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Video que explora las manifestaciones del arte callejero en la carrera séptima en Bogotá y su espectáculo efímero. Hace parte de la “serie artistas”, que Carlos Fajardo Fajardo está realizando con el Periódico Le Monde diplomatique y Ediciones Desde Abajo. Link del video: La ciudad vitrina: un espectáculo efímero
http://www.youtube.com/watch?v=hGLgK-LA3hQ
LA CIUDAD VITRINA: UN ESPECTÁCULO EFÍMERO CARLOS FAJARDO FAJARDO*
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Doctor en Literatura. Filósofo, Poeta, investigador y ensayista. Docente en la Maestría en ComunicaciónEducación de la Facultad de Ciencias y Educación, Universidad Distrital Francisco José de Caldas, Bogotá, E-mail: carfajardo@hotmail.com Colombia.
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En nuestras numerosas ciudades-vitrinas los paseantes se topan con mercancías elevadas a fetiches artísticos de consumo, constituyéndose en espectáculos circundantes en las calles. Entonces, la performancia pulula por los espacios urbanos. El espectáculo fascina a los peatones, los seduce por su capacidad de hechizar gracias a la fantasía en medio de lo rutinario. La “ciudad de las mercancías”, al decir de Beatriz Sarlo, surge a nuestro paso. La calle se torna en show y en shock. Las mercaderías se establecen como un cuadro pintoresco de los deseos; la calle se transmuta en cuadro, en una performance constante y bulliciosa que se extiende por varias cuadras en un sincretismo visual creciente. “Una montaña de porquerías circula de mano en mano: falsificaciones, imitaciones, chucherías, partidas robadas, contrabando (…). Objetos industriales, chatarra nacional o importada” (Sarlo, 2010, p.42-43). Lapiceras, pilas, linternas, destornilladores, baterías, anteojos, despertadores, encendedores; objetos industriales inútiles tales como animales de peluche, cuadritos u objetos de entretenimiento como juguetes de pilas, CD, DVD, juegos y películas (cfr. Sarlo, p.43). También se exhiben auténticas y falsas artesanías, objetos recién envejecidos, artículos esotéricos y religiosos, artículos de vidrio y copia de vitrales, artículos de metal, imitaciones de Art Deco, copias de arte impresionista, surrealista, cubista junto a libros viejos y usados e innumerables revistas. Pintoresquismo plural masivo. Más deseo de consumo que necesidad del objeto.
Plaza del Zócalo. México D.F. Fotografía Carlos Fajardo Fajardo
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Mercado en San Telmo. Buenos Aires. Fotografía Carlos Fajardo Fajardo
Sin embargo, sabemos que el consumo no se reduce solo a la compra, es un hecho social, un dato que no se reduce a la compra-venta, sino que construye imaginarios, genera ensoñaciones, evocaciones y deseos. Así por ejemplo, en el mes de diciembre, la Calle 53 en Bogotá, se convierte en un espacio de consumo de objetos navideños, donde se conjugan la memoria y la nostalgia por una infancia perdida y recuperada gracias a ese espectáculo mágico decembrino, con luces y seductoras vitrinas. Deseo y evocación se unen en estos escenarios. En dicha calle, “el paseante persigue la transformación de la calle: ella lo conduce a través del tiempo desaparecido”, tal como lo había escrito Walter Benjamín, pensando sobre los pasajes de la París del siglo XIX y XX. Por tanto, el mercado nos inventa una estética. La estetización del consumo en estas calles se vuelve palpable, atrayente.
Mercado mes de diciembre.. Calle 53. Bogotá. Fotografía Carlos Fajardo Fajardo
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Mercado mes de diciembre. Calle 53. Bogotá. Fotografía Carlos Fajardo Fajardo
Y también en torno a este bazar neobarroco se encuentran los llamados artistas de la calle ofertando su espectáculo efímero. Se presentan unos días o meses, después parten a otro sitio o cambian de oficio. En los espacios más propicios para el turismo, el bullicio y los negocios, se sitúan estos artistas; son lugares híbridos, multiculturales, abiertos al “todo vale”. Así, por ejemplo, en ellos pueden entrar grafiteros, mimos, teatristas, malabaristas, precolombinos posmodernos, estatuas vivientes, grupos musicales, bailarines, payasos, cantantes, que hacen de la ciudad su salón de artistas marginales. Es entonces un arte fuera de los espacios oficiales, pero oficializado y gerenciado por las leyes de la compra-venta de su objeto artístico. Como tal, son hijos de la sociedad del espectáculo y crean la presencia de lo maravilloso y de lo diferente en lo cotidiano, un entusiasmo estético en medio del “caos movedizo” como gustaba llamar Baudelaire a la ciudad. Otras veces se difuminan en la estandarización y repetición sin tregua, lo que los empobrece enormemente. Es cuando, sin lugar para el asombro y la ruptura, solo dejan un rastro de rutina, de lo monótono y lo tedioso. A medida que se deambula la ciudad, encontramos a nuestro paso las estatuas vivas, llamadas también, por algunos, estatuismo urbano. Su oficio se ejerce, o bien como opción laboral y de sobrevivencia, o como una práctica artística, con características estéticas bien definidas. Las estatuas vivas buscan preferiblemente lugares de mayor afluencia de peatones. Como tal, son objetos que se ofertan según la demanda; rituales de consumo citadino, variables de acuerdo al tiempo-espacio y a las lógicas mercantiles. Como objetos simbólicos, las estatuas vivas, proyectan una metáfora paradójica: su estatismo y quietud en medio de la aceleración y el caos citadino es una contradicción simbólica, un llamado a detenerse por un instante a contemplar con asombro su capacidad de resistencia y de inmovilidad durante largo tiempo. Según Pedro Pablo Gómez y Eduardo Ruiz, “la quietud de la estatua no es el resultado únicamente de las condiciones físicas del cuerpo, sino de la mente, del ejercicio de ciertas facultades relacionadas con la meditación, el desdoblamiento y la mantralización (…) Se trata de un tiempo con otro ritmo, diferente al tiempo laboral
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medido en períodos de ocho horas diarias (…) La suspensión del tiempo es la condición de posibilidad del estatuismo (2013, págs. 44-45). Las estatuas vivas representan soldados, robots, campesinos, músicos, personajes de los comics, bailarinas que invitan a detenerse y a contemplar, generando un proceso que unifica el mirar y el consumir. Alrededor de mimos, payasos, zanqueros, músicos, el estatuismo contrasta con las prácticas del arte tradicional y académico, museístico e institucional reconocido. Son la marginalidad, la contracorriente de los cánones estéticos oficiales en el fluir callejero. Bajo esta ritualidad están los profesionales del estatuismo, con años en el oficio, y también los que ven en ello una oportunidad de sobrevivencia. Entre unos y otros se observa la diferencia. Los primeros ejercen con profesionalismo ciertas prácticas como el autocontrol, el ejercicio físico y una alimentación sana (Cfr. Gómez y Ruiz, 2013, p. 65). El desdoblamiento es otra de las prácticas. Cuando este se consigue “logra neutralizar el cansancio del cuerpo, poniéndolo más liviano, razón por la cual se alcanzan tiempos prolongados de quietud que van desde las tres hasta las ocho horas continuas” (Gómez y Ruiz, p.67). Tanto el cuidado del cuerpo y de la piel, por el maquillaje que se aplica, como el vestuario confeccionado por ellos mismos, son procesos que el estatuismo urbano debe controlar y pulir.
Estatuas vivas. San Telmo. Buenos Aires y Madrid. Fotografía Carlos Fajardo Fajardo
Las estatuas vivas fluctúan entonces entre una concepción poética-artística y unas formas de sobrevivir económicamente en la ciudad. Sus presentaciones pasajeras están determinadas por la circulación de peatones en los espacios públicos, entendiendo lo público no solo como la calle o los territorios físicos para los recorridos, encuentros, conflictos e intercambios simbólicos y cotidianos. Más que como espacios físicos son espacios del lenguaje, construidos a partir de la multiplicidad plurisemántica, lo que produce diversidad de imágenes que circulan por los textos de la ciudad como espacios estéticos. Los espacios públicos son lugares de encuentro donde lo urbano se manifiesta, se muestra. Lugares para la palabra, para el intercambio tanto de cosas como de signos. En ellos se juega y se aprende; pero también son espacios para el miedo y el asesinato, para el desencuentro y la pérdida, para el no diálogo, la despersonalización, el anonimato, la velocidad antisocial. “Son un libro que no termina y que contiene muchas páginas blancas o desgarradas” (Lefebvre, 1980, p.127).
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Estatua viva. Santiago de Chile. Fotografía Carlos Fajardo Fajardo
Estatua viva. Calle 53. Bogotá. Fotografía Carlos Fajardo Fajardo
La ciudad como bazar se construye y deconstruye todos los días. El río y el fuego se unen para formar un ir y venir entre los despojos y la abundancia, los desechos y la durabilidad, lo visible y lo que se in-visibiliza, los desposeídos y los poderosos. Es la ciudad-río, ciudad-vitrina-pantalla, ciudad multi-collage, indefinida. REFERENCIAS Gómez, P.P. y Ruíz E. (2013) Estatuas vivas. Bogotá: Universidad Distrital Francisco José de Caldas. Lefèbvre, Henry. (1980). La revolución urbana, Madrid: Alianza. Sarlo, Beatriz. 2009. La ciudad vista. Mercancías y cultura urbana. Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores.