El país imaginado

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EL PAÍS IMAGINADO

Robinson Quintero Ossa A Elmer Restrepo, fabricante de marcos.

“La imaginación consuela a los hombres de lo que no pueden ser. El humor los consuela de lo que son”. W. Churchill

I El ejercicio de la lectura ha sido para mí casi siempre, como el de la escritura, el ejercicio de buscar compañía, y creo que una excelente librería —y en ella, un avisado librero— es el espacio más apropiado para aquel que, decidido a no estar solo, desee conocer de quién rodearse convenientemente. En esa tarea de encontrar con quien pasar un rato ameno, de saber y apurar nuevas cosas, me hallé una tarde de 1981 en la Librería Lerner de Bogotá —distante apenas unas cuadras de mi sitio de trabajo—, cuando me topé, curioseando en los anaqueles, La mano del teñidor y otros ensayos (Barral Editores, Breve Biblioteca de Respuestas, 1971) del poeta inglés W. H. Auden. La existencia del libro no era para mí inusitada; ya el citado librero, escritor en cierne de esos que pululan como dependientes de librería rebuscando a la vez que unos pesos lecturas privilegiadas sin costo alguno (es decir, un trabajo lo más decente posible), me había recomendado su lectura. De una vez, me hice al ejemplar. El libro de Auden me entretuvo y me dio luces, pero un ensayo en especial me cautivó, el primero de la colección, titulado “Leer”, en el cual en uno de sus apartes el autor dibujaba, siguiendo el modelo de los diccionarios enciclopédicos, lo que era su ideal de un Paraíso en la tierra, animado por este principio: “Mientras un hombre escriba poesía o narrativa su idea del Paraíso es asunto suyo”. Auden figuró ese lugar amenísimo como una suerte de país imaginario:


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