: ría de mar, amar María, ría la mar. Ría de María. Aun en los momentos de mayor plenitud, el ser humano tendrá siempre el sentimiento de estar incompleto. De ese sentimiento, flor sin cáliz, están hechos algunos de los poemas de Baranda. “Y llegamos a un punto de la imaginación / donde los ojos ven siempre lo que falta.” La poesía es, al mismo tiempo, una búsqueda de la completud de ser y la conciencia de la falta de ser. “Todo es duda como la
quietud del agua”: debajo de cualquier certeza, la incertidumbre. El mariano poema es ojo puro que se instala en nuestros ojos y, también, un ojo interior que nos permite mirar la vivacidad del mundo. Es el planeta Tierra. Todo él rodeado de agua; inundado por el nosotros en vez del yo. Llaga que en ecos minuciosos cubre el espacio del planeta, llaga que deviene “sobre los mares de la yerba”. Para recorrer como lector El mar insuficiente hay que convertirse en contemplador activo, concepto acuñado por Felipe Vázquez. Remos en los brazos, alas en los ojos, proa de navaja templada en los glaciares. Sólo así podremos movernos en la corriente verbal que son los poemas de María Baranda. Con el caudal de versos de El mar insuficiente se abrieron de pronto y para siempre las ventanas de mis ojos. El mundo seguía siendo el mismo y, sin embargo, era otro en esencia. La abertura en la pared de mi ser, recia armazón, "tribu de los hombres solos", encontró, por fin, un lugar donde pasan el aire y la luz. La llanura de mi tierra se pobló de plantas. Flores y hojas blancas para la poesía de Baranda. Soy navegante admirante de El mar insuficiente. *
Preguntas que forman los peldaños de la poesía. Movimientos del poema hacia la cima de sí mismo. Intrepidez e inteligencia del poeta: búsqueda sin respuestas. Soltarse del barandal, y así leer a María.
Poemas de María Baranda
Campana
Ven aquí, acércate. Tañe en mi corazón hasta lo hondo. Toca mi sombra y su eco de mar, su reposo. Escucha los limos del día, alba de ti en mi infancia y el aire en lo hondo de mí tantas veces callada.
Áurea disponga la tierra tu seco clamor
o el vivo silencio de ti 窶馬iテアa entre pテ。jaros.
Cerca, muy cerca me seas para oテュr ese canto de luz donde ahora eres copa de polvo que oscila en el mundo de sal de los vivos.
Una Comala
a mis hijas
Tengo la boca llena de tierra, padre Juan Rulfo
Y fuimos a volar papalotes a Comala, serenas, aisladas en lo alto, hermosas niñas frescas corriendo en la pradera, sonriendo entre guijarros junto al cántaro que el agua rebozaba. Y como el agua era el ímpetu que abría los gestos, penetraba a campo iluminado para afianzar la vida un poco más y siempre en lo que fuimos, en lo que nos hacía partir y regresar como la cuerda tensa que jalaba el aire cada día. Y llegamos a un punto de la imaginación donde los ojos ven siempre lo que falta: un mar, aquel mar de Comala con sus olas inmensas recalando en medio de la algas y sobre la arena: peces, peces de varios colores cual hojas
blanqueadas al abismo. Y como nuestro corazón retumbaba entre las voces de ese mar de vidrio, trenzamos redes inmensas y brillantes, sábanas bajo la aurora de lo que nunca fuimos. Y encontramos la sed de quien golpea fuertemente y de quien mira aquellas cosas por pequeñas, de quien espera siempre una copa, un pedazo de pan entre las migas de un poema. Y como habíamos embarcado con el cántaro lleno de agua y con el papalote allá en lo alto, quisimos conocer nuestro destino, el nombre, el día, el mar, la orilla que emerge siempre en nuestros sueños. Y el aire, si aire en el lirismo de las niñas, ya cantaba como algo más hermoso que un presagio y descendía poco a poco hacia la última palabra, al vuelo, sudorosas, nos quedábamos para tocar la superficie del gozo y la plegaria. Húmedas bebíamos la luz de aquellos días rojos como rojo era el verano de Comala,
más alto, más arriba, volaba al vuelo de los ojos ese pájaro fugitivo entre las horas de papel con un viento de frescura en nuestras almas.
Y luego, jóvenes ya, atemperadas, como yeguas que relinchan entre piedras, cruzamos lentas el cielo de la infancia y fuimos prontas, Helenas buscando el grito, la montaña, la roja sangre de la tribu a la espera de aquello que ignoramos a tientas en el polvo, a ciegas en la arena, sintiendo compasión por cuevas y por jaulas, rápidas recalando en la hondonada con un remo de un brazo al otro para llegar al esperado amor, que vuelve a cada vuelta de los años inalcanzable, a veces, mas rebosante, apenas como aquel cubo de agua de los sueños.
Ahora, cuando es el tiempo de mirarnos solas a la vuelta del verano, podemos ver aquella cuerda tensa hacia lo alto
por los que no están, los que se han ido y si jalamos, y si jalamos un poco más, yo de pie, ustedes junto a mí, tan fuertes y serenas, podrán ver volar una Comala que va y viene ondeando siempre en rojo como rojo es cada vez el paraíso.
Ciencias Naturales
Alargábamos un fino palo lentamente temblando y el mundo surgía entero de su mudo grito abierto hacia las nubes de nuestro entendimiento. Verde hija de la fiebre con su estridente resonar de tierra lloraba en una zanja oscura clamando por la lluvia y su vivo sueño que no cedía nunca. Era la hembra de un pequeño lagarto lagartija de las bardas gris violentamente roja si adentrábamos bajo el fervor de nuestros años esa íntima vara instigando la sola confesión del sueño si sueño era lo que en clase nos faltaba. Su piel hecha de tiempo brillante en sus escamas nos ardía en la punta de los dedos cuando su ano
de tierra y de sudor se nos abría profundo al tacto de los ojos, al borde del espanto en un frágil alfiler como si fuera un insondable mapa de Hispania o de Cartago mientras la lluvia mojaba cautelosa las páginas secretas de los libros un fragmento del Atlas desviviendo la imaginación de la imaginación de sus entrañas.
Afuera en el pasillo sin batas y el olor de un dios de cloroformo regresábamos a las fronteras del Imperio y de los légamos remando por los ríos de otro tiempo un tiempo mejor donde la llama de la muerte tiene siempre una buena muerte alzada al filo de la astucia en el fastidio del calor de un solo espasmo uno solo que besara la boca que no amó
sobre la barda Ăşltima abriendo nuevos mundos quemĂĄndonos el miedo reptando reptando por el patio lentamente temblando.
Jilotepec a mis hermanos
Todo el año esperábamos la llegada del verano azul de las grosellas con las bocas restregadas bajo el sol dos veces celebrado por las garzas en sosiego. Había un sonido de capilla entre la hierba como si un pez murmurara nuestros nombres en el río, ese río de piedras abultadas, cual una flota de ranas detenidas. Era el tiempo de ahuyentar el miedo como se ahuyenta a las libélulas con lámparas. Yo siempre al pie de aquellas zarzas, ojos cerrados, boca apretada, escuchando la oscuridad y su silbido. A veces, una rana rápida en su sombra me asustaba, y era mi grito entonces los ojos rotos en el borde, un presagio de la muerte que venía. El corazón ceñido a los escombros retumbando para espantar al pájaro en lo alto, pájaro que cincelaba el árbol amarillo donde dormíamos como en un cuarto superior
hecho de plumas horadadas en el día. Abajo, dócilmente la noche, nos avisaba del apogeo de los mayores entre risas al mar abierto de las valvas, labios que restallaban siempre en las venas de ese río. Y era el fétido olor de las grosellas en esos tarros de fresca mermelada, donde la voz a punto establecía los ritos ajenos a este mundo, el dominio viscoso de nuestras lenguas enlazadas. Yo no tenía más que una palabra sola, abierta, para sortear el miedo, aquel camino oscuro de regreso hasta llegar al día y del día a otras albas.
Era el verano entonces, donde un instante, como esas ranas detenidas, croaba un poco más y siempre, con el sólo eco de nuestros sueños solos, si es verdad, si es verdad que en el abismo se vive resurgidos.
Los nuevos balleneros
Por conciliar los dioses cuerpo a cuerpo callamos en el agua en floración de soplo como una ofrenda pura, el cielo abierto al pulso constante de las horas aguardando la salida del cetáceo su lomo refrescante, su lento acontecer de vértigo y llegada. Y vimos un país tan pobre adentro de los ojos cayéndose en la sal ardiente de los labios mezclados en el agua más sucia del petróleo con la música que poco a poco regresaba como un amor sediento para buscar el sitio, el gesto profundo que dijera: en dónde fue, por qué ocurrió cuando la bestia,
saciada en tanta gracia en el primer adiós pasado por la verja, cruzó a plena luz del alba por los ojos, esos ojos, que simplemente hablaron de lo lejos mirándonos retroceder, dejar el mismo cuerpo, la misma orientación que nos hacía soñar en franco mediodía para olvidar el miedo de lo que fue, algo que no existió, pero que vimos todos como se mira en sueños entre la tierra y el asombro.
Y con la voz de Lázaro venido de Betania gritando al cielo: “¡Seremos dioses levántense del polvo!”, el mundo abrió tan de repente adentro de los ojos esos ojos, percibiendo la simpleza, el canto caído en el desierto
de las aguas, la seca sangre de la voz que zurce el tiempo bajo una lengua ajena, el golpe certero en el abismo de quienes fuimos muertos por el lomo, otro lomo de un cielo mejor.
Jardín Botánico
Son viejas las plantas del jardín, algunas necesitan un apoyo drástico, posiblemente
será así hasta que mueran recostadas en los palos o arrastrándose un poco
a la vez, al borde, en el camino cada una utiliza los recursos de vida en lo que importa,
supongo que han pasado días inútiles, confusos, pero ellas, impulsadas siempre por la cercanía
de un cuerpo distinto, acaso una justa voz de lo que fue, saben pronto qué sentido
tuvo erguirse y tomar un tanto de luz. Cuando lo pienso sé que el tiempo también
cambia para todos, a veces en lo que significa tan sólo haber estado ahí.
Pertenencia Debe haber algo distinto cuando el mar verde ocre se rebela, se abre quebradizo y arrojado entre las largas rocas escarpadas más grises donde se oye cómo ruge y se sacude, embiste un coletazo luego otro, infranqueable y siempre ensimismado en un reclamo que sostiene esta vida que no da sino la fosa, el grito entre las conchas y la sangre que chorrea oscura de sus valvas en la expresión perdida de cualquiera de nosotros achatados fácilmente bajo marcas y noticias, crónicas de francos cuerpos calcinados como un escaparate más del gran progreso en la hendidura entre las negras lajas de los días. El mar en su visión se anuda combativo, se retuerce y sobrevive a todo aquello que no está y es como si nada sucediera y fuera siempre igual, el agua entonces lentamente se nos escurre de las manos y se pierde ante esta simple escena de piedad. Quizás el mar sólo sea fiel a su propia muerte repetida.